ENFERMERÍA UNIVERSAL

Solemos pensar que nuestra realidad, en este caso la enfermera, es muy particular y exclusiva con relación a la de otros contextos internacionales. Creemos que nuestros errores y aciertos, males y bienes, virtudes y defectos, fortalezas y debilidades, no se corresponden con los de las enfermeras de otras latitudes.

Sin embargo, la Enfermería, por mucho que nos cueste admitirlo a veces, es universal y única. Lo que cambia, diferencia e identifica es el contexto en el que las enfermeras desarrollan la Enfermería. El contexto y los múltiples factores culturales, históricos, sociodemográficos, epidemiológicos, demográficos… son los que hacen que existan necesidades y demandas de salud diferentes, pero también hacen que existan diferentes miradas para idénticas realidades como pueden ser la salud, la enfermedad, el dolor, el sufrimiento, la familia, la muerte, la comunicación… y por lo tanto los cuidados.

Así pues, la Enfermería, como disciplina y profesión, es la misma en todas partes. Su paradigma, sus teorías, sus principios, sus valores, su identidad, su valor… son universales.

Durante mucho tiempo se ha trasladado que la enfermería era muy diferente según países y que esto provocaba que no tuviese un desarrollo, reconocimiento y visibillización como los que tienen otras profesiones. Esto no tan solo no es cierto, sino que es una clara manipulación o una absoluta ignorancia, de la realidad.

Las enfermeras, con independencia de su raza, religión, condición sexual, nacionalidad o idioma, ejercen la Enfermería. Es decir, no ejercen una enfermería diferente según los casos, sino que son diferentes enfermeras ejerciendo la Enfermería.

Y esta diversidad lo que provoca, no es una distorsión de la Enfermería como en ocasiones se quiere hacer pensar, sino una riqueza en la construcción enfermera a través de las diferentes aportaciones realizadas y de las diferencias contextuales en las que se enmarca.

Resulta importante, por tanto, que valoremos a la Enfermería como la disciplina/profesión que nos une e identifica y no como el elemento que nos diferencia. Somos, repito, diferentes enfermeras, pero lo que nos hace serlo es la Enfermería.

Sé que este planteamiento puede ser interpretado como pueril, innecesario o superfluo por algunos y dogmático, excluyente o adoctrinador por otros. Pero yo considero que es necesario, real y oportuno que no se ponga en duda la universalidad de la Enfermería, porque de lo contrario contribuimos a desvalorizarla, acallarla y ocultarla bajo la sospecha de la duda y la incertidumbre, situándola en el ámbito del oficio exenta de ciencia y conciencia colectiva.

Mucho se está hablando de la campaña Nursing Now y de la oportunidad que la misma puede suponer para las enfermeras. Se plantean recomendaciones para situar a enfermeras en puestos de alta responsabilidad en la toma de decisiones. Se generan discursos de unidad de acción. Se desarrollan actividades de visibilización bajo el paraguas de la campaña internacional. Y todo esto está muy bien, pero si no somos capaces de entender e interiorizar que nada de todo esto será posible alcanzarlo sin asumir y creer firmemente que lo que realmente nos une es la Enfermería, no lo lograremos. Pero no porque lo debamos hacer como un acto de fe, en absoluto, sino como una acción consciente y científica de que la Enfermería es lo que nos puede dar la fortaleza, la justificación y los argumentos para que las enfermeras logremos esos objetivos.

Tratar de colonizar, desde planteamientos tan débiles como ausentes de rigor, contextos diferentes al nuestro con “nuestra” enfermería, es tan grave como dejarse colonizar por lo que se interpreta como una enfermería mejor por el hecho de que provenga de un contexto diferente en el que se habla una lengua dominante. Por el contrario, se trata de analizar, reflexionar, debatir y consensuar puntos de encuentro sobre las diferentes miradas que como enfermeras desarrollamos la Enfermería y cómo esto repercute en la salud de las personas, las familias y las comunidades a las que atendemos.

Los cuidados enfermeros no tienen raza, ni religión, ni sexo, ni hablan lenguas diferentes. El cuidado enfermero es universal, aunque la forma en como las enfermeras lo podamos prestar pueda variar. Pero lo que les define como cuidados enfermeros, la Enfermería, es única.

Así pues, las enfermeras somos claramente identificadas como profesión por la población. Otra cuestión es que la identificación esté distorsionada, subjetivizada, manipulada o adulterada. La sociedad tiene una imagen que se ajusta a la representación de la enfermera a través de su hacer, aquí y en todo el mundo, pero no de la Enfermería. Y este hecho es de suma importancia porque desde ese conocimiento social de las enfermeras puede y debe resultar mucho más sencillo construir la identidad, sin renunciar a lo que nos la otorga, la Enfermería, y que pretendemos que sea transformada en reconocimiento.

El abordaje que una enfermera española, costarricense, norteamericana, africana, canadiense, alemana o sueca, hagan ante una persona con idéntico problema de salud, tan solo variará en función de dónde se encuentre dicha persona y cuál sea su familia y su entorno. Identificadas y valoradas, desde las diferentes miradas de esas enfermeras, las necesidades de esa persona, las respuestas que consensuarán con ella, vendrán determinadas por sus expectativas, valores, normas y conductas y no por la Enfermería que cada una de esas enfermeras aplique, porque la Enfermería de todas ellas es la misma, es decir, la que por todas es conocida y reconocida como ciencia que traslada a su profesión enfermera las pruebas y evidencias que justificarán una u otra respuesta de cuidados. Tratar que los cuidados, en función de cada una de las enfermeras, justifique la Enfermería, va en contra de los más elementales planteamientos científicos y, por tanto, deben ser descartados como argumentos para determinar la diferencia de actuación que, en todo caso, tan solo puede ser entendida y aceptada desde la investigación y la generación de pruebas que lo sustenten, pero siempre, de nuevo, partiendo de la realidad universal de la Enfermería.

Los cuidados, por su parte, son claramente identificados por todo el mundo. Al menos en su aspecto más cercano o doméstico. El paso del cuidado natural al profesional ha estado mediatizado por múltiples factores entre los que cabe destacar la división sexual del trabajo extrapolada del núcleo familiar, que ha dificultado la identidad con la Enfermería que los profesionaliza y hace científicos.

