PANDEMIA Y COMUNIDAD Participación comunitaria y entornos saludables

Nunca pensé que una pandemia como la que estamos viviendo y sufriendo diera para escribir diariamente reflexiones sobre lo que provoca, evoca y trastoca en nuestras vidas y, sobre todo, en nuestra percepción de las enfermeras ante una situación tan excepcional como compleja.

A lo largo de estas dos semanas de confinamiento he ido reflexionado sobre diferentes aspectos relacionados, directa o indirectamente, con la pandemia. Las/os periodistas, las/os estudiantes, las personas contagiadas, las familias, los decisores políticos, las enfermeras y resto de personal sanitario, la atención primaria, los hospitales… han sido protagonistas a lo largo de estas semanas de pandemia por unas circunstancias u otras. Sin embargo, no lo he hecho, al igual que tampoco se hace prácticamente desde ningún ámbito, sobre la Comunidad.

Las enfermeras comunitarias basamos nuestra atención en las personas, en las familias y en la comunidad. Las personas centran nuestra atención en función de necesidades o demandas de salud que precisan de cuidados individualizados. Las familias, por su parte, suponen el núcleo básico en el que se integran las personas y, por tanto, tienen vínculos a través de los cuales interaccionan los diferentes problemas de salud de sus miembros que afectan, en mayor o en menor medida, a toda la familia y que precisa de intervenciones en la misma para atenderlos desde esa perspectiva familiar. Finalmente, la Comunidad es el contexto en el que conviven y se interrelacionan las personas y las familias y que reúne una serie de características, recursos y activos de salud que influyen de manera muy particular en la salud de dichas personas y familias. De esta manera podemos decir que el equilibrio en salud se produce cuando personas, familias y comunidad son capaces de establecer una relación generadora de salud.

Así pues, queda clara la interacción que entre las personas y las familias se ha venido produciendo a lo largo de esta pandemia en función de contagios, posibles contagios y en todos los casos por efecto del confinamiento que nos hemos visto obligados a seguir.

La Comunidad, sin embargo, parece que haya quedado al margen del COVID-19, como aletargada, a la espera de que todo esto pase para recuperar su protagonismo. Como si ella no tuviese riesgo de contagio o no le afectasen las medidas del estado de alerta y, por tanto, nadie repare en ella, dado que la comunidad se ha visto prácticamente reducida al ámbito doméstico de cada uno de los hogares que hace, de los mismos, su propia y particular comunidad al no interaccionar con el exterior. Son como microcomunidades activas en una comunidad inerte.

Sin embargo, no es cierto que la pandemia no afecte a la comunidad, que no tenga efectos sobre ella y que, por lo tanto, una vez superada la crisis la comunidad se vaya a comportar como lo hacia antes de la misma. Porque el COVID-19 también ha contagiado a la Comunidad. Lo ha hecho, evidentemente, de manera diferente a como lo hace con las personas y a como influye en las familias, pero, sin duda, le afecta. Además, como sucede con las personas y las familias, la comunidad no es una, sino que hay muchas comunidades, en función de características comunes, normas establecidas, delimitaciones geográficas… que determinan contextos diferenciados en los que se establecen relaciones, necesidades, comportamientos también diferenciados. Y en base a todo ello podemos identificar también comunidades más o menos inmunodeprimidas que hemos venido en definir como vulnerabilidad, de tal manera que hablaremos de comunidades vulneradas en mayor o menor medida y, por tanto, con necesidades y demandas de salud diferentes.

En cualquier caso, la comunidad no es ajena a las personas y las familias que en ella se integran y que son quienes, en mayor o menor medida, le otorgaran la singularidad o idiosincrasia particular a la misma.

Así pues, en este tiempo de aislamiento, que también lo ha sido para la comunidad, no tan solo ha cambiado la imagen de la comunidad con sus parques vacíos, los bancos de los mismos desocupados, los colegios silenciosos del bullicio infantil, las pistas deportivas sin actividad, los bares y demás comercios cerrados, los centros culturales y de ocio sin posibilidad de ofertar nada, los transportes públicos bajo mínimos, las calles casi desiertas, las librerías como si de cementerios de libros se tratasen, las bibliotecas sin préstamos ni lectores, los gimnasios con sus aparatos en reposo, incluso en algunas ciudades y pueblos los centros de salud cerrados como si la salud ya no tuviese sentido por decisión de algunos iluminados, y tantos otros recursos comunitarios que como si de un encantamiento se tratase quedaron dormidos, inertes, casi muertos, a la espera de una recuperación de la actividad que nadie sabe a ciencia cierta ni cuándo ni cómo se producirá. Tan solo farmacias, supermercados, kioscos y estancos, permanecen de guardia para abastecer de medicamentos, alimentos y artículos de primera necesidad, prensa y tabaco a la ciudadanía confinada.

Y aquí me permito hacer un paréntesis para mostrar mi sorpresa por la decisión de mantener los estancos como un servicio esencial que lo que expende es tabaco, es decir, la droga legal causante de la muerte y enfermedad de miles de personas. Quiero entender que se quiere evitar un síndrome de abstinencia colectivo entre las/os fumadores, pero no deja de ser paradójico que se establezcan medidas de protección a la salud, promocionando o cuanto menos preservando el abastecimiento de aquello que se sabe positivamente va contra la propia salud individual, familiar y comunitaria. Menos mal que, al menos, las casas de apuestas no han tenido el mismo privilegio de apertura.

            Todos estos recursos comunitarios, salvo la excepción apuntada, actúan, por lo tanto, como potenciales activos generadores de salud y, por tanto, con poder para configurar, entornos saludables.

            Llegados a este punto es cuando cabe preguntarse si cuando las personas podamos salir del confinamiento y ocupar de nuevo los espacios comunitarios, los recursos que permanecieron inactivos serán capaces de recuperar su valor como activos de salud o la identificación de los mismos habrá sido modificada por efecto del aislamiento.

            Porque no se trata tan solo de la oferta que los recursos sean capaces de ofrecer, sino de la demanda que las personas hagamos, a partir de la nueva situación tras el estado de alarma, de ellos. Porque nada será como antes como tanto se está repitiendo, pero no lo será prácticamente para nada ni para nadie. El cambio de actividad laboral, la adaptación a otras formas de ocio, los cambios en los ciclos de sueño/actividad, la variación en nuestra alimentación, la falta de comunicación social o cuanto menos la diferente forma de llevarla a cabo, la pérdida de contacto físico y visual fuera de nuestras casas y familia, la modificación o pérdida de actividad física… son tan solo algunas de las consecuencias derivadas del aislamiento que tendrán consecuencias directas o indirectas y con mayor o menor incidencia en los recursos comunitarios y su potencialidad para ser identificados, o no, como activos de salud y por lo tanto de cómo podrán actuar de nuevo en la comunidad para favorecer un entorno saludable. Entorno saludable que, por otra parte, el letargo ha favorecido mediante el descenso de los niveles de contaminación tanto atmosférica, como sonora o lumínica, lo que viene a demostrar la influencia del COVID-19 en la comunidad y de la comunidad en el entorno.

            Pero, además, para que esta potencialidad de los activos de salud sea de nuevo una realidad se deberá recuperar la imprescindible participación comunitaria como elemento de dinamización de dichos activos de salud.

            Los centros de salud como recurso comunitario y potencial activo de salud, deben hacer un esfuerzo, a través de sus profesionales pero o sobre todo, a través de quienes tienen capacidad de decisión, por recuperar su condición comunitaria y alejarse del paradigma de enfermedad en el que ha permanecido durante más tiempo del deseado y que se ha visto fortalecido por efecto de la pandemia.

Así pues, las enfermeras comunitarias cuando recuperemos cierta normalidad en cuanto a nuestras competencias en el ámbito comunitario fundamentalmente, aunque no exclusivamente, desde los centros de salud, deberemos esforzarnos por fomentar, en primer lugar, la participación comunitaria que deberá ser analizada y debatida conjuntamente con las personas y familias que constituyen la comunidad con el fin de identificar que aspectos de la misma requieren atención para que sea realmente un proceso favorecedor del cambio y recupere, potencie o identifique los activos de salud que propicien un entrono saludable. Además, se deberán establecer los códigos de comunicación y trabajo compartido entre profesionales y ciudadanía que permitan llevar a cabo una participación comunitaria real, activa y comprometida, dado que la percepción recíproca entre ambas partes, posiblemente, se haya modificado tras la pandemia.

            Las enfermeras, como el resto de profesionales sanitarios, a pesar de abandonar su condición de héroes y recuperar su condición mortal de normalidad ya no serán vistas de igual manera por la población, lo que obligará a un ejercicio compartido que permita una relación alejada de la ficción de los héroes de Marvel y cercana a los mortales de la Salud. Por su parte, las enfermeras, deberán recuperar la visión autónoma de las personas y las familias, rota por efecto de la pandemia, con el fin de contribuir a restablecer en el mejor de los casos, o a instaurar en el peor de ellos, una ciudadanía autónoma, activa y participativa que sea capaz de generar un entorno saludable mediante la revitalización de la comunidad tras su proceso de aislamiento.

            Si nada será igual en nuestro regreso a la comunidad, al menos que la nueva realidad nos permita construir unos espacios más saludables que los que abandonamos cuando nos aislamos.

 

Y CUANDO ACABE LA CRISIS… De la fase de contagio a la de contingencia

Llevamos más de dos semanas de confinamiento y queda un periodo aún incierto de prolongación. Todas/os tenemos certera esperanza de que esto acabará y podremos volver a retomar nuestras rutinas, costumbres, actividades… aunque posiblemente no serán ya como eran. El tiempo y nuestra actitud lo dirán. Nadie puede afirmar de qué manera lo haremos. Porque el ataque del COVID-19, más allá de los contagios y las pérdidas humanas, va a afectar a nuestras vidas, al menos, durante un periodo de tiempo que tampoco nadie se aventura a determinar a pesar de que estamos en momentos en los que abundan los predictores y videntes.

