FACTORES DE RIESGO, AGENTES PATÓGENOS, DETERMINANTES DE SALUD Y ACTIVOS DE SALUD. No están todos los que son, aunque si son todos los que están.

“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.

Groucho Marx[1]

 

“Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante.”

Ryszard Kapuscinski[2]

 

Los determinantes del estado de salud de la población, abarcan desde factores ambientales, biológicos, conductuales, sociales, económicos, laborales, culturales y, por supuesto los servicios sanitarios como respuesta organizada y especializada de la sociedad para prevenir la enfermedad y restaurar la salud[3].

Ya en 1974 el ministro canadiense de salud, Marc Lalonde, desarrolló un modelo, aún vigente, según el cual existen cuatro grupos de factores que condicionan la salud comunitaria: El Medio Ambiente, los Estilos y Hábitos de vida, el Sistema Sanitario y la Biología Humana[4].

Más recientemente se establece la influencia de los determinantes sociales de la salud, identificados como las circunstancias en que las personas nacen, crecen, viven, trabajan y envejecen, incluido el sistema de salud. Esas circunstancias son el resultado de la distribución del dinero, el poder y los recursos a nivel mundial, nacional y local, que depende a su vez de las políticas adoptadas[5].

Estos enunciados teóricos que la mayoría conocemos y que muy pocos, lamentablemente, aplicamos, explican la mayor parte de las inequidades en salud, esto es, de las diferencias injustas y evitables observadas en y entre los países en lo que respecta a la situación de salud y, a pesar de ello, no tan solo se mantienen dichas diferencias, sino que se acrecientan.

Sin embargo, ni en los determinantes de salud ni en los sociales de la salud se identifican algunos factores que, sin embargo, a mi modo de ver, tienen especial influencia en la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Porque ni la política ni las/os políticas/os, a través de sus políticas, ni el periodismo, ni las/os periodistas a través de los medios de comunicación, se identifican de manera clara como determinantes de salud.

Trataré de explicarme. La política y el periodismo, como el medio ambiente o la biología, no determinan por si mismas nada. Este es, de inicio, un aspecto importante. Porque quienes determinan, influyen o condicionan en la salud son quienes manejan, manipulan o gestionan la política, el periodismo, el medio ambiente o la biología. Esta forma abstracta y genérica de establecer relaciones causales tan solo oculta la responsabilidad de quienes son verdaderos responsables de los efectos nocivos que sobre la salud tienen sus decisiones en relación a la política, el periodismo, el medio ambiente o la biología.

En el caso concreto de la política y el periodismo parece, sin embargo, que cualquier cosa que hagan las/os políticas/os y periodistas es aceptada por contar con el supuesto privilegio de la inmunidad política, para unos, o la libertad de prensa, para otros.

No es mi intención cuestionar ni lo uno ni lo otro. Pero, lo que nadie o casi nadie, discute es la utilización interesada y oportunista que de ambos se hace en determinados momentos por parte de algunas/os.

Este escudo protector de la inmunidad en el que se amparan las/os políticas/os, en nuestro país alcanza proporciones mucho mayores en cuanto al número de ellas/os a quienes protege, con relación a otros países de nuestro entorno. A lo que hay que añadir la ausencia de responsabilidades reales por las decisiones que toman, más allá de una poco probable dimisión o de un terapéutico cese para el partido que lo acoge, como forma de exculpación colectiva para no asumir como propio el error o delito cometido por su representante. Como consecuencia, las/os políticas/os influyen de manera muy significativa en la salud de personas, familias y comunidad con sus decisiones. De tal manera que podemos decir que realmente actúan como verdaderos determinantes sociales de la salud, aunque no aparezcan explícitamente en los esquemas, figuras, gráficos, programas o guías que al respecto se elaboran.

Su inclusión podría establecerse como un determinante propio que influye en la salud comunitaria, directamente y de manera aislada del resto de determinantes ya identificados, o bien como componente fijo de cualquiera de los determinantes sobre los que actúan a través de sus decisiones que son el principal detonante de las consecuencias que provocan. Por lo tanto, el detonante del medio ambiente, por ejemplo, no lo sería tanto este, como determinante identificado, sino las decisiones que sobre el mismo toman las/os políticas/os provocando consecuencias que repercuten en la salud comunitaria, aunque quien aparezca como determinante, no sea quien desencadena el daño, el/la político/a, sino que es el medio ambiente sobre quien actúa. Pero la inmunidad política, bien sea real o normativa o bien consentida por tradición, actúa no tan solo como eximente de la culpa sino incluso como repelente de la misma y de las consecuencias que sus decisiones ocasiona, lo que es identificado por la población como indecente, aunque lo acepta y tolera como algo consustancial a la acción política, lo que no deja de ser un síntoma más de la afección que sobre la salud comunitaria e incluso democrática ejerce.

Por su parte, las/os periodistas, no la totalidad evidentemente, en su labor informativa y amparados y protegidos por la libertad de prensa, que no de expresión, difunden a través de los medios a los que pertenecen informaciones que no siempre se ajustan a los exigibles, necesarios y deseables parámetros de transparencia, imparcialidad y objetividad, lo que acaba por contaminar su contenido y este a su vez a la población que la consume con consecuencias evidentes sobre la salud comunitaria, lo que convierte a los medios de comunicación a través de las/os periodistas que los nutren en un determinante de salud fundamental que al igual que en el caso anterior no se sabe bien si lo son por si mismos o se comportan como tales por efecto de quienes los nutren, es decir, las/o periodistas.

En cualquier caso, lo bien cierto es que tanto políticas/os como periodistas pueden ser identificados como determinante de sociales de salud, aunque no es menos cierto que también lo pueden ser como factores de riesgo desde una perspectiva más preventivista dado que generan también situaciones que aumentan las probabilidades de que personas, familias o comunidad se vean afectadas por problemas de salud.

Aunque tampoco es descartable que actúen como agentes patógenos que desencadenan directamente problemas de salud o los potencian, generando incluso resistencias a los posibles tratamientos para combatirlos.

Estamos pues ante un panorama en el que tanto políticas/os como periodistas se sitúan en una posición patogénica evidente. Los primeros porque con sus decisiones favorecen, desencadenan o potencian la enfermedad relacionada con pobreza, desigualdad, inequidad, vulnerabilidad, educación, sanidad, empleo, precariedad… a través de decisiones que lejos de promocionar, generar o mantener espacios saludables, contribuyen a que los determinantes sociales de salud refuercen su influencia negativa sobre la salud comunitaria o que se conviertan directamente en factores de riesgo o agentes patogénicos que contribuyen a mantener una sociedad enferma.

Los segundos porque con los sesgos, alarmas, sensacionalismos, subjetividad… incorporada a la información que difunden, alimentan la incertidumbre y la inseguridad de la población, con efectos claros sobre la salud comunitaria.

Ambos, porque situarse por encima de la ciencia y lo que la misma dicta en base a evidencias, priorizando intereses políticos o periodísticos, además de inmoral es muy peligroso.

La combinación de ambos, políticas/os y periodistas, articulados por ideologías e intereses partidistas y comerciales logra efectos muy nocivos para la salud comunitaria y de muy complicado tratamiento, llegando a provocar la cronicidad de muchos de los problemas de salud que contribuyen a desarrollar e incorporar en la sociedad.

Los intentos de cambiar a una posición salutogénica, es contemplada, en la mayoría de los casos, como una anécdota, voluntarista y débil a la que no se apoya o incluso se combate para que no logre su propósito saludable que es contemplado por ambas partes como algo que ensalzan en sus discursos o informaciones, pero que raramente se ve traducido en acciones reales de promoción de la salud real.

Estamos pues ante un panorama ciertamente desalentador que contagia a la sociedad provocando en la misma, pasividad, inmovilismo, conformismo, desilusión, individualismo, rechazo, confrontación, radicalismo… que es aprovechado por grupos políticos, apoyados y proyectados muchas veces por grupos mediáticos y que influye en la salud comunitaria de una manera clara.

Resulta imprescindible, por tanto, que se lleven a cabo intervenciones destinadas a la sensibilización, interiorización y convicción sobre las repercusiones que, determinadas decisiones políticas y la difusión de información, tienen sobre la salud de las personas, las familias y la comunidad y su acción promotora de salud.

No se trata de generar injerencias en la política ni en los medios. No se pretende manipular a políticos o periodistas. Lo que se plantea es un trabajo intersectorial, participativo y transdisciplinar a través de una Educación para la Salud capacitadora que logre la alfabetización en salud de la población, facilitando la toma de decisiones compartida entre todos los agentes de salud sociales y no tan solo de las/os profesionales de la salud, ni de las/os políticas/os o las/os periodistas.

Todas/os tenemos que incorporar el respeto, la humildad y la generosidad como elementos fundamentales que regulen las decisiones y la información de tal manera que actúen desde una perspectiva salutogénica para cambiar la percepción de toxicidad que se tiene tanto de políticas/os como de periodistas y que se puedan modificar para identificar como Activos de Salud que faciliten la generación de entornos saludables.

