Hablaba antes de vacaciones del imperativo estival de parar toda actividad en el mes de agosto.
Asumida dicha imposición y disfrutado, en la medida de las posibilidades, del descanso que dicho parón puede y debiera proporcionar y una vez concluido nos vamos a encontrar con una nueva “imposición” informativa que al igual que las olas de calor nos repetirán de manera tan machacona mañana, tarde y noche en los informativos de radio, televisión e internet amén de los cada vez más escasos medios en papel que aún circulan. Se trata de la “depresión postvacacional o estrés postvacacional”. Lo más triste y lamentable no es ya la pertinaz campaña que hace que finalmente te plantees si realmente eso que llaman “depresión postvacacional o estrés postvacacional” o “síndrome postvacacional” para rizar el rizo y ayudar a lograr lo que se quiere, es una realidad, te puede afectar y en qué medida lo puede llegar a hacer, si no el hecho de que se instaure como algo irremediable que hay que pasar. Como si nunca antes la gente hubiese tenido que reincorporarse tras las vacaciones a sus trabajos o a sus rutinas diarias.
Pero para que las dudas de esa repentina y maliciosa depresión se instale finalmente en todas/os nos aderezarán los argumentos con la presencia de psicólogos (ahora está de moda sacar psicólogos para todo) que, claro está, desplegarán un sinfín de argumentarios, que no de evidencias o pruebas, entre las que nos castigarán con una retahíla de recomendaciones como si fuésemos niños de 3 años que deben entrar en la guardería de manera progresiva para adaptarse al medio escolar. Cuando nos descuidemos será medicalizado y la industria farmacéutica se encargará de comercializar su remedio y los de siempre en prescribirlo. Y ya tenemos el círculo cerrado gracias a los actores de siempre o casi siempre con la inestimable ayuda de los medios de comunicación.
Todo este cúmulo de alarmas, al igual que las que nos deleitan con las olas de calor, dudo mucho que respondan a un verdadero interés por lograr un mayor bienestar de la población, sino a la cada vez mayor frecuencia por intentar rellenar unos noticiarios que se han convertido en misceláneas informativas en las que se ponen a igual altura el cambio climático, un asesinato masivo, las negociaciones por formar gobierno, el bodorrio de algún famosillo o el fichaje escandaloso de algún jugador, como si de un magazine se tratase. De tal manera que uno no sabe si es más importante el gol marcado por un equipo, las declaraciones de algún mandatario internacional o el peligroso retorno al trabajo.
Nada de esto pasaría de ser una anécdota sino fuese por la gravedad del contexto en que se produce. Porque hablar de estrés o depresión postvacacional cuando existen muchas enfermeras (me voy a ceñir al ámbito enfermero aunque es trasladable a cualquier otro), que son contratadas por horas o días, que finalizan sus contratos en viernes para iniciar otro nuevo en lunes, que cobran sueldos indignos en muchas instituciones privadas, que sufren turnos que difícilmente permiten conciliar la vida personal y familiar, que tienen que trabajar cada día en una unidad o servicio, que no le son reconocidos sus méritos (especialidades, experiencia…), que tienen que enfrentarse ante situaciones estresantes para las que no están preparadas, que lo que realmente se valora no es lo bien que desempeñan sus competencias o la calidad de sus cuidados sino que pueda cubrir un hueco para salvar al directivo de turno de las críticas por su nefasta gestión… Y estas enfermeras no pueden permitirse el lujo de tener estrés o depresión postvacacional, entre otras muchas cosas, porque no tienen vacaciones, en todo caso tienen paro. Pero claro esto no es noticia, esto no vende ni genera cuotas de audiencia, esto forma parte del panorama laboral en nuestro país y lo triste y peligroso es que estamos interiorizándolo como algo normal, habitual y cotidiano que ya no provoca sorpresa y mucho menos rechazo social. Forma parte de esa hambrienta y devoradora globalización que nos uniformiza para lo malo y nos excluye de lo bueno, generando cada vez mayores brechas sociales. Estamos pues, ante un verdadero problema de salud que como tantos otros no son identificados, ni atendidos ni valorados.
Mientras esto sucede, sin embargo, y ahora que están conformándose tantos nuevos gobiernos autonómicos, el nacional ni se sabe ni se le espera ya, se siguen nombrando muchos directivos cuyo máximo mérito es tener un carnet, ser afín a unas siglas, amigo/familiar de algún político, ser políticamente correcto, es decir, tener unas tragaderas como la ballena que engulló a Jonás, o simplemente actuar como florero decorativo o jarrón chino como dijese un ilustre expresidente de gobierno.
Sin duda, existen directivos que son coherentes y están magníficamente preparados, pero no suele ser, lamentablemente, el criterio principal para que sean nombrados.
