Se cumplen casi 35 años de la puesta en marcha de los primeros centros de salud en nuestro país y con ellos del que se vino en llamar el nuevo modelo de Atención Primaria de Salud (APS). El tiempo en su objetividad no deja lugar a dudas sobre el periodo transcurrido. Sin embargo, la subjetividad con que siempre es vivida el tiempo nos puede hacer pensar que esos 35 años no han sido prácticamente nada o que, por el contrario, son una eternidad. Todo dependerá de quien haga la valoración de ese tiempo y lo que en el mismo haya vivido, aportado o recibido.
En cualquier caso, es incuestionable que son 35 años que pronto se cumplirán y que permitirán hacer valoraciones de toda índole por parte de quienes, de una u otra forma, han sido actores de su evolución.
No pretendo con esta entrada hacer una valoración de lo acontecido. Ni tan siquiera un recuerdo de lo vivido o una reflexión de su evolución. Pero sí que quisiera situarme en el que entiendo puede ser un punto de inflexión en este recorrido de la APS.
Tras esos 35 años de luces y sombras, en el que se ha alcanzado un alto grado de deterioro del modelo, un hartazgo considerable de los profesionales, una desilusión evidente de la ciudadanía, una parálisis de los gestores y una indiferencia casi absoluta de los políticos, se ha llegado a un punto en el que, o se acometía una reforma del modelo en toda regla o este estaba abocado a su colapso y fracaso.
No es que ahora sea más evidente el deterioro, o más fuerte la protesta, o más patente el desencanto. Las cosas no pasan de repente, sin previo aviso. Como cualquier proceso tiene su inicio, desarrollo y finalmente su eclosión o muerte. Y la APS, estaba a un paso de su muerte. De hecho, en muchos aspectos, ya había signos claros de la misma.
Pero nadie parecía quererse dar cuenta y como si de un enfermo terminal se tratase se estaba manteniendo en estado vegetativo y sedado, en el mejor de los casos o con medidas de claro encarnizamiento terapéutico mediante la administración de medidas tan insuficientes, ineficaces e ineficientes para lograr su necesaria recuperación. Quienes así actuaban, los políticos y los gestores por ellos nombrados, no mostraban la más mínima voluntad por remediar tan fatídico desenlace. Mientras tanto, sus “familiares más allegados”, las/os profesionales que mantenían una fe ciega en las posibilidades de tan moribunda APS, avisaban permanentemente de la gravedad de la situación. Como resultado de todo ello, una parálisis mantenida que consumía unos recursos insuficientes, impedía obtener la respuesta que de ella se esperaba o se deseaba y generaba tanta frustración como indignación entre quienes padecían su deterioro, las/os profesionales, o sufrían sus consecuencias, las personas, las familias y la comunidad.
Los Centros de Salud se configuraron como mausoleos en los que la APS permanecía enterrada en vida, sin que se pudiese celebrar el sepelio, ni asumir el duelo de su definitiva pérdida, lo que provocaba un estado de permanente incertidumbre, desconsuelo y desesperanza.
Incluso había voces que clamaban por una eutanasia que permitiese finalmente acabar con el sufrimiento, pero que nadie se atrevía aplicar, ni tan siquiera plantear como posibilidad real al final del proceso.
Pero también había quienes creían que la recuperación era posible si realmente existía voluntad política para acometerla a pesar de la gravedad y del tiempo de sufrimiento al que se le había sometido.
Lo que estaba claro es que se iba a necesitar un cambio total de intervención. No bastaba con lograr que respirara de nuevo para seguir languideciendo. Era imprescindible que, una vez, recuperada, asumiese nuevos comportamientos y hábitos que le permitieran cambiar radicalmente su organización vital y las respuestas que de la misma debían derivarse.
Pero el símil hay que llevarlo a la realidad. No se recuperará con el beso de un príncipe, ni rompiendo el hechizo de una bruja o aplicando una pócima mágica. La recuperación precisa de un compromiso claro, para empezar, de los políticos y sus agentes, ministros, secretarios de estado, directores generales, consejeros… sin los que no será posible. Después de las/os profesionales asumiendo que también ellas/os deben cambiar asumiendo compromisos y competencias, y finalmente de la ciudadanía asumiendo responsabilidad y haciendo un uso racional de los recursos a través de su participación activa en el proceso de toma de decisiones.
Y parece ser que se ha optado por actuar de manera decidida y rápida. Se ha generado un proceso participativo de todos los agentes implicados en el análisis y propuestas de mejora de la APS. Por lo tanto, la voluntad política, en esta ocasión parece que existe, tras largos años de inacción.
Ahora son las partes, políticos, profesionales y ciudadanía, quienes tienen la última palabra para lograr el consenso necesario para restablecer a una APS tan necesaria.
