A quienes se rebelan contra el conformismo
Esta pandemia no deja de aportarnos contenidos, conceptos o términos sobre los que hablar o centrar nuestra atención, en un intento permanente por resistirse a abandonar el protagonismo exclusivo de su macabro paso por nuestras vidas.
A los ya conocidos y tristemente familiares, confinamiento, aislamiento, contagio, inmunidad, prevención… se unen otros que, en algunos casos, preceden a los anteriores y en otros se superponen con ellos, configurando un lenguaje pandémico propio que todas/os estamos interiorizando para tratar de entender lo que esta pandemia nos transmite, yendo mucho más allá del científico proceso epidemiológico en el que algunos tratan de circunscribirlo exclusivamente.
Pero sucede también que de tanto hablar de la pandemia nos lleva a pensar que esta es normal, que forma ya parte de nuestras vidas. Lo que le hace perder la excepcionalidad que tiene y debe mantener, para evitar efectos indeseables de relajación. Porque hay cosas, hechos o acontecimientos que tienen su valor de ser en la excepcionalidad. Cuando las llevamos a la cotidianeidad, las neutralizamos, pierden su valor y por tanto su poder de atención y alerta necesarios.
Superados, al menos aparentemente, el confinamiento y el aislamiento, surge un nuevo limitador de nuestra libertad individual y colectiva, los rebrotes. Estos, cuestionan, o hacen entrar en conflicto de nuevo, por una parte, el principio de autonomía que atañe a la persona y por otra el principio de beneficencia que es colectivo, tal como indica la filósofa Victoria Campos, produciendo una doble desconfianza, del sistema hacia la persona y de esta hacia el sistema. Desconfianza que se produce, fundamentalmente, al no mediar, entre la libertad individual y el bien común, la responsabilidad.
Así pues las cosas, tenemos ante nosotros un nuevo e inquietante concepto que puede tener consecuencias graves que nos hagan retroceder a los inicios de la pandemia y que ya se están manifestando de manera muy evidente.
Siguiendo con anteriores analogías, también, en este caso, se pueden establecer entre lo que significa para la pandemia y para la enfermería o las enfermeras.
Por rebrote se entiende la “acción de rebrotar o aparecer de nuevo una cosa material o inmaterial no prevista y, generalmente, considerada nociva”. En la pandemia queda clara la utilización del término. En enfermería, por su parte, como ya vimos en la anterior entrada (Inmunidad de Rebaño), estamos en un proceso realmente preocupante en cuanto a la actitud de una parte del colectivo enfermero, que adopta la inmovilidad y el conformismo como posicionamientos acomodaticios e irresponsables ante un contexto de cuidados repleto de incertidumbres, pero también, y eso es lo que no se está identificando, de grandes oportunidades. Oportunidades que responden a demandas de la ciudadanía que si no son cubiertas por las enfermeras, a quienes inicialmente corresponden, lo serán por quienes están al acecho para hacerlo.
Por lo tanto, nos encontramos en un momento en el que las enfermeras, que habíamos logrado avances importantes en la construcción de nuestro conocimiento propio, en la visibilización de nuestra aportación autónoma, en la consolidación de nuestro paradigma de cuidados profesionales, en el posicionamiento en el ámbito científico, en el desarrollo profesional… nos situamos ante amenazas importantes que ponen en peligro la estabilidad, consolidación y desarrollo de dichos logros, en base a rebrotes de actitudes de subsidiariedad, dejación de responsabilidad, desmotivación, falta de implicación, rutinización… que pueden hacernos regresar a posiciones científico-profesionales de partida que no tan solo paralizarían nuestro desarrollo sino que, posiblemente, nos hicieran perder gran parte de los logros alcanzados, con lo que ello supondría.
