Mª PAZ MOMPART DRA. HONORIS CAUSA POR LA UNIVERSIDAD DE ALICANTE.

El pasado día 27 de octubre el Consejo de Gobierno de la Universidad de Alicante, a propuesta de la Facultad de Ciencias de la Salud, aprobó la propuesta de nombramiento como Doctora Honoris Causa de Dª. Mª Paz Mompart García, que fue presentada, en su momento, por el Profesor José Ramón Martínez-Riera (https://web.ua.es/es/consejo-gobierno/consejo-de-gobierno-27-10-2022/acuerdos-del-consejo-de-gobierno-de-27-de-octubre-de-2022.html).
No cabe duda que se trata de una gran noticia que hace justicia a la labor, aportación, implicación y compromiso de quien es una referente indiscutible de la Enfermería española e internacional, sin la que no es posible entender su actual situación académico-profesional.
A la espera de conocer la fecha del solemne acto de investidura queríamos compartir con todas/os vosotras/os tan importante acontecimiento académico.
Avisaremos con antelación de la celebración del acto y esperamos poder contar con la asistencia de cuantas/os tenemos tanto que agradecer a Mª Paz Mompart.
Con la alegría de poder compartir tan importante noticia recibir un gran abrazo que esperamos poderos dar personalmente en el momento de la investidura. La causa lo merece y el honor también.
Mª Paz y José Ramón
 
 
 
 

ASOCIACIÓN DE ENFERMERÍA COMUNITARIA A la sombra de unas acacias No es quién, sino qué, cómo, para y con quién

                                   

“Las personas fuertes crean sus acontecimientos; las débiles sufren lo que les impone el destino”.

Alfred Victor de Vigny[1].

 

 En el mes de septiembre de 1994 un grupo de enfermeras preocupadas por cómo estaba evolucionando el que se vino en denominar nuevo modelo de Atención Primaria de Salud (APS), iniciado en 1986, se reunieron bajo unas acacias en el jardín de los Viveros de Valencia. Fue una reunión en la que se compartió la situación que las enfermeras estaban viviendo en los centros de salud. Situación que se caracterizaba, en parte, por los constantes ataques de un determinado grupo de médicos, amparados y respaldados en muchas ocasiones por el Consejo General de Médicos, que no aceptaban el trabajo que desarrollaban las enfermeras de manera autónoma. Pero en parte también por la falta de formación, de experiencia y de criterios claros en cuanto al trabajo que debían desarrollar las enfermeras en un contexto nuevo que generaba tanta ilusión como incertidumbre. La ilusión, importante sin duda, no era suficiente para dotar de contenido y evidencias las respuestas que desde la prestación de cuidados debían dar las enfermeras a las personas, las familias y la comunidad. Existía un importante vacío y una ausencia de respaldo institucional y científico.

Por tanto, lo que inicialmente se planteó como un grupo de presión de cara a trasladar los problemas laborales por los que estaban pasando las enfermeras, se transformó en un desafío mucho mayor como fue fundar la primera Sociedad Científica de Enfermería Comunitaria en España. De tal manera que el 26 de noviembre de 1994 se constituyó formalmente. La primera Junta Directiva, estuvo constituida por 17 enfermeras, presidida por Mª Jesús Pérez Mora[2], en base a los estatutos que se aprobaron y que permitieron el registro como sociedad científica en el Ministerio del Interior como era preceptivo si se quería dar carácter de formalidad y legalidad. De igual manera se registró la denominación y su imagen corporativa en el registro de la propiedad intelectual.

Quisiera destacar la importancia de su denominación como Asociación de Enfermería Comunitaria. No fue un capricho, ni algo que surgiese sin más. Fue el resultado de un análisis, reflexión, debate que tuvo en cuenta no tan solo el momento actual en el que se estaba constituyendo, sino de cara al futuro. Lo lógico en aquellos momentos hubiese sido que se denominase Asociación de Enfermeras de Atención Primaria, entre otras cosas porque es como se denominaban los puestos que ocupaban las enfermeras en los centros de salud y como se recogía en las normas y regulaciones que se iban publicando para desarrollar el modelo de APS. Sin embargo, se optó por el de Enfermería Comunitaria por entender que la APS, siendo en esos momentos el ámbito de atención en el que más enfermeras desarrollaban su actividad, no era el único ni exclusivo. Se identificó a la Comunidad como un contexto mucho más abierto, inclusivo e integral en la que la APS era un ámbito más de atención, muy importante, pero uno más, y por lo tanto existían otros ámbitos que no debían quedar ocultos con la denominación reduccionista de APS. Ya por aquel entonces los médicos se formaban en la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria, lo que hubiese podido inducir a mimetizar la citada denominación, pero se entendió que la Comunidad y por extensión la atención comunitaria integra tanto a las personas, las familias como la propia Comunidad, por lo que no creímos que debiera disgregarse y que de hacerlo debiera denominarse, en todo caso, Enfermería individual, familiar y comunitaria. De tal manera que se determinó que nuestra denominación fuese la de Enfermería Comunitaria, algo que posteriormente, como veremos, fue fagocitado por la habitual mimetización con la monolítica medicina. Finalmente, los médicos que introdujeron esta denominación fragmentada muy acorde a su paradigma, acaban por olvidar su denominación completa identificándose como médicos de familia en el mejor de los casos. Paradójico, por otra parte, porque en una misma unidad familiar las diferentes personas que la componen pueden tener asignación de médicos diferentes, con lo que la atención familiar acaba siendo una simple etiqueta. Por todo ello optamos por la opción integral de Enfermería Comunitaria.

Otro hecho importante es que no se quiso acotar el ámbito geográfico de actuación incorporando la denominación de Asociación Valenciana o Española, porque desde el principio quienes impulsamos esta iniciativa tuvimos claro que debía tratarse de una sociedad inclusiva y a ser posible global, por lo que se decidió optar por una denominación abierta y genérica que no acotase ni restringiese su crecimiento.

Por otra parte, y a pesar de la incorporación de los estudios de Enfermería en la Universidad, las sociedades científicas eran anecdóticas y residuales en ese momento. Existía pues un reto y muchas dudas, no en cuanto a su necesidad y oportunidad sino en cuanto a cómo abordar una empresa tan desconocida y con tan pocos antecedentes enfermeros en nuestro país.

Tal como ya he comentado, la ilusión, pero sobre todo la capacidad, implicación y motivación de quienes asumimos esta aventura científico-profesional, permitieron impulsar el proyecto primero en la Comunitat Valenciana a través de reuniones con responsables enfermeras y con enfermeras comunitarias, que permitieron dar visibilidad a la Asociación y captar la atención e interés de las mismas.

Pronto, la actividad frenética de visibilización y de información trascendió a la Comunitat Valenciana y, primero La Rioja y posteriormente otras comunidades autónomas, con especial significación de las Canarias, se fueron incorporando a la AEC, lo que le otorgó carácter nacional. Posteriormente fueron sumándose nuevas comunidades autónomas que quedaron integradas en la AEC como vocalías territoriales de la misma, pues también se descartó el carácter de Federación con sociedades/asociaciones territoriales, lo que no suponía en ningún caso que las vocalías no tuviesen autonomía territorial.

Las actividades científicas desarrolladas por la AEC, sobre todo a través de sus jornadas y congresos, supusieron un importantísimo elemento de amplificación y contribuyeron a su crecimiento, pero sobre todo a su conocimiento, consolidación y referencia de la Enfermería Comunitaria.

