Ya he hablado en alguna ocasión del mimetismo que suele generarse en torno a la Enfermería. En el caso de la Enfermería Comunitaria fue muy evidente dicho mimetismo con el cambio de denominación de la especialidad que se publicó en el Real Decreto 450/2005 pasando a ser de Enfermería Familiar y Comunitaria como la especialidad médica, por el de Enfermería en Salud Comunitaria que era como se denominaba en el fallido Real Decreto 992/1987.
En apariencia no parece tener mucha importancia dicho cambio. Sin embargo las palabras no son inocentes y están cargadas de intenciones.
Siempre las enfermeras, desde que se empezó a desarrollar el denominado Nuevo Modelo de Atención Primaria (AP), se denominaron enfermeras comunitarias. Está claro que no existía la especialidad y aún tardaría en aparecer. Pero no es menos cierto que la primera Sociedad Científica de dicho ámbito se denominó Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) y no fue, desde luego, algo casual.
Pero los médicos instauraron su especialidad y la vinieron a denominar de Medicina Familiar y Comunitaria, con lo que sentaron, sin saberlo ni pretenderlo, un precedente que tendría posteriormente consecuencias para las enfermeras comunitarias.
Las enfermeras hemos entendido que nuestra atención va dirigida a las personas, las familias y la Comunidad y no por ello hemos considerado que nuestra especialidad se debiese denominar de Enfermería individual, familiar y Comunitaria. Creímos, y seguimos creyendo, que la denominación de Enfermería Comunitaria es incluyente e incorpora a las personas y las familias, pues sin ellas no sería posible la Comunidad. Por comunitario se entiende a todo aquello propio, relacionado o vinculado con una comunidad en particular.
Es curioso observar como los médicos se denominan ellos mismos médicos de familia y raras veces de familia y comunidad. Y esta denominación sí que excluye a la Comunidad, pues la familia, aun siendo parte de la misma, no es comunidad.
Las enfermeras, sin embargo no entendemos la atención desde otra perspectiva que no sea desde la comunidad como un todo integral, integrado e integrador.
Pero como decía, se decidió que debíamos denominarnos como los médicos de igual forma que debíamos mimetizar su modelo de formación que aunque tenga largo tiempo de experiencia y reconocido éxito lo tiene para la formación médica, que parte de un paradigma diferente al enfermero y, por tanto, cuanto menos, se debería haber contemplado un modelo que se adaptase más a dicho paradigma.
Por lo tanto ya habíamos perdido nuestra denominación propia y nuestra capacidad de formación diferenciada y adaptada a las competencias que deberían desarrollar las futuras especialistas.
En un esfuerzo por adaptar el plan formativo de la especialidad en ese modelo prestado, la comisión nacional elaboró un programa audaz, valiente y ajustado a la realidad social de necesidad de cuidados para que pudiese ser liderado y desarrollado en las futuras unidades docentes de la ya Enfermería familiar y Comunitaria.
Sin embargo aún quedaban grandes sorpresas por descubrir. Las iniciales Unidades Docentes de Enfermería Familiar y Comunitaria tenían los días contados ya que en el Real Decreto 183/2008, en su artículo 7 se crean las unidades multiprofesionales. En dichas unidades se agruparán las especialidades denominadas multidisciplinares en una unidad docente por cada especialidad en la que se formarán todos los titulados que pueden acceder a plazas en formación de la especialidad de que se trate. De tal guisa que se crea la Unidad Docente de Atención Familiar y Comunitaria. Hasta aquí no parece que fuese a existir mayor problema. Incluso podría ser más eficiente la gestión. Pero el truco estaba en la composición de las Unidades y en el acceso a los puestos de toma de decisión de las citadas Unidades. Si bien no se impedía el acceso de las enfermeras, el mismo era imposible dada la disparidad de fuerzas en el seno de las nuevas unidades. Así pues quedamos relegadas a ser un reducto sin capacidad real de decisión. Todo lo cual, sin duda, condujo a que el programa formativo se viese claramente intoxicado por la influencia de la especialidad médica.
Pero, por mimetismo se entiende la habilidad que ciertos seres vivos poseen para asemejarse a otros organismos (con los que no guarda relación) y a su propio entorno para obtener alguna ventaja funcional. Por tanto, y teniendo en cuenta que lo acontecido es algo no deseado ni pretendido, ni demandado por las enfermeras, sino sobrevenido e impuesto, no podemos hablar de mimetismo sino de un claro proceso de maquillaje para caracterizar la formación enfermera a la formación médica.
A pesar de todo las enfermeras residentes desarrollan su periodo formativo e incorporan como pueden la atención comunitaria que es a todas luces insuficiente a pesar de que en el programa tenga un peso específico importantísimo.
Pero la caracterización a la que es sometida la formación no logra que las enfermeras dejen de sentirse y denominarse enfermeras comunitarias, al entender y creer firmemente que es en, con y por la comunidad como mejor respuesta pueden dar a las necesidades de cuidados de las personas y las familias, que forman parte de dicha comunidad en la que interactúan, viven, trabajan…
Las enfermeras tenemos e identificamos claramente nuestra identidad y nada ni nadie por mucho que traten de enmascararnos, caracterizarnos o mimetizarnos, logrará que perdamos dicha identidad y lo que la misma aporta a la comunidad (personas y familias incluidas).