DECISIONES_DECISORES Y AUTONOMÍA Más allá de los Reyes Magos

“La gente suele decir que tal o cual persona no se ha encontrado todavía a sí mismo. Pero la autonomía no es algo que uno encuentra, es algo que uno crea.”.

Thomas Szasz[1].

 

Mucho se ha hablado y escrito sobre los males, problemas, dificultades o barreras que afectan a las enfermeras y sobre cómo los afrontamos desde las diferentes organizaciones de representación enfermera o desde la percepción, interpretación y posicionamiento individual y colectivo, al margen de dichas organizaciones.

No es mi intención hacer un listado de los agravios, ataques, olvidos, desconsideraciones o desprecios de los que somos objeto, que son muchos y variados ni tampoco de cuáles son sus causas que, se me permitirá, no se pueden ni deben achacar exclusivamente a la mezquindad ajena, lo que automáticamente anula la necesaria e imprescindible autocrítica, sin la cual va a resultar muy difícil salir de la tela de araña en la que metafórica, pero realmente nos encontramos presas y sin libertad de movimientos para actuar y sin que, en muchas ocasiones, esto signifique que una maligna araña pueda o quiera devorarnos como representación de un imaginario o deseado enemigo que justifique nuestra parálisis en dicha tela de araña.

Pero sí que me parece razonable, e incluso necesario, reflexionar sobre cuáles pueden ser las causas por las que caemos presas en tan pegajosa y paralizante tela, y por qué no sabemos o no queremos liberarnos de la misma o por qué no existe ayuda eficaz para hacerlo o no somos capaces de identificar y elegir a quienes lo hagan posible. Todo lo cual nos lleva a una situación en la que parece como si finalmente nos sintiésemos cómodas en esa trampa paralizante.

Esta misma semana, en un Congreso sobre Cuidados en el que participé, me trasladaban que lo que nos faltaba, lo que nos hacía falta a las enfermeras era autonomía. Realmente que se siga planteando como carencia la autonomía profesional achacándola a males externos no identificados o supuestamente malintencionados para que no lo seamos, me produce una profunda tristeza, al tiempo que genera en mí una reacción de absoluto rechazo por considerarlo un lamento lastimero sin fundamento y ligado a un falso argumento con el que justificar dicha ausencia de autonomía.

La autonomía va ligada de manera totalmente inseparable a una asunción de responsabilidad. No podemos hablar de competencias sin que exista responsabilidad para que estas no se queden tan solo en una declaración de intenciones que en algunos casos y ocasiones acabamos por abandonar al no identificarlas como propias e irrenunciables.

La responsabilidad, por su parte y con ella la autonomía por la que aparentemente se suspira, conlleva asumir riesgos. Los riesgos de tomar decisiones propias que es lo que caracteriza a la autonomía. Pretender, por lo tanto, que la autonomía sea una dádiva o una concesión gratuita y generosa sin que la misma suponga un posicionamiento claro, firme, riguroso y científico en la que avalar nuestras decisiones es una absoluta irresponsabilidad al tiempo que la mejor manera para que la autonomía continúe siendo un obscuro objeto de deseo y una excusa en la que amparar un victimismo tan inútil como irreal.

Lo he dicho muchas veces, pero no me cansaré de repetirlo, lo que somos y seamos depende fundamentalmente de nosotras mismas. No continuemos en ese juego de buscar un culpable como quien busca a Wally en una abigarrada y confusa imagen en la que se confunde y esconde. Porque al contrario de lo que sucede con Wally, que podemos llegar a identificarlo, no conseguiremos encontrar al culpable de nuestra falta de autonomía porque no existe más allá de nuestra imaginación o nuestro particular collage de sospechas.

Pero, a parte de nuestra personal intriga individual y colectiva como enfermeras, es importante saber o cuanto menos analizar qué esperamos y qué hacen realmente nuestras/os representantes profesionales en sus diferentes ámbitos u organizaciones.

Lo que se espera de ellas/os es ciertamente difícil, tanto de relatar como de analizar, pues posiblemente haya tantos deseos, expectativas, realidades, peticiones, exigencias… como enfermeras somos. Cada cual desde su foro interno y por qué no decirlo desde sus intereses particulares, puede esperar respuestas que les satisfagan. Es lícito y respetable que cada cual plantee sus deseos. Pero como sucede con la búsqueda de culpables en el juego de Wally en este caso no es razonable seguir creyendo que las peticiones pueden seguir haciéndose como quien escribe la carta a los Reyes Magos. En primer lugar, porque por mucho que nos gusten y nos evoquen felices recuerdos de niñez, los Reyes Magos no existen y quienes, en este caso, debieran asumir el rol de padres benefactores, ni lo son, ni se comportan como tales. Entre otras cosas porque nuestros padres nos eligieron o cuanto menos decidieron aceptarnos como hijos y ser nuestros protectores y educadores al tiempo que nos creaban ilusiones y las mantenían con el sueño, su sueño, de vernos y hacernos felices. Lo que inicialmente puede ser identificado como un engaño y una desilusión al descubrir la verdadera identidad de los Reyes Magos finalmente se transforma en una ilusión adquirida, asumida y transmitida que se perpetua en el tiempo de generación en generación y en ningún caso supone una renuncia a la paternidad por parte de quien se siente defraudado en el momento de descubrir la suplantación de identidad. Las cartas que por otra parte se escriben, dan rienda suelta a los deseos de poseer aquello que más ilusión hace, al entender que la magia de los monarcas lo puede lograr todo, aunque no siempre se vean cumplidos por razones que todos identificamos sin que signifique una automática renuncia a seguir escribiendo, año tras año, una nueva carta con idéntica o renovada ilusión de obtener, de las regias figuras orientales, aquello que se pide en las mismas con la esperanza de que finalmente nos sea concedido.

Todo lo contrario sucede con quienes son nuestros representantes profesionales, que lo son porque nosotras, como enfermeras, tenemos la capacidad de elegirlas/os y exigirles que den respuestas a nuestras necesidades profesionales que en ningún caso pueden ser consideradas como ilusiones o fantasías. Por lo tanto, nuestras/os representantes lo son o deberían serlo en tan en cuanto nos impliquemos realmente en su elección, cuando no en su sustitución a través de un compromiso mayor que nos sitúe como sus posibles relevos. Porque no hacerlo es asumir que otras/os lo hagan por nosotras y que sus propuestas no coincidan con nuestros deseos o expectativas. Y al contrario de lo que sucede con los Reyes Magos, la decepción por lo que aportan las/os representantes, se transforma en una renuncia, ignorancia o desprecio hacia ellas/os. Pero lo realmente grave no es tanto el rechazo que dichas/os representantes generen, sino el que se provoca de manera indirecta hacia las instituciones que, al menos en teoría representan y que nos representan como profesionales, pero también como profesión, ciencia o disciplina.

Permanecer siempre en la queja permanente desde el anonimato y la pasividad no resolverá nuestros problemas, ni servirá para cambiar aquello con lo que no estamos de acuerdo o consideramos que no es justo, razonable, adecuado, proporcional o ético y que, por tanto, supone un prejuicio tanto para las enfermeras como para el ejercicio de su actividad y como consecuencia para la calidad y calidez de los cuidados que prestamos. Los lamentos, al no traducirse en acciones que provoquen en las/os representantes un temor a ser reemplazados acaban por naturalizarse y no tenerse en cuenta, asumiéndolos como parte de su proceso natural que los llevará a perpetuarse en sus cargos y, lo que es peor, a perpetuar sus vicios y con ello a enviciar sus decisiones, que lejos de solucionar los problemas de las enfermeras los cronifican o los ignoran. Más aún, si consideran que los mismos pueden causarles a ellos unos problemas que hagan peligrar sus puestos. Finalmente acaban tejiendo la tela de araña en la que caen las enfermeras presas de su propia indecisión, pasividad y conformismo, mientras las/os tejedoras/es observan con indiferencia, pero con vigilancia a quienes o no saben salir o finalmente se acomodan en la trampa tendida. Mientras tanto ellas/os seguirán apareciendo como salvadoras/es mediante discursos vanos, vacíos, engañosos, tramposos, pomposos e inútiles, queriendo hacer creer que les preocupa y ocupa la Enfermería y las enfermeras, mientras se aferran a sus puestos en aparentes procesos democráticos que realmente esconden estratagemas que garantizan su continuidad a través de estómagos agradecidos y cadenas de favores.

Seguir creyendo en los Reyes Magos es bueno e inofensivo a pesar del engaño que todos, salvo los más pequeños, conocemos y asumimos. Seguir aguantando a representantes mediocres, ineficaces, grises, trepas, oportunistas, mentirosas/os e incluso poco éticos o corruptos es algo que no podemos seguir consintiendo y que, por tanto, tenemos no ya la opción, sino la obligación de eliminar. Por una parte, para depurar responsabilidades y eliminar a quienes no tan solo no trabajan en favor de las enfermeras, sino que lo hacen en su contra o incluso en su propio y exclusivo beneficio. Por otra parte, para poder dignificar y poner en su justo y merecido lugar a las instituciones u organizaciones que representan y desde las que nos representan. No hacerlo es tirar piedras contra nuestro propio tejado. Pues no tan solo nos ahogamos en nuestros lamentos, sino que permitimos que queden sin respuesta ni solución los problemas que limitan nuestro crecimiento, visibilidad y reconocimiento.

 Los Colegios Profesionales, las Sociedades Científicas, las Academias, los sindicatos, las Facultades, de enfermeras o de Enfermería, según los casos, son necesarios y deben ser respetados y defendidos por todas las enfermeras como instituciones u organizaciones desde las que se nos represente y defienda. Quienes acceden a las mismas deben ser elegidos en función de sus capacidades, méritos, propuestas, proyectos, actos… y someterse a una permanente evaluación que permita su relevo en caso de no cumplir con las expectativas creadas o por cumplimiento de un periodo razonable que permita el saludable relevo en los puestos. Pero además hace falta que se acuda a votar de manera mayoritaria para elegir la mejor opción.

