GUERRA Y PAZ Enfermeras en la guerra y por la paz

A Albert Llorens García y Andrés Climent Rubio

Por su compromiso e implicación con la salud global desde una mirada enfermera, equitativa, igualitaria y en libertad.

 

“De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso”

León Tolstói[1]

 

Poco imaginaba León Tolstói que su obra culmen, Guerra y Paz, adquiriese una trascendencia, más allá de la literaria, dado el conflicto que el máximo dirigente de su país natal ha decidido emprender contra Ucrania y contra el mundo. Lamentablemente, al menos a corto plazo, tan solo la Guerra es patente y demoledora. Deberemos esperar a que lo antes y al menor coste posibles llegue la Paz.

Tolstói utilizó la conjunción copulativa “y” para unir ambas palabras como concepto afirmativo y no la conjunción coordinante “o” como valor disyuntivo para expresar alternativa entre ambas opciones, dando a entender que la una es inseparable de la otra y que no hay opción de elegir entre una u otra como, desgraciadamente, ha demostrado Putin con su decisión imperialista y autocrática.

Pero más allá de estas disquisiciones semánticas que, como todas, no están exentas de intencionalidad y sentido y nunca son inocentes, sobre lo que hoy quiero reflexionar es sobre las enfermeras en la Guerra y/o en la Paz. Pero lo quiero hacer desde una perspectiva que se aleja de la más recurrente narrativa de la atención a los heridos en el campo de batalla o en la retaguardia del mismo.

Porque la guerra, en su expresión más gráfica y limitada es mayoritariamente entendida e incluso visualizada y expresada por la contienda o batalla en las que se hace uso de las armas y la fuerza para vencer al enemigo que, paradójicamente, cada bando identifica en su contrincante no siendo, por tanto, un único el enemigo, ni mucho menos siendo identificado como tal por quienes finalmente tienen que arriesgar sus vidas matando para no ser matado sin saber muy bien por qué o dando por bueno lo que les trasladan quienes realmente deciden la guerra sin exponerse ni a ella, ni al dolor, sufrimiento y muerte que la misma provoca y que de manera cínica e hipócrita dicen provocar para lograr la paz.

Así pues, podemos decir que en muchas ocasiones no sabemos bien determinar dónde termina la paz y empieza la guerra o dónde acaba esta y se retoma la paz, o si bien guerra y paz forman un continuo vital en nuestras sociedades.

En cualquier caso, lo que es indiscutible es que, tanto en la guerra como en la paz, las enfermeras han jugado, juegan y continuarán jugando un papel fundamental que no siempre ha sido, ni es identificado, abordado y tratado con la suficiente sensibilidad, ni con el adecuado y necesario rigor, y mucho menos con el valor que su participación tiene con relación a la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Es innegable la relación de la profesionalización de la enfermería con la guerra a través de Florence Nightingale durante su participación en la guerra de Crimea de 1853 a 1856. Guerra que se libró entre el Imperio ruso y el Reino de Grecia contra una liga formada por el Imperio otomano, Francia, el Reino Unido y el Reino de Cerdeña. En la misma Florence Nightingale actualizó los hospitales de campaña y la atención a los soldados heridos en este conflicto absurdo y mitificado como pocos por la literatura y el cine. Ella, que sabía de qué hablaba, resumió así las batallas: “Sangre, dolor, gritos, llantos y muerte”, en una guerra que finalmente perdió Rusia, pero en la que la desnutrición y las enfermedades causaron más muertes que las balas. Fueron centenares de miles, un adelanto de lo que estaba por venir en la Primera y la Segunda Guerras Mundiales y que parece querer replicar Putin con la invasión y asentamiento en Crimea primero y con la invasión en curso de Ucrania después, sin saber a ciencia cierta qué es lo que se le puede ocurrir después.

