APRENDER DE LO DESAPRENDIDO

 

Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y volver a aprender.

Alvin Toffler.

La verdad es que se ha hablado mucho sobre qué, cómo, cuándo, dónde, debe hacerse y menos sobre quiénes deben hacer, en este año de pandemia que llevamos. Pero se ha centrado todo en cómo controlar los contagios, qué medidas aplicar, qué actividades poder realizar, qué situaciones evitar… pero poco, muy poco, a mi entender, sobre los efectos de todo ello, fundamentalmente sobre determinados contextos que resultan vitales para la sociedad, aunque en apariencia no sean identificados o considerados como tales.

De entre esos contextos me gustaría hoy detenerme en el de la docencia universitaria en general y el de la docencia de enfermería en particular.

Tras el confinamiento, hubo consenso generalizado sobre la importancia de mantener la docencia en las aulas de colegios e institutos. Se establecieron criterios sobre flujos de entradas y salidas, de circulación, de ubicación y de comportamiento y se trasladó el mensaje de que las aulas eran entornos seguros que protegían a niñas/os, jóvenes y profesorado.

La Universidad, sin embargo, que también se apresuró a hacer los deberes llevando a cabo adaptaciones curriculares, incorporación de tecnologías para la docencia online, elaboración de protocolos de actuación… siempre ha estado en el ojo del huracán.

Pareciera como si las aulas de la Universidad fueran entornos completamente diferentes a los de colegios e institutos y por ello no pudieran tener la consideración de seguros y saludables.

Llegados a este punto cabe preguntarse si, en el “manejo” de escolares y jóvenes de institutos es mayor el grado de obediencia y menores los peligros derivados de su permanencia en las aulas, que la que pueden tener las/os estudiantes universitarias/os que, recordemos, son mayores de edad. Es decir, ¿acatan unos, por ser menores de edad y por obediencia debida y los otros, por la libertad derivada de su mayoría de edad, no son controlables? ¿Se trata del número de estudiantes que acude a los recintos? ¿Son diferentes las medidas de protección, higiene y prevención aplicadas en unos u otros contextos? ¿Son más eficaces dichas medidas en colegios e institutos que en las universidades? ¿Se entiende que existe menor implicación del profesorado en uno u otro contexto? ¿Se trata tan solo de una cuestión de no poder mantener a las/os niñas/os en casa en contra de lo que sucede con el estudiantado universitario? ¿No tienen que desplazarse escolares y jóvenes de instituto desde sus casas como lo hacen las/os universitarios? ¿No es posible hacer adaptaciones seguras para la presencialidad en lugar de hacerlas exclusivamente para la docencia online? ¿Solo existen dificultades de acceso a las tecnologías por parte de escolares y estudiantes de institutos? ¿Es más seguro un centro comercial que un campus universitario? ¿Qué centros escolares o institutos disponen de servicios de prevención y de comités de seguridad y salud como disponen por ley las universidades? ¿Se ha contado durante todo el proceso de la pandemia con la opinión, cuanto menos, de dichos centros de prevención? ¿Se han intentado coordinar con los servicios de salud pública y de atención primaria de salud? ¿Se han identificado como recursos comunitarios que apoyen a los saturados servicios del Sistema Nacional de Salud (SNS)? Y, sobre todo, ¿se ha pensado en algún momento en hacer partícipes a las/os estudiantes de las estrategias de prevención y seguridad en lugar de trasladar únicamente “órdenes y prohibiciones” y la idea de que son los principales culpables de tantas cosas en la pandemia por el hecho de que existan acciones aisladas que se magnifican? ¿Son mayores de edad para asumir la responsabilidad de “su culpa” pero no para que se les implique en la toma de decisiones que les afectan?

La presencialidad, por tanto, se ha cuestionado y restringido drásticamente en la Universidad española sin que existan evidencias claras de que la misma, debidamente planificada y controlada, pueda tener idénticos resultados a los que están teniendo las escuelas y los institutos.

A ello hay que añadir la estéril, artificial e interesada polémica sobre los exámenes presenciales vs online que, desde mi punto de vista, merecen un análisis más preciso que su mera identificación.

En muchos países la modalidad de exámenes online no ofrece la más mínima duda ni sospecha sobre su legitimidad y seguridad. Entre otras cosas porque culturalmente está muy interiorizado que copiar es algo totalmente rechazable y ni tan siquiera se contempla como posibilidad por parte del estudiantado al entenderlo como un fraude. Pero en España esta cultura aún no ha sido capaz de desplazar a la de la picaresca y el engaño en cualquier momento o situación que se precie, sin que suponga ningún tipo de sentimiento de culpa o de remordimiento. Más bien al contrario, el salir victorioso de la estratagema supone un trofeo que incluso es admirado y aplaudido por el colectivo.