Como ocurriera con los médicos, las enfermeras replicamos los aspectos menos positivos de su gestión, de tal manera que la inicial iniciativa de la AEC de tratar de unificar en una sola sociedad científica las asociaciones/sociedades que se fueron creando en algunas comunidades autónomas con posterioridad a la creación de la AEC, condujo a un cisma, como consecuencia de personalismos y protagonismos tan innecesarios como destructivos, que provocó que la propuesta de unidad acabase siendo una división en dos sociedades científicas, la AEC por una parte y una Federación de Asociaciones de Enfermería Comunitaria y de Atención Primaria configurada con la suma de diferentes sensibilidades que desde la AEC, impulsora inicial de esta unidad, se consideró no era la apropiada para dar respuestas globales, firmes y con fortaleza ante los importantes objetivos que habían planteados. La ruptura supuso un duro golpe y las relaciones fueron tensas y difíciles en un intento por ocupar un espacio propio que les definiese, lo que condujo a una confusión entre las enfermeras comunitarias y una evidente y notable pérdida de referencia y fuerza ante las administraciones como consecuencia de la división que fue muy bien aprovechada por estas, argumentando esta falta de unidad para no dar respuestas a las demandas que, desde ambas sociedades, pero por separado, se realizaban. En este proceso hubo quien quiso aprovechar la confusión en beneficio propio lo que aún provocó una mayor distancia entre ambas.

Pero al margen de este triste hecho, desde la AEC se continuó trabajando con intensidad y rigor y se presentó la primera propuesta de Especialidad de Enfermería Comunitaria que fue trasladada al Ministerio de Sanidad, que con una absoluta falta de voluntad política no respondió a la misma, pero que quedó como una referencia clara de la importancia y necesidad de crear e implementar dicha especialidad, como por otra parte ya quedó claro en l primer intento de oficializar esta y otras especialidades en el Real Decreto de 1987 por el que se regulaba la obtención del título de Enfermero especialista que lamentablemente no tuvo recorrido quedando tan solo en una declaración de intenciones publicada en el Boletín Oficial del Estado.[3].

Lo que siguió a todo este proceso inicial, fue y sigue siendo mucho, pero en cualquier caso tampoco es el objetivo fundamental de mi reflexión el hacer una reseña histórica de la AEC entendida esta como un cúmulo o sucesión de sucesos, acciones o acontecimientos a lo largo del tiempo.

Mi objetivo fundamental es identificar, destacar y transmitir lo que significa, supone y aporta una sociedad científica como la AEC en el desarrollo, visibilización, defensa, implementación, consolidación y referencia de la Enfermería Comunitaria, la Salud Pública y las enfermeras comunitarias desde una perspectiva científico profesional tanto a nivel de la atención a la salud prestada a través de los sistemas sanitarios, como del impacto en salud en y con la comunidad. De forma que la máxima que define a la AEC sea, sobre todo aunque no exclusivamente, la de mantener sanos a los sanos y propiciar la generación de comunidades sanas y saludables desde la equidad, la igualdad y la participación comunitarias.

Sin duda el recorrido de más de 28 años no ha sido fácil y lograr que la AEC hoy en día sea un referente tanto nacional como internacional en Enfermería Comunitaria y Salud Pública tampoco. Pero el sueño de quienes pensamos, diseñamos y pusimos en marcha este proyecto se ha convertido en una realidad tangible que no es cuestionable ni cuestionada.

Se dice que una disciplina tan solo adquiere madurez cuando las sociedades científicas de la misma, en sus diferentes ámbitos de actuación o áreas de conocimiento, son fuertes y son reconocidas como tales por todas las partes, es decir, tanto por sus propias/os miembros, en este caso las enfermeras en general y en particular las enfermeras comunitarias, por otras disciplinas, por las administraciones públicas y privadas y de manera muy especial por la comunidad en general. En este sentido, pues, puedo aseverar sin miedo a equivocarme que la AEC ha contribuido, contribuye y seguirá contribuyendo a dotar de madurez y mayoría de edad a la Enfermería. La seriedad, coherencia, capacidad de trabajo, compromiso, rigor, implicación, proyección, constancia, firmeza… que han caracterizado a la AEC, han permitido que así sea.

Sin embargo, nada es más peligroso que considerar que ya está todo hecho y que por tanto podemos relajarnos, porque sería tanto como morir de éxito. Lo logrado, siendo importante, es tan solo el inicio de lo que debe ser la AEC y como derivación las sociedades científicas enfermeras. Creerse superior, perder la referencia participativa que forma parte de su esencia, tanto a nivel profesional como social, no asumir las críticas que puedan surgir e ignorar la necesaria autocrítica, supondrían el principio del fin. Se trata de una construcción dinámica y permanente que debe ir consolidándose progresivamente para adaptarse a las necesidades que emanan de la atención a la salud, pero también y de manera muy significativa e importante a las que demanden las personas, las familias y la comunidad. No regirnos por esos parámetros, por esa guía, supondría perder el norte y con ello correr el riesgo evidente de encallar e incluso de hundirse irremediablemente. Torres más altas han caído. Por eso se necesita también humildad, respeto, carisma y no olvidar nunca los principios que la sustentan y dan valor.

Llegados a este punto quisiera trasladar un mensaje de satisfacción y orgullo, por estos 28 años compartidos, pero de manera muy especial por estos últimos 12 años en los que he tenido la dicha de representar como Presidente a la AEC. Ha sido un compromiso muy importante y exigente, pero también muy satisfactorio personal y profesionalmente hablando.

La confianza que las/os socias y socios han depositado en mi durante tres periodos consecutivos me hacen sentir muy reconocido y reconocible. He tratado en todo momento de dar lo mejor de mí, hacer lo que en cada momento he considerado de mayor interés y beneficio para la Enfermería Comunitaria y las enfermeras comunitarias, observar e identificar lo que las enfermeras y la comunidad consideraban importante, respetar a quienes me respetaban pero también a quienes no coincidían con mis planteamientos, reconocer lo mucho que he aprendido durante estos años y lo mucho que me han aportado las personas con las que he interactuado aunque no siempre hayamos estado de acuerdo o tuviésemos planteamientos diferentes o divergentes. De manera muy especial a quienes me han acompañado en las diferentes Juntas, con un especial y emotivo recuerdo para quienes nos han dejado de manera inesperada y precipitada. Sin ellas/os nada, absolutamente nada de lo conseguido, hubiese sido posible. Yo tan solo he sido un mediador, facilitador, coordinador, articulador… de un trabajo coral, integral y participativo que con tanta generosidad como calidad han desarrollado todas/os y cana una/o de quienes han trabajado en este recorrido vital, porque forma parte del ciclo de vida de la enfermería, y científico profesional en el que creyeron y se implicaron desde el principio. Pero también por la confianza de las socias y socios que de manera permanente han depositado en nosotras/os para lograr el objetivo común de todas/os. Este y no otro es y debe ser el compromiso de presente y de futuro. La unidad no ausente ni repelente de diferencias que enriquezcan los resultados. El respeto mutuo y compartido. El sentimiento de orgullo por pertenecer a una familia como la AEC que acoge, pero también dota de libertad y autonomía a todas/os sus miembros.

Hoy se ha producido en Logroño un relevo tan previsible como necesario. Previsible porque ya estaba anunciado desde hace tiempo. Considero que perpetuarse en los cargos, sean de la índole que sean, es nocivo para las organizaciones o instituciones que terminan por sufrir los vicios que irremediablemente el tiempo acumulado acaba generando. La renovación, por tanto, es y debe ser una constante de esta sociedad científica con el fin de favorecer, además, el imprescindible recambio generacional, sin que ello signifique que se pierda, porque también sería un error, la experiencia de quienes se apartan que no se marchan.

Maribel Mármol, hasta ahora Secretaria de la AEC, gracias al apoyo de las socias/os asume a Presidencia de la AEC y lo hace con la garantía de conocer profundamente lo que es y significa, rodeándose de un equipo de grandísimas enfermeras que le permitirán seguir avanzando y creciendo. Para mi es una tranquilidad y una gran alegría que sea ella, que durante tanto tiempo me ha acompañado en ese apasionante viaje. No voy a desearle suerte, porque nunca lo hago, ya que considero que la suerte es la mejor excusa de los mediocres para no hacer nada y, desde luego, Maribel no lo es ni se acerca mínimamente a serlo. Su capacidad de trabajo, su competencia, su responsabilidad, su integridad y coherencia son los principales avales para asumir este reto y este apasionante recorrido.