No se trata de establecer guerras o batallas para derrocar a nadie. Pero si de convencerse de la necesidad de que, de todas las enfermeras depende que nuestras/os representantes lo sean y actúen como tales realmente. Para ello es imprescindible que activemos nuestra respuesta individual y colectiva impidiendo, por una parte, caer en la trampa de la conformidad y por otra que nos sitúe como verdaderas decisoras para elegir a quienes tomarán decisiones que nos valoricen y visibilicen.

Tan solo así seremos capaces de abandonar victimismos, vencer sospechas infundadas, cesar en nuestros llantos y en nuestras protestas sin fundamento.

 Asumamos nuestra responsabilidad y desde la misma alcancemos la autonomía que nos haga libres para elegir a quienes nos representen en cualquier organización o institución que tenga como fin u objetivo la defensa, el desarrollo o el fortalecimiento de la Enfermería o las enfermeras.

Hagamos oír nuestra voz, para poder exigir que la voz de nuestras/os representantes sea lo voz de la convicción, de la unidad, de la acción y de la capacidad de cambio y no la voz del engaño, el oportunismo, la confrontación y el beneficio interesado a espaldas de la profesión y sus profesionales.

Reclamar autonomía cuando se deja escapar, secuestrar o amordazar la capacidad de ejercer la autonomía para elegir a nuestras/os representantes es clamar en el desierto y permitir que la ansiada autonomía siga siendo tan solo una petición realizada desde el lamento, el victimismo y la comodidad de una zona que se considera de confort, cuando realmente es una zona de alcanfor [2]. Es como el niño que llora y coge rabietas pidiendo deseos que no van a poder ser cumplidos por quienes realmente son los Reyes Magos, es decir, sus padres, que posiblemente no hayan sabido o querido explicarle que hay determinados deseos que ni tan siquiera los Reyes Magos pueden conceder.

Despertemos del letargo, de la supuesta comodidad, de la indiferencia o de la indolencia. No nos engañemos pensando que nuestra mejor manera de protestar es inhibirse, abstenerse, pasar… creyendo que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Porque nuestro silencio, nuestra quietud, nuestra pasividad es, sin quererlo, el mayor apoyo, el mejor impulso y la mayor coartada para quienes se aferran a puestos en los que tan solo se representan a sí mismas/os.

En breve seguro que hay procesos electorales en organizaciones e instituciones, muy próximas a nosotras, en los que, desde la implicación y el compromiso directos, a través de candidaturas o bien a través de la votación libre, responsable y autónoma nos permitirán ser o elegir a representantes que verdaderamente nos representen y crean en lo que van a representar.

Solo desde la autonomía que nos da la capacidad de elección seremos capaces de ser autónomas y responsables de nuestros actos. Ello supone asumir riesgos, por supuesto, pero no hay mayor riesgo tanto para nosotras individualmente como para el conjunto de la profesión enfermera que permitir con nuestra actitud que nos manejen y manipulen.

Ya hay ejemplos en los que ese cambio se ha producido y está aportando una frescura, transparencia, acción, visibilidad, reconocimiento y representatividad reales que se proyecta en logros concretos de eficacia y respeto hacia las enfermeras y sus legítimos derechos profesionales y que van mucho más allá de los estrictamente laborales. Por lo tanto, no estamos hablando de una quimera de una utopía, ni tan siquiera de una ilusión, sino de una realidad que no tan solo es deseable sino posible. A estas alturas ya no es razonable seguir pensando que los Reyes Magos existen más allá de las fechas con las que se acaba la Navidad. Esos Reyes Magos son portadores de ilusión y fantasía y a las enfermeras nos hace falta concreción y realidad que nos permitan recuperar la ilusión en nosotras mismas y en nuestras posibilidades. Esa es nuestra autonomía, por la que debemos actuar en lugar de llorar.

No nos dejemos deslumbrar por las cabalgatas que los impostores, con los recursos que nosotras aportamos, monten para deslumbrar nuevamente con lentejuelas, regalos y prebendas, con el único objetivo de seguir manteniéndose.

Creer que no es posible cambiar es una renuncia que ni podemos ni debemos permitirnos. Cada cual que, desde su posicionamiento, su convicción, su deseo, su forma de entender la profesión…, de manera autónoma elija a quienes quiere que le representen. Que asuma ese riesgo. No hacerlo nos pone a todas en riego, además de ser muy poco ético.

Seamos pragmáticas sin renunciar a los valores, vehementes desde el respeto, exigentes con argumentos, firmes pero flexibles, comprometidas sin condicionantes, reflexivas y críticas, coherentes y comprensivas. Pero seamos y exijamos ser y poder ser como merecemos a quienes van a tener la capacidad de hacerlo y decidirlo.

[1]   Médico psiquiatra húngaro, Profesor Emérito de Psiquiatría en la Universidad de New York (EEUU) y físico graduado con honores en la Universidad de Cincinnati (Ohio, EEUU).

[2] El alcanfor es una sustancia semisólida cristalina y cerosa con un fuerte y penetrante olor acre. Se usa como bálsamo y con otros propósitos medicinales.

LA PALABRA: SU USO Y ABUSO

“Hay quienes sólo utilizan las palabras para disfrazar sus pensamientos.”

Voltaire[1]

 

La palabra y su difusión por los diferentes medios, formales o informales que de todo hay, se ha convertido en un arma poderosa de seducción, intimidación, manipulación, distorsión de la realidad e incluso en ocasiones, aunque debiera ser en la mayoría de ellas, de información veraz, objetiva y real.

En ese proceso de emisión y recepción de la palabra intervienen tanto quienes la pronuncian como quienes la procesan, pues no tan solo se limitan a transmitirla, como quienes la reciben y sucede que lo que inicialmente se pronuncia, no siempre es lo que finalmente se transmite, entiende y/o interpreta.

Es por ello que tal como decía Von Schiller[2] “Las palabras son siempre más audaces que los hechos”, pero no es menos cierto que la palabra es mitad de quien la pronuncia y/o escribe, mitad de quien la lee y/o escucha, por lo que está sujeta a interpretación y, por tanto, nada de lo que se diga, por audaz, novedoso, importante, riguroso… que pueda ser, tendrá valor sino es compartido, analizado y traducido en hechos que sean capaces de modificar unos escenarios en los que necesariamente se pueden y deben decir y hacer muchas cosas. No hacerlo supone dar por válido lo emitido, concediendo credibilidad gratuita a quien lo emite y anulando, por tanto, la capacidad de reflexión de quien lo recibe al aceptarlo como verdad sin ni tan siquiera cuestionarlo, lo que genera posicionamientos falaces o cuanto menos de débil o nulo contraste y dudosa justificación que favorecen la anestesia de pensamiento.

El problema real, suele estar en que tenemos miedo a escuchar y que lo que escuchamos, si lo hiciésemos en lugar de tan solo oír, nos haga sentirnos amenazados o culpabilizados por lo que el mensaje pueda interpelar. Pero, lo que realmente pasa es que, como decía Goethe[3], “Los sentidos no engañan, engaña el juicio.” Porque con el oído, percibimos los sonidos. Pero sin duda esto no es suficiente para entender, analizar y posicionarse sobre algo o alguien. Necesitamos prestar atención a lo que oímos para extraer su significado. Es un proceso mental y un proceso de extracción. Por lo tanto, escuchar no es lo mismo que oír, pues esto último se refiere sólo a notar los sonidos que percibimos. Escuchar requiere decodificarlos para comprenderlos, por lo que, si no hay escucha, no puede haber comunicación. Oír es involuntario, llegando incluso a naturalizar y no sentir determinados sonidos e incluso hechos o acontecimientos por repetitivos o como mecanismo de defensa para evitar involucrarnos o sentirnos instados a posicionarnos. Escuchar, sin embargo, requiere de voluntad y de conocimientos para hacerlo eficazmente. De igual manera la lectura supone un proceso similar. No se trata de unir palabras de manera mecánica, sino de analizarlas y extraer su sentido desde la reflexión y el pensamiento crítico.

Los sentimientos son muy variables a la vez que pasajeros y surgen en nosotros con una espontaneidad extraordinaria. Los sentimientos, por su parte, no son ni buenos ni malos. Lo malo o lo negativo es el comportamiento que podemos tener como consecuencia de ciertos sentimientos, como culpabilidad, vergüenza, ansiedad, resignación…

La escucha, por tanto, pasa por identificar, pues tal como decía Juan Donoso Cortés[4], “Lo importante no es escuchar o leer lo que se dice, sino averiguar lo que se piensa”, para luego poder hablar y que seamos entendidos porque según Plutarco[5], “para saber hablar, es preciso saber escuchar”.

Lo comentado es y forma parte de la comunicación a muy diferentes niveles y desde muy diferentes medios o canales, lo que nos lleva a identificar que en el proceso de comunicación debamos tener una comprensión profunda de nosotras/os mismas/os, para, de esta manera, comprender mejor a quien nos traslada información, cómo lo hace y con qué intención u objetivo lo hace, de forma que la gama de sentimientos que en nosotras/os se producen en todo momento, cualesquiera que sean, los sepamos analizar para desde dichos sentimientos, así como emociones o valores podamos construir una idea, pensamiento o actitud sobre aquello que se nos traslada y de quienes lo traslada/n con independencia de su cargo, responsabilidad o posición.