Ante esta tesitura plantear exámenes online con importantísimas dificultades técnicas de seguridad y que se complementen con la debida y exigida protección de datos, supone un gravísimo inconveniente que es aprovechado por unos cuantos como elemento de falsa reivindicación de protección a la salud y de prevención del contagio, llegando incluso a los tribunales y sin descartar el insulto y la descalificación como argumentos para sus peticiones o exigencias.

Se trata de unos pocos, que, sin embargo, no suelen esgrimir idéntica resistencia y protesta ante las concentraciones descontroladas y sin medidas de seguridad que se llevan a cabo y entre quienes a veces están los mismos que reclaman los exámenes online. ¿Son más seguros los botellones que los exámenes presenciales?

Nuevamente cuestionar la seguridad de los escenarios universitarios es demagógico y oportunista, aunque lo diga el propio ministro de universidades en contra incluso de sus rectoras/es.

Estas son tan solo algunas de las múltiples interrogantes que me planteo desde que se iniciara la desescalada y se reanudara la docencia con desigual planteamiento en función del contexto.

En cualquier caso, no es mi intención obtener respuestas a las mismas en estos momentos. Pero sí, cuanto menos, plantearlas como elemento de análisis y reflexión.

Pero más allá de estas dudas razonables y razonadas, aunque no contestadas, existe un aspecto mucho más específico en este tema que me preocupa y ocupa como enfermera, como docente y como ciudadano susceptible de tener que ser cuidado profesionalmente en algún momento.

Me refiero a la docencia de enfermería.

El grado de enfermería, ha sido objeto de idénticas medidas al de cualquier otro grado en la universidad española, sin reparar en la especificidad, no tan solo de sus estudios, sino de su incorporación futura en el ámbito laboral.

Hay que recordar que en España la mayoría de la Universidades, sobre todo las públicas, son de modalidad casi exclusivamente presencial. Esta circunstancia hace que la adaptación tanto metodológica como instrumental resulte muy compleja y más aún si se tiene que llevar a cabo en un tiempo récord marcado por la irrupción de la pandemia.

Los estudios de Enfermería, como los de otros grados, están sujetos a una serie de requisitos por parte de la Comunidad Europea que obligan a su estricto cumplimiento para que las Universidades puedan expedir los títulos que dan licencia para el ejercicio laboral, es decir, para poder trabajar como enfermeras.

Entre estos requisitos está el de la obligatoriedad de las/os estudiantes de realizar una parte muy importante de créditos del plan de estudios, a través de los prácticums, en servicios, centros o unidades de atención sanitaria, sin los que no es posible obtener la titulación. Para ello resulta imprescindible la presencialidad en dichos servicios de salud. No es posible adaptar dicho aprendizaje a la modalidad online.

Imponer unas medidas estándar en una titulación que no se ajusta al esquema o pauta de la mayoría de las titulaciones es atacar directamente a la línea de flotación de la calidad de la enseñanza y de los resultados esperados y esperables en unas/os profesionales, como las enfermeras, que deben responder ante situaciones de crisis, riesgo, urgencia, incertidumbre, alarma… en las que está en juego la vida de muchas personas, su futuro profesional y el prestigio y crédito de las instituciones sanitarias.

Pero, además, se han venido planteando permanentes contradicciones en las decisiones adoptadas. Así, mientras se impide que las/os estudiantes acudan a los centros sanitarios a realizar sus prácticums argumentando una hipotética garantía para su seguridad y la de las personas con las que deben interrelacionarse, se plantean contrataciones de estas/os mismas/os estudiantes para servir como auxilio o apoyo a las/os profesionales superadas/os por la situación de la pandemia. Como si el contrato laboral fuese la más poderosa EPI contra la COVID 19 o la realización del prácticum la actividad de mayor riesgo existente.

Por otra parte, competencias interpersonales como la capacidad para una comunicación efectiva, la capacidad para permitir que los pacientes y sus cuidadores expresen sus preocupaciones e intereses, y que puedan responder adecuadamente, la capacidad para representar adecuadamente la perspectiva del paciente y actuar para evitar abusos, la capacidad para usar adecuadamente las habilidades de consejo, la capacidad para identificar y tratar comportamientos desafiantes, la capacidad para reconocer la ansiedad, el estrés y la depresión o la capacidad para dar apoyo emocional e identificar cuándo son necesarios el consejo de un especialista u otras intervenciones, entre otras, resulta de todo punto imposible adquirirlas a través de la docencia online.

