CUIDAR Y HUMANIZAR Salutogénesis profesional.

A Albert Cortés por su liderazgo enfermero en la humanización.

 

Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano.”

 George Orwell[1]

 

Vengo analizando y reflexionando desde hace tiempo sobre el modelo en que se basa el Sistema Nacional de Salud (SNS) en general y la Atención Primaria de Salud (APS) en particular. Sobre su focalización casi exclusiva en la enfermedad y su marcada tendencia a la medicalización, paternalismo, tecnología, biologicismo, fragmentación e incluso deshumanización y de cómo estas características influyen de manera clara y determinante en la atención, que se torna asistencialismo, que las/os profesionales de la salud, prestan a las personas, las familias y la comunidad.

He planteado en muchas ocasiones que el paradigma biomédico del que emanan estas características e impregna el modelo sanitario ha sido adoptado y aceptado con demasiada complacencia e incluso poca resistencia por parte de las enfermeras como propio o, cuanto menos, desde el que prestan sus cuidados profesionales, con el consiguiente fracaso, al hacerlo desde un paradigma claramente contradictorio y antagonista al que se decide abandonar o relegar, es decir, el paradigma enfermero, centrado en la salud, la atención integral, integrada e integradora, la educación y promoción para la salud, la atención individualizada, familiar y comunitaria, la participación comunitaria… provocando respuestas alineadas y alienadas con el planteamiento biomédico, que son claramente ineficaces, ineficientes, centradas en las técnicas, alejadas de la necesaria continuidad de cuidados, generadoras de dependencia al no promocionar la autogestión, la autodeterminación, la autonomía y el autocuidado, limitadoras de la participación ciudadana en la toma de decisiones y de la adecuada racionalización de los recursos personales, familiares, sociales y comunitarios que conduce a una hiperfrecuentación de los recursos sanitarios, saturándolos y generando insatisfacción ante las respuestas recibidas a las necesidades sentidas de las personas, las familias y la comunidad que los profesionales no son capaces de identificar al hacerlo tan solo desde su protagonismo profesional que resulta exclusivo y excluyente.

Pero más allá de este análisis que, repito, ya he abordado, considero que la influencia de este modelo trasciende al SNS y a la APS y se incorpora como modelo de comportamiento de las enfermeras, lo que puede justificar, al menos en parte, las respuestas que se están dando en muchas ocasiones a la demanda creciente de cuidados o los escandalosos silencios ante situaciones que claramente van en contra de la disciplina y profesión enfermeras, pero que contribuyen a sedimentar, consolidar y perpetuar las actuaciones que en base a la subsidiariedad que ha dicho modelo se asume e interioriza, genera respuestas tan desalentadoras como facilitadoras de invisibilidad, desvalorización y falta de reconocimiento de las enfermeras siendo percibidas cada vez más como un instrumento del modelo descrito y de quienes son identificados como referentes del mismo, los médicos, que como profesionales autónomas con competencias específicas por las que ser valoradas.

Las enfermeras han reducido el contexto de sus actuaciones al ámbito de los hospitales y de los centros de salud, lo que limita claramente su campo de actuación y las sitúa como recursos del sistema y de los médicos para dar respuesta al modelo que hay establecido y que centra todo su interés en la obtención acrítica de resultados, desplazando con ello a las personas, que son identificadas como sujetos u objetos ligados a la enfermedad -diabéticos, hipertensos, crónicos, discapacitados…- organizando y fraccionando, en base a ello, la asistencia, que no la atención, por órganos, aparatos o sistemas -cardiología, nefrología, endocrinología…- en lugar de configurarse como profesionales de y para la comunidad, entendiendo esta como algo que va mucho más allá del sumatorio de individuos de este modelo reduccionista que aleja la humanización de la atención al alejarla de la imprescindible dignidad humana de los cuidados, lo que implica generar un discurso oportunista y contradictorio de rehumanización que, en sí mismo, implica el reconocimiento de su pérdida.

Esta falta de contextualización de dónde, cómo, cuándo y de qué manera pueden y deben actuar las enfermeras reduce drásticamente su ámbito competencial que se adapta a las demandas médicas y organizacionales y no a las de cuidados de la comunidad.

En este entorno medicalizado, la capacidad para identificar su propia autogestión, autodeterminación y su capacidad autónoma de pensar y prestar cuidados se reduce o elimina al hacerla dependiente de las indicaciones/órdenes médicas y de la rigidez y encorsetamiento organizacional impuesto por las instituciones sanitarias que limitan la prestación de cuidados a la priorización de las demandas médicas y del modelo gestionado, impuesto y mantenido más allá del más elemental sentido común, en el que lo importante es el número de intervenciones, consultas, técnicas realizadas, visitas hechas… en una carrera de indicadores numéricos que tratan de demostrar la capacidad de respuesta aunque ello se traduzca justamente en la lectura contraria al quedar patente la escasa capacidad de resolución que se traduce en una dependencia e insatisfacción cada vez mayores que acaban por colapsar al propio sistema que se ahoga en su incapacidad, mientras los profesionales acusan a la población de la saturación que ellas/os mismas/os inducen con su asistencialismo.

