NORMAS, GARANTÍAS Y RESPETO

 “Sufrir merece respeto, someterse es despreciable”

Pitágoras de Samos [1]

 

            Estamos instalados en una sociedad altamente normativizada y garantista. Al menos legislativamente hablado. Otra cosa es la realidad de esto que, desde mi punto de vista al menos, eufemísticamente se denomina el “espíritu de la ley” y que dada, por tanto, su irresoluble comprensión espiritual devenga en interpretaciones no siempre igualitarias, justas, proporcionadas o ajustadas a una situación de la que parece escapar indefectiblemente la realidad y, lo que es más importante, la racionalidad, la coherencia y el sentido común. Pero ya se sabe, como dice el dicho popular que papas tiene la iglesia, por eso del espíritu, o jueces la justicia, por eso de la ley. No sabiendo bien si entre unos y otros la casa sin barrer y la suciedad moviéndose de un sitio a otro como si se limpiase, pero sin desaparecer o escondiéndolo bajo las alfombras.

            Sin embargo y a pesar de ello, o no sé si pensar que precisamente por ello, algunos aspectos de las relaciones sociales, de la convivencia, de la comunicación… quedan relegadas a meras anécdotas o referencias circunstanciales que anulan o “empaquetan al vacío” la posibilidad de que “su espíritu” se concrete en un ente menos abstracto que no acabe convenciéndonos a todas/os de que se trata tan solo de una cuestión de fe y no de convicción real de lo que es o debe ser su aplicación, desarrollo y efecto esperado o deseado.

            En base a lo dicho, trataré de centrar mi reflexión en aspectos más relacionados en lo que me parece puede ser de interés en este ámbito de la salud, los cuidados, la sanidad… de las que suelo hablar en este blog,

            La salud, la sanidad, los medicamentos, la farmacia… o algunos de los derechos que de ellos se derivan como la salud reproductiva, la autonomía personal, la accesibilidad, la seguridad de los medicamentos, la muerte… quedan recogidos en estas normas a las que hacía referencia, sin que por ello se excluyan importantes deficiencias, carencias e injusticias en cuanto a lo que debería ser una clara defensa de lo que en ellas se pretende, se entiende con buena voluntad aunque no siempre con el debido acierto, lograr. Tal como sistemáticamente se puede identificar tanto en la redacción final de las normas, en las que no siempre acaban recogidas todas las sensibilidades, necesidades, realidades… que debieran; en la forma en que se regulan y los equilibrios de poder que en su contenido se identifican como producto de quienes lo ejercen para excluir, atemperar, ocultar, minimizar, beneficiar… amenazas o intereses, según el caso; en las ideologías, que no en las ideas, que matizan, restringen, eliminan… derechos o deberes a quienes, teóricamente, van dirigidas; en sentencias “dudosas” no por su legalidad sino por su ajuste a lo que cabría esperarse de las mismas; en sumarios interminables que acaban por normalizar la ineficacia del sistema; en recursos inexplicables y al alcance de tan solo unas pocas personas que les permiten acabar escapando amparadas por ese espíritu sutil e incorpóreo de la ley o por la no siempre comprensible interpretación de quienes tienen que ser jueces y no parte de los procesos que tienen que dirimir.

            Sin embargo, no parece que tenga fácil solución y la realidad nos sitúa en una situación que en muchas ocasiones no permite avanzar como sería razonable, necesario e inaplazable en determinados aspectos que tienen gran impacto en la salud de las personas, las familias y la comunidad. Bien directamente por defecto o efecto de las propias normas, como indirectamente por acotar la capacidad para que determinados actores, agentes, referentes, profesionales… puedan intervenir con la autonomía, la competencia, el conocimiento, la experiencia, la libertad y el respaldo prestado por las propias normas en el abordaje de lo que “su espíritu” finalmente dice querer amparar y defender. Si deseamos respeto por la ley, primero debemos exigir que la ley sea respetable.

            En muchas ocasiones, como ya comentaba, los lobbies de poder político, social, económico, profesional… ejercen presiones que influyen de manera absolutamente predecible, pero no por ello menos incomprensible, en la adaptación interesada que de la norma hacen a sus intereses particulares alejándolos de los que son fundamentales, que no son otros que los de aquellos, derechos, valores,  personas… que teóricamente se pretende regular y garantizar. Sin embargo, y paradójicamente, este carácter garantista acaba siéndolo no tanto para quienes precisan la citada garantía sino para quienes se posicionan e imponen como exclusivos y excluyentes protagonistas, por razones de poder que no tan solo de saber, en el desarrollo de lo que finalmente la norma determina como valor absoluto, relegando, como digo, al ostracismo o la mera anécdota o subsidiariedad a importantísimos agentes con una absoluta falta de respeto.

            Y aquí radica la que considero una de las principales causas de las carencias de las que muchas normas carecen. Derivadas de esa absurda y nociva defensa a ultranza de competencias que acaparan, asumen y “privatizan” como exclusivas y excluyentes más por imposición que por ciencia, conciencia y pertinencia, sin que con ello quiera decir que vayan a cumplirlas o desarrollarlas.

            De tal manera que la salud, aunque realmente deberíamos hablar de la enfermedad, la muerte, la sanidad, la autonomía, los medicamentos, la  sexualidad… se parcelan, vigilan, supuestamente defienden, con el principal objetivo de satisfacer sus ideologías, partidos, disciplinas… y contrarrestar a quiénes consideran como amenaza. Aunque el resultado no sea el de una actuación singular, sino el de una exclusión obsesiva, vuelvo a insistir, con pertinaz falta de respeto institucional, político, social, económico, profesional… que lamentablemente se traduce en una espiritualidad normativa claramente doctrinal.

            La parálisis de la que están siendo objeto los sistema sanitarios con modelos absolutamente caducos, ineficaces e ineficientes, mantenidos bajo el amparo de supuestas normas garantistas que están protegiendo realmente a quienes los modelaron, adaptaron, desarrollaron, gestionaron… aunque no tanto planificaron, desde el egoísmo institucional disciplinario, hacen que las respuestas que teóricamente debieran garantizar queden limitadas al campo al que acotaron los modelos, sus modelos, y que encorsetaron impidiendo su necesaria adaptación, progreso y cambio. Consiguiendo perpetuarlos a pesar de su evidente y manifiesta incapacidad para lograr promocionar y mantener la salud de las personas, las familias y la comunidad, manteniendo evidentes carencias de equidad, igualdad, oportunidad, participación… que hacen que no tan solo se mantengan, sino que incrementen el paternalismo, la dependencia, la medicalización, el asistencialismo… que impregnan los modelos y se alejen de la que debería ser su seña de identidad como es la humanización de la atención.

            Lo último que quisiera es parecer un enemigo de nada ni nadie, salvo de la injusticia en cualquier forma posible. Ni como un radical defensor que me situara en idéntica posición a la de quienes se consideran únicos protagonistas posibles de su malentendido ámbito de poder. Ni como un vehemente instigador sin otro interés que la descalificación o el derrocamiento de un ficticio contrincante que ni es ni considero.

            Pero ello no me puede impedir manifestar lo que considero, no tan solo un derecho profesional sino también social. Acabar con las trabas legales actuales y las que sucesivamente se van generando en torno a la normativa legal que regula la prestación y protección de derechos fundamentales como los descritos, lo entiendo y asumo como una obligación y no tan solo como una opción más o menos vehementemente defendida.

            Cualquier estado, administración, organización, institución… con competencias y responsabilidades tanto en el ámbito ejecutivo, legislativo y judicial, debería dejar de ejercer ese poder que tanto cacarean requieren de separación entre ellos, para garantizar que todas las opciones posibles y disponibles se incorporen con plena capacidad de actuación y con máxima exigencia de responsabilidad. No hacerlo es tanto como ejercer un fraude legal, al impedir que recursos con financiación pública en su contratación, formación o gestión puedan rentabilizar la inversión realizada en beneficio común y no en el de los intereses de quienes contribuyen por acción de poder u omisión de respeto a que esto sea posible.

            Que a estas alturas, y más aún tras lo sucedido con ocasión de la terrible pandemia del COVID, se sigan manteniendo situaciones en las que enfermeras, trabajadoras sociales, fisioterapeutas… entre otras/os profesionales de la salud siguen estando “vetados/as” para desarrollar con autonomía sus competencias para lograr mejorar la salud de la ciudadanía, no tiene ni sentido, ni justificación.