Florence Nightingale, mujer en una Inglaterra victoriana y conservadora, renunció a su condición social y económica para acudir, con otras 40 enfermeras a las que reclutó, a Crimea en donde a diferencia de lo que sucede en la novela Guerra y Paz de Tolstói en la que la condición social otorgaba privilegios de atención a los heridos, para ella todos los militares, con independencia de su rango, eran iguales en trato y cuidados.

Sin embargo, también hay que destacar que la posición económica y social de Florence contribuyó a su reconocimiento al contrario de lo que le sucedió a la mestiza jamaicana Mary Seacole, que viajó con sus propios medios, trabajó sin apoyo oficial y tuvo que vencer los prejuicios por el color de su piel, sin que su aportación fuera menor a la que hiciera Nightingale[2].

En cualquier caso, la guerra de Crimea y la participación en ella de las enfermeras supuso el punto de inflexión indiscutible para la enfermería moderna y su profesionalización.

La Primera Guerra Mundial fue el primer conflicto bélico en el que las enfermeras realizaron un trabajo organizado como profesionales. A pesar de ello, el reconocimiento a su participación no llegó hasta bastante tiempo después de finalizada la guerra.

Además, hay que destacar que su aportación estuvo muy mitificada y alejada de la realidad, trasladándose una imagen romántica, gentil y angelical que perduró durante generaciones. Imagen que, en gran medida se mantuvo al no dejar las enfermeras registros escritos de su actividad, lo que era aprovechado por escritores o historiadores que poco o nada conocían sobre su importantísimo y necesario trabajo, así como de las durísimas condiciones en las que lograron salvar miles de vidas.

Otro hecho destacado en esta contienda fue, sin duda, la participación de enfermeras voluntarias sin formación alguna que provocó el enfrentamiento con las enfermeras profesionales que habían logrado un reconocimiento que acababan de obtener y no querían perder por con la incorporación de estas inexpertas mujeres. Es por ello que, a gran parte de ellas tan solo les dejaba realizar tareas que no requerían de formación alguna, como la limpieza de los hospitales de campaña, el aseo rutinario de los enfermos, el vaciado de bacinillas, el cambio de la ropa de cama…Tan solo si demostraban alguna habilidad se les permitía realizar otra actividad, siempre bajo la escrupulosa vigilancia de una enfermera profesional.

A pesar de ello, las enfermeras profesionales no obtuvieron ningún tipo de reconocimiento legal ni de registro hasta mucho después. Al finalizar la Primera Guerra Mundial el olvido fue el pago recibido a su trabajo, volviendo a ser considerada su aportación una tarea femenina y ausente de valor y, por tanto, sin el reconocimiento social que merecían tras haber demostrado su valía en la retaguardia de media Europa.

Con relación a la Guerra Civil española, el papel que durante la misma desempeñaron las enfermeras también estuvo relegado al olvido y al absoluto ostracismo a pesar de ser el colectivo de profesionales femeninas que tuvo una participación más directa en el conflicto bélico.

La aportación de las enfermeras en el campo de batalla, en los hospitales de campaña y hospitales de sangre resultó completamente imprescindible y heroico, sobre todo si se tienen en cuenta las durísimas condiciones en las que tuvieron que desarrollar su trabajo cuidando y velando por el bienestar de los enfermos y heridos en combate, ayudándoles y acompañándoles en sus últimos momentos.

Más allá de los indudables avances que en el abordaje de heridas e infecciones se lograron durante la guerra, atendidas en gran medida eran por las enfermeras, el conflicto bélico supuso un cambio muy significativo tanto para las enfermeras como para las mujeres en general, al encontrar en el ejercicio de esta profesión un salvoconducto para traspasar las barreras de sus hogares y de los trabajos (habitualmente muy mal remunerados) que se les tenían asignados por cuestión de sexo. Sin embargo, la victoria del bando nacional y la instauración de la dictadura franquista supuso la paralización brusca de la profesionalización y desarrollo de la enfermería en España y la subsidiariedad a la profesión médica.