Docencia online, por otra parte, para la que, actualmente, ni está preparada la Universidad Presencial, ni lo están las/os docentes, ni tampoco las/os estudiantes. Lo que no resta el más mínimo valor a la innegable y loable implicación y el indudable esfuerzo de todas/os las/os implicadas/os para tratar de adaptarse a una situación tan atípica como crítica.

Docencia online que, en muchas ocasiones, supone que las/os docentes den clase desde el aula. Clases en aulas vacías, ante una pantalla de ordenador tras la que se intuye puede haber estudiantes, porque mantienen en todo momento sus cámaras apagadas y que raramente interactúan y si lo hacen utilizan el chat como único canal de comunicación. Una situación cuanto menos esperpéntica y que influye de manera significativa en la calidad de la enseñanza. Una enseñanza en la que es primordial la interacción de los sentidos, las emociones y los sentimientos, sin la que la docencia enfermera pasa a ser un aprendizaje “enlatado” de conocimientos que se consume precipitadamente para posteriormente “vomitarlo” en un examen, generalmente tipo test, desde el que es, de todo punto imposible, valorar la adquisición de determinadas competencias y mucho menos a través de una escala numérica que anula cualquier valoración cualitativa.

Estamos ante la realidad de formar a las enfermeras que, de manera inmediata, dada la carencia existente, se incorporarán en los servicios de salud para afrontar situaciones complejas para las que posiblemente no se les haya podido formar adecuadamente. Una responsabilidad que recae tanto en quienes toman decisiones, en aras a una supuesta seguridad, contradiciendo la seguridad futura, como en quienes llevan a cabo una docencia que incumple los principios básicos en los que se sustenta y que resulta imprescindible respetar. Una responsabilidad que nos viene impuesta y que pesa como una losa.

Estamos ante una realidad que pone en riesgo la seguridad de atención enfermera ante una cuestionable formación, por mucho que exista una extraordinaria buena voluntad por parte de quienes participan en la misma.

Estamos ante una exposición innecesaria al miedo y a la incertidumbre de unas futuras enfermeras que no han podido acceder a la formación que les corresponde.

No cabe duda que la tecnología, cierta tecnología, ha venido para quedarse. Pero ello no puede ni debe significar nunca que haya venido para desplazar a aquello que continúa siendo insustituible en la docencia enfermera. No se trata, por tanto, de incompatibilidad sino de complementariedad.

Esta grave situación epidemiológica que estamos sufriendo debe servirnos como punto de inflexión para reflexionar sobre la docencia de Enfermería, sus fortalezas y debilidades. El contexto social, económico, político, sanitario, de salud… que quedará tras la pandemia obliga necesariamente a plantear cambios en profundidad tanto en el fondo como en la forma de la docencia enfermera. Creo que la pandemia nos ha permitido aprender, pero también considero que hemos desaprendido, aunque espero que no hayamos olvidado y sepamos reaprender.

En la medida en que todas/os nos impliquemos en ello lograremos dar respuesta a los retos de presente y de futuro tanto de la comunidad como de la disciplina/profesión. La formación enfermera debe ser algo más que formar enfermeras para el SNS. Debemos comprometernos a formar enfermeras excelentes para la comunidad, teniendo presente que hacerlo supone asumir riesgos.

ENFERMERÍA, ENFERMERAS Y CIENCIA

Día mundial de la mujer y la niña en la ciencia

Las ciencias aplicadas no existen, sólo las aplicaciones de la ciencia.

(Louis Pasteur)

La ciencia es un sistema ordenado de conocimientos estructurados que estudia, investiga e interpreta los fenómenos naturales, sociales y artificiales. Por su parte el conocimiento científico se obtiene mediante observación y experimentación en ámbitos específicos.

Es decir, la ciencia y el conocimiento científico, no excluyen en ningún momento a nadie, cualquiera que sea el ámbito de estudio y, por tanto, cualquier disciplina forma parte de dicha ciencia y del conocimiento científico del que se nutre a través de la generación de preguntas y razonamientos, formulación de hipótesis, deducción de principios y leyes científicas, y la construcción de modelos científicos, teorías científicas y sistemas de conocimientos por medio de un método científico.

Pues bien, esto que inicialmente parece muy claro, al menos teóricamente, a nivel práctico no lo es tanto. Y no lo es básicamente porque cuando se habla de reconocer o premiar aportaciones científicas estas quedan circunscritas a determinadas ciencias que por influencia del racionalismo y el positivismo fueron siendo identificadas como tales, al tiempo que aquellas que sus paradigmas no encajaban con dichos planteamientos científicos quedaban excluidas e incluso minusvaloradas.