Cuando compartimos en Congresos, Simposios, Reuniones, Redes… las experiencias que como enfermeras realizamos en nuestros ámbitos de actuación lo debemos hacer con el ánimo de enriquecer el discurso enfermero y no con el de querer imponer una forma de entender los cuidados desde una perspectiva reduccionista y acientífica. Resulta imprescindible que lo que traslademos y asumamos de otras aportaciones sea tamizado por el filtro del contexto particular de cada una de las propuestas o experiencias con el fin de que realmente lo que se vaya a aplicar sea lo que emana de la ciencia enfermera y no de los factores que la modulan en cada uno de los contextos.

Pero quienes no asisten a Congresos, Simposios, Reuniones, Redes… y, por tanto, ni comparten ni asumen experiencias deben plantearse igualmente que su Enfermería no es estática y que no puede ni debe argumentarse su actuación por la repetición sistemática de una actuación que acaba convirtiéndose en norma sin ningún tipo de justificación científica y, por tanto, privando a los cuidados que prestan de la Enfermería, situándolos en un ámbito acientífico y doméstico que, más allá de los aspectos afectivos que pueden aportar satisfacciones muy dignas, no pueden y no deben quedar relacionadas tan sólo a ellos. Si tan solo se reivindica como éxito y valor de los cuidados las satisfacciones subjetivas estamos limitando al círculo de lo afectivo, doméstico y privado el espectro de posibilidades de realización con que cuenta todo ser humano y, por lo tanto, limitando las posibilidades de realización con que cuenta la Enfermería. Desde esta perspectiva acabamos caminando todos hacia el anonimato, aunque como dice Jorge Luis Borges, los mediocres llegan un poco antes y distorsionan la realidad.

La cultura disciplinar/profesional finalmente se manifiesta en los significados que la gente atribuye a diversos aspectos de la disciplina/profesión; su manera de concebir la disciplina/profesión y su rol en él, sus valores, sus creencias e incluso su imagen. Así pues y si tal como afirma Lluís Duch[1]

 

 la palabra supone para el ser humano la construcción de su realidad, parece evidente que ejercer como enfermera, con independencia de dónde se haga, equivaldría, de hecho, a dar consistencia verbal a nuestra realidad. Definir lo que entendemos por Enfermería, debería permitir delimitar con precisión el marco en el que las acciones enfermeras van a tener lugar, así como las relaciones teóricas entre los elementos implicados que pueden establecerse no sólo para explicarla, sino para entenderla, comprenderla y practicarla.

[1] Duch LL. Mito, interpretación y cultura. Barcelona: Herder; 1998

POLÍTICA DE CUIDADOS vs CUIDADO CON LA POLÍTICA

El último fracaso de la política española y de sus representantes, ha puesto de manifiesto muchas carencias en el deseado diálogo entre quienes habían sido elegidos por la ciudadanía para que lograsen entenderse. Porque no se trata tanto de quienes ganaron o perdieron en las elecciones, sino de a quienes les concedimos el privilegio, con nuestros votos, de representarnos y con ello de llegar a acuerdos que permitiesen lograr el principal objetivo que tenían encomendado, es decir, conformar un Gobierno que afrontase las necesidades y demandas de la población.

No es mi intención convertirme en politólogo, ni en analista político, ni mucho menos en tertuliano, que tan de moda está, con independencia de que quien lo haga esté en condiciones de aportar algo realmente positivo.

Pero resulta que el fracaso al que se ha llegado, más allá de las culpas que unos u otros puedan tener, aunque no las asuman ni reconozcan, viene determinado por algo que pareciendo simple es de una complejidad evidente a la vista de los resultados. Me estoy refiriendo a la comunicación y al esperado y deseado consenso al que, a través de ella, debiera llegarse.

Pues bien, resulta que, en la comunicación, se basan de manera muy importante los cuidados enfermeros. Cuidados enfermeros que son habitualmente ignorados o cuanto menos muy poco valorados, empezando por las instituciones en las que se prestan. Los cuidados enfermeros no están institucionalizados, es decir, no se les otorga el rango de importancia que tienen y que suponen para la salud de las personas. Básicamente las instituciones entienden que los cuidados están, sin más. No se les presta mayor atención ni se les da el verdadero valor que tienen.

Las enfermeras, las buenas enfermeras, saben la importancia que para sus cuidados tiene una comunicación directa, rigurosa, respetuosa, próxima y abierta. La escucha activa, la empatía, la asertividad, la retroalimentación… deben incorporarse en su justa medida y de manera personalizada con cada una de las personas o familias con las que interactúan. Por eso la comunicación va más allá de las técnicas en las que se encasilla habitualmente. No es algo que se adquiera por simple repetición o adiestramiento, sino que precisa de un aprendizaje continuo y continuado centrado en el otro y no tan solo en la destreza que quien, dice practicarla, incorpora. La comunicación, vista desde esa perspectiva técnica, puede entenderse como una herramienta de persuasión, cuando no de manipulación, para lograr del otro lo que uno quiere o entiende que es lo mejor. Bueno, es una opción, pero desde luego no es la que se incorpora en la prestación de los cuidados.

La comunicación en los cuidados enfermeros precisa, además de un perfecto conocimiento de la misma. De generosidad, entrega, disposición, humildad y fortaleza, combinadas de tal manera que logren alcanzar el consenso con las personas, las familias y la comunidad a quienes se prestan. Consenso que permite, por una parte, respetar la posición “del otro” y por otra favorecer que se incorpore de manera activa y participativa en la toma de decisiones sobre su salud, aunque a la enfermera pueda, en un determinado momento, no gustarle su decisión.

A las enfermeras, las personas, no nos eligen, como profesionales, para que digamos qué es lo que tienen que hacer, cómo lo tienen que hacer, dónde deben hacerlo o con quién o qué deben hacerlo. Tampoco nos eligen para que les demos consejos ni lecciones. Nos eligen para que, a través de nuestros conocimientos y competencias, seamos capaces de que ellas sepan elegir la opción que mejor se adapta a sus necesidades y demandas con los recursos con los que cuenta o con los que puede obtener o acceder a los mejores resultados para ellas. Para eso, se requiere, escuchar y establecer una comunicación permeable con la persona que genere confianza con la enfermera, pero también con ella misma, a fin de poder identificar entre los dos la mejor respuesta y valorar su puesta en marcha a través de las acciones que se consensuen entre ambas partes. No se trata, por tanto, de imponer desde el paternalismo y la arrogancia profesional, sino desde el respeto y el conocimiento que requieren los cuidados, para que los asuman con dignidad, pero también con satisfacción. Es decir, el autocuidado, surgido del cuidado profesional enfermero.

