LA GALA DE LOS GOYA Y LA CRISIS DE ATENCIÓN PRIMARIA. De premios y sofismas

                            “El discutidor falaz, ¿cuántas veces pasa, sin transición consciente, de la artificiosidad de sus sofismas al apasionamiento cierto y a la ilusión de que rompe lanzas por la verdad?”.

José Enrique Rodó Piñeyro[1]

 

El pasado día 11 tuvo lugar la Gala de los Premios Goya del cine español. Una Gala que, además de premiar a directoras/es, actrices y actores, guionistas… suele utilizarse, por parte de quienes tienen una amplia capacidad mediática, para trasladar reivindicaciones sobre situaciones de actualidad que generan una gran sensibilidad o rechazo social al tiempo que una importante discrepancia política. Todos recordamos aún el clamor contra la guerra que se declaró a Irak hace 20 años, en la que nuestro país, por decisión de su entonces presidente José Mª Aznar[2], quiso tener un papel de protagonismo que fue rechazado por una inmensa mayoría de la población española.

Este año en el que otra guerra, en este caso la de Rusia contra Ucrania, mal denominada de Ucrania, como si este país fuese el causante de la misma y el terrible terremoto que desoló parte de Turquía y Siria dejando decenas de miles de muertos, no han sido las protagonistas principales de las reivindicaciones. Posiblemente porque la distancia geográfica siempre juega un papel determinante en la sensibilidad de los acontecimientos. De tal manera que, si no existe coincidencia temporal con ningún hecho dramático, doloroso o de ataque a los derechos y libertad en nuestro territorio, se visibilizan aquellos que, estando más allá de desiertos remotos o de montañas lejanas como dijera el ínclito expresidente Aznar2, generan una sensibilidad y empatía importantes. Pero el destino, la casualidad, la desgracia o de todo un poco, han querido que la situación por la que está atravesando la Sanidad Pública en general y la Atención Primaria (AP), en particular, en la Comunidad de Madrid, hayan capitalizado las denuncias y reivindicaciones del mundo de la cultura en la citada Gala de los Goya.

Y hago mención expresa a la Comunidad de Madrid, porque es allí donde los médicos y pediatras de Atención Primaria están de huelga desde hace varios meses en defensa de sus condiciones de trabajo, aunque finalmente lo que ha trascendido es que la reivindicación es por la dignidad de la AP, por una parte, y que lo que está sucediendo en Madrid se haya identificado y difundido, sobre todo por parte de los medios de comunicación, como un conflicto y un problema nacional, en base al sofisma de que al ser Madrid la capital de España, lo que pasa en Madrid, pasa en toda España que, recuerdo, ya ha capitalizado, para otras cuestiones de su interés político, la presidenta de dicha comunidad y principal responsable de la situación que en torno a la sanidad en su territorio se está viviendo.

Así las cosas, creo que resulta necesario hacer una reflexión sobre estos hechos, pues sino corremos el riesgo de que todos parezcan malos o todos buenos según el lado desde el que se analicen.

En primer lugar y sin entrar en valoración alguna sobre las que considero legítimas reivindicaciones de médicos y pediatras, creo que lo que no puede hacerse es confundir a la población de manera totalmente oportunista e interesada al trasladar que sus problemas son los que están causando los de la AP. Porque ni los médicos representan en exclusiva la AP ni los problemas de los médicos son los únicos, ni tan siquiera los principales, responsables de la crisis de AP. Nuevamente se aplica un sofisma, como argumento falso, caprichoso o capcioso que se pretende hacer pasar por verdadero. Como médicos y pediatras trabajan en AP, si estos tienen problemas laborales en AP, supone que la AP tiene problemas.

Dicho lo cual no significa que esté pretendiendo trasladar que no existe una verdadera, profunda y preocupante crisis en AP. Pero dicha crisis tiene múltiples factores que no pueden ni deben quedar eclipsados por las deficiencias laborales de una parte de quienes trabajan en dicho ámbito de atención.

La precariedad laboral sin duda es un problema de primera magnitud para quienes trabajan en AP, no tan solo para médicos y pediatras por el hecho de ser quienes se han decidido a protestar y a reivindicarlo con fuerza, al tiempo que con una estrategia que les ha situado, a ojos de la sociedad, como únicas víctimas de la misma. La precariedad la sufren también otras/os profesionales como las enfermeras, matronas, fisioterapeutas, personal de administración… aunque su, incomprensible y doloroso silencio, no secunde las protestas por una mejora, no ya de sus condiciones laborales, sino de la AP. Porque no hacerlo supone dar validez al sofisma según el cual los males de los médicos y pediatras son los males de AP, lo que significa a la postre invisibilizar la valiosa e imprescindible aportación que esos otros profesionales prestan en defensa de la salud pública y comunitaria y como consecuencia, dando a entender que la misma es secundaria o subsidiaria a la que realizan quienes protestan y se identifican como exclusivos valedores de la calidad de la AP.

En base a lo dicho tengo que trasladar mi admiración hacia quienes han diseñado y desarrollado la estrategia de huelga de médicos y pediatras de AP en Madrid, al haber sido capaces de hacer creer a una gran mayoría de la ciudadanía que sus problemas son los de la AP. Dicho lo cual debo mostrar mi satisfacción y mi gratitud, desde la distancia geográfica que no de sentimiento, a cuantas personas de manera totalmente comprometida han salido a las calles para demandar masivamente una sanidad pública y una AP gratuitas y de calidad, aunque, vuelvo insistir, su protesta está claramente inducida y sesgada por un discurso parcial y corporativista que no recoge la verdadera dimensión del problema y que mucho menos se concreta exclusivamente en la problemática laboral de una parte de las/os trabajadoras/es de AP y de la sanidad pública. Falta saber si la indignación mostrada se traduce dentro de unos meses en una respuesta electoral acorde con lo que se exige.

Al mismo tiempo necesito expresar mi decepción, desconcierto y absoluto desconocimiento de las razones que están provocando el silencio de las enfermeras y de sus representantes (colegios, sindicatos fundamentalmente) ante la crisis de la AP, ayudando con dicha actitud a alimentar el sofisma generado del que ya he hablado. Me resisto a pensar que se trate de miedo. Me preocupa pensar que sea por conformismo. Me genera mucha ansiedad pensar que sea por indiferencia. Y me da mucha tristeza pensar que sea una mezcla de todo a la vez.

Sigo creyendo firmemente en las enfermeras y su capacidad, por eso me resulta tan difícil entender por qué no alzan su voz y dicen basta a tanta mediocridad, pero también a tanta manipulación. No hacerlo, es decir, callar, supone otorgar, admitir, asumir, permitir, aprobar… que nada de lo que está pasando va con ellas o lo que, si cabe, es aún peor, que nada pueden hacer para, cuanto menos, denunciarlo y argumentarlo, con el fin de contribuir a que cambie.

Las voces de unos, médicos y pediatras, y el silencio de otras/os, las enfermeras, conducen a la correlación directa y por tanto causal, que no casual, entre mal de médicos, mal de la AP. Sin duda un mal diagnóstico y una grave iatrogenia que afecta a todas/os y beneficia a unas/os pocas/os.

Pero es que, además, como comentaba, hacer creer que lo que pasa en Madrid es semejante o puede replicarse de manera mimética al País Vasco, la Comunitat Valenciana, Balears, Canarias, Extremadura… es tanto como negar la capacidad autónoma de gestión derivada de la transferencia de competencias en materia de sanidad asumidas por los 17 territorios autonómicos de España y que, por tanto, de nada sirven si su situación se vincula a lo que suceda en Madrid por el simple o complejo hecho de su capitalidad y poder de influencia mediática que, parece ser, también lo es a efectos de resultados, en este caso de sanidad y salud.

Con independencia de los graves problemas que el modelo sanitario español en general y el de la AP en particular padecen y que van mucho más allá de los problemas laborales de absolutamente cualquier colectivo que en los mismos desarrolle su actividad laboral, la realidad o realidades, porque son diversas, en cada una de las Comunidades Autónomas (CCAA) obligan a realizar análisis y diagnósticos igualmente diferenciados y diferenciadores de la situación, que permitan identificar los defectos derivados de una deficiente gestión, pero también de valorar las bondades, porque las hay, aunque queden ocultas en el ruido que se genera muchas veces de manera interesada. No todas/os son iguales; no todas/os tienen los mismos intereses ni tan siquiera en salud; no todas/os identifican y valoran igual los servicios públicos y la oferta que los mismos deben trasladar a la población; no todas/os destinan los mismos recursos, los mismos esfuerzos o el mismo interés, a la sanidad pública; no todas/os entienden lo que es y significa la AP y quienes en ella trabajan; no todas/os tienen la misma capacidad de respuesta, ni la misma voluntad política para plantear soluciones que mejoren la gestión de la sanidad pública; no todas/os se dejan asesorar por profesionales alejados de su ámbito de influencia política que les digan lo que quieren oír y no lo que realmente sucede; no todas/os están en disposición de reconocer sus errores como paso previo para su solución… sin embargo hay algo en lo que todas/os coinciden en sus discursos políticos, se sienten todas/os y cada un/o de ellas/os las/os máximas/os defensoras/es de la sanidad pública, con independencia de sus decisiones y de lo que las mismas provoquen. Y lo dicen desde la convicción política de sus respectivas opciones ideológicas con el ánimo de convencer, aunque para ello tengan que retorcer, interpretar o adaptar, los datos, las cifras, los hechos o las consecuencias derivadas de su gestión presentándolas, con independencia del valor real de los mismos, como indicadores de excelencia gestora y de una encendida defensa por la sanidad pública y la salud de la población a la que dicen representar con los importantes desvelos y sacrificios que se afanan siempre en trasladar para que no lo olvidemos y volvamos a depositar nuestra confianza cuando toque elegir la papeleta de voto.

Por lo tanto, y tras lo dicho, no todas/os son iguales, ni todas/os somos iguales. Existen diferencias por mucho que, sea lo que sea lo que se produzca, se genere en Madrid.

Pero además no todas/os nos creemos, ni participamos del mensaje victimista adaptado a sus intereses, de quienes están utilizando la crisis de la AP y del conjunto del Sistema Nacional de Salud (SNS), como discurso exclusivo para defender su situación laboral. No todo vale y hay que decirlo para que todas/os sepamos, realmente, que es lo que se reclama, por qué y para qué. Porque puede suceder que logrados sus objetivos en muy poco tiempo nos encontremos en idéntico punto de partida en relación al modelo del SNS y de la AP, pero con una parte de sus profesionales más satisfechos con sus condiciones laborales, aunque las respuestas que se sigan dando no solucionen los problemas de salud de la población. No porque sus respuestas sean deficientes, en absoluto, sino porque se seguirán dando en el marco de un modelo organizativamente caótico y caduco que diluye cualquier intento bienintencionado y eficaz realizado por parte de sus profesionales.

Por muchas movilizaciones que se generen, por muchas voces que se alcen, por muchos eslóganes que se griten, si lo único que se mejora es exclusivamente las condiciones laborales de trabajadoras/es, al margen de cualquier otra intervención, estaremos contribuyendo a que la muerte de la AP y de la sanidad pública sea una realidad y que, además, pueda volverse en contra de quienes, con tan buena intención como desinformación, están movilizándose.

No es bueno, pero es que tampoco es aceptable, que se quiera hacer un uso tan posesivo como interesado de lo que es y significa la sanidad pública. Se pueden defender los legítimos intereses laborales sin utilizar para ello lo que es de todas y de todos, más allá del colectivo al que se pertenezca, bien sea profesional, ciudadano, político o informativo. Cosificar la sanidad pública utilizándola como objeto en lugar de como objetivo, es una forma, como otra cualquiera, de generar desigualdad.

Volviendo a la Gala de los premios Goya, tras su conclusión se preguntaba al ganador de la noche, Sorogoyen[3], si estaba satisfecho con los premios que había obtenido por su magnífica película, As Bestas. Su respuesta huyó de los formalismos y las etiquetas que suelen generar este tipo de preguntas, al decir que su película ya había cumplido su objetivo y que ahora, junto a su equipo que era el verdadero artífice del éxito, tenía que pensar en la próxima, porque es lo que de ellos espera el público, pero que además los premios son injustos porque no era ni entendible ni admisible que una película como Alcarrás no hubiese obtenido ni un solo premio.

Salvando todas las distancias y sabiendo que toda comparación es odiosa o cuanto menos cuestionable, en la defensa de la Sanidad Pública también es injusta la lectura que de la misma se está haciendo a través de la huelga de médicos y pediatras, porque está suponiendo que se invisibilicen no tan solo muchas de las carencias del modelo y del SNS, sino de las aportaciones de otras/os profesionales o las deficiencias de organización, al centrar toda la atención en quienes han sabido, eso sí, capitalizar la atención de todas/os y olvidar o ignorar muchos otros factores importantes que por el hecho de que no estén siendo “premiadas” con la atención mediática y ciudadana, no significa que no tengan importancia. Porque de igual manera que no se puede entender el éxito del cine español sin las aportaciones de Alcarràs, Cinco lobitos, Modelo 77, Cerdita, Mantícora, En los márgenes… y otras muchas películas más, tampoco se puede entender el fracaso de la AP sin tener en cuenta esos múltiples factores que influyen en su desastre. 

La fiesta del cine, está claro, que lo es básicamente para quienes acaban logrando obtener uno de los preciados y deseados bustos de Goya y no lo es tanto, por mucho que se quiera disimular o se intente maquillar con discursos ensayados, para quienes no lo logran y se van de la fiesta de vacío, por lo que realmente no la identifican como fiesta.

La reclamada y aclamada defensa de la sanidad pública y de la AP será identificada como un éxito por parte de quienes han capitalizado la protesta si finalmente son “premiados” con la obtención de las mejoras laborales que reivindican, pero para nada significará que dicho éxito corporativo suponga una solución a la crisis de la AP y al impacto que la misma pueda tener en la defensa de la sanidad pública, mientras queden sin abordar ni solucionar aspectos fundamentales de organización y de gestión del modelo en que se sustenta, por lo que realmente no será identificado ni valorado como un logro que suponga la solución integral que requiere dicha crisis. Como en los premios Goya, por tanto, nos podemos encontrar con grandes alegrías y escandalosas decepciones tras las manifestaciones, batucadas y mensajes colectivos que, sin embargo, no obtendrán el “premio” esperado y deseado.

El guion de la crisis de AP se ha presentado como una serie por capítulos con tintes dramáticos mezclados con el thriller más trepidante, el suspense más inquietante, la denuncia social más cruda, el realismo más desgarrador, pero también con toques de humor negro que lo convierten en un producto muchas veces surrealista que no deja contento a nadie, pero del que nadie puede ni quiere prescindir y en el que los protagonistas de la acción en muchas ocasiones sobreactúan apartando la atención de las/os espectadoras/es de la verdadera trama. Caer cautivos de la hipnótica e histriónica interpretación de quienes se consideran artífices exclusivos de la serie no significa, en ningún caso, que se trate de un producto de calidad ni que genere satisfacción. Mientras tanto artistas, supuestamente, secundarios quedan ocultos tras la trampa urdida por guionistas, directoras/es e intérpretes, lo que unido a una falta cada vez menor de presupuesto para su producción, deslucen lo que inicialmente parecía una gran apuesta y una mejor oferta, con el riego que supone que se cambie de canal o plataforma, para quienes pueden hacerlo, o dejando una audiencia cautiva y dependiente para quienes es el único canal al que pueden acceder, aunque lo que reciban no les genere ni satisfacción ni bienestar. Sin embargo, paradójicamente, tendrá posibilidades de que obtenga algún premio o reconocimiento, aunque sea tan solo como resultado de una buena campaña de marketing o un discurso demagógico, oportunista e interesado. Finalmente, la realidad siempre acaba superando la ficción del cine y de la sanidad, también.

Atención, silencio, se rueda, ¡¡¡¡ACCIÓN!!!!

[1] Escritor y político uruguayo (1871-1917).

[2] Político español, cuarto presidente del Gobierno de España desde la reinstauración de la democracia en la VI y la VII legislaturas de España, desde 1996 a 2004. Miembro del Partido Popular, del que fue presidente entre 1990 y 2004.

[3] Director de cine, realizador y guionista español (1981) galardonado con los premios Goya 2019 y 2023.

HACER Y OBRAR

Dra Cecilia Rita RE

Autora Dra. Cecilia Rita RE

Doctorado Pensamiento Complejo
Profesora Investigadora Cuidadora Enfermera
Profesora de español como lengua extranjera y segunda lengua

 

Desde la Filosofía, ciencia reflexiva que trata de explicar el todo, se dice que, cuando el hombre utiliza su inteligencia para pensar, para dilucidar, para comprender asuntos abstraídos de la realidad, mediante diversos procesos mentales, hace uso de su inteligencia especulativa. Esta inteligencia especulativa con su producto, sirve para conocer, descubrir.

Este conocer intelectual forma la base o el fundamento para el hacer, haciendo referencia a un orden practico en el que hombre es capaz de actuar. El orden practico comprende dos divisiones.