           Se siguen interponiendo denuncias por supuestas injerencias o intrusismos que tan solo están en la imaginación de quienes las interponen, pero que siguen amparadas por normas con las que ellos mismos han contribuido a fortificar su nicho de poder. Se desarrollan estrategias de supuesta adhesión desinteresada hacía determinados sectores profesionales con el único objetivo de debilitar a la disciplina a la que pertenecen y les da nombre[2].  Se asumen este tipo de alianzas pensando que ir con los “fuertes” les hará fuertes al tiempo que debilitará a quienes son parte de su identidad profesional. Quienes se autodenominan máximos representantes profesionales siguen mirando hacia otro lado u ocupados en defender sus intereses personales con acciones de distracción alejadas de los verdaderos problemas que se están produciendo. Los políticos siguen engañando con anuncios oportunistas, poco realistas, sin respaldo científico, efectistas, dogmáticos y con absoluta falta de planificación que tan solo tratan de obtener el beneplácito de sus seguidores como si de antiguos charlatanes o actuales influencers se tratase[3]. Se sigue obstaculizando de manera indigna y vergonzosa el desarrollo de determinadas disciplinas en beneficio del de una sola como respuesta a sus presiones. Se continúa impidiendo el acceso a niveles profesionales de gestión o de retribución con argumentos peregrinos ausentes de cualquier tipo de fundamento con el único fin de mantener el privilegio de exclusividad demandado y exigido por unos pocos. Se siguen gastando fondos públicos que posteriormente no repercuten en la mejora de salud de las persona, las familias y la comunidad mientras se accede a conceder, de manera absolutamente vergonzosa, las demandas disfrazadas de defensa de la sanidad, lo que realmente son reivindicaciones salariales y laborales. Sigue el crecimiento de manera exponencial de la sanidad privada en detrimento de la pública replicando los modelos asistencialistas de esta última pero con criterios mercantilistas disfrazados de excelencia. Se perpetúan los agravios comparativos en las mejoras profesionales[4]. Se plantean supuestas mejoras competenciales de otras profesiones cuyo único objetivo consiste en aliviar la demanda que ellos mismos han generado con su asistencialismo paternalista-dependiente[5]. Los denominados sindicatos de clase hacen honor al nombre generando jerarquías de clase que apoyan supuestas mejoras que realmente tan solo benefician o unos pocos en detrimento del resto, mientras los denominados sindicatos profesionales actúan de hooligans[6]. Se mantienen condiciones precarias de contratación y respeto institucional que obligan a muchas/os profesionales a trabajar en dos y tres puestos en muchos países de Iberoamérica. Se niega la capacidad de desarrollar autónomamente las competencias propias de algunas profesiones argumentando falazmente la necesidad de cubrir una demanda insatisfecha que se retroalimenta permanentemente con los modelos existentes y protegidos. Se mantiene una absoluta pasividad y parálisis de acción política para derogar determinadas normas reaccionarias pre democráticas[7] que sirven de tapón al desarrollo de normas posteriores que permitirían muchos de los cambios necesarios impidiendo que se haga quienes ocupan las posiciones de poder e intransigencia que les ofrecen desde los puestos de responsabilidad política. Sistemáticamente se bloquea la incorporación de otros profesionales que no sean los que ejercen este tipo de poder y de falta de respeto. Se siguen maquillando de falsas ratios la carencia de ciertos profesionales, mientras se ignora la precariedad de las que corresponden a otras profesiones demostradas con datos absolutamente objetivos aportados por organizaciones internacionales de las que se forma parte (OCDE)[8].

            Que todo esto y mucho más siga pasando en el siglo XXI contraviniendo los más elementales pero fundamentales principios de igualdad, capacidad y mérito, las indicaciones y recomendaciones de organismos internacionales de los que se es miembro como la OMS o el CIE (Consejo Internacional de Enfermeras)[9], tan solo demuestra que la normativización y el presumible carácter garantista de nuestra sociedad, unidos a la ausencia de respeto como valor fundamental, norma básica de comportamiento, indicador de equidad… son únicamente una apariencia, un brindis al sol, una cortina de humo, una engañifa que perpetúa los nichos de poder de los lobbies gracias a sus presiones y a la tolerancia, cuando no connivencia, de los poderes políticos que tienen la capacidad de cambio real que requieren los sistemas de salud, pero que finalmente prefieren mantener para lograr salvaguardar sus privilegios políticos de poder institucional como supuestos servidores públicos,.

       Einstein[10] dijo que “todos deberían ser respetados como individuos, pero ninguno idealizado”, de igual forma que aseguró que “sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana”. Así pues no idealicemos a los estúpidos por mucho poder que tengan y trabajemos por generar finitud en sus propósitos y acciones. Siempre, eso sí, desde el respeto del que ellos adolecen y ejercen.   

[1] Filósofo y matemático griego, considerado el primer matemático puro (569 a.C – 475 a.C)..

[2] https://www.diariomedico.com/medicina/profesion/la-coalicion-de-amyts-sae-sietess-es-la-fuerza-sindical-mas-votada-en-la-sanidad-madrilena.html?emk=NPSMED1&s_kw=1T

[3] https://cadenaser.com/comunitat-valenciana/2023/11/26/jose-ramon-martinez-riera-el-anuncio-de-la-asignacion-de-300-enfermeras-escolares-es-oportunista-y-no-se-corresponde-con-las-necesidades-radio-alicante/

[4] https://scientiasalut.gencat.cat/handle/11351/10647

[5] https://scientiasalut.gencat.cat/handle/11351/10645

[6] https://salutweb.gencat.cat/ca/departament/eixos-legislatura/conveni-collectiu-ics/

[7]https://ingesa.sanidad.gob.es/bibliotecaPublicaciones/publicaciones/internet/docs/personal_estat3.pdf

[8] https://www.enfermeriayseguridaddelpaciente.com/2023/03/30/colombia-ocupa-el-ultimo-lugar-de-la-ocde-con-menos-enfermeras-y-medicos-por-cada-1000-habitantes/

[9] https://scielo.isciii.es/pdf/enefro/v23n1/2255-3517-enefro-23-01-7.pdf

[10] Fsico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense. Se le considera el científico más importante, conocido y popular del siglo xx (1879-1955).

EDITORIAL CARLOS ARCAYA CADENA SER ALICANTE SOBRE EL CAMBIO DE MODELO DE SALUD EN ATENCIÓN PRIMARIA PROPUESTO POR LA ASOCIACIÓN DE ENFERMERÍA COMUNITARIA (AEC)

https://cadenaser.com/comunitat-valenciana/2023/11/27/objetivo-fortalecer-flexibilizar-y-adaptar-la-atencion-primaria-radio-alicante/

 

 

ENFEREMRAS ESCOLARES EN LA COMUNITAT VALENCIANA

Ante el anuncio de creación de 300 plazas de enfermeras comunitarias en la Comunitat Valenciana, informo sobre el posicionamiento que al respecto tenemos desde la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) y que ya había sido trasladado antes del citado anuncio coincidiendo con la toma de posesión del nuevo equipo de gobierno.

 

ENTREVISTA CADENA SER

 

VÍDEO EN CONMEMORACIÓN DEL DÍA INTERNACIONAL DE ENFERMERÍA COMUNITARIA

Vídeo en conmemoración del Dís Internacional de Enfermería Comunitaria (DIEC)
Porque es importante que nos valoremos para que nos valoren.

 

VÍDEO CON MOTIVO DEL DÍA INTERNACIONAL DE ENFERMERÍA COMUNITARIA (DIEC)

Con motivo del día internacional de enfermería comunitaria (DIEC) desde la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) hemos realizado este vídeo.

DÍA INTERNACIONAL ENFERMERÍA COMUNITARIA (DIEC). Algo más que una fecha en el calendario.

“De hecho, más que de costumbres se trata de rituales. Maneras de reconocerse. Con él, la vida es una perpetua celebración, salvo que nadie sabe qué se celebra.”

Pierre Lamaitre[1]

 

            Es raro el día del año que no esté acompañado de la celebración de algún hecho, derecho, reivindicación o efemérides nacional, mundial o internacional.

            El día 26 de noviembre se celebra el Día Internacional de Enfermería Comunitaria (DIEC). Podría ser una celebración más en un cada vez más repleto calendario. Sin embrago no se trata tan solo de una fecha a la que emparejar la citada celebración como una forma de tener representación anual al igual que tienen hechos tan dispares como en ocasiones extraños. Sin que ello suponga en ningún caso cuestionamiento alguno a su seguro merecido recuerdo y conmemoración.