Pero más allá de esos efectos en nuestras dinámicas vitales, que deberán ser analizadas y estudiadas convenientemente, como enfermeras comunitarias tenemos un reto por delante que debe ser identificado en su justa medida si queremos dar las respuestas que se requerirán y que van a estar muy íntimamente ligadas a la situación de crisis que ahora mismo estamos atravesando.

Por lo tanto, que nadie piense que la crisis acabará con la superación de la curva, de los contagios o de las muertes. Ese será un punto de inflexión importante que dará paso a otra realidad que ahora mismo no identificamos porque estamos demasiado absortos en lo que sucede diariamente para vencer al virus.

Más allá de cualquier valoración que deberá fundamentarse en estudios científicos que lo avalen, lo que ya nadie puede negar, porque es un hecho, es que la Atención Primaria de Salud (APS), durante esta fase de la pandemia, ha jugado un papel secundario, cuando no subsidiario o incluso residual. Este papel no ha sido asumido de manera voluntaria por parte de las/os profesionales de la APS, sino que ha sido impuesto por quienes siguen creyendo y apostando por un sistema de salud medicalizado, biologicista y hospitalcentrista como única respuesta posible para abordar la pandemia del COVID-19.

El cierre de centros de salud de APS o la mínima capacidad de acción que se les deja, conducen a una evidente incapacidad para llevar a cabo acciones eficaces y eficientes de atención directa a la población y de atención domiciliaria y comunitaria. Todo ello a pesar de los firmes posicionamientos de Sociedades Científicas y otras organizaciones que en ningún momento han sido tenidos en cuenta a pesar de las argumentaciones esgrimidas en los mismos, lo que no deja de ser una desconsideración a quienes han mostrado en todo momento una firme colaboración con el Ministerio de Sanidad en todo este proceso.

Los hospitales, los existentes y los que se construyen emulando la hazaña de China, se convierten en el único recurso sanitario para dar respuesta a un problema, que por su complejidad, precisa de respuestas múltiples y escalonadas en función de criterios claramente identificados pero obviados de manera sistemática.

Ni la realidad de España es la de China, porque los contextos, la cultura, la educación, las costumbres… son diferentes y requieren respuestas diferentes, ni las experiencias de países cercanos como Italia con una situación incluso más grave a la nuestra, nos sirve para evitar los errores por ellos cometidos y ya expresados en diferentes artículos científicos[1], [2], [3]. Por lo que se inicia una carrera sin precedentes por ampliar el número de camas hospitalarias y sobre todo de UCI.

Mientras todo esto sucede, no tan solo la APS, sino la Salud Pública y la Salud Comunitaria, actúan como meras espectadoras de una contienda bélica como se han empeñado en definir a esta pandemia con el justificar la respuesta hospitalaria que se está dando. Esta respuesta monopolística hospitalaria, sin duda, tiene que ver con los altos porcentajes de contagio de profesionales sanitarios y una situación límite en las residencias de la 3ª edad, al haber roto, con el cierre de los centros de APS, la imprescindible coordinación entre dispositivos sanitarios que tratase de dar respuestas diferenciadas a escenarios diferentes.

Pero, más allá de estas consideraciones, una vez concluya la fase de contagio, pasaremos a la fase de contingencia.

Y, en esa fase de contingencia, en la que no sabemos a ciencia cierta lo que sucederá o no sucederá, lo que si que podemos afirmar es que se presentarán problemas, demandas, situaciones… que van a requerir de una respuesta que ya no estarán en disposición a dar desde las UCI, ni desde los hospitales, convencionales o de campaña. Por una parte, porque habrá desaparecido “la enfermedad” derivada del contagio que es la que alimenta la primacía de los hospitales y del Sistema que lo sustenta como modelo de asistencia y por otra, porque con ello se querrá dar una imagen de retorno a la normalidad que será tan solo, eso, una imagen, pero muy poco real y creíble. Por lo tanto, a partir de ese momento de supuesta “normalidad” las respuestas deberán ser dadas desde APS, que deberá reabrir las puertas que nunca debieron cerrarse.

Las consecuencias derivadas de una pandemia, a las que, además del confinamiento preventivo, habrá que añadir el aislamiento al que se sometió a la población en general, con relación a sus referentes profesionales en APS que eran responsables de dar respuesta a cualquier aspecto que no tuviese que ver con el COVID-19, aunque “tan solo” fuese escuchando y dando respuesta a sus inquietudes, dudas o miedos, que a pesar de su gran efecto terapéutico, es despreciado por no tratase de una técnica invasiva, una tecnología de última generación o un medicamento. A los efectos individuales y familiares que derivados del contagio haya podido producir, habrá que añadir los derivados del propio confinamiento o del sufrimiento generado por el mismo. La soledad que se ha visto acompañada de un asilamiento que multiplica los efectos de la misma. Los vínculos familiares como consecuencia de una relación forzada por el confinamiento. Los efectos sobre la salud mental de personas frágiles. El aislamiento añadido sufrido por las cuidadoras familiares. El olvido de las personas con discapacidad. Las poblaciones vulneradas. La pérdida o distorsión de comunicación. La modificación de hábitos de alimentación y actividad física. El desempleo. La incertidumbre de una situación inestable y con claras desavenencias entre socios como los de la UE. La desestabilización de algunos problemas de salud que dejaron de atenderse durante el confinamiento. Con problemas comunitarios que deberán ser reconducidos. Una participación comunitaria que requerirá de grandes esfuerzos para hacerla comprensible tras el olvido o ninguneo al que ha sido sometida durante todo el proceso previo… son tan solo algunos ejemplos de las situaciones con las que las/os profesionales de APS se van a tener que enfrentar cuando la famosa curva se haya vencido.

La APS requerirá llevar a cabo una reformulación de su paradigma de atención si quiere ser eficaz y eficiente y no caer de nuevo en el paradigma asistencialista, medicalizado y subsidiario del hospital, porque si no, será incapaz de responder a las demandas que se sumarán a las ya existentes con anterioridad. Para ello, en primer lugar, deberá de dar sentido y coherencia a su nombre, el de Centro de Salud, recuperando precisamente la Salud, como foco fundamental de la atención y desplazando a la enfermedad como centro de atención exclusiva. Las/os profesionales, que estarán exhaustas/os de una actividad al límite de las fuerzas y con evidentes deficiencias de seguridad, deberán cambiar el chip hospitalario con el fin de abordar los problemas de salud de manera individualizada para dar respuestas integrales, en un contexto que todavía sufrirá las consecuencias del carácter bélico que se le imprimió. La atención familiar domiciliaria deberá retomarse con el fin de llevar a cabo intervenciones que traten de normalizar o cuanto menos equilibrar los efectos del aislamiento. La comunidad, requerirá de estrategias de intervención en muy diferentes ámbitos con el objetivo de recuperar entornos, hábitos y conductas, saludables. Todo ello con unas planillas que resultarán totalmente insuficientes fundamentalmente en número de enfermeras que serán las que mayoritariamente deban liderar estos cambios, aunque se precise del indispensable trabajo transdisciplinar de equipo, que, por otra parte, también deberá llevar a cabo un proceso de reflexión para adaptarlo a la nueva realidad.

Estoy convencido de que a pesar de todo esto, no se construirán centros de salud de campaña, ni se aumentarán las plantillas, ni se establecerán medidas especiales para poder responder como corresponde, ni se aumentará su presupuesto. Porque, entre otras cosas, las/os profesionales ya habrán perdido su consideración de héroes, ya no se les aplaudirá desde los balcones, ya no se harán esfuerzos para agradecer en cualquier comparecencia su aportación, se seguirá especulando con la definición y creación de plazas de enfermeras comunitarias especialistas, … y de nuevo la APS volverá a ser considerada eufemísticamente como la puerta de entrada a un Sistema de Salud en el que tan solo se identifica una puerta que, además, es la de la enfermedad y que no es otra que la del Hospital.

Va a hacer falta un gran esfuerzo de las/os profesionales en general y de las enfermeras comunitarias en particular para poder dar la respuesta que de nosotras se espera. Tan solo deseo que las fuerzas, la motivación, la implicación, la ilusión y el compromiso como enfermeras comunitarias no hayan sido arrebatados por el COVID-19 y por las torpes decisiones de cerrar los centros de salud de APS.

[1] Mirco Nacoti, MD, et al At the Epicenter of the Covid-19 Pandemic and Humanitarian Crises in Italy: Changing Perspectives on Preparation and Mitigation. NEJM. 2020. DOI: 10.1056/CAT.20.0080. https://catalyst.nejm.org/doi/pdf/10.1056/CAT.20.0080

[2] Wendy Galuser. Proposed protocol to keep COVID-19 out of hospitals. CMAJ. 2020 Mar 9; 192(10): E264–E265. doi: 10.1503/cmaj.1095852

[3] Greenhalgh T. Covid-19: a remote assessment in primary care BMJ 2020;368 doi: https://doi.org/10.1136/bmj.m1182

EL COVID-19 vs EL CUIFAM-00. Confinamiento y cuidados.

Mucho antes de que toda esta crisis empezase, bueno, básicamente desde siempre, un grupo de personas, fundamentalmente mujeres, llevaban no algunos días, ni meses confinadas en sus casas, sino años.

Se puede decir que se trata, en su caso, de un confinamiento voluntario, pero nada más alejado de la realidad. Sin embargo, podríamos establecer algún paralelismo entre su confinamiento y el que actualmente estamos obligados a cumplir la mayoría de las/os ciudadanas/os de nuestro país. En el caso del coronavirus, COVID-19, el confinamiento viene determinado por la instauración de un Estado de Alarma decretada por el gobierno. En el caso de este grupo de personas al que me refiero su confinamiento es consecuencia de una norma social determinada por la cultura y educación de nuestro país que identifica y etiqueta como cuidadoras a las mujeres por el simple hecho de serlo y que determina que las mismas tengan que asumir la responsabilidad social de cuidar que les ha sido asignada. Efectivamente me refiero a las cuidadoras familiares.

