Para Albert Llorens, que sin duda contribuirá a cambiar el escenario político actual
Estamos empezando a naturalizar que en el debate político cabe todo. Los insultos, las descalificaciones, las mentiras interesadas, los reproches, las insinuaciones, las intrigas, las sospechas, las acusaciones infundadas… en resumen cualquier cosa con tal de conseguir ventaja con el enemigo que no adversario.
El problema es que esta situación de crispación, acoso, manipulación y engaño que se observa como algo consustancial al debate político, no queda circunscrita al ámbito de la política, sino que trasciende a la vida social y cotidiana a la que permanentemente alimenta.
La utilización interesada de temas que deberían quedar para el respeto institucional, el análisis sosegado, la reflexión profunda, el debate sereno… tales como el terrorismo, el feminismo, la violencia de género, la educación, la salud… son transformados en meras armas de sus intrigas políticas con el único objetivo de lograr mayor cuota de poder, representación o influencia.
Los lazos, las pancartas, los minutos de silencio, los manifiestos, las declaraciones, los twits… pasan a ser elementos del atrezo con los que adecuan sus escenarios en función de la obra que en cada momento se disponen a interpretar para lograr sus objetivos y sin que tengan el más mínimo interés por transmitir algo que beneficie a su audiencia, que no es otra que la ciudadanía que espera sus resultados y no sus disputas. Obras que tan solo escenifican e interpretan como un juego mediático, demagógico, falso y esporádico en las que no son capaces, si quiera, de generar credibilidad, pero que son seguidas y aplaudidas por una audiencia alienada por las redes sociales y los medios de comunicación, sin capacidad de crítica y mucho menos de acción para acabar con una escenificación que continúan alimentando con su pasividad bien sea por hartazgo o por simple indiferencia. Utilizando símbolos y sentimientos para enfrentar en lugar de unir y arrogándose una propiedad exclusiva de los mismos que ni les corresponde ni tienen derecho alguno a manipular como hacen en beneficio exclusivamente propio. Finalmente, todo vale para lograr imponerse y derrotar, o mejor humillar, al enemigo, que utiliza idénticas armas.
Nos sitúan en una dicotomía permanente, tan absurda como inútil, de derechas e izquierdas, rojos y azules, fachas y comunistas, conservadores y progresistas, buenos y malos… que genera bandos y bandas que se dedican a esperarse en las esquinas para lincharse y poder marcar el territorio en el que mandar. Anulando el diálogo, el compromiso, el debate, el discurso sereno, la argumentación… y por tanto el consenso.
La mujer del César ya tan solo hace falta que parezca honesta, ya no necesita serlo. Lo importante es el efecto, la imagen, el envoltorio, la apariencia, aunque luego no haya nada o lo que haya realmente sea corrupción, mentira e intereses personales. Trabajan la estética, pero olvidan y arrinconan la ética.
Los curriculums se manosean, adaptan, manipulan o, simplemente, se compran, como si el conocimiento fuese un objeto más de consumo que pueda adquirirse con dinero o influencia para la simple apariencia que logre la admiración de su público.
Se pasa de Maquiavelo a Orwell, es decir del Príncipe a 1984. Del fin justifica los medios al control del gran hermano para beneficio del jefe, que no líder, de turno. Y nos situamos en lo que Bauman denomina como el modernismo líquido colocando en los individuos una nueva carga de responsabilidad, en donde los patrones tradicionales son reemplazados por otros auto-escogidos. La expresión modernidad líquida busca definir un modelo social que implica el fin de la era del compromiso mutuo, donde el espacio público retrocede y se impone un individualismo que lleva a la corrosión y la lenta desintegración del concepto de ciudadanía. Nos informamos básicamente de información líquida, en alusión a las propuestas de Zygmunt Bauman, es decir, de aquella información no verificada, sustentada o confirmada; a diferencia de la información sólida, entendida como información documentada, razonada y enriquecida que comprueba su veracidad y que nos sitúa en la era de la postverdad impulsada y alimentada por procesos sociales, pero, sobre todo políticos, en la que la manipulación es más fácil de realizar.
Y claro está, la sociedad que es permeable, absorbe sin filtros de análisis, contraste de ideas o pensamiento crítico lo que día a día se escenifica, generando una masa social amorfa, simplista, apática… que se contagia de la esquizofrenia enfermiza en la que nos tienen sumidos y que desarrollan en el barrizal en el que convierten a la sociedad. El espectáculo del circo romano se reproduce, aunque ahora no sean leones o tigres sino fieras mucho más temibles y peligrosas contra las que los políticos, erigidos en césares, hacen luchar a quienes consideran enemigos de su patria, su bandera, su economía, su ideología… como si de gladiadores se tratasen, mientras el pueblo jalea entusiasmado el desigual combate contra estas nuevas bestias como el desahucio, la pobreza, la exclusión… o entre estos nuevos gladiadores en un intento por sobrevivir. En cualquier caso, si esto no logra saciar al pueblo, siempre queda el futbol o la telebasura en la que suelen participar también. El objetivo es claro, la anestesia de pensamiento o el pensamiento único, lineal y dirigido.
Pero ¿qué tiene que ver esto con las enfermeras y con la enfermería? Pues todo y nada.
Todo porque no quedamos al margen de este gran teatro de la mentira política, al participar por activa o por pasiva en su mantenimiento, cuando no promoción y desarrollo. Y nada porque nada hacemos para tratar que esto se cambie, al pensar que no va con nosotras, que es lo que nos toca y salvo incorporarnos en la queja permanente, no hacemos mucho más.