Si como determinantes sociales de salud que, desde mi punto de vista son, fuesen capaces de modular sus acciones para adaptarlas a la realidad social sin que ello quiera decir que tengan que renunciar a la crítica, el debate, la reflexión, la diversidad ideológica… pero huyendo de la confrontación innecesaria, la descalificación, el revanchismo, el alarmismo, el sensacionalismo, la demagogia, la imposición ideológica, el radicalismo, la violencia dialéctica, el odio… la influencia que podrían tener en la salud comunitaria sería de tal calibre que los resultados en salud superarían a los efectos adversos de muchos determinantes, factores de riesgo e incluso agentes patógenos.

Una visión tan global, integral, integrada e integradora, centrada en los cuidados como elemento universal de fomento y mantenimiento de la salud, es una visión enfermera que justifica la permanente demanda trasladada desde la OMS para que las enfermeras se incorporen en puestos de responsabilidad y toma de decisiones reales y contrarresten las permanentes políticas de salud sin salud para transformarlas en salud en todas las políticas.

El abordaje de la salud comunitaria desde la patogénesis tan solo puede generar sociedades patógenas. La información derivada de dicha patogenia, a su vez, tan solo puede contribuir a difundir el contagio y a provocar pandemias globales de hipocondría social en el mejor de los casos y de cronicidad social patológica en el peor de los escenarios.

Seguir identificando a las enfermeras como meros y exclusivos recursos humanos a los que utilizar para los espurios intereses de unos u otros utilizando para ello el halago fácil, engañoso y lesivo, es una inmoralidad, un fraude y una clara prevaricación social que tan solo contribuye a la enfermedad.

Tenemos la mejor vacuna posible para combatir esta terrible pandemia político-informativa. El problema estriba en saber cómo, cuándo y dónde utilizarla, de tal manera que logre la inmunización comunitaria que se requiere. Otra cosa es que haya intereses para seguir manteniendo la enfermedad como objetivo por encima de la salud y que mantener sanos a los sanos no sea la prioridad política ni informativa que interesa a quienes toman decisiones y generan información.

Las enfermeras, mientras tanto, seguirán aportando conocimiento, ciencia, competencias, cuidados y salud a las personas, familias y comunidad a través de sus principales principios activos, los cuidados profesionales.

Sin duda no están todos los que son, pero si que son todos los que están y eso hay que remediarlo si queremos tener una sociedad saludable. ¿Nos ponemos a ello?

[1] Actor y cómico norteamericano.

[2] Periodista, escritor, ensayista y poeta polaco.

[3] De La Guardia Gutiérrez Mario Alberto, Ruvalcaba Ledezma Jesús Carlos. La salud y sus determinantes, promoción de la salud y educación sanitaria. JONNPR [Internet]. 2020 Ene [citado 2021 Mayo 21]; 5(1): 81-90. Disponible en: http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2529-850X2020000100081&lng=es.  Epub 29-Jun-2020.  https://dx.doi.org/10.19230/jonnpr.3215.

[4] Organización Mundial de la Salud. Salud en las Américas. Capítulo 2 Determinantes e Inequidades en Salud. Ginebra: OMS; 2012. Disponible en: https://www.paho.org/salud-en-las-americas- 2012/index.php?option=com_docman&view=download&category_slug=sa-2012-volumen-regional-18&alias=163-capitulo-2-determinantes-e-inequidades-salud-163&Itemid=231&lang=en [Links]

[5] https://www.who.int/social_determinants/es/

ALGO MÁS QUE SIMPATÍA El VALOR de los cuidados profesionales enfermeros

“Eres muy poderoso, siempre que sepas lo poderoso que eres”.    

Yogi Bhajan[1].

 A quien cuidando profesionalmente a los demás cuida la enfermería.

En un reciente estudio publicado en The Lancet[2] se concluía que contar con una proporción mayor de enfermeras por paciente reduce la mortalidad hasta en un 11% y lo hace con un menor coste.

Puede que alguien considere que un 11% de reducción de la mortalidad tampoco sea para tanto. Pero eso, en todo caso, se lo tendrían que preguntar a quienes han logrado sobrevivir gracias a los cuidados profesionales enfermeros. Hacerlo tan solo desde un análisis centrado en la perspectiva cuantitativa de unos datos numéricos, que ignora la visión cualitativa de las emociones, las vivencias, los sentimientos… que van más allá del frío manejo de cifras para situarse en el resultado en salud, que es básicamente el resultado vital de los citados cuidados prestados, incorpora sesgos evidentes que anulan o desprecian la importancia de los mismos y de quien los presta.

Sin duda estudios como este o como los de otras importantes investigadoras enfermeras como la Dra. Aiken[3], ponen de manifiesto, a través de evidencias científicas, la importancia de dotar de un número adecuado de enfermeras a los servicios de salud y de que estas, además, tengan una excelente formación, generando un gran impacto en la salud de la población. Impacto que no tan solo se circunscribe al ámbito hospitalario y a los pacientes críticos, sino a cualquier contexto de atención, tanto en personas sanas como enfermas, entre los que cabe destacar la Atención Primaria, tal como concluye el Dr. Del Pino[4].

Desde Florence Nightingale[5], son muchas las enfermeras que realizan importantes investigaciones que avalan la validez y la aportación específica enfermera a la salud. Y ello a pesar de que hay quienes hacen del descrédito hacia ella su principal discurso “enfermero”, en una muestra más de cainismo disciplinar absurdo y, sobre todo, negativo para la Enfermería, que esperemos no se convierta en un modelo a seguir.

Son muchas las veces y las voces que las enfermeras hemos trasladado a las instituciones sobre la necesidad de adaptar las famosas y tan poco consideradas ratios que relacionan el número de ciudadanas/os con el número de enfermeras contratadas y por tanto prestadoras potenciales de cuidados profesionales. Finalmente, como sucede con las investigaciones cuantitativas los datos tan solo aportan números que suelen ser interpretados de manera muy parcial por parte de quienes deben tomar decisiones, al no considerar en esta relación, por ejemplo, las necesidades de cuidados, la marginalidad, la vulnerabilidad, la edad… entre otras muchas variables que deberían ser las que determinasen la asignación de enfermeras como tales y no desde la consideración que, desde la fría relación numérica, les convierte tan solo en recursos humanos. Contando con que ya no se establezcan en base al número de médicos como se ha venido haciendo en un claro e incomprensible despropósito que sitúa la subsidiariedad como criterio de asignación.

Las evidencias, las pruebas, son permanentemente reclamadas como argumento fundamental para cambiar las cosas. Siempre se dice, lógicamente, que tan solo con datos científicos contrastados puede darse respuesta a lo que se dice desde una perspectiva más emocional que racional.

Sin embargo, cuando son tantas, tan importantes, tan potentes, tan trascendentes, tan fundamentadas, tan rigurosas… las evidencias que ponen en evidencia el insuficiente número de enfermeras para lograr resultados en salud satisfactorios y tantas las voces de organismos internacionales que trasladan este mismo mensaje a las autoridades de todos los países, cabe preguntar a las/os decisoras/es que siguen sin apostar por los cuidados profesionales enfermeros, por razones que tan solo ellas/os saben, aunque muchas/os sospechemos, ¿por qué siguen sin hacer caso a dichas pruebas y peticiones? ¿por qué tan solo se limitan a lanzar discursos tan falsos como edulcorados? ¿por qué no tan solo obvian las evidencias, sino que incluso las manipulan con argumentos peregrinos y disuasorios? ¿por qué ni tan siquiera la realidad que se vive día a día y que refuerza las evidencias es tenida en consideración? ¿por qué siguen fascinados con la tecnología como única respuesta a las necesidades de salud? ¿por qué se empeñan en ignorar la aportación de los cuidados profesionales? ¿por qué no identifican la aportación singular de las enfermeras?

La verdad es que resulta complicado responder a estas cuestiones cuando todo indica que lo más razonable, lo que realmente sería de sentido común, lo que conllevaría una mejor eficiencia en un contexto mercantilista y competitivo como el que vivimos… sería adaptar los modelos organizativos de las instituciones a las evidencias científicas aportadas, en las que se demuestra la necesidad de incorporar más enfermeras y mejor formadas. Además de tener en cuenta que los cuidados profesionales, como realidad compleja, no lineal y en evolución, requieren de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, que parece no se está en disposición ni existe voluntad política de conceder.

La realidad es muy tozuda y nos sitúa siempre en idéntico escenario de precariedad y de carencia. Ello hace que, cuanto menos, se generen dudas en torno a si también existen diferentes clases de evidencias en función de quién las genere y publique, a pesar de que el rigor de las mismas sea idéntico o mayor y sean publicadas en revistas de igual o mayor impacto que las de otras disciplinas, que es lo que parece ser determinante. Es decir, que las evidencias que generan y hacen referencia a las enfermeras también tengan un nivel A2 como lo tiene la consideración laboral, a pesar de compartir idéntico nivel académico que el resto de disciplinas. Parece que se haya instalado la máxima de que “siempre ha habido clases” y no se está por la labor de que desaparezcan.