Cuando el hombre hace, pone en juego sus saberes y habilidades necesarias para ejecutar algo. Por ejemplo, un pintor artístico necesita de conocimientos para hacer un cuadro, dominar la colorimetría, de composición, las reglas de ubicación de objetos en el espacio, dar la idea de tridimensionalidad, etc., agregando su gusto, dominio de estas técnicas, talento, para que el espectador pueda, al verlo, emocionarse, evocar algo que le recuerdo a algo o a alguien de su vida o de la naturaleza o de Dios y decir que es bello.

Poner en practica esos conocimientos requieren de competencias por parte del pintor referidos a la coordinación ojo, mano, dominio de la pinza, del motor fino, de reflejos, el darse cuenta de que esta faltando o sobrando en lo que diseña, debe emitir juicios y tomar decisiones con respecto a lo que está haciendo, seguir o cambiar la técnica, los materiales, etc. El arte, con todas sus ramas, entran este orden llamado práctico. Es el orden de la experiencia.

Lo mismo ocurre con la enfermera que ejecuta una técnica, su arte del hacer Enfermería. Ella ejecuta una técnica con el propósito de proporcionar algún tipo de bien o de alivio en el cliente que la recibe.

Al realizar una técnica de enfermería, esta pone en práctica una serie de pasos, reglas, que parten de un saber racional, pero que necesita de las competencias personales de la enfermera, para su ejecución con maestría. También en su realización, pone su personalidad, su toque personal, tal que lo hace un pintor de cuadros.

Así, lo bello en el arte de la enfermería, se transforma en un valor de bien, en bueno, para el cliente. Pensemos en uno que tiene un globo vesical y para aliviar su mal, sufrimiento, necesita de una inserción de sonda vesical. Este se verá beneficiado por la intervención ejecutada por la enfermera, quien debe ser el tipo de sonda a utilizar, el número, cuántos centímetros introducirla en el uréter, etc., aumentando en el cliente su sentimiento de bienestar.

Surge la segunda división del orden practico al hacer algo, el obrar, en dónde el hombre o la mujer, hace uso de su razón y libertad para hacer o dejar de hacer, en acuerdo a su conciencia moral. Este hacer persigue un propósito bueno o malo. En el caso anterior, podría haber un propósito de colocar la sonda sin seguir las reglas de asepsia porque el cliente me desagrada y así este acto contine maldad. En cambio, si la enfermera observa el globo vesical, lo palpa, determina con un bladder scanner la cantidad de orina retenida en la vejiga, los signos de sufrimiento y decide colocar la sonda para aliviarle, ese acto contiene bondad. 

Llevado al plano de la investigación disciplinaria, advertimos la presencia de los dos momentos intelectuales. La inteligencia especulativa, comprendido los pasos mentales, desde el nacimiento de la duda, la curiosidad, la ignorancia o lo que motive la pregunta, hasta todo su diseño.

Seguido, tenemos el momento del orden práctico, el de ejecución de todo lo planificado, que requiere el dominio de reglas, técnicas, aplicación de instrumentos. Es el arte del hacer investigación. Y también notamos la ineludible presencia del obrar, el sentido moral que impregna cada parte del proceso haciendo el bien o el mal en el acto intencionado y voluntario de investigar. 

Por último, el resultado contemplativo de la investigación, surgido del orden practico, permite al hombre, de ciencia o no, realimentar el conocimiento que se tiene sobre la realidad.

¿ES USTED EL ASESINO? Entre todos la mataron y ella sola se murió

La alfabetización no es un lujo ni una obligación: es un derecho”.

Emilia Ferreiro[1]

 

Conforme nos acercamos a las elecciones municipales y autonómicas del próximo mes de mayo más se acrecientan las protestas y más amenazas de huelga hay sobre las mesas de los políticos por parte de las/os profesionales de salud, fundamentalmente de Atención Primaria, pero a las que ya han empezado a sumarse voces del ámbito hospitalario. Es cierto, por otra parte, que la mayoría de los movimientos reivindicativos y los paros son de personal médico, acompañado de un incomprensible y doloroso silencio de las enfermeras ante lo que está sucediendo o con declaraciones desconcertantes sobre su responsabilidad que merece, cuanto menos, una reflexión.

La acusación de oportunismo político que en este sentido se está haciendo por parte de quienes se resisten a dar respuestas a las evidentes carencias de un modelo de Atención Primaria agonizante, es ciertamente curioso, porque la hacen quienes, precisamente, son artistas consumados en su utilización partidista e interesada.

Sin entrar en el juego de intereses, que los hay, por parte de unos y otros, ni en cuál de ellos los tiene mayores, lo bien cierto es que se está haciendo una utilización indignante de la ciudadanía por ambas partes.

Unas/os, las/os políticas/os, tratando de desacreditar a quienes protestan y reivindican acusándoles de mercenarios y vendidos al enemigo político, aprovechando de paso la ocasión para sacar rédito de la lucha. Otras/os, las/os profesionales acusando, a quienes tienen la capacidad de decisión, de no tener voluntad política para resolver la grave situación por la que atraviesan como profesionales, en cuanto a carga de trabajo, condiciones laborales y salarios, y que transforman en una crisis de Atención Primaria como modelo de atención, con eslóganes como Atención Primaria en huelga, cuando realmente son tan solo una parte sus integrantes son quienes lo están. Pero parapetándose en el modelo pretenden no aparecer como los malos de la película. Mientras tanto la ciudadanía, que sufre las consecuencias de la mediocridad de los primeros y la protesta interesada de los segundos, se ve arrastrada a un bombardeo constante de mensajes contradictorios, en un intento desmedido por atraerlos hacia el posicionamiento de unos u otros.

Y en medio de este fuego cruzado interviene, desde otro frente, un nuevo y no menos oportunista contendiente como el que representa a los medios de comunicación, con unos mensajes cargados de contradicciones, verdades a medias, intereses velados según el medio del que se trate, contenidos sin rigor cargados de tópicos y estereotipos y afirmaciones tendenciosas entre otros elementos que caracterizan su información convirtiéndola en una carga, mezcla de alarma y sensacionalismo, que tan solo contribuye a generar confusión, malestar y enfrentamiento.

La ciudadanía, atónita, es incapaz de digerir y mucho menos de comprender, los mensajes que les llegan por parte de unos y otros y acaba por adoptar posicionamientos sin tener criterios serios en los que basarlos, actuando en base a sus propios y legítimos intereses, aunque los mismos no se correspondan con la realidad que entre todos acaban manipulando, transformando u ocultando en un intento por lograr tener la razón.

Mientras todo esto sucede, la población utilizada, sigue sin saber realmente qué es la Atención Primaria de Salud (APS) y mucho menos la Comunitaria (APSyC). Precisamente esa es la principal baza que todos utilizan para sus estrategias. Su conocimiento, por lo general, se limita a la consulta médica y a la demora de acceso a la misma. El resto son aspectos en los que no repara y que, en la mayoría de las ocasiones, ni tan siquiera conoce. No es que no les interesen, es que simplemente se ha logrado que identifiquen que lo único importante es la consulta médica, al entenderla como principio y fin de la Atención Primaria e identificando la salud tan solo como dicotomía de la enfermedad o dolencia por la que acude a la consulta médica, porque tampoco sabe que existen otras posibilidades, otros recursos, otras respuestas terapéuticas, otros activos que pueden contribuir a mejorar su salud y, además, hacerlo de manera integral, sin necesidad de fármacos o basada exclusivamente en la tecnología. Pero, es que ha sido adecuadamente “programada” para que actúe de esta manera y que su carencia provoque en ella tal dependencia que le haga identificar su recuperación y la consulta médica como las únicas posibilidades de sentirse bien. De ahí que se genere esa complicidad con las/os huelguistas. No porque compartan sus reivindicaciones sino porque haciéndolo consideran que puede resolverse antes el problema de quienes protestan y en consecuencia de quienes sufren las protestas, venciendo la tozudez de las/os políticas/os y la “información” de los medios.

Pero, llegados a este punto me pregunto, tras casi 40 años de funcionamiento del que se denominó nuevo modelo de Atención, ¿cómo puede ser que ni la población, ni los medios de comunicación, ni las/os políticas/os y me atrevería a decir que ni tan siquiera muchas/os profesionales tengan una idea clara de lo qué es, supone, aporta y representa realmente la APS? ¿Cómo puede ser que exista un desconocimiento tan importante sobre lo que pueden y deben aportar todas/os las/os profesionales que en ella trabajan? ¿Cómo puede ser que las/os políticas/os la sigan despreciando con sus actitudes y sus decisiones? ¿Cómo puede ser que haya profesionales que la consideren un espacio para descansar u otros como un escenario sin valor para su desarrollo profesional? No son preguntas retóricas, ni demagógicas, ni inocentes, ni malintencionadas, ni caprichosas e innecesarias, Más bien todo lo contrario, considero que son preguntas pertinentes, necesarias, claras, precisas, sin doble sentido, sin más pretensión, o con la principal pretensión, de entender qué es lo que pasa y porqué pasa lo que pasa con la APS. Lo bien cierto es que parece que nadie sepa nada o más bien que nadie quiera saber nada. Deciden que mejor es dejar que las cosas pasen, sin más, creyendo que así se solucionarán o, cuanto menos, se naturalizarán como normales.

Pero está muy lejos de ser normal lo que pasa. Al contrario, debería ser motivo de análisis urgente, sereno y riguroso por parte de todas/os las/os implicadas/os si realmente se quiere salvar a la APS del estado de coma inducido al que se le ha llevado. Si por el contrario, lo que se pretende es que la languidez y astenia acaben por extinguirla como efecto de la inanición e inacción a la que se le somete o aplicando una eutanasia activa que acabe con el sufrimiento que se le está provocando con un encarnizamiento terapéutico tan inútil como innecesario como consecuencia de la rigidez en los posicionamientos, la prepotencia tendente a marcar parcelas de poder, el orgullo mal entendido y peor aplicado, la utilización interesada de las situaciones derivadas de los propios comportamientos de las partes o las soluciones propuestas que lo único que persiguen es el beneficio propio de los proponentes sin alternativas de consenso y beneficio común, habrá que decirlo clara y abiertamente, para no seguir engañando a la población con discursos preparados, procesados y adaptados, dirigidos a regalar sus oídos con el único objetivo de lograr el apoyo a su causa que no a la de la APS. No sigamos mareando la perdiz.

Los problemas que acucian a la APS van mucho más allá de los números que se manejan y que tratan de impresionar y engañar a la población que sufre su agonía.

Los números, aunque parezca que ofrecen datos incontestables, forman parte del discurso elaborado para confundir. Limitar el análisis de la situación de la APS al número de visitas que tienen las/os profesionales, al número de pacientes que tienen asignados, al número de profesionales que componen los equipos, al tiempo dedicado para cada consulta… son números que de manera aislada y, por tanto, descontextualizada, además de llamar la atención, crear alarma y generar confusión, quedan muy lejos de trasladar las verdaderas causas que padece la APS y que se tratan de disfrazar con una cascada de cifras que las enmascaren u oculten.

El número de visitas que tenga cualquier profesional, en sí mismo, trata de indicar saturación, pero no aporta la razón real del por qué se produce la misma y que, en cualquier caso, no está relacionada, en la mayoría de los casos, con el número de profesionales que componen el equipo. Hablar de saturación cuando la misma es, repito, en muchos casos, inducida por la/el propia/o profesional o por el modelo organizativo que no permite una mejor gestión tanto de las consultas como del tiempo que se dedica a las mismas y con ello a no hacer cosas importantes, es engañar.

El número de pacientes que se dice tienen que atender las/os profesionales no es real. Una cosa es la población asignada que viene establecida en base a criterios que no siempre son claros ni mucho menos eficaces y eficientes y otra muy diferente el número de esa población asignada que demanda atención y que en ningún caso se corresponde con el total de la citada población asignada, el famoso cupo, sino tan solo con una proporción de la misma que, aunque puede oscilar según diferentes factores, no suele superar el 20% y que cumple con lo que en 1971 Tudor[2] definiera como la ley de los cuidados inversos[3], es decir, adaptando dicha ley al caso que nos ocupa, cuando el 20% de la población consume el 80% de los recursos, mientras el 80% de población restante no quiere decir que no tenga necesidades de salud, sino que no demanda atención. De tal manera que lo que realmente se está haciendo es un uso inadecuado y en muchas ocasiones irresponsable de los recursos disponibles que no podemos ni debemos olvidar son finitos y requieren de una gestión por parte de todas/os que permita su racionalización, lo contrario es aprovechado por quienes hacen de la salud negocio.

El número de profesionales que se asignan a un centro de salud, las famosas ratio, es otro argumento frecuentemente utilizado por su alto impacto en la sensibilidad social y que no siempre obedece a la “realidad” que se traslada como inalterable. Dicho número de profesionales debería establecerse en base a criterios que vayan más allá del número de población a la que teóricamente debe atenderse y que, como ya he comentado, no se corresponde con la asignada. Por tanto criterios de vulnerabilidad, morbilidad, accesibilidad, edad, contexto, cultura… deberían ser valorados para establecer las cargas de trabajo y en base a ellas la asignación mayor o menor de población por profesional. Hacerlo “al peso”, es decir, mediante la aplicación de una regla de 3 en la que el número de población total, se correlaciona con el número de profesionales disponibles, que puede variar en cada momento en función de múltiples factores como que exista bonanza o penuria económica o por razones electoralistas o por presiones mediáticas o de lobbies, tan solo nos lleva a una suboptimización o a una sobredimensión del número total de personal por centro de salud, sin que en ningún caso responda a las verdaderas necesidades o demandas de la población. De igual manera que un empresario antes de poner en marcha un negocio realiza un estudio de mercado que le permita obtener una foto lo más real posible que le permita dimensionar sus posibilidades de éxito y predecir los posibles beneficios en función de los datos obtenidos en el análisis, las/os gerentes y políticas/os que toman decisiones con relación a la oferta de salud que se oferta a una población, más aún teniendo en cuenta que se trata de un servicio público esencial, deberían tener en cuenta estas cuestiones antes de decidir el número de profesionales asignados a cada centro que, en ningún caso, debería establecerse de manera estandarizada o por motivos alejados de una gestión responsable, eficaz y eficiente. Por tanto, el número de profesionales, sin más, tampoco es un dato que pueda garantizar una mejor atención, aunque sirva como reclamo para conseguir mejoras laborales y/o salariales.

Otro de los argumentos machaconamente utilizado es el del tiempo disponible. Como si repetirlo muchas veces acabase convirtiéndolo en una verdad irrefutable. El tiempo, que es posiblemente el recurso más preciado del que se dispone, es exactamente el mismo para todas las personas y por extensión para todas/os las/os profesionales No existen horas de más ni de menos de 60 minutos, como tampoco minutos de más o menos segundos. El tiempo es el recurso más equitativo que existe. Todas/os disponemos del mismo. Otra cosa es el uso que de él se haga y cómo se gestione. Por tanto, argumentar que se requiere un tiempo estándar para atender a las personas como si de una cadena de montaje se tratase es un discurso demagógico y falso en sí mismo, porque su uso debería estar determinado en base a prioridad de necesidades y no de asignación matemática y distribución uniforme que no obedecen a ningún criterio científico ni tan siquiera de coherencia y sentido común.

Podríamos seguir desgranando y analizando otros argumentos que se utilizan como discurso de presión para alcanzar mejoras laborales y salariales que, siendo legítimamente exigibles, no son éticamente planteables.

Pero mientras sigamos enzarzados en discusiones estériles sobre argumentos simplistas, por muy impactantes que puedan ser o parecer, no se solucionará el problema de la APSyC y la respuesta que esta, como modelo de atención, y los profesionales como agentes de dicha atención tienen responsabilidad de prestar. Resulta imprescindible cambiar el actual y caduco modelo organizativo de la APS que sistemáticamente se ha ido deteriorando y que ha llegado a un punto en el que, o se toman decisiones para revertirlo y adaptarlo a las necesidades actuales que la dinámica social, económica y política, pero también profesional de las diferentes disciplinas que configuran los equipos de salud, o estaremos abocados a una situación sin retorno que convertirá a los centros de salud en dispensarios de asistencia médica en los que la perspectiva comunitaria y de promoción de la salud desaparecerá para dejar paso a la medicalización y la tecnología de la que le impregna, por su parte, el modelo hospitalario que la convierte en un recurso para sus fines en lugar de ser el fin para atender la salud comunitaria . Para ello, las/os profesionales debemos entender que el objetivo común, es decir, el bien común, debe prevalecer al bien particular de cada disciplina y, por tanto, las propuestas y planteamientos que se trasladen y presenten tanto a las/os políticas/os, a los medios de comunicación, como a la población deben responder a criterios de salud y no tanto de confort, aunque no sean tampoco excluyentes entre sí.

Por su parte los medios de comunicación deberían tratar de analizar desde el rigor informativo aquello que trasladan a la población y que lamentablemente no obedece, en la mayoría de los casos, a la realidad, sino a las cuotas de audiencia o a la oportunidad política, profesional o sindical que en cada caso se plantee y de la que no pueden ser parte porque acaban desvirtuando la realidad y creando un espejismo con el que alimentan, que no nutren, informativamente hablando, a la población.