Las cuidadoras familiares[1] en nuestro país asumen por tradición cultural y por educación dicho rol desde el momento de su nacimiento por haberlo hecho como mujeres. A ello hay que añadir el importante sentimiento de culpabilidad, resignación y renuncia transmitidas fundamentalmente por la influencia de la religión católica que impregna, aún hoy, la cultura y la educación de nuestro país a pesar de los importantes avances en derechos individuales y colectivos de las mujeres desde el final de la dictatura. Esto hace que las mujeres, por una parte, asuman su rol de cuidadoras desde niñas, incluso a través de los juegos y la división de géneros en amplísimas facetas de su desarrollo, y por otra que si tienen la tentación de abandonar o compaginar dicho rol con otro de desarrollo personal, automáticamente se active el sentimiento de culpabilidad como mecanismo de alarma para que se abandone la idea y se incorpore la resignación como otro elemento compensatorio de esa tentación de libertad, lo que provoca, por otra parte, una hiperresponsabilidad en el cuidado asignado socialmente y que les corresponde de manera inequívoca e irrenunciable.

Así pues, podríamos decir que muchas mujeres en nuestro país están contagiadas del virus del cuidado familiar, que vendremos en denominar CUIFAM-00. Se trata de un virus con un alto poder de contagio a través de la educación, la tradición, la cultura y el machismo, como principales vectores de transmisión. Su contagio genera una infección latente y permanente de la que difícilmente se puede liberar al no existir vacuna ni tan siquiera tratamiento sintomático efectivo. Es, además, resistente a muchos tratamientos que incluso generan efectos colaterales como mal humor, ganas de llorar, ansiedad, estrés, aislamiento, soledad… Y, si finalmente se deciden a expresar sus necesidades, estas suelen ser interpretadas o percibidas desde la perspectiva médica que impregna la atención, mejor asistencia, de gran parte de las/os profesionales de nuestro sistema de salud, traduciéndolo en patologías como depresión, lumbalgia, cefalea… o lo que es aún peor, relacionándolas con procesos vitales de la mujer como la menopausia o la menstruación, anulando la capacidad de prestarles cuidados que es lo que realmente necesitan y demandan. Es la falta de respuesta en este sentido lo que, finalmente, acaba provocándoles ciertas patologías y no tanto el cuidado que ellas prestan. Si además las identificamos como colaboradoras de nuestro cuidado profesional en lugar de receptoras de cuidados, el CUIFAM-00 todavía tiene efectos mucho más letales.

Como comentaba al inicio, el aislamiento viene impuesto por la necesidad u obligación identificada, de prestar cuidados permanentes y continuados a otra persona del entorno familiar por su condición de persona con dependencia o necesidades especiales, en el domicilio. En el momento que aparecen los primeros síntomas del contagio, a saber, fundamentalmente dedicación intensiva al cuidado al familiar que debe compaginarse, en la mayoría de las ocasiones, con el cuidado al resto del núcleo familiar, se instaura un confinamiento que tan solo se ve interrumpido por salidas esporádicas relacionadas con aspectos ligados al cuidado (recoger medicamentos, visitas a profesionales de la salud…). Dicho confinamiento, al contrario de lo que sucede con el del COVID-19, no tiene fecha de finalización, ni tan siquiera previsión de la misma, es decir, se trata de un confinamiento, sine die, que determina la atención que requiera el familiar mientras perdure su falta de autonomía.

Por otra parte hay que destacar que el comportamiento del CUIFAM-00, tiene una altísima incidencia en mujeres, alrededor de un 80% con respecto a los hombres, pero además sus efectos son mucho más graves en las mujeres que en los hombres determinados básicamente por razones de cultura y educación, al ser los hombres mayoritariamente inmunes a la culpabilidad y la resignación, lo que genera un proceso menos lesivo para su salud, al lograr compaginar, sin efectos adversos, el cuidado al familiar con la respuesta dada a sus necesidades, al contrario de lo que les sucede a las mujeres.

En el caso del CUIFAM-00, además, los efectos sobre la salud de la cuidadora suelen ser lentos y progresivos, pero de una virulencia extrema sobre su estado general.

La sintomatología al inicio del proceso suele ser difusa, aunque se va incrementando de manera significativa conforme avanza el tiempo. Los signos son tanto físicos como psicológicos y se manifiestan alternando dolores articulares, cefaleas, decaimiento, ansiedad, sentimiento de culpa, irascibilidad, cansancio generalizado, trastornos del sueño, pérdida de apetito… que van incorporándose de manera progresiva y acumulativa, lo que provoca sensación de malestar general que, raramente identifica o relaciona con el cuidado, al tener claramente asumido que lo que hace es lo que le corresponde. Pero con ser importantes dichos signos, los efectos secundarios de los mismos suelen ser todavía peores. Me refiero a la soledad, a pesar de vivir acompañada, como consecuencia de la pérdida de redes sociales, de la comunicación con el resto de miembros de la familia con el consiguiente deterioro de los vínculos familiares y finalmente la pérdida de autoestima que se manifiesta con múltiples signos como la dejadez física, la pérdida de valoración personal, la sensación de inutilidad…

A pesar de toda esta florida manifestación de signos, difícilmente la cuidadora es atendida tanto por parte de sus familiares como por parte de las/os profesionales de la salud. O lo que es peor, ni tan siquiera reparan en ella como receptora de cuidados

La prolongación del proceso de cuidado provocado por el CUIFAM-00, puede desembocar en procesos patológicos graves o incluso en el conocido como síndrome del cuidador quemado, que puede llegar a desembocar, en ocasiones, en suicidio.

Esta grave situación, que padecen miles de cuidadoras en nuestro país, sin embargo, es prácticamente invisible a los ojos, tanto de la sociedad en general, como de los profesionales de la salud y de los decisores políticos en particular.

A diferencia de lo que sucede con el COVID-19, que las personas contagiadas son atendidas de manera muy eficaz y puntual por las/os profesionales de la salud, en el CUIFAM-00, las cuidadoras, suelen pasar desapercibidas y el cuidado que prestan las/os profesionales se centra en las personas a las que ellas cuidan, sin que prácticamente nadie repare en sus necesidades ya que no suelen verbalizarlas nunca. Todo ello a pesar de que asumen el 80% de los cuidados que la sociedad española precisa. Y nadie, sale nunca, ni a las 20:00 horas ni a ninguna otra hora, a los balcones ni a ningún otro lugar a aplaudirles. Su silencio es aterradoramente escandaloso, pero sin embargo casi nadie lo escucha ni se inmuta. Nadie comparece ni diariamente, ni nunca, para contar como evoluciona su contagio, ni sus vidas, ni sus necesidades. Ningún medio de comunicación se hace eco de ellas y de sus problemas. Ningún político y casi ningún gobierno legisla para protegerlas.

En este contagio del CUIFAM-00, influye mucho la sociedad patriarcal y machista en la que vivimos, por lo que las intervenciones que sobre el mismo deben ejercerse van mucho más allá de la adopción de medidas económicas para las cuidadoras como si de un carnet de racionamiento se tratase por los servicios prestados. La atención que se precisa debe ser integral, integrada e integradora, intersectorial y transdisciplinar. Pero en dicha atención son las enfermeras quienes tenemos mayor responsabilidad. Como cuidadoras profesionales que somos, debemos prestar cuidados a las cuidadoras para lograr que el CUIFAM-00 deje de provocar tantas y tantas víctimas entre las mujeres y hombres que actúan como cuidadoras familiares. Con la gran ventaja que, en este caso, no existe riesgo de que nosotras, como enfermeras, nos contagiemos del CUIFAM-00, porque nosotras tenemos en nuestras manos, conocimiento y voluntad, una importante respuesta inmunitaria para estas cuidadoras.

La vacuna, se tiene esperanza que se logre, pero la experimentación de la misma es larga, costosa y tiene potentes detractores, al tener que modificar el genoma patrio de nuestro país que mantiene activo el CUIFAM-00.

Así pues, cuando reconozcamos a tantas/os profesionales que actualmente están dando lo mejor de sí para vencer al COVID-19, cuando salgamos a aplaudirles, cuando les recordemos cada vez que hablamos… acordémonos de tantas cuidadoras familiares que diariamente y durante tanto tiempo llevan padeciendo el contagio del CUIFAM-00, sin que nadie se acuerde de ellas.

Y a ellas no les construyen hospitales de campaña, ni les dan EPI, ni les ofrecen la posibilidad de un hotel para descansar, ni tienen turnos por duros que estos sean, ni tan siquiera pueden trabajar en un equipo con el que sentirse apoyadas o respaldadas. Ellas, básicamente, están solas cuidando al 80% de las personas que precisan cuidados en nuestro país.

¿Nos podemos imaginar qué pasaría si se colapsara su cuidado?

Evidentemente todas las comparaciones son odiosas y esta posiblemente mucho más, pero quería llamar la atención sobre un colectivo tan importante como eternamente olvidado que creo merece, cuanto menos, el reconocimiento de todas/os, en estos momentos en los que el cuidado adquiere una dimensión que nunca antes había tenido, a pesar de estar siempre tan presente y de ser tan necesario en la vida de todas las personas.

Las cuidadoras y sus cuidados siempre serán importantes, pero debemos tener en cuenta a quienes lo prestan para que no queden al margen de nuestros cuidados enfermeros. Su confinamiento también puede acabarse. De todas/os depende en mayor o menor medida. No sigamos alimentando y manteniendo oculta esta realidad.

Es lícito y necesario seguir exigiendo que se reconozca nuestra aportación enfermera, pero que esta digna reivindicación no nos impida identificar la aportación de las cuidadoras. ¿Hablamos de héroes?

Vaya por delante este grandísimo y merecidísimo aplauso desde el balcón de este Blog para todas las cuidadoras familiares.

[1] Usaré el término genérico de cuidadoras por respeto al número de mujeres que lo asumen.

PROFESIONALES MEDIÁTICOS (PERIODISTAS) Y ENFERMERAS

Lo de los medios de comunicación y quienes los lideran, es decir, los periodistas, da para una seria reflexión.