Las enfermeras como profesionales que centramos en la comunicación gran parte del proceso de cuidados profesionales que prestamos a las personas, las familias y la comunidad, estamos obligadas a escuchar y analizar aquello que sobre la realidad social, laboral, profesional, disciplinar o científica se traslada en o a través de la comunicación por parte de representantes o líderes profesionales, políticas/os, gestoras/es, periodistas e incluso de los actuales gurús de la información como son los denominados influencers que tanto predicamento como dudosa credibilidad, en la mayoría de los casos, tienen. Aunque también es cierto que no siempre los que se consideran informantes formales tienen mayor credibilidad.

Todo esto viene a colación de recientes informaciones que, en torno a las enfermeras, están produciéndose por parte de determinados representantes profesionales y de medios de comunicación que las están difundiendo. A pesar de la aparente visibilidad o reconocimiento que en torno a las enfermeras y a simple vista pueda interpretarse que se aporta, considero que adolecen del análisis, la profundidad y el rigor que debiera ser exigible en temas tan trascendentes, sensibles y con consecuencias tan importantes para la población como las que se están produciendo.

En concreto, aunque no exclusivamente, me refiero a las declaraciones que en torno al déficit de enfermeras se están difundiendo.

En ningún caso cuestiono, al menos no de entrada, la carencia de enfermeras existente en España que, además, viene avalada por informes de organismos tan importantes como poco sospechosos como la OCDE o la OMS entre otros.

Lo que sí que me plantea dudas y me hace reflexionar es sobre cómo se traslada dicha información no tan solo al colectivo profesional sino a la opinión pública en general.

Aquí es donde habitualmente radica el problema de la comunicación de determinadas informaciones y el interés, oportunismo o malicia, que de todo hay o puede haber, en darle una determinada visión, un matiz particular, un tono concreto, una posición exclusiva e incluso excluyente… que impregnan a la información de sesgos muy específicos que o bien ocultan detalles trascendentes o bien resaltan otros que interesa destacar sin que necesariamente sean relevantes o concluyentes para la información que se traslada.

En el caso concreto al que me refiero y que tomo como ejemplo sin que con ello pretenda trasladar una excepcionalidad en su abordaje y difusión pues hay muchos otros temas, de la carencia de enfermeras, se basa en unos datos que ya he referido, que no han sido adecuada y deseablemente analizados y contextualizados. Se trata de datos brutos que se basan, normalmente, en proporciones generales para las que no se han tenido en cuenta las características ni los aspectos que influyen de manera muy particular y directa según el contexto en que se produzcan.

No se puede ni se debe hacer creer que el número de enfermeras por cada 100.000, o cualquier otra secuencia numérica de población, es uniforme con independencia, no tan solo de los países que se comparan, sino de los territorios en que se distribuyen dichos profesionales. Se trata por tanto de escalas que tienen por objetivo hacer una foto de conjunto que determine una clasificación que, como cualquier otra, tan solo puede y debe valorarse como una referencia o aproximación a una realidad mucho más compleja que es imposible que se recoja en un contaje bruto, en este caso de enfermeras, con relación a una población, igualmente bruta.

¿Tienen las enfermeras de los países que se comparan idéntica formación, desarrollan las mismas competencias, ocupan puestos laborales similares o comparables, asumen las mismas responsabilidades…? ¿Son los sistemas de salud en cuanto a estructura, acceso, organización… semejantes? ¿Tienen las poblaciones de los diferentes países las mismas necesidades de cuidados? ¿Existe en los países que se comparan las mismas proporciones de vulnerabilidad? ¿Todos los países invierten igual presupuesto en la atención a la salud? ¿Los datos demográficos, sociales, de educación… son análogos? ¿Sus poblaciones son homogéneas en cuanto a cultura, historia, tradiciones…?

Trasladar una información sobre la falta de enfermeras en nuestro país o en cualquier otro sin tener en cuenta todos estos criterios y otros muchos y tratar de establecer una relación causal exclusiva entre la falta de enfermeras, sobre esta base, y la calidad de los cuidados es. no tan solo una simpleza, sino que es una temeridad que se combina con grandes dosis de manipulación de la información que se traslada y que es interpretada por el colectivo enfermero como un agravio y una falta de reconocimiento y valoración de su aportación específica de cuidados y por la población en general con escepticismo, duda, alarma o incredulidad ante las respuestas igualmente interesadas y malintencionadas de quienes se sienten agraviados por la comparación con los datos proporcionales de su colectivo, como es el caso de los médicos, al indicar dichas escalas un exceso de profesionales en comparación con el resto de países que componen la muestra estudiada[6].

No se puede ni se debe establecer una distribución, racionalización u organización de enfermeras o de cualquier otro colectivo profesional al peso. Se necesitan cuarto y mitad de enfermeras o tres cuartos de médicos. Esta distribución uniforme, homogénea y estricta es tan irracional, inexacta, injusta, poco equitativa, acientífica y populista como pueda serlo el intentar establecer las famosas ratios profesionales en base a parejas como si de un juego de naipes se tratase. Una enfermera por cada dos médicos o una enfermera por médico al establecer la contratación de enfermeras según las necesidades de los médicos y no de la población a la que deben prestar cuidados.

Asignar enfermeras sin tener en cuanta todo lo dicho y hacerlo solo por el número total de las que existen y las que deberían existir como resultado de una media de las que tienen el conjunto de países que componen la muestra, nos llevaría a aumentar el problema de atención en lugar de resolverlo, pues la cuestión no es tanto el número final que exista sino la forma en cómo este se distribuya para resolver los problemas.

Pero no es menos cierto que se consigue el efecto esperado por parte de quien transmite tan lamentable información que además los medios se hacen eco inmediato de tales datos para, en base a los mismos, empezar a hacer sus propias interpretaciones y utilizar la información para atacar, en función de la doctrina ideológica de dichos medios, a los adversarios políticos que como suele ser habitual se convierten en enemigos a los que tratar de eliminar en base a informaciones tan sesgadas ideológicamente como faltas de rigor científico, aunque se utilicen escalas como las comentadas para darles una apariencia pseudocientífica.

Las enfermeras somos demasiado importantes para que su distribución y asignación a la comunidad tenga que estar supeditada a datos en los que no se tiene en cuenta a la población receptora de cuidados.

Pero esta es la dinámica que lamentablemente ha incorporado y transmitido el actual y caduco modelo de nuestro sistema sanitario al supeditar la asignación de profesionales en general pero muy particularmente la de enfermeras a las necesidades que marca este modelo como principal demandador de dicha mano de obra, que es como tristemente se identifica a las enfermeras, y que ha sido capaz de convencer a las Universidades para que actúen como proveedoras principales de dicho sistema y de las necesidades que los médicos, como autores y actores de dicho modelo sanitario imponen, es decir, de sus necesidades como colectivo y en ningún caso de las que pudiese plantear la población, dado que ni se identifican ni se hace nada para tratar de averiguarlo. La no institucionalización y valoración d los cuidados contribuye claramente en este sentido.

En este triste panorama, por su parte, las enfermeras asumen un rol subsidiario y admiten como válida dicha distribución, reclamando tan solo un incremento lineal de enfermeras por población atendida que es tanto como seguir dando la razón a quienes plantean su carácter secundario y subsidiario a la clase médica. Todo ello sin que dicha petición de incremento, generalmente, sea exigida para asumir sus verdaderas competencias enfermeras, lo que supondría asumir dicha responsabilidad, sino tan solo por razones numéricas como se traslada por parte de sus representantes.

En base a todo ello finalmente tan solo quedan unos cuantos titulares, una notoriedad perseguida por quien traslada dichas informaciones, unos debates totalmente intrascendentes y estériles, una realidad deformada, una perpetuación de la falta absoluta de planificación y, lo que es peor, una población confundida, confusa y difusa que no llega a identificar la importancia que tiene esa falta de enfermeras al no establecer una relación rigurosa y científica al tiempo que justificada, clara y accesible para que todas las personas sepan entender lo que supone realmente la carencia de enfermeras y el impacto en su salud, evitando que sea identificado exclusivamente como una reivindicación laboral.

Por su parte las/os políticas, responsables sanitarias/os o gestoras/es son las/os primeras/os en utilizar la palabra de manera demagógica, eufemística y falaz con el fin de contentar oídos y retrasar sine die decisiones que contribuirían a esa necesaria distribución de enfermeras teniendo en cuenta criterios objetivos, reales y adaptados a las prioridades identificadas de salud pública y comunitaria y no tan solo como herramienta o arma de disuasión, confusión y distracción para el logro de sus intereses particulares o partidistas. En este sentido, una vez más, hago referencia a dicha utilización de la palabra, por parte de la ministra de Sanidad, para establecer una expectativa fallida, ignorada y negada como es la Estrategia de Cuidados que se anunció, tan solo como elemento de propaganda engañosa, cuando realmente podría constituir una clara referencia de asignación de enfermeras en relación a las necesidades reales de cuidados.

Las palabras pues, no es que se las lleve el viento, pues siempre permanecen y se sabe por quién han sido dichas, en qué sentido y para qué objetivo. Tan solo las traslada o las remueve, pero cuando el viento se calma, las devuelve y nos permite recordarlas y reconocer qué uso se hizo de ellas por parte de quien las pronunció, pues como ya dijera Horacio[7] “la palabra dicha no puede volver atrás” y parece, según lo trasladado por Maquiavelo[8] que algunas/os piensen que “…las palabras deban servir para ocultar los hechos”.

Como decía al inicio de mi reflexión la palabra es demasiado importante como para utilizarla en beneficio propio e interesado en lugar de hacerlo para lograr el bien común desde la verdad, la ética y la estética de lo que se dice como anuncio de lo que se está dispuesto a hacer. Lo contrario es utilizar la palabra, precisamente para enmascarar, esconder, ignorar o anular los hechos que se precisan como elementos que trasciendan, no a la audacia de las palabras que siempre es buena, sino a su temeridad y uso interesado, particular o colectivo en contra del bien colectivo.