La falta de información o el sesgo que de la misma tiene la población, aparte de alimentarla los medios de comunicación, obedece a la inanición a la que las/os profesionales le sometemos con nuestra absoluta falta de empatía en educación para la salud y sanitaria que les empodere para lograr, no tan solo que conozcan los recursos disponibles y sus limitaciones, sino también para que alcancen la autogestión, autodeterminación y autonomía que les garantice su propio autocuidado y el uso racional de dichos recursos, contribuyendo así a que puedan ser equitativos, igualitarios, accesibles, eficaces y eficientes para todas/os. La alfabetización en salud, es una prioridad que no podemos seguir abandonando, porque hacerlo supone incrementar el riesgo de deterioro de la APS en particular y del Sistema Nacional de Salud en general y la salud, como derecho fundamental que es, de la propia población y de los profesionales que participan en la atención que la garantice. Seguir identificando que trasladar poder a la ciudadanía es perder poder profesional es un claro síntoma de debilidad intelectual y de liderazgo que perpetua el paternalismo, el autoritarismo y el asistencialismo sanitario actual.

Estaría bien que hiciésemos un esfuerzo de diálogo y consenso de todas las partes para que el mensaje o los mensajes que traslademos sean homogéneos y sujetos a una realidad que en salud requieren de una ética y una estética alejadas de intereses y oportunismos de ningún tipo.

Ni políticas/os, ni periodistas o informadoras/es, ni mucho menos las/os profesionales, tenemos derecho alguno a seguir instrumentalizando a la población para el logro de nuestros intereses sean estos laborales, salariales, partidistas, políticos, informativos, económicos o lo que es aún peor como arma arrojadiza a utilizar contra quienes consideremos nuestros enemigos políticos, ideológicos o profesionales.

Todas/os, en mayor o en menor medida, tenemos parte de culpa en lo que sucede. Todas/os, en mayor o en menor medida, debemos hacer autocrítica para, entre todas/os, evitar que la salud sea finalmente un negocio más de libre mercado para lucro de quienes la conviertan en un lujo al alcance de unos pocos. Rememorando la fantástica serie de Narciso Ibáñez Serrador habría que preguntarse eso de “¿Es usted el asesino?”, aunque mucho me temo que pasará como en el dicho popular que “entre todos la mataron y ella sola se murió”.

Seguir manteniendo la ignorancia en salud y sanitaria, cuando, no tan solo tenemos las herramientas, las capacidades y las competencias para superarla, sino también el espacio que nos ofrece la Atención Primaria de Salud y Comunitaria, es en sí mismo una clara irresponsabilidad y un ataque a la salud pública y comunitaria.

Paulo Freire[4] decía que “enseñar exige respeto a la autonomía del ser del educando” lo contrario es adoctrinamiento y lo que realmente debemos lograr es la educación responsable, consensuada y autónoma de las personas sobre su salud y no para nuestro beneficio como profesionales, favoreciendo al mismo tiempo el pensamiento crítico en lugar del peligroso y rechazable pensamiento único.

[1] Psicóloga, escritora, y pedagoga argentina, radicada en México (Buenos Aires, 5 de mayo de 19371​2​).

[2] Médico general británico (Londres 1927)

[3] «La disponibilidad de una buena atención sanitaria tiende a variar inversamente a la necesidad de la población asistida. Esto […] se cumple más intensamente donde la atención sanitaria está más expuesta a las fuerzas del mercado, y menos donde la exposición esté reducida».” Julian Tudor Hart 1971

[4] Pedagogo y filósofo brasileño de orientación marxista, destacado defensor de la pedagogía crítica (1921-1997).

ENTREVISTA A LA PRESIDENTA DE LA AEC Mª Isabel Mármol López

Entrevista a la Presidenta de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) en la Revista ROL de Enfermería del mes de Febrero de 2023

ENTREVISTA_ROL_MARIBEL_FEB_2023

AGNOSTICISMO DE LOS CUIDADOS Asíntota de las enfermeras

A menudo pensamos que la enfermería trata sobre dar medicinas, revisar rayos X o saber  si hace falta llamar al médico, y olvidamos que nuestra verdadera labor es cuidar y esforzarnos en marcar la diferencia”

Erin Pettengill[1]

 

Estamos en un permanente debate, o en una constante duda, que de todo hay, sobre lo que son, representan, aportan o generan los cuidados,a quienes los prestan y a quienes los reciben. Una disquisición cuyos límites no se sabe muy bien si están en el ámbito científico, filosófico, teórico, práctico, profesional o doméstico,a pesar de lo cual, nadie quiere prescindir de ellos, pero pocos, muy pocos, tienen un concepto claro y preciso sobre los mismos y, lo que es peor, son incapaces de transmitirlo a otras/os profesionales y aún menos a la sociedad en su justa dimensión y valor.

Nadie discute, o al menos no debería hacerlo, que los cuidados son patrimonio de la humanidad, es decir, no son patrimonio exclusivo de nadie. Porque el cuidado es inherente a la condición humana y, me atrevería a decir, que de cualquier ser vivo, por cuanto los mismos son la base de la pervivencia y del bienestar como seres frágiles que somos[2]. Sin embargo, no todos los cuidados son ni se prestan de idéntica manera, ni tan siquiera suponen una respuesta homogénea en cuanto a los efectos que de los mismos se obtienen. Precisamente en esto es en lo que se diferencian los cuidados, de manera genérica, de los cuidados profesionales enfermeros. La aportación que la ciencia enfermera traslada a los cuidados en base a conocimientos, evidencias o teorías, es lo que los hace sustancialmente diferentes, específicos e imprescindibles además de complementarios, que no excluyentes, con otros cuidados o con otras respuestas ante situaciones de salud-enfermedad. El problema viene determinado cuando esos cuidados, teórica y científicamente fundamentados, se ubican en un paradigma en el que no tan solo no encajan, sino que además entran en permanente contradicción, conflicto e incluso exclusión, con los planteamientos teórico-científicos del paradigma en el que de manera artificial, interesada o inducida se ubican, migrandodesde el paradigma enfermero en el que nacen y tienen sentido.Dejándolo vacío y, por tanto, sin capacidad de responder a lo que delos mismosse espera, como respuesta diferenciada en el paradigma receptor que no benefactor en donde recalan.

Es el problema de tener que justificar, sustentar, convencer, determinar, potenciar, incluso definir, lo que son y suponen los cuidados en un paradigma que parte de planteamientos, principios, objetivos, evidencias… diametralmente diferentes, aunque no siempre opuestos, con los del paradigma abandonado.

Un abandono que, como decía, viene determinado por diferentes factores. Algunos exógenos, como el interés de otros en hacer una utilización manipulada y artificial de los cuidados enfermeros como parte de la respuesta que se da desde el paradigma médico, lo que provoca que se diluyan, desdibujen, desvaloricen y pierdan sentido. Pero también los hay endógenos, en tanto en cuanto la migración descrita lo es por interés, o casi mejor dicho por desinterés, de quienes tienen que dar sentido a los planteamientos teórico-científicos de los cuidados, al renunciar a cualquier esfuerzo por fundamentar su actuación específica cuidadora y abrazar como propios los impuestos por quienes si son “dueños” de dicho paradigma, sin darse cuenta o asumiendo que, haciéndolo, renuncian a cualquier actuación autónoma y diferenciada para pasar a ser un apéndice secundario y subsidiario que en una correlación directa alimente y contribuya al desarrollo, visibilización y puesta en valor del paradigma médico de igual manera que de manera inversa lo hace minusvalorando, invisibilizando y minimizando la aportación de los cuidados que quedan ocultos ante la fascinaciónque provoca la técnica y la tecnología, o con un valor residual incapaz de ser identificado y por tanto valorado. Mientras tanto en el casi desértico paradigma enfermero se sigue clamando en el desierto con planteamientos teóricos que tratan de convencer de la bondad de los cuidados, sin que, lamentablemente, sean capaces de atraer la atención de las enfermeras que, no lo olvidemos, somos quienes debemos, finalmente, llevarlos a la práctica y dotarlos de valor y significación.

Estamos, por tanto, ante un panorama en el que por una parte se sigue insistiendo en querer ser “dueñas” de los cuidados, más como un mantra muy interiorizado, pero poco consciente y consistente, pero al mismo tiempo abandonando la manera en que esa propiedad se sustente en una percepción real, no tan solo de necesidad profesional, sino de identidad irrenunciable e inseparable de lo que es y significa el ser y sentirse enfermera. Y aquí, es donde radica el problema, en esa falta de fe en nosotras mismas y en lo que los cuidados nos aportan como esencia de dicha fe, no como dogma sino como base de nuestra ciencia, sujeta por tanto a cualquier tipo de duda, contraste o refutación, pero sin que ello signifique la renuncia que nos convierta en agnósticas de los cuidados que, sin negar su existencia los consideremos innecesarios o inaccesibles para entender la Enfermería. Más allá de la fe, nos situamos en una situación que en términos matemáticos podemos denominar asíntota[3], es decir, como aquello que se desea, los cuidados, y a los que nos acercamos de manera constante las enfermeras, pero que nunca parece llegar a cumplirse.

Como muestra de lo que digo, recientemente una Gerente de Enfermería de uno de los 17 sistemas de salud autonómicos, ante la demanda de una mayor visibilización, valoración e institucionalización de los cuidados, que se le trasladó, respondió diciendo que no entendía lo que se quería o pretendía y solicitó se le pusiese un ejemplo. A pesar de la evidente sorpresa, consternación e indignación por su respuesta y por venir de quien venía, una enfermera y además gestora, se le trasladó el ejemplo solicitado ante lo que su contra-respuesta fue la de indicar que las enfermeras hacían más cosas que prestar cuidados, como, refirió, gestión, docencia, investigación… como si lo que se gestionase, sobre lo que se impartiese docencia o se investigase, no tuviese que ser sobre cuidados. Porque de no ser así, desde luego, las enfermeras tenemos un gravísimo problema y lo que es, si cabe, más grave la población a la que se le priva de los mismos. Pero ahondando más en el desconcierto de la respuesta dada por la responsable enfermera, argumentó que muchas otras profesiones tienen incorporados los cuidados en sus competencias y como ejemplo citó las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) que según ella son cuidados médicos, cuando se sabe que precisamente en dichas unidades existe una intensa, continua y continuada prestación de cuidados enfermeros, sin menoscabo a que también puedan prestarse cuidados médicos, pero en ningún, caso como trata de justificar, que los cuidados en la UCI sean médicos y eso les otorgue la categoría de cuidadores.

En fin, lo que comentaba en mi reflexión inicial, ni se sabe ni se cree, ni se quiere saber ni creer, que aún es peor, lo que son y significan los cuidados profesionales enfermeros y si quien debe gestionarlos, en su toma de posesión, como ella misma se enorgullecía de haber hecho, renunció explícitamente a ellos para pasar a denominarse de Gestora de Cuidados a Gestora de Enfermería, debería hacernos pensar lo mucho que esto supone de negativo para el desarrollo y visibilización de los cuidados enfermeros. Porque nadie, además, puede ser Gestora de Enfermería sino en todo caso Gestora enfermera, dado que Enfermería es ciencia, profesión o disciplina y nadie individualmente puede ni debe intentar arrogarse la gestión, dirección, planificación o coordinación de la Enfermería, renunciando a hacerlo de los cuidados enfermeros que es lo que razonable y científicamente debería asumir. De tal manera que se acepta como válido utilizar a nuestra ciencia, profesión o disciplina, Enfermería, como pantalla tras la que ocultar nuestra identidad y el valor de lo que, al menos teóricamente, somos competentes para ofrecer como bien intrínseco, es decir, los cuidados profesionales enfermeros, tal como recogen absolutamente todas las teorías de Enfermería.

No se trata, lamentablemente, de una anécdota ni de un caso aislado. Es algo habitual, reiterado y que acaba dejando huella, al naturalizarse la orfandad de los cuidados que, irremediablemente, tienden a ser adoptados por otras/os profesionales y, por tanto separados definitivamente de quienes deberían sus verdaderos responsables, las enfermeras, al dejarse fagocitar por el asistencialismo tecnológico y medicalizado al que migran en una hipotética búsqueda de poder y visibilidad que finalmente se demuestra no tan solo falso sino altamente nocivo y destructor de la identidad específica enfermera.

Pero más allá de la pérdida de identidad enfermera, las consecuencias de esta deriva se centran en las personas, las familias y la comunidad a las que se atiende, al usurparles la posibilidad de recibir los cuidados enfermeros y con ello a que se pierda de manera automática la puesta en valor de los mismos al no identificarlos o quedar diluidos en las técnicas a las que abrazan de manera tan firme como inconsciente.

Es cierto, como vengo repitiendo en diferentes reflexiones, que los medios de comunicación tampoco contribuyen a que los cuidados sean identificados más allá del ámbito doméstico o de la amabilidad que se pide a las enfermeras como máximo indicador de calidad de su aportación. Pero no es menos cierto que cada vez tenemos que reflexionar sobre si esta proyección no es producto, en gran medida, de la ambigüedad que nosotras mismas tenemos con relación a dichos cuidados.

Todo lo cual configura un panorama en el que ni se sabe lo que son los cuidados, ni se institucionalizan como producto y valor propio de la aportación enfermera en las organizaciones de la salud, ni se identifican como imprescindibles con lo que supone no ser reclamados e incluso exigidos por la población que difícilmente, además, los relaciona con las enfermeras y cada vez más los asocia a las TCAE u otras/os profesionales.

En unas organizaciones en las que el paciente está por encima de la persona y la enfermedad por encima de la salud, la curación se convierte en la meta indiscutible e imprescindible de todo el sistema sanitario, que no de salud, de tal manera que los objetivos de la agenda política y por derivación de la agenda médico-sanitaria, incluso su visión sobre lo que debe suceder, impiden atender las relaciones, desarrollar el liderazgo de los demás, escuchar lo que necesitan las personas, acompañarles en sus momentos de crisis, duda, angustia o temor para ayudarles a afrontarlos, movilizar sus recursos personales, familiares, sociales y comunitarios… anteponiendo el objetivo exclusivo y excluyente de la curación a la prestación de cuidados, porque lo único que importa es la obtención acrítica de los resultados, es decir, lo que autores como Kenneth Goodpaster[1] definen como teleopatía o el error ético de la “enfermedad meta”.

Desde este modelo curativo-asistencialista, las enfermeras abandonamos, en gran medida, los cuidados que nos identifican y definen como enfermeras porque la meta de la curación y la asistencia nos atrapa en vez de ser nosotras quienes marquemos la meta o el objetivo de los cuidados enfermeros. Fijando la atención en la enfermedad perdemos la visión de una atención integral, integrada e integradora. Pero además dicha fijación en la enfermedad y la curación, con el consiguiente abandono de la acción cuidadora nos lleva a negarla, argumentando para ello lo que consideramos “buenas razones” cuando realmente son simples excusas que tratan de justificar nuestra actitud. Todo lo cual, finalmente,conduce a una posición de desarraigo de los cuidados, al separar por costumbre el sentimiento del conocimiento,cuyo resultado es una asistencia alejada de la integralidad y una clara instrumentalización, que no institucionalización como sería deseable, de los cuidados, al despojarlos de sus valores humanísticos y convertir a las enfermeras en profesionales tecnológicos que es lo que, por otra parte, demanda el sistema sanitario que tan solo persiguesoluciones técnicas a los problemas que aquejan a las personas, las familias y la comunidad en lugar de respuestas que se sitúen a nivel de la dignidad humana y favorezcan su participación activa en la toma de decisiones. Lo triste y lamentable es que, contando con enfermeras capaces y competentes para ello, ni el sistema lo propicie y promocione, ni las enfermeras se posicionen y lo realicen.Como dijera Potter Stewart[2]“La ética es saber la diferencia entre lo que tienes derecho de hacer y lo que es correcto hacer”, por lo que tendríamos que reflexionar sobre si nuestra respuesta profesional como enfermeras es ética o simplemente obedece al modelo que adoptamos como propio sin tratar de cambiarlo.

La infancia, la adolescencia, la cronicidad, la violencia de género, la salud mental, la vejez…son identificadas, valoradas, asumidas y asistidas exclusivamente como enfermedades que pueden y deben ser curadas y no cuidadas, lo que nos lleva a medicalizar procesos vitales o fisiológicos, a cronificar la cronicidad, a patologizar la violencia de género, a estigmatizar la salud mental, a despreciar la vejez o a intentar su reversión haciendo creer en una vida eternamente joven y con ello despreciar el capital humano que podría aportar desde dicha vejez que no discapacidad… lo que conduce a una población enferma, en contextos enfermos y con respuestas que se centran en la demanda insatisfecha, la dependencia y la falta de autoestima. Lo peor, siendo grave ya no es que se esté haciendo. Lo verdaderamente grave es que las enfermeras lo estemos consintiendo sin oponer absolutamente ninguna resistencia en base a propuestas de cambio razonadas, razonables y racionales que se expongan y expliquen en foros profesionales, políticos, ciudadanos y mediáticos que, cuanto menos, susciten la reflexión y el pensamiento crítico capaz de identificar que otro modelo, como el de los cuidados, es posible, deseable y exigible. Sino lo hacemos las enfermeras, ¿quién esperamos que lo haga?