            Pero hablar de celebrar la Enfermería Comunitaria, encierra un conjunto de simbolismos, aportaciones, valores, significados, realidades… que van más allá del recuerdo puntual que determina un día concreto en el calendario.

            No se trata de reivindicaciones laborales, ni corporativas, ni profesionales de las enfermeras comunitarias que son quienes tienen la capacidad, competencia, compromiso, voluntad… de otorgar o quitar valor a la Enfermería Comunitaria en la que se integran o de la que forman parte. Porque Enfermería Comunitaria no hace ni deja de hacer nada. Eso les corresponde a las enfermeras comunitarias. Por eso la celebración, en este caso es de la Enfermería Comunitaria como área de atención, ciencia, investigación, pensamiento, conocimiento… y no como plataforma laboral.

            Enfermería Comunitaria representa una mirada muy concreta hacia la comunidad y las personas y familias que la integran y otorgan identidad. Por tanto, no se trata de lo que aportan las enfermeras comunitarias, sino de lo que la comunidad como contexto que va mucho más allá del sumatorio de personas que la configuran, traslada en forma de necesidades, demandas, expectativas, deseos, sentimientos… para conformar su manera específica, especial, singular y por tanto alejada de estándares, de entender, vivir, afrontar, disfrutar… de la salud. Una salud que es individual y a la vez colectiva. Que es un derecho y a la vez un deber. Que es un valor y a la vez un temor. Que es un deseo y a la vez una quimera. Que es popular y a la vez profesional. Que es una idea y a la vez un estado vital. Que es una definición y a la vez un significado. Que es una necesidad y a la vez una demanda. Que es bienestar y a la vez felicidad. Que es cuidado y a la vez autocuidado. Y, por tanto, que las enfermeras comunitarias centren su interés en atender a y desde la salud, le confiere no tan solo una significación especial, sino también un valor fundamental. Porque la salud se construye, no se impone. La salud debe entenderse y asumirse como bien, derecho, pero también como responsabilidad. La salud lo es de las personas, pero también de las familias y de los entornos donde viven, conviven, estudian, trabajan… La salud no es propiedad exclusiva de nadie al ser una construcción multiprofesional y multisectorial y multipersonal de toda la comunidad. La salud es un resultado multidimensional y no tan solo una respuesta física. La salud es integral y no fragmentada. La salud requiere de solidaridad y no de individualismo. La salud es propiedad pública y no un elemento de negocio. La salud trasciende a la enfermedad y se alimenta del entorno y sus determinantes… Por todo ello es imprescindible la aportación de las enfermeras comunitarias. Porque los cuidados profesionales que prestan se construyen desde la narrativa de las personas, desde la diversidad comunitaria, desde la dinámica social, desde los valores, las emociones, los sentimientos, la satisfacción, el dolor, el sufrimiento, la aceptación, la resistencia, la resiliencia, el afrontamiento, el consuelo, la ayuda recibida y la prestada, la autoestima, la empatía, la proximidad, la mirada, el gesto, la palabra, la información, la educación… que requieren de conocimiento, espacio, tiempo, ética y estética para configurar su necesaria individualidad sin renunciar a la imprescindible visión familiar y comunitaria.

            Para que todo esto sea posible se precisa que las instituciones donde trabajan, los entornos donde actúan, los agentes con quienes interactúan… identifiquen, visibilicen y concreten el valor intrínseco de los cuidados. Abandonando los estereotipos que los ocultan o disfrazan, renunciando a los tópicos que los deforman y distorsionan. Cambiando la acción patriarcal, paternalista y dominante que los subestima, somete y limita su desarrollo. Alimentando la necesaria curiosidad para conocerlos, reconocerlos y transmitirlos en lugar de someterlos a juicios de valor desde el desconocimiento y la interpretación.

            Porque los cuidados, al igual que la salud, también se construyen colectivamente desde la ciencia/profesión/disciplina enfermera y la aportación social del cuidado como patrimonio que es de la humanidad. Permitiendo conformar cuidados asumidos, respetados, valorados, entendidos, compartidos… al nivel de la dignidad humana y no como un constructo artificial, edulcorado, reduccionista, sexualizado… secundario a la curación, la tecnología, la medicalización o la investigación positivista.

            Las enfermeras comunitarias lideran la transformación de la salud a través del fortalecimiento de las relaciones humanas, la potencialidad de los activos para la salud, la vertebración de los recursos comunitarios, la comunicación, el respeto a los derechos fundamentales, a la diversidad, a la multiculturalidad, a la libertad individual y colectiva en la toma de decisiones, a la subjetividad de una realidad heterogénea y cambiante, a la adaptación a las respuestas humanas, al acompañamiento que no a la dependencia, a la empatía y no exclusivamente a la simpatía, al compromiso alejado del voluntarismo, al rigor que aporta valor, a la reflexión para huir de la imposición, a la crítica que moviliza la acción, al saber y no al poder, al conocimiento que fundamenta el pensamiento… como elementos indispensables en la construcción de los cuidados profesionales.

            Celebrar el día de la Enfermería Comunitaria es una conmemoración de lo que es, supone, representa y aporta a la salud de las personas, las familias y la comunidad de manera complementaria y por tanto, no excluyente, a otras contribuciones, aportando y no restando. Celebrando la importancia de los cuidados profesionales que prestan las enfermeras comunitarias que permiten a la población lograr una manera de vivir autónoma, solidaria y feliz.

            Supone identificar que la aportación de los cuidados de las enfermeras comunitarias va más allá de los centros de salud ya que la salud comunitaria no es patrimonio exclusivo de los mismos, por lo que resulta imprescindible identificar a las enfermeras comunitarias en los diferentes escenarios, recursos, instituciones… desde los que contribuyen diariamente a construir espacios de salud y saludables.

Pero también para que los líderes políticos, comunitarios, sociales… valoren y apuesten por su incorporación como valor añadido a las políticas de salud.

Para que los medios de comunicación trasciendan la sanidad y la enfermedad para situarse en la salud. Abandonen la genérica, abstracta y confusa denominación de sanitarios y reconozcan y nombren a las enfermeras comunitarias como lo que realmente son. Se liberen de la fascinación que les produce la curación para poder ver la imprescindibilidad de los cuidados.

            Las enfermeras comunitarias, somos profesionales, investigadoras, científicas… competentes. No somos ángeles, tenemos los pies en el suelo y no somos seres espirituales, servidores ni mensajeros de nadie. No somos invisibles, etéreas ni incorpóreas, porque nuestra presencia es esencia de nuestros cuidados. No somos silenciosas, tenemos voz y la utilizamos, modulamos, y adaptamos para dar respuestas a lo que de nosotras se espera. No somos obedientes, ni sumisas, ni dóciles, somos profesionales de la ciencia enfermera con conciencia de atención a quien necesita o demanda cuidados. No somos subsidiarias, ni secundarias, somos responsables y asumimos nuestro compromiso profesional desde la prioridad y no desde el orden jerárquico. No somos nena, ni chica, ni guapa, ni reina… somos personas con identidad propia como cualquier otra, que solicitamos idéntico respeto al que tenemos y practicamos con quienes atendemos.  

            Celebremos pues en COMÚNidad la Enfermería Comunitaria. Porque hacerlo es celebrar un bien COMÚN, es situarse en el sentido COMÚN, es ir de lo COMÚN a la singularidad, de su COMÚN desconocimiento a la visibilidad de una realidad tan necesaria como imprescindible, de la COMÚN ignorancia al colectivo conocimiento. Porque COMÚN no significa en ningún caso simple, intrascendente, invisible o menor, sino pertenecer a todas las personas y a la comunidad y, por ello, resulta irrenunciable su defensa y mejora. Unámonos en una COMÚN felicitación por tener y contar con enfermeras comunitarias. Porque hacerlo, es garantizar la mejora de la salud, la sostenibilidad del sistema público, el respeto a la vida como desea ser vivida por cada cual, la defensa de los derechos fundamentales, el respeto a las decisiones de todas las personas, el acompañamiento para lograr su autonomía, la presencia que no intimida, la palabra que conforta, la mirada que genera confianza, la escucha que tranquiliza, el cuidado que consuela, el silencio que respeta… a las personas por su condición como personas y no como pacientes, ni diabéticos, hipertensos, discapacitados, migrantes, locos… tan solo o mejor, sobre todo, por ser personas con dudas, incertidumbres, emociones, sentimientos, valores, creencias que requieren cuidados profesionales para aprender a afrontar sus problemas de salud y no exclusivamente la enfermedad que les fagocita, oculta y cosifica, anulando su capacidad de respuesta.