Se puede entender que nadie, por informado o preparado que esté, tiene capacidad para identificar, entender y transmitir todos aquellos aspectos que tienen que ver con los múltiples sectores profesionales, sociales, económicos, educativos… que generan noticias.

Se puede disculpar que, en un momento dado, alguien equivoque la denominación, clasificación, identificación, de aquello de lo que se habla o escribe.

Se puede admitir que el lenguaje propio de una determinada profesión, ciencia, disciplina u oficio escape al entendimiento de quien tiene que informar de tantos temas como se presentan diariamente.

Todo esto se puede entender, disculpar y admitir.

Lo que ya no puede entenderse, disculparse ni admitirse, es la confusión reiterada, machacona y sistemática que diariamente y de forma generalizada transmiten con relación a diferentes temas, quienes se dicen profesionales de la información, que vienen a ser las/os periodistas, a pesar, también sea dicho de las constantes llamadas de atención que al respecto se les traslada.

Para no ir con rodeos me refiero a la contribución que estas/os periodistas, la mayoría de ellas/os,  hacen cuando informan, o tratan de informar, sobre todo aquello que tiene que ver con la salud, la sanidad o sus profesionales.

Estamos hablando de un sector, de un ámbito, de un tema, de una realidad… que no es esporádica, puntual, pasajera, ni mucho menos desconocida.

Mucho antes de que apareciera la pandemia, que actualmente ocupa la mayor parte del tiempo informativo de todos los medios y de sus profesionales, las noticias relacionadas con la salud, la sanidad o sus profesionales, ocupaban un espacio importante en sus respectivos medios, al tratarse de un aspecto de gran sensibilidad social y de incuestionable trascendencia para las personas y sus entornos. Así pues, no existe la excusa de que es algo nuevo, de lo que no hay información suficiente, o de que esta sea confusa o incluso complicada de obtener. Estamos hablando de algo cotidiano, conocido, claro, concreto, conciso… por lo que los errores permanentes a los que nos tienen acostumbrados de manera reiterada las/os periodistas, no pueden considerarse como accidentales, sino que obedecen a una manifiesta indolencia, dejadez, desinterés, indiferencia… ya que me resisto a creer que se deba a ignorancia hacia lo que se habla y hacia quien se pretende informar, cuando realmente lo que se hace es justamente todo lo contrario, desinformar y confundir. En cualquier caso, la ignorancia casi sería el peor de los males, porque con aprendizaje se podría corregir la falta de aptitudes, pero la actitud, la conducta, el hábito, bien sabemos las enfermeras, lo que cuestan de cambiar.

Sin necesidad de retrotraernos a tiempos pasados y centrándonos en la acaparadora actualidad del coronavirus, estas/os profesionales de la información o de los medios que vienen en llamarse periodistas, están haciendo un daño tremendo con su pertinaz, incomprensible e inadmisible confusionismo, y tergiversación, cada vez que hablan de temas relacionados con la salud, pero muy especialmente cuando lo hacen de las enfermeras, que es en lo que me voy a centrar.

Para empezar a estos profesionales, les cuesta entender que existan otros profesionales en la sanidad que no sean los médicos. De igual manera que les cuesta entender que no es lo mismo hablar de salud que de sanidad, pero este es otro tema.

Esta pandemia, además de los muchos efectos negativos que ha generado para la sociedad en su conjunto, también nos ha aportado la posibilidad de que se empezase a visibilizar y reconocer a otros profesionales que no fuesen los médicos, que, por supuesto, merecen reconocimiento, pero que no lo tienen en exclusiva ni tan siquiera siempre es el máximo en cualquier escenario, actuación o situación, aunque les cueste de entender a estas/os informadoras/es.

En ese reconocimiento se optó por globalizar y denominar como profesionales sanitarios a todas/os las/os que actuaban directamente y en primera línea contra el coronavirus, es decir, enfermeras, médicos, auxiliares de enfermería, administrativos, celadores… Nada que objetar. Se trata de un trabajo en equipo que requiere de la participación activa y coordinada de todas/os las/os profesionales.

Pero esta denominación, que incorporaron de manera artificial y forzada, por lo visto y oído, pronto dejó de ser la habitual para pasar, o bien a hablar únicamente de médicos, o hablar de médicos y personal sanitario, en un ejercicio que supera los límites de la realidad científica y del sentido común. Porque, mientras no sean capaces de demostrar lo contrario estos profesionales mediáticos, los médicos son también profesionales sanitarios, con lo cual no hace falta que los disgreguen del colectivo, ya que no forman un ente aparte.

A estas alturas aún hay que seguir recordándoles de manera constante que las enfermeras somos enfermeras y no ATS, que las enfermeras nos denominamos así, enfermeras y no nos sentimos discriminados quienes no somos mujeres, que las enfermeras somos universitarias, que las enfermeras somos científicas e investigadoras aunque no estemos en un laboratorio con probetas, que las enfermeras podemos ser doctoras sin necesidad de ser médicos, que las enfermeras tenemos competencias autónomas, que las enfermeras pertenecemos a Sociedades Científicas, que las enfermeras formamos parte de una profesión, una disciplina y una ciencia que es la enfermería y que esta no es tan solo un lugar de curas o el lugar donde llevan a los toreros corneados en las plazas de toros, que las enfermeras tenemos especialidades y somos especialistas, que las enfermeras prestamos cuidados… si esto, entre otras muchas cosas, fuesen capaces, no ya de entenderlo, pero si al menos de interiorizarlo para que transmitieran una información veraz, real y actualizada, habríamos adelantado bastante. Si no lo hacen por las enfermeras, al menos podrían intentarlo hacer por respeto hacia sus lectores, oyentes o telespectadores.

Pero resulta mucho más sencillo y cómodo, por lo que se ve y escucha, el recurrir a los tópicos y estereotipos que socialmente están presentes aún y a los que, con su actitud, contribuyen a perpetuar. Porque las enfermeras somos mucho más que simpáticas y cariñosas. Lloramos, sí, pero como cualquier ser humano que tenga sentimientos y no contenga artificialmente sus emociones. Sufrimos ante la pérdida de derechos, de libertad, de igualdad, de salud… como lo puede hacer cualquier otro ser humano. Porque todo esto, forma parte de nuestros cuidados humanitarios, pero tras ellos hay conocimiento, ciencia, evidencias, aprendizaje, pensamiento crítico, reflexión, investigación… y todo esto ni puede ni debe continuar siendo ignorado y ocultado por los medios de comunicación y quienes a través de ellos lo hacen, es decir, las/os periodistas. Porque haciéndolo, además, menosprecian y desvalorizan el cuidado que es imprescindible para que las personas puedan afrontar sus procesos de salud – enfermedad de manera integral y personalizada, para que puedan ser autónomas, responsables, partícipes de sus decisiones, para que sepan manejar sus emociones y sentimientos ante la adversidad o la pérdida, para que sepan gestionar sus recursos personales, familiares y también los comunitarios, para que, cuando ellos cuidan de alguien, sepan compaginar el cuidado prestado con el autocuidado… Porque todo eso, y mucho más, es cuidar. Porque ser enfermera, como ser periodista, es fácil únicamente es cuestión de estudiar y aprobar. Ahora bien, lo complicado, lo verdaderamente difícil es ser buena enfermera, porque para serlo hay que sentirlo y creérselo. Por eso nos duele que no sean capaces de trasladar todo esto y tan solo se queden en lo anecdótico, cuando no, en la caricatura.

Resulta paradójico que quienes hasta hace muy poco se quejaban amargamente del poco reconocimiento que tenían, de lo poco que se valoraba su trabajo, de que no se les reconociese como periodistas, de que tuviesen tanto intrusismo que les invisibilizaba… ahora no hagan un esfuerzo por reconocer, tan solo reconocer y transmitir, lo que como profesionales somos, es decir enfermeras. No pedimos ni más ni menos reconocimiento que otros, tan solo el que tenemos y por el que debemos ser conocidas y reconocidas.

Por último comentarles, por si no son conscientes de ello, que como enfermeras y por tanto profesionales sanitarios y de la salud, estamos en disposición de participar y aportar nuestro conocimiento específico en todos aquellos temas relacionados con la salud su promoción, mantenimiento o recuperación, desde una perspectiva diferenciada y diferenciadora al de otras disciplinas y que por tanto es importante e interesante que en sus informaciones incorporen la pluralidad de perspectivas de cualquier tema sobre el que hablen o debatan en sus programas. La audiencia, sin duda, se lo agradecerá y la ciencia también. Porque desde la diversidad y la diferencia se construyen mensajes, discursos y soluciones mucho más ricas.

En ningún momento he tenido el ánimo ni la intención de faltar al respeto que como periodistas merecen, pero si de llamar su atención cuando en lugar de reconocerles como tales se hace con denominaciones ambiguas, neutras o incluso descalificadoras, que entiendo puedan molestarles, como a nosotras nos molesta lo que ustedes hacen a diario. Esa y no otra ha sido la intención de esta reflexión que nos gustaría compartiesen y tratasen de entender con una perspectiva más cercana, pero, sobre todo, con el necesario interés para no volver a cometer los mismos e incomprensibles errores que deforman nuestra realidad. Y, al menos hasta donde yo sé, ese es su principal objetivo, informar y no deformar.

Desearía que fuesen conscientes de lo importante que esto es para las enfermeras y que hiciesen un pequeño esfuerzo por reconocernos y respetarnos. De lo contrario deberemos seguir insistiendo nosotras para lograrlo.

EDUCACIÓN SEXUAL Y REDES SOCIALES

Chantal Benzal Martínez, Andrea Agulló Quesada, Kate Mary Birtlr y Ana Cerecedo Gómez, alumnas de 4º grado de Enfermería de la Universidad de Alicante, nos presentan este vídeo realizado en la asignatura de Intervención Comunitaria, con el que nos quieren hacer reflexionar sobre la importancia de la educación sexual, las redes y la familia. En medio de la crisis sanitaria que estamos atravesando, que nos obliga a estar en casa, sería bueno que analizásemos si realmente no se pueden hacer las cosas de otra manera.