Quisiera que de esta reflexión íntima y personal trascendiese la importancia de las sociedades científicas, pero también del compromiso y liderazgo en el desarrollo de las mismas. Como enfermeras debemos identificar claramente la importancia de contar con referentes institucionales y profesionales que permitan consolidarnos como disciplina. Con independencia de diferencias tan solo seremos capaces de avanzar si interiorizamos la fortaleza que nos otorgan las sociedades científicas que, por otra parte, son y deben ser lo que las propias enfermeras queramos. Pero, para ello, se precisa un compromiso individual y colectivo que lo haga posible. Exigencia siempre, pero implicación también. Los logros o los fracasos serán siempre colectivos con independencia de quienes en cada momento estén al frente, porque al fin y al cabo lo estarán porque así lo habremos decidido o dejado que se decida y de igual forma podrán ser relevados con idéntica participación en su relevo. De nosotras, todas las enfermeras, depende que esta máxima democrática sea una realidad. No hacerlo es eludir el compromiso que tenemos y con ello contribuir al deterioro de todo el proceso.

Gracias a la AEC por todo lo que me ha aportado. Tan solo, y para despedirme, compartir el sueño con el que dejo la presidencia que no es otro que lograr construir un contexto iberoamericano de Enfermería Comunitaria. Estoy convencido que lo lograremos.

Sigo presente y activo en la AEC. Nada pueda hacerme perder este compromiso adquirido hace 28 años con independencia desde donde lo haga.

Pero lo verdaderamente importante no es quién haga tal o cual cosa, tal o cual gestión, sino qué es lo que realmente se hace, cómo se lleva a cabo y, sobre todo, para quién se hace y con qué intención se hace. En el caso que nos ocupa, creo que está claro. En la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), se trabaja para y con las enfermeras comunitarias, pero se hace para que revierta en la prestación de cuidados de calidad para y con las personas, las familias y la comunidad. En este proceso el orden de los factores si que altera el producto.

[1]   Escritor francés. (1797-1863)

[2] La Junta quedó constituida por: Cipriá Teodoro Calatayud, Gaspar Sánchez Varas, Raael Lloret Canet, Pilar Sánchez Royo, Asunción Gilabert Senar, Josefa Suárez Aparicio, Modesta Salazar Agulló, Juan José Molina Igual, Eugenio Segarra Marí, Adolf Guirao Goris, Maite Andreu Ruiz, Jusn José Casanova, Mª José LÑloria Cremades, José Ramón Martínez-Riera, Asunción Gilabert y Desiderio Rodrigo Tolsá.

[3] https://www.boe.es/buscar/doc.php?id=BOE-A-1987-17866

José Ramón Martínez Riera, presidente de la Asociación de Enfermería Comunitaria, en Hoy por Hoy Alicante

UNOS QUE VIENEN Y OTROS QUE SE VAN La vida sigue igual

“Todo cambia nada es”[1].

 

Hoy ha sido un día importante para la Enfermería española. Se han celebrado elecciones a la Presidencia del Consejo General de Enfermería.

Nadie puede discutir que los procesos electorales, si se celebran con las garantías democráticas que de los mismos se espera y desea, son la esencia de la democracia en cualquier ámbito o contexto.

Pero no es menos cierto que dichos procesos, aunque, en sentido estricto, cumplan los requisitos legales que en cada caso les son de aplicación y obligado cumplimiento, muchas veces están contaminados, sesgados, manipulados o distorsionados por múltiples factores que sin ser ilegales cuanto menos dejan la duda de si son éticamente aceptables y estéticamente asumibles.

No cuestiono, por tanto, la legalidad del proceso que, entiendo, se ajusta a ley. Pero me cuesta mucho asumir que el mismo cumpla con las garantías de transparencia, libertad, igualdad y oportunidad que deberían exigirse. Lamentablemente, porque es muy triste y lamentable, que existan tantas dudas al respecto.

El clientelismo instalado en torno al Consejo General de Enfermería por parte de un grupo importante de Colegios como consecuencia de una permanente cadena de favores, por una parte, y las presiones de carácter económico que se ejercen sobre otros para doblegar o cuanto menos someter su capacidad de decisión a lo que se les marca a otro grupo, son un primer ejemplo de la falta de libertad a la hora de ejercer el voto que determina la elección final para acceder a la Presidencia.

Las normas que rigen el proceso electoral con criterios que llevan al límite de la legalidad los requisitos para ejercer la votación por parte de los colegios, hacen que la elección de candidatura sea una cuestión de caudillaje colegial en algunos casos, al corresponder en exclusiva al/la Presidente/a del Colegio Provincial, o a la Junta de Gobierno del mismo. Es decir, en ninguno de los dos casos resulta imprescindible la consulta a las/os colegiadas/os de los citados colegios provinciales, que tan solo es ejercida por parte de aquellos colegios que se han desmarcado de las políticas autocráticas que se mantienen vigentes, aunque pueda parecer anacrónico. La realidad por lo tanto supera con creces la imaginación.

Así las cosas, cualquier apuesta de cambio resulta prácticamente inviable al estar limitada por estos preceptos que tan solo persiguen perpetuar la permanencia en los cargos que ostentan y que en ocasiones, además, duplican al ocupar Presidencias provinciales al mismo tiempo que autonómicas o Nacional. Todo un ejemplo.

Pero tampoco debemos instalarnos en la crítica exclusiva hacia quien ocupa y mantiene el poder a toda costa. Porque aún siendo difícil si existe una voluntad colectiva clara y determinada de cambio este finalmente se consigue a pesar de todas las resistencias o artimañas que se puedan generar. Porque esto es precisamente lo que ha sucedido en algunos Colegios Provinciales en los que se ha logrado vencer el inmovilismo y las resistencias de las que hablaba para instalar procesos democráticos reales que trasladan el poder de decisión al conjunto de las enfermeras, situando a las/os responsables de las Juntas de Gobierno como referentes, pero no como exclusivos decisores.

Es gracias a estos cambios lo que está generando un cambio mayor. De hecho, hoy se ha demostrado que hacerlo efectivo es posible muy pronto. El número de Colegios sometidos a la presión o al miedo, quienes siguen idénticos patrones de comportamiento autocrático o quienes no quieren significarse situándose en el terreno de la ambigüedad, son cada vez menores, aunque sigan siendo mayoría. Pero el número de quienes alzan su voz y depositan su voto por un cambio real va en aumento y significa una seria y real apuesta de futuro que hasta ahora nadie consideraba posible.

De hecho, los resultados obtenidos hoy en las elecciones han supuesto un serio toque de atención a quienes hasta ahora decidían sin pudor. Desde ahora, aunque sigan teniendo el poder, deberán ejercerlo con mayor cuidado porque ya no tienen el beneplácito unánime que hasta ahora tenían, por lo que van a tener que rendir cuentas cada vez más claras y transparentes, justificar y consensuar decisiones, explicar sus posiciones, asumir peticiones… que acostumbraban a despreciar de manera sistemática.

Por su parte las enfermeras, a quienes en teoría representan, deberemos ejercer mayor control y presión sobre quienes manejan, no lo olvidemos, el dinero que aportamos con las cuotas obligatorias, con el que pagan los dispendios por los que algunos de ellos están sometidos a procesos judiciales. Obligando a que defiendan los intereses de las enfermeras en lugar de sus intereses.

Pensar que son otros quienes deben lograr ese cambio incorporándonos en la inacción y la indiferencia, es alimentar su permanencia.

Por lo tanto, hoy es un día triste por lo que pudo ser y no fue, pero también de esperanza por lo que, estoy convencido, será muy pronto.

Hay que agradecer a quien tuvo la fe, la valentía y la fortaleza de hacer frente a este aparato de poder establecido dando el paso y enfrentándose a lo que parecía, hasta hace nada, imposible. Porque nada es imposible si se cree firmemente en ello.