La participación de las enfermeras durante la segunda guerra mundial, supuso un cambio cualitativo en cuanto a que las mismas contaban con una formación castrense añadida a su formación como enfermeras, lo que les proporcionaba una mayor capacidad de movimientos en pleno campo de batalla. Su aportación, como en anteriores contiendas, fue imprescindible y como dato cabe destacar la baja tasa de muertes por infección, menos de un 4%, de los militares heridos que eran trasladados a hospitales de campaña para ser atendidos de sus heridas por parte de las enfermeras.

Como ya sucediese con anterioridad la imagen de las enfermeras se revistió de misticismo, estereotipos y tópicos que trascendieron a la sociedad en general a través del cine y la literatura, distorsionando su verdadera aportación profesional y el valor real de sus cuidados, lo que sin duda contribuyó a que el avance profesional y el reconocimiento social sufriese un indudable retraso[3].

Pero más allá de los campos de batalla, las guerras provocan graves consecuencias en la salud de las personas, las familias y la comunidad que, lamentablemente, quedan alejadas de los focos y la atención mediática y de la propia consideración colectiva, que tan solo identifica lo que acontece entre bombardeos y tiroteos.

No pretendo hacer una valoración de dicha perspectiva en anteriores guerras, de las que ya he descrito lo sustancial en cuanto a la participación de las enfermeras, pero en medio de un nuevo, inexplicable, tremendo, reprobable y doloroso conflicto bélico como el provocado por parte del totalitarismo de Putin, como ya sucediese con el provocado por Hitler, no lo olvidemos, considero que es importante reflexionar sobre qué hacemos y aportamos, o deberíamos hacer y aportar, las enfermeras durante la guerra más allá del escenario donde se desarrollan las batallas.

Sin olvidar que, aunque hemos “disfrutado” de una paz duradera en nuestro contexto tras la 2ª Guerra Mundial, este no ha estado exento de conflictos a los que, lamentablemente, dada su distancia geográfica y emocional, en la mayoría de las ocasiones hemos prestado poca o nula atención más allá de la generada por las noticias de alcance que nos llegaban a través de agencias. Pero sin que las citadas guerras comportasen alteración en nuestras placenteras vidas en paz. Sin que ello, además, significase la ausencia de muerte, sufrimiento, desplazamientos, desarraigo… que tan solo vivíamos o vivimos a través de imágenes o declaraciones que acaban siendo anecdóticas y fugaces. Categorizando y valorando las guerras, al igual que otros muchos aspectos de nuestras vidas, en función a cómo nos afectan no tanto emocionalmente como económica y socialmente hablando. De ahí que haya visiones, valoraciones, sentimientos, emociones, realidades… diferentes en función de dónde se desarrolle la guerra y quiénes sean los contendientes y afectados de las mismas. Hasta el dolor y el sufrimiento están sujetos a una escala de valor en función de quiénes los provoquen o los sufran.

Estamos asistiendo a un nuevo drama social de consecuencias incalculables que afecta a millones de personas que tienen que abandonar sus hogares; romper sus familias; interrumpir su actividad laboral, docente o de ocio y relaciones; huir de su tierra e incluso de su país; empuñar un arma para enfrentarse a un enemigo que hasta hace pocos días no tenían o reconocían como tal; asentarse en otros países con lenguas, normas, valores, tradiciones, diferentes; enfrentarse a los miedos, la incertidumbre, la soledad… Mientras tanto, en actos de indudable solidaridad, pero en muchas ocasiones también de inciertas consecuencias, muchas personas tratan de responder, con la mejor de las voluntades, a todas esas pérdidas y carencias sin tener en cuenta cómo y de qué manera afrontarlo, vivirlo, comprenderlo, asumirlo, conducirlo… sin que genere desequilibrios, confusiones o reacciones indeseables, pero muchas veces inevitables.