Se acuñó la división de ciencias y letras como si las segundas no pudiesen tener la categoría de ciencia. Además de generó la cultura, interiorizada popularmente, de que las ciencias son complejas, útiles, científicas, prestigiosas y las letras fáciles, inservibles, sin influencia. Pero es que además hay un tercer apartado en el que se agrupan aquellas disciplinas que no son consideradas ni ciencias ni letras y mucho menos científicas, como por ejemplo trabajo social, sociología, enfermería…

Podríamos decir, por tanto, que estamos ante una evidente falta de equidad científica en la que, como suele suceder en todas las inequidades, existen ricos y pobres que a pesar de convivir en una misma sociedad, la científica en este caso, la accesibilidad, la igualdad de oportunidades, la libertad de acción… no son idénticas para unas ciencias que para otras.

Con la Investigación, pasa algo similar. La investigación es una actividad orientada a la obtención de nuevos conocimientos o, a ampliar estos su aplicación para la solución a problemas o interrogantes de carácter científico. La investigación científica, por su parte, es el nombre general que obtiene el complejo proceso en el cual los avances científicos son el resultado de la aplicación del método científico para resolver problemas o tratar de explicar determinadas observaciones. Pues bien, la investigación parece como si tan solo fuese posible en las disciplinas encasilladas en “ciencias” y que el resto de disciplinas bien de “letras” o bien aquellas que parece que ni son ciencias ni letras, no tuviesen la capacidad ni la necesidad de investigar. Una vez más la influencia de la investigación positivista anula e incluso desprecia temas de investigación que se alejen de los patrones marcados por esa “ciencia” o cualquier otro diseño de investigación como el cualitativo y no digamos ya aquellos que no quedan claramente encuadrados en ninguno de estos diseños como la investigación acción participación.

Pero es que además organismos internacionales de tanto prestigio como por ejemplo la UNESCO, deja fuera de la consideración de Ciencia, a la Enfermería, de tal suerte que quienes investigan en dicha ciencia tienen que identificarse en el código de Ciencias Médicas, aunque está claro que no es una disciplina de la Medicina. O que cuando se concurre a alguna convocatoria no aparezca como descriptor de Ciencia, Enfermería, y que el proyecto a presentar deba registrarse en el epígrafe de Biomedicina. O que Medicina se autoexcluya de las Ciencias de la Salud por considerarse una ciencia superior o cuanto menos diferente.

En este sentido, por tanto, llama la atención que organismos como la OMS, que está haciendo posicionamientos claros en favor de las enfermeras como la declaración universal del año de las enfermeras y matronas, no se posicione junto al Consejo Internacional de las Enfermeras (CIE), por ejemplo, para que se eliminen de una vez por todas este tipo de exclusiones en organismos internacionales como la UNESCO. Un claro anacronismo científico que se mantiene más allá de la razón y el sentido común.

Todo lo apuntado, aparte de ser un despropósito, que lo es, es una claro y manifiesto atentado a la razón y a la propia ciencia, además de ser una muestra evidente de autoritarismo científico que fagocita, coloniza e invisibiliza a cualquier otra ciencia que no sean las que establece la norma o las que dictan las ciencias dominantes.

Desde este planteamiento de jerarquía científica se producen clarísimas desigualdades que atentan contra la singularidad y especificidad de determinadas ciencias que son ignoradas y despreciadas por organismos oficiales que se someten al dictado de las citadas ciencias dominantes y excluyentes.

La ciencia y el conocimiento científico derivado de las investigaciones queda circunscrito a un microscopio, una probeta, un enzima, un microbio, una sustancia química o una centrifugadora, excluyendo de manera sistemática el valor a investigar sobre sentimientos, emociones, afrontamientos, confianza, empoderamiento… ligados a los cuidados.

Un claro ejemplo lo tenemos en el hecho de que las enfermeras deban someterse a la evaluación de sus aportaciones científicas bajo los criterios de las ciencias biomédicas para lograr acreditarse o alcanzar tramos de investigación en su carrera académica. Esto supone quedar sujeta a parámetros que no son propios de su ciencia o paradigma y tener que competir con otras disciplinas para las que están diseñados de manera expresa y específica dichos criterios de evaluación. Cuestión que pervierte la ciencia al tener que “adulterarse” en esa forzosa adaptación que se quiere vender de manera eufemística, cínica y totalmente alejada de la realidad como un intento de equiparar las ciencias con idénticos parámetros de evaluación. Los sesgos que se incorporan son evidentes y tan solo se mantienen por intereses de poder científico ligado a determinadas disciplinas.