No es necesario decir nombres. Todos los identificamos y todos sabemos dónde están y por qué están. Ya no engañan a nadie con su mantra de servicio a la profesión. A la profesión muchas enfermeras le sirven de manera mucho más ejemplar y sin necesidad de decirlo. Lo que pasa es que cuando se interpreta en lugar de ejercer, cuando se es pero no se siente, cuando se habla pero no se cree lo que se dice, cuando se oye pero o se escucha, cuando los silencios sustituyen los argumentos, cuando el poder desplaza al consenso, cuando la mediocridad sustituye a la excelencia, hay que repetir constantemente que se está haciendo un servicio e incluso un sacrificio como forma de ocultar todas las carencias que les impiden ejercer el liderazgo que las enfermeras necesitamos.

Para ser representante y referente de todas las enfermeras no es suficiente con ser simpático y parecer honrado. Hay que serlo y demostrarlo. Hay que convencer. Hay que renunciar al protagonismo individual y situarse en el interés colectivo. Hay que identificar las necesidades sentidas. Hay que observar en lugar de interpretar. Hay que actuar por convicción y no por convención. Hay que respetar y asumir como propia la voluntad de la mayoría. Hay que pensar como enfermera para actuar como enfermera. Ocupar esta presidencia no puede ser un elemento de poder e influencia narcisista.

Con su actitud actúan como quienes impiden la alfabetización de la población por entender que de esta manera resulta más fácil de manipular. Una alfabetización que pasa porque a nadie se le oculte la verdad y que todas puedan tener la capacidad de decidir en sus órganos de representación sin que vean en los mismos un reducto inaccesible y lo más triste, considerado inútil.

Resulta triste que una gran cantidad de enfermeras de este país ni tan siquiera sean conscientes de lo que hoy se ha producido y de la trascendencia que tiene para el futuro de la enfermería y de las enfermeras. Este sin duda es la alfabetización enfermera pendiente, o parte de ella.

Necesitamos representantes que sean capaces de liderar, de atraer, de movilizar, de convencer, de aglutinar, de proponer, de actuar, de rectificar, de agradecer, de exigir, de negociar… es decir, de ser referente sin ser indiferente.

Tan solo cabe esperar que esta fase que queda hasta que se produzca el cambio necesario y deseado sirva para que reflexionemos sobre la importancia que tiene el hecho de quien esté al frente de una organización que es la máxima representación de las enfermeras, que no de la enfermería como se otorgan. Debemos hacer un ejercicio de planificación a medio plazo que nos permita actuar con firmeza y con el respeto debido hacia quienes no lo han tenido hasta ahora amparados en la que consideran su atalaya particular, aunque sea el espacio de todas.

Me indigna que sienten a su mesa a quienes, no tan solo no se sienten enfermeras, sino que atacan a las mismas con descalificaciones, insultos y desprecio. Si resulta grave quien lo hace con absoluta desvergüenza, aún lo es más el hecho de quien, no tan solo lo consiente, sino que lo ampara y protege bajo su manto de poder, que es tanto como compartir lo que traslada de manera pública, siendo quien lo consiente y por tanto defiende, el supuesto máximo representante de las enfermeras. Me revela que en una profesión eminentemente de mujeres la representación femenina sea anecdótica, secundaria y residualmente representativa. El respeto no lo otorga un cargo, ni tan siquiera una organización, se logra por lo que se hace y cómo se hace. Por tanto, no puede extrañar a nadie que cueste tanto respetar a quien no es capaz de hacer respetar ni, por tanto, respetar a las enfermeras.

No me interesan sus cuitas, sus amistades peligrosas, sus intrigas, sus reproches, sus puñaladas traperas y traicioneras… como si se tratase de una galería carcelaria. De todo eso que se ocupe la justicia que es quien debe dictar sentencia. Pero que no quieran hacernos a nosotras cómplices de unos u otros en sus autodefensas cargadas de acusaciones cruzadas tan graves como dolorosas por lo que encierran las mismas y por lo mezquino de sus acciones contra las enfermeras, aunque se digan defensores de las mismas. Me importan los intereses de todas las enfermeras y que quienes nos representen lo hagan por que así se lo hemos encomendado de manera mayoritaria, libre y democrática. De igual manera que podemos hacer que se vayan por no cumplir con lo que de ellos se espera.

Por todo esto resulta imprescindible generar un punto de inflexión desde el que iniciar un avance sin posibilidad de vuelta atrás para, con todas las garantías democráticas, lograr recuperar la autonomía y dignidad de las enfermeras secuestrada desde hace tanto tiempo.

Durante ese recorrido habrá que continuar manteniendo relaciones, llevando a cabo conversaciones, trasladando propuestas, solicitando soluciones… con quienes han sido elegidos, que en ningún caso deben ser interpretadas como connivencia, sino como convivencia obligada por ser, nos guste o no, quienes representan a las enfermeras. Se puede y debe ser crítico sin ser cínico por el hecho de trabajar con quien no estamos de acuerdo. La solución no consiste en replicar actitudes contra quienes no nos gustan, sino en trabajar por cambiarlas o contrarrestarlas.

Julio Iglesias cantaba “unos que vienen y otros que se van” pero realmente llevamos muchos años, muchísimos, más de los razonables, más de los soportables, que solo reconocemos a los que vinieron y se quedaron sin que podamos reconocer a los que se van, porque permanecen agarrados a sus puestos. Como sigue la canción, “todo sigue igual”. Y tal y como el mismo artista ha popularizado, “lo sabes”. Lo que tenemos que hacer es que se cumpla la letra de la canción y se vayan, llevando consigo tanta gloria como paz dejen. Y esto, esto sí que tú y todos debemos saberlo y hacer posible que se cumpla.

No quiero que la vida siga igual. Quiero que cambie y que el cambio nos empodere desde el liderazgo bien asumido y bien entendido. Quiero una alfabetización enfermera que impida la inacción y el conformismo, transformando la actividad en acción de cambio tan sano como saludable.

Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos[2].

[1] Heráclito de Efeso (540 AC-470 AC) Filósofo griego.

[2] Eduardo Galeano (1940-2015) Escritor y periodista uruguayo.

CONTEXTO IBEROAMERICANO vs CONTEXTO ANGLOSAJÓN De teorías, lenguas y otras formas de dominación

“Los dominados aplican a las relaciones de dominación unas categorías construidas desde el punto de vista de los dominadores, haciéndolas aparecer de ese modo como naturales»

La dominación masculina» (1998), Pierre Bourdieu[1].

 

Durante mucho tiempo, en Enfermería, todas las miradas y la atención han estado focalizadas de manera casi exclusiva en el ámbito anglosajón en general y en el estadounidense en particular.

Sin duda las aportaciones que han realizado al desarrollo y visibilización de la Enfermería y las enfermeras son indiscutibles y representan una referencia mundial. Florence Nightingale[2], Virginia Henderson[3], Dorothea Orem[4], Martha Rogers[5], Callistra Roy[6], Jean Watson[7]… son solo algunas de las enfermeras anglosajonas que a través de sus postulados y teorías han logrado establecer criterios, normas, comportamientos… de la atención enfermera que han trascendido más allá de sus contextos de origen para asumirse como modelos a aplicar en ámbitos geográficos, históricos y culturales muy diferentes al suyo.

Sin entrar a cuestionar la oportunidad o idoneidad de dichas traslaciones teóricas a nuestra realidad social y profesional y la de otros países como los iberoamericanos, lo bien cierto es que su poder de atracción y de fascinación han hecho que sus planteamientos hayan sido prácticamente adoptados como dogma de fe por parte de las enfermeras docentes y por extensión de las gestoras y las asistenciales, aunque en muchas ocasiones costase encajar las citadas teorías en un realidad que distaba y sigue distando mucho de la que es propia de las citadas autoras.

Tanta es la fascinación que provocan que casi todas ellas, sino la totalidad de las mismas, son conocidas e incluso reconocidas por la mayoría de las enfermeras, sobre todo de aquellas que iniciaron sus estudios en la universidad va a hacer ya 45 años en España y que en muchos países de Latinoamérica hace bastantes más años.