Por eso es tan difícil cuidar, al contrario de lo que se piense o se diga desde diferentes ámbitos, incluso desde la propia profesión. Y esto sucede al situar el cuidado tan solo en el ámbito doméstico que, sin desmerecer su importancia, trasciende al mismo para situarse en la ciencia y el conocimiento enfermeros. De ahí que sea tan difícil ser una buena enfermera. Porque ser enfermera, como ser arquitecto, médico, filósofo o geógrafo, es relativamente sencillo. Se trata de estudiar y aprobar para obtener la “licencia” que el título otorga para trabajar como tal. Lo verdaderamente difícil, es ser una buena enfermera, es decir, aquella que debe observar, identificar, valorar, compartir, evaluar con cada una de las personas con las que se comunica con el fin de poder llegar al mejor consenso para su problema de salud, tanto individual como colectivamente (con su familia y comunidad) en base a su contexto particular. De tal manera que existen tantas respuestas como personas atendidas, por lo que resulta imposible establecer estándares, vademécums o consejos de cuidados.

Esto es lo que diariamente hacen las enfermeras en sus centros de trabajo, sin alharacas, noticias sensacionalistas o demagogias. Lo hacen, porque saben, pueden y quieren hacerlo y las personas esperan eso de ellas, aunque luego no se reconozca el valor de lo aportado en su justa medida por quienes siguen contemplando los cuidados como algo totalmente circunstancial, banal e intrascendente.

No deja de ser paradójico que en una sociedad que lo que más reclama y necesita son cuidados se sigan despreciando estos de la manera que se hace en favor de una asistencia medicalizada y tecnológica que ha demostrado claramente su fracaso en el Sistema Sanitario en general y en la Atención Primaria y Comunitaria en particular.

Todo lo dicho justificaría por sí mismo la necesidad de tener referentes enfermeros en los organigramas de las diferentes organizaciones de salud a través de puestos de máxima responsabilidad en cuidados. Y aquí es donde viene la confusión y el intento de justificar la ausencia de enfermeras.

En una reciente reunión con una Consejera de Salud, al comentarle la importancia de crear una Dirección de Cuidados, respondió evasivamente con el débil y manido argumento de que lo importante es que las enfermeras puedan acceder a puestos de responsabilidad y no crear puestos específicos para ellas. Ante esto, la respuesta no podía ser otra. No se está demandando una Dirección General de Cuidados Enfermeros, sino de Cuidados que es lo que más necesita actualmente nuestra sociedad. Las enfermeras entendemos que los cuidados no son de nuestra exclusividad, pero sí que entendemos y sabemos que quienes mejor sabemos de cuidados en general somos nosotras y, por tanto, quien en mejor disposición está para ocupar una Dirección General de Cuidados es una enfermera. Pero mucho me temo que este argumento aún cuesta de entender y admitir por parte de quienes durante tanto tiempo han despreciado el valor de los cuidados y de quienes los prestan. Aunque algo empieza a cambiar y ya algunas Consejerías han incorporado dichas Direcciones Generales de Cuidados lideradas por enfermeras.

Y volvemos a donde habíamos empezado, al fracaso de la política y los políticos. Posiblemente también en Política hagan falta enfermeras que trasladen la importancia de los cuidados y del consenso que se precisa para lograr obtener resultados que, aunque no nos satisfagan, sean los que mejor se adapten a las necesidades de cada momento. Mantener la intransigencia, anteponer los intereses propios a los colectivos, creerse en posesión de la verdad absoluta, no respetar la diferencia de criterio, tratar de imponer en lugar de tratar de acercar posiciones, crear falsas expectativas o mentir con palabras disfrazadas de verdad, utilizar las falacias, los eufemismos o la demagogia o, utilizar las redes sociales como canal casi exclusivo de comunicación es tan poco social como fácil de enredar… tan solo puede conducir al fracaso y la inoperancia.

Hablar no es suficiente para comunicar, hay que saber establecer una comunicación que favorezca el consenso sin planteamientos previos inamovibles y con el respeto, la humildad, la sinceridad y la generosidad que se espera de quienes tienen en sus manos algo tan importante como la convivencia ciudadana a través de la política y de hacer política, que es una manera como otras muchas de generar salud. Política salutogénica, podríamos bautizar. Para ello tan solo falta que los políticos se conviertan en verdaderos activos de salud y no tan solo en determinantes de salud en el mejor de los casos, cuando no en factores de riesgo o activos tóxicos.

Las/os políticas/os, además, deberían tener en cuenta que en la comunicación el lenguaje no verbal es más importante que el verbal, por lo que llega a comunicar. Por lo tanto, sus actitudes, poses, miradas o la ausencia de ellas, decisiones… deberían tenerlas en cuenta a la hora de comunicar no tan solo con sus oponentes políticos sino también, o, sobre todo, con las/os ciudadanas/os. Es una forma más de mantener unos cuidados tan ausentes como necesarios en la política. Y es que la salud y los cuidados lo impregnan todo, hasta a la política.

En un mundillo como el de la política en el que las/os asesoras/es están tan demandadas/os no estaría mal que recurriesen a alguna enfermera que les trasladase la importancia de la comunicación y el consenso. Y si además de escucharles, les hicieran caso, a lo mejor empezaban a cambiar ciertas cosas.

En definitiva, se trata de llevar a cabo una política de cuidados para que dejemos de estar permanentemente alerta y con cuidado con la política y quien la ejerce.

UN MARCO PARA 17 FOTOS CON MÚSICA DE MECANO

El pasado día 11 de septiembre se presentó en el Ministerio de Sanidad la Oficina Ejecutiva del Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria. Un paso más en el camino que, el actual equipo ministerial en funciones, ha decidido llevar a cabo a pesar de todos los inconvenientes, barreras, incertidumbres, dudas, impedimentos… que ha generado en algunos colectivos profesionales, por razones corporativistas, y en algunas Comunidades Autónomas, por simple revanchismo político. Pero a pesar de todo el proceso sigue su curso y ahora de lo que se trata es de que todas las partes miren por el bien de las personas, las familias y la comunidad y no tan solo por el bien particular, corporativo, partidista o interesado. No se trata de quién se pone la medalla, sino de quienes logramos que la Atención Primaria y Comunitaria sea, realmente el ámbito de atención, el contexto de participación, el espacio de transdisciplinariedad… que se necesita para lograr la adecuada intersectorialidad y equidad que se requiere.