            Celebremos pues la COMÚN alegría de contar con enfermeras comunitarias en nuestra COMÚNidad.

 

[1]Escritor y guionista francés (1951)

POLÍTICA Y SALUD DE CONVENIENCIA Y CONNIVENCIA

“A veces la conciencia va por un lado y la conveniencia por otro.”

Julia Navararro[1]

 

            Estoy seriamente preocupado con la actual situación socio-política por la que estamos atravesando a nivel global. Aunque no sé si realmente debo hablar de situación socio-política o de situación política que ataca a la sociedad. Porque no se trata ya de un factor, de un determinante, de una influencia, de un efecto… como venimos identificando desde hace mucho tiempo. Se trata de un verdadero ataque sin que medie ningún elemento de contención, atenuación o limitación.

            Pero mi intención, aunque entra en el ámbito directo de mi preocupación, no es la de generar un análisis político en el más estricto sentido de la palabra, sino de cómo esta situación está atacando igualmente a la salud en su más amplio y diverso sentido de la palabra y de lo que la misma significa para cada cual.

            La salud hace mucho tiempo que se pervirtió al utilizarla como moneda de cambio para intereses profesionales, corporativos, de poder, mercantiles y/o políticos. Su uso y abuso ha venido y viene siendo determinado por la relación que de manera absolutamente maniquea se hace de ella y, lo que es más preocupante, de quienes son sus principales depositarios, valedores, demandadores… Es decir, las personas, las familias y la comunidad. De tal manera que acaban convirtiéndose en acreedores de la misma al tener que satisfacer los intereses abusivos de quienes actúan con avaricia en su supuesta concesión o reparación.

            La salud dejó de ser un valor individual y con ello un derecho fundamental, para pasar a convertirse en un objeto de usura con el que negociar y someter a la población a los caprichos de quienes la convirtieron en un valor financiero sobre el que aplicar los criterios del eufemístico libre mercado, que tan solo es libre para quienes, imponiendo los mismos, los aplican, desde la obligación, a quienes acaban siendo esclavos de su autoritarismo revestido de un nocivo paternalismo que lo único que consigue es generar una población dependiente y sumisa de tan perversa relación con la salud o mejor dicho, de quienes se convierten en sus mercenarios. De forma que la salud acaba siendo asumida, aceptada y consentida, como una posibilidad a la que no todos tienen libre acceso y no como un bien inalienable.

            El proceso ha sido progresivo y mantenido en el tiempo. Han existido intentos por protegerla y hacerla accesible y equitativa, pero sistemáticamente se han autorregulado “los mercados” y han logrado revertir lo que se considera una amenaza a quien identifica la salud como su “propiedad privada” aunque se enmarque en el ámbito de la sanidad pública. Porque dicha relación privada no hace referencia al ámbito económico, sino a la posesión exclusiva que se hace y ejerce sobre la salud. Salud que debiera ser respetada siempre por quienes tienen la capacidad de decisión político-administrativa, aunque su capacidad venga determinada más por la concesión vigilante otorgada por los lobbies que la controlan, que por aquella concedida por la ciudadanía a través de su elección democrática. En un juego de intereses en el que la población es simplemente el medio y no el fin de sus objetivos y, en el que, la salud acaba convirtiéndose en un elemento fundamental de negociación y poder con el que mantener los equilibrios que permiten a ambas partes, políticos y profesionales, asentar sus posiciones a través de intrigas palaciegas alejadas de las verdaderas necesidades de las personas, las familias y la comunidad.

            Este peligroso juego, por otra parte, no es nuevo. Se lleva realizando desde que, quienes, sintiéndose valedores exclusivos de la salud, determinaron las reglas de comportamiento, manejo, participación, toma de decisiones… según las cuales se usurpaba el saber popular y se desproveía de capacidad de participación en los procesos de salud-enfermedad a las personas, al llevar a cabo una expropiación de dicho capital popular. Se trató de una expropiación basada en el engaño y la confusión al hacer creer a la población que no estaban capacitados para tomar decisiones sobre su salud y que “por su bien” debía pasar a ser responsabilidad exclusiva de quienes se erigieron en únicos valedores de la salud desde el falso y manipulador mensaje de la ciencia y el saber profesional desde el que asumieron su control y condición de “derecho privado”, cuando realmente escondía un fin más prosaico como el del poder y la adulación a su labor, en un claro comportamiento de narcisismo[2] profesional.

            Y estos comportamientos han supuesto, en gran medida, que los sistemas sanitarios se hayan visto claramente influenciados por ellos. Mimetizando los mismos en su organización, jerarquización, atención, acceso… convirtiéndolos en el mejor caldo de cultivo para el crecimiento incontrolado del elemento nocivo que lo provoca y dificulta su tratamiento e inmunización, al haberse hecho resistente a cualquier tipo de tratamiento que lo controle o revierta, provocando una clara cronicidad que le hace perder autonomía y libertad, dado el deterioro sistemático al que les somete, aunque se pretenda trasladar una imagen de control y calidad de dichos sistemas sanitarios. De tal manera que la sociedad está afectada de un deterioro cognitivo colectivo en el que tan solo la memoria remota permite recordar la existencia del saber popular con el que se afrontaba la salud y sus problemas, pero que la memoria inmediata ignora, al no reconocerlo.

            Y este comportamiento degenerativo es el que identifico se está produciendo igualmente en el conjunto de la sociedad.

            La política, la de quienes la han hecho suya a través del perverso juego partidista, ha sido transformada en un relación de intereses que crea una brecha cada vez más profunda entre quienes así actúan y quienes se ven “perjudicados” por sus acciones y decisiones.

            Este manoseo de la política la ha situado en idéntica posición dicotómica a la que se sometió a la salud en contraposición a la enfermedad. Así pues, se ha logrado establecer un modelo patogénico de la política en el que se focaliza su acción en aquello que provoca, como sucede con los síntomas, síndromes y signos, acciones reactivas de desequilibrio de sus órganos, en este caso de los correspondientes a los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, lo que se traduce en claros trastornos de la política institucional, administrativa, jurídica, económica, social… con efectos perversos sobre la ciudadanía que, lamentablemente, tan solo puede comprobar con estupor, miedo e incertidumbre como se suceden los acontecimientos en forma de enfrentamientos, descalificaciones, ataques… constantes entre quienes defienden sus partidos en lugar de defender desde sus partidos los intereses de quienes han depositado en ellos la confianza.

Estamos pues ante una dinámica muy similar a la que apuntaba con relación a la salud. La usurpación, en este caso, de la voluntad popular desde el mensaje trasladado de un hipotético bien común como servidores públicos, se traduce finalmente en un control absoluto que determina la capacidad de decisión sin contar con quienes les han facilitado, paradójicamente, su acceso al mismo, pasando a ser espectadores pasivos cuyo único derecho se reduce al pataleo que finalmente acaba traduciéndose en comportamientos reaccionarios que no responden a decisiones reflexivas aproximándose más a respuestas de resistencia y reacción que en la mayoría de las ocasiones vienen determinadas por la clara manipulación a la que son sometidas, como ocurre con la salud.

Ante esta política patogénica que tan solo deja espacio al derecho al voto como única manifestación democrática de participación, los efectos que se generan son de un deterioro muy peligroso y preocupante de la calidad democrática que se traduce en una “politización” comparable a la medicalización de los sistemas sanitarios, en tanto en cuanto se trasladan respuestas que no obedecen a la identificación real de los problemas políticos sino a la propuesta interpretativa de quienes, actuando como supuestos políticos, lo que hacen es simplemente priorizar los intereses partidistas como soluciones impostadas que son identificadas como insatisfactorias por parte de la población a la que teóricamente se dirigen, lo que acaba provocando, al igual que las prescripciones u órdenes médicas, abandono o falta de adherencia a las mismas y generando una falta de confianza hacia sus prescriptores.

Este tipo de salud y política persecutorias generan justamente el efecto contrario al hipotéticamente deseado, obedeciendo realmente al permanente protagonismo que ejercen quienes se erigen en protagonistas exclusivos de la salud y la política. Es decir, ni logran resolver los problemas reales ni permiten sensibilizar y concienciar a la población en torno al cambio de comportamientos y conductas que suponen graves riesgos individuales y colectivos.

La anulación permanente que tanto desde la sanidad como desde la política se hace de las acciones para lograr una alfabetización en salud y política impiden la participación real y activa de la población en la toma de decisiones sobre todos aquellos aspectos que tienen que ver sobre su salud y su actitud y acción como ciudadanía. Participación que no debe confundirse nunca con colaboración, que no es más que una pseudoparticipación. 

