Se entiende por hipérbole a la figura retórica de pensamiento que consiste en aumentar o disminuir de forma exagerada lo que se dice.
Lo que a continuación voy a plantear, posiblemente, algunos lo consideren una hipérbole, pero considero que debemos empezar a llamar a las cosas por su nombre. A dejar de practicar la falsa modestia. A olvidar los complejos de inferioridad y a, en resumidas cuentas, contar la realidad como verdaderamente es o, cuanto menos, como la vemos, la percibimos o incluso la deseamos.
Durante mucho tiempo he venido diciendo que las enfermeras nos hemos dedicado a llorar mucho, a actuar de plañideras en los ficticios entierros ideológicos o de posicionamiento profesional y a presentarnos como víctimas de todos los males que nos aquejan. En ese proceso permanente de duelo, en el que las lágrimas nos impiden ver con naturalidad la realidad que nos rodea, hemos perdido una gran oportunidad de decir quiénes somos y que podemos ofrecer. El llanto, aun siendo forzado, no nos dejaba hablar con claridad. Por otra parte, la búsqueda permanente de culpables para nuestros males nos impedía identificar nuestras fortalezas. Encontramos, pues, nuestra zona de confort en esa situación en la que nuestros uniformes blancos eran realmente ropa de luto.
Pero ya es hora de abrir puertas y ventanas y no quedarnos encerradas como en la casa de Bernarda Alba. Porque nosotras somos nuestro principal enemigo. No sigamos buscando fantasmas.
No somos ni mejores ni perores que cualquier otra profesión o disciplina. Somos y seremos lo que queramos ser. Pero sin duda, tenemos sobradísimas razones para poder mirar a la cara y de frente a cualquiera sin sentirnos inferiores ni peores que nadie. Diferentes sí, pero esa es la gran fortaleza que tenemos. Que somos diferentes, que no raros, como consecuencia de nuestro propio paradigma, nuestra ciencia y nuestro arte. Eso es lo que tenemos que identificar. Lo que nos hace tener identidad propia.
A partir de aquí el pensamiento que traslado no pretende ser retórico, ni exagerado ni distorsionador de la realidad. Si pretende ser clarificador, visibilizador y potenciador de la realidad que ha permanecido oculta o distorsionada durante demasiado tiempo.
Las enfermeras no somos necesarias, no, somos imprescindibles. Si, si, ya sé que se dice que no hay nadie imprescindible, pero habrá que empezar a decir que, efectivamente, no hay nadie imprescindible salvo las enfermeras.
Y este pensamiento, de verdad, que está muy alejado de ser una exageración o de querer distorsionar la realidad.
Nos remontemos a la época que nos remontemos siempre han existido las enfermeras. Puede ser, es cierto, que ocultas en múltiples nombres o denominaciones, pero se sabe que se les llamase como se les llamase eran enfermeras y prestaban cuidados. Con mayor o menor respaldo científico, pero prestaban cuidados y gestionaban los mismos.
La memoria, en ocasiones, es muy corta y tiende a olvidar con relativa facilidad la historia, que marca la evolución de los acontecimientos y la de sus actores. Así pues, cabe recordar que la actual configuración de los centros hospitalarios es relativamente reciente pues hasta bien avanzado el siglo XVIII estos estaban gestionados y atendidos íntegramente por enfermeras, en sus diferentes denominaciones y desde diferentes configuraciones (religiosas fundamentalmente). Y su organización era básicamente estructurada en base a complejidad de cuidados. Por otra parte, la figura del médico no está institucionalizada y presta servicios puntuales en función de las necesidades identificadas por las citadas enfermeras. Tan solo cuando los médicos hacen de los hospitales los centros de su saber es cuando se modifican para adaptar su organización y estructura a la de su paradigma médico, es decir, por aparatos, órganos y sistemas (ginecología, nefrología, cardiología, hemodinámica…). A partir de ese momento las enfermeras siguen estando presentes, pero se les otorga un papel secundario y dependiente, aunque lejos de desaparecer se hacen cada vez más necesarias.
Los avatares de la historia van situando a las enfermeras con diferente significación y visibilidad, pero siempre como claro referente de cuidados, que progresivamente se van profesionalizando y adquiriendo evidencia científica, a pesar de los intentos por invisibilizarlas con denominaciones tan interesadas como imprecisas (ATS, Practicantes, DUE…), a pesar de lo cual seguían siendo necesarias. Porque la atención a las enfermedades ha evolucionado y cambiado, se han quedado obsoletas intervenciones, técnicas y actuaciones, se han incorporado nuevas terapias y eliminado otras… pero los cuidados han permanecido invariables, insustituibles e imprescindibles y quienes los prestaban también.
La Enfermería como ciencia y arte ha evolucionado y se ha incorporado a las ciencias de la salud como una disciplina científica. Se han desarrollado teorías, procesos de atención propios, nomenclatura específica, técnicas concretas… pero los cuidados permanecen como elemento diferenciador de la praxis enfermera.
Algo tan aparentemente cotidiano, tan maliciosamente identificado como femenino, tan simple como caprichosamente denominado sencillo, tan denostadamente analizado y valorado como los cuidados, nadie, ni nada los ha podido eliminar ni sustituir. Son imprescindibles porque forman parte de la esencia misma de la vida y su evolución. Y esos cuidados son los cuidados enfermeros. Los que nos identifican, valorizan, visibilizan y nos hacen ser referentes indiscutibles en la salud y en la enfermedad, en el hospital y en el domicilio, en el centro de salud o en la comunidad.
Es curioso comprobar como, una vez se ha reconocido su valor, ahora todos quieren cuidar. Pero lo bien cierto es que por mucho que lo intenten tan solo las enfermeras somos capaces de prestar los cuidados enfermeros.
Más allá de los estereotipos y de los tópicos, que existen y hay que eliminar, las enfermeras somos reconocidas por la sociedad. Y lo somos por lo que aportamos, los cuidados, y no por lo que aparentamos o por cómo vamos vestidos.
Sequémonos de una vez los ojos de esas lágrimas inútiles que nos impiden valorarnos como lo que somos, imprescindibles. Dejemos de ver fantasmas para construir nuestra realidad. Levantemos la cara y miremos de frente sin miedos, con orgullo y con respeto a quien tengamos enfrente sin importarnos su clase ni condición. Sabiéndonos importantes y trasladando nuestra aportación singular.
Queda claro pues que lejos de ser una exageración, mi pensamiento, es una clara muestra de lo imprescindibles que son los cuidados y como consecuencia las ENFERMERAS.
A partir de aquí empecemos a valorarnos como lo que somos y lo que aportamos. Ser enfermera puede ser fácil, lo mismo que ser arquitecto, médico o ingeniero. Ser buena enfermera es dificilísimo y hace que adquiera un valor insustituible.
Comparto tu reflexión.