Sea como sea, el caso es que el Marco está y la Oficina para desarrollarlo también. Ahora toca que no quede tan solo en gestos, fotos, intenciones y expectativas. Pero para ello hace falta que todos los implicados asumamos que no podemos ni debemos esperar a que sean otros los que hagan los deberes. Todos tenemos deberes y todos debemos de hacerlos de la mejor manera posible para lograr un resultado óptimo que permita configurar una Atención Primaria y Comunitaria amplia, abierta, participativa, eficaz, eficiente, accesible, resolutiva, cercana y saludable.

Está claro que en este cometido todos debemos arrimar el hombro y hacerlo de manera generosa y humilde, tanto en el trabajo aportado como en la disposición para con todos. Remar todos en una misma dirección y hacerlo sin protagonismos tan innecesarios como perjudiciales. Y todo ello sin que signifique que no podamos discrepar, todo lo contrario. Discrepar es bueno, siempre que se haga desde el análisis, la reflexión, el pensamiento crítico y la disposición al diálogo y al consenso.

Pero el Marco Estratégico debe recoger las “fotografías” de los 17 servicios de salud existentes en España para que queden expuestas y a la vista de todos en la Oficina donde se quiere impulsar y también en cualquier rincón donde pueda ser visible. Para ello es necesario que las correspondientes administraciones dejen de utilizar la salud y la sanidad como arma arrojadiza contra el contrincante político y se dediquen a adaptar su particular foto autonómica a la realidad de su contexto sin que desentone con el conjunto. La diversidad y especificidad de cada una de ellas tiene que configurar finalmente una imagen de conjunto en el que no haya distorsiones, ni retoques artificiales que traten de enmascarar la realidad. Para ello será preciso acordar el enfoque, la luminosidad, el brillo, los detalles, la profundidad… que permitan resaltar lo mejor de cada una de las fotografías y configurar un conjunto armónico, atractivo y real que se recoja en el Marco elegido. Las/os fotógrafas/os (consejeras y consejeros de salud), por lo tanto, deben tener claros los parámetros a emplear en sus respectivas fotografías y no querer convertir las mismas en carteles publicitarios engañosos e interesados. Al fin y al cabo, se les han encargado las fotografías para que recojan la realidad, por compleja que esta sea, no para que se luzcan con filtros, retoques o trasformaciones. De ellas/os se espera, por tanto, que sepan captar y aportar esas imágenes.

Pero, sin duda, en la realización de esas fotografías no tan solo intervienen las/os fotógrafas/os, sino que existen una gran cantidad de personas que participan activamente para lograr la fotografía deseada.  Y sin duda las enfermeras tenemos un papel muy importante en la realización de las fotografías. Bien sea acompañando al/la fotógrafo/a en puestos relevantes o bien sea como parte indispensable del escenario a fotografiar.

En el primero de los casos, si lo son como enfermeras que ocupan puestos relevantes, tienen la responsabilidad de que todos los aspectos relacionados con los cuidados y la salud comunitaria queden adecuadamente combinados, resaltados, compuestos, iluminados… para que puedan ser identificados, valorados y registrados en la foto final junto al resto de aspectos, componentes y participantes del escenario a fotografiar.

En el segundo de los casos, las enfermeras comunitarias, deben posicionarse para no quedar ocultas, voluntaria o involuntariamente, en el escenario o tras otros protagonistas de la foto. Deben hacerlo además sin que su imagen acabe por ocultar lo verdaderamente importante, el contexto que se pretende recoger en la fotografía. No se trata de figurar, sino de ser visibles sin que dicha visibilidad suponga, en ningún caso, eclipsar la realidad. Finalmente, la imagen captada tiene que aportar la suficiente credibilidad a quien la visione y el necesario equilibrio con el resto de fotografías.

Las personas, las familias y la comunidad deben formar parte imprescindible de dichas fotografías y poder identificar claramente en las mismas los detalles que les trasladen, seguridad, confort, empatía, humanidad, tranquilidad, calidad y, sobre todo, la necesidad sentida de formar parte de dicho escenario, es decir, que no se sientan como figurantes, sino implicados e imbricados en el mismo, junto a todos los participantes.

Serán muchos los disparos que deberán hacerse para poder obtener la fotografía deseada. Pero eso no debe ser un inconveniente sino una constante en la búsqueda de la fotografía que mejor refleje la realidad de cada uno de los contextos, para que puedan situarse de manera ordenada y estable en el Marco elegido.

En cualquier caso, sabemos que las fotografías recogen un momento, una instantánea, una composición que responde al momento en el que se hace, pero que en ningún caso puede pretenderse que la misma vaya a responder a una realidad tan dinámica como cambiante. Es por ello que la alternancia de fotografías en el Marco debe ser una constante, lo que supone tener que estar permanentemente alertas para recoger, en cada momento, lo más importante. De ahí que no se trate de un posado tan poco natural como irreal, sino de captar aquello que de sentido al Marco en el que van a ir situándose. Por lo tanto, no se trata tanto de que cada cual genere su propio Marco, que finalmente tratará de destacar del resto, sino de situarse todos en el mismo, el de todos.

            Al margen de la metáfora fotográfica y volviendo a la realidad que tanto nos preocupa y a veces asusta, debemos tener clara nuestra responsabilidad como enfermeras. No descubro nada si digo que las enfermeras estamos en disposición de dar las mejores respuestas a lo que la sociedad necesita en general y en la Atención Primaria y Comunitaria en particular. No de forma exclusiva e independiente, pero si desde la especificidad de nuestras competencias y la autonomía de nuestra ciencia. Para ello tenemos de tener claro que nuestra aportación debe llevarse a cabo allá en donde mejor podamos hacerlo y no en donde consideremos que vamos a estar, aparentemente, más cómodas. Porque si finalmente de lo que se trata es de encontrar nuestra zona de confort en lugar de aportar la mayor calidad de cuidados en base a nuestra capacidad y capacitación, estaremos fracasando y decepcionando como enfermeras. Este comportamiento nos conducirá indefectiblemente a la pérdida de valor, a la ausencia de reconocimiento y a la mediocridad profesional. La Atención Primaria y Comunitaria que pretende recoger el Marco Estratégico necesita de enfermeras comunitarias competentes, capaces, motivadas, implicadas y comprometidas en el desarrollo de un nuevo paradigma.