En el caso de las enfermeras no existen diferencias muy significativas salvo que son sistemáticamente excluidas a la hora de ocupar puestos de responsabilidad con capacidad real en la toma de decisiones en los organigramas de las organizaciones y/o instituciones públicas, por el mero hecho de ser enfermeras. No se valora si es capaz, eficaz, eficiente… sino simplemente se descarta cualquier posibilidad de que ocupe estos puestos por el mero hecho de ser enfermera, excluyéndole de optar como cualquier otro profesional (biólogo, farmacéuticos, médico, economista…) con idéntica titulación de Grado (en ocasiones con másteres y doctorado) por capacidad y mérito a dichos puestos. Todo ello con la argucia dialéctico legal del nivel A1 o A2, que se mantiene por falta de voluntad política y de presiones corporativistas sin ningún tipo de justificación real.
Así pues, tan solo quedan las Direcciones Enfermeras, que incluso son cuestionadas muchas veces, en las que no existe una verdadera capacidad de toma de decisiones y que están supeditadas a lo que se marque políticamente o por el superior de turno del que depende.
Confundir la razonable sintonía a la hora de constituir equipos con la pleitesía y seguidismo es no tan solo un error sino un fraude hacia las instituciones y la ciudadanía que las sostiene con sus impuestos. Nadie vota a nadie para que convierta las instituciones en cortijos ni en espacios de poder particular, sino para que se gestionen adecuadamente los recursos y se elijan a las/os mejores profesionales a la hora de llevar a cabo dicha gestión.
Lo contrario es caer en el amiguismo y clientelismo sea del color político que sea. Perpetuar estas dinámicas es tanto como contribuir a que nada avance y a que tan solo se haga aquello que responda a los intereses particulares o partidistas de algunas/os.
Pero con estos mimbres son con los que lamentablemente se construyen las cestas sanitarias que no resisten de ninguna de las maneras los contenidos que en ellas hay que situar haciendo que se dañen irremediablemente los contenidos que en el caso que nos ocupa son enfermeras, cuidados, personas, familias, comunidad…
Cuando la mayor preocupación de una dirección enfermera es que cuadre la planilla, se dé respuesta a las exigencias de otros colectivos, se mantenga el orden dentro de unas mínimas condiciones que eviten noticias no deseadas… la respuesta que se obtiene es un estrés laboral, un hartazgo profesional, una desmotivación progresiva, una pérdida de ilusión sistemática, una ausencia de implicación cada vez mayor, una falta de identidad corporativa y profesional, una falta de referencia de liderazgo… que nada tienen que ver con las vacaciones, sino con la mediocridad de muchas actuaciones de quienes, en teoría, debieran trabajar por mejorar las condiciones para lograr unas/os profesionales altamente satisfechas/os, implicadas/os, motivadas/os e ilusionadas/os con los cuidados que prestan.
Ocupar un puesto de responsabilidad enfermera supone velar para que la prestación de cuidados sea de la máxima calidad (incluyendo la humanización que no debiera nunca deslindarse de dicha calidad), pero también velar para que la eficacia y eficiencia de las enfermeras que los prestan venga determinada por una adecuada gestión de sus condiciones de trabajo. Para ello debería pasarse de considerar a las enfermeras como recursos humanos a hacerlo como personas y profesionales (no pueden separarse ambos conceptos) que trabajan, sienten, sufren, se ilusionan, crecen… a través de interesarse por ellas y generar estímulos positivos, cercanía, que no amistad, respeto y liderazgo.
Lo que pasa es que cumplir esos requisitos supone, en muchas ocasiones, ir contra corriente, argumentar, justificar y defender determinados posicionamientos, renunciar al halago propio para trasladarlo al equipo, agradecer lo logrado, pedir perdón por lo errado, planificar, analizar y evaluar para poder mejorar y saber transmitir lo que se quiere conseguir sin que parezca una imposición… y todo ello sin caer en el falso corporativismo ni en el paternalismo, sino siendo coherente con lo que se quiere, se puede y se debe hacer como enfermera y, en este caso, como directivo enfermero.
Es evidente que no depende de estas direcciones exclusivamente el que se den las condiciones laborales que provocan el estrés laboral, pero no es menos evidente que, en muchas ocasiones, con sus acciones u omisiones contribuyen a que se generen, mantengan o incluso perpetúen.
Dejemos pues de hablar de depresión postvacacional y situémonos en tratar de gestionar, liderar y lograr unos cuidados de excelencia tanto para las personas, familias y comunidad como para quienes tienen que prestarlos, es decir, las enfermeras. Generemos entornos laborales saludables a través de acciones compartidas y participativas. Huyamos de la complacencia y el dejar hacer para situarnos en la implicación real y comprometida.
Mi máximo reconocimiento a muchas enfermeras gestoras que diariamente se esfuerzan, trabajan e implican para que todo lo dicho pueda ser realidad. Pero también mi máximo rechazo para quienes ni saben, ni pueden, ni quieren gestionar cuidados y enfermeras y tan solo obedecen a estímulos de un poder efímero y ficticio que mantienen calentando el sillón de la mediocridad.
Preparémonos para la nueva ola. ¡Ahora no será de calor, sino de estrés postvacacional… con la que está cayendo y la que tiene que caer y tener que aguantar tanta memez!!!!
Seguro que esto lo podríamos arreglar las enfermeras si quisiéramos y nos dejasen, pero para ello hay que meter las manos en la masa. No es cuestión de suerte, que es la guardiana de los necios, ni de la fortuna que es la madre de los pesares.