SALUD GLOBAL ANTE LA PANDEMIA

A todas las enfermeras que con sus

cuidados contribuyen a la salud global 

La pandemia que estamos sufriendo supone un problema de salud global ya que trasciende fronteras y está relacionado con la justicia social, dado que las respuestas que precisa van más allá de las consecuencias físicas que la misma ocasiona en las personas contagiadas, afectando al núcleo familiar y al entorno comunitario en el que están integradas y a ámbitos sociales, económicos, políticos… que sistemáticamente se contemplaban alejados de la salud, su promoción, mantenimiento o rehabilitación, por lo que la equidad, la ética y el respeto a los derechos humanos, adquieren una dimensión mucho mayor a la que, hasta la fecha, posiblemente, todos hayamos prestado la atención que merecen.

La globalización, percibida habitualmente, desde una perspectiva exclusivamente económica, ha adquirido, en esta pandemia, una visión mucho más amplia que requiere de la cooperación internacional y la abogacía de la salud y el desarrollo. Globalización que, hasta ahora, ha facilitado la interdependencia, pero que ha puesto al descubierto amenazas importantes para la salud global relacionadas íntimamente con la pobreza, las inequidades, la migración, la perspectiva de género, la enfermedad o el deterioro del medio ambiente, entre otros.

Pero la pandemia también ha sido capaz de dejar al descubierto el fallido modelo sanitario en el que se sustentan casi todos los sistemas de salud. Modelo asistencialista, medicalizado, biologicista, paternalista y hospitalcentrista que centra su atención casi exclusivamente en la enfermedad y obvia o presta una atención residual a dimensiones psicológicas, sociales o espirituales que influyen de manera determinante en la salud de las personas, las familias y las comunidades como ha quedado claramente al descubierto en esta pandemia.

La ausencia de una atención integral, integrada e integradora, alejada de la salud, la intersectorialidad y el trabajo transdisciplinar ha contribuido al colapso de muchos sistemas de salud internacionales que, sin embargo, siguen creyendo que el mismo tan solo se ha debido al efecto de la COVID-19, manteniendo las mismas políticas caducas y erráticas que hasta la fecha habían logrado mantener un inestable equilibrio de la salud en nuestras sociedades.

Así pues, la pandemia, como problema global debe hacer reflexionar a la comunidad internacional sobre las políticas de salud que se están llevando a cabo y que sostienen, alimentan o mantienen a los Sistemas de Salud de los diferentes países.

Insistir en combatir la pandemia tan solo desde la visión médico-epidemiológica que se está desarrollando a nivel internacional sería un claro error y un evidente fracaso. La salud global, precisa enfrentar la desigualdad social con una nueva conciencia global que integre a la ciudadanía de manera activa y real en la toma de decisiones, que favorezca la preservación supranacional de los derechos humanos y equilibre las relaciones de poder a través de las relaciones internacionales, la determinación social de la salud o los cambios institucionales para conseguir un efecto global que permita hacer frente a situaciones globales como la que estamos viviendo.

Pero dicha gobernanza global, sin duda, requiere de una apuesta decidida de los diferentes países para introducir los cambios necesarios en sus modelos sanitarios o, mejor dicho, sanitaristas.  

A lo dicho hay que añadir que la pandemia ha evidenciado una contracción del presente favoreciendo una sociedad del riesgo en la que se ha producido una evidente desaparición de las barreras entre expertos y legos; drásticos cambios en los medios de comunicación de masas y en la organización social, favorecidos por la presencia de demasiada información y poco conocimiento; se constata, además,  la necesidad de crear nuevas redes de confianza que restablezcan una información sólida y basada en conocimientos rigurosos y contrastados que modulen o venzan la modernidad líquida descrita por Zygmunt Bauman.

Pero, además de todo lo dicho, si algo ha dejado al descubierto la pandemia es el contexto de cuidados en el que vamos a tener que reformular nuestra convivencia. Y digo nuestra convivencia y no nuestra atención sanitaria. Porque la denominada nueva normalidad es otra forma de querer ocultar nuestra incapacidad de respuesta.

Desde mi punto de vista no se trata tanto de crear una nueva normalidad, sino de pensar qué es lo que entendemos por normalidad, cuando realmente lo que hemos estado haciendo es naturalizar situaciones, escenarios, contextos que hemos acabado por interiorizar que formaban parte de la normalidad. ¿Entendemos que es normalidad el ultraindividualismo, la competencia agresiva, el aislamiento, la falta de análisis y reflexión, el consumismo desmedido, la falta de respeto a las personas, al medio ambiente, a la cultura, la existencia de pobreza, la persistencia de poblaciones vulneradas que no vulnerables…? ¿Realmente es saludable esa normalidad? ¿Podemos aportar algo para lograr modificar los patrones de normalidad?

Sinceramente yo creo que sí. Hace falta que nos lo propongamos todas/os y no hagamos de ello un nuevo motivo de conflicto, confrontación o utilización interesada.

Sería por tanto importante que empezásemos a hablar desde esa perspectiva de analizar de qué situación partíamos, qué ha supuesto esta pandemia y qué podemos plantear, entre todas/os, para reformular unas sociedades que cuentan con activos de salud que requieren que sean identificarlos, ordenarlos, priorizarlos, articularlos y gestionarlos de la mejor manera posible para que aporten salud a la comunidad y su ciudadanía en entornos saludables.