Este hecho, en sí mismo, no tendría mayor trascendencia sino fuese porque tal referencia empieza y acaba en dichas enfermeras, no siendo capaces las mismas enfermeras que las reconocen de identificar referentes de su propio contexto o de aquellos que podrían resultar más próximos por cultura, tradición e historia.

Este hecho que en sí mismo ya es suficientemente significativo se acompaña de otro no menos relevante como es el de la lengua nativa de todas estas teóricas, es decir, el inglés, que por otra parte ha pasado a ser considerada la lengua científica internacional por excelencia.

Nuevamente no voy a entrar a cuestionar si esta elección y lo que la misma supone es acertada o no, pues no me corresponde hacerlo más allá de mi opinión personal, alejada del riguroso análisis que la cuestión requiere.

Pero no me resisto a hacer una valoración de conjunto sobre cómo estas cuestiones han afectado, afectan o pueden afectar a la evolución de la Enfermería y al comportamiento que las enfermeras, tanto españolas como iberoamericanas, adoptan sobre ellas mismas y su aportación específica a la sociedad.

Es cierto que la evolución histórica de la Enfermería en España y me atrevo a decir que, en Iberoamérica, ha estado marcada por una clara subsidiariedad a la profesión médica con lo que ello supuso durante muchos años de despersonalización profesional evidente y, por tanto, de ausencia real de referentes. Tanto es así que se asumieron, en muchas ocasiones, como referentes propios los que eran de la medicina de igual manera que se hizo con el paradigma que marcó el devenir profesional de las enfermeras como profesionales secundarias de los médicos.

Esta dependencia, que supuso un claro secuestro de la identidad autónoma enfermera, llevó a que muchas enfermeras sufriesen un particular síndrome de Estocolmo[8], por el que se malinterpreta el paternalismo que habitualmente ha acompañado a esta subsidiariedad como un acto de humanidad por parte de los médicos que la ejercían, mantenían y se resistían a abandonar.

Esta dependencia, secuestro, al que estuvimos sometidas las enfermeras determinó nuestro aislamiento y que el mismo provocase una ausencia absoluta de referencias para construir una identidad propia.

En los planes de estudio de Enfermería en la Universidad, se incorporan las teorías enfermeras a las que aludía al inicio de mi reflexión y con ellas a sus autoras como enfermeras líderes y referentes. Ante la ausencia de referencias propias, desviar la mirada hacia quienes habían dispuesto del tiempo, el apoyo, la voluntad y el conocimiento para construir teorías, se consideró que era un acierto e incluso una oportunidad para lograr el necesario desarrollo y autonomía que nos habían sido usurpados durante tanto tiempo. En Latinoamérica, además, la mayor proximidad geográfica, que no cultural, con EEUU actuó como una losa en el avance propio de la Enfermería, al tener casi como exclusiva referencia para su identidad profesional y disciplinar a dichas enfermeras.

El problema es que de manera paralela no se produjo una corriente de pensamiento propio que permitiese ir desplazando las teorías anglosajonas por teorías propias que estuviesen adecuadas y necesariamente contextualizadas a los entornos iberoamericanos que sin duda requieren de valoraciones, aproximaciones, análisis y respuestas tan diferentes como divergentes con las del mundo anglosajón.

Se prefirió caer en la seducción de una ciencia que aún se nos antojaba lejana y que provocaba una hipnosis que tenía tanto de admiración como de desconocimiento, abrazando con pasión desmedida lo que no se estaba en condición ni de entender ni de aplicar tal como se nos trasladaba a través de manuales con gran éxito de ventas que llenaban estanterías de bibliotecas sin que ello asegurase que se entendiesen ni tan siquiera se leyesen, más allá de la obligación derivada de los planes de estudio en los que eran de obligada memorización.

Como referencia eran y siguen siendo necesarias. Pero no como teorías de aplicación sistemática como en muchas ocasiones se pretende. Dicha estandarización teórica se extiende a los planes de cuidados con lo que supone de pérdida en la individualización y singularidad de los mismos como si fuese posible establecer el prêt à porter en los cuidados profesionales enfermeros y sustituir con ello la “confección a medida” que requieren.

La prueba concluyente de la no aplicabilidad práctica a nuestros contextos fue que la teoría de mayor éxito, al menos en España, fue la de Virginia Henderson de necesidades básicas que no ofrece excesivos problemas de contextualización, aunque tampoco aporta mucho más de lo que el sentido común en la prestación de cuidados profesionales es capaz de hacer desde una perspectiva o paradigma, además, muy cercano al médico. En su defecto, en todo caso, se utilizan los patrones funcionales de Majorie Gordon[9] que no es una teoría enfermera y permite huir de la rigidez que imponen las mismas en su aplicación práctica.

Todo lo cual, por otra parte, no hace sino ahondar en la brecha existente entre teoría y práctica, pues la aplicación de estas teorías decae de manera progresiva hasta su práctica desaparición en cuanto las enfermeras se incorporan al ámbito asistencial, quedando tan solo en un recuerdo en el mejor de los casos o en el olvido más absoluto. Debido, en parte, al modelo de los propios sistemas nacionales de salud que dejan poco espacio para este tipo de aplicaciones teóricas y en parte a la propia renuncia de las enfermeras de la atención, por no identificar en su aplicación un valor añadido a la prestación de cuidados.

Así mismo, no deja de ser cuanto menos curioso que ninguna de las teorías de las que al menos han llegado a nuestros entornos, hayan sido desarrolladas por parte de ningún enfermero y que sin embargo quienes mayoritariamente han ocupado durante mucho tiempo puestos de dirección hayan sido hombres que no han sido capaces o no han querido desarrollar ninguna de estas teorías en sus ámbitos de gestión, lo que debería ser motivo de análisis ante lo que muchos consideran son visiones diferentes de la Enfermería en función del género y no de aspectos disciplinares o profesionales.

Esta clara dicotomía, contradicción o contraposición en la forma de entender la Enfermería provoca discursos absolutamente irracionales y misóginos por parte de ciertos personajes enrocados en sus cargos de supuesta representación y amparados o protegidos por organizaciones que teóricamente representan a todas las enfermeras. Así y ante las inaceptables manifestaciones realizadas por un representante del colectivo médico en las que considera un problema la feminización del sector de la medicina[10], alguien que representa a miles de enfermeras apuntilla que no tan solo está de acuerdo con lo manifestado, sino que en Enfermería pasa lo mismo y que el sistema no está previsto para la incorporación masiva de la mujer[11], como si ello fuese un anacronismo y en un discurso claramente contradictorio e irracional con lo que ha sido y es la propia historia de la Enfermería. Es lo que tiene hablar de Enfermería sin sentirse enfermera y siéndolo por el simple hecho de poseer un título. Este es otro grave problema que nos limita y contradice permanentemente.

Evidentemente no voy a entrar en el discurso zafio, facilón y machista de estos personajes, pero no deja de ser una consecuencia de esa falta de criterio teórico de la propia disciplina que sigue luchando por una autonomía que no ha abandonado el síndrome de Estocolmo y sigue agonizando en su propia falta de identidad y sentimiento de pertenencia.

En cuanto a la segunda cuestión que planteaba en torno a la lengua dominante en la literatura científica en general y enfermera en particular, me voy a referir a los datos desde los que plantear un cambio de lo que considero una tiranía o dictadura lingüística, que no tan solo podría lograrse, sino que debería plantearse como una propuesta a tener en cuenta de manera muy seria.

No porque considere que el inglés no pueda ser una lengua vehicular, sino porque existe un espacio geográfico y cultural como el iberoamericano que además comparte las lenguas portuguesa y española que les permitiría, como de hecho ya lo hace en ciertos aspectos, construir un contexto de Enfermería muy potente e influyente, que supusiera la base de una realidad enfermera propia y conjunta con especificidades que enriquecieran el paradigma enfermero sobre el que basar no tan solo teorías sino realidades de cuidados.