Ante esta actitud, las enfermeras perciben su escasa influencia, como profesionales autónomas que dicen ser, aunque su actitud vaya en contra de ello, lo que les genera insatisfacción, decepción e incluso frustración como síntomas de la patología organizacional y disciplinar de la que se han contagiado. Contagio al que, por otra parte, se han visto expuestas ante la falta de actuaciones de promoción de su propia salud profesional en base a las cuales adquirir conductas y hábitos que les permitiese asumir responsabilidad y competencia profesional para saber afrontar los riesgos que el modelo médico provoca, preservando así su salud profesional, desde la que poder construir un contexto salutogénico en contraposición al patogénico que emana del modelo hegemónico en que se hayan instaladas.

Pero no tan solo no son capaces de promocionar dichos hábitos, sino que incluso rechazan una inmunización activa, mediante la incorporación de las evidencias científicas generadoras de defensas para responder con efectividad y eficacia al contagio de los gérmenes nocivos y tóxicos que emanan del modelo e influyen tan negativamente en su salud profesional. Ni tan siquiera admiten la inmunización pasiva obtenida directamente de sus referentes profesionales, a quienes ignoran o rechazan, o los anticuerpos específicos aportados por la ciencia enfermera, a través de las sociedades científicas que les podría proporcionar inmunidad ante la peligrosa exposición a un modelo que les debilita profesionalmente. Por el contrario, se limitan a mantener una actitud de conformismo ante el contagio inevitable que finalmente lleva a una cronicidad derivada de su patológica subsidiariedad.

La ausencia de recursos personales y colectivos con los que contrarrestar los efectos del inevitable contagio provocan una exacerbación de los síntomas, con una progresiva dependencia que anula la capacidad de respuesta y con ello les somete a una posición de intrascendencia y postración derivada de su pérdida de autonomía profesional incapacitándoles individual y colectivamente y sometiéndoles a riesgos evidentes de deterioro tanto de su imagen como de su capacidad de respuesta que lamentablemente les puede conducir a situaciones de irreversibilidad o de incapacidad funcional manifiesta.

Estamos pues ante un círculo vicioso en el que no se sabe bien qué fue antes si la actitud de las enfermeras o el modelo médico en el que nos hemos instalado, lo que nos ha llevado a una situación de gravedad extrema que, si queremos que su única solución posible no sean los cuidados paliativos, deberemos actuar con determinación para salir del coma inducido en el que nos encontramos. Recuperar la respiración espontánea y autónoma que nos permita escapar de la anoxia y anorexia profesionales en las que estamos sumidas y favorecer la movilización que acabe con la atonía producto de nuestra inacción, son requisitos imprescindibles a tener en cuenta para afrontar el reto de aportar respuestas y soluciones que vayan más allá del actual modelo sanitario. Debemos ser capaces de identificar, potenciar y articular los activos de salud que como enfermeras tenemos para impulsar y reforzar acciones de desarrollo profesional que faciliten la valoración individual y colectiva, pero también social y organizacional, de tal manera que nos convirtamos en activos de salud para las personas, las familias y la comunidad.

Los cuidados profesionales requeridos, que tan solo pueden provenir del necesario e imprescindible reconocimiento del paradigma enfermero, para la recuperación de nuestra autonomía profesional deben ser admitidos, interiorizados y asumidos si queremos afrontar con éxito la situación actual y actuar en consecuencia para modificar el actual contexto patogénico en el que nos encontramos.

Por otra parte, debemos admitir que nuestra recuperación pasa por trabajar de manera coordinada y consensuada con la población a la que prestamos cuidados como la única forma posible de ser reconocidas como profesionales necesarias y demandadas. Nuestro ámbito de influencia y respeto, que no de poder, se encuentra en la comunidad, con la ciudadanía y no en el poder central ocupado desde hace tanto tiempo por la clase médica. Continuar creyendo que nos podemos hacer un hueco en ese poder central no tan solo es un gravísimo error, sino que está abocado al fracaso y a la fagocitación disciplinar. Tan solo en y con la comunidad seremos capaces de dejar de ser percibidas como dependientes, secundarias e incluso prescindibles.

Necesitamos asumir que la promoción de nuestra salud profesional requiere de una alfabetización enfermera que nos empodere para poder liderar los contextos comunitarios de cuidados y no tan solo de las organizaciones sanitarias. Es desde esa posición y con ese posicionamiento, desde los que tenemos la obligación de dar respuestas de salud que vayan mucho más allá del actual, caduco, nocivo, tóxico y peligroso modelo sanitario.

La humanización debe dejar de ser una etiqueta, una pose, una promesa, una moda, para pasar a ser el eje sobre el que pivote la atención ética y estética de los cuidados profesionales. Cualquier otro intento tan solo servirá para maquillar las profundas arrugas del vetusto modelo biomédico.

[1] Novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India (1903-1950).