Solidaridad que no debería ser selectiva, en función de quiénes son las víctimas o de cuál es su procedencia. Los desplazamientos forzados, el hambre, el dolor, el cansancio, la desesperación… afectan a las personas como seres humanos y no como sirios, palestinos, afganos o ucranianos, que requieren respuestas equitativas a sus necesidades sentidas.

Pero todas estas valoraciones, al fin y al cabo, son subjetivas y, sobre todo, obedecen a culturas, valores, normas, nacionalidades, intereses… individuales y colectivas que generan posicionamientos diversos e incluso contrapuestos. Todos ellos lícitos y respetables, aunque no necesariamente tengan que ser compartidos ni asumidos por todos. Pero sobre los que, desde luego, no se puede, en ningún caso, fundamentar la actuación, intervención o abordaje, de las enfermeras.

Las enfermeras nos debemos a las necesidades que derivan de los problemas de salud de las personas, las familias y la comunidad a las que atendemos con independencia del escenario, procedencia, ideología, creencia, raza, orientación sexual o cualquier otro factor o característica. Nuestra responsabilidad es la de prestar cuidados profesionales que faciliten, desde la empatía, la escucha activa y la asertividad, el consenso de aquellas respuestas que permitan identificar, movilizar y articular los posibles recursos personales, familiares, sociales y comunitarios disponibles y accesibles en cada momento para, en base a los mismos, establecer las acciones o actividades que den respuesta a las necesidades identificadas. Todo ello al margen de interpretaciones o juicios de valor que dificulten o impidan la interacción entre las enfermeras y las personas a las que se atienden. Obedeciendo a un código ético y deontológico que deben marcar nuestra actuación más allá de nuestra conciencia.

La guerra, no tan solo mata con proyectiles, obuses, minas o bayonetas. La guerra causa heridas invisibles pero indelebles que socaban la integridad física, psíquica, social y espiritual de las personas que se ven involucradas en conflictos que les afectan como lo hace la metralla de una explosión, llenando sus mentes y sus vidas de múltiples fragmentos de desarraigo, pérdida, dolor, sufrimiento, carencia, recuerdos, vivencias, experiencias… que son muy difíciles de extirpar y que, en muchas ocasiones, permanecerán en sus vidas de manera permanente. Se trata, por tanto, de identificar, ayudar, acompañar, enseñar… a que puedan afrontarlas desde la autoestima que no de la resignación, desde el empoderamiento que no de la culpabilidad, desde la valentía que no de la temeridad, desde el autocuidado que no de la dependencia.

Las enfermeras como profesionales del cuidado que somos estamos obligadas a llevar a cabo una búsqueda activa de todos estos problemas. Nuestra competencia no se circunscribe a la asistencia ante un problema físico o una dolencia. Nuestra atención debe ser integral, integrada e integradora, activa y participativa, humanística y científica, autónoma y respetuosa, equitativa y accesible, cercana y acogedora, planificada y evaluada, resiliente y saludable. Y esto, sin duda, es lo más complejo de ser enfermera. Pero esto, precisamente, es por lo que podemos y debemos ser identificadas como valiosas, importantes, insustituibles y demandadas. Lo contrario nos sitúa en la intrascendencia, la invisibilidad y la permutabilidad.

Las enfermeras siempre hemos tenido un papel relevante y visible en las guerras. Otra cosa bien diferente es que las propias enfermeras seamos capaces de trasladar a la sociedad nuestra aportación significativa, específica y exclusiva de atender todos los efectos que una guerra causa y los afectos que la misma deteriora o elimina. Tanto los producidos directamente por efecto de las armas en los campos de batalla, como los que indirectamente afectan a la población que sufre las consecuencias derivadas de la propia guerra. El proxenetismo, la prostitución, la falta de educación, la ausencia de cuidados… provocados por la guerra conducen a una vida que es mucho más dolorosa que la propia muerte.

