NAVIDAD, SANIDAD Y CUIDADOS

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En esta segunda ola de la pandemia en la que cualquier medida restrictiva ya es cuestionada e incluso rechazada abiertamente, son muchos los que están pendientes de la Navidad.

Unos quieren saber si podrán disfrutar de las fiestas en compañía de familiares y amigos. Otros si podrán viajar. Están los que se interesan por las fiestas que podrán organizar. Los comerciantes temen no vender sus productos, sobre todo los de temporada como juguetes, turrones, alimentación en general, ropa… Pero, por si acaso, la iluminación navideña de las calles de pueblos y ciudades ya está lista para llenar de luz y color unas calles que no sabemos si podrán ser transitadas como de costumbre en esas fechas.

Mientras estos pensamientos impregnan los mensajes de una gran parte de la población, incluidos políticos y periodistas, la pandemia sigue su curso devastador y con él la tremenda presión sobre el sistema sanitario y sus profesionales. Pero parece que ahora lo verdaderamente importante es la NAVIDAD y no tanto la SANIDAD. Tan solo dos letras diferencian a una de la otra, pero son muchas las vidas que, sin embrago, marcan la diferencia entre ellas.

Navidad lo será todos los años, pero sin una Sanidad fuerte y de calidad muchos no podrán disfrutarla tal como se está reclamando, como si no existiese un mañana e incluso con manifestaciones en las que se exige una libertad que ellos mismos están atacando con su comportamiento salvaje, destructor y exento de coherencia y de conciencia ciudadana.

Pero parece como si todos los problemas de la Sanidad ya se hubiesen solucionado y lo importante sea ocuparse de la Navidad. Ya nadie repara en qué es lo que está pasando en Atención Primaria o en la Hospitalaria. Como si las Residencias de personas mayores ya no tuviesen riesgo alguno. Como si los profesionales ya no estuviesen agotados. Como si el sistema hubiese modificado su modelo de atención. Y, sin embargo, todo esto continua presente e incluso agravado por la situación actual.

Nadie cuestiona la dificultad de tomar decisiones en momentos de tanta gravedad. Pero esto no puede ni debe ser excusa para aparcar la imprescindible puesta en marcha de cambios en el Sistema Nacional de Salud que ha demostrado graves carencias a pesar de su supuesta excelencia y que recuerdo, ya existen documentos en los que se exponen claramente las mejoras necesarias y su prioridad. Otra cosa es que no se quieran hacer públicos por razones que desconozco, aunque pueda sospechar.

No se trata tan solo de infraestructuras o equipamientos que siendo importantes no logran modificar las deficiencias del sistema. Aunque parece que es lo único que les importa a determinados políticos que se apresuran en mandar construir mega hospitales en tiempo récord, aunque luego pretendan que sean los mismos profesionales que ya existen en otros centros quienes den cobertura al mismo en un ejercicio de indecente soberbia política y que supone un esfuerzo sobreañadido a los ya saturados profesionales.

El modelo sanitarista, asistencialista, medicalizado y hospitalcentrista del que disponemos se ha mostrado claramente ineficaz ante una pandemia como la que estamos padeciendo y que va mucho más allá de la asistencia a la enfermedad y el control de los contagios.

La salud es un concepto multidimensional que trasciende, quieran o no algunos, a la enfermedad. Y esta pandemia ha venido a demostrar que dicha percepción y su consiguiente respuesta en base a la misma no tan solo es fallida, sino altamente peligrosa para la salud comunitaria.

Basándose en este modelo las instituciones sanitarias han ejercido durante lustros un maltrato sistemático a los profesionales sanitarios en general pero muy concretamente a las enfermeras y a los cuidados profesionales que prestan y que nunca han sido institucionalizados al circunscribirlos exclusivamente al ámbito doméstico. Cuidados que la pandemia se ha encargado de identificar como imprescindibles y que quienes los denostaban ahora los reclaman.

La falta de enfermeras que desde hace mucho tiempo vienen denunciando las principales organizaciones internacionales, a las que nunca se ha prestado atención, ahora se hacen patentes y dejan al descubierto las consecuencias de tal desfachatez con el sistema sanitario y con la ciudadanía.