La pobreza, la migración, la violencia de género, la inequidad, la contaminación, el individualismo, el acoso, la vulneración de derechos… conviven con nosotros como parte del decorado en el que se escenifica esta gran mentira, sin que hagamos nada, o muy poco, para que se erradiquen o cuanto menos se reduzcan. Hemos caído en la trampa de la indiferencia, de la naturalización, del no va conmigo.
Como enfermera no puedo hacer nada, bastante tengo con mis pacientes, mis diabéticos, mis discapacitados, mis úlceras y mi falta de tiempo, que no las personas, las familias y la comunidad. A eso hemos reducido nuestra mirada, que no observación, nuestra asistencia, que no atención, nuestro oído, que no escucha, nuestra actitud, que no emoción, nuestra actividad, que no cuidados. Mecanizamos, automatizamos, estandarizamos, simplificamos… nuestro pensamiento y nuestra actuación abducidos por la hipnosis de un discurso político tan engañoso y rastrero como vacuo, pero que logra lo que pretende, aunque sea a costa de la salud.
Vivimos, aunque traten de negarlo, en una sociedad plural y global en la que la imposición de una cultura ha llegado a su fin, a pesar de que sus discursos se aferren a lo contrario y quieran mantener una supremacía racial, ideológica y de valores tan peligrosa como triste y nociva. Estamos en un mundo interconectado por la comunicación y por lo tanto intercultural. Se requiere, por tanto, avanzar sin negar la evidencia, comprometiéndonos, como ciudadanas/os pero también como enfermeras en este proyecto de aunar esfuerzos y culturas, ser capaces de integrar los elementos culturales conjuntos para ofrecer un servicio más acorde con las necesidades sociales, aunando cuidados y valores desde la libertad y el respeto, porque nada de esto es posible hacerlo por imposición. Resulta por tanto necesario establecer unos mínimos que sostengan y den sentido a la atención; y a partir de ahí, se ha de trabajar por lograr una convivencia con valores promovidos y asumidos por todos para que podamos comprendernos y no caigamos en el discurso político de la confrontación y la lucha.
Las enfermeras debemos ser conscientes, desde nuestras diferentes miradas y planteamientos políticos legítimos y necesarios de que nuestra aportación de cuidados actualmente nos sitúa en el centro de la promoción, preservación y rehabilitación de la salud donde las ciencias y la tecnología no son suficientes, pues son neutras en lo que concierne a los valores humanos, en los que está centrado nuestro paradigma. Por tanto, estamos en disposición de ser referentes para una sociedad que sufre la indiferencia, cuando no el ataque, de gran parte de la clase política, preocupada por su egocentrismo y su supervivencia.
Cuidar siempre está relacionado con ayudar a una persona o a un grupo de personas para satisfacer ciertas necesidades, posiblemente por eso, sea tan difícil de entender para quienes lo ven como algo simple, sin valor, femenino y doméstico. Y desde esa visión el cuidado no tiene sitio, ni tiempo, ni ciencia, ni sabiduría y por lo tanto no tiene un escenario idóneo en el que prestarlo. Y esto conduce a que la enfermera caiga en la trampa que les tienden quienes lo reducen todo a un mero contrato, una técnica, un protocolo, diluyendo su capacidad profesional, que debe centrarse en cuidar, para proporcionar bienestar, confort, seguridad, asesoría técnica, además de los cuidados específicos adecuados y consensuados.
Tan solo si las enfermeras somos capaces de abstraernos al contagio de la mala política y nos centramos en mantener y fortalecer el elemento fundamental, los cuidados, como vínculo fundamental entre las personas, las familias y la comunidad para ser autónomas, responsables, activas y participativas, seremos capaces de ser absolutamente imprescindibles en una sociedad, que es dinámica, cambia y plantea nuevos escenarios y nuevas realidades demográficas, sociales, políticas… que vaticinan un futuro reservado a los cuidados enfermeros, a través de los cuales tenemos la oportunidad de mejorar escenarios, contribuir a generar equidad, identificar y luchar contra la violencia, empoderar a la comunidad, favorecer la resiliencia ante la pobreza… porque todo ello es posible desde la acción cuidadora de las enfermeras.
Si por el contrario caemos en la tela de araña tejida por los políticos actuales, donde las luchas de poder, los personalismos, las intrigas, las mentiras y los engaños impiden cualquier perspectiva de diálogo, de respeto a la diferencia, de valoración de las ideas… nos enredaremos en ella y cada vez tendremos más difícil escapar.
El reconocimiento social de la Enfermería, por lo tanto, oscilará constantemente entre lo que nosotros, como enfermeras, esperamos, y lo que la sociedad identifica de nuestra aportación y el valor que le da. La profesión enfermera se fundamenta en el cuidar y toda concepción de cuidados enfermeros se inserta en un sistema de creencias y valores, que están influidos por un conjunto de factores sociales, culturales, económicos y políticos, que como ya he dicho, están devaluados y en permanente cuestionamiento.
De nosotras depende lo que queremos. Incorporarnos en la dinámica impuesta por los políticos o asumir competencia política para cambiar a los políticos y sus valores. ¿Imposible? No, tan solo es cuestión de creérselo y proponérselo. Porque las enfermeras podemos contribuir a cambiar la sociedad desde el cuidado y a través de los cuidados, con competencia política.