La “moda” de los días mundiales, internacionales o nacionales, que de todos hay, llena el calendario de celebraciones que, en muchas ocasiones, lo ideal y deseable es que desapareciesen del calendario, pues sería señal inequívoca de que el tema, problema o denuncia que le ha hecho merecedor del día de celebración anual ya estaría resuelto y, por tanto, no tendría sentido su celebración.
Uno de esos días es el 8 de marzo, en el que se celebra el día mundial de la mujer trabajadora. Su denominación he decir que siempre me llamó la atención. No porque no considere que la mujer merezca todos los reconocimientos del mundo, sino porque el reconocimiento fuese el de trabajadora. Como si la mujer de por si no lo fuese o hubiese que destacar dicha condición, cuando siempre ha trabajado muy por encima de lo que lo han hecho los hombres. Y por otra parte como si hubiese que reivindicar que trabajase… paradojas incomprensibles.
Sin embargo, no se ha destacado, en la medida en que correspondería, la permanente desigualdad que siempre ha sufrido a todos los niveles además de la permanente cosificación de la que ha sido objeto y que le ha llevado no tan solo a tener que soportar dicha consideración de objeto sino a tener que sufrir el acoso en sus más diversas formas.
El día 8 de este año 2018, sin embargo, se va a celebrar un día bien diferente en el que la mujer pasa a ser protagonista de su propia celebración y reivindicación y no tan solo objeto de puntual, y efímera atención, con dudosos resultados. Las mujeres han decidido decir basta a tanta injusticia, impunidad y persistente acoso, con determinación, valentía y fuerza. Y lo van a hacer utilizando uno de los derechos fundamentales como es la huelga, ya que se trata del día mundial de la mujer trabajadora. Y todo ello a pesar de que algunos pretenden minimizar esta decisión con discursos que intentan disfrazar el machismo que encierran, sin conseguirlo.
Y todo esto lo escribo como hombre, pero también como enfermera que soy y me siento. Como enfermera he sufrido, a pesar de mi condición masculina, los mismos agravios, acosos, desigualdades… que cualquier mujer. No tanto por lo que a mi persona se refiere que siempre ha tenido la defensa de mi cuerpo de hombre, pero sí a lo que represento como enfermera. Y esto me ha permitido darme cuenta de lo mucho que sufren las mujeres, por el simple hecho de serlo. De lo mucho que ofrecen a cambio de nada. De lo poco reconocido que está su trabajo. Y de tantas y tantas otras cosas.
Por eso mañana las enfermeras, tenemos que posicionarnos claramente como mujeres, las que lo sean, pero también como enfermeras, seamos mujeres u hombres. Porque tenemos que decir BASTA a tanta hipocresía, injusticia, cinismo, demagogia, populismo, desigualdad, acoso, violencia contra las mujeres en todas y cada una de las acciones que diariamente se producen en gestos, actitudes, lenguaje, comportamientos, acciones, omisiones… en todos los escenarios, contextos, ámbitos o situaciones, y que naturalizamos al admitirlos y no denunciarlos.
Las enfermeras debemos sentirnos orgullosas de nuestra condición femenina como profesión con independencia de nuestro sexo como personas. Y como tales tenemos que sensibilizarnos con los movimientos que pretenden reivindicar, reclamar y visibilizar los derechos de todas las mujeres.
La atención prestada por las enfermeras no puede seguir siendo cuestionada, minusvalorada, despreciada… Las enfermeras no tienen por qué seguir demostrando, más allá de lo razonable, y de manera reiterada de lo que son capaces en comparación a otros profesionales. Las enfermeras no deben seguir siendo relegadas a un segundo plano por el simple hecho de ser enfermeras. Las enfermeras tienen el derecho, como cualquier otro profesional, a acceder a cualquier puesto de responsabilidad en igualdad de condiciones. Las enfermeras no tienen que ser comparadas de manera permanente a otros profesionales para identificar sus capacidades y aptitudes. Las enfermeras tienen que ser desprovistas de los estereotipos y tópicos que las cosifican.
Las enfermeras, todas las enfermeras, no queremos renunciar a nuestra condición femenina para poder ocupar el lugar que como profesionales nos corresponde. Somos y nos sentimos orgullosas de nuestra feminidad profesional y queremos reivindicarla no desde planteamientos puramente cosméticos, de oportunidad o temporalidad, sino como una clara y firme posición que la ponga en valor y que contribuya a la eliminación de este día de celebración porque realmente ya no haya nada porque hacerlo.
No es una cuestión de feminismo. No es postureo. No es oportunismo. No es paternalismo… es simplemente una necesidad, una firme y sincera posición, una clara convicción, un profundo sentimiento… que nacen del hecho de ser y sentirme enfermera.
Ojalá no tuviéramos que celebrarlo…