Además, las enfermeras están ya muy cansadas de tanto desprecio acumulado, de tanta falta de reconocimiento, de tanto ninguneo… por parte de políticos y gestores. Por lo tanto, o bien, deciden irse a otros países donde les reconocen e incentivan o bien se plantean seriamente abandonar su profesión.

Al mismo tiempo se está trasladando el discurso, interesado o fallido o ambos a la vez, de que el virus no entiende de clases sociales, económicas o culturales. Lo que no tan solo es falso, sino científicamente una aberración y socialmente un desprecio a una parte muy importante de la ciudadanía. La pandemia se ceba en colectivos vulnerados y en poblaciones vulnerables, tanto patológicamente como socialmente. Pretender hacer creer que todos somos iguales ante la COVID 19 es un insulto a la inteligencia y un desprecio a la ciencia y a la dignidad humana.

Precisamente esta diferencia es la que debe marcar la actuación de cualquier sistema de salud con el fin de dar respuestas equitativas que minimicen las diferencias de atención.

Llegados pues a este punto tenemos que pensar seriamente si exigir volver a casa por navidad es seguro o merece la pena esperar y reclamar ahora una sanidad que nos permita hacerlo en próximos años con total normalidad y contando con el número de enfermeras necesario para garantizar unos cuidados profesionales de calidad

ENFERMERAS COMUNITARIAS Y PANDEMIA

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PANDEMIAS Y VACUNAS

Llevamos siete meses de pandemia oficial en nuestro país y casi un año desde que se iniciase en Wuhan (China). La sorpresa y la incertidumbre han sido las compañeras de viaje del virus COVID 19. Nadie le eligió, ni le votó, ni le llamó… se presentó sin más y logró hacerse hueco, poco a poco, de manera silenciosa, aunque implacable, en la mayoría de países de nuestro planeta.

Los profesionales sanitarios, los de servicios esenciales, los científicos, los políticos y la propia ciudadanía fueron sistemáticamente burlados, atacados y desbordados por el virus que nadie conocía y que ya nadie desconoce.

Los contagios, la enfermedad, el confinamiento, la alarma, la incredulidad, la muerte… se mezclaban en un cúmulo de cifras, datos, estadísticas, muchas especulaciones y escasas certezas, que poco a poco fueron generando una red de desconfianza que ni los aplausos, ni las evidencias, ni las medidas sugeridas o impuestas, eran capaces de salvar para lograr la tan necesaria unidad de acción.

El tiempo, inexorable y relativo al mismo tiempo, corría demasiado para algunas cuestiones o se detenía de manera exasperante para otras, uniéndose al ataque vírico y marcando cronológicamente su aparente avance o parálisis.

La ciencia, por otra parte, trataba de encontrar respuestas al enigma que portaba el virus, mientras las interpretaciones, las conjeturas y los planteamientos iniciales se adelantaban a la falta de evidencias que permitiesen concretar las acciones adecuadas, tanto sanitarias como sociales.

La paciencia, procuraba contener la alarma, la inseguridad y la desconfianza, en un intento permanente por dar respuesta a los envites constantes de un virus que modificaba su comportamiento de manera continua.

Los medios de comunicación, intentaban contribuir a la información serena y veraz, pero sucumbían con frecuencia al espectáculo de la farándula pseudocientífica, dando rango de verisimilitud a bulos y mentiras interesadas.

La ciudadanía, diversa y expectante, obedecía las indicaciones de aislamiento y seguridad esperando la anunciada nueva normalidad, entre aplausos o caceroladas.

La política, convulsa e inestable, trataba de serenarse y asentarse para dar respuesta unitaria a la magnitud del ataque con medidas excepcionales y mensajes sin fisuras.

Pero el COVID 19, logró algo mucho más mortífero, si cabe, que su propia carga vírica. Logró que los profesionales se agotasen, que el tiempo luchase contra la paciencia, que la ciencia dudase de la evidencia, que los medios de comunicación se dejasen arrastrar por las audiencias, que la ciudadanía desconfiase de lo que se le indicaba y, sobre todo, que la política se dejase mancillar por aquellos políticos interesados en provocar un espectáculo de confrontación y de pulso permanente centrado en el oportunismo interesado, partidista y personal, que se aleja del interés común de la ciudadanía que asiste atónita al espectáculo y debilita su responsabilidad individual y colectiva ante los mensajes contradictorios, incoherentes y alejados de la evidencia científica de los políticos.