            Pero el análisis no quedaría completo si no se identificasen las dificultades, barreras e inconvenientes que el sistema en general y los diferentes servicios de salud en particular, propician con unas decisiones que no responden a las necesidades de la sociedad sino a las de determinados colectivos u organizaciones con intereses exclusivamente personales u organizacionales. No es lícito que para tratar de responder a la precariedad de determinados puestos de trabajo en el hospital se recurra a una fuga en estampida hacía la Atención Primaria con el objetivo exclusivo, en la mayoría de las ocasiones, de incorporarse en un escenario de aparente tranquilidad y confort que no obedece en ningún caso a la realidad.

Por otra parte, como ya he comentado en más ocasiones los responsables de los servicios de salud, pero también de las enfermeras, deben plantearse, de una vez por todas, la necesidad de definir perfiles específicos de puestos de trabajo enfermeros que respondan a las necesidades de los mismos y que requieran, por lo tanto, de competencias especiales y específicas para poder ocuparlos y no tan solo de antigüedad en la organización como si la misma fuese garante suficiente de competencia profesional. Las enfermeras deben dejar de ser el peón que cantaba Mecano y que decía “Negro, bajito y cabezón Sólo pude ser peón de negras Lo más chungo en ajedrez” Ya no somos lo más chungo en el servicio sanitario. Ya hemos dejado de ser aprendices de todo y maestros de nada. Ya no servimos para un roto y un descosido. Pueden y debe haber enfermeras generalistas que trabajen en equipo con enfermeras especialistas, pero en ambos casos deben hacerlo en aquellos puestos para los que estén más preparadas y sean más competentes. No hacerlo es una clara irresponsabilidad de las administraciones y sus representantes. Consentirlo es una clara irresponsabilidad de las enfermeras y sus representantes. Y para ello no creo que sea necesario seguir la letra de Mecano “Pero, de peón La única salida es la revolución”. Creo que el sentido común, la planificación, la responsabilidad, la competencia, la ética… deben imponerse para facilitar que el tablero en el que se sitúen las fichas deje de ser un juego de buenos y malos, de importantes y secundarios, de clases y clasismos, de ataques y muertes, vencedores y vencidos, de conspiraciones y jaque mate, para pasar a ser un espacio de colaboración, trabajo en equipo, responsabilidad… porque la salud no es en ningún caso ni un juego ni un trofeo y todos aquellos que intervienen en su promoción, mantenimiento o recuperación deben abandonar la revolución y dedicarse a la evolución.

Pretender que el Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria sea un éxito sin abordar estos planteamientos con el rigor y la seriedad que precisan es tanto como tratar de construir un edificio en un terreno de arenas movedizas. Se puede iniciar la construcción, pero, más pronto que tarde, los cimientos cederán y se caerán, y con ellos las ilusiones y expectativas de todos cuantos habían creído, una vez más, que el cambio era posible. Y ya no estamos para vivir en cabañas, con el cambio climático que nos acecha.

Volviendo al mítico Mecano no hagamos como cantaban “porque a ninguno le interesa escuchar. Aunque en foto aparentemos más somos sólo tres polillas” Porque a todos nos interesa escuchar y porque no somos solo tres polillas sino todo un colectivo, el de las enfermeras, que debemos sentirnos orgullosas de serlo y de hacer lo que hacemos, pero en donde verdaderamente y no por egoísmo podamos hacerlo con plenas garantías. Solo así lograremos salir en la foto con la claridad y la posición que nos corresponde.

A ver, ¿preparados?… vamos a disparar!!!!

LA SELVA DE LA MEDIOCRIDAD Y SUS “ESPECIES”

Nos encontramos ante un panorama ciertamente incierto, valga la paradoja.

Un país en funciones que habla más que actúa, que discute más que debate, que se enfrenta más que consensua, que se descalifica más que se respeta… porque al fin y al cabo el país no es más que la suma de sus ciudadanas/os y, por tanto, acaba siendo reflejo de ellas/os a través de representantes, líderes o simplemente voceros.

            Y nadie, ni nada, somos ajenos, ni mucho menos inocentes, a esta situación por mucho que intentemos convencernos de lo contrario diciendo que estamos hartos, que esto no va con nosotros, que nos han engañado o que nos están tomando el pelo. Porque todo puede ser verdad, pero también todo es responsabilidad de todos. De quienes provocan la parálisis y de quienes contribuyen a que la provoquen. Nadie queda indemne y todas/os somos víctimas y verdugos. La mediocridad, por tanto, pasa a ser un estilo de vida o una zona de confort en el que muchas/os se sienten cómodas/os. Se ha interiorizado colectivamente el comportamiento de dirigentes, profesionales, gestores, políticos… hasta naturalizarlo y convertirlo en algo cotidiano. Algo similar a lo que sucedió con la corrupción, por ejemplo.

            Centrándonos en salud y en sanidad, conceptos diferentes aunque permanentemente se confundan y se mal utilicen como sinónimos entre sí, estamos asistiendo a un estéril, demagógico y permanente enfrentamiento entre quienes, en teoría y solo en teoría visto lo visto, son sus máximos representantes, los profesionales de la salud, que, entre otros muchos errores, se creen dueños y protagonistas exclusivos de la salud, su gestión y su “prescripción”, y que en la mayoría de las ocasiones lo que realmente persiguen es conquistar espacios de poder que les permitan seguir manteniendo sus privilegios y su influencia sobre la población, a través de órganos de representación que precisan de una profunda regeneración. Regeneración que tan solo se producirá si existe un verdadero compromiso de las propias enfermeras para que se produzca y no, como sucede hasta ahora que, en la mayoría de las ocasiones, tan solo nos limitamos a protestar por lo que hacen o no hacen, por lo que piensan o no piensan, por lo que dicen o no dicen, pero llegado el momento de poder cambiar nos quedamos en la zona de confort desde la que seguimos protestando, criticando o llorando. Y, claro está, lo que deberíamos sentir, percibir y defender como órganos de representación acaban siendo vistos como representantes inorgánicos, incapaces y mediocres para la profesión en su conjunto. Pero ojo, unos y otros, representantes y representados, tenemos idéntica culpa. No nos equivoquemos. A lo mejor tenemos que hablar, analizar, reflexionar, pensar, debatir, negociar y, sobre todo, ser respetuosos, generosos y humildes, para consensuar lo que deben ser y defender los verdaderos órganos de representación en el que todas nos sintamos incluidas, aunque existan sanas discrepancias.