Son múltiples los certámenes y convocatorias de premios que reconocen las aportaciones a la ciencia por parte de investigadoras/es. Algunos de ellos de gran prestigio internacional. Pero la mayoría, circunscritos a las ciencias, dijéramos de primer nivel o reconocidas como tales, quedando excluidas el resto de ciencias como las ciencias políticas, las humanidades, las sociales…o aquellas que ni tan siquiera se enmarcan en ningún genérico científico.

De tal manera que resulta muy complejo, no por dificultad científica sino por evidentes barreras de acceso, el optar si quiera a los citados certámenes o convocatorias de premios, que se diseñan a imagen y semejanza de las citadas ciencias de élite, lo que provoca una clara vulnerabilidad científica que empobrece los resultados de dichas ciencias, no por falta de aportaciones sino por imposibilidad de acceso a su reconocimiento.

Sería por tanto deseable que en los Premios de investigación o de ciencia que se convoquen se contemplen aportaciones de valor por parte de ciencias como la Enfermería y que las mismas no queden olvidadas, ocultas o inclusive fagocitadas por otras ciencias.

Se puede argumentar que existen determinados investigadores y científicos enfermeros, por ejemplo, que son capaces de asimilar su producción a la de las ciencias biomédicas con los criterios comentados, por lo que se podría deducir que quienes no lo hacen es porque no quieren y prefieren adoptar un posicionamiento victimista y de permanente sentimiento de persecución. Una vez más nos encontramos con un discurso que trata de descalificar y desviar la atención del verdadero problema. Siendo cierto el planteamiento de acceso de algunas/os investigadoras enfermeras/os a estos criterios, no lo es menos, que en muchas ocasiones deben sacrificar determinados planteamientos disciplinares para adaptarse, como se decía, a las normas impuestas, lo que sin duda provoca una adulteración evidente de la ciencia propia para aproximarse a la dominante que, finalmente, es la que marca el cómo, el cuándo y el dónde.

Si a todo lo dicho sumamos las dificultades que las mujeres tienen para investigar en igualdad de condiciones que los hombres y ser reconocidas sus aportaciones con idéntico valor que ellos, nos encontramos con un inconveniente añadido en el caso de las enfermeras.

Enfermería es una profesión eminentemente femenina tanto por el número de profesionales que la integran (80% más o menos) como por la condición de género femenina de la propia profesión al estar ligada claramente a una evolución histórica, social y profesional con un claro paralelismo a la perspectiva de género de nuestra sociedad, sufriendo idénticos inconvenientes, acosos, dificultades, obstáculos y barreras que las mujeres para lograr su plena identidad e igualdad en una sociedad patriarcal y machista que, en el caso de la enfermería, estuvo permanentemente subsidiada, controlada e incluso maltratada, por la disciplina médica, claramente masculina y machista en su comportamiento interdisciplinar y en su desarrollo, al margen incluso, del aumento de mujeres que acceden a la medicina al interiorizar éstas, idénticos comportamientos profesionales masculinos y machistas.

Si al tardío desarrollo profesional, claramente inducido por la dictadura franquista, unimos las barreras para permitir su desarrollo disciplinar universitario, nos encontramos con un clarísimo elemento de dificultad a la hora de asimilarse al resto de la comunidad científica. Sin embargo, las enfermeras hemos sido capaces en menos de 40 años de situarnos al mismo nivel académico que cualquier otra disciplina, aunque el nivel científico, por razones obvias, aún esté lejos del que acumulan ciencias con siglos de capacidad científica. Si, además, tenemos en cuenta que lo hemos tenido que hacer con idénticos criterios de quienes llevan dicho bagaje científico acumulado, por una parte, y que, en base al mismo, marcan las reglas del juego como si todos partiésemos del mismo punto, es evidente la clara desigualdad de oportunidades y la consiguiente inequidad científica.

Hoy se ha conmemora el día mundial de la mujer y la niña en la ciencia. Lamentablemente se tienen que seguir celebrando estos días en los que se pone de manifiesto que se mantienen desigualdades en función del género en cualquier ámbito de nuestra sociedad, en la que el científico no es una excepción. La mujer ha sido históricamente relegada por la ciencia a través de los hombres que la han capitalizado de manera exclusiva y excluyente. Hasta el punto de expropiar las aportaciones científicas hechas por mujeres, en condiciones de quasi clandestinidad, para asignárselas como propias.

Día de la mujer y la ciencia en el que aún cuesta encontrar referencias a enfermeras como consecuencia de la invisibilidad de sus investigaciones y de sus aportaciones científicas, en un área, el de los cuidados profesionales, que sigue manteniéndose, en muchos casos, en el ámbito doméstico.