Así pues, a la pandemia de la COVID 19 se une otra pandemia que actúa como potenciadora de los efectos colaterales de la primera y que es mucho más nociva que la propia pandemia vírica.

La ignorancia, la mediocridad, la arrogancia, la incapacidad, la altanería, la soberbia, la intransigencia, el egocentrismo, la hipocresía y el cinismo, configuran una carga mortífera de irracionalidad, incoherencia, absurdidad, inconsistencia y patetismo que acompañan a los posicionamientos políticos desde los que, con total despropósito, quieren convencer a la ciudadanía de que pretenden tomar decisiones que les protejan de la pandemia. Lo que, por una parte, supone demostrar un desprecio absoluto por la inteligencia de la ciudadanía y, por otra, una total indiferencia por el bien común en favor del bien personal, aunque ello suponga poner en riesgo la salud comunitaria.

La reacción que esta situación genera, aunque ilógica e injustificable, es la del inconformismo reaccionario de la población que no tan solo cuestiona las medidas de protección, sino que incluso, las rechaza desde un posicionamiento negacionista a la lógica y la ciencia. Por su parte hay quienes aprovechando el desconcierto tratan de obtener el mayor rédito posible con peticiones que escapan a lo lícitamente exigible y entendible, pero que son acompañadas de manera interesada y oportunista por los mismos políticos reaccionarios que hacen uso de la justicia incorporándola como arma arrojadiza, no contra el virus, sino contra el que consideran enemigo político.

Esta especie política tan peligrosa y dañina no es exclusiva de nuestro país y, como el propio COVID 19, se extiende de manera muy preocupante por muchos otros estados que sufren similares posicionamientos políticos que se incorporan como verdaderas pandemias.

Ante la pandemia de la COVID 19, siempre vamos a tener la esperanza de que la ciencia logre hacerle frente y neutralizarla mediante la generación de vacunas o de otras acciones científicas.

Ante las pandemias coadyuvantes de esta y de otros posibles problemas de salud o sociales, tan solo nos queda la esperanza de que la democracia y la libertad puedan neutralizar, con la fuerza de los votos de la ciudadanía y el inconformismo basado en el pensamiento crítico y la coherencia social, a sus principales agentes nocivos, sustituyéndolos por políticos que centren sus esfuerzos en el bien común y no en el interés personal, mercantil o mediático.

Son vacunas diferentes, sin duda. Pero ambas son imprescindibles si realmente queremos vencer la intransigencia, el totalitarismo y el negacionismo de la libertad de quienes amparándose en la democracia la fagocitan y la destruyen para ejercer e imponer el poder exclusivo y excluyente y poner en riesgo la salud colectiva.

Es preciso identificar y asumir la importancia de vacunarse de ambas pandemias si queremos recuperar algún tipo de normalidad.

¿CUMBRE O CONTUBERNIO?

¿CUMBRE O CONTUBERNIO?

 

En pasados días se convocó una cumbre entre Sanidad-CCAA para analizar y poner solución a la ‘falta de médicos’.

No es un error, no, se reúnen los responsables de la Sanidad nacional y autonómica para valorar, no la falta de personal sanitario, no. La falta de médicos que parece ser es la única que preocupa y ocupa.

Es decir, en un país, como España, que está tres puntos por encima de la media de países de la OCDE en número de médicos por 1000 habitantes se está estudiando de urgencia la “falta de médicos.

En un país, como España, en el que la Conferencia de Decanos de las Facultades de Medicina y los Colegios profesionales de Médicos con su Consejo General al frente, impiden que se abran nuevas Facultades para formar a más médicos.

En un país, como España, que mantiene un sistema nacional de salud absolutamente medicalizado y sanitarista y en el que la enfermedad y el hospital son el foco casi exclusivo del mismo, desplazando a la salud y a la Atención Primaria que identifican como aspectos casi residuales que se mantienen más por imagen que por interés.