            Y en esta situación solemos caer en la tentación de pensar que son “los otros” siempre los culpables, según desde la orilla desde la que se observe. Siempre tienen la culpa los de la orilla contraria. Pero lejos de tender puentes que permitan pasar de una a otra orilla para hablar, compartir, reflexionar, analizar… preferimos seguir en nuestro “territorio”, desde el que increpamos, descalificamos o agredimos verbalmente, de momento, a quienes consideramos como contrarios, enemigos o potencialmente peligrosos, aunque sean de nuestra propia “especie”. Realmente es un escenario selvático en el que la lucha por la supervivencia se convierte en algo habitual ante los permanentes ataques tanto de otras “especies” como de los de la propia “especie”.

            Entretanto, desde ambas orillas las personas observan con incredulidad e impotencia, lo que sucede mientras dejan de ser atendidas sus necesidades y demandas, aunque oigan repetidamente que todo cuanto hacen unos u otros es siempre en beneficio de ellos, a quienes llaman pacientes, denominación que adquiere todo el sentido ante la situación generada.

            A pesar de la lamentable situación política y social en la que nos encontramos, como resultado de la incapacidad absoluta de quienes debieran encontrar fórmulas de entendimiento y consenso para lograr avanzar y dar respuesta a las múltiples necesidades económicas, sociales, laborales, profesionales… de manera puntual se produce algún intento de mejora a través de propuestas que tratan de lograr el consenso de las partes. En el caso que nos ocupa de la salud y la sanidad. Y cuando se produce, en lugar de aprovechar la ocasión para mejorar, las partes se enfrascan en un permanente enfrentamiento en el que, lo que prima, es lo que cada cual puede sacar de beneficio. Pero no un beneficio colectivo, sino individual y de exclusividad que blinde la imagen de grandeza que se han encargado de crear o que quieren lograr y tratan de mantener o visibilizar a toda costa. De tal manera que, como dice el sabio refranero popular, entre todas la mataron y ella sola se murió, la salud comunitaria y la sanidad. O bien el uno por el otro, la casa sin barrer, con lo que ello significa para la salud pública.

Pero a pesar de todo o, a lo mejor, gracias a todo lo sucedido, las enfermeras supimos encontrar finalmente nuestro espacio, nuestras referencias y nuestra identidad como “especie” en esa metafórica selva de la que hablo. Pero al mismo tiempo empezamos a recelar entre nosotras y a mimetizar comportamientos de otras “especies” que nos llevaron a generar “subespecies” que entraron en permanente disputa entre ellas, lo que ocasionó un grave problema de convivencia. Y ocupadas como estábamos en defendernos de ataques propios y ajenos, nos olvidamos de lo importante y nos acomodamos en zonas que identificábamos como más seguras o cómodas, aunque realmente no lo fuesen, porque lo que estábamos haciendo, consciente o inconscientemente, es volver a ser una “especie” en peligro de extinción o con muy poca relevancia en el hábitat que compartíamos.

Pero pasando de la metáfora a la realidad, aunque a veces cueste diferenciarlas, podemos identificar que a pesar de los indudables e importantes logros alcanzados, volvemos a tener graves problemas de convivencia profesional entre nosotras mismas y con otros profesionales.

Esta situación no es que sea exclusiva de las enfermeras. Tampoco hace falta que estemos fustigándonos de manera permanente con el látigo de la culpabilidad. Pero, en nuestro caso tiene una importante carga de falta de madurez profesional que viene determinada por múltiples factores y que provoca una permanente rebeldía propia de la adolescencia profesional que se traduce en falta de identidad, inconformismo con nuestra imagen, responsabilidad, competencia… incapacidad para identificar nuestras fortalezas, pensamientos recurrentes de persecución propia y ajena, llanto permanente, pesimismo enfermizo, quejas sistemáticas… que provocan una inmovilidad de acción y una parálisis en el desarrollo que, como profesión, debemos lograr para alcanzar la madurez.

Es cierto, sin embargo, que dicha adolescencia es desigual en función del ámbito en el que las enfermeras se encuentren.

De esta manera podemos observar que las enfermeras en el ámbito universitario, el disciplinar, han madurado y logrado alcanzar unos niveles de convivencia mayores que les han permitido eliminar muchos de los efectos de la adolescencia descritos, aunque se encuentren con otros propios de la citada madurez que deberán afrontar para seguir su desarrollo. Sin embargo, dicha madurez no se ha alcanzado de igual manera en las enfermeras asistenciales que no se han visto contagiadas por ese desarrollo y padecen aún graves problemas entre ellas mismas y con quienes lograron madurar. Como lo que sucede entre hermanas con diferentes edades y estados de madurez. Celos, rebeldía, desconfianza…

Pero con preocuparme esta situación, lo que verdaderamente me genera inquietud e incertidumbre es que la adolescencia aludida se prolongue en el tiempo más allá de lo que debería considerarse como “fisiológicamente” entendible y “psicológicamente” deseable y se convierta en una adolescencia crónica que incluso alcance grados de infantilismo.

Cuando empiezan a existir indicios de cambio importante en algunas administraciones que incorporan en sus organigramas puestos de responsabilidad y capacidad de toma de decisión para que sean ocupados por enfermeras, nos encontramos con algunos casos en los que “asusta” la responsabilidad, en el mejor de los casos, o se rechaza sin más, dejando que dichos puestos sean ocupados por otros profesionales.

Pero no se limita el problema de la madurez a la asunción de responsabilidades de gestión o política. Porque, como ejemplo muy clarificador, ahora que se ha iniciado un cambio con el marco estratégico de la Atención Primaria y Comunitaria, las enfermeras no podemos ni debemos quedarnos al margen, ni en segundo plano en su desarrollo. Las enfermeras debemos demostrar que ya hemos superado nuestros miedos, nuestras desconfianzas, nuestra falta de identidad, nuestros lamentos… y desde la determinación de nuestra profesión y nuestra aportación científico-profesional intervenir de manera decidida para que el cambio que se propone en el citado marco sea real y responda a lo que la sociedad espera y necesita. Es evidente que el asistencialismo, la medicalización, el paternalismo, la tecnología… no lo ha logrado. Los cuidados, la participación comunitaria, la promoción de la salud… deben incorporarse como elementos fundamentales del cambio de paradigma liderado por enfermeras.