La Enfermería como ciencia y las enfermeras como integrantes de dicha ciencia, a la que debemos alimentar y cuidar, tenemos el compromiso de avanzar para posicionarnos como investigadoras y científicas en igualdad de condiciones a las de cualquier otra disciplina, para aportar nuestras contribuciones específicas que contribuyen a mejorar la calidad de vida de las personas, las familias y la comunidad.

Por su parte, la sociedad, en su conjunto, pero muy particularmente las organizaciones e instituciones encargadas de reconocer y difundir las aportaciones científicas deben acabar de una vez con la idea de que la ciencia es patrimonio exclusivo de unas pocas disciplinas. Para ello resulta fundamental que se apoyen y reconozcan las investigaciones y los resultados derivados de estas, de investigadoras/es que no son parte de las disciplinas con carácter de exclusividad.

Continuar manteniendo un posicionamiento tan reduccionista tan solo contribuye al empobrecimiento de la ciencia en general y a limitar el acceso de la población a importantes aportaciones para la salud y el bienestar aportadas por parte de ciencias que siguen sin ser reconocidas como tales.

La ciencia no puede seguir siendo acrítica e irreflexiva como efecto de la manipulación interesada que de la misma hacen determinadas disciplinas que la tienen secuestrada para su particular interés. Ello tan solo provoca una visión distorsionada que se traduce en la limitación de posibles beneficios de conocimiento que reviertan en mejoras para la salud, el bienestar o el buen vivir.

PÉRDIDAS Y GANANCIAS

 

“La vida no juega con cartas marcadas, ganar o perder es parte de ella”.

Paulo Coelho.

La pandemia que todo lo envuelve, que todo lo oculta, que todo lo anula, parece que tan solo nos esté generando pérdidas. Pérdidas en salud, en vidas, en convivencia, en tranquilidad, en confianza, en seguridad, en confort, en comunicación, en relaciones, en conocimiento, en tolerancia, en respeto… como si de una hemorragia de vida se tratase por la que se escapa aquello que, tan solo, o hace tanto, porque el tiempo es relativo, constituía y considerábamos como normalidad.

Una normalidad que ya no identificamos. Que ha palidecido y se ha debilitado tras tantas pérdidas que no hemos sido capaces de restituir hasta ahora. Lo que la mantiene en un estado de permanente indefinición. Hasta el punto, que ya hablamos de una nueva normalidad, dando por perdida la que se desangra irremediablemente por causa de la pandemia, pero también, no nos equivoquemos, como consecuencia de nuestras propias actitudes, acciones, inacciones, omisiones, dudas, reproches, descalificaciones, incredulidad, desconfianza, aislamiento, enfrentamientos, intolerancia… pero también, reconozcámoslo, por la pérdida, sobre todo, de nuestra capacidad de afrontamiento colectivo y del egoísmo permanente al utilizar cualquier situación en favor del interés particular, aunque hipócritamente, en muchas ocasiones, se revista de interés y servicio a la sociedad.

Y sin darnos cuenta, o sin quererlo hacer, dejamos que esa normalidad en la que vivíamos, sea reemplazada por la naturalización del dolor, del sufrimiento y de la muerte como algo consustancial a esta realidad impuesta por la pandemia y que tanto nos cuesta, no ya de entender, sino de asumir, aunque sepamos, o nos digan que debemos saber, que es por nuestro bien. Como si fuésemos niños a los que hay que imponer las normas de comportamiento sin tan siquiera explicarlas para que sean entendidas, entendibles y cumplidas, porque así lo manda la autoridad competente. Ese patriarcado y paternalismo asistencialista a los que han hecho acostumbrarse a la ciudadanía a fuerza de usurparle la capacidad, tanto de pensar por sí misma, como de actuar en consecuencia tomando decisiones. Se hace lo que la autoridad sanitaria/política dictamine, porque para eso tiene el conocimiento, la autoridad y el poder. Y la respuesta, es el aparente y aprendido acatamiento que, en muchas ocasiones, es tan solo la escenificación de una obediencia que persigue, realmente, transgredir la norma impuesta como mecanismo de rebeldía por la propia imposición sin razonamiento ni consenso y como forma de responder a la permanente sensación de estar siendo insultada su inteligencia. Como si fuese incapaz de pensar, analizar, reflexionar y decidir por si misma. Es una aproximación permanente de la ficción distópica descrita magistralmente por George Orwell en 1947, en la novela política 1984.

De tal manera que si la ciudadanía obedece la autoridad traslada mensajes de reconocimiento por su acatamiento vigilado, en un comportamiento claramente conductista para que continúe obedeciendo, al tiempo que ella se atribuye el éxito obtenido. Pero, si no lo hace, se generan discursos de culpabilidad y de irresponsabilidad exclusiva ante el fracaso de las medidas impuestas. Es decir, los éxitos son siempre de la autoridad y los fracasos siempre de la comunidad.