Imagino que, si se preguntase a las/os decisoras/es en este sentido, sucedería lo mismo que cuando alguien pregunta a la población en general, si se considera machista, racista u homófoba, la respuesta será de negación absoluta. Pero lo bien cierto es que sigue habiendo machismo, racismo y homofobia, como sigue habiendo una clara discriminación negativa con relación a las enfermeras, lo que además de afectar a las propias enfermeras, afecta de manera directa y fundamentada a la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Ante este panorama tan desalentador como real, lo que tenemos que hacer las enfermeras es seguir demostrando que nuestros cuidados profesionales son imprescindibles para promocionar la vida, mantenerla y recuperarla. Es cierto que, como suele suceder siempre, las enfermeras debemos demostrar más que ninguna otra disciplina la validez, eficacia y eficiencia de nuestra aportación. A otras disciplinas se les da por supuestas por el simple hecho de realizarlas desde las mismas. Recuerdo que, cuando existía el servicio militar obligatorio, en el apartado VALOR de la cartilla militar, se ponía de manera estándar la respuesta de “Se le supone”. Pues con el VALOR de las aportaciones en salud, menos para las enfermeras a quienes se exige demostrarlo sistemáticamente, al resto de disciplinas se les supone de manera automática y estándar.

A las evidencias ya descritas y fundamentadas, hay que añadir las que la pandemia está dejando al descubierto. No se trata de percepciones, de experiencias, de sentimientos y emociones tan solo, que también. Se trata de las evidencias, no tanto estadísticas como vivenciales, que las personas, las familias y la propia sociedad en su conjunto, están aportando con sus relatos. Relatos de cercanía, acompañamiento, solidaridad, escucha, cuidado, empatía, relación de ayuda… que les han aportado vida o que han contribuido a afrontar el sufrimiento, el dolor e incluso la muerte y que no dejan de ser evidencias o pruebas, aunque no vayan acompañadas de un chi cuadrado.

Se trata de evidencias en forma de innovación. Innovación que no aporta nuevas y sofisticadas tecnologías, complejas intervenciones, algoritmos imposibles… pero que reportan seguridad, tranquilidad, serenidad, calor, humanidad… a través de la imaginación, la complicidad, la eficaz y eficiente utilización de recursos… que logran transmitir a las personas afectadas y sus familias algo tan vital como lo es el oxígeno o un fármaco. La voz de un familiar, la imagen de un ser querido, la simulación de un contacto permanente… que a través de innovadoras propuestas han logrado efectos terapéuticos que han permitido afrontar y superar la enfermedad, minimizando la soledad, el aislamiento, la tristeza, la ansiedad, la alarma…

Evidencias que no por el hecho de ser producto de vivencias y no de la correlación de variables estadísticas tienen menos valor. Evidencias que se basan en resultados de salud, vida y esperanza, que no pueden cuantificarse nunca, pero que pueden sentirse siempre.

Ignorar pues estas evidencias, es tanto como despreciar los sentimientos por entender que no son producto del racionalismo causal que impregna e invade el actual modelo del sistema sanitario patriarcal asistencialista, paternalista, tecnológico y medicalizado, impidiendo cualquier perspectiva que no encaje en dichos parámetros caducos y claramente insuficientes para dar respuesta a las necesidades de la población, aunque luego quieran disfrazar la realidad con falsas y demagógicas campañas, porque ni tan siquiera son estrategias, de humanización, que es tanto como reconocer tácitamente que estamos en un modelo claramente deshumanizado.

Ante esta perspectiva, y siempre desde la necesidad de ver el vaso medio lleno, en lugar de medio vacío, se impone la necesidad, el pragmatismo, la coherencia, del liderazgo indiscutible de los cuidados profesionales. No queda otra.

No asumir, interiorizar, creer y poner en práctica dicho liderazgo nos aboca a una irremediable pérdida de identidad y especificidad enfermera de los cuidados profesionales. Al acecho van a estar, están ya de hecho, grupos interesados por lograr, no el cuidado, no nos equivoquemos y nos dejemos equivocar, sino el prestigio, la referencia y el reconocimiento que otorga el mismo. Lo que debemos tener claro es que el cuidado profesional es muy difícil, por no decir imposible, de colonizar y que quien, supuestamente lo haga, no podrá nunca dotarlos de la especificidad y calidad de los cuidados profesionales enfermeros. Esto no es un consuelo, ni yo trato de trasladarlo como tal. Se trata, básicamente, de constatar que, si no los lideramos las enfermeras, los cuidados podrán seguir denominándose como tales, pero sin duda no serán nunca cuidados enfermeros y, por tanto, no tendrán los efectos terapéuticos que las evidencias, tanto científicas como sociales, tienen. En demasiadas ocasiones sobrevaloramos lo que no somos y subvaloramos lo que somos[6].

Falta saber si las instituciones sanitarias, la sociedad y las propias enfermeras están dispuestas a que esto suceda.

Las instituciones deben tener claro que a pesar de los cantos de sirenas que puedan llegarles desde grupos muy concretos con intereses disfrazados de profesionalidad y ganas de crecimiento, el resultado de no apostar, defender y reforzar el cuidado profesional enfermero de las enfermeras siempre irá en contra del propio sistema de salud que dicen querer defender con su gestión.

La sociedad por su parte, una vez ha identificado el VALOR de los cuidados profesionales de las enfermeras debe exigirlos y negarse a que desaparezcan o caigan en manos de quienes no tienen ni la competencia ni la capacidad para prestarlos.

Por último, las enfermeras tenemos que defender, justificar y avalar los cuidados profesionales que prestamos con más pruebas científicas y con una apuesta clara, seria, sincera y decidida por trasladar con rigor, pero también con convicción la indiscutible asociación de cuidados profesionales y enfermeras que es la única capaz de garantizar su calidad y calidez. La simpatía puede ser importante, pero no imprescindible. No caigamos en el error de pensar que, siendo simpáticas, como algunos quieren hacer creer, es suficiente.

Pero, sobre todo, tenemos que creer que seremos tan valiosas para los demás como lo somos para nosotras mismas[7], nunca nos conformemos con menos de lo que merecemos, para lograr alcanzarlo.

 

[1] Yogui y maestro espiritual, y empresario indio, fundador de la organización no gubernamental 3HO y maestro del estilo de yoga kundalini yoga.

[2] McHugh MD, Aiken LH, Sloane DM, Windsor C, Douglas C, Yates P. Effects of nurse-to-patient ratio legislation on nurse staffing and patient mortality, readmissions, and length of stay: a prospective study in a panel of hospitals. The Lancet 2021; published online 11 May

[3] Aiken LH, Sloane DM, Bruyneel L, Van den Heede K, Griffiths P, Busse R, Diomidous M, Kinnunen J, Kózka M, Lesaffre E, McHugh MD, Moreno-Casbas MT, Rafferty AM, Schwendimann R, Scott PA, Tishelman C, van Achterberg T, Sermeus W; RN4CAST consortium. Nurse staffing and education and hospital mortality in nine European countries: a retrospective observational study. Lancet. 2014 May 24;383(9931):1824-30. doi: 10.1016/S0140-6736(13)62631-8. Epub 2014 Feb 26. PMID: 24581683; PMCID: PMC4035380.

[4] Pino Casado R. La enfermera como primer contacto para la atención a pacientes con enfermedades leves de atención primaria [Venning P, Durie A, Roland M, Roberts C, Leese B. Randomised controlled trial comparing cost effectiveness of general practitioners and nurse practitioners in primary care. British Medical Journal 2000; 320:1048-1053]. Index de Enfermería, 2002; XI (38):66-68.

[5] En este sentido recomiendo la conferencia “Regreso al futuro: mensajes de Florence para las enfermeras de hoy”, impartida por Mª Paz Mompar en el Colegio de Enfermería de Albacete el pasado día 14 de mayo http://youtu.be/7fvVuyIbq2w

[6] “Demasiadas personas sobrevaloran lo que no son y subvaloran lo que son”. Malcolm S. Forbes.

[7] “Serás tan valioso para los demás como lo has sido para ti mismo”. Marco Tulio Cicerón.

EL DÍA DESPUÉS DEL DÍA INTERNACIONAL. La importancia de llamarse enfermera.

Las ideas se tienen, las creencias se son.

                        Ortega y Gasset.

 

A todas las enfermeras que se sienten orgullosas de serlo, identificarse y denominarse como tales

 

 

–           Buenos días, por favor quisiera hablar con arquitectura para que me hagan un proyecto para construir mi casa.

–           Perdón, ¿cómo que quiere hablar con arquitectura? En todo caso será con algún arquitecto.

–           Bueno, pues eso, es lo mismo ¿no?

–           Me temo que no.

Esta ficticia conversación que parece un despropósito y que podemos trasladar a cualquier ámbito disciplinar como farmacia, medicina, biología, filosofía, podología, historia… se reproduce de manera sistemática con las enfermeras. Es decir, nos ocultan y nos ocultamos muchas veces tras la disciplina, Enfermería, como si nombrarnos como enfermeras tuviese efectos nocivos para la salud.

Aunque son múltiples las razones que inciden e inducen a esta denominación extraprofesional tan singular como anómala, me voy a circunscribir a reflexionar tan solo sobre algunas de ellas por entender que es importante que tratemos de identificar que, más allá del error semántico que se comete, las consecuencias del mismo provocan efectos colaterales relevantes que trascienden a la mera denominación.