Para ello necesitamos una salud global diversa, ecléctica y participativa que logre dar respuestas colectivas y globales que trasciendan a la enfermedad y se sitúen en la perspectiva de la salutogénesis. Una salud global en la que la especialización desmedida deje paso a una participación transversal de agentes de salud valiosísimos, más allá de las/os profesionales sanitarias/os, en la que como decía Ortega y Gasset “Genios tontos que saben absolutamente todo acerca de la química de las enzimas, pero que, debido a esa formación, hace mucho tiempo han dejado de funcionar adecuadamente como personas”. En la que las/os políticas/os se den cuenta de la importancia de lograr consensos que permitan incorporar la salud en todas las políticas, alejándose o abandonando la utilización interesada de la salud con fines alejados del bien común haciendo de la denominada Reconstrucción un intento de Reconquista política. En la que la ciudadanía identifique claramente la trascendencia de su participación activa en las políticas de salud como forma de construcción y preservación de la salud colectiva, abandonando su actitud pasiva y receptora exclusiva de órdenes médicas o sanitarias. En la que la promoción de la salud sea realmente un instrumento generador de salud y no genere efectos secundarios como la salud persecutoria que responsabiliza a la ciudadanía de todos los hábitos o conductas no saludables. En la que los medios de comunicación identifiquen que la información no puede ni debe utilizarse como elemento regulador de sus niveles de audiencia mediante una modulación interesada de la misma a través de interlocutores sin capacidad técnico-científica. En la que la investigación vaya más allá de la enfermedad y del positivismo cuantitativo para situarse en la salud y la investigación cualitativa que permite identificar la especificidad de las experiencias vitales. En la que la salud no sea utilizada como elemento de confrontación internacional sino como nexo de unión en la aportación de respuestas globales. En la que la salud deje de aparecer como una mercancía con la que hacer negocios lucrativos a costa de la salud pública y universal que precisa la ciudadanía.

Mención especial merecen las/os profesionales sanitarias/os que deben darse cuenta de que su aportación es fundamental, pero que se enriquece a través de la que pueden ofrecer desde muy diferentes sectores sociales y comunitarios y de la propia ciudadanía que son corresponsables de su salud y no tan solo sujetos pasivos de sus intervenciones paternalistas. Los cementerios están llenos de imprescindibles y, por tanto, debemos centrarnos en la importancia del aquí y ahora analizando, reflexionando, planificando, consensuando y compartiendo. Las/os profesionales de las diferentes disciplinas deben dejar de mirarse al ombligo y empezar a valorarse entre ellas como medio de alcanzar el necesario trabajo transdisciplinar que centre la atención en los objetivos comunes que como equipos tienen y no en los objetivos individuales, personales o colectivos, que como profesionales tienen, más allá de los legítimos derechos que les asisten, pero alejados del egocentrismo que en ocasiones practican y que suponen una clara merma de su potencial aportación que, en definitiva, es lo que las personas, las familias y la comunidad esperan y desean de todas/os ellas/os. Utilizar la situación generada por la COVID-19 como medio para lograr sus fines sería tanto como pasar, de una consideración no demandada y muchas veces no deseada de héroes/heroínas, a otra mucho menos deseada de villanas/os en la que finalmente, muchas veces, el cambio tan solo se nota en el color de las capas o de los antifaces utilizados. Iniciativas oportunistas, narcisistas y alejadas del interés común, tan solo lograrán el descrédito de los colectivos a quienes dicen representar erigiéndose en líderes tan espontáneos como inoportunos.

La pandemia ofrece, pues, un espacio de reflexión en el que el pensamiento crítico y la voluntad de acción compartida debería conducirnos a identificar claramente los entornos de cuidados que nos dejan y en los que resulta imprescindible generar cambios muy significativos por parte de todas/os para tratar de dar respuestas que vayan más allá de la necesaria y deseada fabricación de una vacuna o del seguimiento ordenado y disciplinado de medidas de higiene y prevención.

Estamos ante una oportunidad para establecer redes reales de intercambio de conocimientos, experiencias y evidencias que nos sitúen ante una salud global en la que cualquier aportación debe ser considerada como valiosa para la defensa de los derechos humanos en general y de la salud en particular, más allá de un eslogan o una promesa política electoral o electoralista.

Ahora más que nunca la cooperación, implicación, voluntad y responsabilidad internacionales adquieren la verdadera dimensión que la humanidad requiere en un proceso de globalización que facilite la interdependencia, respetando la autonomía que la singularidad, especificidad, idiosincrasia y cultura de cada pueblo, les otorga, como elementos de enriquecimiento y proximidad y no de empobrecimiento o disputa.

En este panorama, las enfermeras, más allá de cualquier planteamiento corporativista, estamos en disposición de ofrecer una grandísima aportación derivada del paradigma en el que nos situamos como profesionales de la salud y, siempre, desde una disposición permanente de interrelación con otras/os profesionales y agentes de salud. Pretender valoraciones o reconocimientos al margen de esta exigencia profesional, científica y social tan solo nos abocará a una situación de indefinición desde la que difícilmente encontremos espacios de crecimiento y desarrollo.