TERTULIA «ATENCIÓN PRIMARIA, LAS ENFERMERAS TOMAN LA PALABRA»

Acceso al vídeo de la Tertulia «Atención Primaria, las enfermeras toman la palabra» celebrada el pasado día 23 de marzo, organizada por la Cátedra de Enfermería Familiar y Comunitaria y el Grupo 40+ Iniciativa Enfermera.
http://catedraefyc.ua.es/index.php/catedra/eventos/283-v%C3%ADdeo-de-la-tertulia-atenci%C3%B3n-primaria,-hablan-las-enfermeras

INVESTIGAR, CREAR, INNOVAR

 

 

A Lola Gil Estevan por su creatividad, innovación y liderazgo

Genios tontos que saben absolutamente todo acerca de la química de las enzimas, pero que, debido a esa formación, hace mucho tiempo han dejado de funcionar adecuadamente como personas”

 

Ortega y Gasset[1]

 

Vivimos y bebemos, informativamente hablando, en un mundo de tópicos y estereotipos. Incluso en el ámbito de la ciencia que, al menos teóricamente, entendemos debería quedar al margen de esta distorsión tan dañina como engañosa, se dan y se perpetúan.

Hoy me voy a referir al tópico, convertido en estereotipo, de la investigación, lo científico y la innovación.

En principio pudiera parecer que no hay nada que aclarar en torno a estos conceptos que todas/os identificamos y, al menos en teoría, todas/os comprendemos y por ello no son generadores de controversia o interpretación. Pero nada más alejado de la realidad.

Cuando en los medios de comunicación, en los discursos políticos, en las tertulias de café o en los debates científicos, se habla de investigación, ciencia o innovación, de manera automática se visualiza a un hombre, con bata blanca y con una probeta o un matraz en la mano y un microscopio a su lado. Ese tópico nos acompaña de manera constante y forma parte del imaginario común.

Pareciera como si tan solo aquello que puede verse en un microscopio, cultivarse en una placa de Petri o transformarse en un valor estadístico pueda ser considerado como investigación y, por tanto, como una actividad realizada por científicas/os y, por el contrario, cualquier actividad que no se corresponda con esos parámetros no tenga la consideración de científica y por derivación quien la realiza no  la tenga como científico/a ni forme parte de una investigación digna de ser considerada como tal.

El racionalismo y positivismo imperante y excluyente hacen que tan solo se considere aquello que puede aportar soluciones técnicas a los problemas que aquejan a la humanidad como valioso científicamente hablando y por tanto susceptible de ser financiado y apoyado para desarrollar las investigaciones que permiten obtener dichos resultados.

Este estereotipo/tópico no tan solo se ha instalado como inalterable en el ámbito de lo que se considera como ciencia y científico, sino que ha impregnado el pensamiento de los medios de comunicación que tan solo o mayoritariamente prestan atención y difunden este tipo de investigaciones y a quienes las realizan, lo que contribuye a que la opinión pública perpetúe dichos tópicos/estereotipos como una verdad que no ofrece discusión alguna.

Por su parte las instituciones, públicas y privadas, destinan la mayor parte de sus inversiones a dicha investigación, siendo residual, en el mejor de los casos, o inexistente para otro tipo de investigaciones que se consideran menores por entender que sus aportaciones no contribuyen a mejorar la vida de las personas. De ahí que no tan solo no se destinen fondos, sino que ni tan siquiera se dignan a identificar a otras ciencias como áreas de conocimiento y, por tanto, de investigación propias lo que supone que se tengan que integrar en los existentes e imperantes y, por tanto, tengan que ajustarse a sus planteamientos científico-técnicos que, lamentablemente, provocan su fagocitación y la invisibilidad de sus hipótesis, planteamientos, objetivos o diseños que, por ser diferentes, que no excluyentes, de los planteados por la “ciencia oficialmente etiquetada”, son desestimados o minusvalorados.

Este monopolio científico-investigativo que provoca los tópicos/estereotipos comentados se comporta en sí mismo como una parte más del lobby corporativista que lo lidera y que actúa con idéntico autoritarismo tendente a mantener el protagonismo exclusivo de la investigación que se han encargado en acotar a la biomedicina o las ciencias médicas impidiendo que con ellas pueda convivir cualquier otra área de conocimiento que identifiquen como “peligrosa” o “intrusiva”, de tal manera que si se desarrollan investigaciones de Enfermería por parte de enfermeras o se etiquetan con dicha denominación de origen o no tienen posibilidad de llevarse a cabo ni mucho menos de difundirse, con lo que pasan a engrosar el apetito voraz de dicho lobby.

Los premios a la investigación que se conceden en la mayoría de los certámenes nacionales e internacionales ignoran cualquier investigación que no se ajuste a esos tópicos/estereotipos y quedan invisibilizadas aportaciones valiosísimas de las investigaciones que realizan otras disciplinas que aún siendo parte de ciencias reconocidas son sistemáticamente olvidadas como tales.

Pero además de la investigación y las/os científicas/os, la innovación sufre idénticos síntomas de exclusividad y de exclusión por influencia o contagio de lo ya comentado, lo que conduce a que se interprete casi de manera automática el que la innovación y la creatividad son igualmente características inherentes a la investigación oficial u oficialista.

La innovación es un proceso por el cual se crea algo nuevo y por tanto, innovar consiste en el acto de aplicar nuevas ideas para potenciar el valor de lo que se produce como evidencia o conocimiento nuevos o mejorados.

Pero para que haya innovación tiene que haber creatividad, definida como el proceso que realizamos al usar la imaginación para crear. Es una habilidad mental que sirve para imaginar y crear nuevas ideas, es decir, provocar el nacimiento de algo novedoso.