 

 

MIEDOS, POBLACIONES VULNERADAS Y EFECTOS COLATERALES.

A todos no ha pillado desprevenidos este ataque vírico. Quien diga lo contrario miente.

Nadie esperaba algo así, por mucho que nos estuviesen pasando un trailer desde China de lo que era la “película” que pronto llegaría a todos los países. Las imágenes impactaban, pero estaban lejos y no las contemplábamos como realidad. Hasta que la realidad sobrevino y nos pilló pensando que aún era todo ficción, a pesar de que el trailer ahora nos llegaba desde la cercana Italia, sin que esto nos generase tampoco máxima inquietud. Y comprobamos que la realidad siempre supera a la ficción, aunque nos resistamos permanentemente a creerlo.

Ante este sunami en forma de pandemia que arrasó e inundó, casi de golpe, nuestros ciclos vitales para retornarnos a una especie de claustro materno seguro y protegido como son nuestros hogares, en el que percibimos todo lo que sucede a nuestro alrededor, pero desde una posición de autodefensa impuesta que asumimos, en gran medida, con resignación y también con alivio ante lo que sucede en el exterior.

Pero ni antes del sunami éramos unos inconscientes por mantener las costumbres, los ritos, las reuniones, las celebraciones o las reivindicaciones sin adoptar medidas especiales de protección, ni después con el estado de alerta somos unos exagerados por reducir a lo mínimo indispensable el contacto con el exterior. Simplemente no sabíamos la que se nos venía encima. Pero ni nosotros, ni nadie. Estábamos todos extremadamente seguros de nuestro poder de contención, protegidos por un Sistema de Salud excelente y unas/os profesionales extraordinarias/os, aún antes de convertirse en héroes.

Pero cuando la gigantesca ola en forma de pandemia llegó a nuestro país llevándose consigo la seguridad, la confianza, la tranquilidad, la despreocupación… y dejando a su paso una gran incertidumbre, empezamos a darnos cuenta de la magnitud del problema. Nunca antes, nadie, lo había hecho.

Pero ahora salen los falsos profetas, los adivinos, las pitonisas, los videntes… que alardean en sus profecías y augurios de lo que, según ellos, ya se veía venir. Pero no contentos con sus falsos vaticinios, ya que realmente se trata de simples alaracas y sermones culpabilizantes, se permiten el lujo de anunciar lo que nos espera como si de una plaga divina se tratase y señalan sin pudor a quienes identifican como únicos culpables de lo que está sucediendo y de lo que queda por suceder en un nuevo ejercicio adivinatorio. Siendo, en muchos casos los acusadores y predictores, quienes en anteriores épocas propiciaron la debilidad de un Sistema de Salud que aun considerándose excelente, estaba desnutrido y débil, por la pérdida progresiva de inversión a la que lo habían ido sometiendo y ahora se erigían en acusadores oportunistas.

Y con sus discursos tremendistas, alarmantes y sensacionalistas, perfectamente calculados y conscientemente utilizados, lo único que generan es miedo, incertidumbre, ansiedad y desconcierto, no solamente innecesarios, sino ciertamente inapropiados, aunque claramente buscados, obviando e ignorando las recomendaciones de científicos, expertos, eruditos, profesionales… que solicitan calma, reflexión y solidaridad para vencer los efectos de la pandemia.

Y ese miedo, poco a poco, va calando en una ciudadanía ejemplar que sigue, mayoritariamente, las recomendaciones y normas derivadas del estado de alerta, creando en ella dudas e incorporando reservas que se traducen en comportamientos ciertamente peligrosos y rechazables, a los que además contribuyen, como si de palmeros se tratasen, algunos medios de comunicación y, por supuesto, las redes sociales con su inmenso poder de difusión y de influencia en el comportamiento de sus millones de seguidores que, sin contrastar la información recibida, contribuyen masivamente a difundirlo de inmediato, ejerciendo el mismo efecto de congio del miedo, que el que provoca el coronavirus.

Y, poco a poco, empiezan a aparecer señales de estigmatización que nos llevan al aislamiento, superior claro está al que ya estamos obligados a cumplir, señalándolos como si de apestados se tratasen y ejerciendo medidas disuasorias particulares para evitar, por ejemplo, su circulación, a través de cuadrillas espontáneas de una falsa seguridad ciudadana, cuando realmente se trata de elementos incontrolados de violencia callejera aunque se ejerza desde los balcones.

Mientras tanto las/os héroes en que hemos erigido a las/os profesionales sanitarios, agotan sus fuerzas dando lo mejor de si a pesar de las carencias del excelente Sistema de Salud que nunca pudo prever una situación similar, por mucho que haya quienes se empeñen en decir, interesadamente, por ignorancia o por mala fe, lo contrario. Carencias difíciles de suplir ante los mecanismos defensivos de quienes prevén les pueda llegar próximamente el sunami y que justificaría la relajación incomprensible con la que se ha mostrado y se sigue mostrando una débil y dividida Unión Europea que aún no se ha recuperado del brexit británico, yendo en contra de uno de sus principios básicos de convivencia como es la solidaridad.

Pero volviendo al ámbito doméstico, parece como si este terrible sunami tuviese efectos devastadores en igual medida para toda la ciudadanía. Lo que no deja de ser una nueva distopía que debe ser despejada para identificar la realidad. Porque nada más lejos de ser cierto. En esta pandemia existen claras desigualdades y poblaciones vulneradas a las que afecta de manera muy desigual. Tanto la pandemia propiamente dicha, como por ejemplo a las personas de la 3ª edad y especialmente a las que están institucionalizadas en condiciones que hasta la fecha no hemos querido ver, como las consecuencias derivadas del estado de alarma y su consecuente aislamiento para familias que conviven en viviendas con claras deficiencias de habitabilidad y hacinamiento que se hacen particularmente graves con estas medidas que, al menos teóricamente, son de protección y contención. Lo que no sabemos a ciencia cierta es si nos estamos protegiendo del virus o de estas poblaciones, o ambas a la vez. Porque, además, al aislamiento familiar, hay que añadir el aislamiento colectivo que en estas poblaciones vulneradas de produce como efecto colateral de las medidas impuestas, al tener problemas de abastecimiento o de movilidad para el mismo.

Pero también están las personas con discapacidad y sus cuidadoras en las que, a su confinamiento habitual, hay que sumar el aislamiento sobrevenido como consecuencia de la pandemia, lo que provoca efectos muy desfavorables en una población ya de por sí muy vulnerada. Y las personas en soledad sin red social ni familiar que a su ya usual aislamiento se suma el que socialmente se ha decretado, dejándoles en condición de suma fragilidad.

Quienes tan solo cuentan con su trabajo y sus medios para lograr un salario, muchas veces precario, que ahora pierden como consecuencia de aquello que en teoría les protege, disfrazándose con la etiqueta de ERTE como si de una garantía de recuperación se tratase, cuando nadie descarta que cuando se supere la crisis sanitaria y nos invada la crisis económica que dejará como lodo el sunami, se perderá la R y acabará siendo un ERE, con todas las consecuencias que para la salud tiene dicha consecuencia o efecto colateral. Todo ello sin contar con la oportunidad que ofrece para algunos desalmados esta pandemia a la hora de aplicar aquello que, sin la misma, les resultaría más complicado llevar a cabo. Todo ello, además, por mucha vigilancia que se diga imponer para evitarlo, dada la gran habilidad para sortear los obstáculos, y que hemos venido en llamar picaresca. Pero ya se sabe que, a río revuelto, ganancia de pescadores, siendo los pescadores los habituales de siempre.

Por lo tanto y dado que la condición humana se caracteriza, entre muchos otros aspectos, por su vulnerabilidad. Y que cuidar es una respuesta a la fragilidad o vulnerabilidad de la persona, tal como dice Hans Jonas[1] en su obra El principio de responsabilidad, “la responsabilidad se puede definir como la obligación de cuidar de otro ser humano vulnerable”. Siendo la irresponsabilidad el olvido del otro, el desprecio de su persona. Así pues, las enfermeras, tenemos la inmensa responsabilidad de cuidar a estas personas, a estas familias y a estos colectivos que, sin duda, sufrirán los efectos de la pandemia, más allá de que hayan sido o no contagiados.

Pero no podemos olvidar tampoco a las/os profesionales de la salud que soportan los vaivenes de la incertidumbre científica, del desconcierto político de sus decisores, del enfrentamiento partidista de los políticos, de la insensatez oportunista de algunos medios de comunicación… y que acaban situándoles, paradójicamente, como una de las poblaciones de mayor riesgo, no tan solo del contagio sino de situaciones de estrés y ansiedad que ya han provocado algún suicidio, como en Italia, por ejemplo.

Profesionales que lamentablemente tendrán poco tiempo de recuperación, porque retiradas las aguas devastadoras del sunami, emergerán las miserias en forma de problemas de salud derivadas tanto por efecto del coronavirus directamente como por parte de las medidas protectoras que se instauraron para vencerle, como ya hemos descrito. Las UCI dejarán paso a la necesaria intervención individual, familiar y comunitaria para tratar de dar respuestas colectivas fundamentalmente en una Atención Primaria que ha sido ninguneada, menospreciada e ignorada en una crisis que se ha entendido tan solo en la clave hospitalaria en la que, lamentablemente, entona sistemáticamente nuestro Sistema Sanitario. Será tiempo de que la Atención Primaria y sus excelentes profesionales sepan y quieran incorporar una clave diferente que permita dar las mejores respuestas a la sociedad maltrecha y vulnerada que nos va a dejar el coronavirus y quienes se han empeñado en ayudarle con sus adivinaciones, mensajes o decisiones. Será tiempo de despejar el miedo para empezar a construir una nueva realidad más sostenible, saludable y solidaria.