Seguir con discursos demagógicos que lo único que pretenden es confundir, manipular y mantener los mismos planteamientos e idénticas conductas de paternalismo y autoritarismo se traducen en una permanente insatisfacción de la ciudadanía y en unos resultados que se alejan mucho de ser saludables y racionales por parte de quienes ejercen el poder de la salud y la política, que se traduce en una clara distorsión de la realidad. Finalmente tanto la política como la salud se convierten en una cuestión de conveniencia y connivencia.

Ante esta forma de actuar de la salud y la política, acontecimientos tan dolorosos como la guerra, la migración, la violencia de género, el cambio climático, la pobreza, la vulnerabilidad, la equidad… entre otros muchos, acaban convirtiéndose en elementos de confrontación política o de posicionamiento interesado e ideologizado alejados, lamentablemente, de ideales. Lo que se traduce en acciones sujetas a condicionantes de determinados grupos de presión o de decisión geopolítica con claros intereses comerciales o a relaciones oportunistas, que a generar respuestas tendentes a restablecer derechos perdidos o usurpados, a minimizar los efectos indeseables provocados, a paliar el sufrimiento o a trabajar por la solución conjunta y consensuada de los hechos que los desencadenan, mantienen, potencian o alimentan. En su lugar se elaboran discursos retóricos en los que se hace un uso inadecuado e intencionado de valores como la libertad, la democracia, el respeto, la igualdad… que tan solo persiguen disfrazar la realidad de la inoperancia, la ausencia de compromiso, la inacción… con las que se abordan los problemas al considerar, de manera cínica e hipócrita, que no se puede hacer más que actuar desde la tibieza, la ambigüedad, el oscurantismo, la reserva, la debilidad, las falsas verdades o la mentira… en el abordaje de problemas tan serios y que tanto sufrimiento, dolor y muerte ocasionan. Finalmente todo queda reducido a una secuencia de noticias que insensibilizan a la población que acaba siendo parte, más o menos activa, más o menos intencionada, de un vodevil social sazonado de escándalos de corrupción, del corazón o de la sin razón.

Por su parte el sistema sanitario, desde el modelo caduco que algunos, con evidente éxito, se esfuerzan en perpetuar, contagia a muchos profesionales y los convierte en meros peones de la cadena de montaje en que han convertido los sistemas sanitarios, en la que las personas a las que se etiqueta de pacientes, o lo que es peor, de diabéticos, crónicos, hipertensos, discapacitados… son el producto sobre hay que intervenir para lograr el objetivo acrítico que no es otro que la asistencia a la enfermedad, que no la atención a las personas, de tal manera que el fin justifica, como en la política, los medios empleados para ello. La falta de humanización y la consecuente insensibilización genera una relación de oferta y demanda a la que ni se sabe ni se quiere dar respuesta eficaz. De tal manera que los efectos de los acontecimientos antes referidos acaban siendo catalogados como diagnósticos médicos, enfermedades, lesiones o dolencias aisladas del afrontamiento que las personas puedan llegar a realizar ante los mismos ocasionando respuestas ineficaces, demandas insatisfechas, dependencia… Todo ello utilizando de manera absolutamente caprichosa e inapropiada la salud como referencia, pero sin que realmente sea la salud lo que se logra, en un círculo vicioso en el que siempre prevalece la enfermedad y en el que las personas acaban siendo meros sujetos de estudio, ensayo o investigación o clientes de sus empresas de supuesta salud.

La política y la salud, por tanto, se retroalimentan en su articulación oportunista para el logro de intereses mutuos que en muy pocas ocasiones logran aportar, no ya solución, sino ni tan siquiera alivio o consuelo a las consecuencias que ambas contribuyen a generar

Los cuidados, por su parte, acaban instrumentalizándose y convirtiéndose en otra etiqueta de conveniencia que lamentablemente adolece de valor y referencia al incorporarse como complemento decorativo o anecdótico de una asistencia que ignora los determinantes sociales y que no contribuye al logro de los objetivos de desarrollo sostenible que son identificados como unas siglas más que añadir a las ya existentes con similar efecto para lograr la promoción, mantenimiento y cuidado de la salud.

Y en este desolador escenario los códigos deontológicos y la ética que de los mismos se deriva son tan solo una referencia borrosa con escaso o nulo impacto en las intervenciones de las/os profesionales que ni los conocen ni los aplican más allá de la utilización casual a la que en algunos casos se recurre como instrumento defensivo y no como compromiso ético de comportamiento. La objeción de conciencia es, por su parte, el recurso hipócritamente empleado para inhibirse de responsabilidades ligadas a derechos de las personas a las que se atiende.

Y mientras todo esto pasa, unos y otros, políticos y profesionales sanitarios, cada vez me cuesta más nombrarlos como de la salud, se dedican a mirar hacia otro lado. Al lado contrario del sufrimiento y sus causas. Al lado opuesto al de los derechos de las personas, las familias y la comunidad. Porque lo que, final y verdaderamente importa es el confort que no el bienestar, la curación que no la salud, la riqueza que no su distribución equitativa, la tranquilidad que no la implicación, la objeción que no la responsabilidad, la renuncia que no el compromiso, la dependencia que no la autonomía, la asistencia que no la atención, la inacción que no la reacción, la pasividad que no la resistencia, la obediencia que no la revolución.

Pues yo, ante esto, me rebelo y planteo mi reflexión como voz de disconformidad al entender que como enfermeras no es una opción responder con determinación, ética, responsabilidad y compromiso a los ataques a la integridad física, mental, social y espiritual que vulneran los derechos y la salud de las personas, familias y comunidad. Es, sin lugar a dudas una obligación que debemos asumir al margen de nuestras ideas políticas, religiosas o de cualquier otro tipo que en ningún caso pueden ser motivo de renuncia a la prestación de los cuidados que como enfermeras estamos obligadas a prestar. Renunciar a ello es renunciar implícitamente a ser enfermera y como consecuencia, al orgullo que supone vivir por la pura esencia y no por la apariencia.

[1]Periodista y escritora española (1953)

[2]https://es.wikipedia.org/wiki/Narcisismo

LA INMEDIATEZ Y LA SALUD. “Hit-Parade o Trending Topic”

A Francisco Megías quien tanto y tan bueno está haciendo, por la Enfermería y por la salud mental comunitaria.

 

«La felicidad no es la ausencia de problemas, sino la capacidad de afrontarlos»

Steve Maraboli [1]

 

Vivimos inmersos en la sociedad de la inmediatez. Inmediatez en cuanto a los logros que se quieren alcanzar sin solución de continuidad entre su pensamiento, planteamiento o conocimiento hasta la concreción de aquello que se ha pensado, planteado o conocido. Todo aquello que no se obtenga sin espera y que incorpore elementos de duda, incertidumbre o inseguridad, se descarta con idéntica inmediatez a la que se espera el logro.

Pero inmediatez también en cuanto a lo que se considera noticia o digno de prestar atención, análisis o reflexión. La actualidad y la prioridad que a la misma se le da, viene determinada por aspectos muy alejados de criterios objetivos, humanos, éticos o morales, que son substituidos por criterios informativos –de cuota de audiencia que no otros-, económicos –derivados en muchos casos por las audiencias obtenidas o por los beneficios esperados-, o de impacto –por la atracción que pueden generar más allá de los efectos que aportan a las personas o la sociedad-, entre otros.

Esta inmediatez forma parte, además, del consumismo informativo acelerado, que anula el tiempo preciso para identificar el contenido de la información, su procesamiento reflexivo y el pensamiento crítico que permita la generación de un planteamiento propio, el contraste de ideas, el debate racional… Se consume con avaricia, sin identificar los componentes que configuran la información. No se degusta, desmenuza, saborea… simplemente se engulle aquello que otros deciden es noticia destacada. No se establece una prioridad informativa individual ni colectiva. Tan solo se asume la que otros deciden tiene por, repito, criterios muy alejados de la realidad, la justicia, el rigor… asimilándola como cierta como si de un dogma de fe se tratase. Se oye, raramente se escucha, aquello que se quiere oír y oírlo para que se adapte al posicionamiento, ideario, creencia… de quien oye. Sin mayor contraste con otras informaciones, igualmente tratadas pero con planteamientos diferentes para el rápido consumo de esa parte ideologizada de la población que aguarda su consumo rápido, fácil e inmediato. Finalmente todos tragan, con independencia de que sean de izquierdas, derechas, liberales, radicales… o simplemente insatisfechos sin mayor preocupación que situarse en el plano de la disconformidad, pero sin que ello suponga tener criterio propio y fundamentado. Tan solo se desea la respuesta reaccionaria e irracional aún a sabiendas que la misma puede perjudicarles.