[1] Profesor emérito de la Universidad de St. Thomas, Minnesota, Departamento de Filosofía.

[2] Magistrado de la Corte Suprema de los Estados Unidos

[1]Enfermera misionera durante 10 años en Honduras y Guinea Ecuatorial, África, trabajando en desarrollo comunitario, exámenes de salud y educación.

[2]Un estudiante preguntó a la antropóloga estadounidense Margaret Meadcuál consideraba ella que fue el primer signo de civilización en la Humanidad. El alumno y sus compañeros esperaban que Mead hablara del anzuelo, la olla de barroo la piedra de moler. Pero no. Ella dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua fue un fémur que alguien se fracturó y luego apareció sanado.

Mead explicó queen el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. Pues no puedes procurarse comida o agua ni huir del peligro, así que eres presa fácil de las bestias que rondan por ahí. Y ningún animal con una extremidad inferior rota sobrevive el tiempo suficiente para que el hueso se suelde por sí sólo. De modo que un fémur quebrado y que se curó evidencia que alguien se quedócon quien se lo rompió, y que le vendóe inmovilizó la fractura. Es decir, que lo cuidó” (https://www.lavanguardia.com/cultura/20201014/484039920907/el-reto-primer-signo-civilizacion-humanidad.html)

 

[3]«Línea recta que se aproxima muy cercanamente a una curva, pero nunca la toca conforme la curva avanza hacia el infinito en una dirección».

¿QUÉ NOS PASA A LAS ENFERMERAS? o ¿QUÉ PASA CON LAS ENFERMERAS?

“¡Basta de silencios!¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!”

Santa Catalina de Siena[1]

 

Esta de hoy es una reflexión íntima y a la vez pública y compartida sobre la incertidumbre que me genera la actitud de las enfermeras ante los múltiples acontecimientos que se están sucediendo y que nos afectan de manera directa o indirecta, aunque en gran medida muy directa, a las enfermeras.

Una actitud de absoluta pasividad y me atrevería a decir que de preocupante conformismo. Parece como si nada fuese con nosotras o contra nosotras. Como si nada pasase a la vista de cómo nos comportamos, actuamos o nos ausentamos de lo que pasa. Como si solo fuesen otros quienes tuviesen la responsabilidad de arreglar lo que pasa. Como si solo estuviesen las cosas mal para otros. Como si nosotras no tuviésemos nada que hacer, aportar, decir o pensar. Como si todo se fuese a solucionar antes que después sin que hagamos o digamos nada. Como si el deterioro de la sanidad y el de la salud de la comunidad nada tuviese que ver con nuestra actitud. Como si nuestra imagen no se viese resentida. Como si la valoración de nuestra aportación no se resintiese. Como si todo fuese normal. Como si el silencio y la pasividad fuesen el mejor discurso y la mejor acción de la que somos capaces. Como si el victimismo o la complacencia, cuando decidimos decir algo, fuese la mejor o única respuesta que podemos ofrecer. Como si la pérdida de derechos propios y de la población no se viese influida por cómo nos estamos comportando. Cabe pues preguntarse ¿Qué nos pasa a las enfermeras? o ¿Qué pasa con las enfermeras?

Nos ha costado mucho trabajo, mucho sacrificio, muchos sinsabores, muchos ataques, muchas descalificaciones… lograr una imagen, una valoración, una visibilidad, como enfermeras responsables de prestar cuidados profesionales de calidad y calidez que contribuyan a la salud de la población dando respuesta a sus necesidades y contribuyendo al autocuidado para lograr su autonomía, como integrantes de una ciencia con conocimientos propios y definidos que a través de la investigación conseguimos generar evidencias científicas que permiten argumentar y justificar nuestra aportación singular y autónoma, integrándonos en la comunidad científica en igualdad de condiciones a cualquier otra disciplina. Todo gracias a muchas enfermeras que decidieron dedicarse en cuerpo y alma a ello. Que se prepararon y formaron de manera excelente para afrontar las dificultades y las barreras que permanentemente se ponían para impedir el avance de nuestra disciplina/profesión. Que no cejaron en su empeño a pesar de las embestidas y los intentos constantes por hacerles desistir de su objetivo. Que creyeron y convencieron para lograr lo que era un derecho largamente prohibido y negado a las enfermeras. Que se mantuvieron firmes ante la falta de voluntad política. Que no desfallecieron ante los aparentes fracasos, que no eran tales, sino el resultado de las estratagemas de quienes se oponían sistemática e injustificadamente a nuestro avance. Que respondieron a las falsedades con argumentos. Que vencieron con la palabra y con la razón. Que nunca desfallecieron. Que no buscaron la gloria personal. Que nada obtuvieron, más allá de la satisfacción por el logro alcanzado.

Alcanzado todo ello se entró en una fase de meseta. Como si ya estuviésemos muy cansadas de luchar desde las trincheras de manera permanente. Como si el desgaste de tener que demostrar permanentemente lo que a otros no se les exige nos hiciese tener que descansar para recobrar fuerzas. Como si lo logrado ya no requiriese de mayor atención, esfuerzo, vigilancia, aportación… y todo fuese a fluir de manera automática y positiva. Como si quienes estuvieron oponiéndose sistemáticamente a que lográsemos lo que era nuestro derecho fuesen a cejar en su intento de acoso y derribo. Como si la ciencia, la disciplina y la profesión tuviesen inercia y pudiesen avanzar gracias a ella sin necesidad de aportar ningún otro tipo de energía que las impulsase. Como si lo alcanzado no precisase del compromiso y responsabilidad de todas el mantenerlo, defenderlo y mejorarlo.

Mientras la inercia de un impulso tan importante logró mantener en movimiento, aunque no siempre la velocidad y el avance deseados, todo parecía que funcionaba, que se seguía avanzando. Pero el movimiento, como el tiempo, son relativos y lo que puede parecer rápido o lento, temporal y espacialmente, está sujeto a muchas variables que no siempre controlamos y mucho menos percibimos con la objetividad que se requiere. Nos acomodamos a una supuesta velocidad denominada de crucero y a un aparente desarrollo, que están más cercanos a la parálisis de uno y otro de lo que aparentemente nos parece. Cuando nos venimos a dar cuenta nos encontramos sin capacidad de avance. No tan solo porque no hemos tenido la precaución de suministrar la energía precisa para que el motor de nuestro desarrollo permaneciese activo, sino porque, además, nos adelantan por la derecha y por la izquierda y no somos conscientes de que estamos situadas en una pendiente y que, por efecto de la gravedad, a la que no oponemos resistencia alguna, tendemos a ir en retroceso y, por tanto, a desandar lo andado.

Una pendiente que representa la situación sanitaria, política, gestora, organizativa, administrativa, universitaria, de investigación, en la que estamos inmersas, que nos ubica en un escenario de absoluta incertidumbre y peligro, no ya para nuestro desarrollo sino para nuestra propia subsistencia. Un contexto similar a una selva en el que fieras de otras especies, que confiadamente creíamos habían perdido su capacidad o interés de agresividad y ataque, se revuelven y nos acosan, y de nuestra propia especie que se tornan agresivas ante la idea de tener que adaptarse a una realidad que les saque de su zona de confort, lo que les sitúa como enemigas tan peligrosas o más que las especies ajenas al querer defender su comodidad incluso aliándose con estas en su intento por preservar su inacción. Es como en la célebre historia del Rey León, donde las hienas actúan como aliadas de Mufasa para lograr y mantener su reinado, aunque sea a costa de la mentira y la autarquía. Una pendiente en la que aún estamos y que supone el camino que nos queda por recorrer alimentando el motor del conocimiento, la ciencia, las evidencias, pero también del compromiso y la implicación.

Es como si la pandemia nos hubiese extraído el último aliento para seguir luchando. Como si nos hubiese dejado sin fuerzas. Como si nos hubiésemos creído lo de que éramos héroes y heroínas y nos hubiesen atacado con Kriptonita, como a Superman, para quitarnos nuestros supuestos “superpoderes” para dejarnos indefensas y sin capacidad de reacción alguna. Como si nuestra imagen profesional, no nos gustase, no nos sintiésemos a gusto con ella y limitásemos la ingesta de estímulos, conocimientos, evidencias y compromisos, sumiéndonos en una progresiva y profunda anorexia disciplinar/profesional que, por otra parte, negamos como forma irracional de mantener nuestra actitud Tratando de lograr una imagen que, aunque distorsionada y nociva, nos haga aparente e ilusoriamente, sentirnos mejor, cuando en la realidad supone un riesgo de muerte cierta. Como si tuviésemos miedo a avanzar y asumir nuestras competencias y con ellas la responsabilidad que emana de las mismas para dar respuesta a lo que se espera y desea de nosotras como enfermeras. Como si refugiándonos en nuestra propia inconsistencia nos sintiésemos protegidas, cuando lo único que logramos es ser cada vez más débiles y, por tanto, menos visibles y necesarias.

La Atención Primaria que navega a la deriva con serios riesgos de acabar encallando y en la que las enfermeras comunitarias, especialistas o no, son utilizadas y se dejan utilizar cada vez más como aliviadero de la inducida presión asistencial médica. La Asistencia Hospitalaria en su narcisismo permanente que les hace presentarse como nave insignia del Sistema Nacional de Salud (SNS) y que nadie ni nada será capaz de acabar con ella. Sin darse cuenta que, como le sucediera al Titánic, siempre hay algún iceberg que puede hacer que se hunda con todas sus aparentes riquezas y oropeles, pero también con todas sus miserias y pobreza, que como en el Titánic compartían el mismo espacio, aunque con accesos bien diferenciados y acotados. La atención a las personas adultas mayores que se convierte en una asistencia residual centrada mayoritariamente en las necesidades básicas que les despersonaliza e inhabilita, despreciando el importantísimo y valioso capital humano que representan para la sociedad, o la salud mental que se focaliza exclusivamente en la atención de psicólogos y psiquiatras, despreciando la valiosa aportación de las enfermeras especialistas. La participación comunitaria cada vez más ideologizada y alejada de ser una realidad posible y necesaria. La promoción de la salud que como eterno objetivo acaba por convertirse en una permanente utopía que tan solo comparten algunos/as nostálgicos. La salud como bien supremo y derecho universal que acaba siendo siempre la ausencia de la enfermedad identificada como el verdadero y casi exclusivo estandarte del Sistema y de quienes la utilizan para lograr su prestigio, su imagen y su poder, lo que supone tener que renunciar a una atención integral, integrada, integradora, participativa, universal, accesible, equitativa, intersectorial y transdisciplinar que, además, alimenta la voracidad médica empresarial de quienes negocian con la salud o mejor dicho con la enfermedad de quienes, eso sí, se lo pueden permitir, abocando al SNS a un Sistema, cada vez más cercano, de Beneficencia y Caridad para los pobres.

Son tan solo algunos de los hechos, situaciones, planteamientos, acciones u omisiones, por los que está atravesando actualmente nuestro SNS y con él, quienes, aparentemente, lo sostienen, mantienen y hacen avanzar. Pero la forma en que se identifican, valoran, afrontan y se responde es absolutamente diferente en base al colectivo profesional al que se pertenezca o con el que se sienten más identificados sin pertenecer al mismo. Todo ello, al margen de los efectos que esté provocando en la salud de la comunidad, al estar centrados los intereses en sus necesidades laborales y no en las de salud de la población. De tal manera que entre quienes hacen omisión por huelga y quienes la hacen por inacción el resultado acaba siendo el progresivo deterioro del Sistema, de lo que representa y lo que aporta.

No es mi pretensión que las enfermeras se sumen a la realización de una huelga, aunque es un derecho que pudiendo ejercer hace más de 40 años que no lo hacen y que cuando lo hicieron fue el punto de inflexión para lograr las mejoras a las que hacía mención al inicio de mi reflexión. Pero sí que es mi deseo que las enfermeras demuestren y muestren interés, preocupación, indignación, respuesta… a tanto despropósito, caos, desorganización, clasismo y autoritarismo disciplinar/profesional, además de ineficacia e ineficiencia. Es mi deseo que manifiesten, posicionen y defiendan sus competencias sin renunciar a las mismas o supeditándolas a las de un autoritarismo que tan solo obedece a un poder ejercido desde el lobby del que emana y que quiere controlar en exclusiva y para su propio beneficio al SNS que es patrimonio de toda la ciudadanía. Deseo que tengan pensamiento crítico y reflexionen para contribuir a cambiar lo que no puede permanecer estático, a parar su retroceso o seguir funcionando con el único impulso de quien lo quiere dirigir para su exclusivo beneficio. Deseo que crean en sí mismas y en lo que, desde su autonomía profesional y disciplinar, son capaces de hacer y aportar y que dicha apuesta de mejora repercuta en la valoración y visibilidad que de ellas tenga la sociedad y no a la inversa como han hecho siempre otros. Deseo que se trabaje desde la humildad pero combinándola con el orgullo de ser y sentirse enfermeras; que se haga desde la convicción sin renunciar a la necesidad de crecimiento y mejora profesional que redunde en la calidad de los cuidados profesionales que se prestan; que se haga desde la autoridad de la ciencia enfermera, sin olvidar la humanidad que requieren los cuidados; que se haga desde la fortaleza de la acción complementándola con la necesaria generosidad del trabajo en equipo real, compartido y de respeto realizado desde el compromiso y la implicación con la salud de la población alejándonos de protagonismos e imposiciones, facilitando la participación y la toma de decisiones compartidas; que se haga desde el respeto y la valoración del liderazgo enfermero y de quienes lo asumen y ejercen y no desde el descrédito o la falta de aprecio hacia ellas/os, que supone el mayor desprecio que puede hacerse; que se haga exigiendo la representatividad de quienes nos representan, pero asumiendo la necesaria implicación en su seguimiento y control; que se realice desde la empatía y la simpatía sin renunciar al rigor. Porque “La culpa no está en el sentimiento, sino en el consentimiento” (San Bernardo de Claraval)[2], de que todo esto suceda.

Todo ello requiere de un cambio evidente de postura, de visión, de análisis, de valoración, de compromiso de acción, de necesaria recuperación y posicionamiento en nuestro verdadero paradigma, el enfermero, sin contaminaciones, injerencias, imposiciones o mimetismos que nos alejen de nuestra esencia de ser y sentirnos enfermeras. Precisa de una formación enfermera y en valores enfermeros que se distancien de las exigencias de un sistema de salud en el que prevalece la técnica y la medicalización sobre el cuidado y el humanismo. Demanda de una gestión enfermera responsable que responda a la necesidad de cuidados por encima de las necesidades impuestas por un colectivo o quien lo representa. Supone alejarse de posicionamientos de confort para situarse en situaciones de respuesta y defensa de las necesidades y derechos de las personas, las familias y la comunidad. Consiste en la autoexigencia que nos faculte a poder ser exigentes. Reside en la importancia de creer en lo que somos y en saber qué es lo que queremos para huir de la ortodoxia profesional/disciplinar impuesta. Porque como expresara George Orwell[3] “La ortodoxia equivale a no pensar, a no tener la necesidad de pensar. La ortodoxia es la inconsciencia” y la inconsistencia es debilidad, la nadería, la indiferencia.

No es cuestión de cambios radicales, ni de revoluciones, ni de involuciones es, tan solo y sobre todo, cuestión de voluntad para volver a ser lo que realmente somos para poder exigir ser conocidas, reconocidas y valoradas, como enfermeras. Tan fácil y al mismo tiempo tan complicado. Pero, o asumimos esta necesidad o caeremos en el ostracismo, el olvido y la insignificancia a la que nos conduce la sumisión y la subsidiariedad producto de la inacción y el conformismo. Es cuestión de hacer una reflexión profunda sobre la situación de las enfermeras en todos y cada uno de los ámbitos en los que participamos y aportamos, sean estos sanitarios o no, en todos. Hablando, desde la sinceridad y el respeto y con absoluta libertad, sobre cómo nos sentimos y qué es lo que esperamos o necesitamos para recuperar la esencia enfermera que nos haga ser demandadas y respetadas. No esperando a que sean otros quienes hablen y, por tanto, decidan por nosotras. Sentando las bases de cuál es nuestro firme posicionamiento científico-profesional y qué estamos en condiciones y con voluntad de aportar, desde el mismo, a la salud de la población, con independencia del ámbito, contexto o ambiente en el que se haga. Asegurándonos que sea conocida y reconocida como aportación específica enfermera y que la sociedad sea capaz, en base a ello, de identificar que, tan solo las enfermeras, estamos en disposición de ofrecer. Identificando las necesidades de docencia enfermera que garanticen la formación de enfermeras para la comunidad y no para las organizaciones sanitarias o de quienes las controlan. Planificando la gestión requerida para prestar unos cuidados de calidad y calidez. Identificando las aportaciones que cada organización o institución de representación enfermera debe realizar en beneficio de todas las enfermeras, con criterios de calidad y controles de transparencia y eficiencia. Impulsando investigación enfermera que sea capaz de generar evidencias que avalen el rigor de los cuidados que prestamos. Es decir, reduciendo al máximo las posibilidades de que se manipule o diluya nuestra aportación específica enfermera como lamentablemente sucede ahora. Garantizando el respeto y el apoyo de nuestras/os referentes profesionales, sin descartar la crítica constructiva cuando sea necesaria o el debate que contraste posicionamientos diferentes para poder construir, desde la diferencia, en una búsqueda constante del consenso. Exigiendo, sin ambages ni escusas, a todas y en todas partes, el cumplimiento de nuestro código deontológico

No depende de nadie más que de nosotras, no nos engañemos ni nos dejemos engañar. Es nuestra decisión. Otra cosa es que la queramos asumir.