En primer lugar, quisiera destacar el hecho de la utilización del genérico femenino, enfermeras para nombrarnos e incluso la denominación individual que como enfermera se utiliza con independencia del sexo de quien lo haga.

En este sentido cabe destacar un reciente artículo titulado “Identidad femenina, la emergencia de nuestro tiempo”, en el que María Calvo Charro, profesora de Derecho Administrativo en la Universidad Carlos III de Madrid y defensora de la educación segregada acusa al feminismo de implantar el concepto de que «para ser una mujer moderna, es preciso liberarse del yugo de la feminidad, en especial de la maternidad» y que «La mujer equilibrada es aquella que, sin renunciar a su ineludible huella psico-materna (materializada o no) desarrolla su vertiente erótico-femenina, que valora la masculinidad y se deja complementar por ella, sabiendo que la alteridad es fundamento esencial para el equilibrio propio y de la descendencia». Es cierto que más allá de la adhesión o rechazo individual que dichos argumentos provoquen, lo que realmente me preocupa es que sea así como define el Colegio de Médicos de Madrid a la mujer ‘equilibrada’ actual, una mujer «más libre y feliz», en un texto publicado en el último número de su revista[1].

Tales posicionamientos y los apoyos realizados por parte de un Colegio profesional como el de médicos de Madrid con una proporción del 70% de mujeres entre sus colegiados, pero con una junta directiva en el que tan solo hay tres mujeres, son los que inducen a pensar y a reforzar el hecho de que estamos insertos en una cultura en la que el prototipo y el modelo a seguir en la gran mayoría de los casos es el impuesto por el modelo biomédico (varón) y por lo tanto y con independencia del sexo de quienes componen la disciplina médica, su comportamiento es masculino. El problema, sin embargo, no es la masculinidad sino la deriva machista a la que puede conducir la misma y que se sustenta en planteamientos como los expuestos y por el apoyo explícito de la propia clase médica como patrón de normalidad y de réplica para sus miembros.

Lo expuesto, por tanto, genera efectos que no tan solo se circunscriben al escenario médico, sino que trascienden al mismo provocando que las diferencias con dicho modelo tiendan a interpretarse como fallos o carencias de las enfermeras (mujeres). Ante esta realidad, automáticamente tratamos de ocultar nuestra identidad refugiándonos en la supuesta y aparente neutralidad de la disciplina, Enfermería. A ello hay que añadir los efectos en nuestro proceso de socialización que provocan que se nos prohíban, sutil y sistemáticamente, experiencias que implican autorreconocimiento, experimentación y enfrentar dificultades, lo que repercute de manera directa y demoledora en nuestra autoestima profesional, ya que nos cuesta mucho valorarnos.

Como consecuencia de todo lo expuesto hasta ahora y dada la gran influencia del colectivo médico y su modelo, tanto en el sistema sanitario como en la sociedad, sus aportaciones son, no tan solo reconocidas y valoradas, sino identificadas como actos casi divinos o mágicos atribuidos y personalizados en los médicos (sean hombres o mujeres) y no en la medicina, al relacionar los mismos con la capacidad de alejar o vencer a la enfermedad y la muerte.

Dicha consideración, en muchos casos casi reverencial, anula o eclipsa cualquier otra aportación que no sea ejecutada, manejada u ordenada por ellos, lo que hace que, a la vista de la mayoría, gran parte de nuestros cuidados profesionales sean vistos como naturales y no como un trabajo o aporte especial, específico, singular y mucho menos autónomo, al tiempo que se nos exige que demostremos constantemente que valemos. Si a ello añadimos que las enfermeras continuamos pensando, en más ocasiones de las deseadas, que nuestros cuidados no van más allá de los aspectos afectivos que, sin dejar de ser satisfacciones muy dignas, no pueden ni deben quedar relacionados con ellos, ya que supone limitar al terreno de lo afectivo, doméstico y privado el espectro de posibilidades de realización con que cuenta todo ser humano, lo que limita las posibilidades de realización con que cuentan las enfermeras. Así pues, en función de la dedicación que tenemos en el cuidado y atención a otros, el autoconocimiento nos resulta dificultoso. Puede ser por eso que se entienda, interiorice y verbalice que Enfermería cubre mejor la dificultad que tenemos a autoconocernos y la consecuente falta de autoestima que genera, considerando, en consecuencia, que refugiándonos en o con ella nos protege de la exposición a tales consideraciones y por tanto nos lleva a no nombrarnos como lo que somos, enfermeras.

Y es que, tal como dice Argyle[2] “el principal origen de la autoimagen y la autoestima probablemente sean las reacciones de los demás, llegando a vernos a nosotros mismos como los otros nos categorizan”

Pero es que además esta utilización maximalista o reduccionista, según se mire, nos lleva a que seamos nombradas más por lo que ejecutamos que por lo que somos capaces de hacer. De ahí que se nos denomine rastreadoras, vacunadoras, pinchaculos… haciendo referencia a las técnicas que realizamos y que en muchas ocasiones se relacionan con saberes que se desarrollaron para servir a los intereses prácticos de los médicos aunque fueron prestados a las enfermeras para fundamentar empíricamente su trabajo, pero que al mismo tiempo producen una alienación de la actividad enfermera con el trabajo de la medicina, con la consiguiente subordinación de la enfermera al médico tanto en el ámbito teórico como en el práctico. A los médicos no se les denomina como auscultadores, palpadores, operadores, exploradores… a pesar de que son técnicas que realizan habitualmente, ya que estas, forman parte de su saber propio, perfectamente identificado con los médicos. Y como consecuencia de ello, también es habitual intentar reducir el efecto de esta asignación mediante la asunción de las técnicas por parte de la Enfermería y no de las enfermeras: Enfermería vacuna, rastrea, pincha…

Pero claro, por otra parte, se mimetizan las denominaciones que tanto nosotros mismos como quienes nos representan utilizan. Es el caso de denominarse como Director/a de Enfermería en lugar de Director/a Enfermero/a, Consulta de Enfermería en lugar de Consulta Enfermera, Colegio de Enfermería en lugar de Colegio de Enfermeras… en una clara muestra colectiva de ocultación de la identidad propia enfermera, que sin duda contribuye a interiorizar individualmente idéntica denominación y la consiguiente ocultación de la condición de enfermeras. No existen las Direcciones de Medicina, ni los Colegios de Medicina, ni de Arquitectura, ni de ninguna disciplina, porque lo son de sus profesionales que son a quienes, al menos en teoría, deberían representar. Puede parecer que, al nombrarse, no por lo que se es, enfermera, sino por lo que representa, Enfermería, se estuviese eludiendo o cuanto menos no haciendo tan visible la responsabilidad que conlleva el hecho de ser enfermera al diluirlo en Enfermería, lo que hace más difícil identificar el posible error personal, sin tener en cuenta que reconocer la equivocación y aprovecharla es un alarde que ronda la genialidad. O es que nos cuesta valorarnos y nombrarnos por miedo al error.

Se debería plantear que, si realmente es la Enfermería la que hace, debería ser a la Enfermería a quien se le pagase por ello y no a las enfermeras que son las que cobran. A lo mejor desde esta perspectiva lograríamos modular nuestro lenguaje y definir nuestra identidad. Ya se sabe que la pela es la pela.

Otro aspecto interesante de esta tendencia es tratar de justificarla desde el argumento de la inclusión que hacen las auxiliares de enfermería y las actuales TCAE, al menos a través de sus representantes sindicales, que es como han decidido denominarse en su nueva acepción. Esto podría tener cierta coherencia si no fuese porque han renunciado a su denominación de auxiliar por considerarla subsidiaria hacia las enfermeras, cuando realmente lo eran de la enfermería, y su significado, según el diccionario, es el de ayudar a satisfacer necesidades. Tal renuncia la sustituyen denominando a los cuidados como auxiliares (Técnicos de Cuidados Auxiliares de Enfermería) en vez de serlo de Enfermería y ocultándolo todo, incluso a la Enfermería que reclaman por conveniencia, tras unas siglas que nadie identifica, pero que les refugia de la aludida y supuesta subsidiariedad. Por lo tanto, renunciar a la denominación de enfermeras no contribuye a integración alguna, hacia quienes identifican la Enfermería como un medio y no realmente como un fin en sí mismo.

El colmo es cambiar el día en que se nos reconoce internacionalmente como enfermeras por Enfermería, en un intento de institucionalizar una denominación atípica, incorrecta y confusa que tan solo contribuye a invisibilizarnos y que va en contra de lo que dice el Consejo Internacional de Enfermeras.

No puedo entender como alguien puede decir que quiere a la Enfermería, renunciando al mismo tiempo a denominarse como enfermera. Cuesta comprender como se puede querer aquello que dándote la oportunidad de tener una identidad lo rechazas para usurpar, o cuanto menos utilizar indebidamente, la suya

Tal como afirma Lluís Duch[3] la palabra supone para el ser humano la construcción de su realidad, parece evidente pues, que ejercer como enfermeras equivaldría, de hecho, a dar consistencia verbal a nuestra realidad como tales y no a la profesión, la disciplina o la profesión a las que pertenecemos por el hecho de serlo.