Pero será tiempo también para que la Salud Pública deje de ser un simple y prescindible sector administrativo de la Sanidad y pase a convertirse en una Agencia de Salud Pública independiente y respetada, como voz autorizada en salud.

Al quitar las mascarillas quedará al descubierto la verdadera imagen de quienes pasarán de héroes designados a profesionales que es lo que siempre han sido y querido ser. Será tiempo, entonces sí, de reclamar lo que les corresponde de verdad más allá de los aplausos en los balcones. Su reconocimiento real, para que la excelencia del Sistema de Salud no recaiga tan solo en la excelencia de sus profesionales y su capacidad de respuesta incluso en condiciones desfavorables. Para que, por ejemplo, las enfermeras sean definitivamente reconocidas y reconocibles por la población, los medios de comunicación y los políticos como profesionales autónomos, responsables y con aportaciones específicas y únicas en la promoción, conservación y recuperación de la salud individual y colectiva.

[1] Jonas H. El principio de responsabilidad. Barcelona: Herder; 1995.

ESTUDIANTES DE ENFERMERÍA, CORONAVIRUS Y ÁNGELES DE LA GUARDA

La pandemia del coronavirus parece ya una realidad cotidiana. Se está empezando a naturalizar y esto siempre es un riesgo. Por una parte, por la relajación que puede provocar con la consiguiente bajada de brazos y la consecuente mayor exposición al contagio. Por otra, por la sensación de “normalidad” que se instala en muchas/os de nosotras/os ante el constante aumento de contagiados y muertos por el virus. A ello hay que añadir la incesante labor de muchas/os profesionales que pasa a considerarse parte de la rutina diaria del estado de alarma, a la que se incorpora, incluso, la salida sistemática para aplaudirles.

No se trata de que estemos mortificándonos diariamente con las consecuencias que, para nuestras vidas, como sociedad y como personas individuales, tiene. De eso ya se encargan, con mayor o menor fortuna, los medios de comunicación con sus magazines diarios sobre el coronavirus. Se trata, básicamente de dar el justo valor a lo que se está viviendo y cómo se está viviendo. Ni con la alarma ni el sensacionalismo inicial, ni con la relajación y la naturalización que poco a poco va instalándose en la mayoría de nosotros.

La falta de personal sanitario, por ejemplo, es una de las preocupaciones que está provocando esta crisis que, sin estar resuelta, ha pasado a no ser identificada como una preocupación por quienes desde el confinamiento forzoso acaban aislándose de una realidad que, en la mayoría de los casos, tan solo conocen a través de los medios o, lo que es peor, a través de las redes con la hemorragia permanente de las conocidas “fake news” a las que con tanta normalidad como preocupación, no tan solo se les da crédito sino que se colabora en su difusión, contribuyendo a la confusión y la generación de falsas creencias que incluso se posicionan en contra de las recomendaciones científicas

Así pues, para tratar de paliar la falta de personal sanitario en general y de enfermeras en particular se han regulado una serie de acuerdos o normas que posibilitan la contratación de estudiantes de 4º curso de enfermería como personal auxiliar.

Más allá de la oportunidad de la medida y de su aportación real a los problemas generados en los centros sanitarios, considero que la misma no ha sido convenientemente analizada y consensuada con las partes para llevarla a cabo, empezando por los representantes de las/os propias/os estudiantes que asisten con perplejidad a la subasta que de ellos se está realizando para su contratación.

Esa falta de análisis, desde mi punto de vista, es fundamental y su ausencia genera una serie de interrogantes que van más allá de la llamativa respuesta que su participación puede aportar, sin reparar en las consecuencias que la misma pueda generar en ellas/os mismas/os y en la atención que vayan a prestar.

Son muchas las voces que apoyan la medida por entender que como estudiantes de 4º a punto de ser graduadas/os están suficientemente preparadas/os para incorporarse de inmediato a esta contingencia como, de no existir, hubiesen hecho unos meses más tarde para suplir las vacaciones estivales. Esto en si mismo es una falacia por varias razones. Por una parte, no se puede comparar la incorporación a un escenario tan complejo como este al que harían cuando estuviesen graduadas/os. Es cierto que no se incorporarán como enfermeras, sino como personal auxiliar (al menos en teoría y contractualmente), lo que obliga, por una parte, a su supervisión por parte de las enfermeras con las que trabajarían, como si estudiantes en sus practicums se tratasen, y por otra a las dudas que plantea el que no vayan a paliar la verdadera falta de atención que genera la ausencia de enfermeras. Ello, además, puede generar un efecto búmeran, ya que superada la crisis puede identificarse por parte de algunos sectores interesados como que no es tanta la falta de enfermeras lo que hace falta sino de personal auxiliar, lo que repercutiría negativamente en la racionalización de las plantillas mediante el ajuste de ratios que tanto hace falta. Y de todo ello se desprende, además, que finalmente lo que se hace es contratar mano de obra barata para responder a una contingencia especial que, indudablemente, requiere de otras propuestas.

Pero es que además este argumento de, si pueden incorporarse en unos meses por qué no van a poderlo hacer ahora, es también, en sí mismo, una trampa. Considerar que una enfermera recién graduada está capacitada para pasar del aula a una unidad especial o un consultorio rural en el que está ella sola, es realmente una temeridad por mucho que se esté haciendo habitualmente. Y es una temeridad por tres razones fundamentales. La primera por la propia enfermera a la que se le somete a un riesgo tan innecesario como peligroso para su desarrollo profesional y que puede conllevar a graves consecuencias como ya ha sucedido en más de una ocasión sin que después nadie responda por ello, salvo, claro está, la propia enfermera. La segunda por la seguridad de las personas a las que se va a atender, por lo que se debe asegurar que quien lo vaya a hacer tenga las competencias y la experiencia suficiente para poder responder como se espera ante situaciones complejas, lo que debiera exigir que, al menos en diferentes puestos, enfermeras recién graduadas no ocuparan estos puestos. Finalmente, por la propia organización como garante de la calidad que deben prestar sus profesionales y que difícilmente puede asegurar con contrataciones de esta índole. Pero en un país en el que, por una parte, muchas de las denominadas carreras profesionales implantadas se basan en criterios exclusivamente de antigüedad y en el que la catalogación y definición de los diferentes puestos de trabajo no existen, da como resultado el que las enfermeras sigan siendo identificadas como profesionales todo terreno que lo mismo sirven para un roto que para un descosido, lo que finalmente acaba por ser un grave problema para el necesario y reclamado reconocimiento profesional. Por lo tanto, y en coherencia con lo dicho, considero que, si una enfermera recién titulada no debiera poder ser contratada para cualquier puesto, menos aún y aunque sea como personal auxiliar lo deben ser estudiantes por mucho que se entienda que su incorporación podría ser una experiencia única. Inventos con la gaseosa únicamente, por favor.

Argumentar que las/os directoras/es enfermeras/os tienen competencias de gestión suficientes para saber manejar esta situación y, por tanto, racionalizar este personal y cómo articularlo en los equipos, en teoría está muy bien, pero todas/os sabemos que esto, finalmente, no solo no es así sino que además escapa a su gestión dado que lo urgente impide dar respuesta a lo verdaderamente importante, y más aún en un escenario como en el que nos encontramos, sin entrar en otra serie de consideraciones que merecerían un comentario específico.

Pero, sin duda, esta es otra de esas situaciones que hemos acabado por naturalizar e incorporar a la normalidad de una rutina tan inconsistente como peligrosa.

Esta contratación, que ya se está llevando a cabo en algunas comunidades autónomas, además, se realiza cuando existen alternativas que aún no se han consumido o ni tan siquiera contemplado.

No deja de ser curioso que se autorice dicha contratación y que por otra parte se plantee la prolongación de la residencia de especialistas enfermeras en formación por un año más. Enfermeras tituladas y a falta de dos meses de ser especialistas, para las que no se contempla contratarlas como enfermeras sino que sigan como profesionales en formación, lo que obliga por una parte a que tengan que seguir tutorizadas con lo que ello reporta en estos momentos y que se pierda la posibilidad de contar con enfermeras de primer nivel, para ahorrarse un 35% de sueldo que es la diferencia entre su salario como residentes al de una enfermera titulada.

Resulta poco comprensible también el que se obvie literalmente la oferta realizada por muchas enfermeras tituladas en otros países con la excusa de que no tienen homologados sus títulos, cuando además su oferta es altruista y voluntaria.

Que, en estas circunstancias, además, se siga gestionando la contratación de enfermeras con los criterios de bolsas que no obedecen para nada a una situación como la que estamos atravesando y que conducen a situaciones tan surrealistas como sancionar a enfermeras por no aceptar un contrato por estar trabajando en residencias de la 3ª edad, también públicas, aunque dependientes de otra consejería, es otra de las razones de la sinrazón a la que estamos asistiendo.

A todo lo apuntado y sin entrar en cuestiones contractuales o de cobertura legal, hay que añadir el riesgo potencial de contagio al que se les somete a las/os estudiantes y a sus familiares y las consecuencias que podrían derivarse de ello.

Este planteamiento es, repito, muy personal y por tanto sujeto a un debate que más allá de círculos concretos informales no se ha llevado a cabo y por tanto entiendo que es totalmente cuestionable, pero no por ello menos necesario. Por tanto, es otro de los muchos temas que quedará en el debe que tendrá que saldarse una vez superada la crisis y, contando con que todo evolucione como suele hacerlo, es decir, sin sobresaltos excesivos a pesar de los riesgos que se asumen. Eso que el saber popular traduce como que todos tenemos un Ángel de la Guarda a nuestro lado. Porque de no haberlos, debiéramos ponernos a rezar para que apareciesen.

EL PODER DE LA PALABRA

Llevamos casi dos semanas de confinamiento y más de tres meses oyendo hablar del coronavirus y los estragos que ocasiona, desde que empezó en China y lo contemplábamos como un hecho aislado y exótico del gigante asiático.