Rompamos el escandaloso silencio que, como dijera Haruki Murakami[4], resulta “tan profundo que casi hace daño en los oídos” y que “es como el viento: atiza los grandes malentendidos y no extingue más que los pequeños” (Elsa Triolet)[5]. Porque finalmente “lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos”[6]. (Martin Luther King)

[1]Religiosa italiana (1347-1380).

[2] Monje cisterciense francés y titular de la abadía de Claraval.

[3] Novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India (1903-1950)

[4] Escritor y traductor japonés. (1949-?)

[5] Novelista francesa (1896-1970).

[6] Ministro y activista bautista estadounidense que se convirtió en el vocero y líder más visible del movimiento de derechos civiles desde 1955 hasta su asesinato en 1968 (1929-1968).

LOS TRES PODERES Y LA ATENCIÓN PRIMARIA Tres poderes distintos y un solo interés verdadero.

A la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) y al grupo 40+ por

su compromiso y coherencia y por ser referentes de mi actitud enfermera.

No hay más alianzas que las que trazan los intereses ni nunca las habrá“

Antonio Cánovas del Castillo[1]

 

Soy consciente de que puede resultar reiterativo, pero la situación actual de la Atención Primaria (AP) no me permite mirar hacia otro lado cuando, además, en su nombre se están llevando a cabo acciones y declaraciones que, desde mi punto de vista, para nada tienen intención de mejorar la respuesta que desde tan importante ámbito del Sistema Nacional de Salud es preciso dar con otro planteamiento del que actualmente se da en base a un modelo caduco pero que sirve de excusa para el logro de intereses particulares y corporativos por una parte y como justificación para la privatización por otra. Se trata, por tanto, de intereses cruzados pero que se potencian e impiden avanzar el necesario cambio del actual modelo de AP.

Son varias las entradas que en torno a la AP he realizado. En algunas de ellas trasladaba mi esperanza y optimismo en relación a un cambio de modelo que permitiese dar respuesta eficaz y eficiente a las actuales necesidades de salud de las personas, las familias y la comunidad, al tiempo que recuperase la ilusión de las/os profesionales perdida desde hace tanto tiempo y que, no cabe duda, es resultado directo del deterioro alcanzado desde que se instaurara la AP en España, lo que provoca una falta de compromiso, implicación y apatía por parte de quienes trabajan en ella, generando un círculo vicioso en el que la máxima perjudicada es la sociedad en su conjunto.

Volver a relatar la evolución de la AP y su progresivo deterioro es inútil. Lamer las heridas de manera permanente no va a curarlas y tan solo provoca un dolor cada vez mayor y una infección progresiva en todos los tejidos con el riesgo que ello comporta.

Pero el punto en el que nos encontramos considero que si merece una reflexión que impida la distorsión de los acontecimientos y su utilización interesada por parte de quienes están participando del mismo, bien por acción o por omisión.

Creo que nadie, salvo quienes tengan un interés específico en lo contrario, puede negar la situación de crisis por la que está atravesando, no ya tan solo la AP, sino el SNS de nuestro país.

Tras la pandemia muchos entendimos que había llegado el momento del verdadero cambio. De un cambio que acabase con la inacción, el asistencialismo, el hospitalcentrismo, el paternalismo, el patriarcado profesional, la medicalización… entre otros muchos vicios adquiridos en los últimos años que fueron eliminando sistemáticamente los logros alcanzados por quienes creímos, en su momento, que otra forma de atender la salud de la comunidad era posible, transformando en realidad lo que muchos se empeñaban en plantear como utopía o ensoñación y que cuando fueron conscientes de la misma se propusieron acabar con ella como de hecho está sucediendo.

Se ha tratado pues de una progresiva lucha entre quienes construimos y quienes tan solo se han esforzado en destruir desde un falso y engañoso planteamiento que siempre han disfrazado de reconstrucción, como ha sucedido de manera muy patente y con una escenificación vergonzosa tras la pandemia, durante la cual, además, se asestaron los últimos estoques de muerte a la AP.

A partir de aquí las palabras vacías de contenido, las promesas hechas con la convicción de su incumplimiento, la falta de voluntad política, la absoluta ignorancia sobre aquello sobre lo que se decide, el traslado de anuncios efectistas pero sin efecto, la negación ante la cruda realidad de la descomposición de un modelo, la ausencia de escucha y la falta de diálogo, la maquinación de una maquinaria electoral y electoralista que conduce a tomar decisiones que den respuesta a los lobbies de presión corporativos, la invisibilidad a la que se somete a las sociedades científicas, la ineficacia de las/os representantes profesionales, el oportunismo de quienes aprovechan la agonía del modelo para sentar las bases de su apuesta reaccionaria y retrógrada que dé respuesta a sus intereses profesionales y corporativistas, la utilización indecente que se hace de la población para arrimar el ascua a su sardina, la pasividad de quienes consideran que mejor quede todo como está, la negación a un desarrollo profesional, la sumisión y la subsidiariedad como la mejor manera de generar su zona de confort, la acción sindical alejada de la realidad y de la unidad, la manipulación de la información, la ausencia de rigor informativo, la ignorancia sobre lo que se habla y transmite… conforman un escenario de caos y confusión en el que resulta muy complejo ver resquicios de oportunidad de cambio real.

El poder político, el sindical-profesional y el mediático. Los tres poderes que en lugar de generar el necesario equilibrio que conduzca a una apuesta rigurosa por el cambio, se enzarzan en una estéril y cruenta batalla por lograr cada uno de ellos su parcela de poder desde la que influir para lograr sus objetivos, que no los objetivos de todos y anular así el poder ciudadano. Estéril, porque se trata de fuerzas contrapuestas y excluyentes que impiden alcanzar cualquier punto de acuerdo y de coherencia. Cruenta porque dejan múltiples cadáveres por el camino en forma de pérdidas de derechos como la equidad, la solidaridad, la igualdad, la participación, la accesibilidad… y en particular la salud comunitaria.

Las/os políticas/os están a lo que están, a defender su parcela ideológica y las propuestas que, en base a las mismas, pretenden desarrollar. A luchar contra quienes consideran sus enemigos políticos, aunque en la batalla se produzcan efectos colaterales que afectan a la ciudadanía. A dar respuesta a los intereses partidistas, aunque los mismos se alejen de las necesidades de la sociedad. A negar la mayor cuando se plantean propuestas de cambio que no coincidan con sus ideas o que se aproximen a las de sus rivales.

Quienes manejan y pervierten la política, se convierten en un permanente obstáculo para el avance de cualquier posible solución. La mejor muestra la tenemos en la Comunidad de Madrid, donde el planteamiento neoliberal de sus actuales dirigentes quiere imponer y ampliar la privatización ya iniciada con anteriores gobiernos, utilizando para ello el actual conflicto con los médicos de AP. Conflicto que, su presidenta, se empeña en trasladar como un conflicto político, en un intento maquiavélico y totalmente planificado por distraer la atención del foco real del mismo y situarlo en un plano de confrontación con quien identifica como el único y exclusivo responsable de cualquier cosa que pase y en la que ella no esté de acuerdo, es decir el Gobierno de la Nación y su presidente. Cuando el conflicto político lo genera ella y su gobierno con su actitud intransigente que sabe juega a su favor para lograr imponer sus decisiones privatizadoras y situar a los médicos como enemigos del sistema. Privatización que ha aumentado en el último año en España un 7% y en los últimos 10 años más de un 50%, siendo el número de personas aseguradas actualmente cercano los 13 millones de personas y por autonomías en la Comunidad de Madrid son más del 38% de la población la que tiene seguro privado. Los números son suficientemente reveladores de lo que está suponiendo la acción, o más bien inacción, con relación al SNS que, por otra parte, cada vez genera más insatisfacción entre la población, a lo contrario de lo que sucedía hasta hace bien poco tiempo.

Pero esta muestra de política oportunista y partidista se da también con otros barones y líderes políticos de diferentes ideologías, aunque es cierto, con intereses diferentes, pero no por ello con resultados menos nocivos para el logro del necesario cambio de modelo.

Sin embargo, todos coinciden en el mantra estandarizado según el cual a todos ellos les interesa el bien común de la población y la mejora del SNS, aunque los hechos demuestren de manera tozuda y sistemática que en ninguno de los casos es cierto, pero destacando que los matices aportados por unas/os u otras/os son importantes sin duda en el resultado final.

En un SNS en el que coexisten 17 Sistemas Autonómicos de Salud, las decisiones están constantemente mediatizadas por los intereses políticos y territoriales haciendo muy difícil, por no decir imposible, cualquier tipo de acuerdo que beneficie al conjunto de la sociedad lo que acaba provocando claras inequidades en función no ya del código postal de residencia sino del contexto territorial en que se sitúe. No es lo mismo, por tanto, el acceso a la salud para una persona que viva en Madrid que otra que lo haga en València, ni lo es en Madrid para quien viva en el barrio Salamanca o lo haga en el de Chueca. Mientras tanto el Ministerio de Sanidad se convierte en un mero ente de representación política sin capacidad de decisión y de dudosa capacidad de coordinación en la mayoría de los aspectos relacionados con la salud y su prestación.

Sé que lo que voy a decir no es popular ni posiblemente políticamente correcto, pero considero que en Sanidad y en Salud debieran existir criterios uniformes a nivel nacional que no estuviesen sujetos al capricho o el interés político de un determinado poder autonómico. En un tema tan sensible, como lo es igualmente la educación, no se debería permitir que se utilizasen como armas arrojadizas o como monedas de cambio para el logro de sus planteamientos ideológicos o de interés partidista. Para muestra el botón de Castilla y León con el protocolo “pro vida” y en contra del derecho a decidir de las mujeres, en un claro y temible ejemplo de utilización interesada y adoctrinadora de la salud. Cada vez es más evidente la necesidad de llegar a un consenso en este sentido que, se ha demostrado, es imposible a través del diálogo parlamentario o político de partidos. Todo ello teniendo en cuenta que soy un claro defensor del modelo autonómico o federal, pero sin olvidar que hay temas que trascienden al interés político o territorial y se sitúan en el centro mismo del interés individual y colectivo de todas/os, lo que obliga a establecer unas reglas de juego que impida hacer trampas continuamente para alzarse con la victoria.

Por su parte los profesionales, y en particular los médicos, han aprovechado las circunstancias para reclamar mejoras laborales y salariales parapetándose en el deterioro de la AP y tratando de trasladar su interés por la mejora del modelo, cuando el modelo del que se parte ha sido, en gran medida, producto de su propio modelo profesional que ha desplazado al que se generó al inicio de la AP. Un modelo que sufre las carencias, el recelo y en muchas ocasiones el rechazo de quienes son artífices y máximos defensores del modelo que impregna y deteriora la AP, desde los hospitales que actúan como verdaderos devoradores de recursos y poder. Pero para nada es una lucha política, porque su interés trasciende a la política y a quien la gestiona.

Su permanente discurso de queja sobre el aumento progresivo de la demanda obedece fundamentalmente al asistencialismo por ellos impuesto que junto al paternalismo y la ausencia de participación logran generar una dependencia casi exclusiva de la población hacia el sistema y muy en particular hacia ellos. Han sido los máximos responsables a lo largo de las últimas décadas de la falta de cultura de salud poblacional al usurpar los saberes populares que permitían resolver en el ámbito familiar, muchos de los problemas por los que ahora se les demanda asistencia. Paradójico que se denominen médicos de familia cuando ni creen en la misma como núcleo de salud ni tan siquiera están organizados, en su modelo de cupos, para atender a todos los miembros de una misma familia. Paradojas del modelo que ellos mismos han creado a su imagen y semejanza. Por eso se les oye decir que lo que quieren es un modelo que satisfaga sus necesidades profesionales. Lo que supone anteponer sus intereses, que nadie discute que sean legítimos, a los de la población a la que teóricamente deben atender. Obvian que la falta de médicos obedece a una falta de interés por la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria que, más allá de las condiciones laborales, tiene su razón de ser en que es una especialidad demasiado “alejada” del modelo medicalizado de su paradigma profesional, quedando cada vez más plazas vacantes por ocupar en los exámenes de MIR, además de ser las últimas plazas elegidas[2].

El repetido y repetitivo argumento de la falta de tiempo para atender adecuadamente a la población es tan solo una forma más de atraer a sus intereses particulares la atención y lástima de la población a la que seducen, hipnotizan y secuestran con sus mensajes, cuando son consecuencia de su propia forma de actuar. Algo que les lleva a trasladar la exigencia para que la administración establezca el número máximo de visitas diarias a 35 personas/día, como si la regulación de la demanda no fuese una responsabilidad de su competencia clínica, aumentando aún más su ensayado victimismo con objeto de captar seguidores para su causa.

La fuga de médicos al extranjero no es tan solo de los de familia, y obedece a una cuestión de oferta y demanda de mercado y no tanto de modelo que, repito, es el que ellos mismos han generado, sin que esto quiera decir que realmente no se estén produciendo abusos con contratos precarios. No se pueden confundir churras con merinas tratando de vender la lana que a ellos más interese.

Y si hablamos de los pediatras de AP pues es más de lo mismo. Tratar de patologizar lo que es un proceso de salud del ciclo vital como el desarrollo prenatal, el pre-escolar y escolar, la pubertad o el adolescente, o para atender procesos leves en su gran mayoría, es algo que tan solo encaja en el modelo medicalizado y que no tiene parangón en los países de nuestro entorno. Estamos pagando la decisión que en los inicios de la AP se adoptó de incorporar pediatras en AP. Pediatras, por otra parte, que no quieren las plazas de AP y que son ocupadas en una gran cantidad por médicos de familia. Los pediatras, como médicos especialistas de pediatría, tienen razón de ser en el ámbito hospitalario y en todo caso como consultores para AP, pero no en AP, lo mismo que no tiene encaje la existencia de geriatras o de cualquier otra especialidad médica que desvirtúe y contamine el sentido de la AP. Además de suponer una nueva y constatable prueba del fraccionamiento que se hace de la familia y su atención integral en razón de la edad de sus miembros, desvirtuando aún más la atención de los médicos de familia. Tratar de convencer de su imprescindibilidad en AP es tanto como pretender que comulgauemos con ruedas de molino.

Todo lo cual es aprovechado por algunos sindicatos médicos, sin apoyo de los sindicatos de clase, para lograr notoriedad y protagonismo en un escenario en el que no siempre han aportado soluciones de mejora real, más allá de los aspectos laborales y/o salariales, para el modelo que ahora atacan con tanta pasión como con falta de convicción y que tratan se extienda como una mancha de aceite por otros territorios autonómicos con idénticos e interesados intereses. Pero si a estas presiones tan fuertes como faltas de contenido y sentido se responde por parte de los responsables políticos como, por ejemplo, ha hecho la Consejera de Navarra ofreciendo a los médicos de AP la contratación de 44 enfermeras para reducir su sobrecarga de trabajo, pues apaga y vámonos. Es la muestra evidente de la falta de criterio científico y de gestión eficaz y eficiente, adoptando una decisión que contraviene el sentido común y los más elementales criterios de gestión y, lo que es más importante, triste y penoso, la falta de respeto hacia las enfermeras a las que no tan solo se subestima y desvaloriza, sino que utilizan como remedio inadecuado e interesado a sus indudables déficits, tratando de contentar al poder que les presiona. Y lo peor es que esta es una dinámica ampliamente extendida y asumida por los responsables políticos de todas las tendencias y colores.

Esta actitud del colectivo médico, sin embargo, es cuestionada por la recientemente elegida mejor médica de familia de España, Mª Luisa López Díaz-Ufano, quien tras su elección declaró que no sabía si era el mejor momento para hacer huelga y que los problemas de AP no vienen por Ayuso[3], lo que, cuanto menos, no deja de ser paradójico y contradictorio con lo que se está planteando.

Las enfermeras por su parte están adoptando un papel que va desde la más absoluta de las indiferencias a una mimetización, sin que aparentemente nada de lo que está pasando vaya con ellas o les afecte, o bien con una falta de valoración sobre sus competencias y la respuesta que desde las mismas pueden y deben aportar, o una absoluta sumisión y subsidiariedad al supeditar cualquier acción profesional a la existencia, tutela y autoridad de un médico sin la que, declaran, no poder actuar y que es lo que trasciende a la sociedad, ocultando con ello la eficaz respuesta que se da por parte de muchas enfermeras de manera responsable y autónoma, en un modelo que dificulta e impide en muchas ocasiones respuestas de cuidados enfermeros de calidad al estar supeditados al modelo médico autocrático en el que resulta muy complicado visibilizar la aportación específica enfermera. Pero me asombra comprobar que ante todo esto no se alce la voz enfermera, cuanto menos para dar su opinión, conocer su posicionamiento, identificar su sentimiento ante una situación que tanto les afecta y en la que tanto pueden y deben aportar, ya que, finalmente, quien calla otorga y así es muy difícil que la sociedad nos valore y reconozca.