Finalmente, como dice J.A. Marina, “la credulidad es un rechazo mecánico a toda crítica, una bobalicona aceptación pasiva de lo que llega por canales cualificados, es un dramático fracaso de la inteligencia”, por lo que me resisto a ser nombrado, identificado o valorado como Enfermería. Asumo el riesgo, pero también la satisfacción de ser y actuar como enfermera.

                                                          

[1] https://www.eldiario.es/rastreador/huella-psico-materna-dejarse-complementar-masculinidad-mujer-equilibrada-revista-colegio-medicosmadrid_132_7931614.html?mc_cid=182d7a1692&mc_eid=45f3909550

[2] Argyle M. Psicología del comportamiento interpersonal. Madrid: Alianza Editorial; 1987.

[3] Duch LL. Mito, interpretación y cultura. Barcelona: Herder; 1998.

Día Internacional de las Enfermeras: Una voz para liderar

Volume 90% 

Atodas las enfermeras que hacen posible y real la Enfermería

 

Como tantas otras profesiones, hechos, derechos o vulneraciones, las enfermeras también tenemos asignado un día en el calendario oficial para tales fines.

No es mi intención, ni quiero renunciar, a la posibilidad que la citada fecha nos ofrece para poner en valor la aportación singular, profesional, eficaz, eficiente, necesaria… de las enfermeras a las personas, las familias y la comunidad. Pero dicho esto, también es cierto que muchas veces todo queda en una serie de actividades, más o menos llamativas, más o menos acertadas, más o menos eficaces, cuyo efecto empieza y termina con la celebración del día asignado.

La pandemia, lo ha fagocitado todo. Todo ha sido eclipsado por ella y por sus terribles consecuencias. Hasta con las mejores intenciones, se ha ocultado, en ocasiones, la identidad real de quienes, con su aportación profesional, su ética, su entrega, incluso su sacrificio, fueron invisibilizadas con hipotéticas capas e irreales poderes sobrenaturales, al identificarlas como heroínas antes que como enfermeras.

La celebración de este año, por tanto, debiera ser diferente. No porque sea especial, o si, sino porque el escenario, el entorno en el que nos movemos y, sobre todo, en el que nos vamos a tener que mover a partir de ahora, tras la pandemia, requiere de una clara apuesta por identificar, valorar, consolidar y sobre todo liderar nuestra aportación específica enfermera a través de los cuidados profesionales en cualquier ámbito de dicho entorno. Entorno que forma parte de la normalidad, no de ninguna nueva normalidad. Porque la normalidad es tan solo eso, situarse en un estado habitual, natural u ordinario, y por tanto no puede existir novedad en la normalidad. Los factores, los determinantes, los riesgos, las circunstancias, los acontecimientos… son los que modifican la normalidad y los que exigen adaptaciones que faciliten configurar y generar entornos saludables en los que vivir saludablemente, en soledad o en compañía, en la niñez o en la vejez, en el sufrimiento o en la alegría, en estado de enfermedad, discapacidad o cronicidad, con cuidados profesionales accesibles de calidad y calidez, de rigor y de calor, de ciencia y esencia, de técnica y escucha, de humanidad y sinceridad, de igualdad y equidad, de compañía y autonomía, de valor y valores, de reconocimiento y reconocibles, de referencia y referentes. Cuidados enfermeros planificados, prestados, evaluados, investigados por enfermeras con y para las personas, las familias y la comunidad.

En torno a los cuidados van a plantearse, identificarse y reclamarse, demandas que den respuesta a sus necesidades. Demandas de cuidados que van a requerir de un liderazgo firme, profesional, sereno, pero decidido, de las enfermeras. Liderazgo que no debe dejar dudas de quienes son las verdaderas especialistas, las auténticas expertas, las indiscutibles conocedoras, las insustituibles profesionales de los cuidados enfermeros.

Porque el cuidado es universal, sin duda. Nadie tiene el patrimonio exclusivo del cuidado, de igual manera que nadie lo tiene de la fragilidad que le da sentido al cuidado. Pero el cuidado profesional enfermero, aquel que parte de su ciencia, su lenguaje, su técnica, su humanización, su paradigma, propios, ese cuidado, es tan solo posible si lo prestan las enfermeras. Y ese exclusivo cuidado profesional enfermero, debe estar disponible para cualquier persona y en cualquier lugar donde haya enfermeras. Y donde no las haya, se debe exigir que se incorporen. Porque no son sustituibles.

Tenemos que celebrar que somos enfermeras, sin duda. Porque es y supone un orgullo el serlo y el reconocerlo. Porque ser enfermera, sentirse enfermera, va más allá de un título, de unas competencias, de unas habilidades, para situarse como una responsabilidad social y una manera de vivir. Ser enfermera supone un compromiso con la libertad, la equidad, la igualdad, la solidaridad, el desarrollo humano, el progreso, la democracia, la multiculturalidad… sin los que no es posible entender los cuidados enfermeros ni dar sentido a las enfermeras. Sin los que no es posible ser, sentirse y responder como enfermeras. Sin los que no es posible liderar los cuidados profesionales. Sin los que es imposible responder a la singularidad de la atención, a su integralidad, a su coordinación, a su continuidad, a su comprensión, a su adaptación, a su proceso, pero, sobre todo, a su resultado en salud.

No es un día más. Es el día de las enfermeras y debemos saberlo, disfrutarlo, celebrarlo nosotras y entre nosotras. Pero debemos ser capaces de hacerlo con la ciudadanía para que identifique y valore lo que somos capaces de ofrecerle de manera indiscutible y exclusiva, cuidar profesionalmente de ella y con ella.

Liderar el cuidado enfermero no es, por tanto, una estrategia de marketing, una imagen impactante, una frase bonita, un mensaje de aliento. O no es, cuanto menos, tan solo eso. Liderar el cuidado enfermero es situarse al frente de las necesidades sentidas para identificarlas, escucharlas, entenderlas, compartirlas, sentirlas, analizarlas, priorizarlas y tener la capacidad de buscar y consensuar respuestas, movilizar recursos, construir afrontamientos, reforzar voluntades, educar conductas, respetar renuncias, promocionar hábitos, acompañar cuando sea necesario y lograr la autonomía cuando sea posible.

Todo ello es y significa ser enfermera, sentirse enfermera y comportarse como enfermera. Porque para celebrar algo hay que tener motivos reales para hacerlo. Porque para que otros reconozcan la celebración, se unan a ella, la hagan propia, deben identificar, reconocer y valorar lo que somos capaces de ofrecerles, demandarlo y no admitir renunciar a ello.

El día internacional de las enfermeras 2021 es una oportunidad de cambio, de renovación, de compromiso, de implicación, de responsabilidad, de orgullo, con la Enfermería, con la sociedad y con la salud.

Hay enfermeras que trascienden a la diferencia entre hombres y mujeres, al aceptar la feminidad de la Enfermería a la que pertenecen desde la diversidad sexual, sin renunciar a su identidad individual. Hay enfermeras con emociones, sentimientos y necesidades que no les obliga a ser insensibles al dolor, el sufrimiento y la muerte. Hay enfermeras con inquietudes, objetivos y metas que cumplir para mejorar individual y colectivamente. Hay enfermeras con ilusiones que no por ello son ilusas. Hay enfermeras con dudas, con incertidumbres y con temores y no por ello dejan de ser valientes, inteligentes e íntegras. Hay enfermeras con ideas, con conocimientos, con argumentos que les permiten defender sus posicionamientos y su liderazgo. Hay enfermeras vehementes, firmes, constantes, capaces… que son referentes. Hay enfermeras especialistas y no especialistas, pero todas ellas comprometidas con los cuidados.

Por todo esto y por mucho más hay que sentirse satisfechos y celebrar el día internacional de las enfermeras. Hacerlo por otras razones más festivas, más prosaicas, menos sinceras, no merece la pena y tan solo nos llevaría a acabar como en los cuentos con el alegato tan superficial como fallido de “… y fueron felices y comieron perdices. Colorín colorado este cuento se ha acabado”.

Prefiero acabar con la esperanza, la ilusión y la firme convicción de que las enfermeras sabremos liderar los cuidados profesionales y ofrecer lo mejor de nosotras mismas, al tiempo que lograremos crecer como profesión, como ciencia y como disciplina.

Por todo ello, felicidades a todas las enfermeras, por serlo y sentirlo y a toda la sociedad por tener la oportunidad de contar con ellas y sus cuidados. 

DÍA INTERNACIONAL DE LAS ENFERMERAS 2021. Mucho más que un cuento.

“Ignora que todos los cuentos son mentiras, aunque no todas las mentiras son cuentos.”

Carlos Ruiz Zafón

A todas las enfermeras que hacen posible y real la Enfermería

Como tantas otras profesiones, hechos, derechos o vulneraciones, las enfermeras también tenemos asignado un día en el calendario oficial para tales fines.

En este sentido, tal como he comentado en ocasiones anteriores, este tipo de celebraciones o recordatorios -no todo puede ni debe celebrarse-, tengo dudas razonables de si son procedentes, necesarios y si realmente aportan algo más que una referencia temporal que, por otra parte, generan cierto debate sobre la oportunidad de la fecha elegida en contraposición a otras alternativas.