No es una cuestión de querer arrimar las ascuas a nuestra sardina exclusivamente, sino de tratar de distribuir dichas ascuas de tal manera que todas las sardinas queden bien asadas y permitan satisfacer “el hambre” de la población.

Ha llegado el tiempo de la madurez de razón, conocimiento, criterio, de la decisión meditada, de la valentía que no la temeridad, del rigor científico, de la determinación que no de la tozudez, del orgullo que no la altivez, de la ilusión que no de la utopía, del respeto que no la docilidad, de la generosidad que no la sumisión, de debatir que no obedecer… de ser y sentirse enfermera para ofrecer lo mejor a la comunidad, las familias y las personas desde cualquier ámbito o puesto en el que nos incorporemos. Pero también para el compromiso que no la conformidad, la implicación que no la indiferencia, la motivación que no desánimo, el crecimiento que no la parálisis, el pensamiento crítico que no el pensamiento único, la discrepancia que no alienación, del liderazgo que no de la tiranía… para convivir, trabajar, construir… entre nosotras con el fin de ofrecer lo mejor para la disciplina/profesión y alejándonos de personalismos, protagonismos y enfrentamientos tan estériles como tóxicos para todos.

Tanto que hablamos de generar espacios saludables, resulta difícil de entender que puedan lograrse si nuestra propia relación, nuestro propio espacio, nuestra propia convivencia, nuestra propia imagen no tan solo no lo son, sino que puede, incluso, llegar a ser altamente tóxico. Si pretendemos generar salud las primeras que debemos comportarnos como verdaderos activos de salud debemos ser las enfermeras.

Los escenarios en los que nos movemos seguirán siendo inciertos y peligrosos, como la selva, pero en la medida que seamos capaces de madurar y ser identificadas como una “especie” fuerte, que no agresiva ni peligrosa, y con identidad, seremos respetadas. Para ello, sin embargo, lo primero que debemos lograr es respetarnos a nosotras mismas. Es decir, madurez y respeto van indefectiblemente unidos.

De nosotras depende que sigamos siendo una “especie” débil e insegura en la selva de la mediocridad en la que, lamentablemente, convivimos en la actualidad.

ESTRÉS POSTVACACIONAL Y GESTIÓN ENFERMERA

Hablaba antes de vacaciones del imperativo estival de parar toda actividad en el mes de agosto.

Asumida dicha imposición y disfrutado, en la medida de las posibilidades, del descanso que dicho parón puede y debiera proporcionar y una vez concluido nos vamos a encontrar con una nueva “imposición” informativa que al igual que las olas de calor nos repetirán de manera tan machacona mañana, tarde y noche en los informativos de radio, televisión e internet amén de los cada vez más escasos medios en papel que aún circulan. Se trata de la “depresión postvacacional o estrés postvacacional”. Lo más triste y lamentable no es ya la pertinaz campaña que hace que finalmente te plantees si realmente eso que llaman “depresión postvacacional o estrés postvacacional” o “síndrome postvacacional” para rizar el rizo y ayudar a lograr lo que se quiere, es una realidad, te puede afectar y en qué medida lo puede llegar a hacer, si no el hecho de que se instaure como algo irremediable que hay que pasar. Como si nunca antes la gente hubiese tenido que reincorporarse tras las vacaciones a sus trabajos o a sus rutinas diarias.

Pero para que las dudas de esa repentina y maliciosa depresión se instale finalmente en todas/os nos aderezarán los argumentos con la presencia de psicólogos (ahora está de moda sacar psicólogos para todo) que, claro está, desplegarán un sinfín de argumentarios, que no de evidencias o pruebas, entre las que nos castigarán con una retahíla de recomendaciones como si fuésemos niños de 3 años que deben entrar en la guardería de manera progresiva para adaptarse al medio escolar. Cuando nos descuidemos será medicalizado y la industria farmacéutica se encargará de comercializar su remedio y los de siempre en prescribirlo. Y ya tenemos el círculo cerrado gracias a los actores de siempre o casi siempre con la inestimable ayuda de los medios de comunicación.

Todo este cúmulo de alarmas, al igual que las que nos deleitan con las olas de calor, dudo mucho que respondan a un verdadero interés por lograr un mayor bienestar de la población, sino a la cada vez mayor frecuencia por intentar rellenar unos noticiarios que se han convertido en misceláneas informativas en las que se ponen a igual altura el cambio climático, un asesinato masivo, las negociaciones por formar gobierno, el bodorrio de algún famosillo o el fichaje escandaloso de algún jugador, como si de un magazine se tratase. De tal manera que uno no sabe si es más importante el gol marcado por un equipo, las declaraciones de algún mandatario internacional o el peligroso retorno al trabajo.

Nada de esto pasaría de ser una anécdota sino fuese por la gravedad del contexto en que se produce. Porque hablar de estrés o depresión postvacacional cuando existen muchas enfermeras (me voy a ceñir al ámbito enfermero aunque es trasladable a cualquier otro), que son contratadas por horas o días, que finalizan sus contratos en viernes para iniciar otro nuevo en lunes, que cobran sueldos indignos en muchas instituciones privadas, que sufren turnos que difícilmente permiten conciliar la vida personal y familiar, que tienen que trabajar cada día en una unidad o servicio, que no le son reconocidos sus méritos (especialidades, experiencia…), que tienen que enfrentarse ante situaciones estresantes para las que no están preparadas, que lo que realmente se valora no es lo bien que desempeñan sus competencias o la calidad de sus cuidados sino que pueda cubrir un hueco para salvar al directivo de turno de las críticas por su nefasta gestión… Y estas enfermeras no pueden permitirse el lujo de tener estrés o depresión postvacacional, entre otras muchas cosas, porque no tienen vacaciones, en todo caso tienen paro. Pero claro esto no es noticia, esto no vende ni genera cuotas de audiencia, esto forma parte del panorama laboral en nuestro país y lo triste y peligroso es que estamos interiorizándolo como algo normal, habitual y cotidiano que ya no provoca sorpresa y mucho menos rechazo social. Forma parte de esa hambrienta y devoradora globalización que nos uniformiza para lo malo y nos excluye de lo bueno, generando cada vez mayores brechas sociales. Estamos pues, ante un verdadero problema de salud que como tantos otros no son identificados, ni atendidos ni valorados.