En base a ello, ¿dónde está el problema para identificar, valorar, reconocer y apoyar que las enfermeras tenemos capacidad creativa, de innovación y por tanto de investigación como científicas? ¿cómo se puede seguir justificando la exclusión de nuestra ciencia como ámbito propio de investigación por parte tanto de organismos nacionales como internacionales? ¿qué intereses espurios existen para mantener una situación incoherente y acientífica? ¿por qué las enfermeras no somos capaces de liderar, visibilizar y poner en valor nuestras aportaciones científicas, creativas e innovadoras?

Porque nadie debe confundir que la creatividad o la innovación en investigación son lo mismo que tener gracia o ser ocurrente. La creatividad y la innovación son la capacidad de crear una realidad mejor basándose en el conocimiento, la inteligencia y las evidencias, desde la certeza, es decir, exponiendo lo que se tiene certeza de hacer o decir y no jugando con los elementos para ver si se tiene suerte y suena la flauta. No es posible tener una idea que pueda cambiar la realidad sin que exista creatividad. Cualquier idea innovadora precisan de imaginación y pensamiento creativo como elemento fundamental para que se plantee una idea original. Por lo que sin creatividad no puede existir innovación. Pero sin ciencia las propuestas de creatividad se convierten en ocurrencias que distan mucho de ser innovación y mucho menos evidencias.

Las enfermeras, desde siempre, hemos trabajado por prestar cuidados de excelencia. Es cierto que durante mucho tiempo se hizo empíricamente, pero no es menos cierto que desde hace ya bastante tiempo y cada vez más dicha excelencia está guiada por la calidad, eficacia y resultados en salud, derivados de la investigación científica, la creatividad y la innovación.

El problema viene determinado cuando, o bien nosotras mismas planteamos nuestras investigaciones desde un paradigma que no nos es propio, con lo que anulamos la capacidad creativa y la innovación al incorporar nuestros resultados al producto final de la investigación de otra ciencia o campo de conocimiento o bien vemos limitada la capacidad creativa e innovadora por las barreras que el propio sistema mantiene más allá de la lógica.

Pero a pesar de ello, las enfermeras, nuevamente desde la capacidad creativa e innovadora y desde la ciencia enfermera estamos en disposición de generar evidencias que transformen la realidad existente haciendo que algo cambie o sea distinto, sin que ello signifique necesariamente que se tengan que alterar totalmente todas sus características esenciales.

Para transformar desde la investigación, la creatividad y la innovación hace falta que exista un liderazgo capaz de influir, motivar, organizar y llevar a cabo acciones para lograr los fines y objetivos que involucren a personas y grupos en un marco de valores en el ámbito de los cuidados profesionales enfermeros que propicien el cambio y la transformación personal y colectiva, influyendo y motivando en los demás para transformar a personas y a grupos. Se trata de asumir responsabilidad, de ser ser creativas, innovadoras, proactivas, asertivas, arriesgadas, optimistas y luchadoras por una sociedad mejor. Es una oportunidad y es un potencial que debemos desarrollar para que los tópicos y estereotipos existentes se eliminen y permitan identificar a las enfermeras como científicas investigadoras, creativas e innovadoras.

Y finalmente opino que más allá de ser una oportunidad y un potencial, es una obligación que tenemos no tan solo con nuestra ciencia/disciplina/profesión, sino con las personas, las familias y la comunidad a las que prestamos cuidados.

Hay que desterrar por siempre el chascarrillo de que las cosas se hacen de una determinada manera porque siempre se han hecho así. Tan solo desde la aportación de evidencias científicas creativas e innovadoras seremos capaces de cambiar nuestra realidad y la de la sociedad a la que nos debemos.

[1] Filósofo y ensayista español, exponente principal de la teoría del perspectivismo y de la razón vital e histórica, situado en el movimiento del novecentismo (1883-1955).

LA MEMORIA DE LOS CUIDADOS

“Cada uno tiene el máximo de memoria para lo que le interesa y el mínimo para lo que no le interesa”.

Arthur Schopenhauer[1]

A Cristian Benítez Rodríguez y a cuantas/os como él sufrieron el azote de la COVID

El pasado día 14 se cumplieron tres años del confinamiento derivado del estado de alarma provocado por la pandemia de la COVID.

Tres años que parece son muchos más o bien se nos antoja algo muy reciente. Ya sabemos que esto del tiempo es muy relativo y depende de tantos factores y condicionantes que hacen que cada cual lo vivamos de manera totalmente diferente, pues todo depende del cristal con qué se mire.

Pero, con independencia del cristal con el que miremos, lo bien cierto es que podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que hay un antes, un durante y un después de la pandemia. El antes y el durante no va a ser objeto de mi reflexión, pero considero importante detenerme a analizar y compartir lo que considero aspectos relevantes derivados del efecto de la pandemia y de cómo los mismos han afectado o nos pueden afectar.

No sé si realmente por efecto de la adaptabilidad humana, del intento de resiliencia o de la frágil memoria o facilidad para olvidar determinados hechos o acontecimientos, lo bien cierto es que ahora mismo el recuerdo de la COVID es más bien algo difuso e incluso, me atrevo a decir, confuso.