En un país, como España, en el que el envejecimiento, la cronicidad, la soledad, la discapacidad, la vulnerabilidad… que se van a ver agravados por los efectos colaterales de la COVID 19, y que generan un contexto de cuidados al que no se da la respuesta adecuada al centrarse fundamentalmente en los procesos agudos, olvidando la promoción de la salud, la participación comunitaria o la educación para la salud.

En un país, como España, que ocupa el número 28 de 36 países en el número de enfermeras por cada 1000 habitantes, con una diferencia de más de 3 puntos con la media de países de la OCDE y a más de 12 de Noruega que ocupa el primer lugar.

En este país, España, se convoca una cumbre para debatir sobre la falta de médicos.

Y en dicha cumbre se acuerdan tres ejes sobre los que trabajar: “Habilitar los aprobados MIR sin plazas; también a los médicos extracomunitarios, agilizando el proceso; y, ante necesidades justificadas y facilitar también la movilidad interniveles.

En este sentido también llaman la atención los ejes consensuados a los que se llega, parece ser, sin excesivo problema.

Digo que llama la atención porque, que se habiliten, como si de un indulto graciable se tratase, a quienes han aprobado la prueba de MIR sin que hayan obtenido plaza, cuando en Enfermería, por ejemplo, aún estamos, desde 2005, pendientes de que se resuelva una prueba extraordinaria que de acceso a la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria, a cerca de 40.000 enfermeras que lo han solicitado, o que las Residencias de personas adultas mayores sigan siendo el principal foco de contagio y muerte de la pandemia sin que se contraten a enfermeras especialistas de Geriatría, o que la salud mental siga estando bajo mínimos sin que se contraten especialistas de salud mental, o que en la mayoría de los territorios autonómicos sus respectivos servicios de salud aún no hayan creado plazas específicas de especialistas, o que no se hayan, ni tan siquiera establecido los criterios de acceso a las mismas… todo ello, en un contexto, como decía de cuidados, parece que no tenga mayor importancia y que no haga falta ninguna cumbe, ni tan siquiera reunión para abordarlo y darle solución como se da a los médicos.

Resulta paradójico, por no utilizar otra palabra, que se esté planteando la habilitación de médicos extranjeros o agilizando las gestiones para lograr la homologación de títulos, cuando se ha negado tal opción a enfermeras extranjeras residentes en España y con la homologación en proceso de resolución (hay que tener en cuenta que por término medio el proceso se demora un mínimo de 2 años), tal como solicitaron al ofrecerse incluso sin cobrar para colaborar en los peores momentos. Pero se ve que la única carencia es la de médicos.

Finalmente, el trasvase de médicos interniveles ya será la gota que colme el vaso del deterioro de la Atención Primaria. En este caso el hecho de que las enfermeras lo pudieran hacer, a pesar de los catastróficos efectos que dicha decisión ha tenido en los Equipos de Atención Primaria, puede haber sido el referente para aplicarlo con los médicos también. Así, a lo mejor, ya se acaba por demoler definitivamente la Atención Primaria, con trasvases de clínicos que aplicarán su paradigma sanitarista y asistencialista y reducirán a anécdota cualquier posibilidad de paradigma salutogénico.

Así pues, no salgo de mi asombro, o mejor dicho, de mi indignación, porque la capacidad de asombro ya hace tiempo que lograron colmarla, los decisores políticos apoyados de manera muy significativa por los medios de comunicación, en cuanto a las medidas que de tiempo en tiempo deciden adoptar siempre en beneficio de un colectivo que no de un Sistema, aunque este sea el de Salud en el que además de médicos, hay otros profesionales que cumplen con idéntica o mayor motivación y dedicación, si cabe, que los médicos, sin que nunca se repare en analizar, reflexionar, debatir y planificar sobre las necesidades de redimensión de las plantillas para adecuarlas a las necesidades reales de la población y no a las percibidas por un determinado colectivo que, haciendo uso del poder que han adquirido y que se les ha permitido, logran modelar la sanidad a su imagen y semejanza aunque ello no comporte mejoras en la salud de las personas, las familias y la propia comunidad.

Pero está visto que cualquier excusa es buena y esta, la de la pandemia, no podía dejarse escapar para dar respuesta a dichas demandas corporativas.