El inglés es hablado por 372 millones de personas nativas, mientras que el español lo es por 492 millones de nativos y el portugués por 270 millones. Esto supone que el contexto iberoamericano reúne a 762 millones de nativos entre portugués y español que son lenguas que siendo diferentes no dificultan el entendimiento como lo demuestran las múltiples actividades y publicaciones científicas que utilizan ambas lenguas de manera conjunta. Es decir, el doble de personas nativas de las que hablan inglés. Teniendo en cuenta, además, que el crecimiento de personas que hablan español en el mundo es del 70% desde 1991 y sigue creciendo.

No parece muy lógico, por tanto, que se siga postergando a ambas lenguas en congresos, jornadas, simposios, cursos, publicaciones… como sucede sistemáticamente en la actualidad. Más aún cuando las producciones y aportaciones realizadas en inglés no garantizan una calidad que, sin embargo, se otorga casi automáticamente por el hecho de hacerlo en dicha lengua, dándoles un valor inicial que no siempre tienen, al tiempo que, se quiera o no, dificulta la difusión y posibilidad de compartir con la gran mayoría de las enfermeras que podrían incorporar las pruebas aportadas a su actividad. Un hecho que supone una clara barrera o dificultad el necesario e imprescindible acceso de la producción científica entre la mayoría de enfermeras. El problema es que esto choca contra el mercantilismo científico anglosajón que se ha montado y que actúa como un muro de contención ante cualquier intento por crear un espacio propio de conocimiento no anglosajón, contando además con el beneplácito de las Universidades y otras organizaciones que han caído en el perverso juego de la industria editorial que cada vez les limita y subyuga más.

Por su parte, se exige que las enfermeras no anglosajonas dominemos el inglés como lengua para difundir nuestras aportaciones fuera de nuestras fronteras, mientras las enfermeras anglosajonas no tan solo no lo hacen, sino que no realizan el más mínimo esfuerzo por comunicarse en otra lengua que no sea la suya, en un nuevo y clamoroso ejemplo de la tiranía lingüística anglosajona.

Otro dato que demuestra el inaudito dominio anglosajón en Enfermería es la renuncia a valorar a sus propios referentes en el contexto iberoamericano en favor de las referentes anglosajonas de manera casi exclusiva.

Por ejemplo, las enfermeras de los países que conforman el espacio iberoamericano a las que se les concede el máximo reconocimiento académico, Doctor/a Honoris Causa, son una anécdota si nos ceñimos al número de ellas a las que se les otorga por parte de las Universidades de dicho espacio y un absoluto desierto si hablamos de Universidades de cualquier otro contexto en general y del anglosajón en particular. Sin embargo, son múltiples las enfermeras anglosajonas que no tan solo son premiadas con este alto reconocimiento académico, sino que algunas de ellas, además repiten en diferentes Universidades como si no existiesen otras figuras a las que reconocer. Lo que sin duda es una claro y manifiesto desprecio hacia la aportación, valía y visibilización de las enfermeras iberoamericanas que contribuye, junto a lo ya comentado, a seguir valorizando a enfermeras anglosajonas o a sus aportaciones, por encima de cualesquiera otras, en gran medida por el simple hecho de anglosajón/a. Aceptar este hecho, sin más, es creer y aceptar que no existen enfermeras iberoamericanas con aportaciones y capacidades contrastadas a nivel nacional e internacional que les permita ser reconocidas. El grave defecto, por tanto, es que hablan español o portugués, lo que parece ser razón más que suficiente para excluirlas de cualquier posibilidad en este y en otros muchos sentidos.

No pretendo desvalorizar en absoluto a las enfermeras anglosajonas y mucho menos al idioma que comparten. Pero me resisto a aceptar que a la inversa no se actúe con idéntica actitud y. Pero mucho más me duele comprobar como el simple hecho de ser anglosajona supone un plus muy importante de valoración y respeto en contraposición al que se tiene con las enfermeras iberoamericanas. Como si el lugar de nacimiento y la lengua utilizada para comunicarse fueran aval suficiente e incluso imprescindible para reconocer el talento y la excelencia.

De fuera vendrán que de casa nos tirarán, reza un dicho popular que se ajusta de manera idónea a lo planteado.

Tenemos, como enfermeras, el conocimiento, el rigor, la capacidad, la motivación … suficientes. Pero además contamos con un contexto geográfico en el que compartimos lenguas que nos permiten crear un espacio de crecimiento científico global que de respuesta a las necesidades sentidas de las personas, familias y comunidad que se plantean en dicho contexto y poder compartirlo sin ningún tipo de complejos con otros contextos en igualdad de condiciones. Seguir asumiendo como propio lo que no deja de ser una prótesis intelectual y científica nos anula e invisibiliza. Actuemos pues con valentía que no con temeridad para hacer frente al reto y ser capaces de construir este necesario contexto enfermero iberoamericano con nuestras lenguas, nuestras tradiciones y nuestra historia, como aspectos definitorios del mismo. Identifiquemos y valoremos a nuestras/os referentes sin renunciar a la identificación de refrentes de otros contextos, pero evitando la fagocitación de estos sobre los nuestros.

[1]   Sociólogo francés, de los más destacados de la época contemporánea.

[2] Enfermera, escritora y estadística británica, considerada precursora de la enfermería profesional contemporánea y creadora del primer modelo conceptual de enfermería.

[3] Enfermera teorizadora que incorporó los principios fisiológicos y psicológicos a su concepto personal de enfermería.

[4] Teórica de la enfermería Moderna y creadora de la Teoría enfermera del déficit de autocuidado, conocida también como Modelo de Orem.

[5] Enfermera, investigadora, teórica y autora estadounidense.

[6] Religiosa, teórica, profesora y autora de enfermería. Es conocida por haber creado el modelo de adaptación de Roy. En 2007 fue designada «Leyenda Viviente» por la Academia Americana de Enfermería.

[7] Enfermera estadounidense que se convirtió en una destacada teórica contemporánea en el ámbito de su profesión.

[8] El síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro o retención en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo1​ con su secuestrador o retenedor.

[9] Teórica y profesora estadounidense de enfermería que creó la evaluación de enfermería conocida como patrones funcionales de salud de Gordon

[10] https://www.niusdiario.es/espana/andalucia/20221011/presidente-consejo-andaluz-colegios-medicos-polemicas-declaraciones-feminizacion-medicina-problema_18_07687621.html

[11] https://twitter.com/nurseofblood/status/1580797123557175298?s=48&t=UbXj1IdOpiJPIbwQBenV1A

EDADISMO, HEDONISMO Y DECLINISMO ¿Hacia dónde vamos las enfermeras?

 

                                                                                                                    A Marta Gran e Isaac Badía, que creen y crean                                                                                                                                                  futuro respetando el pasado

“La generación que ignora la historia no tiene pasado… Ni futuro.

Robert Heinlein[1].

 

Nos encontramos inmersos en un contexto dinámico, cambiante y multicultural. Eso lejos de ser un inconveniente o una amenaza, desde mi punto de vista, es una gran oportunidad para la construcción de contextos muy diversos, colaborativos, ricos, articulados, sinérgicos, equitativos… El problema está en que dicho contexto se da en el seno de una sociedad cada vez más individualista, que exige la inmediatez en todo y para todo, tremendamente competitiva y con una tendencia a la falta de reflexión que provoca una alienación ideológica, que identifica ese contexto como una amenaza ante la que hay que protegerse e incluso defenderse.