En cualquier caso y dado que la dinámica social e incluso institucional y profesional nos ha incorporado en este recuerdo anual, creo que debemos aprovechar el mismo para ir un poco más allá de la simple celebración o de la tentadora atracción al halago gratuito e incluso exagerado.

No es mi intención, ni quiero, renunciar a la posibilidad que la citada fecha nos ofrece para poner en valor la aportación singular, profesional, eficaz, eficiente, necesaria… de las enfermeras, a las personas, las familias y la comunidad. Pero dicho esto, también es cierto que muchas veces todo queda en una serie de actividades, más o menos llamativas, más o menos acertadas, más o menos eficaces, cuyo efecto empieza y termina con la celebración del día asignado en el que, tras soplar la imaginaria vela de la no menos imaginaria tarta, vuelve la oscuridad, las dudas y las incoherencias al igual que las promesas, los deseos, las felicitaciones, de quienes se ven obligados a hacerlo más como compromiso social o institucional que como una verdadera convicción de hacerlas realidad. Con la llegada de la hora que pone fin al día de celebración, la magia se acaba y como en el versionado cuento de la cenicienta, desde Giambattiste Basile a los Hermanos Grimm pasando por Charles Perrault, se desvanecen los aparentes logros celebrados en forma de ilusiones, propósitos y promesas, para volver a la situación previa, en la que se vuelve a convivir con la rutina diaria de subsidiariedad, invisibilidad, barreras, rechazos, olvidos, inseguridades… en la que tan solo nos queda la esperanza de que alguien tenga la voluntad política, la coherencia y el sentido común de localizar a quien en su huida de la fiesta de celebración, al comprobar que el sueño era tan solo eso, un sueño, deja una señal de su esencia, como el zapato de cristal de cenicienta. Al no saber o no querer saber realmente a quien pertenece, siempre hay alguien que trata de localizar a la dueña de dicha pérdida para poder reconocerle lo que es y no lo que queda oculto. Teniendo en cuenta, además, que van a ser muchos quienes reclamen la titularidad de la pérdida, que es tan bella y frágil, como el zapato de cristal de cenicienta, estando expuesta a que se rompa, como sucede de manera sistemática en la fiesta de celebración de las enfermeras.

Pero nos encontramos también con la difícilmente comprensible disputa interna en la que, las enfermeras, ni tan siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo sobre en qué o en quienes se centra la celebración. Mientras hay quienes siguen empeñadas/os en ocultarse tras la ciencia, la disciplina o la profesión, Enfermería, otras/os reivindican la autoría de la celebración focalizada en las enfermeras y no en la Enfermería. Es como pelearse por celebrar la vida de la persona en lugar de celebrar que la persona cumple un nuevo año de esa vida en la que se desarrolla. No parece que la vida, lo mismo que la Enfermería, necesiten celebración dado que no la precisan por tener suficiente entidad por sí mismas. Todo el mundo sabe que existe Enfermería, que se puede estudiar, otra cosa es que se sepa lo que son las enfermeras, lo que pueden hacer y aportar por sí mismas. Las personas o las enfermeras, sí que requieren que se valore su aportación a la vida o a la enfermería y que se celebre la misma como reconocimiento, pero también como reivindicación de lo que queda por lograr y a lo que no se resignan a renunciar a pesar de que se les intente encerrar, como a cenicienta, para que no se sepa que lo perdido en la huida, que realmente no es tal huida sino parte del trabajo por consolidar su posición, les pertenece y les permite ser reconocidas y conocidas.

No estamos, sin embargo, en un escenario de cuento ni de fantasía, ni tan siquiera en una realidad virtual en los cuales pueden configurarse logros oníricos y felices, con imposible traslado a la realidad. Es por ello que resulta fundamental que las enfermeras nos situemos, en un posicionamiento alejado de las hadas madrinas, la magia, los hechizos o los enamoramientos edulcorados con una realeza tan ficticia como engañosa.

Es cierto que el escenario real en el que nos situamos, es incierto e incluso peligroso y, no podemos ni debemos obviarlo. Pero ello no debe ser excusa para no actuar, para no pensar, para no plantear… por miedo a ser devoradas por el lobo como le sucede a la caperucita roja de Charles Perrault. No se trata tan solo de observar e identificar las diferencias que presenta el malvado lobo con la dulce abuelita, para no ser presa de la voracidad del hipotético o hipotéticos lobos con los que convivimos diariamente las enfermeras. Debemos ser capaces de estar alerta y de tener las armas, no de fuego sino de argumentos, para vencerlos, porque si esperamos a ser salvadas por los cazadores, entonces, sí que estamos perdidas. Nuevamente la realidad supera a la ficción del cuento.

La pandemia, la maldita pandemia, lo ha fagocitado todo. Todo ha sido eclipsado por ella y por sus terribles consecuencias. Hasta con las mejores intenciones, se ha ocultado, en ocasiones, la identidad real de quienes, con su aportación profesional, su ética, su entrega, incluso su sacrificio, fueron invisibilizadas con hipotéticas capas e irreales poderes sobrenaturales, al identificarlas como heroínas antes que como enfermeras.

La celebración de este año, por tanto, debiera ser diferente. No porque sea especial, o si, sino porque el escenario, el entorno en el que nos movemos y, sobre todo, en el que nos vamos a tener que mover a partir de ahora, tras la pandemia, requiere de una clara apuesta por identificar, valorar, consolidar y sobre todo liderar nuestra aportación específica enfermera a través de los cuidados profesionales en cualquier ámbito de dicho entorno. Entorno que forma parte de la normalidad, no de ninguna nueva normalidad. Porque la normalidad es tan solo eso, situarse en un estado habitual, natural u ordinario, y por tanto no puede existir novedad en la normalidad. Los factores, los determinantes, los riesgos, las circunstancias, los acontecimientos… son los que modifican la normalidad y los que exigen adaptaciones que faciliten configurar y generar entornos saludables en los que vivir saludablemente, en soledad o en compañía, en la niñez o en la vejez, en el sufrimiento o en la alegría, en estado de enfermedad, discapacidad o cronicidad, con cuidados profesionales accesibles de calidad y calidez, de rigor y de calor, de ciencia y esencia, de técnica y escucha, de humanidad y sinceridad, de igualdad y equidad, de compañía y autonomía, de valor y valores, de reconocimiento y reconocibles, de referencia y referentes. Cuidados enfermeros planificados, prestados, evaluados, investigados por enfermeras con y para las personas, las familias y la comunidad.

En torno a los cuidados van a plantearse, identificarse y reclamarse, demandas que den respuesta a sus necesidades. Demandas de cuidados que van a requerir de un liderazgo firme, profesional, sereno, pero decidido, de las enfermeras. Liderazgo que no debe dejar dudas de quienes son las verdaderas especialistas, las auténticas expertas, las indiscutibles conocedoras, las insustituibles profesionales de los cuidados enfermeros.

Porque el cuidado es universal, sin duda. Nadie tiene el patrimonio exclusivo del cuidado, de igual manera que nadie lo tiene de la fragilidad que le da sentido al cuidado. Pero el cuidado profesional enfermero, aquel que parte de su ciencia, su lenguaje, su técnica, su humanización, su paradigma, propios, ese cuidado, es tan solo posible si lo prestan las enfermeras. Y ese exclusivo cuidado profesional enfermero, debe estar disponible para cualquier persona y en cualquier lugar donde haya enfermeras. Y donde no las haya, se debe exigir que se incorporen. Porque no son sustituibles.

Tenemos que celebrar que somos enfermeras, sin duda. Porque es y supone un orgullo el serlo y el reconocerlo. Porque ser enfermera, sentirse enfermera, va más allá de un título, de unas competencias, de unas habilidades, para situarse como una responsabilidad social y una manera de vivir. Ser enfermera supone un compromiso con la libertad, la equidad, la igualdad, la solidaridad, el desarrollo humano, el progreso, la democracia, la multiculturalidad… sin los que no es posible entender los cuidados enfermeros ni dar sentido a las enfermeras. Sin los que no es posible ser, sentirse y responder como enfermeras. Sin los que no es posible liderar los cuidados profesionales. Sin los que es imposible responder a la singularidad de la atención, a su integralidad, a su coordinación, a su continuidad, a su comprensión, a su adaptación, a su proceso, pero, sobre todo, a su resultado en salud.

No es un día más. Es el día de las enfermeras y debemos saberlo, disfrutarlo, celebrarlo nosotras y entre nosotras. Pero debemos ser capaces de hacerlo con la ciudadanía para que identifique y valore lo que somos capaces de ofrecerle de manera indiscutible y exclusiva, cuidar profesionalmente de ella y con ella.

Liderar el cuidado enfermero no es, por tanto, una estrategia de marketing, una imagen impactante, una frase bonita, un mensaje de aliento. O no es, cuanto menos, tan solo eso. Liderar el cuidado enfermero es situarse al frente de las necesidades sentidas para identificarlas, escucharlas, entenderlas, compartirlas, sentirlas, analizarlas, priorizarlas y tener la capacidad de buscar y consensuar respuestas, movilizar recursos, construir afrontamientos, reforzar voluntades, educar conductas, respetar renuncias, promocionar hábitos, acompañar cuando sea necesario y lograr la autonomía cuando sea posible.