En base a estos planteamientos, últimamente, la atención a la salud y a sus problemas viene determinada no por razones asociadas a necesidades reales, sentidas e identificadas que permitan un abordaje serio, sereno, riguroso y científico, sino por idénticas razones de interés y oportunismo a las que he hecho referencia.

Antes de la pandemia, se decidió que la cronicidad era el principal problema de salud de la sociedad. Los cambios demográficos, de esperanza de vida, de estructura familiar, de morbi-mortalidad… servían de argumento para situar en el “Hit-Parade”[2] o ser “Trending Topic”[3] a la cronicidad. Todo parecía pivotar en torno a ella. Otra cosa bien diferente es que las personas que sufrían esa cronicidad y que se determinó etiquetar como crónicos, en cualquiera de sus formas, modalidades, diagnósticos, tratamientos, efectos, consecuencias… fuesen objeto real de atención e interés. Porque finalmente lo que trasciende, importa y sobre lo que se decide actuar es sobre el hecho no sobre quienes lo pueden sufrir, o padecer directa –al ser portadores de alguna de sus variantes para poder ser considerado y etiquetado como crónico- o indirectamente –como personas cuidadoras que asumen la atención directa de la pérdida de autonomía de dichas personas con cronicidad y que acaban por “contagiarse” de dicha cronicidad-.

Tanto los sistemas sanitarios y quienes los controlan y manejan, como los profesionales de la salud o la enfermedad, como los medios de comunicación asumieron la cronicidad como el principal problema de la sociedad. Problema que, como sucede con los criterios informativos antes aludidos, no obedecen tanto a cuestiones de salud como de los costes que de la misma se derivan y de los beneficios que su atención reportan a algunos lobbies. Y esta identificación es trasladada y asumida por la población que la hace suya y la identifica como propia sin que haya participado de ninguna manera en la identificación y priorización. Simplemente la asume y sufre.

Pero como sucede con la inmediatez, la actualidad y quienes la determinan hacen que el centro de interés se sitúe allá donde pueda generar mejores beneficios económicos, políticos, empresariales, profesionales, de poder… y sin que la salud sea objeto real de interés. Porque lo es la enfermedad y lo que a su alrededor se genera. Así está “montado” el sistema sanitario, como un sistema perverso que resuelve aquello que preocupa y ocupa a quienes establecen las prioridades en base a la inmediatez de cada momento. Y esa es la razón por la que finalmente se acaba cronificando la cronicidad en lugar de dar soluciones de afrontamiento eficaz y eficiente a la misma y, sobre todo, a quienes son depositarios involuntarios de esa cronicidad modelada patológica, médica y farmacológicamente.

Pero la pandemia irrumpió sin que se le esperase, pillando por sorpresa a todos. Sobre todo a quienes se dedican a crear estado de opinión, de opción y de ocasión. La COVID 19, determinó su propio “éxito” eclipsando cualquier otra posibilidad de atención, aunque la que sobre ella se depositó se hiciese de manera deficiente, sobre todo en su inicio, dado que ni estaba ni se le esperaba.

La cronicidad dejó de ser “la estrella” para pasar a ser depositaria fatídica de los efectos de la pandemia. Una cronicidad sobre la que nunca se tuvo en cuenta el autocuidado más allá del que se “delega” en las/os cuidadoras/es familiares, ni la promoción de la salud, que algunos incluso niegan como posibilidad de acción en la cronicidad, ni la identificación de las capacidades de quienes la padecen porque con la etiqueta de crónicos que se les asigna se anulan las mismas. Así pues, la inmediatez, en este caso, fue impuesta e impostada y quienes hasta entonces habían decidido lo que debía preocupar tuvieron que asumir que esto preocupaba y ocupaba más y que, además, debía hacerse en exclusiva desde los hospitales como centro logístico de intervención, relegando a la Atención Primaria, a la Salud Pública y a la propia Comunidad al papel de pasivos y obedientes espectadores. Los profesionales de los hospitales que ni querían, ni podían ni debían asumir esta exclusividad se vieron desbordados, saturados e indefensos ante el ataque, por mucho que luego se les quisiese dotar de una heroicidad que ni les correspondía ni exigían, mientras quienes determinan la inmediatez de las decisiones mantenían en “Standby”[4] recursos esenciales y no asumían los errores ni sus horrores.

Finalizada la pandemia, al menos con su virulencia inicial, que a tantos “crónicos” se llevó consigo al cogerlos desprevenidos, desasistidos y desprotegidos por quienes les etiquetaron y decidieron en muchos casos que no eran prioridad, se tenía que recuperar el camino perdido y buscar un nuevo e impactante problema con el que entretener, intimidar o distraer a la sociedad. Y surgió la salud mental para desplazar del “Hit Parade” o del “Trending Topic”  a la cronicidad. A pesar de que la pandemia dejó un amplio abanico de posibilidades de elección que fueron presentadas en las comisiones de reconstrucción que a modo de festivales musicales se montaron por parte de gobiernos centrales, autonómicos, municipales… para elegir al/la ganador/a, que acabó siendo la salud mental.

La salud mental pasó, pues, a ser centro de atención de todos los focos mediáticos, sanitarios y de poder. Pero como ya sucediese con la cronicidad e incluso con la pandemia, el problema no es realmente el qué, sino el cómo. Nadie discute la importancia de atender y cuidar de la salud mental. Es, salvando todas las distancias, como la violencia de género, que aunque nadie, bueno casi nadie, niega su existencia, siguen aumentando las cifras de mujeres acosadas, agredidas y asesinadas por efecto del machismo, es decir, se admite la violencia de género al mismo tiempo que se sigue negando el machismo, cuando son causa y efecto.

La salud mental, por tanto, es algo que todos, o una gran mayoría, identifica como problema, pero que se aborda casi exclusivamente como una patología a pesar del poco impacto que la biología tiene en la misma; como una necesidad asistencial, sin que se aborde la trascendencia de la atención; como una etiqueta que sigue generando discriminación y estigma, sin que se aborde a la persona de manera integral; como una dolencia que requiere de farmacología, sin que se valore convenientemente el valor terapéutico de la escucha activa y los cuidados.

De tal manera que como ya sucediese con la cronicidad y la pandemia, la salud mental vuelve a ser objetivo y objeto interesado y oportunista, sin que ello suponga la propuesta de respuestas que faciliten abordajes integrales, integrados, e integradores que tengan en cuenta los determinantes sociales, los contextos, las redes sociales, la estructura familiar, laboral, de ocio, los recursos disponibles, las capacidades de afrontamiento, las actitudes y las aptitudes… más allá de síntomas, síndromes o signos que etiqueten diagnósticos estandarizados y despersonalizados que se alejan de la persona para centrarse en la enfermedad con la que finalmente se asimila la salud mental. Una salud mental que no contempla la soledad, la violencia de género, la migración, el acoso laboral o escolar, la precariedad laboral, el cuidado familiar… o identificando el suicidio como una consecuencia indeseable pero no como un problema evitable.

Ahora todos quieren tener protagonismo en la salud mental, como si de un descubrimiento se tratase. Médicos, psiquiatras, psicólogos, terapeutas… Pero como ya sucediera con la cronicidad y la pandemia, entre otros muchos problemas de salud que no enfermedades, las enfermeras quedan relegadas, por quienes determinan la elección, a una mera anécdota, a una referencia casual, a una identificación puntual y descontextualizada, a un tópico y estereotipado acompañamiento de ayuda o cumplimiento de indicaciones sin capacidad autónoma.

Enfermeras generalistas, especialistas de salud mental y de enfermería familiar y comunitaria, con competencias para llevar a cabo abordajes integrales con las personas, las familias y en las comunidades con quienes valoran, planifican y consensuan las necesidades de cuidados.

Porque tanto en la cronicidad, como en la pandemia, como en la salud mental y como en tantos otros problemas de salud, lo que realmente se requiere son cuidados. Cuidados profesionales que puedan prestarse allá donde viven, conviven, estudian, trabajan, se divierten… las personas. Cuidados profesionales que requieren disponer de enfermeras que puedan articular sus intervenciones en el ámbito comunitario, escolar, social, hospitalario… de manera coordinada y en equipo. Pero con equipos que huyan de la jerarquización que imponen los modelos asistencialistas actuales y faciliten, en lugar de obstaculizar o anular como habitualmente se hace, las intervenciones transdisciplinares y transectoriales en las que puedan desarrollarse.