            Las/os representantes profesionales de unos y otros, médicos y enfermeras, a verlas venir sin que exista un posicionamiento claro sobre el problema y tratando de nadar y salvar la ropa, aunque con un claro componente de enfrentamiento entre ellos por cuestiones que escapan al verdadero problema que plantea el actual modelo de AP que repercute, sin duda, en el desarrollo profesional que a ellos les compete pero del que huyen como alma que lleva el diablo. Entre medias se entretienen poniendo demandas por cuestiones que podrían mejorar la atención a la población pero que interpretan como interesadas injerencias competenciales que podrían y deberían resolverse desde el diálogo. Un despropósito.

            Por último los medios de comunicación se convierten en los transmisores de una información plagada de noticias sesgadas, ausentes de argumentos, sensacionalistas, distorsionadas y alejadas de una realidad que dista mucho de ser la que ellos trasladan a la sociedad, confundiéndola permanentemente. Transforman una huelga de médicos en una huelga de AP, con lo que convierten un conflicto corporativo en un problema que afecta a muchas/os otras/os profesionales y a la ciudadanía y que trasciende al ámbito laboral que es lo que la ha generado, sin plantearse nada más y buscando únicamente la noticia fácil y sensacionalista que aúpe sus índices de audiencia.

            La permanente y cansina confusión entre sanidad y salud, centro de salud y ambulatorio, educación sanitaria y de salud, atención y asistencia, la simple y triste invisibilidad que hacen de los cuidados profesionales… junto a la identificación casi exclusiva de los médicos como únicos protagonistas de una sanidad que ni conocen ni parece tengan interés en conocer. Hablar de médicos y sanitarios es un claro ejemplo de ignorancia y distorsión informativa. ¿En base a qué argumentos consideran que los médicos no son sanitarios? O ¿por qué sanitarios en lugar de profesionales de la salud? Interrogantes que son incapaces de responder, negándose a aceptar su reiterada falta de criterio, información y rigor a la hora de hablar de un tema de tanta importancia social como la salud a pesar de los vanos intentos que algunos hacemos para que rectifiquen.

            Como resultado de todo ello, la ciudadanía, se apunta al sol que, tan solo en teoría, más calienta o a la voz que más se escucha y que además es la que le da órdenes médicas que se les ha enseñado a que cumplan religiosamente. Cuando se producen reacciones contrapuestas al pensamiento único que se ha hecho prevalecer como indiscutible, son identificados como maleducados o violentos. No se puede hablar en ningún caso de mala educación o de falta de respeto por el simple y legítimo derecho a no coincidir con una decisión profesional que afecta, no lo olvidemos, a la libertad individual y colectiva de las personas, las familias y la comunidad. Dejando claro que no trato de justificar absolutamente ningún comportamiento que suponga la falta de respeto a través de agresiones verbales o físicas que, por otra parte, requiere de un análisis en profundidad de todas las partes implicadas ya que no se puede hacer creer que la culpa de dicho aumento de agresiones sea exclusivamente de la ciudadanía y los profesionales y la propia organización no tengan nada que ver.

            En este juego de intereses, poder, egos, posición, ideologías… todos quieren tener la razón y nadie quiere dar su brazo a torcer. Todos desde sus atalayas, desde sus reductos, sin compartir, analizar, reflexionar y asumir errores. La salud no entiende de ideologías, intereses o poder, entiende de bienestar, equidad, libertad, derechos, democracia… que se ven afectados en ese juego perverso.

            Mientras no asumamos, quienes estamos implicadas/os en mayor o en menor medida, directa o indirectamente, que tan solo desde el reconocimiento del deterioro de la AP y de la responsabilidad que todas/os tenemos en relación a la misma, asumiendo errores y facilitando la puesta en marcha de medidas correctoras de consenso, esta situación lejos de arreglarse empeorará, se cronificará y conducirá a la muerte de la AP para dejar paso a un modelo residual que será aprovechado para hacer negocio por parte de las empresas sanitarias como los fondos buitre hacen con la vivienda social.

            Si seguimos inmersos en esa lucha permanente entre políticos, profesionales, ciudadanía, con la inestimable ayuda de unos medios de comunicación que confunden y alarman, no resolveremos nada. No se trata de adecuar el modelo a los profesionales sino de que las/os profesionales, todas/os, se adapten al modelo que mejor responda a las necesidades de la población. No es una cuestión de médicos, enfermeras, pediatras, políticos o periodistas. Este es el error, el gran error. Es una cuestión de salud y de cuidados que debe ser abordado con coherencia, rigor, generosidad, respeto y sentido común por todas/os olvidando los intereses partidistas, corporativistas, ideológicos o de cualquier otro tipo que se alejen de las necesidades de las personas, las familias y la comunidad.

            Me consta que la reflexión es larga y extensa, pero es que la situación es densa y farragosa y limitarla supone dejar en el tintero y en la sombra hechos importantes y actitudes y actuaciones lamentables.

            Seguimos en un suma y sigue que aumenta la inflación del descontento de manera acelerada y preocupante y con pocos visos de que se resuelva a corto plazo, lo que conlleva a un empobrecimiento en salud comunitaria evidente. Con elecciones a la vuelta de la esquina que nos aportarán nuevas y sorprendentes presiones y decisiones, no por inesperadas sino por inadecuadas, interesadas y oportunistas, aunque las mismas no sirvan para nada más que contribuir a la destrucción de la AP y claro está a sus intereses corporativos, de partido o de audiencia. Como la reciente destitución de una excelente gestora en Cataluña, enfermera ella, para ser sustituida por un médico cuya mayor contribución ha sido la de ocupar cargos colegiales[4], sin que para ello exista argumento alguno que no sea el de dar cumplida respuesta a presiones de un poder a otro en puertas de unas elecciones. Blanco y en botella.

Tres poderes distintos y un solo interés verdadero.

[1]Político, académico e historiador español (1828-1897)

[2] https://www.lavanguardia.com/vida/20220525/8291112/medico-familia-seduce-mir-dejan-plazas-vacantes.html

[3]https://www.elespanol.com/ciencia/salud/20230106/familia-espana-problemas-atencion-primaria-no-ayuso/731177191_0.html

[4] https://www.redaccionmedica.com/autonomias/cataluna/marc-soler-director-general-de-profesionales-de-la-salut-en-cataluna-3023?utm_source=redaccionmedica&utm_medium=email-2023-01-12&utm_campaign=boletin

EL ARTE DE ENGAÑAR Antinomia, entropía y paradoja de la representación enfermera

                                                    A Carmen Ferrer Arnedo por dar visibilidad, forma y coherencia a un intento de cambio tan necesario y no por todas/os deseado.

 

                                                 “Hay menos injusticia en que te roben en un bosque que en un lugar de asilo. Es más infame que te desvalijen quienes deben protegerte.”

Michel Eyquem de Montaigne [1]

 

Pasadas ya las fiestas de navidad, nuevo año y reyes, retomo mis reflexiones semanales en este nuevo año de 2023, que lo es por cuanto supone iniciar el calendario, pero que falta por saber si realmente nos aportará novedades reseñables o seguiremos con más de lo mismo en cuanto a inequidades, cambio climático, pobreza, violencia de género, guerra, autoritarismos y por lo tanto ausencia de cambios, es decir, un nuevo año pero el mismo daño.

Con los deseos de cambio al inicio de cada año pasa como con la voluntad de hacer dieta o ir al gimnasio tras los excesos gastronómicos, que quedan en eso, en deseos o propósitos que se desvanecen con tal rapidez que no es posible modificación alguna. Forma parte del ritual como comer turrón, beber cava o comprar lotería.

Antes de que algún/a psicólogo/a saque un nuevo síndrome de ansiedad como a los que nos tienen acostumbrados (postvacacional, post rebajas, post covid… ) en un nuevo y claro intento por patologizar cualquier esfera de la vida diaria, quiero adelantarme para reflexionar sobre lo que está afectando a las enfermeras con relación a sus representantes, que no es consecuencia de ningún desajuste físico o mental producto de la presión, el acoso o el estrés, sino tan solo resultado de la incapacidad y la acción delictiva de unos/as y la pasividad profesional de otras/os.

No es mi intención ser agorero o pesimista, por naturaleza no lo soy, pero la actualidad, los hechos, los actos, los actores y actrices que intervienen y las/os directoras/es así como guionistas que marcan la acción a desarrollar, no invitan a plantear un escenario más amable y menos propicio al desencanto. También es cierto que quienes participamos como espectadores de tan lamentables obras muchas veces no actuamos con la decisión que sería necesaria o cuanto menos deseada para tratar de cambiar o al menos exigir que se cambie, en lugar de aceptar, desde la resignación y el conformismo, lo que acontece como algo inevitable.

Me centraré tan solo en un aspecto que considero nos afecta más directamente a las enfermeras sin que ello quiera decir, en ningún caso, que el resto de acontecimientos no deban ser tenidos en cuenta o que no afecten a la salud de las personas, las familias y la comunidad y, por tanto, sean responsabilidad directa de nuestra actuación como enfermeras.

He comentado en repetidas ocasiones la importancia que para las enfermeras y para la enfermería en general tiene la identificación, valoración y reconocimiento de sus referentes profesionales, científicos, gestores, académicos, docentes o investigadores y la poca consideración que, por lo general, se tiene de las/os mismas/os por parte del conjunto de enfermeras.

Pero, más allá de estas/os referentes que lo son o deben serlo en base a sus aportaciones de liderazgo en cualquier ámbito, tenemos aquellas/os referentes que lo son de manera formal, estatutaria, legal o normativa por ser representantes de la profesión, la ciencia o la disciplina en academias, colegios, organizaciones o instituciones que como entes jurídicos regulados son los encargados de tomar decisiones que nos afectan a todas/os y que, además, están sufragados con fondos que aportamos a través de las cuotas que se establecen para su funcionamiento y desarrollo.

El año que ha concluido nos ha aportado una noticia que no por sospechada, sabida y esperada deja de ser menos demoledora. Quien durante más de 30 años ha sido el Máximo representante de las enfermeras españolas tanto a nivel nacional como internacional ha sido imputado, aunque ahora se denomine como investigado en un nuevo y patético quiebro eufemístico, por “apropiación indebida continuada” en una “conducta criminal global”, según se recoge, entre otros hechos, en el auto del juez instructor del caso en la Audiencia de Madrid[2].

Nos encontramos pues ante un dilema o contradicción entre aquello que planteo como fundamental, como es el que valoremos a nuestros representantes que por derivación debieran ser nuestros referentes, y lo que sucede ante un hecho como el que se plantea con la actitud maliciosa y delictiva de quien actúa como tal y, no lo olvidemos, de aquellos que le acompañaron y callaron durante sus 30 años de continuado saqueo como miembros de su junta de gobierno. Estamos pues ante un caso de antinomia que parece la causante de crear un conflicto o contradicción entre dos ideas o actitudes en las enfermeras españolas. Por una parte la de identificar y respetar a nuestros representantes y, por otra, posicionarse en contra de las acciones y/o decisiones que toman y les afectan. Decidiendo, en la mayoría de las ocasiones, aceptar como natural lo que parece que puede convertirse en una sentencia judicial condenatoria y que hace mucho tiempo debiera haber sido una sentencia profesional que apartara a quien los indicios apuntan que actuaba no como representante profesional sino como profesional del delito representándose a sí mismo y a sus más íntimos o leales allegados con el objetivo exclusivo de un beneficio propio alejado del interés de aquello o a aquellas/os a quienes supuestamente representaba.

Utilizando una ley física podríamos decir que su gestión consistió en una constante entropía[3] profesional entendida esta como la magnitud enfermera que mide la parte de energía no utilizable para obtener un beneficio colectivo, quedando expresado, según se desprende de los indicios recogidos por el juez, como el cociente entre el beneficio colectivo aportado por el Máximo representante y la riqueza absoluta que el mismo posee. De todo lo cual se puede deducir que las enfermeras españolas hemos estado durante más de 30 años siendo objeto de una pérdida continuada de beneficio profesional colectivo en paralelo al enriquecimiento de nuestro representante.

Por otra parte nos encontramos ante la paradoja de Russell que demuestra que la teoría original de conjuntos formulada por Cantor[4] y Frege[5] es contradictoria y que se explica de manera más cercana y entendible a través de la conocida como paradoja del barbero. Según la citada paradoja un emir se dio cuenta de que faltaban barberos en su emirato, y ordenó que los barberos tan solo afeitaran a aquellas personas que no pudieran afeitarse a sí mismos, al tiempo que obligaba a que todo el mundo estuviera correctamente afeitado para que quedase clara su autoridad. El hábil barbero As-Samet, residente de un apartado poblado del emirato  fue llamado un día  para que afeitara al emir y este le contó sus angustias:

—En mi pueblo soy el único barbero. No puedo afeitar al barbero de mi pueblo, porque soy yo, y si lo hiciese quedaría claro que puedo afeitarme por mí mismo, por lo tanto ¡no debo afeitarme! pues desobedecería vuestra orden. Pero, si por el contrario no me afeito, entonces algún barbero debería afeitarme, ¡pero como yo soy el único barbero de allí!, no puedo hacerlo y también así desobedecería a vos mi señor, oh emir de los creyentes, ¡que Allah os tenga en su gloria!

Y esta puede ser la justificación utilizada por el emir, Máximo representante de las enfermeras españolas en su emirato particular. Como enfermero debiera ser quien velara, trabajara y se implicara en el beneficio de todas las enfermeras, pero interpretó que hacerlo sería contradecir la teoría de conjuntos según la cual él formaría parte del citado colectivo al que representaba. Y por ello decidió beneficiarse a él exclusivamente y a quienes estando fuera del conjunto de enfermeras formasen parte de su propio conjunto familiar o íntimo. Una forma como otra cualquiera de justificar matemáticamente el sistemático engaño realizado. O lo que es lo mismo, cómo distraer la atención de lo trascendente para que parezca que da respuesta a lo importante, cuando realmente no lo hace, convirtiendo el engaño en un arte.

Pero en todo este conglomerado de teorías termodinámicas, paradojas y contradicciones se incorpora una nueva variable que hace aún más complejo si cabe entender lo que ha sucedido, sigue sucediendo y a dónde nos ha conducido.

Porque más allá de quien actuó con total impunidad alterando el uso del capital que se le encomendaba para que lo utilizase con eficacia y eficiencia, durante los 30 años en los que urdió su plan, estuvo acompañado por una serie de personas que, formando parte de su equipo, no tan solo le acompañaron sino que le jalearon, obedecieron, protegieron y defendieron de manera totalmente fiel y constante, sin que en ningún momento denunciasen, informasen o se apartasen de tan graves hechos hasta que se retiró como Máximo representante, asumiendo el papel de tontos útiles. Tan solo entonces y una vez liberados de la aparente autocracia[6] por él impuesta, quienes fueron fieles compañeras/os de viaje y valedoras/os de su gestión, decidieron denunciar a quien hasta entonces había sido su líder, guía y referente indiscutible, argumentando que lo hacían para defender el interés colectivo de las enfermeras al enterarse, de repente, de las acciones de quien fue su jefe, santo y seña. Recuerda esta forma de actuar a la que mantuvo la entonces ministra de sanidad Ana Mato cuando negó saber cómo había llegado al garaje de su vivienda un  coche Jaguar aparcado en el mismo, argumentando que pertenecería a su marido y que ella nada sabía al respecto a pesar de la convivencia y parece que también connivencia que, al menos en aquel entonces, existía entre ambos como matrimonio que compartían la misma residencia en la que apareció el citado vehículo de alta gama. Como suele suceder, se enteró por los medios de comunicación.

Lo cual incorpora una nueva y lamentable afronta hacia las enfermeras. Porque ya no solo se trata de que se nos haya estado manipulando sistemáticamente, que se nos haya negado una eficaz y eficiente representación profesional que defendiera nuestros intereses, que se actuara con actitudes mafiosas e intimidatorias hacia toda aquella persona que osara contradecir lo que mandase el Máximo representante profesional, es que además de esto y más, que ahora ya no tan solo es una sospecha conocida por todas/os sino que es un claro indicio delictivo, se nos trata de imbéciles al pretender hacernos creer que durante más de 30 años nadie de quienes acompañaron al Máximo representante, no tan solo no sabían nada sino que ni tan siquiera sospechaban nada a pesar de las voces que constantemente apuntaban a ello y que se acallaban comprando voluntades o atacando a quienes no se dejaban comprar. Denuncian ahora, en un intento desesperado por defenderse a ellos mismos, lo que han escondido, callado, maquillado, compartido… como cómplices necesarios e indiscutibles del delito que ahora tratan de imputar siguiendo la regla futbolística de que no hay mejor ataque que una buena defensa. Lo que pasa es que, en esta ocasión, la defensa es más un intento desesperado por evitar ser identificados como parte del saqueo que una forma lícita de demostrar su inocencia que ya ha quedado sobradamente demostrado resulta imposible hacer creer. Porque finalmente, tanto peca el que roba en la huerta, como el que queda a la puerta.