Como decía Goethe[9], “se tiende a poner palabras allí donde faltan las ideas”, cuando se sabe que no hay nada más peligroso que un mediocre con iniciativa y con un lápiz con el que escribir sus ocurrencias. Si además tiene capacidad de decisión sucede lo que sucede.

[1] Filósofo y escritor francés.

[2] Poeta y dramaturgo alemán

[3] Dramaturgo, novelista, poeta y naturalista alemán, contribuyente fundamental del Romanticismo

[4] Filósofo, parlamentario, político y diplomático español, funcionario de la monarquía española bajo el régimen liberal.

[5] Historiador, biógrafo y filósofo moralista griego.

[6] https://twitter.com/smediconavarra/status/1572257161861799938?s=46&t=RWhjHPC1e8MmQELVmMgVFw

[7] Poeta Latino

[8] Historiador, político y teórico italiano.

[9] Dramaturgo, novelista, poeta y naturalista alemán, contribuyente fundamental del Romanticismo

LOS CUIDADOS, TESORO O BOTÍN Abandono de lo propio y amigos de lo ajeno

“El robo está siempre asociado a la idea del poder.”

Fernando Sabater[1]

 

 

LOS CUIDADOS, TESORO O BOTÍN

Abandono de lo propio y amigos de lo ajeno

 

Parece como si siempre estuviésemos insatisfechos con lo que tenemos, lo que nos lleva a desear fervientemente aquello que otros tienen. Pero no porque de lo que disponemos sea negativo o poco valioso, sino simplemente que, por el hecho de tenerlo, disfrutarlo e incluso ser seña de identidad de quien lo tiene hace que se pierda el interés e incluso se abandone y renuncie su posesión con tal de buscar fervientemente la manera de alcanzar lo que otros tienen, sin saber si quiera si eso que anhelamos realmente nos puede hacer felices o vamos a saber manejarlo para que nos aporte beneficios. Tan solo nos ciega el conseguirlo. Lo de menos es el porqué, para qué, cómo… con tal de lograrlo. Y ya se sabe que nido abandonado, nido perdido.

También se da, en este mismo sentido, el deseo por lo ajeno, pero sin que se renuncie a lo que ya se posee, pretendiendo acaparar todo aquello que se entiende puede darle, a quien lo busca, reclama o usurpa, como mayor notoriedad o poder, al tiempo que resta valor a quien se le quita. Al igual que decía anteriormente lo de menos es saber qué hacer con lo logrado, lo importante es poseerlo y debilitar a quien lo poseía.

Finalmente se trata de quitar a alguien algo que forma parte de ella, es decir, robar.

Siguiendo el hilo con el que he iniciado mi reflexión y siendo consciente de que la misma puede ser sensible y causar debate, considero que no debo rehuir el mismo pues hacerlo significaría en sí mismo una clara postura de indiferencia o de conformidad con lo que está sucediendo.

En el caso del abandono, cuando no renuncia, a lo que se posee por el deseo, no siempre razonable ni razonado, de acceder a aquello que se considera mejor o más valioso, nos encontramos lamentablemente y en una proporción que es ciertamente preocupante, con el caso de las enfermeras que no tan solo no valoran la identidad que les proporciona los cuidados profesionales por considerarlos menores o secundarios, sino que deciden renunciar a ellos para, por una parte caer en los brazos de la técnica que les fascina y les mantiene en posiciones de refugio y confort de las que se resisten a escapar. Pero además existen quienes no conformes con esa idolatría tecnológica se empeñan en reclamar ciertas competencias que, ligadas a la técnica, lo son de otras disciplinas lo que provoca de inmediato una reacción defensiva en quienes se sienten amenazados con el intento de apropiación que, además, entienden como indebida e incluso delictiva.

En ese intento al que, por otra parte, dan pábulo en muchas ocasiones, representantes profesionales enfermeros estableciendo una cruzada para lograr el ansiado pendón de conquista, se abandona claramente aquello que les es propio y da identidad a la profesión a la que pertenecen, es decir los cuidados, que quedan claramente desprotegidos y carentes de amparo profesional. Lo que, sin embargo, no significa en ningún caso que ya no sean necesarios o que haya desaparecido la demanda que de los mismos hacen las personas, las familias y la comunidad.

Ese abandono voluntario, totalmente incomprensible y temerario, no pasa desapercibido por quienes tienen interés en colonizarlos asumiendo su competencia y responsabilidad desde posiciones, en apariencia al menos, de menor entidad profesional, disciplinar y científica, pero con un claro interés por ellos sin que exista una reacción defensiva acorde a la pérdida que supone, al estar entretenidas en batallas de supuestamente mayor entidad o importancia. De tal manera que finalmente unas medran y las otras merman. Todo ello, además, con impertérrita pasividad e indolencia de quienes dicen representar a las enfermeras o precisamente por considerar que la defensa pasa por la inacción que conduzca a la pérdida de lo propio en la desigual y no siempre comprensible guerra por lo ajeno.

Con este planteamiento, desde luego, no estoy queriendo trasladar que las enfermeras no sean competentes para asumir otras competencias y responsabilidades a las que le son propias. Lo que considero que no tiene sentido alguno es hacerlo desde la renuncia de lo propio por pensar que lo ajeno es mejor y de mayor valor. Las competencias no se ganan con batallas, aunque estas sean incruentas, sino con razonamiento y evidencias científicas además de respeto y consenso en el logro de las mismas cuando estas son compartidas o están siendo abandonadas por otros como hacemos nosotras con los cuidados.

Alguien, por tanto, puede interpretar que nuestras reivindicaciones por la denominada prescripción enfermera, por ejemplo, no tendrían sentido según mi planteamiento. Pero nada más alejado de la realidad. Las enfermeras venimos “prescribiendo”, o indicando, como han impuesto los médicos, de manera alegal desde hace muchísimo tiempo fármacos y productos sanitarios relacionados con nuestras competencias profesionales autónomas, con el beneplácito, por otra parte, de quienes ahora se rasgan las vestiduras y nos llevan ante los tribunales. Por tanto, lo que se reclama es la legalización y normalización de una situación que no beneficia a ninguna de las partes desde la alegalidad y que repercute negativamente en quienes son receptores de la atención recibida, por parte de unos y otros.

Por su parte, en el caso del deseo por lo ajeno, quien o quienes lo ejercen no necesariamente suele requerir el abandono de lo deseado por parte de quien es du dueño o cuanto menos lo posee. Simplemente deciden hacerlo suyo y para ello utilizan cualquier estrategia o estratagema para conseguirlo sin importarles lo más mínimo si para aquello que pretenden hacer suyo son competentes, si les corresponde y quieren realmente hacerlo, si les es posible asumirlo y ni tan siquiera si es ético.

La última que, por supuesto no única muestra de lo que digo, es la anunciada fundación por parte del Colegio de Médicos de Madrid de un comité científico para instaurar la cultura del cuidado, establecer un Código de Cuidados y detectar las necesidades de la población vulnerable[2]. ¿Alguien puede tan siquiera imaginar la respuesta que tendría que alguna organización enfermera anunciara la fundación de una comisión o comité para establecer un Código Farmacológico o de Cirugía?

Este anuncio además de ser una clara y descarada provocación supone un abordaje manifiestamente beligerante contra la identidad enfermera al pretender, no ya cuidar que podría ser algo que siempre han podido hacer y a lo que han renunciado sistemáticamente, sino por la maniquea y mezquina pretensión anunciada de crear un conjunto de normas y reglas sobre los cuidados, que es lo que significa hacer un Código de Cuidados según la Real Academia de la Lengua Española (RAE).

Es decir, los mismos que siempre identificaron los cuidados, que es lo que hacen las enfermeras, como algo absolutamente secundario, irrelevante, subsidiario, ligado a las cualidades femeninas como la dulzura, la abnegación, la docilidad, la obediencia, la resignación, la sumisión y que tan bien dejaron por escrito en sus múltiples textos para la formación de las enfermeras durante siglos, ahora quieren regular los cuidados[3], [4], [5], [6], [7], [8], [9], ahora quieren hacerlo suyo estableciendo, desde la prepotencia y el autoritarismo del poder que han logrado imponer a lo largo de su desarrollo profesional con su absolutismo ilustrado de todo para el paciente pero sin el paciente. Algo que choca frontalmente con lo que son y significan los cuidados profesionales enfermeros.

Pero ni el abandono de competencias, por una parte, ni la colonización de espacios o la apropiación de competencias por otra, obedecen tan solo a lo ya comentado. Es decir, la dejación de unas y el oportunismo o el descaro de otras/os.

Porque, como suelo decir, nada es casual y todo es causal. Así pues, a la falta de valoración propia sobre aquello que se hace, o debiera hacerse, hay que añadir la ausencia absoluta de reconocimiento por parte de las instituciones del valor de los cuidados profesionales enfermeros, lo que justifica que estén relegados y no se plantee en ningún caso su institucionalización como si se hace con la curación ejercida por los médicos. De esta manera se genera una diferencia de trato, oportunidades, reconocimiento y valoración de las enfermeras y su aportación singular por parte de las instituciones y sus responsables por el exclusivo hecho de ser enfermeras. No es que ellas no quieran o no puedan es que, permanentemente, se les impide crecer, avanzar, visibilizarse y aportar su competencia y conocimientos en tantos ámbitos y puestos de responsabilidad que siguen ocupados en exclusiva por quienes se consideran únicos dueños de la sanidad, aunque permanentemente trafiquen con la salud con absoluta impunidad. Por su parte se sigue consintiendo la vigencia de leyes y normas que benefician a unos y perjudican a otras generando una absoluta falta de equidad que se mantiene sin rubor y lo que es peor aún sin rigor alguno, siendo la presión y el poder de los ocupas institucionales lo que perpetua tal situación de desigualdad.