Pero es que, además, las enfermeras, tenemos la obligación de ejercer de activistas de la paz en nuestras intervenciones diarias a través de nuestras acciones de promoción de la salud, prevención de la enfermedad o atención a la misma y a la reinserción posterior. No es un activismo político, es un activismo profesional enfermero que, al margen de ideas o posicionamientos personales, debe plantear alternativas de salud que trasciendan las diferencias y busquen el equilibrio. Un activismo pacífico y conciliador que respete y promueva las acciones saludables bien sea a través de los determinantes sociales, de los objetivos y metas de desarrollo sostenible, de los activos de salud o de cualquiera otra política que facilite la equidad en salud. No podemos permanecer impasibles ni mirar hacia otro lado ante la desigualdad, la injusticia, la falta de libertad, la inequidad, la vulnerabilidad… que alimentan y provocan las guerras que permiten que se instalan permanentemente en la sociedad.

Cada vez tengo más claro que quien no esté en disposición de asumir esta responsabilidad como enfermera, debería plantearse seriamente dedicarse a otra cosa. Ser enfermera es y supone asumir este compromiso e implicarse responsablemente para atender a tantas heridas de guerra como las que lamentablemente se provocan y a las que nunca podemos ser ajenas desde una postura de lejanía, indiferencia o tecnicismo que nos desdibuja y nos transforma en profesionales tecnológicas.

Pero para ello, también tengo cada vez más claro que se precisa de un cambio radical en la manera en que formamos a las futuras enfermeras, en cómo gestionamos los cuidados, de qué manera los prestamos y en qué investigamos y cómo lo difundimos para que las evidencias trasciendan al mero y mercantilista impacto de las publicaciones y se sitúen en la realidad que favorezca el cambio preciso para atender con garantías y calidad necesarias y deseables los efectos de todas las guerras, con armas de fuego o sin ellas, con artillería o sin ella, con naves o sin ellas, porque no siempre su presencia es la que más muertes ocasiona. Pero también para ser capaces de identificar las guerras y sus efectos más allá de las consecuencias que provoquen a nuestro bienestar o economía, porque todas, aunque las ignoremos, precisan de nuestra atención y cuidados, por lejanas que nos parezcan.

No hay vida sin cuidados y no hay cuidados profesionales sin enfermeras profesionales. Los cuidados son vida y la vida precisa de enfermeras. El hombre, tristemente, ya se encarga de buscar y provocar la muerte a través de las guerras.

Es momento de hacer un pacto por la paz en el que los cuidados profesionales supongan un derecho fundamental de toda persona, familia y comunidad y que los mismos, además, estén garantizados por enfermeras que son quienes mejor respuesta pueden dar como las mejores estrategas posibles y deseables.

Nada, lamentablemente, nos puede garantizar que no existan sátrapas dictadores que provoquen nuevas guerras, pero sí que podemos asegurar una atención profesional enfermera que contribuya a la salud integral como uno de los mayores antídotos de la guerra o de sus consecuencias.

No dejemos que la literatura, el cine o los medios de comunicación vuelvan a determinar una imagen distorsionada y estereotipada de las enfermeras.

Narremos, proyectemos y definamos nosotras, lo que somos y aportamos las enfermeras en la guerra o en la paz.

Sin duda hemos sido importantísima en la guerra, seámoslo también por la paz.

[1] Novelista ruso, considerado uno de los escritores más importantes de la literatura mundial (1828-1910)

[2] https://www.lavanguardia.com/ocio/viajes/20190726/462672746388/florence-nightingale-carga-de-la-brigada-ligera-guerra-de-crimea-hospitales-de-campana.html

[3] http://enfeps.blogspot.com/2020/12/enfermeras-primera-y-segunda-guerra.html

DE ATENCIÓN PRIMARIA DE SALUD A ATENCIÓN PRIMARIA Y COMUNITARIA Cambios de película

A Mª Jesús Pérez Mora, referente que me descubrió la enfermería comunitaria y la Atención Primaria.