Mientras todo esto sucedía y sucede, posiblemente como efecto de la anestesia en la que hemos quedado  atrapadas, las enfermeras vemos con absoluta indiferencia, salpicada de cierta indignación que la disimule, los efectos de tanto ataque a la dignidad profesional colectiva. Probablemente también como una forma de esquivar la responsabilidad de falta de implicación y compromiso para tratar de cambiar la situación que se contemplaba como inevitable cuando no natural, tal como sucede con la corrupción política que hace que se perpetúen las conductas y se elimine el asombro y la indignación hacia las mismas. Todo ello mientras el silencio más absoluto es la única respuesta a múltiples problemas profesionales de visibilidad, respeto, competencias, desarrollo… que son sistemáticamente ignorados por quienes debieran liderar la defensa de su solución como máximos representantes oficiales del conjunto de las enfermeras.

El exacerbado individualismo de nuestra sociedad también contribuye de manera significativa al devenir de este tipo de actuaciones, lo que limita en gran medida a que las acciones de algunas enfermeras por tratar de cambiar las cosas queden finalmente en lo que Juan José Millás denomina grumos de solidaridad, que no son capaces de disolverse en el conjunto para impregnarlo de la misma, tendiendo a ignorarlos, cuando no apartarlos o eliminarlos. Esto explica, en gran medida, que la participación colectiva para producir el cambio sea exigua o anecdótica como ha sucedido, por ejemplo, en la reciente elección de Junta de Gobierno del Colegio de Enfermería de Córdoba o la del Colegio de Madrid, con unas tasas de participación que no llegaron en ningún caso al 20% del censo electoral. Y aunque el cambio se produjo en la primera de las elecciones, el apoyo obtenido es tan débil que, en sí mismo, ya es una clara muestra del escaso interés del conjunto de las enfermeras por propiciar el cambio de unas organizaciones tan necesarias como devaluadas.

Por su parte, las/os responsables políticas/os tan solo identifican su representatividad como una obligación de convocatoria forzada marcada por la ley, pero sin que su opinión, cuando raramente la tienen y la exponen de manera razonada, sea tenida en cuenta ni tan siquiera como opción. Simplemente se obvia. Es lo que podemos denominar como representación oficial inútil. Todo lo cual acaba traduciéndose en una imagen cada vez más deteriorada de las enfermeras aunque se trate de maquillar con apelativos de heroicidad que tan solo sirven para callar bocas y dilatar sine die decisiones trascendentales. La tormenta perfecta para el desastre total.

Sin embargo también es cierto que encontramos algunos hechos esperanzadores como los que se produjeron en las recientes elecciones al Consejo General de Enfermería de España en las que, a pesar de ganar la candidatura continuista y sospechosamente delictiva, lo hizo con una diferencia con la candidatura opositora que hacía más de 30 años que no se producía, todo ello a pesar de hacerlo con indudable diferencia de fuerzas, recursos y estratagemas. Aunque, lamentablemente, ganó el oscurantismo, lo hizo viendo la luz que existe al final del tenebroso túnel en el que nos introdujeron hace más de 30 años, lo que sin duda les pone nerviosos y alerta ante la posibilidad de perder el poder, que no el respeto que hace tanto decidieron no merecía la pena que se les tuviese. Al fin y al cabo el poder absoluto les ha resultado muy rentable. Casi tanto como lo ruinoso que profesionalmente nos ha supuesto al conjunto de las enfermeras.

Ya sabemos la lentitud de la justicia y la manera en que la misma se ajusta a los recursos disponibles de las partes para que actúe en función de los mismos, pero son tantos y tan graves los hechos que resultaría muy sospechoso que finalmente no hubiese una sentencia clara de acusación que, al menos, situase como referente delictivo a quienes han figurado serlo del conjunto de enfermeras españolas.

Pero no podemos ni debemos esperar a que haya sentencia. Nosotras tenemos la obligación ética de actuar, en paralelo que no en sustitución de la justicia, aislando a los infractores y a quienes se han dedicado a anteponer sus intereses personales a los profesionales. Tenemos que acudir mayoritariamente a votar las candidaturas que propician el cambio desde la transparencia, el rigor, el compromiso y la implicación por la dignidad de las enfermeras en todos aquellos colegios, organizaciones o instituciones en los que aún siguen existiendo sucursales de apoyo a los sospechosos, convirtiéndoles en cómplices de sus tropelías, no se sabe bien aunque se intuya, en base a qué tipo de favores. Tan solo haciéndolo estaremos en disposición de exigir los resultados que se desean y esperan. La democracia, la equidad, la libertad, el respeto… también se defienden desde las instituciones profesionales. No implicarse en su vigilancia para que se garanticen es tanto como renunciar a los mismos con lo que ello significa.

El tiempo de los malos está finalizando. Pero debemos contribuir colectivamente para que ese tiempo sea lo más corto posible y que quienes asuman el reto del cambio lo hagan con el compromiso de la transparencia y de la rendición de cuentas, para que los intereses de todas las enfermeras no tan solo se respeten, sino que se defiendan.

No caigamos en el consuelo que nos dicta Lorenzo Silva[7] cuando dice que “como sabemos que no hay forma de acabar con el mal, nos consolamos desactivando a sus elementos más lerdos. Quizás no es mucho, ni es lo mejor. Pero algo es algo”, porque hacerlo nos convertiría a nosotras/os mismas/os en lerdas/os, y no lo somos.

[1]Filósofoescritorhumanista y moralista francés del Renacimiento (1533-1592).

[2] https://www.elmundo.es/espana/2023/01/01/63a994a9e4d4d842128b457b.html

[3]  Magnitud termodinámica que mide la parte de energía no utilizable para realizar trabajo y que se expresa como el cociente entre el calor cedido por un cuerpo y su temperatura absoluta.

[4] Matemático nacido en Rusia, aunque nacionalizado alemán, y de ascendencia austríaca y judía. Fue inventor con Dedekind de la teoría de conjuntos

[5] Matemático, lógico y filósofo alemán. Se le considera el padre de la lógica matemática y de la filosofía analítica.

[6] Régimen político en el que una sola persona gobierna sin someterse a ningún tipo de limitación y con la facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad.

[7] Escritor español conocido por sus novelas policíacas (1966).

SUMA Y SIGUE De la mentira a la resiliencia

“El coraje es resistencia al miedo, control del miedo, no ausencia de miedo.”

Mark Twain [1].

 

 

Una vez más llegamos al final del calendario y con ello nos disponemos a despedir al año que acaba para dar paso al que comienza. Siempre con la esperanza, y el deseo de que lo venidero supere a lo postrero.

Un año, el que acaba, que ha significado el regreso a lo que queremos y tenemos necesidad de interpretar como normalidad tras la pandemia que nos sigue, acompañando, aunque sea de manera menos manifiesta y peligrosa pero no por ello menos amenazante. Normalidad que, sin embargo, no ha significado hacer realidad los cambios esperados y anunciados tras la pandemia a pesar de los compromisos adquiridos, las promesas realizadas, los objetivos planteados y las voluntades anunciadas. La retirada de las mascarillas ha supuesto volver dejar al descubierto la verdadera cara de una realidad que, a pesar de sus imperfecciones, ineficacias e ineficiencias, se ha preferido mantener antes que acometer los cambios identificados en múltiples foros, mesas o comisiones,denominadas de reconstrucción, desarrolladas al efecto. Parece que lo importante hayan sido las intenciones y que tras las mismas ya no haya nada más que continuar con el suma y sigue de los problemas que aquejan al Sistema de Salud que quedó en evidencia con la irrupción de la pandemia y las consecuencias que la misma nos ha legado.

Lejos de rectificar, se ha ratificado el mismo modelo caduco que ni supo ni pudo responder con la eficacia que del mismo se esperaba a pesar del esfuerzo, implicación y sacrificio de la gran mayoría de sus profesionales, que han visto, una vez más, frustradas sus esperanzas de desarrollar su actividad en un nuevo o renovado modelo en el que y desde el que poder atender a la salud de la población que igualmente se siente defraudada al comprobar como la normalidad no tan solo no ha posibilitado recuperar todos los males que ya padecía el sistema sino que ha incorporado nuevas anomalías que provocan una cada vez mayor insatisfacción con la atención recibida.

Nuevamente, por lo tanto, la clase política se ha dedicado a escenificar un guion de ficción que ni tan siquiera ha sido capaz de generar ilusión, al quedar manifiestamente clara su intencionalidad de distraer la atención generando una falsa trama de voluntad política que, como tan habitualmente nos tienen acostumbrados, vuelven a dejar en un deseo o intención, lo que debiera traducirse en decisiones que propiciasen el necesario cambio. De igual forma que vanrecitando, como si del rezo de un rosario se tratase, las excusas que han impedido su concreción, aunque ya todas/os sabemos que su rezo es un rezo tan falso como ausente de fe y, por tanto, incapaz de cambiar aquello que ni quieren, ni saben, ni les dejan quienes, a pesar de sus aparentes buenas intenciones, siguen presionando para que nada cambie a no ser que sea en su propio beneficio personal y profesional y aunque para ello, utilizando argumentos tan falsos como hipócritas, escenifiquen un panorama de victimismo y buenas intenciones que no tienen la menor intencionalidad de cambiar como es el modelo que ellos mismos se encargaron de crear, mantener y proteger, como el mejor espacio para sus intereses, a pesar de que les resulte incómodo, al tenerlo que compartir con otros profesionales y con la propia comunidad a la que se esfuerzan en convencer que todo lo hacen por ella, pero sin contar con ella, a no ser que sea para que les aplaudan y les sigan venerando. Al menos la pandemia y su posterior retirada nos están permitiendo identificar estas desnudeces, tanto del sistema como de quienes quieren aprovecharse del mismo. Pero parece ser que no les genera ningún tipo de rubor ni de pudor.

El año que acaba, igualmente ha conseguido poner de manifiesto con la inestimable ayuda de las/os políticas/os la gran mentira que escenificaron durante toda la pandemia con sus fingidos aplausos, sus aparentes apoyos y sus supuestas intenciones hacia las enfermeras con mensajes de heroicidad cuando nos siguen considerando villanas.

Aumentaron, eso sí, la cantidad de palabras vacías de intención e interés, la paupérrima calidad de sus promesas y deseos, la nula voluntad de trabajar por tan siquiera acercarlas a la realidad, construyendo discursos tan grandilocuentes, engañosos, interesados, oportunistas y falsos como mezquinos y agresivos en sus intenciones reales por dar respuesta a las necesidades de cuidados de una población que ha quedado expuesta en un contexto tan poco saludable como peligroso, tal como quedó de manifiesto en los ya nombrados foros de reconstrucción que lo único que han sido capaces de aportar ha sido desilusión y frustración. Para identificar que estábamos mal y que nos hemos quedado peor aún, no hacía falta ese circo mediático, era tan solo cuestión de observación y análisis. Lo que se esperaba es que los mismos supusieran el punto de inflexión hacia el deseado y esperado cambio y no la escenificación de un nuevo engaño colectivo para el que, además, utilizaron a quienes sí están convencidas/os de su necesidad. No tan solo son mentirosas/os sino que además son cobardes y ladinos, al actuar con astucia para conseguir lo que se proponen, es decir, engañar.

Los silencios más escandalosos, irrespetuosos y miserables ante las peticiones de información sobre aspectos tan importantes como dolorosos sobre la realización de una prueba extraordinaria de acceso a la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria, la incumplida promesa de la inmediatapuesta en marcha de una Estrategia de Cuidados, la intención de imponer nuevas titulaciones que merman la calidad de la atención a las personas adultas mayores, el mantenimiento de normas predemocráticas que impiden o dificultan seriamente el desarrollo profesional enfermero, la connivencia con lobbies profesionales que paralizan la atención en cuidados, el inmovilismo manifiesto a la hora de tomar decisiones que al menos desbloqueen la posibilidad de avanzar en lugar de permanecer en una vía muerta para beneficio de los de siempre… se han mezclado con declaraciones tan desafortunadas como repetitivas y poco casuales.

Ni tan siquiera la puesta en escena antes de su marcha a otro escenario político de la ministra de sanidad, anunciando a bombo y platillo una comisión de representantes de las Comunidades Autónoma para iniciar la andadura, tras un año de su anuncio, de la Estrategia de Cuidados, sin que hasta la fecha nadie sepa en qué consiste, qué objetivos tiene, cómo se piensa implementar, quién lo va a liderar… puede ser identificado como una decisión que suponga algo más que un brindis al sol como lo fueron, en su momento, las numerosas y prolongadas comisiones de reconstrucción. Tan solo es un intento desesperado para no quedar, una vez más, en entredicho y evidencia al no cumplir con lo prometido. Pero a estas alturas ya nadie debería caer en la trampa de sus estrategias, esas que sí sabe manejar a la perfección para hacer mutis por el foro y parecer que además está haciendo y diciendo algo interesante. El tiempo, y quien venga detrás, determinarán si hemos sido víctima de un nuevo y fragante engaño o si realmente sirve para algo más que hacerse una foto de descargo antes de dejar el cargo para ir a las islas afortunadas.

Por su parte los ministros de Universidades, coincidieron en idéntica y vergonzosa manera de gestión de una prueba de acceso a la especialidad que llevaba más de diez años de espera. No tan solo se sumaron al silencio bochornoso y lacerante de su compañera de gobierno, sino que además lo acompañaron de decisiones que convirtieron la prueba en una carrera de obstáculos con trampas incluidas. Tras más de un año desde la celebración de la primera prueba se sigue sin que las enfermeras puedan tener acceso a su título de especialistas. Mientras tanto faltan enfermeras especialistas para contratar en una nueva y patética muestra de ineficacia, ineptitud y mediocridad que tratan de ocultar manteniendo un silencio que tan solo amplifica su condición.

La Alegría del Ministerio de Educación es otra muestra de desconocimiento, torpeza, ligereza y falta de criterio a la hora de plantear unas titulaciones de formación profesional que van en contra del más elemental sentido, el sentido común y de la más imprescindible necesidad humana ante la vulnerabilidad, los cuidados. Con idéntico criterio de respuesta que sus compañeros de gabinete la utilización del silencio se ha impuesto durante todo el año como única respuesta a lo que ha sido un clamor que va mucho más allá del interés de las enfermeras al atentar contra la dignidad humana. Tan solo las empresas de residencias de personas adultas mayores mostraron su satisfacción a la descabellada propuesta ministerial. Sobran las palabras.

Otras carteras ministeriales, en mayor o menor medida, han contribuido también a agravar la situación, mientras la oposición se ha dedicado exclusivamente a insultar, descalificar, obstruir y destruir, sin aportar ni una solo alternativa a la solución de estos y otros muchos problemas que afectan indudablemente a la salud de las personas, familias y comunidad.

No ha sido un buen año y, aunque los deseos al final del mismo no pueden ser otros que los de esperar que todo mejore, la realidad no nos permite ser todo lo optimistas que deseamos. Siempre hay que tratar de ver el vaso medio lleno antes que medio vacío, pero para ello, al menos tiene que haber algo que ocupe el espacio vacío del vaso, para poder hacerlo.

Siempre nos queda la resiliencia como elemento de superación ante tanta adversidad y mediocridad. Lograr el éxito partiendo de la calamidad no es fácil, pero tenemos que aferrarnos a que sea posible. Tal como dijera Friedrich Nietzsche[1]“aquel que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”.

Para ello las enfermeras también tenemos que salir de nuestro particular y lamentable silencio y alzar la voz con propuestas serias, razonables y razonadas que nos permitan avanzar hacia el cambio que debemos empeñarnos en alcanzar. Tenemos las capacidades, las aptitudes y las competencias para hacerlo. Falta que incorporemos la voluntad, la actitud y el conocimiento para lograrlo.

Abandonemos de una vez por todas el conformismo y la inacción y pongámonos en marcha mostrando y demostrando nuestra apuesta por una atención de calidad y calidez a través de los cuidados y su necesario liderazgo.

Hagamos de la comunidad nuestro principal aliado, haciéndoles partícipes, a través de su empoderamiento, de la toma de decisiones que permitan doblegar la intransigencia al cambio. No unamos nuestro cómplicesilencio al silencio destructor de quienes no tienen ni voluntad política ni intención personal por cambiar lo que siguen tratando de vender como un sistema de excelencia que tan solo lo será si se permite que el mismo se adapte al dinamismo social y no siga acomodado en el interés profesional y económico de unos cuantos o en el esfuerzo destructor de otros para lograr mejores escenarios de negocio.