Esta circunstancia que, por mucho que sea una constante no puede ni debe naturalizarse hasta el extremo de considerarla normal, lleva a que, por una parte las enfermeras cada vez se identifiquen menos con lo que, paradójicamente, es su seña de identidad, los cuidados y, sin embargo, queden fascinadas con las técnicas y la tecnología al margen de los cuidados, siendo esta una de las causas de la evidente deshumanización que ahora se quiere recuperar desde posicionamientos absolutamente alejados del cuidado. Siendo la forma que identifican como posible solución a ser mejor valoradas y, por tanto, a acceder a un desarrollo que, sin embargo, no tan solo no será posible, sino que les generará, de mantenerlo, una creciente dependencia y subsidiariedad a la técnica y a quien la controla y domina.

Esto lleva a que se generen cada vez mayores espacios de abandono de cuidados que son aprovechados por quienes, siendo profesionales de la enfermería, identifican a las enfermeras como enemigas de su desarrollo por lo que reclaman competencias de cuidados que identifican como propios, pero sin que tengan realmente una capacitación profesional que les haga competentes más allá de la realización de la actividad relacionada con dichas competencias, pero no su responsabilidad que corresponde a las enfermeras por mucho que la abandonen.

Esta es, por tanto, una muestra más de la desidia de las administraciones y de quienes ocupando puestos de responsabilidad y gestión, lo único que logran es generar espacios de conflicto con sus decisiones o sus no decisiones, que tan grave es lo uno como lo otro. La ausencia de una adecuada regulación y ordenación profesional, contribuye a la permanente confrontación entre las profesionales que formando parte de la Enfermería se sitúan en planos diferentes de la misma como si fuese posible identificar diferentes “Enfermerías”.

La fascinación tecnológica que padecen las enfermeras, por otra parte, les sitúa en un paradigma ajeno a la hora de dar respuestas a las necesidades de las personas, abandonando con ello el paradigma desde el que los cuidados adquieren sentido y ciencia, lo que provoca respuestas en base a premisas falsas.

En todo este proceso, viene sucediendo que los cuidados son identificados cada vez con mayor intensidad como un valor importante por parte de la sociedad, al contrario de lo que sucede con quienes deberían ser sus mayores valedoras, las enfermeras. Por una parte, porque la propia evolución de la sociedad y los cambios a los que está sometida, epidemiológicos, demográficos, económicos, culturales…, demandan cada vez más cuidados profesionales. La pandemia, por su parte, entre otras muchas cosas y efectos ha dejado un clarísimo contexto de cuidados que parece que tan solo las/os políticas/os y las/os gestoras/es son incapaces de ver o, lo que es peor, se niegan a ver.

Ante esta situación en que los cuidados adquieren una dimensión de reconocimiento y demanda cada vez mayor, sin que lamentablemente las enfermeras sean capaces de liderarla y quienes pueden y deben favorecerlo se sitúan en la inacción mas absoluta, surgen amigos de lo ajeno que identifican la oportunidad de hacer suyo aquello que nunca quisieron pero que ahora anhelan y para lo que están dispuestos a regular lo que, quien tendría que hacerlo no lo hace.

El oportunista y mentiroso anuncio de una estrategia de cuidados hecha por la Ministra de Sanidad, Carolina Darias, de haber sido sido cumplido, posiblemente, no hubiese dejado espacio para el abordaje que se ha emprendido desde el Colegio de Médicos de Madrid y que, hasta la fecha parece no ha tenido respuesta por parte de ninguna organización de las que al menos en teoría representan a las enfermeras, lo que también contribuye a que no sea identificado con la gravedad que realmente tiene.

Este desolador panorama de luchas, asaltos, robos y dejaciones sin duda contribuye a un descrédito en la valoración, reconocimiento y visibilidad de lo que es el verdadero tesoro de las enfermeras, es decir, los cuidados, que tristemente abandonan para cambiarlo por los brillos engañosos de la tecnología y los cantos de sirena de unos supuestos beneficios que tan solo les conducirán a encallar en el mejor de los casos o naufragar irremediablemente en el peor y más probable de ellos. Cuestión que es aprovechada por los piratas de la sanidad para hacerse con el botín que tras tanto tiempo a la vista han descubierto ahora como valioso para sus intereses. Sin que ello quiera decir que con el mismo vayan a favorecer a las personas, las familias y la comunidad. Tan solo lo utilizarán como complemento de su narcisismo profesional y como trofeo de sus abordajes en el mar de la confusión generada por unas/os y otras/os y con el beneplácito o la connivencia de las/os guardianas/es de la paz y el orden en el mismo.

Recuperemos lo que es nuestro y defendámoslo desde el rigor y la ciencia enfermera sino queremos caer nuevamente en la despersonalización y falta de identidad que provocará la pérdida de los cuidados como consecuencia de nuestro abandono y nuestra confusión.

No es buena cosa dejar camino real por vereda, pues a buen seguro no nos llevará donde deseamos y lo haremos en peores condiciones, si es que no nos perdemos.

[1] Filósofo, profesor de Filosofía y escritor español.

[2] https://www.diariomedico.com/medicina/profesion/el-icomem-insta-establecer-un-codigo-cuidados.html

[3] “…y con estas consideraciones debe ir a una práctica intensiva. Repetir muchas veces las cosas para que, si las hace bien, salgan mejor. Procurar adquirir agilidad en el trabajo, educar sus manos a la dulzura, en una palabra dedicar todos sus afanes a la máxima perfección” (Manual de la enfermera, 1940)

[4] “La enfermera tiene por misión el atender a los enfermos, y todos los cuidados que haya que prestarles, sean de la clase que sean. Médicos, higiénicos, personales, corresponden a la misma: debe ser el único intermediario entre el médico y el enfermo, la única persona que entre en contacto con éste” (Manual de la enfermera, 1952)

[5] “Los médicos tendrán auxiliares instruidos, que cumplan sus indicaciones.”  (1907)

[6]El médico es el sabio, es el que entiende más que todos, es el que manda….”  (1919)

[7] “Para con sus superiores, la enfermera, ha de ser sumisa y obediente. No ha de discutir las órdenes que reciba. Si alguna cosa cree que no puede cumplir o tiene escrúpulos de que pueda estar mal indicada, por observaciones que puede recibir del estado del enfermo después de dictada, tiene que hacerlo saber al médico directamente, sin intermediarios, y sobre todo con modestia, para que pueda ser rectificada después”  (1940)

[8] “Por lo que respecta al ATS es claro que el médico es el superior y al que ha de obedecer por motivos naturales y sobrenaturales”  (1975)

[9]Por ello hemos de procurar que los conocimientos teóricos se reduzcan a los límites precisos de nociones e incluso de definiciones tan solo… Creemos que debemos conseguir ayudantes técnicos sanitarios poco sabios, pero en cambio, hábiles y precisos en el ejercicio de la profesión y siempre con la conciencia de la función que deben llevar en relación con el médico, el enfermo y la sociedad”  (J. Alvarez Sierra y Manchón: Historia de la profesión, 1955) 

RUTINA Y DOCENDIA DE ENFERMERÍA Cuando el hábito no hace a la enfermera

La rutina es el hábito de renunciar a pensar.

“El hombre mediocre» (1913) José Ingenieros[1]

 

Con el mes de septiembre se inicia la lenta pero necesaria e implacable salida del letargo estival y con ella la incorporación, no siempre progresiva y pausada, a la actividad en cualquier ámbito de trabajo, que conduce en muchas más ocasiones de lo deseado a la rutina, entendida esta como la costumbre o hábito adquirido de hacer algo de un modo determinado sin requerir para ello reflexión o decisión o también como la habilidad producto exclusivamente de la costumbre.

Puede que en algunos contextos dicha rutina sea considerada como favorable o entendida como normal e incluso deseada. Yo, particularmente, considero que, en sí misma la rutina, no es buena nunca, aunque todas/os en mayor o menor medida, la incorporamos en nuestras vidas como parte de nuestra actividad diaria.

Pero desde el momento en que dicha rutina supone la anulación de reflexión y por tanto de análisis previo sobre aquello que se hace, la misma cuanto menos debería ser cuestionada e incluso rechazada de plano en determinados ámbitos en los que dicha irreflexión supone un claro y manifiesto elemento de ineficacia, ineficiencia e incluso me atrevería a decir que de irresponsabilidad y falta de ética.

Son muchos los ejemplos sobre los que podríamos hablar al respecto, pero me quiero centrar en uno que específicamente me preocupa y ocupa como es el de la docencia en general y el de la docencia de enfermería en particular.

Posiblemente no seamos conscientes o no con la suficiente intensidad de la responsabilidad que adquirimos y tenemos cuando ejercemos de docentes. Y aquí quisiera establecer mi primera reflexión. Digo cuando ejercemos de docentes porque nadie estudia ni en muchas ocasiones lamentablemente se prepara para ser docente. Se es arquitecto, ingeniero, maestro o enfermera y es desde su disciplina desde la que puede incorporarse a ser docente de dicha disciplina. Sin embargo, es muy habitual, al menos entre las enfermeras, que las que se dedican a la docencia al ser preguntadas por su profesión respondan que son profesoras universitarias. No son profesoras universitarias, sino que trabajan como tales. Ser, son enfermeras, pero parece como si ser profesora universitaria diese más prestigio o pedigrí o estuviese mejor visto que el ser enfermera, lo que en sí mismo ya es un grave problema y supone, a mi parecer, un importante elemento de distorsión e incluso de rutina en su actividad. Porque si a lo que se dedica es a la docencia de enfermería, pero renuncia, o cuanto menos oculta, su condición de enfermera, la docencia que pueda impartir queda cuanto menos cuestionada u ofrece serias dudas sobre su aportación desde el conocimiento enfermero y lo que es tan importante o más si cabe, como es el sentimiento de pertenencia y orgullo de ser y sentirse enfermera, es decir de identidad.