Cabe preguntarse, por tanto, si la realidad y con ella la normalidad perdida, hubiesen sido diferentes si se hubiese dado oportunidad a la ciudadanía de participar en el afrontamiento ante la pandemia, en lugar de relegarla a la permanente pasividad y docilidad a la que se le somete, desde un discurso falaz y demagógico, en aras de la seguridad, la protección y la libertad, que, paradójicamente, están siendo coartadas de manera sistemática. Pero, mientras el discurso siga anclado en la identificación de la ciudadanía como problema en lugar de como solución, tan solo la imposición coercitiva y punitiva será capaz de asegurar el cumplimiento de aquello que unilateralmente se ha decidido que es lo mejor.

Se ha perdido la oportunidad de favorecer la participación comunitaria real y efectiva en la identificación de los problemas, la planificación de las estrategias, la ejecución de las acciones y la evaluación de los resultados. Una pérdida que, lamentablemente, no podremos evaluar dado que no tendremos datos que nos permitan comparar lo obtenido por presión con relación a lo alcanzado por consenso.

Finalmente, todo es consecuencia del modelo caduco imperante en el Sistema Nacional de Salud (SNS) en general y en la Atención Primaria de Salud (APS), en particular. Modelo que la pandemia ha desnudado impúdicamente, dejando al descubierto las múltiples vergüenzas que en forma de carencias la “vestimenta” que las cubría tan solo era capaz de ocultar o disimular, pero no de eliminar.

Nos encontramos pues ante una pérdida que debe identificarse como posible ganancia si la visualización de dicha desnudez conduce a confeccionar las ropas adecuadas que, no tan solo tapen, sino que sean capaces de cumplir el cometido que de las mismas se espera. El modelo del SNS, por tanto, requiere una urgente revisión y transformación que no se logra tan solo con la participación de la autoridad o los supuestos expertos, sino con la de todos aquellos agentes que tienen tanto que aportar.

Pero la pandemia también está dejando a su paso otro tipo de ganancias que, posiblemente, aún sea pronto para calibrar en su justa medida o de valorar su futuro recorrido.

Me voy a referir en concreto, porque sin duda habrá más, a las ganancias que afectan a las enfermeras.

Alguien podrá pensar o incluso opinar que lo que planteo no son ganancias o, al menos, no pueden o deben imputarse como efecto de la pandemia. Este es, precisamente, uno de los fines de estas reflexiones, que sirvan de base para el análisis y el debate. Porque creo que sentarse a esperar que llegue esa nueva normalidad que, como si de un paraíso se tratase, están trasladando, en un nuevo intento de mantener expectante pero pasiva a la ciudadanía, no es la mejor de las actitudes. Resulta imprescindible reflexionar sobre lo que está pasando y de cómo está influyendo en las enfermeras.

Desde luego la ganancia no se sustenta en la falsa, oportunista e inadecuada identificación de las enfermeras como heroínas, que fue más una maniobra de distracción ante las carencias que iban apareciendo que una manera real de reconocimiento y de respuesta a las necesidades que tenían para poder hacer su trabajo con calidad y, sobre todo, con seguridad.

Una de las ganancias que identifico es, sin duda, que la pandemia y su poder destructor han logrado que las enfermeras hayan sido conscientes del valor de sus aportaciones específicas, de su valor intrínseco. El dolor, el sufrimiento y la muerte acumulados en tan poco espacio de tiempo, tanto ajenos como propios, unidos a la soledad, el aislamiento y el miedo, han hecho posible que lo que durante tanto tiempo permaneció oculto, olvidado e invisible, emergiese con la fuerza de su propia aportación para ser identificado por las enfermeras como aquello que les visibiliza y reconoce de manera específica, singular e irremplazable, los cuidados profesionales. Transitar del ámbito doméstico al profesional y científico ha permitido situar la aportación enfermera en el paradigma propio, para, desde el mismo, prestar la atención integral, integrada e integradora que nos identifica, además de hacerlo desde la evidencia científica, la humanización necesaria y la utilización eficaz de la técnica.