Es cierto que todas/os recordamos que la COVID provocó dolor, sufrimiento y muerte. Pero, ¿recuerda alguien el número casos y de muertes que se produjeron? Evidentemente son cifras, datos, estadísticas, pero sin duda su magnitud trasciende el simple carácter numérico para situarse en la dimensión real de lo que supuso esta pandemia para quienes la sufrieron directa o indirectamente. Casi catorce millones de contagiados (13,778.467) y cerca de ciento veinte mil muertes (119.618)[2]. Escalofriante recuerdo que, posiblemente por eso trata de esconderse en lo más recóndito de la memoria para transformarlo en un, muchas o muchísimas, menos concreto y doloroso.

Sin embargo, no son las únicas consecuencias de la pandemia. Posiblemente sean las más alarmantes, las más impactantes, pero ello no nos puede apartar de la realidad más próxima y cotidiana, como son los casos de COVID persistente que se calcula afecta entre el 10 al 15% de los contagiados por COVID, situando por tanto la cifra en algo más del millón trescientas mil personas[3], con síntomas muy diversos pero, sobre todo, con necesidades que actualmente no están siendo debidamente atendidas o lo son de manera absolutamente sintomática y desde una perspectiva asistencialista que no tiene en cuenta ni las situaciones personales ni, mucho menos, las consecuencias que las mismas tienen en sus familias y en la propia comunidad.

Los efectos, por otra parte, no tan solo afectan a las personas, sino que el impacto que la pandemia tuvo y sigue teniendo, aunque de manera mucho menos aparente pero no por ello menos grave, sobre el Sistema Nacional de Salud (SNS) es, no tan solo una evidencia sino un problema que también podría considerarse como parte de la COVID persistente.

La pandemia, unánimemente es asumido que puso en evidencia las debilidades de un SNS que se consideraba excelente y que se demostró cuanto menos vulnerable con relación a su gestión, organización y modelo claramente caduco, ineficaz e ineficiente, del que tan solo se salvaron sus profesionales, que sufrieron en primera persona las terribles consecuencias de la COVID.

En cuanto a las debilidades del SNS y a pesar que se precipitaron y replicaron a lo largo de todo el país las denominadas Comisiones de Reconstrucción, estas tan solo sirvieron para maquillar su lamentable imagen y la evidente muestra de astenia organizativa, de disnea política, de anorexia inversora y de depresión profesional, en la que había acabado sumido. Nada de lo que en las citadas comisiones quedó recogido como consideraciones, demandas, necesidades, urgencias… condujeron más que a la redacción de informes que, como las muertes, quedaron ocultas en la memoria, en este caso, de políticos y decisores que no de profesionales y sociedad en general que están sufriendo las consecuencias de tan nefasta situación. No es que el SNS esté en la UCI, es que está en cuidados paliativos a la espera de una muerte que ni tan siquiera se aventura como digna y de la que muchos quieren sacar beneficios, tras la certificación de su muerte o de su desahucio vital, como si de una herencia se tratase.

El empleo, la salud mental, la vulnerabilidad, la accesibilidad, la pobreza… son efectos colaterales de esa guerra en la que algunos quisieron convertir la pandemia y que requeriría de un análisis mucho más extenso que no estoy en disposición ni posición de realizar, aunque si de plantear como recordatorio de esa frágil y selectiva memoria que tenemos.

Pero no quiero cerrar este triste aniversario sin poner a debate algo que es común a todo cuanto he dicho y, posiblemente, a cuanto, sin decir, también lo es. Y ese punto común, de encuentro, hasta de consenso me atrevería a decir, aunque haya quienes quieran desvirtuarlo, no es otro que los CUIDADOS. Los cuidados en mayúsculas, de manera general y los cuidados, también en mayúsculas y negrita, profesionales enfermeros.

Porque si durante la pandemia los cuidados se mostraron y demostraron como esenciales en la atención a las personas que padecían y sufrían la COVID, tras la pandemia todas y cada una de las consecuencias que ha dejado como secuelas en la sociedad y en la salud de las personas, las familias y la propia comunidad requieren de una prestación de cuidados profesionales y no profesionales que debe estar coordinado, articulado y liderado por las enfermeras como las profesionales que mejor conocimiento, competencia y experiencia tienen en cuidados. Su ausencia, invisibilidad, desvalorización o ignorancia tan solo lleva a que los efectos de la pandemia se conviertan en un problema de salud de primera magnitud que el asistencialismo y la medicalización imperantes no solo no van a ser capaces de dar respuestas eficaces, sino que contribuirán a un progresivo deterioro de la salud comunitaria y con ello a un colapso aún mayor del actual modelo del SNS.

Los cuidados profesionales y las enfermeras deben ser identificados y valorados como respuesta imprescindible en el afrontamiento de una situación que se aleja mucho, aunque se quieran empeñar algunos en plantear lo contrario, de la normalidad y que a corto y medio plazo puede tener consecuencias imprevisibles.

Que nadie quiera hacer una lectura reduccionista, interesada y corporativista a lo que es una realidad que trasciende cualquier reivindicación disciplinar y se sitúa en la coherencia y el planteamiento ampliamente solicitado y razonado de los principales organismos internacionales de salud.