Así pues, nos encontramos con esa primera inercia a la falta de reflexión sobre lo que es y significa ser enfermera y dedicarse a la docencia de futuras enfermeras. Algo que sin duda implica un problema a la hora de compartir, trasladar, enseñar… el conocimiento, aislado de sentimiento enfermero, lo que hace que el mismo se convierta en un conjunto de conceptos teóricos totalmente asépticos y alejados de lo que suponen y significan como parte integral de los cuidados profesionales, más allá de la adquisición de competencias que parece ser lo único que verdaderamente importa, pues es lo que forma parte estructural de la guía docente de las asignaturas. Y en base a ello se secuencia la docencia de manera rutinaria y lo que es también preocupante, de manera fraccionada. Porque las asignaturas se convierten en el ámbito de poder de las profesoras y de los Departamentos de los que forman parte. Se defiende con uñas y dientes y con navaja si es preciso el crédito como unidad de medida del poder que otorga, estableciendo una frontera entre departamentos, áreas de conocimiento, asignaturas, profesorado… que delimita, acota, aísla… el conocimiento integral, integrado e integrador y con ello una de las principales señas de identidad enfermera como es el cuidado integral u holístico del que sin embrago se nos sigue llenando la boca, aunque lamentablemente no sirva para hacerlo realidad.

Esto es de médico-quirúrgica, esto es de comunitaria, esto de salud mental… suelen ser demandas que encierran un sentimiento de intrusismo intelectual y del conocimiento que es absolutamente anacrónico y rechazable, pero que se mantiene, e incluso se refuerza, más allá de la necesaria e imprescindible reflexión, lo que supone otro elemento de rutina en la docencia enfermera.

Los prácticum que vinieron a incorporarse con los cambios propiciados por el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) como asignaturas independientes con competencias propias y destinadas a lograr una mayor permeabilidad entre el ámbito docente y el asistencial, se han convertido lamentablemente en cajones de sastre y en reinos de taifas de las titulaciones, asumiendo idéntico valor de poder y con ello de lucha por su control que el resto de las asignaturas, sin que además hayan logrado reducir la famosa brecha entre universidad y sistema sanitario y suponiendo, en muchos casos, la mimetización o continuidad de las, en teoría, extintas prácticas clínicas en cuanto a la capacidad de aprendizaje que en los mismos debería existir, pero que se limitan a la asistencia temporal en un centro, unidad o servicio de las/os estudiantes sin que realmente exista un compromiso compartido entre enfermeras docentes y clínicas en el proceso de enseñanza-aprendizaje, lanzándose reproches mutuos por entender que la culpa siempre es del/la otro/a. A la ausencia generalizada de una planificación de la docencia en y durante los prácticum se une una apatía manifiesta de las/os responsables de los sistemas sanitarios que entienden que bastante hacen dejando que las/os estudiantes acudan a sus organizaciones, pero evitando implicaciones mayores que favorezcan e incentiven a las enfermeras en la tutorización o que promuevan acciones compartidas entre universidad y sistema sanitario que mejoren el proceso, lo que provoca un rechazo cada vez mayor a la asunción de responsabilidades de tutorización que identifican exclusivamente como una carga y no como un elemento de motivación y desarrollo profesional. Lo que también supone, en muchas ocasiones, una rutinización de la actividad tutorial alejada de la necesaria interacción y complicidad en el aprendizaje entre docente y estudiante.

Pero además hay que añadir la cada vez mayor resistencia de las enfermeras a integrarse en la universidad como profesoras. Por una parte, como asociadas sin que suponga la renuncia a su puesto asistencial pero que identifican como una carga de tareas o actividades que no quiere el profesorado a tiempo completo y con una clara resistencia de las organizaciones sanitarias para facilitar la compatibilidad de ambas actividades. Pero la resistencia aún es mucho mayor si hablamos de la incorporación a tiempo completo en la universidad al identificar el contexto como hostil, mal retribuido, de difícil desarrollo académico… lo que supone una progresiva y preocupante desertización enfermera que es aprovechada por profesionales de otras disciplinas para incorporarse en los espacios que no ocupan las enfermeras y que sin embargo corresponden a docencia específica y exclusivamente enfermera, con lo que ello supone para la formación de las futuras enfermeras.

Por otra parte hay que destacar lo que representa una rutina implacable en el ámbito de la docencia de enfermería como es el alejamiento cuando no el abandono de la práctica asistencial por parte de las enfermeras que se incorporan como docentes a tiempo completo en la universidad con lo que ello significa de alejamiento con la realidad asistencial y de pobreza en el proceso de enseñanza-aprendizaje que acaba por convertirse en una permanente comparación entre lo que se dice en el aula y lo que se ve o hace en el servicio, centro o unidad de cualquier organización sanitaria. Esta realidad que se acepta e incorpora igualmente como rutina de la docencia enfermera viene determinada por las barreras que desde uno y otro ámbito, sanitario y universitario, se ponen para impedir que existan posibilidades, que debieran ser obligatorias y permanentes, de incorporación de las enfermeras docentes en el ámbito asistencial en el tiempo y forma que se determinen, pero que actualmente son totalmente imposibles por las trabas administrativas existentes, sin que exista voluntad real de revertir tan triste como incomprensible realidad. Realidad que podría paliarse en parte con la creación de las denominadas plazas vinculadas que permiten una actividad docente-asistencial compartida y claramente definida y sin que suponga, como sucede con las plazas de asociados, un contrato secundario al de enfermera asistencial. Pero esta figura, que para otras disciplinas es habitual, para las enfermeras existe mucha resistencia a crearlas en la mayoría de servicios de salud, dado que ninguna de las partes asume de buen grado compartir profesional y gasto. Finalmente conlleva que se perviertan las plazas de asociados, por parte de la universidad porque son utilizadas para cubrir las carencias de profesorado a tiempo completo a un coste mucho menor y por parte de sanidad porque no debe renunciar a tiempo alguno de actividad asistencial y se aprovecha del prestigio que, al menos teóricamente, supone ser centro docente universitario a coste cero.

Pero volviendo a las aulas, no podemos dejar de reflexionar sobre los planes de estudio, los conocimientos que se imparten y cómo se imparten.

No soy quien, para criticar los planes de estudio de ninguna Facultad de Enfermería, ni es mi intención hacerlo, pero sí considero importante reflexionar sobre lo que supone el actual panorama docente enfermero y que conlleva el que en muchos más casos de los deseables y deseados dichos contenidos no logren lo que debería ser objetivo fundamental de cualquier Facultad como es el de formar a las mejores enfermeras como enfermeras y no tan solo como recursos humanos para las organizaciones sanitarias, como si más allá de estas no hubiese vida, lo que acaba siendo identificado por el estudiantado como una realidad que es falsa dado que son muchos los escenarios en los que una enfermera puede prestar cuidados, aunque ya desde su formación no son identificados al no ofrecérseles posibilidades reales de desarrollar los prácticum, por ejemplo, o de abordar simulaciones en escenarios que vayan más allá de una sala de hospital, una UCI o una consulta enfermera.

Posiblemente aquí esté el problema. ¿Qué se entiende por formar a las mejores enfermeras? Es decir, ¿las mejores enfermeras son aquellas que demandan los servicios de salud para responder a su modelo asistencialista, medicalizado, tecnológico, fragmentado, patriarcal y centrado en la enfermedad? Lo que supone que se adapte la enseñanza a ese modelo o, por el contrario, la docencia debe formar a las enfermeras que respondan desde el paradigma paradigma enfermero, centrándose en los cuidados profesionales, en el autocuidado, en la humanización… sin que ello signifique renunciar ni minusvalorar las técnicas y la tecnología, pero sabiendo qué lugar deben ocupar en el proceso de enseñanza-aprendizaje y cómo deben articularse con la acción cuidadora enfermera. Y algo trascendental como es que las futuras enfermeras se sientan orgullosas de serlo y capaces y competentes para liderar los cuidados en cualquiera de los ámbitos en los que se incorpore. No hacerlo supone que las Facultades se asemejen más a cadenas de montaje y abastecimiento de recursos para los servicios sanitarios que los demandan, que a centros docentes de excelencia en los que se forma a enfermeras para la comunidad, capaces de prestar cuidados de calidad y saber liderarlos sin caer en el conformismo, la desmotivación, el continuismo y la apatía que el sistema imprime y que impide que los cuidados abandonen la subsidiariedad y la invisibilidad que les otorgan las instituciones en favor de los procesos médicos y medicalizados, haciendo de la rutina su principal modo de actuar que, por otra parte, no les resulta extraña ya que han participado de la misma durante su formación, con lo que estamos ante un problema recurrente que debemos afrontar para vencer y en una peligrosa espiral de la que es necesario salir y que, desde mi punto de vista, resulta imprescindible que se inicie en la universidad.

Pretender que la humanización forme parte indiscutible e inseparable de la actividad enfermera sin que dicha humanización esté presente en la universidad es tanto como creer que la misma puede adquirirse por ciencia infusa, iluminación divina o que forme parte de la manoseada vocación sin que se requiera nada más para alcanzarla. Confundir humanización con simpatía o paternalismo es otro error que suele cometerse y que lejos de contribuir a comprender lo que es y significa la humanización, la pervierte y convierte, en el mejor de los casos, en un proceso de tutela escolar que anula la autonomía, favorece la dependencia, reduciendo o eliminando la autoestima y la empatía.