Deseo retomar el nuevo año el en Blog con propuestas llenas de ilusión y trabajo, sin renunciar a la reflexión crítica, que no destructiva, serena, que no estática, incisiva, que no cortante, constructiva, que no destructora, respetuosa, que no descalificadora, razonada, que no irracional, comprensiva, que no compasiva, pragmática, que no interesada, vehemente, que no incoherente, como forma de identificar, compartir y debatir sobre todo aquello que, como enfermeras comunitarias, nos afecta y nos compromete, Apostando por una abogacía de la salud que incorpore la competencia social y política que nos permita analizar y valorar las múltiples situaciones que se presentan en nuestros ámbitos de actuación teniendo en cuenta los determinantes sociales y alejándonos de los factores de riesgo. Renunciando a permanecer impasibles o tratando de mirar hacia otro lado cuando lo que vemos no nos gusta.

Nadie nos ha obligado a ser enfermeras. Pero siendo enfermeras estamos obligadas a actuar como tales desde la implicación y el compromiso que tenemos con las personas, las familias y la comunidad que precisan de nuestros cuidados profesionales de alta costura[2] alejados de un metaverso[3] engañoso y mentiroso como la actitud de muchas/os políticas y decisoras/es, que tratan de vendernos una realidad virtual en la que nos creamos cómodos, cuando realmente nos están situando en una gran farsa de la que debemos escapar para ponerla en evidencia.

Nada, ni nadie va a lograr que se reduzca ni un ápice mi absoluta confianza en la capacidad de las enfermeras como líderes de un cambio que permita situar a los cuidados en el lugar que no tan solo merecen, sino que requieren para dar cumplida respuesta a las necesidades de salud que plantean las personas, las familias y la comunidad.

Que los Reyes Magos, en quienes siempre debemos seguir creyendo para no abandonar esa ilusión infantil desde la que continuar creyendo que todo es posible, nos permitan seguir avanzando en la construcción de una realidad cuidadora.

Felices Fiestas, y Próspero Año Nuevo.

Nos reencontramos muy pronto.

[1]Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán cuya obra ha ejercido una profunda influencia en el pensamiento mundial contemporáneo y en la cultura occidental(15 de octubre de 1844-Weimar, 25 de agosto de 1900).

[2]http://efyc.jrmartinezriera.com/2022/12/08/pret-a-porter-y-alta-costura-de-cuidados-mucho-mas-alla-de-la-moda/

[3] http://efyc.jrmartinezriera.com/2022/12/15/del-metaverso-al-metacuidado-realidad-virtual-aumentada-o-cuidadora/

DEL METAVERSO AL METACUIDADO Realidad virtual, aumentada o Cuidadora

                 “El mundo virtual es pobre en alteridad y resistencia. En los espacios virtuales, el yo prácticamente se puede mover sin el «principio de realidad, que sería un principio del otro y de resistencia”.

Byung-Chul Han [1].

 

Últimamente se está hablando mucho del metaverso y de sus implicaciones en muy diferentes ámbitos sociales de los que no escapa la salud.

El metaverso es un universo post-realidad, un entorno multiusuario perpetuo y persistente que fusiona la realidad física con la virtualidad digital. Se basa en la convergencia de tecnologías, como la realidad virtual (RV) y la realidad aumentada (RA), que permiten interacciones multisensoriales con entornos virtuales, objetos digitales y personas. Por tanto, el metaverso es una red interconectada de entornos inmersivos y sociales en plataformas multiusuario persistentes.

Pero más allá de cualquier otra consideración lo que me gustaría destacar es que se trata de un entorno virtual, es decir, inexistente desde el punto de vista físico.

Por lo tanto, los metaversos son entornos donde las personas interactúan e intercambian experiencias virtuales, es decir inexistentes, mediante uso de avatares[2], a través de un soporte lógico en un ciberespacio, el cual actúa como una metáfora del mundo real, pero sin tener necesariamente sus limitaciones. Lo que se traduce en crearse una realidad paralela en la que abstraerse de la real con el fin de crear sensaciones de bienestar o satisfacción que no son posibles o son inalcanzables en la realidad física que se sustituye por la virtual o ficticia.

Por tanto, la realidad virtual (RV) es la generación de un espacio, situaciones y recursos con apariencia real pero que son simulados mediante tecnología informática, es decir, irreales, creando en la persona la sensación de estar inmerso en él.

Esta realidad virtual que tenemos bastante asimilada e interiorizada en el ámbito de los videojuegos se ha ampliado con la aparición de los metaversos a sectores como la teleeducación, la telesalud y especialmente en el campo de la economía digital, con la aparición, por ejemplo, de criptomonedas, pero también con la irrupción de las criptosectas que no tan solo crean un entorno virtual sino que generan una serie de necesidades y demandas en las/os usuarias/os a través de ofertas igualmente virtuales que inducen a realizar inversiones importantes para lograr un hipotético, e irreal, beneficio sobre todo en el ámbito de la salud[3].

Ante este perturbador escenario en el que la realidad se mezcla con la ficción o la virtualidad, me planteo ciertas cuestiones relacionadas con las enfermeras y los cuidados.

Durante mucho tiempo se ha dicho que la tecnología sería capaz de sustituir muchas de las actividades, acciones o intervenciones que realizamos las personas, para ser asumidas por esta a través de máquinas o artilugios tecnológicos complejos. Sin embargo, siempre se añadía que ciertas acciones, como los cuidados profesionales de las enfermeras, no podrían ser nunca sustituidos por máquinas.

Pero la realidad siempre supera a la ficción y lo que parecía algo absolutamente imposible cada vez adquiere más visos de poder convertirse en una realidad que puede ir más allá de la que vivimos físicamente para situarse en un plano de realidad virtual o aumentada que satisfaga aquello que deseamos y no podemos lograr de manera real. De tal manera que resultará difícil saber en qué plano de realidad nos encontramos en cada momento, al existir varias realidades interactuando al mismo tiempo.

Ante esta, de momento, hipotética posibilidad, me surgen muchas dudas sobre nuestro futuro, pero me preocupan mucho más las que me surgen sobre nuestro presente y cómo pueden influir en la generación de un metaverso de cuidados en el que nuestra presencia como enfermeras quede circunscrito únicamente a un avatar.

Las dudas, que son muchas y no daría para reflexionar sobre todas ellas, las centro en cómo estamos actuando en la prestación de cuidados. ¿Estamos prestando unos cuidados de calidad y calidez que estemos identificando como importantes y que lo sean también por parte de quienes los reciben? ¿Se asimilan esos cuidados de manera absolutamente inequívoca con las enfermeras? ¿Se consideran los cuidados profesionales enfermeros un valor irrenunciable por parte de la sociedad? Me duele reconocerlo, pero lo dudo.

Lo dudo, no por falta de convicción en cuanto a lo que son y significan los cuidados profesionales enfermeros, sino por cómo son valorados y reconocidos por la gran mayoría de las enfermeras y por cómo son proyectados los mismos a quienes se los prestamos, lo que deriva en una desvalorización progresiva y con ella una clara invisibilidad de lo que son y significan más allá del buen trato o la simpatía que finalmente es lo que solicita la ciudadanía de las enfermeras cuando se les pregunta sobre que esperan o desean de las enfermeras. No seré yo quien diga que hay que renunciar a la simpatía o el buen trato, pero me parece que limitar nuestra identidad a cuestiones de urbanidad que deberían ser deseadas en todas/os cuantas/os tienen un trato directo con las personas, me parece que es un signo evidente de que no trasciende nuestra aportación profesional singular. ¿Por qué no se espera o desea de los médicos, psicólogos, fontaneros, carteros, pediatras, carniceros… que sean simpáticos? ¿Es la simpatía una virtud inherente y exclusiva de las enfermeras? Entiendo que se pueda desear por la proximidad que tenemos con la población en momentos en los que, además, puede ser de ayuda. Pero considero que lo realmente necesario y que debiera identificarnos, es la empatía, que, si se acompaña de simpatía pues mucho mejor, pero que desde luego ni es ni significa lo mismo, ni tan siquiera, por supuesto aporta lo mismo. Pero mientras la simpatía es un sentimiento, generalmente instintivo, de afecto o inclinación hacia una persona que acompaña a alguien en su forma de ser y actuar haciéndola atractiva y agradable a los demás, mientras que la empatía es la capacidad para percibir las emociones y los sentimientos de los demás, basada en el reconocimiento del otro como similar, es decir, como persona con mente propia y capaz de tomar sus propias decisiones. Por lo tanto mientras la primera, la simpatía, corresponde a un estado de ánimo o disposición emocional hacia alguien, la segunda, la empatía, se trata de una capacidad, herramienta, competencia… que debe ser adquirida, entendida, mejorada y aplicada correctamente para que tenga en el efecto terapéutico que de la misma se espera como parte de la escucha activa, la relación de ayuda y la resolución de problemas, algo que evidentemente la simpatía no puede lograr por sí misma aunque su adición a la empatía pueda contribuir a mejorarla. En cualquier caso la empatía sin simpatía puede formar parte de una buena prestación de cuidados pero nunca lo podrá ser la simpatía sin empatía.

Esto que tan solo es una muestra de lo que considero debemos identificar como parte sustancial de nuestra prestación de cuidados, entre otras muchas capacidades de observación, intervención, ayuda, respeto, consenso… que requieren de conocimientos, habilidades y capacidad en la construcción del mejor cuidado profesional es lo que percibo que no es identificado como valor intrínseco de las enfermeras. No porque no se pueda percibir al entenderlo como acciones que no se sustentan en una acción física reconocible, como sucede con una cuidadora.

Ante esta triste, pero concreta y palpable realidad, que hay que decir que no es generalizable, pero sí lamentablemente general por habitual, cabe pensar si la realidad virtual y aumentada que ya forma parte de nuestra vida cotidiana, no será capaz ya de reproducir una prestación cuidadora simpática y agradable, aunque esté exenta de la necesaria y deseada empatía y que pueda ser el inicio de una sustitución progresiva de la presencia real de enfermeras cuidadoras.

Digo de enfermeras cuidadoras, porque a lo mejor lo que se pretende es reconvertir a las enfermeras en otro tipo de profesional que ahora mismo no soy capaz de identificar o me resisto, por doloroso, a hacerlo, al haber encontrado en los avatares que se creen a la simpática cuidadora que ofrece el espacio cibernético.

Se puede pensar que todo lo apuntado no es más que una elucubración, una ficción o incluso una idea descabellada que para nada se ajusta a la realidad y que, por tanto, se piense que eso es algo que nunca va a poder suceder. Pero lamentablemente, como ya he comentado, la realidad supera a la ficción. Las distopías anunciadas a través de obras como 1984 de George Orwell[4], Un mundo feliz de Aldous Huxley[5], Fahrenheit 451, de Ray Bradbury[6], Yo Robot de Isaac Asimov[7], El proceso, de Franz Kafka[8], El cuento de la criada, de Margaret Atwood[9], El año del diluvio de Margaret Atwood[10]… entre otras muchas, son un claro ejemplo de aquello que inicialmente se identificaba como una narrativa fantástica, imaginativa y, en muchos casos, considerada como delirante por imposible, pero que el tiempo ha venido a demostrar que todo es posible y no solo eso, sino que se hace realidad llegando, incluso, a superar lo planteado.

Así pues, sería deseable que las enfermeras reescribiéramos nuestra propia realidad sino queremos que otros lo hagan por nosotras, con el riesgo que supone el hacer una construcción de la realidad enfermera que por irreal que pueda ser o parecer sea, finalmente la realidad que nos toque asumir.

La realidad virtual y aumentada, puede disminuir nuestra identificación profesional para adaptarla a lo que son los deseos expresados por las/os consumidoras/es que, como ya he dicho, parece que se concretan en la simpatía, por lo que dicha adaptación no tan solo no resulta difícil de llevar a cabo, sino que posiblemente la mejore en gran medida con relación a la que actualmente somos capaces de trasladar en nuestra interacción con las personas, las familias y la comunidad.

Seguir pensando que los cuidados profesionales son algo que no requiere de mayor profundidad, conocimiento, evidencia científica, preocupación y atención es la mejor manera de contribuir a su banalización y simplificación y con ello a su absoluta pérdida de relación con las enfermeras por entender que los mismos pueden ser asumidos no ya por parte de otras profesiones que de hecho lo reclaman e intentan, sino por parte de una realidad que nos eliminará como profesionales reales, para convertirnos en un cumulo de algoritmos que trasladen las respuestas esperadas por quienes decidan ser cuidadas/os por un avatar.

Que nadie caiga en el error de autocomplacencia como respuesta a un falso sentimiento de satisfacción ante lo que somos o como actuamos. Hacerlo es contribuir a una decadencia intelectual y científica que transforma la realidad enfermera en una posible realidad virtual que responda, aunque sea de manera artificial y aumentada, a lo que nosotras no estamos haciendo.

Reivindiquemos de manera firme y rigurosa nuestro espacio cuidador a través de un liderazgo centrado en la abogacía por la salud, que nos permita influir y capacitar positivamente a las personas en la forma de ser y actuar para lograr alcanzar una manera de vivir autónoma, solidaria y feliz, a la vez que participativa para construir espacios saludables en los que convivir, alejándonos de una salud persecutoria y acercándonos a una salud menos académica pero posiblemente más real y deseada individual y colectivamente.

Pongamos constantes dificultades a la posibilidad de generar realidades virtuales que sustituyan, alteren o adulteren la esencia de los cuidados profesionales. Para ello es preciso no tan solo que nos lo creamos, sino que actuemos con la determinación de querer ser identificados como enfermeras cuidadoras irreemplazables y singulares.

No me atrevo a negar cualquier posibilidad de cambio de la actual realidad por otra situada en el ámbito de la tecnología sustitutoria y sustitutiva, pero me niego, eso sí, a dejar de creer en lo que somos y tenemos posibilidad real de aportar las enfermeras a través de nuestros cuidados profesionales. Porque “aquello que se considera ceguera del destino es en realidad miopía propia” (William Faulkner)[11].

Pido, quiero y, permítanme, exijo que trabajemos por recuperar lo que nunca debimos perder, nuestra identidad cuidadora como seña indiscutible de nuestra realidad. Tan solo desde esa realidad lograremos, al menos, retrasar lo que parece ser una posibilidad cada vez menos ficticia y cada vez más posible y aterradora.

Pongámonos en el lugar de las personas, las familias y la comunidad, y tratemos de responder a sus expectativas, sentimientos, emociones, miedos, dudas, resistencias, normas, creencias… ante el afrontamiento que precisan realizar ante cualquier problema de salud o situación vital en las que los cuidados resultan imprescindibles para obtener no tan solo respuestas sino para que las mismas sean la respuesta que se identifica como efecto de la atención cuidadora dada por las enfermeras.

Porque esto es, sin duda, lo que limitará, dificultará o eliminará cualquier intento de virtualidad de la acción cuidadora enfermera, la identidad de la misma ligada de manera inseparable a las enfermeras y, por lo tanto, incapaz de ser reproducida de manera virtual, por mucho que se intente aumentar una realidad que no lo puede ser sin la presencia cuidadora de las enfermeras.

No se trata de impedir el avance de la tecnología, se trata de establecer los límites que impidan alterar la realidad de cuidados que ha estado ligada a la convivencia humana desde que existe y se conoce como tal. Si nada ha podido alterarla hasta ahora, aunque si mejorarla, no parece razonable que se permita hacerlo en nombre de la ciencia tecnológica que necesariamente debe complementarse con la ciencia enfermera, en lugar de sustituirla o reemplazarla. Pero esto básicamente nos corresponde hacerlo a las enfermeras, ya que tal como dijo David Viscott[12] “aceptar nuestra vulnerabilidad en lugar de tratar de ocultarla es la mejor manera de adaptarse a la realidad” y evitar que sea sustituida por un metacuidado.

[1] Filósofo y ensayista surcoreano experto en estudios culturales y profesor de la Universidad de las Artes de Berlín (Seúl, 1959).

[2] En Internet y otras tecnologías de comunicación modernas, se denomina avatar a una representación gráfica que se asocia a un usuario en particular para su identificación en un videojuego, foro de internet, etc. El avatar puede ser una fotografía, icono, gif (animado), figura o dibujo artístico y puede tomar forma tridimensional, como en juegos o mundos virtuales, o bidimensional, como icono en los foros de internet y otras comunidades en línea.

[3] https://www.eldiario.es/catalunya/estafada-criptosecta-captan-enfermos-cancer-les-sablean-miles-euros_1_9755266.html

[4] https://es.wikipedia.org/wiki/1984_(novela)

[5] https://es.wikipedia.org/wiki/Un_mundo_feliz

[6] https://es.wikipedia.org/wiki/Fahrenheit_451

[7] https://es.wikipedia.org/wiki/Yo,_robot

[8] https://es.wikipedia.org/wiki/El_proceso

[9] https://es.wikipedia.org/wiki/El_cuento_de_la_criada

[10] https://es.wikipedia.org/wiki/El_a%C3%B1o_del_diluvio_(novela)

[11] Escritor estadounidense, reconocido mundialmente por sus novelas experimentales y galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1949 (New Albany, 25 de septiembre de 1897-Byhalia, 6 de julio de 1962)

[12] Psiquiatra, autor, hombre de negocios y personalidad de los medios estadounidense. Se graduó de Dartmouth (1959), Tufts Medical School y enseñó en el Hospital Universitario de Boston (24 de mayo de 1938-10 de octubre de 1996).