Seguir en una posición de negacionismo permanente del valor de los cuidados supone una clara irresponsabilidad que afecta a la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Políticos, gestores, enfermeras, profesionales de la salud y la propia ciudadanía tenemos la responsabilidad y la obligación de trabajar por un contexto de cuidados de calidad y calidez que permita hacer frente de manera participativa, profesional y política a las demandas y necesidades que plantea la sociedad.

Caer en una amnesia institucional o política de esta necesidad es conducir al SNS a un progresivo y lamentable deterioro que acabará por olvidar a quienes son y deben ser legítimos depositarios de la memoria de los cuidados.

[1]Filósofo alemán (1788-1860)

[2] https://es.statista.com/estadisticas/1107506/covid-19-casos-confirmados-muertes-y-recuperados-por-dia-espana/

[3] https://isanidad.com/228717/al-menos-1340000-personas-pueden-sufrir-covid-persistente-espana/

ATRAPEMOS EL SUEÑO

                                                            “Para conseguir grandes cosas debemos no sólo actuar, sino también soñar; no sólo planear, sino también creer

Anatole France [1]

 

 

Durante mi visita por tierras mexicanas he tenido ocasión de identificar, analizar, reflexionar y debatir con muchas enfermeras latinoamericanas las incertidumbres, los temores, las barreras… que nos afectan como disciplina y profesionales, pero también las ilusiones, los deseos, los objetivos que se desea lograr y para los que coincidimos en que se necesita trabajar desde el conocimiento y las evidencias.

Este diálogo compartido no ha hecho más que reforzar lo que considero algo que va mucho más allá de un sueño, porque para lograr algo primero hay que soñarlo y después, evidentemente concretarlo con acciones.

Lo que me ha sorprendido es que este sueño es compartido y que tanto la disponibilidad como el compromiso para lograrlo va mucho más allá de las buenas palabras e intenciones y se identifica en la voluntad firme y decidida por hacerlo realidad a través de, primero, la identificación de las necesidades compartidas y la priorización de las mismas, para poder pasar así a la acción que facilite la construcción pausada pero constante de ese necesario marco iberoamericano de enfermería en el que no tan solo podamos sentirnos todas las enfermeras identificadas sino que también todas nos sintamos implicadas en el trabajo compartido y colaborativo que nos permita trascender las barreras geográficas para establecer un ámbito de desarrollo científico profesional en el que el conocimiento y las evidencias científicas sean los principales recursos de trabajo y de investigación, sin descartar las experiencias, las vivencias, los sentimientos, los valores o las emociones que pueden y deben actuar como elementos de cohesión de dichos recursos. Todo ello sin que se eliminen las especificidades, particularidades o singularidades de cada uno de los espacios que conformen el contexto general. Precisamente desde la riqueza de la diversidad lograremos una realidad mucho más fuerte, cohesionada y ecléctica que nos permita sentar las bases de nuestro desarrollo, pero también de nuestra identidad, referencia y visibilidad.

El recorrido no va a ser fácil, ni posiblemente corto, pero ello, lejos de desanimarnos, nos tiene que alentar al trabajo permanente, unitario, reflexivo, crítico… que impida la improvisación, fundamente las propuestas y limite las incertidumbres. Lo importante, por tanto, es seguir creyendo en esta realidad que pasa del sueño a convertirse en una necesidad absolutamente imprescindible para nuestro futuro como enfermeras.

No es la intención de este planteamiento el establecer absolutamente ninguna competencia con otros ámbitos o contextos con los que tradicionalmente venimos conviviendo y de los que nos hemos alimentado, sino de establecer uno que nos sea mucho más reconocible, más cercano y más real, para que, de esta manera, el acceso, la comprensión y la aplicabilidad de las evidencias o las propuestas y el desarrollo de las acciones basadas en ellas, contribuya de manera mucho más firme, concreta y reconocible a que todas las enfermeras se sientan reconocidas, implicadas y comprometidas con el objetivo común de una Enfermería Iberoamericana que sea referente mundial en la aportación compartida de todos los contextos enfermeros, permitiendo una interacción e interrelación que, desde el respeto y la generosidad, así como del rigor y del compromiso ético, logren la generación de una imagen más asumida, y asumible que facilite el orgullo de pertenencia y el sentimiento de identidad que en muchas ocasiones queda diluido, debilitado u ocultado por un contexto que no nos resulta acogedor aunque pueda ser admirado por la fascinación que provoca. Fascinación que, sin embargo, nos distrae de nuestra verdadera realidad y nos sitúa en un nivel de permanente y desigual competitividad que impide que el desarrollo enfermero trascienda al conjunto de las enfermeras y se sitúe en un nivel de exclusividad o incluso de una utopía inalcanzable que provoca la desmotivación y con ella la inacción y el conformismo.

Se trata de un sueño, de una realidad que, necesariamente debe ser colectiva para lograr que su resultado sea identificado como algo propio y de la que todas/os nos sintamos parte activa y participativa.

Tras la pandemia, retomar el contacto directo y próximo con las diversas realidades y con quienes son sus artífices en Iberoamérica me ha permitido darme cuenta de lo mucho que tenemos en común y de lo mucho que podemos aportarnos unas/os a otras/os.