Ante esta actitud colectiva que, en muchas ocasiones, está alimentada con discursos absolutamente populistas, intolerantes, ofensivos y alejados de cualquier fundamento, no ya tan solo científico, sino incluso de sentido común, la solidaridad, la equidad, la libertad y el respeto se convierten en valores que tan solo se manosean para construir mensajes oportunistas y engañosos, pero que pierden su verdadero sentido y, lo que es peor, dejan de impregnar las relaciones que hacen posible una convivencia serena, igualitaria y participativa. Todo a pesar de lo que puedan aparentar situaciones de pseudosolidaridad social que emergen con gran fuerza, determinadas por hechos, acontecimientos o desastres naturales, que desencadenan febriles respuestas acompañadas de un interesado y oportunista impacto mediático, que lamentablemente se desvanecen progresivamente hasta prácticamente desaparecer, sin que ello signifique que la causa que las generó lo haya hecho también. Se trata, por tanto, de una solidaridad mediática y con dudosos efectos dada la temporalidad de la misma. En cuanto desaparece la difusión en los medios la memoria se desconecta para incorporarse de nuevo a la dinámica individualista que nos caracteriza. Recordemos la campaña buenista del franquismo enmarcada en lo que algunos denominaron «conservadurismo compasivo», propio del nacionalcatolicismo de la época. Como manera de limpiar sus conciencias, las familias pudientes eran animadas a sentar a una persona sin hogar en su mesa para la cena de Nochebuena, promoviendo una idea de la caridad como sustituto de la justicia social en una España que vivía en la miseria. Algo que reflejó magníficamente el genio valenciano Luis García Berlanga[2] en su película “Plácido”, que se llamó así por imperativos de la censura que le prohibió titularla tal como tenía previsto, “Ponga un pobre en su mesa”. Hoy en día en plena democracia, seguimos incorporando la hipocresía ante problemas como la pobreza, desigualdad, inequidad, migración, violencia de género, guerras… de muy diversas formas y maneras.

Este panorama poco halagüeño no escapa prácticamente a ninguna esfera de nuestra sociedad. Más allá de análisis más profundos y necesarios que no estoy en disposición de realizar por razones obvias, sí que me gustaría reflexionar sobre cómo y de qué manera esto, junto a otros factores, está influyendo en la perspectiva de la salud y su atención profesional y más concretamente en cómo lo hace sobre las enfermeras.

En cuanto a la perspectiva que de la salud tiene la población en general, me aventuro a decir que ha incorporado el individualismo en la misma, abandonando el necesario e indispensable enfoque colectivo y participativo que resulta imprescindible para lograr una sociedad saludable. De tal manera que la Salud Pública, pierde protagonismo, diluyéndose su fin en aspectos centrados y relegados a la epidemiología de la enfermedad. Todo ello como resultado del modelo que impregna al Sistema Sanitario. Como resultado de esta perspectiva, que algunos sectores políticos potencian y favorecen desde planteamientos neoliberales, la aportación solidaria que debiera caracterizar al Sistema Nacional de Salud, se debilita cuando no se pierde y con ella el necesario y cada vez más difuso o irreconocible humanismo como rasgo identitario del mismo, que le aboca a una imagen cada vez más cercana a la beneficencia en contraposición al crecimiento exponencial de los seguros privados mal, pero interesadamente, denominados de la salud que excluyen a los pobres y les relega a un asistencialismo progresivamente deshumanizado. Y como nada es casual y todo está interconectado, surgen con fuerza los discursos demagógicos, populistas y cargados de eufemismos de quienes abogan por una bajada general de impuestos cuyos efectos refuerzan esta situación de debilidad de la Sanidad Pública y de fortaleza de la Privada.

Pero las/os profesionales de la salud tampoco son ajenas/os a todo este análisis. De hecho, el modelo caduco asistencialista, hospitalcentrista y todos los “istas” ya conocidos que le caracterizan y determinan sus respuestas a la salud de las personas, las familias y la comunidad, viene determinado y apoyado por un amplio sector de la medicina que ve en el mismo su nicho ecológico ideal para mantener un protagonismo y un poder que se han arrogado a lo largo de los años en detrimento de la propia población. Las fuertes resistencias, por una parte, y las débiles propuestas de cambio por otra, que se generan en el colectivo médico, dificultan e incluso impiden o paralizan los necesarios y deseados procesos de cambio de modelo sanitario.

Por su parte las enfermeras, seguimos sin desprendernos de la influencia del paradigma médico en el que durante tanto tiempo hemos sido formadas y uniformadas y en el que muchas se sienten cómodas y arropadas, haciendo de él su zona de confort. Y es precisamente en este punto en el que quisiera detenerme para profundizar en las causas, al menos en algunas de ellas, que considero mantienen ese refugio paradigmático que les anula como enfermeras aunque puedan identificarse como tales, a pesar que en muchas más ocasiones de las deseadas ni tan siquiera esta denominación es aceptada y deseada por ellas/os amparándose en la menos comprometida y más difusa de profesionales de la salud o la incorrecta y tramposa de Enfermería, arrogándose para ellas lo que es disciplina, profesión o ciencia de todas.

Esta situación, sin querer hacer análisis más amplios que ni el tiempo ni la extensión de esta reflexión me permiten, la circunscribo a dos momentos importantes de nuestra reciente historia de desarrollo profesional.

Por una parte, el fuerte desarrollismo hospitalario de las décadas de los años 60 y 70 que generó una gran demanda de enfermeras para cubrir las necesidades que se generaban y que llevó, entre otras cosas, a que se crearan escuelas de ATS dependientes de los hospitales con el fin, al menos inicialmente, de autoabastecerse y que eran escuelas femeninas exclusivamente. Algunas incluso siguen en activo como escuelas de enfermería adscritas a universidades, lo que no deja de ser un claro anacronismo que se mantiene como una anécdota exclusiva en el panorama universitario español. El resto de escuelas eran masculinas y se situaban en las Facultades de Medicina. Dependiendo pues de la ubicación y del género de su alumnado se impartían planes de estudio diferentes y alejados de la Enfermería, al basarse bien en una capacitación exclusivamente técnica que contribuyera a asumir lo que los médicos no querían hacer, en el caso de los ATS masculinos que eran considerados mini-médicos, o bien una capacitación de carácter dócil, inferior, obediente y sumiso (DIOS), como se afanaban en trasladar a sus alumnas en muchas escuelas de religiosas a las futuras ATS (enfermeras).

El Instituto Nacional de la Salud (INSALUD) de entonces, quedó integrado mayoritariamente por una plantilla muy joven, sobre todo en las denominadas Instituciones Cerradas que era como se denominaba a los Hospitales o Ciudades Sanitarias de la época, mientras las instituciones abiertas eran los ambulatorios de asistencia médica en las que trabajaban las ATS femeninas en auxilio administrativo de los médicos y los ATS masculinos en la asistencia técnica derivada de las órdenes médicas (curas, inyectables, sondajes…).

Finalizando la década de los años 70 a la que me refería, surge un importante sentimiento de identidad que liderado por enfermeras muy comprometidas y con una capacidad de aglutinar voluntades como nunca antes se dio y como, lamentablemente, ya no se ha vuelto a producir, lograron que los estudios de enfermería se incorporasen a la Universidad con contenidos específicos propios en sus planes de estudio e incorporando ya los postulados que emanaban de la Declaración de Alma Ata de Atención Primaria de Salud, lo que llevó a que las enfermeras que se incorporaron como docentes en las recién creadas escuelas universitarias de enfermería fuesen igualmente muy jóvenes, al provenir en su mayoría de los hospitales en donde trabajaban.

En otro sentido y coincidiendo con la instauración de la democracia en España por una parte y con la firma de la Declaración de Alma Ata por otra, al final la década de los años 70 y principios de los 80, se produce otro hecho destacable. La aprobación de la Ley General de la Salud recoge la filosofía que emana de la Declaración de Alma Ata y establece las bases del que se conocería como Nuevo Modelo de Atención en referencia a la Atención Primaria de Salud (APS), además de dejar constituido el Sistema Nacional de Salud (SNS).

Los primeros centros de salud sustituyeron la Asistencia Médica de los ambulatorios por la APS con equipos multidisciplinares en los que las enfermeras que se incorporaron a los mismos asumieron roles y autonomía profesionales nunca vistos hasta la fecha. En este caso se combina la integración de profesionales provenientes de los ambulatorios con una visión muy restringida de la nueva aportación que se demandaba y la de enfermeras jóvenes, muchas de ellas tituladas ya en la universidad, con mucha ilusión y compromiso para desarrollar el que identificaban como un ámbito de gran oportunidad de desarrollo profesional. En este periodo hay que destacar también la constitución de la primera Sociedad Científica de Enfermería Comunitaria, Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) que generó un punto de inflexión importante en el desarrollo de la Enfermería Comunitaria y en el de la especialidad.