Pero ni la distancia, ni las fronteras, ni la cultura, ni el idioma… fueron impedimento para que finalmente llegase a nuestro país para instalarse, tras hacerlo previamente en Italia. De nada sirvieron los antecedentes, los avisos, las precauciones anunciadas, las evidencias… para que sucediese y desencadenase una situación de miedo, incertidumbre y movilización social sin precedentes en nuestra historia, que acabó con la declaración del Estado de Alarma que nos mantiene confinados.

Al inicio de este estado excepcional todo parecía controlado y las voces, y con ellas las palabras que daban forma a los discursos, unitarios y contenidos, en un intento de evitar la desestabilización de una situación tan delicada en un contexto tan convulso y fragmentado políticamente hablando. Los políticos y los partidos a los que representan establecieron una tregua en su discurso descalificador y destructivo para unirse, aún con reservas, a las medidas adoptadas por el ejecutivo de coalición que tantos recelos y reservas genera entre la inmensa mayoría de fuerzas parlamentarias. Hasta las desestabilizadoras redes sociales parecieron contagiarse de cierta cordura y se dedicaron a la circulación de mensajes positivos. Incluso los medios de comunicación, tras unos inicios de alarmismo y sensacionalismo evidentes en busca de audiencias, lograron moderar sus análisis y dedicarse a informar de manera más objetiva y menos agresiva.

Pero el tiempo fue pasando y con él la aparición progresiva de los contagios, muertes, problemas de abastecimiento, deficientes medidas de protección, colapso del sistema sanitario, sanciones por incumplimiento del confinamiento y, por qué no decirlo el hastío que parecía generar tanto consenso, dieron paso a voces menos conciliadoras, menos contemporizadoras, menos permisivas, menos solidarias, para pasar a convertirse en voces cargadas de dobles intenciones, de acusaciones veladas o no, de reproches, de advertencias, de descalificaciones, de interpretaciones… que rompían el pacto no firmado de todos a una contra el único enemigo real que no es otro que el coronavirus.

Hay que destacar que la alerta inicial ante la crisis, hacía que los oradores, fuesen los que fuesen, tuviesen cuidado con lo que decían, expresaban y trasladaban a la opinión pública o a los medios de comunicación. Pero el cansancio, el estrés, la avalancha de datos, las interrogantes que se generaban, las demandas que se trasladaban… han ido mermando la atención y consecuentemente ha provocado que determinados mensajes se verbalicen sin el filtro de la depuración y la contención, provocando expresiones, que, sin ser adecuadas, no siempre son dichas con la intención con la que luego se decodifican, interpretan o simplemente se trasladan de manera capciosa e interesada.

Porque las palabras, como decía Von Schiller[1] …son siempre más audaces que los hechos” y esto lleva a que uno/a sea esclavo/a de las mismas y sea, por tanto, castigado como tal por su atrevimiento, descuido o mal intención, que de todo hay. Pero sin olvidar tampoco que la palabra es mitad de quien la pronuncia y/o escribe, mitad de quien la lee, escucha o traslada.

Y en situaciones en las que la vida de las personas afectadas, pero también de los profesionales que tienen que actuar en primera línea para restablecer su salud o de quienes tienen que tomar decisiones para gestionar los recursos y las acciones a desarrollar, los sentimientos y las emociones, muchas veces, distorsionan o, cuanto menos modulan, los mensajes emitidos y los canales para trasladarlos también actúan con una sensibilidad diferente en momentos en los que tenemos miedo de escuchar y que lo que escuchemos nos haga sentirnos amenazados o culpabilizados por lo que sintamos. Cuando lo que realmente pasa es que, como decía Goethe, “Los sentidos no engañan, engaña el juicio.” El juicio que se hace de lo que se traslada y no se clarifica. Y en estos momentos lo que verdaderamente menos falta hace es interpretar y lo que más se necesita es clarificar.

Porque los sentimientos son muy variables a la vez que pasajeros y surgen en nosotros con una espontaneidad extraordinaria. Los sentimientos no son ni buenos ni malos. Lo malo o lo negativo es el comportamiento que podemos tener como consecuencia de ciertos sentimientos, como culpabilidad, vergüenza, ansiedad, resignación… que surgen en nosotros como consecuencia de los mensajes trasladados y de la decodificación que de los mismos se hace.

Como decía Juan Donoso Cortés, “Lo importante no es escuchar lo que se dice, sino averiguar lo que se piensa”, para luego poder hablar y que seamos entendidos porque como decía Plutarco, “Para saber hablar es preciso saber escuchar”.

En las últimas horas se han sucedido toda una serie de manifestaciones desafortunadas, inapropiadas, incoherentes, inoportunas u oportunistas, interesadas, simplistas, engañosas, mal intencionadas, capciosas… en boca de muy diversos actores que deberían cuidar sus palabras. No porque tengan que maquillar u ocultar información, sino porque todo puede decirse de muy diferentes formas para que el mensaje trasladado llegue al receptor con la menor contaminación posible y contribuyan a que los sentimientos y emociones no se vean innecesariamente alterados.

Ciertamente no considero que ahora mismo sea el momento de analizar si las inversiones en sanidad han sido adecuadas o no, si los recortes han provocado tales o cuales consecuencias, si esto influye en las ratios de las/os profesionales, si la sanidad privada ha mermado la capacidad de respuesta de la sanidad pública… Y no porque no sean ciertos los datos, las causas, los efectos… sino porque todo esto antes de la crisis por la que estamos atravesando ya era una realidad de la que nadie parecía preocuparse y mucho menos sobre la que analizar, reflexionar o debatir. Los indicadores de inversión en sanidad, las ratios de enfermeras y médicos… de la OCDE que ahora mismo se están aireando no han sido publicados esta semana, ni este mes, ni tan siquiera este año. Son muchos los años en los que la OCDE lleva publicando estos datos al igual que organizaciones internacionales como la OMS corroboran con recomendaciones como el necesario e importante aumento de enfermeras en nuestro país, que, sin embargo, no ha sido objeto de atención por casi nadie.

Anunciar y/o denunciar estos datos en estos momentos no contribuye a nada más que el enfrentamiento, la incertidumbre, la alarma de la población… que los identifica como una amenaza ante la grave situación que estamos viviendo, pero que no van a permitir obtener soluciones inmediatas.

Claro que hay que poner sobre la mesa esta información. Pero tiempo hubo, que no se aprovechó y que se utilizó para trasladar las bonanzas de nuestro Sistema de Salud al margen de estas manifiestas deficiencias, y tiempo habrá para retomarlos con el objetivo compartido de revertirlos y lograr que el magnífica Sistema de Salud del que disponemos no sea tan solo gracias a la voluntad de sus magníficos pero insuficientes profesionales.

Si iniciamos esta necesaria revisión desde el enfrentamiento en una situación tan extrema lo único que lograremos será la inacción provocada por la lucha de intereses y de oportunismos.

Los políticos, por su parte, deberían recordar eso de lo que tanto presumen de que son servidores del pueblo, a la hora de dedicar sus esfuerzos a buscar soluciones y no a identificar problemas que, existiendo, los son de todos. Porque no estamos ante un escenario cualquiera, estamos ante uno, ciertamente, preocupante que requiere del sacrificio y la aportación de todas/os. Y, es que dime de que presumes y te diré quien eres, como tan magníficamente ejemplifica el refranero español.

Porque mientras se diluyen los apoyos, aumentan las diferencias, se alimentan las disputas, las necesidades siguen ahí. Las/os profesionales continúan desprotegidas/os, las personas desconcertadas y, lo que es peor, la pandemia desbocada.

Usemos todas/os las palabras para construir y no para destruir. Porque las palabras no son inocentes y están cargadas de intenciones que, ahora mismo, deben ser aparcadas y sustituidas por palabras de apoyo y de solidaridad, de las que, por cierto, tanto ejemplo está dando la sociedad a la que se dice servir.

 

[1] Von Schiller F. Psiccolomini, acto I, esc. 2ª. En: Goicoechea C. Diccionario de Citas. Madrid: Ed. Dossat; 2000:513.

 

ALZHEIMER SOCIAL y SALUD COMUNITARIA

Estamos inmersos de lleno en el día a día de este estado de alerta y letargo en el que nos ha sumido la pandemia del coronavirus. Y en ese letargo nuestra vidas adquieren nuevas velocidades, generan sentimientos y emociones diferentes, la realidad se observa de manera diferente o distante, las pequeñas cosas adquieren nuevas dimensiones, lo imprescindible se relativiza, el tiempo, siempre escaso y excusa para no hacer algo, de repente se alarga y parece que tenga más segundos, más minutos, más horas… que no siempre aprovechamos, la información queda reducida a la pandemia como si ya nada más sucediese o tuviese importancia, la enfermedad y la muerte adquieren una presencia que antes ignorábamos o cuanto menos ocultábamos, se descubren nuevas/os héroes antes oscurecidos por el destello fulgurante de las estrellas deportivas, artísticas o simplemente mediáticas, el individualismo deja paso a una solidaridad de balcón, los activos de salud que tanto nos cuesta identificar en nuestros entornos de repente son deseados y añorados, las rutinas tan denostadas durante la vida “en libertad” adquieren la condición de deseo, la sensación de aislamiento y de crisis nos lleva a recuperar amistades perdidas o familiares olvidados aunque sea a través de las redes … en definitiva nuestras vidas se sitúan en una dimensión, no deseada pero aceptada y que nos hace disfrutar de sensaciones que, aun existiendo, no éramos capaces de identificar.

No deja de ser paradójico que en un estado de crisis y enfermedad como el que estamos viviendo, la salud adquiera una mayor trascendencia. Pero, sobre todo, que la salud se perciba desde otra perspectiva diferente a la dicotómica salud – enfermedad con la que tan familiarizados nos han hecho estar al entender que era la única o casi exclusiva realidad posible. Y adquiere una dimensión diferente porque de manera casi automática, aunque forzada por la situación de aislamiento, hemos podido identificar nuevas formas de salud que se adaptan a la, reconocida pero poco aplicada, definición de salud que Jordi Gol hiciese en 1976 en la que decía que “La salud del hombre es aquella forma de vida que es autónoma, solidaria y satisfactoria”.