Ahora se trata de no volvernos a dormir y caer en un sueño que nos sumerja en el letargo, en lugar de hacer realidad un sueño que ya identificamos como realidad posible y necesaria.

México me ha evocado que soñar, creer y construir es posible para hacer realidad un cuidar y un cuidado enfermeros que trascienda fronteras y nos sitúe en un contexto común iberoamericano. Atrapemos el sueño y no dejemos que se nos escape.

[1]Escritor francés. En 1921 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura (1844-1924).

GÉNESIS DE UNA REALIDAD

No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos”

Albert Einstein[1]

A Ángela Sanjuán por su coherencia personal y profesional

Puede parecer repetitivo, pero es que me sigue inquietando, a la vez que preocupando, la actitud que en general mostramos las enfermeras ante situaciones que chocan frontalmente, no ya contra nuestros intereses profesionales, laborales o corporativos, sino contra la esencia misma de lo que es, supone y representa la enfermería y el ser y sentirse enfermera.

En esta ocasión, mi reflexión la voy a centrar en la que considero génesis de la realidad que apunto y que responde, en gran medida, a lo que desde el inicio hacemos o dejamos de hacer, que de todo hay, en la formación de las futuras enfermeras.

Creo que ya a nadie sorprenderá a estas alturas el hecho de que existen diferentes razones por las que las/os alumnas/os deciden iniciar los estudios de Enfermería. Dejando a un lado quienes dicen hacerlo por la tan manida, como no siempre bien entendida vocación, están quienes lo hacen para poder acceder a estudiar medicina; quienes argumentan razones de influencia familiar; quienes identifican que se trata de una profesión que tiene muy buena salida; quienes se deciden por la falsa creencia de que son unos estudios fáciles; quienes no saben realmente por qué se decidieron a elegirlo o lo hicieron sin convicción por acompañar a un/a amigo/a y finalmente quienes se tratan de desmarcar con frases tan recurrentes como “querer ayudar” o “salvar vidas”. Posiblemente hayan más razones, pero las que mayoritariamente identifico creo haberlas referido. Sin embrago, y descartando la vocación como principio y fin del argumento, pocas, muy pocas razones argumentan claramente la decisión adoptada desde una perspectiva de convencimiento por aquello que representa o supone el poder ser enfermera, más allá de la obtención del título que les acredita como tales. Y esto también tiene que ver con lo que transmitimos a la sociedad y, por tanto, a quienes puedan o quieran ser enfermeras por razones diferentes a las aludidas.

Llegados a este punto, la primera pregunta que me hago es si realmente esta heterogeneidad en cuanto a la elección de unos estudios que van a significar el futuro personal y profesional de estas/os estudiantes, su aportación al futuro desarrollo de la ciencia/disciplina/profesión de Enfermería y la calidad de la atención que las/os mismas/os presten a la población, sucede de igual manera en todos los estudios de Grado existentes en la Universidad. Y creo que realmente no es así, o cuanto menos no lo es en aquellos estudios que en mayor o menor medida tienen una relación más estrecha con los de Enfermería. Ni medicina, ni farmacia, ni fisioterapia, ni podología, ni odontología … tienen esa casuística de indefinición y de falta de sentimiento de pertenencia a la disciplina que se elige estudiar, entre otras razones porque todas ellas tienen una base tecnológica y un reconocimiento y valor social evidentes que las diferencia, al menos en teoría, de la Enfermería y que suelen incorporarse como elemento fundamental de atracción e identificación con lo que la misma representa.

Es cierto, que en algunos de los casos citados el mensaje que impregna toda la narrativa docente y que se traslada desde el inicio de los estudios al alumnado influye de manera determinante en la construcción de una clara y firme identidad corporativista, individualista y altamente competitiva que muchas veces se acompaña de una inmunización ideológica y dialéctica, preventiva contra otras disciplinas, como la enfermera.

No es mi intención ni pretendo convencer de que esta sea la manera de actuar para tratar de cambiar la actitud del alumnado con relación a su elección y a lo que significará su futuro profesional. Es más, la rechazo frontalmente, pero no por ello deja de ser una realidad que influye también en todo este proceso de desnaturalización al que me refiero.

Pero, centrándome en lo que pasa en nuestras aulas y dejando al margen, que no olvidando, lo que sucede en las de otras titulaciones, mi inquietud se centra en qué es lo que transmitimos, cuándo, cómo y de qué manera lo hacemos, con relación a lo que es y significa ser y sentirse enfermeras. Tengo la sensación, que nos limitamos, en muchas ocasiones, a los aspectos más formales, normativos, conceptuales, estandarizados … de los conocimientos que conforman los planes de estudio y su traducción en créditos como moneda de medida y fuerza, eliminando, por acción u omisión, aquellos que conforman la esencia, la filosofía, el espíritu, el alma, llamémosle como queramos, de la Enfermería, por no considerarlo prioritario, darlo por asumido o incluso entenderlo como inapropiado para la construcción de una profesión científica. Y esa actitud y probablemente también esa falta de aptitud para abordarlo, hacen que se diluya la identificación del sentimiento enfermero y prevalezca la perspectiva tecnológica que fascina finalmente al estudiantado.