No se pueden ni deben seguir estableciendo “Hit-Parade” o “Trending Topic” que lo único que pretenden es alcanzar protagonismos corporativos, políticos o mercantilistas, sin importar la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Seguir cuantificando la salud mental desde el positivismo imperante en base a estadísticas, escalas, casos… no tan solo no permite llevar a cabo intervenciones eficaces, sino que desvirtúa el verdadero problema que representa a nivel individual, colectivo, pero también social y alimenta el nicho de mercado de los mercaderes de la salud.

Utilizar la palabra salud como acompañante de la dimensión mental no es la solución. La salud es un concepto polisémico, cultural, de normas, sentimientos, emociones, creencias… que requiere de intervenciones complejas que van mucho más allá de un diagnóstico médico o un tratamiento farmacológico. Hablar de Salud Mental, por lo tanto, no puede ser una forma de adecuar el lenguaje a la moda actual, o porque suene mejor, pero renunciando desde el principio a dicha salud. Es adquirir compromiso con la salud comunitaria y global, con la población desde la equidad y la igualdad. Algo que evidentemente no hacen ni dejan hacer quienes no se sienten profesionales de la salud desde el mismo momento en que renuncian pertenecer a las ciencias de la salud para situarse en la exclusividad de su disciplina excluyente.

Los cuidados profesionales enfermeros son indispensables e insustituibles en el abordaje de la salud en general y en el de la salud mental en particular.

Los cuidados profesionales enfermeros no pueden formar parte de la inmediatez o de la utilización interesada y oportunista de quienes juegan con la salud como quien juega al Monopoli®. Posiblemente por eso siempre acaban siendo relegados, abandonados, olvidados o incluso desvalorizados, al no prestarse al mercantilismo de la salud, sino como parte de la necesaria respuesta que requiere la dignidad humana con la que están íntimamente relacionados. Nunca se nombra a los cuidados ni a sus profesionales más directos, las enfermeras, como elemento de calidad en la publicidad de los seguros privados, a pesar de que existen y son imprescindibles porque con lo que negocian es con la enfermedad y con quienes la manosean para su beneficio con la promesa de la curación.

No sé cuánto tiempo permanecerá en el “Hit-Parade” o será “Trending Topic” la salud mental, ni por qué o quién será sustituida. Pero sí que sé que se sitúe dónde la sitúen siempre debe ser identificada como un objetivo prioritario de atención y cuidados profesionales de las enfermeras. Sean estas generalistas, especialistas o de práctica avanzada. Porque lo que verdaderamente importa son los cuidados y que estos se presten desde la calidad, el rigor, el humanismo y el respeto que requieren.

Cuando la salud, tanto física, mental, social como espiritual, sea identificada como una realidad colectiva y no como una posesión profesional, una oportunidad política o una perspectiva de negocio, posiblemente, seamos capaces de entenderla, protegerla, cuidarla y promocionarla sin imperativos de inmediatez y con la generosidad, el humanismo y la dignidad que merece para que sea accesible y equitativa.

[1]Comentarista de radio de Internet, orador motivacional y escritor estadounidense.

[2] Lista de éxitos

[3] Es una de las palabras o frases más repetidas en un momento concreto en una red social.

[4] https://es.wikipedia.org/wiki/Standby

EL OLIMPO COMO REFERENCIA HISTÓRICA ENFERMERA

A Magdalena Santo Tomás.

Por favorecer con su trabajo que conozcamos y apreciemos lo que somos a través de la historia

 

                               “El griego conoció y sintió los horrores y espantos de la existencia: Para poder vivir tuvo que colocar delante de ellos la resplandeciente criatura onírica de los olímpicos.”

Friedrich Wilhelm Nietzsche[1]

 

Siempre he dicho que resulta imprescindible saber de dónde venimos para saber dónde estamos y hacia dónde nos encaminamos o, cuanto menos, deseamos ir.

No hacerlo nos sitúa en una posición de debilidad e incluso de indefensión determinada, básicamente, por la ausencia de información, conocimiento y argumentos que nos permitan defender nuestros objetivos profesionales, científicos y disciplinares más allá de los planteamientos, más o menos interesados, más o menos maliciosos, más o menos verdaderos, que tratan de situarnos en posiciones ambiguas, erróneas o contraproducentes con lo que somos y debemos aportar como enfermeras. Por ello es bueno conocer la historia y no caer en la histeria de su desconocimiento.

Remontándonos a la mitología griega, existen referencias claras a la medicina como Asclepio o Asclepios, Esculapio para los romanos, que fue el dios de la medicina y la curación. Así mismo los miembros de la familia de Asclepio también ejercían funciones médicas, como su mujer, Epíone, que calmaba el dolor, su hija Higea que era el símbolo de la prevención, su hija Panacea que era el símbolo del tratamiento, su hijo Telesforo que era el símbolo de la convalecencia y sus hijos Macaón y Podalirio que eran dioses protectores de los cirujanos y los médicos.

Sin embargo, poco o muy poco se conoce de deidades que hicieran referencia a la Enfermería o las enfermeras. En La Odisea aparece un relato de la esclava Euríclea a la que Ulises define como una buena enfermera. Así pues, ya en la antigua Grecia el indicio de referencia enfermera se relacionaba con la esclavitud, es decir, con la subsidiariedad, la sumisión y la docilidad que de dicha condición de falta de libertad se deriva. Y aunque se pueda justificar esta ausencia de referencias por la situación sociocultural de la mujer en la Grecia Clásica, no parece tener mucha consistencia dado que existen muchas referencias de deidades femeninas con relación a la medicina o que, cuanto menos, se asimilan a ella. Si bien es cierto que, más como un sumatorio de todo aquello que pudiese tener alguna relación, por lejana y apartada de la medicina que fuese, que como una realidad de lo que era y significaba la medicina en la Grecia antigua. De ahí que aspectos como la convalecencia, más próxima a los cuidados que a la asistencia médica, la promoción e incluso la prevención se asimilasen a la medicina y no a otras ciencias que, como ya hemos visto, se reencarnaban en figuras secundarias, incluso dependientes o bajo dominio de otros. En cualquier caso, se trata de una construcción socio-cultural que ha trascendido al paso del tiempo y que ha ido ligada a la fuerza del trabajo y a la identidad de género.

Esta realidad de la antigua Grecia sirve no tan solo de referencia histórica sino también de representación simbólica de determinadas profesiones, a través de los iconos asumidos por estas como, por ejemplo, la vara de Asclepio, con la característica serpiente que caracteriza a la Medicina. O la propia serpiente que acompaña a Higia como símbolo de Farmacia. Sin embrago, no tiene correspondencia con la representación de la Enfermería que ha recurrido a lo largo del tiempo a mimetizar elementos de otras profesiones para configurar su iconografía propia, alejándose con ello de su verdadera identidad profesional. Hasta la aparición y asunción de la lámpara de Nightingale adoptada de manera generalizada y con importante consenso que no unanimidad[2].

En cualquier caso, pretendo, tan solo basarme en una referencia histórica y nunca en un intento por desmerecer el valor de los cuidados que, sin duda, siempre han estado presentes a lo largo de la historia de la humanidad, pero en la que, lamentablemente, siempre han permanecido invisibilizados y desvalorizados, cuando no colonizados y usurpados por quienes siempre han hecho un acapararamiento, tan egoísta como injusto de la atención a la salud, hasta el punto de desvirtuarla, transformarla y reducirla exclusivamente en la enfermedad o en la interpretación interesada que hacen de su ausencia como estado de salud.

Mi intención, por tanto, no es hacer un ejercicio histórico-científico, sino tan solo una libre aproximación e interpretación a través de una cultura, una civilización y una historia que tanto nos ha aportado y en la que tanto nos miramos para tratar de entender lo que somos actualmente, no tan solo las enfermeras sino la sociedad en general. De hecho, la mitología griega tiene, desde mi punto de vista, ciertas referencias que, más allá de los mitos en que se encarna, nos pueden hacer reflexionar.

Los mitos han acompañado a la formulación de la identidad y manera de entender el mundo helénico, pero también la civilización occidental y el comportamiento humano. No en vano de Grecia proceden algunos de los más grandes filósofos y precursores de la ciencia, tales como Aristóteles, Sócrates y Platón, así como teoremas, elementos socio-culturales básicos o incluso sistemas políticos como la democracia. No puede, ni debe extrañar, por tanto, que pretenda establecer un cierto paralelismo con la historia de las enfermeras y, sobre todo, su proyección hasta nuestros días.