Estamos pues, ante un escenario en el que los diferentes actores deberán medir de manera muy clara sus interpretaciones e intenciones. Huyendo de protagonismos estelares en una función coral en la que todas las aportaciones son necesarias, pero teniendo en cuenta también que es un escenario con unas características muy definidas en el que no pueden ni deben participar determinados actores que lo único que lograrían sería distorsionar, enfrentar y hacer fracasar el objetivo planteado.
La APS no puede ni debe convertirse en una mala copia del hospital. En la APS deben participar las/os profesionales con perfiles competenciales ajustados a lo que de la misma se espera y no ser un cajón de sastre en el que cualquier profesional tiene cabida. La APS es y debe ser un ámbito de atención integral, integrada e integradora que minimice la fragmentación en base a patologías, órganos, aparatos, sistemas, ciclos vitales…
La reforma que se pretende y que es la única que puede situar de nuevo a la APS en el lugar que le corresponde para dar respuestas eficaces y eficientes, consiste en un cambio de paradigma que desplace a la enfermedad en beneficio de la salud, que recupere los órganos de participación ciudadana, que sitúe a la promoción de la salud como eje de toda la actividad, que parta de los principios de la salutogénesis para potenciar los activos para la salud, que sitúe al centro de salud como un recurso comunitario más y no como el exclusivo, que la intersectorialidad sea una realidad de trabajo compartido en el desarrollo de estrategias de salud…
Las enfermeras comunitarias que tanto han aportado en estos 35 años al desarrollo de la APS, han tenido que contemplar cómo se les desplazaba, arrinconaba y despreciaba, dando paso a profesionales cuyo único objetivo era el de la jubilación apacible y alejada de los turnos del hospital. Clara muestra de una nefasta política de personal que no tan solo no resuelve los problemas de base, sino que incorpora nuevos problemas que finalmente conducen al deterioro de la APS y al hartazgo de quienes aún siguen creyendo que la APS es algo más que un paraíso, tan irreal como interesado para unos pocos.
Ahora tenemos la oportunidad redefinir el modelo de APS que queremos y en el que creemos. No permitamos que se incorpore el oportunismo mediante el cual se incorporen perfiles profesionales que no obedecen a la realidad ni a las necesidades de la sociedad. No nos dejemos seducir por los modelos adoptados por otros colectivos, que no nos son aplicables desde nuestro paradigma. Si partimos de paradigmas diferentes debemos asumir que tenemos comportamientos y respuestas diferentes.
Las enfermeras especialistas de pediatría y de geriatría tienen, en el ámbito hospitalario y sociosanitario, respectivamente, definidas sus competencias y así se desarrollan en sus respectivos planes formativos. La atención a las personas, familias y comunidad en APS está centrada en los abordajes integrales con perspectiva de salud y de participación. La incorporación regular de estas especialistas en APS tan solo contribuiría a la parcelación de la atención, en el mejor de los casos, y al enfrentamiento entre profesionales en su defensa competencial, en el peor de ellos. La salud, no es de nadie y es de todos, pero lo que no puede convertirse es en un nuevo trofeo al que todos quieran acceder.
Las enfermeras especialistas en pediatría y geriatría, sin embargo, tendrían un papel fundamental como referentes/consultoras de los EAP, como ya sucede, por ejemplo, con las enfermeras educadoras de diabetes. Se trata de planificar adecuadamente su perfil, ubicación, articulación y coordinación con las enfermeras comunitarias.
Por lo tanto, no es cuestión de excluir a nadie, ni de generar campos acotados de exclusividad, pero sí de definir y planificar, desde el rigor metodológico, la coherencia organizacional y la racionalidad de los recursos la mejor manera de dar valor y visibilidad a las especialidades enfermeras. Lo contrario conducirá a una progresiva desvalorización de las especialidades enfermeras al no identificarse con claridad su aportación y a provocar, una vez más, enfrentamientos y pérdida de una unidad tan necesaria como esperada.
No hagamos de esta reforma un río revuelto en el que se identifique que puede haber ganancia para cuantos al mismo se acerquen a pescar, porque la pesca es la que es y no da para todos.
En la medida en que seamos capaces de analizar y reflexionar sobre cómo, cuándo y dónde tenemos cabida las diferentes especialidades, las dotaremos de sentido y oportunidad. Si por el contrario establecemos una lucha sin orden y a codazos para hacernos hueco, perderemos credibilidad y oportunidad de crecimiento.
En nuestras manos está el identificar la oportunidad que se nos presenta y mirar más allá de poder ocupar una plaza a cualquier precio, para saber cuál es la plaza que de verdad me interesa ocupar.
En sanidad cabemos todos, pero cada cual debe ocupar el sitio donde mejor pueda dar de sí, sin necesidad de desplazar a nadie.