A Salvador Tranche, in memoriam, quien siempre creyó en una APS amplia, colectiva, participativa, inclusiva y plural.

 “¿Por qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio. ¿Por qué hemos de temerle?”

George Herbert[1]

Cuando allá por los años 80 se empezó a hablar del Nuevo Modelo de Atención para referirse a la Atención Primaria de Salud (APS), que se empezaba a implementar y desarrollar en España gracias, entre otros, pero muy particularmente a Ernest Lluch, la gran mayoría de profesionales, gestores, políticos e incluso la propia ciudadanía recelaban de la misma y de su aportación a la Salud Comunitaria. Era la hora del cambio[2]

[1]  Poeta, orador y sacerdote inglés (3 de abril de 1593 – 1 de marzo de 1633).

[2] La hora del cambio es una película dirigida por Salvatore Ficarra, Valentino Picone con Salvatore Ficarra, Valentino Picone, Vincenzo Amato, Antonio Catania

No es de extrañar, por otra parte, que sucediese esto dado que este nuevo modelo emergía en medio de un Sistema Nacional de Salud (SNS) que hasta ese momento había estado exclusivamente centrado en la enfermedad, fragmentado, medicalizado y de espaldas totalmente a la comunidad y a la participación activa y real de la misma. La Ley General de Sanidad[1] vino a sentar las bases de lo que debería ser a partir de ese momento una nueva concepción de la atención a la salud.  Atención a la salud para la que emergió la APS en sustitución de la hasta entonces Asistencia Médica Primaria desarrollada en los ambulatorios, denominados instituciones abiertas en contraposición a las instituciones cerradas u Hospitales que habían tenido un desarrollo muy importante desde los años 60, modulando a su alrededor y de quienes eran sus máximos y casi exclusivos exponentes, los médicos, toda la actividad asistencial. Por tanto, fuera del ámbito hospitalario todo era insignificante y sin valor, teniendo una aportación residual para la población, más allá de la asistencia a procesos agudos leves y a la administración de técnicas por parte de quienes fueron concebidos para tal fin, los Ayudantes Técnicos Sanitarios (ATS), casi exclusivamente varones, que en dichas instituciones eran conocidos como practicantes de cupo en las zonas urbanas, mientras las ATS femeninas, conocidas como enfermeras, eran las leales y obedientes ayudantes de los médicos en sus consultas para asistirles en sus tareas administrativas (cumplimentación y reparto de recetas) o cualesquiera otras que demandasen para su desempeño y confort (desde coser un botón, hacer un café o recoger las batas sucias y dispensar las limpias), todo aderezado por la figura de la Enfermera Jefe, verdadera “gobernanta” de dichos centros. En las zonas rurales, por su arte, estaba la figura de los practicantes de Asistencia Pública Domiciliaria (APD), que sin duda pueden y deberían ser identificados y reconocidos como los verdaderos referentes de las actuales enfermeras comunitarias, a pesar de lo denostado de su figura y del poco reconocimiento que hacia ellos se ha tenido, dado su legado de valor[2].

[1] https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-1986-10499

[2] Película cristiana donde se ve claramente una guerra entre un Pastor y un delincuente por ganar una ciudad para Jesús venciendo todos los obstáculos.

La irrupción de la APS, por tanto, supuso el principio del fin de dicha organización caduca, ineficaz e ineficiente, para dar paso a una APS que trataba de dar respuesta a los objetivos de salud para todos en el año 2000 emanados de la Declaración de Alma Ata de 1978. Por tanto podemos decir que cuanto menos fueron buenos principios[1].

[1] Buenos principios es una película dirigida por Yvan Attal con Yvan Attal, Charlotte Gainsbourg, Pascale Arbillot, Adèle Wismes, Sébastien Thiery .