Más allá de un ensayo, que no pretendo, trato, con todos los sesgos y deficiencias históricas que seguro cometo, intentar aproximarme a una cultura e historia que me fascinan para identificar elementos que hayan podido influir en el devenir histórico de las enfermeras o, cuanto menos, en una cierta semejanza.

Prácticamente todos los mitos griegos hacen referencia a las luchas, odios, envidias, castigos… de los doce dioses del Olimpo hacia quienes o bien trataban de adquirir cierta divinidad o tan solo pretendían un desarrollo de la humanidad que era interpretado por los dioses del Olimpo como seria amenaza para su posición divina. De tal modo que para controlarlo se infringían duros castigos a quienes entendían estaban poniendo en cuestionamiento la divinidad de los moradores del Olimpo. Las consecuencias de los desafíos y sus consiguientes castigos deparaban sufrimientos atroces que, o bien acababan con la muerte de quienes se atrevían a retar a los dioses, o bien les suponía someterse a pruebas muy penosas que les apartasen de los objetivos por los que habían sido castigados, en algunos casos durante un tiempo imposible de medir pero que representaban un escarmiento con la intención de poner en alerta a otras/os que osaran interpelar la voluntad, no siempre clara ni mucho menos entendida, de los dioses vengadores. Prometeo[3], Sísifo[4], Tiresias[5], Eco[6], Narciso[7]… son algunos ejemplos de quienes sufrieron la ira de los dioses.

Esta permanente lucha de desiguales equilibrios entre unos y otros se ha trasladado a lo largo de la historia en múltiples escenarios de nuestra civilización.

Las enfermeras, o quienes nos antecedieron como tales, siempre han tenido la voluntad de que las personas adquiriesen las habilidades, los conocimientos y las aptitudes para lograr su autocuidado y ser, por tanto, dueñas de sus procesos de salud enfermedad. Es cierto que no siempre este método ha sido científico, pero no es menos cierto que siempre ha estado presente como parte de los cuidados prestados. Tratando de conseguir que las personas pasen de una dependencia absoluta de los profesionales a una autogestión, autodeterminación, autonomía y autocuidado, que les permita participar o tomar sus propias decisiones y no depender siempre de las de otros.

Quienes creyéndose dioses crearon su particular Olimpo Sanitario desde el que contemplar cómo se actúa, en la que consideran exclusiva propiedad tanto intelectual como de actividad o gestión, los cuidados de las enfermeras, siempre fueron vistos con indiferencia por considerarlos menores, sin valor científico y sin referencia social, por lo que entendían no suponían un problema a su deidad sanitaria, sino más bien un complemento a la misma.

Con el paso de los años las enfermeras fueron identificando los cuidados como identidad profesional y surgieron profesionales que empezaron a dotarlos de conocimiento científico, permitiendo su profesionalización y desarrollo. Esto puso en alerta a los dioses sanitaristas que empezaron a identificar a las enfermeras como una amenaza a su poder y proyección social. Los castigos tratando de acotar, cuando no invisibilizar, la aportación específica enfermera propiciaron permanentes disputas que ponían en entredicho las decisiones de los dioses, lo que les enfurecía aún mucho más, lanzando permanentes ataques que trataban de neutralizar un desarrollo académico, científico y profesional desde el que, además, pretendían abandonar la dependencia y tutela a las que les habían sometido y desde las que se exigía obediencia y sumisión a sus dictados divinos.

Así pues, los sustitutos de Zeus, Afrodita, Poseidón, Ares Atenea, Apolo… en el Olimpo Sanitario por ellos creado no tan solo dictaban el cómo, cuándo, cómo, qué, quién, dónde… de los Sistemas Sanitarios, sino que determinaban su absoluto dominio y capacidad de decisión sobre la salud, a la que relegaron a una mera anécdota para adorar la enfermedad para alimentar sus pasiones profesionales de curación.

El resto de profesionales, son vistos como meros peones útiles para el logro acrítico de sus fines, pero con nula capacidad para determinar ningún tipo de decisión que pueda poner en entredicho o cuestionar su condición divina.

En este escenario de dominio y permanente vigilancia, las enfermeras lograron, no sin sufrimiento, abandonar esa tutela obsesiva, para determinar una acción propia, autónoma, científica y profesional.

El Olimpo Sanitario seguía siendo un oráculo en el que se consultaba a los dioses en torno a la enfermedad y la curación, pero se empezaron a visibilizar espacios “paganos” en los que se obtenían respuestas, en forma de cuidados profesionales, a las necesidades de salud que planteaba la población.

El problema estuvo en que algunas enfermeras continuaban fascinadas por el poder divino del Olimpo Sanitario y los dioses de la enfermedad y la curación y creyeron que podían morar a su lado en dicho Olimpo. Esto no tan solo no fue permitido nunca por los dioses que, además, aprovechaban esta fascinación para incrementar el dominio y sometimiento hacia las enfermeras haciéndoles creer que formaban parte de su exclusivo Templo Sanitario.

Sin embargo, las enfermeras que identificaron que su lugar estaba con la población para participar con ella en la mejora de la salud y su cuidado, al tiempo que lograban establecer un espacio propio de crecimiento y desarrollo científico-profesional, consiguieron que ésta las identificase como referentes, valorándolas por sus aportaciones. Sin que ello supusiese tener que adorarlas y rendirles pleitesía como se seguía haciendo con los dioses del Olimpo.

Por su parte, desde el Olimpo, cada vez más cuestionado por todos, se mantiene una permanente amenaza ante todo aquello que se considera una ataque a su hegemonía, por lo que continúan con sus castigos en forma de descréditos, cuestionamientos, denuncias, reproches… tratando de impedir lo que ya es la realidad incuestionable e insustituible de la aportación enfermera.

Tan solo queda que las sumisas enfermeras que aún siguen creyendo en la influencia del Olimpo y sus moradores, abandonen definitivamente esa fascinación que impide el avance de la Enfermería sometida por los dictados divinos y los de sus fieles seguidores.

No se trata de crear diosas enfermeras que sustituyan a quienes ocupan el Olimpo Sanitario cada vez con mayor dificultad. Se trata más bien de que los falsos dioses desaparezcan y dejen paso a la construcción de sistemas diversos, dinámicos y eclécticos en los que prevalezca la ciencia, el razonamiento, los conocimientos, la participación, la libertad… de muy diferentes agentes de salud, profesionales o no, en lugar del autoritarismo, el protagonismo, el inmovilismo, la intransigencia, el dogmatismo… de unos pocos sobre todos los demás.

La antigua Grecia, como ya he comentado, nos aportó la democracia como sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho de este a elegir y controlar a sus gobernantes. Estaría bien que dicha democracia se trasladase también a las relaciones entre profesionales y comunidad para lograr una sociedad más sana y saludable. Seguir manteniendo regímenes autoritarios en el siglo XXI en el seno de democracias plenas es una aberración social, institucional, profesional, científica… que debemos evitar a toda costa desde cualquier posición. Y las enfermeras no somos una excepción. Es más, somos clave en el logro de dicho objetivo. No sigamos siendo esclavas y beatas de falsas divinidades que se entronizan y confunden con su demagogia profesional. Es importante, como dijo Lao Tsé[8] que “No nos ocupemos de rendir culto a deidades e instituciones religiosas como fuente de la verdad sutil.”

Escribamos nuestra historia desde la autonomía, la responsabilidad, la competencia, el respeto y la coherencia de lo que somos, enfermeras. Conozcamos nuestro pasado para evitar que se reproduzca en aquellos aspectos que tanto daño nos hizo y, lamentablemente, en ocasiones nos sigue haciendo.

[1]Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán (1844-1900).

[2]Hernández Conesa, Mª, Moral De Calatrava P. Historia de la Enfermería. Un análisis histórico de los cuidados deEnfermería, McGraw-Hill/ Interamericana de España. Madrid, 1999.

[3]https://es.wikipedia.org/wiki/Prometeo

[4]https://es.wikipedia.org/wiki/El_mito_de_S%C3%ADsifo

[5]https://es.wikipedia.org/wiki/Tiresias

[6]https://es.wikipedia.org/wiki/Eco_(mitolog%C3%ADa)

[7]https://es.wikipedia.org/wiki/Narciso_(mitolog%C3%ADa)

[8] Personalidad china cuya existencia histórica se debate. Se le considera uno de los filósofos más relevantes de la civilización china.