Mientras esto sucede, sin embargo, y ahora que están conformándose tantos nuevos gobiernos autonómicos, el nacional ni se sabe ni se le espera ya, se siguen nombrando muchos directivos cuyo máximo mérito es tener un carnet, ser afín a unas siglas, amigo/familiar de algún político, ser políticamente correcto, es decir, tener unas tragaderas como la ballena que engulló a Jonás, o simplemente actuar como florero decorativo o jarrón chino como dijese un ilustre expresidente de gobierno.

Sin duda, existen directivos que son coherentes y están magníficamente preparados, pero no suele ser, lamentablemente, el criterio principal para que sean nombrados.

En el caso de las enfermeras no existen diferencias muy significativas salvo que son sistemáticamente excluidas a la hora de ocupar puestos de responsabilidad con capacidad real en la toma de decisiones en los organigramas de las organizaciones y/o instituciones públicas, por el mero hecho de ser enfermeras. No se valora si es capaz, eficaz, eficiente… sino simplemente se descarta cualquier posibilidad de que ocupe estos puestos por el mero hecho de ser enfermera, excluyéndole de optar como cualquier otro profesional (biólogo, farmacéuticos, médico, economista…) con idéntica titulación de Grado (en ocasiones con másteres y doctorado) por capacidad y mérito a dichos puestos. Todo ello con la argucia dialéctico legal del nivel A1 o A2, que se mantiene por falta de voluntad política y de presiones corporativistas sin ningún tipo de justificación real.

Así pues, tan solo quedan las Direcciones Enfermeras, que incluso son cuestionadas muchas veces, en las que no existe una verdadera capacidad de toma de decisiones y que están supeditadas a lo que se marque políticamente o por el superior de turno del que depende.

Confundir la razonable sintonía a la hora de constituir equipos con la pleitesía y seguidismo es no tan solo un error sino un fraude hacia las instituciones y la ciudadanía que las sostiene con sus impuestos. Nadie vota a nadie para que convierta las instituciones en cortijos ni en espacios de poder particular, sino para que se gestionen adecuadamente los recursos y se elijan a las/os mejores profesionales a la hora de llevar a cabo dicha gestión.

Lo contrario es caer en el amiguismo y clientelismo sea del color político que sea. Perpetuar estas dinámicas es tanto como contribuir a que nada avance y a que tan solo se haga aquello que responda a los intereses particulares o partidistas de algunas/os.

Pero con estos mimbres son con los que lamentablemente se construyen las cestas sanitarias que no resisten de ninguna de las maneras los contenidos que en ellas hay que situar haciendo que se dañen irremediablemente los contenidos que en el caso que nos ocupa son enfermeras, cuidados, personas, familias, comunidad…

Cuando la mayor preocupación de una dirección enfermera es que cuadre la planilla, se dé respuesta a las exigencias de otros colectivos, se mantenga el orden dentro de unas mínimas condiciones que eviten noticias no deseadas… la respuesta que se obtiene es un estrés laboral, un hartazgo profesional, una desmotivación progresiva, una pérdida de ilusión sistemática, una ausencia de implicación cada vez mayor, una falta de identidad corporativa y profesional, una falta de referencia de liderazgo… que nada tienen que ver con las vacaciones, sino con la mediocridad de muchas actuaciones de quienes, en teoría, debieran trabajar por mejorar las condiciones para lograr unas/os profesionales altamente satisfechas/os, implicadas/os, motivadas/os e ilusionadas/os con los cuidados que prestan.

Ocupar un puesto de responsabilidad enfermera supone velar para que la prestación de cuidados sea de la máxima calidad (incluyendo la humanización que no debiera nunca deslindarse de dicha calidad), pero también velar para que la eficacia y eficiencia de las enfermeras que los prestan venga determinada por una adecuada gestión de sus condiciones de trabajo. Para ello debería pasarse de considerar a las enfermeras como recursos humanos a hacerlo como personas y profesionales (no pueden separarse ambos conceptos) que trabajan, sienten, sufren, se ilusionan, crecen… a través de interesarse por ellas y generar estímulos positivos, cercanía, que no amistad, respeto y liderazgo.

Lo que pasa es que cumplir esos requisitos supone, en muchas ocasiones, ir contra corriente, argumentar, justificar y defender determinados posicionamientos, renunciar al halago propio para trasladarlo al equipo, agradecer lo logrado, pedir perdón por lo errado, planificar, analizar y evaluar para poder mejorar y saber transmitir lo que se quiere conseguir sin que parezca una imposición… y todo ello sin caer en el falso corporativismo ni en el paternalismo, sino siendo coherente con lo que se quiere, se puede y se debe hacer como enfermera y, en este caso, como directivo enfermero.

Es evidente que no depende de estas direcciones exclusivamente el que se den las condiciones laborales que provocan el estrés laboral, pero no es menos evidente que, en muchas ocasiones, con sus acciones u omisiones contribuyen a que se generen, mantengan o incluso perpetúen.

Dejemos pues de hablar de depresión postvacacional y situémonos en tratar de gestionar, liderar y lograr unos cuidados de excelencia tanto para las personas, familias y comunidad como para quienes tienen que prestarlos, es decir, las enfermeras. Generemos entornos laborales saludables a través de acciones compartidas y participativas. Huyamos de la complacencia y el dejar hacer para situarnos en la implicación real y comprometida.

Mi máximo reconocimiento a muchas enfermeras gestoras que diariamente se esfuerzan, trabajan e implican para que todo lo dicho pueda ser realidad. Pero también mi máximo rechazo para quienes ni saben, ni pueden, ni quieren gestionar cuidados y enfermeras y tan solo obedecen a estímulos de un poder efímero y ficticio que mantienen calentando el sillón de la mediocridad.

Preparémonos para la nueva ola. ¡Ahora no será de calor, sino de estrés postvacacional… con la que está cayendo y la que tiene que caer y tener que aguantar tanta memez!!!!

Seguro que esto lo podríamos arreglar las enfermeras si quisiéramos y nos dejasen, pero para ello hay que meter las manos en la masa. No es cuestión de suerte, que es la guardiana de los necios, ni de la fortuna que es la madre de los pesares.