Pero todo cambio y más aún si es tan drástico, extenso e intenso, genera siempre una gran resistencia[1]. Resistencia al propio cambio por miedo a lo nuevo, en sustitución a la rutina y el confort que otorga lo que se cambia; también a una supuesta pérdida de poder, influencia y reconocimiento por parte de quienes, hasta entonces, eran los únicos protagonistas de un escenario hecho a su imagen y semejanza; y por último por la incertidumbre de las enfermeras provenientes de ambulatorios, de hospitales y de zonas rurales, que se decidió fuesen el motor del cambio que se proponía y que asumieron con temor, pero también con implicación y compromiso. Situación que además coincidía con las nuevas generaciones de enfermeras formadas ya en la universidad con planes de estudios en los que la salud pública, la enfermería comunitaria, la gestión… se incorporaban como materias troncales que otorgaban capacidades y aptitudes, entonces aún no se hablaba de competencias, que respondían a los objetivos planteados en la APS. Al contrario de lo que sucedía con la formación inmovilista y conservadora de los médicos, al menos en sus estudios de licenciatura, que se palió de alguna forma con la especialidad de medicina familiar y comunitaria que generó una guerra interna en el colectivo médico y que fue identificada desde sus inicios, mayoritariamente como una especialidad “menor” o como última elección de las plazas MIR.

[1] El cambio es una película dirigida por Michael Goorjian con Wayne Dyer, Portia de Rossi, Edward Kerr, Michael DeLuise, Ron Marasco

Se constituyeron los que se vinieron a conocer como los primeros Equipos de APS[1] (EAPS), en los que se integraban médicos, pediatras, enfermeras, matronas, auxiliares de enfermería, auxiliares administrativos, trabajadores sociales y celadores como personal básico de los mismos, para desarrollar una atención integral, continua, continuada y participativa, con espacios de atención diferenciados y de gran autonomía, al menos en teoría, desde un supuesto trabajo en equipo que tan solo se quedó, por lo general, en el ámbito del deseo o de la imagen idealista que se trataba de proyectar.

[1] The A-Team (conocida en España como El equipo A y en Hispanoamérica como Los magníficos o Brigada A) es una película de acción basada en la serie de los 80 del mismo nombre, dirigida por Joe Carnahan, producida por los hermanos Scott Ridley y Tony y protagonizada por Liam Neeson, Bradley Cooper, Quinton Jackson y Sharlto Copley.

Pero esta organización fue vista, por quienes hasta el momento habían mantenido el poder absoluto, como una invasión a sus funciones por parte, sobre todo, de las enfermeras con sus consultas independientes de las médicas. Identificaron pues el trabajo en equipo como una amenaza a su poder que no a su actividad profesional, aunque la disfrazaran de intrusismo. Amenaza fantasma que fue desmontada sistemáticamente por parte de los tribunales en los que se presentaron las sucesivas demandas interpuestas contra dichas consultas enfermeras y la actividad en ellas desarrollada[1].

[1] Star Wars: Episodio I – La amenaza fantasma (título original en inglés: Star Wars: Episode I – The Phantom Menace; también conocida en español como La guerra de las galaxias: Episodio I – La amenaza fantasma) es una película de space operanota 1​ de 1999, escrita y dirigida por el director de cine estadounidense George Lucas.

El tiempo y el gran trabajo desarrollado por las enfermeras, así como una visión mucho más abierta, razonable y sensata, sobre todo de los nuevos especialistas de medicina familiar y comunitaria, supuso la normalización progresiva de lo que nunca debió ser identificado como una amenaza para nada ni para nadie.