Mientras tanto las recomendaciones de los organismos internacionales en sentido diametralmente contrario a las decisiones que se están adoptando en España, siguen sin considerarse, ni tan siquiera contemplarse.

Y todo ello en el año Nursing Now.

Dedicarse a una parte, por importante que se perciba, olvidando el todo es algo que en sanidad y en salud va en contra, no ya, tan solo de la ciencia sino del propio sentido común, aunque lamentablemente sea el menos común de los sentidos.

Y aún pretenden que creamos que les importamos… Humilladas, olvidadas, ignoradas, invisibilizadas, sí, tontas no. No se equivoquen.

Llamar a esto cumbre es una broma de mal gusto. Mejor llámenlo como lo que es, un contubernio.

CUANDO LAS ENFERMERAS DEJEN DE SER UNA ANÉCDOTA

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Con la que está cayendo y parece como si nada pudiese cambiarse.

Ya sabemos que la pandemia, y concretamente el virus que la provoca, es desconocido y no muestra un comportamiento que permita identificar claramente cómo se manifiesta y, en consecuencia, cómo actuar contra él. Sabemos que la incertidumbre se incorpora como un elemento desestabilizador y una permanente amenaza en la toma de decisiones. Sabemos que las medidas de distanciamiento social y las mascarillas son las indicadas para, cuanto menos, contener la pandemia. Todo esto ya lo sabemos. Pero también sabemos que para hacer frente a este problema de salud global hacen falta más profesionales sanitarios. Y, sobre todo, hacen falta muchas más enfermeras dadas las ratios de enfermera por habitante que actualmente tenemos y que nos sitúan a la cola de los países de la OCDE.

Está bien que se soliciten esfuerzos, compromiso, sensibilización, responsabilidad, constancia, paciencia… por parte de todos para hacer un frente común a la situación que estamos viviendo desde hace más de seis meses. Está bien que se aplauda a los profesionales de la salud por su entrega y sacrificio. Está bien que se soliciten sacrificios compartidos. Todo esto está bien. Pero resulta absolutamente insuficiente.

Pero no es tan solo que resulte totalmente insuficiente, porque eso también lo sabemos, es que requiere de respuestas urgentes si lo que realmente se quiere es obtener resultados que vayan más allá de hacer más rastreos.

A nadie se le escapa los efectos que sobre la economía tiene esta pandemia. Pero si alguien pensaba que los mismos iban a solucionarse exclusivamente con ayudas, vinieran de donde vinieran, al empleo, la productividad, la sostenibilidad empresarial… la realidad ya ha dejado claro que no va a ser suficiente, no la cantidad de las ayudas, sino las ayudas en sí mismas. Porque mientras no se actúe de manera decidida en lo que realmente puede hacer frente a este problema de salud, es decir, aumentando el número de profesionales y reforzando las estrategias de intervención, fundamentalmente desde Atención Primaria, nada será suficiente.

Mientras se siga pensando que la solución pasa por hacer más rastreos, más hospitales de campaña, más intervenciones sanitaristas… y se siga negando la importancia de intervenciones comunitarias en las que participe de manera activa la ciudadanía para reforzar la sensibilidad a las medidas de contención, la reducción de la ansiedad y la incertidumbre que son fieles aliadas del alarmismo, la acción coordinada contra la vulnerabilidad, el seguimiento de las personas contagiadas y sus familiares, de manera coordinada con los servicios de salud, la pandemia seguirá generando olas que pueden llegar a convertirse en sunamis que nos arrastren y nos devasten.

Si además se sigue pensando que con el número de profesionales con los que actualmente cuentan los servicios de salud puede hacerse algo más que maquillar una situación de deterioro social como el que tenemos, lo que realmente se está pensando es que la población es tonta.