Rebrotes que provocan contagios masivos de “ATSería” que son difíciles de controlar ante la absurda y decepcionante relajación en las medidas de protección profesional y disciplinar que muchas enfermeras han adoptado al creer que ya estaba todo conseguido. Sin tener en cuenta, la inmunodepresión de conciencia enfermera en la que estamos sumidas, como consecuencia de los posicionamientos adoptados y naturalizados y, a los que hay que unir, la manifiesta e incomprensible falta de protección institucional, que nos debilita aún más ante los ataques sistemáticos de los que somos objeto las enfermeras desde muy diferentes frentes.
Dichos rebrotes, sin embargo, ocasionan, en las enfermeras que sí están en alerta y en disposición permanente de defensa, rebotes no siempre controlados y suficientemente equilibrados, que tratan de neutralizar los rebrotes con buena intención pero con poca o nula capacidad de éxito ante el aislamiento al que están sometidas, por una parte, y a la falta de respuesta colectiva que dichos rebotes generan en la masa acrítica y acomodada de una gran parte de las enfermeras, que son incapaces de percibir la importancia de la inmunidad colectiva.
Mientras tanto, los rebrotes y los rebotes son aprovechados por quienes, desde sus trincheras infinitas y hegemónicas, identifican no tan solo la debilidad de las enfermeras sino la oportunidad de adquirir una mayor fortaleza inmunitaria a costa de la pérdida de competencias ocasionada por la dejadez, la falta de responsabilidad y la debilidad que aquejan a las enfermeras con las actitudes comentadas, lo que les sitúa en una posición cada vez más subsidiaria y dependiente.
Debilidad, todo sea dicho de paso, que no tan solo obedece a actitudes de dejación de las propias enfermeras sino a los recortes permanentes de los que son objeto en todos los sentidos. Recortes en cuanto a ratios; salarios; acceso a puestos de gestión, investigación o docencia; especialización; reconocimiento; valoración; visibilidad; credibilidad… que no se solucionan haciéndonos esporádica e interesadamente heroínas. Pero aún menos, con puntuales limosnas en forma de pagas o días de vacaciones, para tranquilizar la conciencia de políticos y gerentes, que en ningún caso palían la entrega, el sufrimiento, el dolor e incluso la muerte que fueron aceptadas de forma voluntaria y sin petición expresa de ninguno de los que ahora pretenden redimir sus culpas con prebendas que oculten sus miserias y la falta de voluntad política y personal por dignificar una profesión que, como siempre, da mucho más de lo que nunca recibe. Hechos que contribuyen a incrementar la inmunodepresión enfermera y su consecuente anorexia científico-profesional que provoca la astenia que le inmoviliza y en la que acaba sumida al ver permanentemente distorsionada su imagen.
Cabe preguntarse el por qué o los porqués de esta situación que nos consume y nos pone en peligro. No podemos escudarnos en que son efectos exclusivos de la pandemia, porque la pandemia no ha sido selectiva en este sentido. Pero sí que es cierto que la pandemia ha podido actuar como potenciador de unas situaciones previas en las que, como ya he comentado, las enfermeras no supimos o no quisimos estar atentas y prepararnos para ello.
En este sentido, todas/os somos víctimas y hemos caído en la trampa de la inmediatez, entendida como esa gran pulsión de estar al día y al minuto, que nos hace confundir información con conocimiento, en un intento permanente por obligarnos a elegir entre uno u otro. Dicha elección genera en algunas/os el riesgo de optar, muchas veces, por la información dado que el conocimiento suele dar muchos más sinsabores que alegrías, al menos en la inmediatez cotidiana en la que estamos instalados. Y ello nos sitúa, a las enfermeras en particular, en ese escenario de incertidumbre y peligro al que no siempre respondemos con la energía, el coraje y la coherencia que se precisan, no tan solo para repeler los rebrotes, sino para evitar los rebotes inoportunos, producto de esa misma inmediatez irreflexiva que neutraliza el imprescindible pensamiento enfermero crítico y reflexivo necesario para protegerse individual y colectivamente de una información interesada, oportunista, chantajista y rentista que nos bombardea desde muchos ámbitos profesionales, científicos o sociales, aprovechando las circunstancias de confusión, incertidumbre, alerta y debilidad generadas por una pandemia que escapa, como decía al principio, del espacio exclusivamente epidemiológico, para instalarse en sectores tan diversos como interrelacionados como el social, económico, científico, judicial, político, espiritual… desde los que se genera la confusión de la inmediatez informativa que intoxica, paraliza y conforma la dinámica enfermera.