Pero si importante es ese liderazgo comunitario, social, compartido, no lo es menos el liderazgo entre y con las enfermeras. Sabiendo identificar y valorar a nuestras/os referentes. Enseñando enfermería desde enfermería y con enfermeras. Formando enfermeras para la sociedad y no tan solo para las organizaciones sanitarias. Compartiendo las diferencias para hacer de ellas oportunidades de crecimiento y aprendizaje y no de inmovilidad y conformismo. Aportando ideas, innovando, investigando para dotar de valor y rigor a nuestros cuidados. Contrastando propuestas que permitan mejorar nuestras respuestas. Analizando y reflexionando con pensamiento crítico para huir de la crítica reduccionista, simplista, autodestructora e inútil. Identificando oportunidades y fortalezas en lugar de caer en la trampa de las debilidades y las amenazas. Reivindicando mejoras que nos permitan actuar con eficacia y eficiencia sin caer en el victimismo y el sentimiento de persecución. Respetando, aunque no se comparta. Compartiendo conocimiento, esfuerzo y experiencia, para contribuir al desarrollo común. Huyendo de la individualidad para situarse en el trabajo colectivo. Trabajando de manera autónoma para contribuir a la fortaleza del trabajo en equipo. Alegrándonos por los éxitos de los demás en lugar de por sus fracasos. Dignificando nuestras instituciones en vez de aprovechándonos de ellas. Fortaleciendo las sociedades científicas para lograr la excelencia profesional. Abandonando la adolescencia profesional para asumir la responsabilidad de nuestra madurez. Priorizando el liderazgo en la gestión de los cuidados y no tan solo la de los turnos, los materiales o los días de descanso. Prestando cuidados desde nuestro paradigma propio y no desde el de otras disciplinas. Sabiendo qué hacer con la técnica y no tan solo fascinándonos con ella. Asumiendo la responsabilidad de nuestras competencias, aunque compartamos la toma de decisiones. Acompañando la ética de los cuidados con su necesaria estética. Renunciando a la zona de confort, pero exigiendo entornos que garanticen la calidad y seguridad de nuestro trabajo. Pensando más en las necesidades de las personas, familias y comunidad que en las corporativistas. Reclamando la especificidad de nuestras especialidades sin renunciar a la atención integral, integrada e integradora de los cuidados y las necesidades básicas. Aportando pruebas que argumenten nuestras aportaciones, nuestros resultados y nuestras peticiones. Exigiendo respeto y reconocimiento a nuestra aportación singular, asumiendo la responsabilidad que nos corresponde. Identificando la técnica como una adición y no como una sustitución de la atención enfermera. Reclamando tener voz y capacidad de decisión en cualquier contexto y no tan solo la posibilidad de ser oídas. Manteniendo siempre una mirada enfermera capaz de cambiar situaciones y aportar soluciones. Asumiendo competencia política transformadora.

Porque todo ello es y significa ser enfermera, sentirse enfermera y comportarse como enfermera. Porque para celebrar algo hay que tener motivos reales para hacerlo. Porque para que otros reconozcan la celebración, se unan a ella, la hagan propia, deben identificar, reconocer y valorar lo que somos capaces de ofrecerles, demandarlo y no admitir renunciar a ello.

Hagamos del día internacional de las enfermeras 2021 una oportunidad de cambio, de renovación, de compromiso, de implicación, de responsabilidad, de orgullo, con la Enfermería, con la sociedad y con la salud.

Hagamos del día 12 de mayo algo más que un recuerdo esporádico de lo que somos, una anécdota en el calendario, o un cuento en el que Florence Nightingale nos recuerda su aportación en la guerra de Crimea por importante que fuese. Debemos trascender a la historia sin desconocerla. Tenemos que construir el presente sin olvidar el pasado. Nos corresponde planificar el futuro sin abandonar el presente ni renunciar al pasado. Hemos de aprender a aprehender.

Los cuentos suelen empezar todos con la frase de “Érase una vez…” Las enfermeras no éramos, somos porque no formamos parte de un cuento, ni somos personajes de un cuento, ni una casualidad histórica. Somos una realidad, una necesidad, una evidencia profesional y científica que nos corresponde construir a nosotras para compartirla con la sociedad.

No hay príncipes, ni princesas, ni lobos, ni dragones, ni enanitos, ni brujas, ni hechiceras, ni hadas madrinas, ni heroínas. Hay enfermeras que trascienden a las diferencias entre hombres y mujeres, al aceptar la feminidad de la Enfermería a la que pertenecen desde la diversidad sexual, sin renunciar a su identidad individual. Hay enfermeras con emociones, sentimientos y necesidades que no les obliga a ser insensibles al dolor, el sufrimiento y la muerte. Hay enfermeras con inquietudes, objetivos y metas que cumplir para mejorar individual y colectivamente. Hay enfermeras con ilusiones que no por ello son ilusas. Hay enfermeras con dudas, con incertidumbres y con temores y no por ello dejan de ser valientes, inteligentes e íntegras. Hay enfermeras con ideas, con conocimientos, con argumentos que les permiten defender sus posicionamientos y su liderazgo. Hay enfermeras vehementes, firmes, constantes, capaces… que son referentes. Hay enfermeras especialistas y no especialistas, pero todas ellas comprometidas con los cuidados.

Todas ellas aportan diversidad, todas ellas son singulares y todas ellas son necesarias. Quienes no se sienten enfermeras no son enfermeras, tan solo actúan como tales y no sienten la necesidad de celebrar nada porque nada aportan.

Por todo esto y por mucho más hay que sentirse satisfechos y celebrar el día internacional de las enfermeras. Hacerlo por otras razones más festivas, más prosaicas, menos sinceras, no merece la pena y tan solo nos llevaría a acabar como en los cuentos con el alegato tan superficial como fallido de “…y fueron felices y comieron perdices. Colorín colorado este cuento se ha acabado”. Y es que, no es lo mismo un cuento que la vida real. Entre otras cosas porque nuestra historia, que no nuestro cuento, no ha acabado. Podemos ser felices aunque no comamos perdices y ello no nos aparta de la necesidad de seguir trabajando para mejorar.

Prefiero acabar con la esperanza, la ilusión y la firme convicción de que las enfermeras sabremos liderar los cuidados profesionales y ofrecer lo mejor de nosotras mismas, al tiempo que lograremos crecer como profesión, como ciencia y como disciplina.

Por todo ello FELICIDADES a todas las enfermeras, por serlo y sentirlo y a toda la sociedad por tener la oportunidad de contar con ellas y sus cuidados.

Ahora sí, podemos soplar las velas, pedir los deseos que queramos y disfrutar de la tarta. El año que viene más y mejor.

NO TODO VALE. Coherencia y sentido común

“El sentido común es la virtud más complicada de todas las profesiones.”

LEANDRO KABAKIAN

A quienes cultivan el sentido común y la coherencia.

           

La falta de diálogo de reflexión, de debate, de coherencia, de respeto… conduce a discursos, mensajes o planteamientos basados en la descalificación, el reproche permanente o la demagogia. Es, lamentablemente, a lo que nos tienen acostumbrados los políticos que dicen representarnos cuando realmente a los únicos que representan es así mismos y a sus intereses.

La pérdida de la oratoria política, parlamentaria e incluso científica que caracterizaba los debates en los que las ideas, las propuestas o las pruebas se imponían a cualquier otra alternativa y en la que el respeto hacia el otro primaba por encima de todo, nos ha llevado irremediablemente a escenarios propios de las disputas ilegales tales como las peleas de gallos o de perros en las que lo único importante, más allá de los daños colaterales que causan, es ganar, aunque sea con malas artes y con engaños.

Con ser lamentable esta puesta en escena y estos comportamientos que se trasladan a platós de televisión, emisoras de radio o redes sociales, lo verdaderamente triste es el contagio que provocan en la sociedad, que asume como propios los mismos, los naturaliza e incluso los hace suyos.

La demagogia, el populismo, la mentira, la descalificación, el engaño, la manipulación, el cinismo, la hipocresía, el egoísmo, el individualismo –incluso cuando este es colectivo- sustituyen al argumento, la reflexión, el análisis, la coherencia, el pensamiento crítico, el respeto, el diálogo e, incluso, el sentido común. Todo parece valer con tal de lograr lo que se quiere, aunque lo que se quiere tenga poco fundamento y tan solo obedezca al interés particular que, por otra parte, se disfraza de necesidad y de proyección con utilidad pública.

La situación, que cada vez afecta a más esferas sociales, llega incluso al ámbito del saber e incluso de la ciencia, que lejos de permanecer inmune acaba contagiándose y adoptando idénticas actitudes, comportamientos y discursos alejados de todo rigor, para situarse en el terreno especulativo, desde el que se negocian concesiones imposibles, por irracionales, pero posibles, por conveniencia política o ignorancia en torno a la realidad que se altera.