Lo verdaderamente urgente es contratar a más profesionales y sobre todo a más enfermeras que puedan liderar, como saben hacer, las intervenciones en la comunidad, que puedan coordinar los recursos comunitarios, que puedan articular la prestación de cuidados, que puedan controlar y gestionar las necesidades de salud en base a una priorización razonable y científicamente valorada, que puedan articular medidas de acción comunitaria para mejorar la información que se necesita y no la que actualmente se está dando de manera totalmente arbitraria, desordenada y muchas veces contradictoria, que puedan planificar respuestas de cuidados en un contexto de cuidados, que puedan favorecer la necesaria continuidad de cuidados entre los diferentes ámbitos de atención, que puedan dar continuidad a acciones imprescindibles como la atención a niños, adolescentes, mujeres, trabajadores, personas adultas mayores, cuidadoras familiares, personas con cronicidad, discapacidad, soledad, pobreza o en estado terminal… que han pasado a ser secundarios cuando no olvidados ante la falta de personal.

La OMS y muchos otros organismos internacionales vienen alertando de la falta de enfermeras. Carencia que, en nuestro país, que se dice del primer mundo y potencia económica de primer nivel, es vergonzosa, ocupando el puesto 28 de 36 países en número de enfermeras por habitante. Sin embargo tan solo se sigue insistiendo en la carencia de médicos para alimentar un modelo medicalizado que ha mostrado claras carencias en esta pandemia.

Mientras los discursos, tanto de políticos, gestores como de los medios de comunicación, sigan trasladando que el problema es tan solo médico y que lo que realmente hacen falta son médicos y punto. Mientras se siga con la irracional, injustificada, acientífica y torpe idea de que las decisiones en salud tan solo pueden ser adoptadas por profesionales de una única disciplina, la pandemia seguirá su carrera imparable como se está demostrando.

Dicen que la realidad siempre supera a la ficción. Y que una imagen vale más que mil palabras. Sin embargo parece que ni la realidad ni las imágenes que día a día nos deja dicha realidad, sean suficientes para que, quienes tienen la obligación de tomar las mejores decisiones, sigan generando ocurrencias, escenificando reuniones pacificadoras que no deberían ser necesarias, adoptando medidas sin rigor científico, haciendo de la incoherencia una constante, culpabilizando a grupos vulnerables de las causas de aquello que no son capaces de resolver, incorporando el victimismo lastimero y pusilánime como única respuesta y clara muestra de su incapacidad y mediocridad, haciendo de la inmovilidad y la ambigüedad sus principales compañeras en la toma de decisiones, en definitiva haciendo gala de su desprecio a la inteligencia y al sentido común de una población que está viendo con desesperación, no exenta de indignación, como se derrumba su normalidad y la que le prometieron como nueva y alimentando el negacionismo de ciertos sectores reaccionarios.

Por una vez y, en este caso, sirviendo de precedente, contraten más enfermeras, no sigan cerrando centros de salud para construir hospitales de campaña, confíen en la población y su aportación, en lugar de mandarles obedecer tan solo, no sigan utilizando al ejército para tapar las carencias existentes… y, sobre todo, dedíquense a trabajar con y para la ciudadanía y no utilizándola para su beneficio.

Cuando hablar de enfermeras deje de ser para ustedes una anécdota, un esfuerzo y un reclamo oportunista y las incorporen como profesionales indispensables en sus pensamientos, planteamientos y decisiones, se darán cuenta que, entonces, empiezan a funcionar mejor las cosas. Hacerlo no duele, no genera efectos secundarios y además se obtienen beneficios en salud a un coste mucho menor de lo que están ustedes acostumbrados a gastar con el dinero de todos.

Pero háganlo pronto porque ni somos heroínas ni magas. Tan solo, o, sobre todo, somos profesionales de los cuidados que requieren las personas, las familias y la comunidad, además de la vacuna cuando llegue.

LA MODA

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COVID19 Y MEDIOCRIDAD

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ENTRE EL RISK Y LA ESCENA

CULPABLES

En la «nueva normalidad» empiezan a aparecer chivos expiatorios en quienes poder dirigir todas las miradas, e incluso las iras, de culpabilidad hacia los mismos, haciéndoles responsables de una situación preocupante y muy alejada de cualquier normalidad.

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LA MUERTE TENÍA UN PRECIO

Nadie pudo prever que tuviésemos una pandemia de la magnitud como la que estamos padeciendo. Mucho menos aún pensamos nunca que la muerte se iba a cebar de la manera que lo está haciendo con la población mundial. Y jamás hubiésemos imaginado que la parca eligiese a los profesionales sanitarios como compañeros tan deseados de tan indeseable viaje.

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