De manera paralela, el valor del cuidado ha sido identificado y reconocido tanto por las personas atendidas como por sus familias y la sociedad en su conjunto. La simpatía, como valor casi exclusivo demandado por la población, quedaba enmascarado y era sustituido por un cuidado profesional que se identificaba como reparador, tranquilizador, sanador, cercano, empático, insustituible y necesario en momentos tan duros y en los que el aire y su incapacidad para respirarlo, no era lo único que ahogaba a las personas y a sus familias. La soledad, la incertidumbre, la ansiedad, la alarma, el miedo…requerían de algo más que oxígeno, antibióticos o incluso respiradores. El cuidado suponía una terapia que permitía mantener las ganas de vivir o acompañaban a la muerte. El tantas veces reclamado reconocimiento enfermero nos lo había facilitado, paradójicamente, la pandemia y sus efectos.

El machacón, repetitivo, exclusivo y excluyente mensaje informativo centrado en un único profesional y en una única disciplina, fue dando paso a la incorporación de las enfermeras como profesionales que no tan solo se identificaban como recursos humanos en las organizaciones sanitarias, sino como profesionales cualificados que aportaban valor, a la atención de las personas, las familias y la comunidad. La voz autorizada y rigurosa de las enfermeras empezaba a ser reclamada y difundida en los medios de comunicación tan habituados al sesgo médico, curativo y sanitarista. Su aportación específica y la identificación de competencias propias, durante tanto tiempo ligadas a la subsidiariedad, empezaban a ser relacionadas de manera clara y directa a las enfermeras. Se ha empezado a perder ese pudor irracional a llamarnos como lo que somos, enfermeras, aunque prevalezcan genéricos, como sanitarios, personal médico…tras los que aún nos parapetan algunos. La ganancia de los medios de comunicación, aun siendo incipiente, es importante por cuanto son la voz y la imagen que durante tanto tiempo ha estado alimentando tópicos y estereotipos que han impedido visibilizar la imagen profesional y científica enfermera. Es otra ganancia que la pandemia ha posibilitado.

Las/os políticas/os, posiblemente, estén siendo quienes más resistencia estén generando al valor de los cuidados profesionales enfermeros y de quienes no tan solo los prestan, sino que los sustentan desde su ciencia propia. Es esta una ganancia que identifico como diferida. Diferida por cuanto el contexto de cuidados que la pandemia dejará tras de sí, les obligará a tomar decisiones en las que la aportación y la voz de las enfermeras resultarán imprescindibles. En la medida en que se facilite el acceso de enfermeras en los puestos de responsabilidad y toma de decisiones y de que se dote del número necesario de enfermeras para dar respuestas de calidad a las demandas y necesidades de cuidados que requerirá y reclamará la ciudadanía, la ganancia será una realidad o se quedará, una vez más, en el limbo de los discursos vacíos, oportunistas e hipócritas de quienes piensan que con poner una capa o dando un aplauso es suficiente para reconocer el valor de las enfermeras. Es, posiblemente, una de las ganancias más inciertas. Pero también es cierto, que las logradas, identificadas e interiorizadas, por las propias enfermeras, la población y los medios de comunicación, dejarán poco espacio a la indecisión de las/os políticas/os a la hora de concretar tanto la participación como la valoración de las enfermeras.

No trato, en ningún caso, de establecer una cuenta de resultados con saldos positivos o negativos. Tan solo pretendo compartir aspectos que subyacen de una situación que merece análisis que vayan más allá de las incidencias, los rastreos, las hospitalizaciones, las vacunas o la inmunización comunitaria, que con ser importantes no pueden ni deben ocultar otros matices que en mayor o menor medida inciden e incidirán de manera muy significativa en aspectos sociales, profesionales, científicos, docentes, económicos… que merecen también la atención debida por ser inputs y outputs en esta balanza pandémica.

En cualquier caso, y teniendo en cuenta que serán muchas más las pérdidas y posibles ganancias a identificar en esta pandemia, no debe dejarnos impasibles lo que las ganancias descritas suponen para las enfermeras. Porque se trata de ganancias que requieren ser alimentadas desde la motivación, la implicación, el esfuerzo y la energía de las enfermeras con el fin de que no se queden en simples anécdotas o hechos puntuales que acaben desvaneciéndose con el paso del tiempo y mecidas en la complacencia y el conformismo. Se ha logrado algo muy importante, pero ahora se requiere la constancia y el rigor necesarios para que la ganancia se incorpore como algo definitivo que nos identifique y nos otorgue valor permanente. De nosotras, fundamentalmente, depende. No caigamos en el error de pensar que ya está todo conseguido o que son otros quienes tienen que trabajar o velar para que se consoliden dichas ganancias. Ganancias que, por otra parte, deben servir como punto de inflexión para la definitiva madurez de la enfermería y de quienes exclusivamente depende, las enfermeras.

Finalmente, todo esto me hace pensar si Nursing Now, no tan solo no se ha perdido, sino que ha logrado ganar. De manera diferente a como lo teníamos previsto, pero ha ganado.