Esto posiblemente, entre otras cosas, justifique la pobre asistencia de estudiantes a las clases de aquellas asignaturas en las que la técnica tiene un componente residual o secundario en sus contenidos. No puedo entender que en grupos de 75/100 estudiantes, en las asignaturas aludidas y dada que la presencialidad es voluntaria, la asistencia a clases no vaya más allá de 10 a 25 estudiantes en el mejor de los casos, pudiendo llegar a tener tan solo 2 estudiantes, según los grupos, sin que la razón, aunque pueda existir en algunos casos, sea la metodología docente empleada, pues paradójicamente en muchas clases repletas, la metodología utilizada es la de la clase magistral, si a leer diapositivas como si de un karaoke se tratase, se le puede denominar así. Ni tan siquiera obedece al/la docente que, pudiendo ser excelente, va a estar condicionado/a por la materia que imparta, lo que resulta verdaderamente triste. Pero claro, donde esté la deslumbrante atracción de una sonda, un catéter, una úlcera, una sutura o una maniobra lo demás queda desdibujado, oculto y sin valor. Por otra parte, esta desertificación de las aulas en las universidades de presencialidad docente, hasta ahora mayoritariamente públicas, da argumentos de peso para el crecimiento exponencial de universidades privadas. Naturalizar esta situación es una grave irresponsabilidad por parte de todas/os.

Es cierto que este es un mal que no tan solo afecta a Enfermería, pues ya son bastantes las voces que están alertando de tan decepcionante actitud estudiantil[2], pero cada cual ve el problema en su casa y tampoco se trata de un hecho aislado ni circunscrito a ciertas universidades. Lo que no nos puede ni debe hacer caer en el conformismo de la generalización del problema, pues ello tan solo se convierte en un consuelo aceptado desde la irreflexión que nos sitúa como estúpidos, tal como reza el refrán cuando dice, mal de muchos, consuelo de tontos.

Así pues, creo que, en Enfermería, estamos asistiendo a un momento de evidente crisis de fe. Si, de fe en lo que es Enfermería, lo que la identifica como ciencia y lo que la misma puede aportar de manera absolutamente diferenciada a la población con relación a otras profesiones. Y perdida la fe en aquello que se es, resulta muy difícil trasladar algo más que no sea una secuencia de procedimientos, técnicas, abordajes… sin conexión alguna con la aportación singular y específica de la ciencia enfermera y desde el paradigma enfermero propio, lo que acaba por desligarlos totalmente de ellos convirtiéndose en una mera referencia teórica sin que se logre dar sentido y consistencia científica a lo que realmente debería ser el valor de los cuidados enfermeros. Cuidados, por otra parte, que quedan en el plano de la abstracción, la nimiedad o la intrascendencia al no sentirlos como seña de identidad, ni trasladar lo que suponen y significan, siendo, finalmente, tan solo una etiqueta que trata, sin lograrlo, de dotar de Denominación de Origen a la Enfermería, cuando de hecho ya es una Denominación reclamada y exigida por muchos, aunque tan solo sea por intereses de imagen al margen, claro está, de lo que significan y aportan.

La desvalorización actual de la docencia en la Universidad, la focalización en una investigación impuesta, impostada e impostora a través de un régimen autocrático de publicaciones que acaba por alimentar un negocio editorial de proporciones escandalosas, el acceso de profesionales de muy diferentes disciplinas a la docencia que, como en Enfermería, requieren de una especificidad e idoneidad muy claras, las manifiestas condiciones de precariedad en las que se trabaja actualmente en la universidad y las dificultades de una carrera académica encorsetada, endogámica y casposa, suponen un rechazo por parte de las enfermeras a incorporarse a la universidad lo que deja espacio a que otras disciplinas ocupen el vacío dejado. Estas pueden ser algunas de las razones que avalen, aunque nunca justifiquen, todo lo hasta ahora comentado.

Sea como fuere, lo bien cierto es que existe una realidad de evidente deterioro en cuanto a la posición, el empoderamiento y el liderazgo de las enfermeras, que, desde mi punto de vista, tiene una génesis muy clara y determinante en la Universidad en donde se forman. Lo que sigue, ya lo estamos viendo y viviendo con angustia por parte de unas/os, de perplejidad por parte de otras/os, de rechazo por parte de unas/os pocas/os y de indiferencia por una mayoría silenciosa que nos aboca a la más absoluta intrascendencia.

Creo, sin embargo, que aún estamos a tiempo de retomar esta deriva y redirigirla en la dirección correcta. Pero para ello hace falta que analicemos, reflexionemos y hablemos para identificar cuáles son los déficits y cuáles las fortalezas, que nos den una oportunidad de salvar la amenaza que actualmente pende sobre la Enfermería y las enfermeras.

No intentarlo, es tanto como asumir nuestra muerte o, lo que es peor, nuestra permanente dependencia y subsidiariedad del sistema y de quienes lo controlan y manejan.

[1] Físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense. Se le considera el científico más importante, conocido y popular del siglo XX (1879-1955).

[2] https://www.elconfidencial.com/espana/andalucia/2023-02-22/profesor-universidad-cadiz-carta-frustracion_3580641/