En base a dicho argumento puede entenderse el por qué triunfan las fake news, ya que como decía Lope de Vega, “Como las compra el vulgo es justo hablarle en necio para darle gusto”, que es, lamentablemente, lo que hacen muchas redes sociales en competencia, de audiencias que no de intelecto, con los periodistas y los medios de comunicación más tradicionales que, en dicha competencia, eliminan una de las funciones fundamentales del periodismo, como es filtrar la información para separar el grano de la paja. La inmediatez, por tanto, elimina la mediación para procesar y razonar la información que nos llega, dando por verdades lo que tan solo son opiniones sin contrastar y sin pasar por el cedazo de la razón. Y en esa información, las enfermeras siempre salimos perjudicadas por acción u omisión, en lo que sobre nosotras se dice, interpreta o inventa, sin que muchas veces seamos capaces de reaccionar y dando por bueno, o cuanto menos sin rebatirlo, lo que sobre nosotras se traslada, lo que acaba por influir en la opinión, no tan solo de la sociedad, sino de las propias enfermeras, que asumen con naturalidad la generalización de estereotipos y tópicos en los que, final y lamentablemente, terminamos instaladas con el permiso expreso de nuestra pasividad.
Lo logrado por las enfermeras para llegar a donde actualmente estamos no fue, en ningún caso, producto de la inmediatez, ni de la falta de reflexión, ni de la ausencia de debate, ni del abandono de la razón… sino de todo lo contrario. Es por ello que resulta muy peligroso abandonar esta forma de avanzar, situándonos en un intento desesperado por obtener resultados inmediatos que lo único que logran es justamente el efecto contrario, es decir, la alienación y la confusión que nos hacen retroceder a tiempos, espacios, relaciones, pensamientos… de los que tanto nos costó salir y a los que tanto debemos resistirnos a volver.
Borges ya comentaba que la crucifixión de Cristo no fue importante en el momento de producirse, sino que adquirió trascendencia posteriormente, pero no dejaron de recordarlo y de valorarlo para que así se identificase. De igual manera nuestro valor como enfermeras debemos mantenerlo vivo a través del recuerdo de lo que fuimos y no queremos volver a ser; de lo que somos y nos sentimos orgullosas de haber logrado; y de lo que queremos ser y no debemos dejar nunca de luchar por conseguir, afianzar y desarrollar, a través de todos aquellos resortes que la ciencia nos aporta, que la conciencia nos refuerza y la certeza nos avala.
Pensar nos ayuda a vivir, y es por eso por lo que tenemos que hacerlo permanentemente desde la razón, la evidencia, la motivación, el inconformismo y la implicación de una Enfermería viva, ágil, científica, rigurosa, autónoma, genuina, vital, visible, fuerte, dinámica… desde la que combatir los peligrosos rebrotes que nos hagan retroceder, desde la que evitar rebotes desde la inmediatez irreflexiva, desde la que argumentar la eliminación de recortes injustificados y desde la que generar resortes con y desde los que vencer a la pandemia del conformismo que, como dijera John F. Kennedy, es el carcelero de la libertad y el enemigo del crecimiento. Y ello tan solo lo lograremos con la vacuna que nosotras mismas creemos. Si esperamos a que nos la creen y administren otros, los efectos de inmunidad que podamos alcanzar, posiblemente, no logren protegernos ante los virus que nos acechan. Es cuestión de ponerse manos a la obra, porque lo siguiente será la nueva normalidad y si no estamos preparadas nos arrollará.