La participación, el liderazgo, la iniciativa, la implicación, el pensamiento crítico, la creatividad… no pueden ni deben quedar limitados en el estudiantado a que surjan espontáneamente. Se debe trabajar para incentivarlos y que se conviertan, tal como se planteaba en el EEES, en protagonistas activos de su propio proceso de enseñanza-aprendizaje, dejando a las/os docentes como coordinadoras/es y facilitadores del mismo. Pero es evidente que eso supone no tan solo un cambio radical de roles que lamentablemente no se ha dado de manera generalizada, sino una forma diferente de ver, entender y trasladar lo que significa ser y sentirse enfermera desde el conocimiento enfermero. Y que nadie confunda lo que estoy planteando con un posicionamiento de reivindicación laboral, en absoluto. Siendo importante no corresponde a la universidad este cometido en el que, sin embargo, se implica permitiendo que los sindicatos hagan proselitismo de sus “empresas” para captar afiliados como si ello fuese parte imprescindible de su formación. Paradójicamente las sociedades científicas suelen ser relegadas, sin que siquiera se haga mención a las mismas, cuando son organizaciones fundamentales del ámbito científico-profesional en la madurez de cualquier disciplina/profesión.

La evaluación es otra de las rutinas que se incorporan en la docencia enfermera y que suponen que la formación se convierta en un proceso de “tragar y vomitar” conocimientos a través de pruebas tipo test que encasillan los mismos y los convierten en una valoración cuantitativa de probabilidades en base a una escala numérica con la que resulta muy difícil, por no decir imposible, conocer cuál es el grado de adquisición de competencias enfermeras, convirtiéndola en la principal preocupación del estudiantado en lugar de la necesidad y el gusto por aprender y en una extraña forma de entender la excelencia docente cuando el número de suspensos es muy superior al de aprobados, tildándose de asignaturas “María” aquellas que no participan de esta competición de fracaso docente.

Los Trabajos Fin de Grado (TFG), otra de las novedades que incorporaba el EEES como elemento de introducción e incentivación de la investigación, se han convertido en sus mayores enemigos al ser identificados por el estudiantado como algo temible y que deben asumir con resignación, pero no con ilusión, cuando en muchos casos no ha existido una formación de base sobre investigación o esta ha sido muy pobre, lo que supone que aborrezcan y renuncien a la investigación incluso antes de ser enfermeras. Y que las docentes lo asuman como obligación, pero no con el compromiso de incorporar en el estudiantado la curiosidad y la motivación por la investigación. Es decir, para este viaje no hacían falta esas alforjas. Esto, sin duda, tiene posterior reflejo en aquello que se investiga y que es de dudosa utilidad y en la ausencia de transferencia de las evidencias a la práctica enfermera, lo que cuestiona claramente la investigación enfermera.

Finalmente, cuando acaban, muchas/os de ellas/os, deciden irse al extranjero dadas las penosas condiciones laborales en las que tienen que trabajar, no tan solo por los bajos salarios sino por la dificultad que supone conciliar la vida familiar y personal y el escaso o nulo reconocimiento de las organizaciones a los cuidados. Esta circunstancia conduce a una manifiesta falta de enfermeras que agrava la evidente escasez de cuidados profesionales que se necesitan y no se prestan, lo que es aprovechado para plantear alternativas más económicas y rentables tanto desde el punto de vista formativo como del de contratación posterior, aunque ello signifique una menor calidad de los cuidados prestados, que siguen siendo algo que se entiende secundario y prescindible.

Por otra parte, a competitividad mal entendida entre Facultades y Universidades por alcanzar puestos de relevancia en cualquier ranquin de los existentes lleva a que se produzcan posicionamientos de aislamiento e individualismo tendentes a preservar “los secretos” de sus éxitos, en lugar de generar espacios de análisis, reflexión y debate que propicien excelentes modelos de formación enfermera que no queden limitados a tasas de abandono, de aprobados, de matrícula… que nuevamente obedecen más a criterios mercantilistas que de excelencia académica.

En fin, son tan solo algunos de los factores que como enfermera y docente identifico en el actual panorama universitario de enfermería. No son los únicos ni posiblemente en muchos casos los más prevalente e importantes, pero son algunos de los que incorporan con mayor fuerza la rutina en la formación enfermera y con ella la pérdida de identidad y liderazgo enfermeros.

Son muchas las excelentes enfermeras docentes que permitieron que enfermería se incorporase y consolidase en la Universidad y también muchas las que existen y mantienen altos niveles de excelencia. Pero esto no nos puede cegar e impedir identificar que la rutina se ha incorporado como un mal latente y permanente en la formación enfermera. Los problemas externos, como sucede en otros muchos ámbitos de la actividad enfermera, son muchos y potentes. Pero esperar a que reviertan espontáneamente o que sean resueltos por otras/os sin nuestra implicación es tanto como contribuir a la decadencia de la docencia enfermera y, sinceramente, creo que esto es algo que por compromiso con quienes nos precedieron, deber con quienes nos sustituyan y obligación con quienes confían en nosotras/os su formación, debemos asumir como responsabilidad ineludible y si para ello hace falta cambiar hagámoslo desde el rigor que como miembros de una disciplina científica que somos, tenemos. Y algo que no se nos puede nunca olvidar, la obligación ética y moral de responder a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad con cuidados de calidad y calidez.

Y es que como dice Rosa Montero[1] “tal vez la rutina nos ciegue y solo veamos lo que creemos ver”, cuando realmente hay mucho más. Porque la rutina y el hábito no hacen a la enfermera.

[1] Periodista y escritora española (1951)

¿EL PRINCIPIO DEL FIN O POR FIN EL PRINCIPIO?

“Llegará un momento en que creas que todo ha terminado. Ese será el principio.”

Epicuro[1]

 

Mucho se ha venido hablando estas últimas semanas de verano y vacaciones, para quienes han tenido la ocasión de disfrutarlas, sobre las enfermeras y su papel, competencias, funciones, rol… que de todo ha habido, en el ámbito de la Atención Primaria fundamentalmente.

Se ha hablado, propuesto y determinando, por parte de quienes además no han sido, precisamente, defensores de las enfermeras y su aportación a la salud de las personas, las familias y la comunidad. Porque lamentablemente lo han hecho desde el oportunismo, la precipitación, la urgencia y, sobre todo, la ocurrencia en sustitución de la evidencia como elementos imprescindibles de su estrategia como ahora expondré.

Plantear como se hizo la sustitución de médicos por enfermeras ante la supuesta y cacareada falta de médicos en Atención Primaria es un acto de absoluta incoherencia, mediocre gestión, ausente planificación, total desconocimiento o de una mezquindad absoluta para generar un enfrentamiento que distrajera la mirada, precisamente, de quienes actúan con tanto desprecio hacia las/os profesionales y hacia la población a la que, supuestamente, pretenden proteger con tales medidas[2].

La verdad es que lo fácil, lo inmediato, es pensar que se trata realmente de una torpeza sin precedentes. Pero esto no encaja en la magnitud de la medida propuesta y en la posibilidad y creencia de que no exista nadie en la consejería de salud de Madrid con capacidad de decisión que tenga un mínimo de inteligencia para impedir que se proponga algo tan descabellado como inapropiado. Por lo tanto, y posiblemente sea lo que más miedo da, considero que lo sucedido obedece justamente a un acto pensado, planificado y ejecutado con estivalidad y alevosía con el objetivo de hacer daño.

Pero ¿daño a quién? Cabe preguntarse. Pues en primer lugar al sistema público de atención haciendo creer a la población que el mismo es ineficaz e ineficiente y con ello reforzar la creencia de una sanidad privada salvadora y supuestamente altruista que está dispuesta a ofrecer sus servicios para beneficiar a la ciudadanía.

¿Y cómo hacerlo sin que se identifique como una demolición del sistema público y una clara apuesta por el privado? Pues utilizando a las/os profesionales como chivo expiatorio y arma arrojadiza.

La secuencia, pues, es la siguiente.

En primer lugar, se hace creer a la ciudadanía que existe una carencia de médicos para atender a los centros de salud. Carencia no por falta real de médicos en cuanto a número, sino como consecuencia de las condiciones tanto laborales como profesionales que hacen que los médicos rechacen de manera cada vez mayor incorporarse en los Centros de Salud. De esta manera se da a entender que, a pesar de los esfuerzos realizados por las/os gestoras/es sanitarias/os, como brazo armado de las/os ideólogas/os políticas que deciden la estrategia, son los médicos quienes tienen la culpa de esa carencia y de las consecuencias que la misma provoca en la atención a las personas, las familias y la comunidad.

Pero para reforzar su maléfico plan, incorporan una nueva y demoledora acción que afecta a las enfermeras sin que, claro está, las enfermeras participasen de la misma ni en su planteamiento ni mucho menos en su planificación y ejecución.

Se trata de trasladar la responsabilidad de atención, ante la falta de médicos, a las enfermeras.

Y esto merece un análisis que vaya más allá de la simple y torpe reacción inmediata que es lo que generó la misma una vez conocida. Porque, realmente, es una propuesta envenenada que ni el mismo Príncipe de Maquiavelo hubiese sido capaz de pertrechar con tanta malicia como éxito.

En primer lugar, al trasladar la responsabilidad de atención a las enfermeras, se consigue un doble objetivo. Por una parte, se pretende hacer creer la confianza que se deposita en las enfermeras para asumir dichas competencias. Confianza que no tan solo no es real, sino que se ha venido demostrando de manera sistemática que nunca se ha tenido en ellas.

Por otra parte, y no menos maquiavélica, se logra enfrentar a los médicos con las enfermeras al identificar los primeros que se están invadiendo sus competencias por parte de las segundas. De esta manera el foco de atención se desplaza de quién toma la decisión hacia quienes se les asignan competencias que ni habían solicitado asumir ni participaron en su planteamiento. Toda una estrategia de despiste y de desgaste de quienes en teoría debían resolver los problemas de atención que las/os responsables de gestionarlo ni querían ni sabían, posiblemente también, cómo llevar a cabo.