Sin duda el coronavirus nos está permitiendo valorar de manera muy clara la importancia de la autonomía como expresión de libertad y de capacidad de decisión individual y colectiva.

Pero también nos permite reflexionar sobre el egoísmo social que hemos ido alimentando y que nos ha llevado a un individualismo feroz tan solo sostenido por unas redes sociales que deforman y transforman la realidad para adaptarla de manera artificial a normas de marketing comercial en todos los ámbitos de la vida (belleza, moda, alimentación, ocio…), uniformando el concepto de normalidad y excluyendo a todo/a aquel/la que se aleje de dicho patrón de normalidad impuesto. De tal manera que descubrimos nuevas y estimulantes emociones al reconocer a las/os otras/os y valorar sus aportaciones, más allá de su aspecto físico, sus creencias, comportamientos, género… porque lo que realmente se valora es el trabajo compartido y el bien común que genera.

Por último y aunque pueda parecer contraproducente todas estas sensaciones y descubrimientos nos hacen percibir una satisfacción que va más allá de lo material o secundario, al darle valor a los detalles, a los gestos, a las vivencias, a las palabras… aunque hayamos tenido que dejar de abrazarnos o besarnos de manera casi automática y artificial más como norma social que como sentimiento de afecto. Así pues, los besos y abrazos adquieren de nuevo el sentido que nunca debieron perder y la reserva que los mismos deben tener para momentos y personas especiales.

El ser humano es, en sí mismo, resiliente y sabe sacar lo mejor de situaciones de crisis como la que estamos viviendo. Esta resiliencia, por tanto, debe ser el impulso vital que nos permita como sociedad recuperar la autonomía perdida, la solidaridad olvidada y la satisfacción deseada, porque será la mejor manera de generar salud y entornos saludables.

Pero, siempre hay algún, pero, ya que corremos el riesgo, una vez superada la crisis, de entrar en estado de Alzheimer social y olvidar los recuerdos inmediatos comentados, para recurrir a la memoria remota que nos haga recuperar las actitudes de dependencia, insolidaridad y confusión que durante tanto tiempo llevan marcando la vida de las personas y las comunidades.

Es por ello que resulta muy importante el hacer ejercicios diarios que nos permitan mantener la concentración y valorar tanto lo que hemos recuperado como lo que hemos perdido como efecto del aislamiento y que nos permita fijar la memoria episódica, que nos sirve para recordar los hechos que hemos vivido, tanto si son recientes como lejanos en el tiempo, con el fin de adaptarlos a una nueva realidad que surgirá, sin duda, tras esta pandemia.

Si realmente fuésemos capaces de hacer esto, nada volvería a ser como antes, porque no tan solo nuestra experiencia vital individual y colectiva nos permitiría reordenar nuestras prioridades, sino que muchas de las relaciones que hasta antes de la crisis identificábamos como normales, pasarían a ser cuestionadas, redefinidas y adaptadas a la nueva situación postpandemia. Y una de esas relaciones sería deseable que fuese la que se mantiene con el Sistema de Salud y sus profesionales.

Con relación al Sistema de Salud por la necesidad de valorar la importancia de contar con un Sistema de Salud Público fuerte y potente, aunque requiera de cambios sustanciales que le permitan centrar su atención en la salud comunitaria más que en la enfermedad como foco casi exclusivo de asistencia. Que el paternalismo que le ha caracterizado deje paso a la participación directa de la comunidad para entre todos contribuir a generar nuevos espacios salutogénicos y saludables.

Con los profesionales de la salud porque su condición de héroes finalizará posiblemente con la solución del problema y volverán de nuevo a ocupar su condición de mortales que, por otra parte, nunca perdieron. Y si bien es cierto que resulta lógica la pérdida de dicha condición, no es menos cierto que en más ocasiones de las deseadas dicha condición la han tenido que asumir ante los problemas estructurales, económicos o de pérdida de credibilidad que, bien las crisis o los cuestionamientos de eficiencia ante la voracidad de la sanidad privada, se han ido sucediendo, lo que ha provocado que tuviesen que trabajar en condiciones desfavorables y ante una creciente demanda insatisfecha, producto de la mala organización y no de su capacidad y responsabilidad profesional, sin que se les identificase entonces como héroes sino, lamentablemente, se hiciese como villanos.

Sería por tanto deseable que todas/os reconociésemos y valorásemos en su justa medida a las/s profesionales una vez abandonen las capas y trajes de héroes y se revistan con sus habituales uniformes que les confieren normalidad sin que les reste ni uno solo de sus poderes. Que quienes permanecían invisibles a los ojos de la sociedad se hagan visibles y se reconozca su aportación singular y a quienes estando siempre visibles se les valore también en su justa medida alejando falsos mitos y recuperando la necesaria valoración de todas/os ellas/os como equipos de salud que es desde donde, realmente, tienen fuerza y sentido.

De igual manera la recuperación de la libertad nos tiene que facilitar el reconocimiento a tantas y tantas personas que desde su condición de “simples obreras/os” del transporte, la limpieza, el abastecimiento, la seguridad… han aportado tanto y sin las/os cuales no hubiese sido posible la recuperación de dicha libertad.

Por último, hay que evitar las tentaciones de querer utilizar, una vez más, a todos estos profesionales, como elemento de recuperación de los gastos ocasionados a través de reducciones o congelaciones salariales que no tan solo no reconocerían el valor aportado, sino que sería un duro golpe a la credibilidad política de quienes han manejado esta crisis con la mejor voluntad y la total implicación, más allá de fallos que nunca pueden eliminarse en su totalidad. Es más, lo que se debe hacer, tal como se ha anunciado, es analizar el actual Sistema de Salud y plantearse una seria, rigurosa pero profunda transformación que le haga aún más fuerte, eficaz y eficiente. Y eso, nunca pasa por el racionamiento sino por la racionalización y la correcta y necesaria dimensión de los recursos y los profesionales que le dan sentido y valor.

Son muchas más las cuestiones que pueden analizarse, pero de momento valgan estas como ejercicio para no perder la memoria.

HÉROES DEL SILENCIO vs HÉROES MEDIÁTICOS

Cuando llevamos más de una semana de estado de alerta en el que los profesionales de la salud han sido identificados y reconocidos como héroes nacionales, con indudable merecimiento, dada su implicación y exhaustivo trabajo por promover, mantener o restaurar la salud de la población, empiezan a aparecer ciertos comandos independientes que juegan a héroes por su cuenta.

Los profesionales de la salud en ningún momento pretendieron cambiar sus uniformes o medidas de protección ante el coronavirus por una capa o traje especial que les otorgara poderes especiales. Su actitud de entrega inmediata y permanente estuvo y está ligada a su compromiso profesional con la salud y la vida y a ello se dedican con encomio y gran eficacia a pesar de las circunstancias, del cansancio y de la escasez de medios en muchos casos. Se trata por tanto de héroes del silencio. Silencio voluntario de su voz, de su imagen y de su aportación a pesar de lo cual la sociedad ha percibido el mensaje que sus cuidados transmiten y se lo reconoce diariamente con un aplauso colectivo de agradecimiento como forma de romper ese silencio desde el que trabajan, que no es otro que el silencio de la dedicación y la ausencia absoluta de protagonismo.

Pero siempre hay quien no se resiste a guardar ese silencio profesional y de atención a quienes lo necesitan, y deciden romperlo por su cuenta transmitiendo mensajes sin fundamento y al margen de los canales oficiales de información contrastada.

Se trata de los héroes mediáticos que quieren su minuto de gloria, romper el anonimato que impone el silencio y lanzar a las redes su mensaje particular, inconsistente, llamativo, sin rigor y con manifiesta voluntad de destacar por lo que se dice y no por lo que se hace.

Con sus mensajes tan solo trasladan falsas esperanzas o malos augurios, pero en ningún caso tranquilidad. Contribuyen a la confusión, a la incertidumbre, a la inseguridad, a la duda, al enfrentamiento… tan solo por lograr un espacio que les visibilice y les de una notoriedad artificial y esporádica, aunque con una importante difusión a través de las redes en las que sitúan sus alaracas mediáticas.

Su éxito es tan efímero e inconsistente como la verdad del mensaje transmitido. La evidencia y la verdad se anteponen a las miserias de quienes tratan a cualquier precio de escapar de un silencio que no comparten y que rompen aún a riego de poner en peligro el magnífico trabajo de la inmensa mayoría de héroes que lo siguen aplicando para dedicarse a lo que saben y puede, realmente, aportar seguridad, tranquilidad y salud.

Estos falsos héroes deberían plantearse seriamente el dedicarse a otros menesteres y dejar que quienes de verdad asumen y dedican su tiempo y su energía a trabajar por la salud comunitaria lo sigan haciendo con ese silencio desde el que se les reconoce como héroes.

La situación que estamos viviendo y sufriendo lo último que necesita es voceros, aunque tengan títulos. La voz no puede ni debe usarse arbitrariamente para confundir a una población que contribuye con su confinamiento y sus sacrificios a que pueda superarse con éxito y con los mínimos efectos colaterales.

Hacer un uso interesado y manipulado de la información es aliarse con el virus en su recorrido infeccioso. No tan solo existe el contagio de la carga vírica. El contagio de la mentira y la manipulación informativa es tan grave, sino más, como el primero, porque afecta a más personas y lo hace en muchas que no están suficientemente inmunizadas y por el contrario están totalmente expuestas a la difusión mediática de quien utiliza las redes como elemento de notoriedad personal.

Tan solo queremos héroes del silencio. Son a los únicos a los que van dirigidos los aplausos y el reconocimiento unánime. Los héroes mediáticos merecen tan solo la desconexión y la más enérgica repulsa. No hay mayor desprecio que no demostrar aprecio.

Gracias de nuevo a tantas y tantos profesionales que desde el silencio nos permiten oír, ver, sentir la importancia de los cuidados que prestan en todo momento. Gracias héroes del silencio.