Hace poco reflexionaba, en este mismo blog, sobre la realidad disociada que se genera con relación a la formación de la enfermería y los problemas que la misma genera. La falta de planificación, la ausencia de una definición clara de puestos de trabajo, la absoluta falta de voluntad política y de gestión sanitaria por articular adecuadamente el trabajo de la enfermería en las organizaciones sanitarias, el oportunismo mercantilista de las titulaciones alejado de cualquier análisis serio de necesidades, la negociación al margen de agentes clave en el desarrollo de la enfermería, de sus competencias y de su ámbito de actuación… conducen a situaciones en las que se propicia el enfrentamiento en lugar del entendimiento, lo que finalmente, acaba provocando un claro perjuicio para la profesión enfermera en su conjunto, para la atención de cuidados, para las organizaciones sanitarias y para la propia sociedad. Pero, parece ser, que esto es lo que menos importa.

           Es, como si el sentido común hubiese desaparecido en las administraciones o que estuviese penalizada su presencia y rechazada su utilización. El más común de los sentidos, ha acabado por ser una anécdota que, habitualmente, se paga con los ceses o las dimisiones por aburrimiento y hastío ante la mediocridad de quienes osan utilizarlo en su gestión.

          Las palabras, por otra parte, tan importantes y justas se contaminan, manosean y utilizan para mantener unas apariencias de normalidad e incluso de eficacia y eficiencia, cuando realmente lo que esconden es una realidad bien diferente que hace que pierdan todo su sentido literal y de contenido. Un claro ejemplo es la Dirección General de Ordenación Profesional del Ministerio de Sanidad, que no tan solo no ordena, sino que parece empeñado en generar el efecto contrario al que predica su nombre.

           Una Dirección General en la que los diferentes inquilinos que la han ocupado se han dedicado sistemáticamente, con una honrosa excepción, a demostrar su absoluta falta de voluntad política, o su manifiesta incapacidad gestora o ambas a la vez, por ordenar la profesión enfermera. Entiendo que el resto de profesiones de la salud habrán sufrido idénticas consecuencias, pero evidentemente a mí me preocupa la que me preocupa, la enfermería.

            En más de dos décadas, por no remontarme más atrás, han logrado reunir una importante colección de despropósitos que, curiosamente o no, han tenido graves repercusiones tanto para la Enfermería como profesión como para las enfermeras y para las Técnicos en Cuidados Auxiliares de Enfermería (TCAE) como profesionales

            Tras una aprobación precipitada, sin consenso y con claras y manifiestas deficiencias se aprobó el Real Decreto que regulaba, o intentaba hacerlo al menos, las Especialidades de Enfermería, mimetizando el modelo médico de las Especialidades MIR, de las que adopta hasta la nomenclatura, en un claro aviso de lo que posteriormente sucedería con las Unidades Docentes.

           Planteó una especialidad que nació muerta por imposible e incoherente como la especialidad de Enfermería Médico-Quirúrgica, a fecha de hoy en vía muerta, aunque aún sin enterrar.

           No se preocupó de ordenar, nueva muestra de la paradoja de su denominación, las Comisiones Nacionales de las Especialidades que a pesar de sus intentos porque así se hiciera topaban permanentemente con el inmovilismo, cuando no obstruccionismo militante de los sucesivos equipos, que tan solo veían en las citadas comisiones órganos de ejecución de actividades de supuesta regulación pero que no pasaban de ser meramente administrativas. Para muestra y tras más de 10 años desde que se aprobaron los programas de las Especialidades se sigue sin libro del Residente como herramienta fundamental en la gestión formativa de las/os residentes y sin regular el funcionamiento de las Unidades Docentes que actúan con absoluta anarquía que no autonomía.

            “Ordenó” en el sentido de mando y autoridad que no en el de orden, la estructura y funcionamiento de las Unidades Multiprofesionales que supusieron abocar a las enfermeras a la subsidiariedad en el seno de las citadas unidades docentes y a supeditar la formación de las/os residentes enfermeras a la de los médicos dada la clarísima falta de autonomía que tan solo el voluntarismo de algunos equipos salva parcialmente.

            La troncalidad de las especialidades de ciencias de la salud, fue un nuevo intento de “ordenar” que generó tal desorden que finalmente se diluyó en medio de la confusión, la incertidumbre y la desconfianza, quedando aparcado en el olvido.

            En un nuevo ejercicio de contorsionismo político, recientemente, se ha presentado un borrador que “tala” la troncalidad anterior para plantear una supuesta ordenación de las áreas de capacitación especial de las especialidades de ciencias de la salud con un planteamiento estándar en el que, nuevamente, las especialidades de enfermería quedan fuera del marco en el que se quiere incorporar con calzador a todas las especialidades de ciencias de la salud, con criterios hechos a imagen y semejanza de las especialidades médicas, lo que provoca que no tengan encaje posible con las especialidades enfermeras, por ejemplo. Esperemos que este nuevo intento de desorden profesional quede tan solo en eso, en un intento.

            En este recorrido de despropósitos por la Dirección General de Ordenación Profesional, sus nuevos inquilinos, quienes desplazaron al único equipo que tuvo, mantuvo y retuvo sentido común y coherencia, han decidido ceder a las presiones de un sindicato que, aunque dice defender a las TCAE sigue denominándose como de Auxiliares, se había topado de bruces con el equipo desalojado en el logro de sus pretensiones por incoherentes y falta de coherencia.

            Una vez restaurado el desorden y eliminadas las amenazas de coherencia y sentido común que atesoraba el equipo desplazado, el sindicato en cuestión identificó la oportunidad de lograr sus pretensiones y en una nueva muestra de absoluto desconocimiento de lo que es la enfermería, el equipo ministerial toma la decisión de dar rienda suelta a unas peticiones, al margen de cualquier tipo de planificación y ordenación de la profesión enfermera en la que, por ejemplo, siguen sin definirse los puestos de trabajo específico de las especialistas de Enfermería y su articulación con las denominadas enfermeras generalistas, que adolecen igualmente de una ordenación. Todo lo cual lleva a un enfrentamiento tan doloroso, inútil como prevenible entre quienes deben conformar los equipos de enfermería.

            Nadie discute, ni tiene intención de limitar las posibilidades de una mejor formación por parte de las TCAE. Pero una cosa es que se quiera mejorar en el ámbito de actuación regulado correspondiente a su nivel y otra bien diferente es que se quiera desregular dicho ámbito para obtener una titulación que tan solo persigue mayores retribuciones justificándolo con pretensiones de todo tipo incoherentes y faltas de sentido común, lo que justifica que hayan sido entendidas por parte del ministerio.

            No es una cuestión de crecimiento, o de tener más funciones, que no competencias que se alcanzan en las titulaciones universitarias. Se trata de un intento por alcanzar un nivel formativo que justifique aumentos retributivos. Sería más lógico que se reclamasen estos al margen de unas reivindicaciones que chocan frontalmente con las posibilidades que actualmente permiten las normas y la realidad profesional.

            Las TCAE, que utilizan de manera totalmente interesada su pertenencia a Enfermería, cuando están dinamitando las bases de la misma, tan solo persiguen confundir y atraer la máxima atención y afiliación a su sindicato, que siendo lícitas propuestas no pueden apoyarse en la demagogia, el populismo y el discurso amenazador, descalificador y manipulador del que hablaba al inicio. Pero, lamentablemente, es el que han identificado que funciona y el que, además, ha logrado ser escuchado por los máximos responsables ministeriales.

            Plantear una reivindicación yendo en contra de la profesión a la que dicen querer pertenecer, Enfermería, tan solo pone de manifiesto sus verdaderas intenciones.

         

             Nadie impide a las TCAE alcanzar competencias y posibilidades de investigación en Enfermería, dado que, al pertenecer a Enfermería, tienen cauces legales que les permiten acceder a estudios superiores de Grado de Enfermería como hacen permanentemente muchas TCAE. Querer hacerlo con trampas y mentiras no tan solo es reprobable, sino que además supone un ataque frontal a la convivencia profesional y a la calidad de la atención al alterar el orden profesional y la razón.

            Además, para lograr sus objetivos sindicales que no profesionales, recurren al engaño y el victimismo haciendo creer que no se permite a las TCAE celebrar el día de la Enfermería. Nada más lejos de la realidad. La mala fe de tal afirmación tan solo persigue la confrontación y la descalificación. El día 12 de mayo no es el día de la Enfermería, sino el día de las Enfermeras. De igual modo que existe el día de las Auxiliares que ellas mismas instauraron. Incitar a las movilizaciones y al enfrentamiento contra las enfermeras con este tipo de artimañas no es la mejor manera para lograr un consenso tan necesario como deseable.

            Si realmente todos sentimos que somos Enfermería deberíamos hacer los máximos esfuerzos por lograr su fortalecimiento y no su división. Respetarla y no utilizarla de manera interesada.

            Por su parte quienes tienen la responsabilidad de ordenar la profesión, aunque no tengan la voluntad política para hacerlo, deberían, al menos, tener la decencia de no contribuir al enfrentamiento y el desorden con decisiones tan poco razonadas como racionales.

            Recuperen todas/os la coherencia y el sentido común. No tan solo no duele, ni provoca efectos secundarios indeseables, sino que, además, contribuye a mejorar las cosas y a hacerlas con educación y respeto. Como dijera Alberto Moravia sería deseable que el sentido común fuese algo así como salud contagiosa.