Pero aún hay más. El mensaje que se traslada a la población, lejos de ser tranquilizador y garantizar la cobertura de atención, lo que provoca es un rechazo hacia las enfermeras por no considerarlas competentes para asumir la posible demanda de atención con lo que su valoración y reconocimiento se resiente al tiempo que son identificadas como intrusas que quieren ejercer de médicos sin serlo. Por otra parte, y sin que este fuese un objetivo de la trama, la ciudadanía, lejos de ver a los médicos como unos desertores que no quieren trabajar en Atención Primaria, que es lo que se pretendía, pasan a ser identificados como víctimas del sistema y de la administración al quedar a ojos de la comunidad como los profesionales que se les ataca y se les usurpan competencias.

Y como colofón nos encontramos con ciertos sectores de la enfermería que identifican esa concesión competencial como un favor de la administración y a su vez como un ataque sin sentido por parte de los médicos al interpretar que no quieren dejarles crecer como profesionales y adoptando un victimismo absurdo. Todo lo cual contribuye al objetivo marcado por las/os ideólogas/os de quedar indemnes por su acción y que todo el peso de las críticas se focalice en médicos y enfermeras.

Hecho este análisis de la secuencia es necesario también dejar claros diferentes aspectos sin los que sin duda estaría contribuyendo al objetivo marcado por los estrategas de la confusión.

Lo primero de todo es que en ningún momento pretendo trasladar el que las enfermeras no puedan asumir competencias que, hasta la fecha, han sido identificadas como de exclusividad médica. Esto sería tanto como ir contra las evidencias científicas y la propia evolución de las profesiones tal y como se demuestra en múltiples ejemplos de países en los que esto no tan solo está asumido, sino que forma parte de la normalidad de atención a la población. Por lo tanto, el problema no es si las enfermeras son o no competentes, que lo son, sino de qué manera se regula, instaura y normaliza a través de un debate riguroso y científico entre las partes. El problema viene determinado por la falta de diálogo y por la torticera forma de gestionar las situaciones que, además, no son nuevas.

Así mismo, no puede ni debe trasladarse que la atención que se ofrece a la población es una sustitución, porque en sí misma esta definición ya conlleva implícitamente la condición de intrusismo e invasión competencial. No se trata, por tanto, de que las enfermeras puedan sustituir a los médicos en determinadas competencias para aliviarles de su carga o para paliar su falta de recursos. La asunción de competencias va ligada a conocimiento y responsabilidad y no a una cesión gratuita y puntual derivada de una carencia asistencial de la que ni son responsables ni tienen obligación alguna de asumir.

Mientras todo esto sucede, las/os mismas/os que provocan esta kafkiana situación, impiden que las especialistas de enfermería familiar y comunitaria, que se forman con dinero público, se incorporen a la Atención Primaria para asumir competencias que permitirían regular con eficacia y eficiencia muchas de las carencias y debilidades que actualmente tiene el sistema público como consecuencia de la gestión llevada a cabo y las constantes barreras y dificultades que se provocan para que se produzca un cambio tan necesario como deseable, pero que supondría un obstáculo a las intenciones privatizadoras, por lo que la mejor defensa es un buen ataque.

Las enfermeras por su parte no podemos admitir la manipulación como herramienta para la gestión de las organizaciones porque con ello contribuiremos a los objetivos de desestabilización del sistema público, al pobre desarrollo profesional que es artificialmente manejado por intereses políticos y a la debilitación de nuestra imagen social y el empobrecimiento del valor de los cuidados prestados. Ante todo lo cual no hay que olvidar, y es necesario destacar, están contribuyendo las enfermeras gestoras que contribuyen con su acción u omisión a que se lleven a cabo estrategias tan insensatas y dañinas, siendo cómplices necesarias y solícitas de su desarrollo.

A todo ello hay que añadir el torpe y también interesado abordaje que de la situación realizaron determinados medios de comunicación. Lejos de hacer un análisis riguroso de lo acontecido, contribuyeron a la desvalorización de las enfermeras al identificarlas como intrusas e incapaces de responder a las demandas de salud de la población, ridiculizando la situación en su patético abordaje. Mientras tanto, las críticas hacia la administración quedaron claramente diluidas y alejadas del verdadero objetivo de la decisión adoptada tal y como ya he planteado, al situarlas en un segundo plano.

Pero aún hay más. Los órganos de representación de las enfermeras tampoco estuvieron a la altura de las circunstancias al centrar sus críticas sobre aquello que interpretaron como un ataque a las enfermeras por parte de los médicos exclusivamente, dejando indemnes a quienes son las/os verdaderas/os y exclusivas/os responsables de tan lamentable como bien diseñada estrategia de descrédito del sistema público y de sus trabajadoras/es.

Por su parte los médicos cayeron en la trampa que les tendieron instrumentalizándoles para que centrasen sus críticas hacia las enfermeras, mientras eran señalados como culpables de las carencias del sistema por no querer ocupar plazas de Atención Primaria. Lo que por otra parte viene a visibilizar otro de los graves problemas que actualmente padece la Atención Primaria que ha sido tan castigada y desvirtuada, siendo cada vez menor el número de profesionales que quieren trabajar en ella, sobre todo los médicos que no se sienten ni atraídos ni realizados a pesar de haber contribuido de manera clara en la medicalización y asistencialismo del modelo imperante y que ven los cambios propuestos en la Estrategia de Atención Primaria y Comunitaria como una amenaza en lugar de como una oportunidad para su desarrollo profesional, centrado en la enfermedad, la curación y la tecnología, lo que justifica la gran cantidad de plazas de Médicos Internos Residentes (MIR) de Medicina Familiar y Comunitaria que quedan desiertas en las convocatorias anuales de especialidades médicas. Y, paradójicamente, a pesar de ello se resisten y alzan airadas voces contra cualquier posibilidad o intento de que las enfermeras asuman competencias que ellos no quieren realizar. Es decir, son como el perro del hortelano, ni comen ni dejan comer.

Toda esta maraña de acciones y omisiones premeditadas y estudiadas concienzudamente acaban por generar un contexto de crispación que enfrenta a todos contra todos menos contra quienes la provocan.

Mientras sigamos preocupadas/os por aspectos corporativos sin tener en cuenta las consecuencias que decisiones como las apuntadas tienen para el desarrollo profesional y la salud de las personas, las familias y la comunidad, resultará muy difícil que logremos identificar y trasladar nuestro verdadero rol profesional y generar una imagen de prestigio y respeto interprofesional y social. Caer en las provocaciones claramente intencionadas tan solo nos sitúa en el foco de todas las críticas y daña claramente nuestra imagen.

Identificar a médicos o enfermeras, en función de quienes lo hagan, como enemigos en lugar de actuar desde el respeto y de manera coordinada y transdisciplinar para dar respuestas eficaces y eficientes a las necesidades y demandas de la población y lograr que el sistema público de salud recupere la confianza y la calidad que en algún momento se identificaba como seña de identidad, es la mejor manera de apoyar, aunque sea involuntaria o inconscientemente, a cuestionar el sistema y a sus profesionales y con ello a perder la confianza de la ciudadanía y dar argumentos a quienes tienen como principal fin la privatización del sistema y la reversión del mismo a un modelo de beneficencia para pobres.

Y ante esto, que puede interpretarse e incluso denunciarse como un ataque muy particular en un territorio autonómico concreto, se adoptan u omiten decisiones por parte de quienes, al menos en teoría, defienden el sistema público, que contribuyen a alentar y reforzar medidas como las expuestas. Así nos encontramos con la incomprensible pero real inacción del Ministerio de Universidades a la hora de resolver un proceso como el de la prueba de acceso a la especialidad de enfermería familiar y comunitaria que se llevó a cabo en diciembre del pasado año, utilizando el silencio tramposo, mentiroso e indecente como toda respuesta a lo que es un derecho de las enfermeras, pero también de la población a la que se le está privando de tener una atención de calidad. O el no menos escandaloso silencio de la ministra de Sanidad a la promesa de creación de una Estrategia de Cuidados hecha pública por ella misma también en el mes de diciembre del pasado año, aprovechando el cierre de la campaña Nursing Now. Lo que ha demostrado ser un oportunismo sin voluntad política alguna de hacerlo realidad cuando nos encontramos en un contexto de cuidados que se ha hecho aún más patente tras la pandemia y que urge liderar, siendo las enfermeras quienes en mejores condiciones están para hacerlo.

Para concluir este análisis y reflexión tan solo me queda plantear si todo lo que está sucediendo no puede suponer el principio del fin no tan solo de la Atención Primaria sino también de la aportación cuidadora de las enfermeras o por el contrario puede ser el punto de inflexión que permita poner fin a tanto desmán para iniciar el principio de una nueva realidad.

Si continuamos esperando a que nos den las respuestas nos podemos encontrar casi con absoluta seguridad con el fin ya definitivo. Así pues, el principio depende, en gran medida, de la postura, determinación y decisión que como enfermeras adoptemos. De cómo afrontemos ese deseable y deseado principio, tan necesario como imprescindible, puede suponer el fin de lo que está ocurriendo.

Tal como dijera Julio Cortázar[3], “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”.

[1]   Filósofo griego, fundador de la escuela que lleva su nombre (epicureísmo) 341 a. C​ – 271/270 a. C

[2] chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://www.newtral.es/wp-content/uploads/2022/06/PROCEDIMIENTO-ACTUACION-ANTE-AUSENCIA-DE-MEDICO-300522.pdf?x24211  

[3] Escritor y traductor argentino (26 agosto 1914-12 agosto 1984)