Así pues, en ese momento confluyen dos realidades, la hospitalaria y la de APS, que no se supo articular y coordinar, lo que condujo a generar fricciones, discrepancias y conflictos profesionales e interprofesionales posteriormente.

Transcurridos los años y con el paralelo aumento de edad de las enfermeras que configuraban las plantillas del SNS en convivencia que no connivencia, con las nuevas generaciones de enfermeras, se produjo un efecto que actualmente ha adquirido notoriedad y la atención de organismos, instituciones y grupos de investigación, como es el edadismo, definido por la OMS como los estereotipos, prejuicios y discriminación contra las personas por su edad.

Los aspectos sociales a los que me refería al inicio de mi reflexión, unidos a una serie de creencias, valores y normas que provocan discriminación hacia las personas según su edad, como la sacralización de la juventud y el culto a la belleza física en base a parámetros y cánones muy concretos, coadyuvan a que se dé un choque profesional generacional que considero que ni se ha sabido afrontar y mucho menos resolver.

Por una parte, nos encontramos con quienes amparadas en el recuerdo se sitúan en la inacción y la parálisis dificultando o impidiendo la evolución de la profesión y generando confrontaciones que tratan de resolver a su favor desde la acumulación de años que no de conocimiento.

Por otra parte, están quienes se autoerigen en deidades de la profesión sin que tengan el reconocimiento de sus profesionales, tratando de imponer sus doctrinas como las únicas verdaderas, lo que también genera rechazo.

Pero también están las que, siendo identificadas y reconocidas como referentes por una parte importante de la profesión, no son capaces de aglutinar las voluntades, iniciativas, estrategias, sentimientos… de las enfermeras jóvenes, quedando todo su discurso en el ámbito de la teoría o la filosofía, sin traslado real a la prestación de cuidados.

Por último, están las enfermeras jóvenes que en su exacerbado individualismo y feroz competitividad anulan toda capacidad de identificar aportaciones en todo aquello o en todos quienes, consideran trasnochados o caducos por el simple hecho de no ser actuales y no cumplir los patrones de juventud e inmediatez sobre los que rigen sus comportamientos y actitudes.

Nos encontramos pues ante un caso muy preocupante de Anorexia histórica que provoca en las nuevas generaciones la identificación de una imagen distorsionada e irreal de la Enfermería que les hace rechazarla. Actitud que lleva a una despersonalización evidente de las enfermeras y a una posición de conflicto generacional que es incapaz de resolverse con apuestas sólidas, rigurosas y válidas tanto para la Enfermería como para las personas, las familias y la comunidad que esperan obtener los beneficios de unos cuidados de calidad y calidez cada vez más escasos.

Por su parte, en el otro extremo se presenta un Alzheimer en el que la memoria inmediata desaparece y todo se plantea en base a lo ocurrido en tiempos remotos, provocando un alejamiento absoluto de la realidad y una evidente incomprensión hacia quienes tienen la responsabilidad de generar el futuro de la Enfermería.

Pero además esta rigidez en los comportamientos y en la forma en cómo afrontar el desarrollo de la enfermería en una sociedad, como decía, cambiante, dinámica y multicultural, hace que las generaciones jóvenes no tan solo no tengan referentes, sino que además rechacen los que se les presentan como figuras clave de la historia reciente y breve de la Enfermería. Por su parte las enfermeras seniors se resisten a dar el relevo a las jóvenes en su creencia de que no están preparadas y que van a ser incapaces de asumir el rumbo de una nave que consideran tan solo pueden regir ellas. Esta actitud se ve reflejada en la perpetuación en puestos de representación, en las barreras para que se pueda acceder a los mismos con la excusa sempiterna de falta de experiencia o en la dependencia que sobre ellas se genera con un tutelaje que es vigilante y en muy pocos casos de acompañamiento o aprendizaje.

Sin el debido respeto a lo que se ha sido y aportado y a lo que se es y se puede aportar, va a resultar muy difícil avanzar y generar sentimiento de pertenencia. No existen diferentes Enfermerías, sino diferentes enfermeras que le dan sentido o se lo anulan. Se trata pues de trabajar juntas, como enfermeras, para mejorar la Enfermería y no para ser Enfermería.

Si nos situásemos en el conocimiento propio enfermero como el que nos aporta Patricia Benner en su teoría[3], planteando descripciones sistemáticas de cinco etapas: principiante, principiante avanzado, competente, eficiente y experto, en lugar de querer ocupar espacios ajenos que no tan solo no nos aportan nada, sino que nos alejan de nuestra identidad, posiblemente estas distancias generacionales fuesen menores o sabríamos reconducirlas de manera mucho más eficaz.

Si a lo dicho añadimos el hedonismo[4] reinante por el que se tiende a la búsqueda del placer y el bienestar en todos los ámbitos de la vida., de los que no se excluye el profesional, estamos ante una insatisfacción permanente dado que el placer y satisfacción, en forma de estímulos e ilusión que puede proporcionar nuestra profesión, queda limitada por la inmediatez con que se pretende alcanzar, pero también por las barreras que el propio sistema pone a la hora de visibilizar, identificar y valorar la especificidad cuidadora de nuestra acción enfermera.

Estamos pues ante un complejo panorama en el que tan solo desde el diálogo intergeneracional y el análisis de lo que somos y queremos ser, se pueden esperar soluciones. No todo lo pasado fue mejor, tal como se plantea en el declinismo[5] al determinar que existe decaimiento significativo y posiblemente irreversible de la situación. Pero tampoco el presente lo es como una exaltación unívoca a la novedad.

Al esfuerzo, idealismo, sacrificio y entrega de generaciones de enfermeras que situaron a la Enfermería en el lugar que hoy ocupa y que parece que algunas consideran que siempre estuvo ahí, hay que añadir la innovación, la iniciativa, la frescura y la fuerza de quienes tienen el compromiso y la obligación, no de mantener, sino de mejorar la Enfermería que merecemos y necesitamos todos/as.

Por todo lo aportado ni el recuerdo de lo pasado puede identificarse como la única manera de ser un acicate para la acción con el fin de evitar y revertir el declive que se plantea está teniendo lugar, desde una aparente autocrítica, ni preocuparse obsesivamente por producirlo, intentando autoimponer un cambio radical e imprevisto de modelo o sistema, sin tener en cuenta muchas veces los consecuentes efectos, lo es tampoco. No se trata de reinventar la Enfermería, sino de reconocerla, valorarla, respetarla y sentirla nuestra.

Todas tenemos mucho y bueno que aportar. No somos excluyentes, sino complementarias y desde el necesario entendimiento seremos capaces de lograr el equilibrio que nos permita identificar y aprovechar lo mucho en lo que coincidimos y saber desechar, anular o integrar aquello en lo que diferimos.

Mi memoria puede fallar. Mi reconocimiento y agradecimiento a lo aportado y a lo que se puede y debe aportar, nunca.

No hagamos de nuestra riqueza nuestra pobreza. Asumamos nuestros retos para evitar vivir de nuestros restos.

[1]   Escritor estadounidense de ciencia ficción (1907-1988)

[2] Director de cine y guionista español (Valencia, 12 de junio de 1921-Pozuelo de Alarcón, Madrid, 13 de noviembre de 2010).

[3] Novice to Expert: Excelence and Power in Clinical Nursing Practice (1984)

[4] Doctrina ética que identifica el bien con el placer, especialmente con el placer sensorial e inmediato.»el principal representante del hedonismo es Aristipo de Cirene (siglo IV a. C.)»

[5] La gran cumbre del declinismo», según Adam Gopnick , «se estableció en 1918, en el libro que dio al declive su buen nombre en la publicación: el best-seller del historiador alemán Oswald Spengler , obra de mil páginas La decadencia de Occidente «.