La evolución y el devenir de la APS, como consecuencia de las nefastas decisiones y la regresiva concepción de la misma, condujo a que de manera progresiva se deteriorase hasta su absoluta degradación. Devino en una sucursal de la asistencia hospitalaria y una organización muy cercana a los extintos ambulatorios, con una inversión cada vez menor y con un descontento, entre las/os profesionales en general y las enfermeras en particular, creciente que evolucionó hasta las ilusiones perdidas[1], el conformismo y el inmovilismo alimentados por una caótica gestión y un nulo interés por parte de políticos y gestores que la llevaron a un estado de letargo o coma inducido en el que tan solo mantenía las constantes vitales del asistencialismo a través de la conexión mecánica con los hospitales sin que nadie quisiese desconectarla de los mismos. Todo lo cual hizo de la APS un ámbito que pasó de ser oscuro objeto de deseo[2] como consecuencia de infundadas y falsas creencias de paraíso laboral a destino fatal[3] del que se quería huir dada su situación de abandono.

[1] Las ilusiones perdidas es una película dirigida por Xavier Giannoli con Benjamin Voisin, Cécile De France, Vincent Lacoste, Xavier Dolan, Salomé Dewaels .

[2] Ese oscuro objeto del deseo es una película franco-española, la última dirigida por Luis Buñuel. Se trata de una muy libre adaptación de la novela de Pierre Louÿs La mujer y el pelele (La femme et le pantin).

[3] Destino fatal en España y 11:14 – Hora de morir en Hispanoamérica) es una película de 2003 acerca de una serie de acontecimientos interrelacionados que conducen a la misma hora, 11:14 p.m

En este punto, con escasa perspectiva de retorno o recuperación, surgió la propuesta de trabajar por un Marco Estratégico para la Atención Primaria y Comunitaria (APyC) por parte del Ministerio de Sanidad, con la participación de profesionales, decisores políticos y ciudadanía, que finalmente se tradujo en el documento publicado en el Boletín Oficial del Estado (BOE)[1] para iniciar el cambio tan necesario como deseado por muchos, como rechazado por bastantes.

En los grupos de trabajo multidisciplinares que se asignaron para su elaboración ya se pudieron identificar las primeras voces de quienes quisieron ver en esta reforma de la APS una oportunidad de mejora para su estatus, su influencia, su salario o su posición y no como una oportunidad de cambio real para mejorar la atención de la comunidad. Finalmente prevalecieron los planteamientos razonables, razonados, argumentados y rigurosos de quienes los defendieron a pesar de tan fuertes resistencias como débiles evidencias de quienes se oponían al cambio.

Cuando todo parecía indicar que finalmente se hacía una apuesta clara y decidida por renovar, fortalecer, valorar, visibilizar y relanzar la APyC, llegó la pandemia y con ella el contagio de la débil APS que la situó de nuevo en estado crítico al tiempo que olvidado sin ni tan siquiera ser merecedora de cuidados paliativos que permitieran reducir su dolorosa agonía en medio de tanto desconcierto, incertidumbre, miedo, dolor, y muerte, ante el que tanto hubiese podido aportar la APS y sus profesionales sino se les hubiese ignorado y minusvalorado.

Los famosos fondos europeos de recuperación y resiliencia, que algunos se empeñaron en hacernos creer que estaban siendo mal gestionados, vinieron a rescatar de una muerte segura a la APyC mediante la recuperación del Marco Estratégico para que el mismo pasase del papel y de las buenas intenciones al contexto de la acción y las decisiones que hiciesen posible rehabilitar y reinsertar a la APyC en un SNS que también precisaba de una profunda remodelación, para dar respuesta a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad, más allá de las diferencias y aportaciones específicas de los 17 sistemas de salud en que se configura el mismo.

Pero de nuevo la identificación del cambio, despertó las resistencias y la oposición de quienes veían en él una nueva y ficticia amenaza a sus intereses corporativos, generando respuestas de reivindicación tan populista como exenta de argumentos y alejada de las verdaderas necesidades de la población.

Como si de un viaje en el tiempo se tratase, regresamos a los inicios de la APS cuando las demandas contra las consultas enfermeras trataban de ocultar la verdadera intencionalidad corporativista y excluyente de las mismas[2], con nuevos y populistas anuncios de demandas sistemáticas, producto de las ensoñaciones ridículas, de algunos representantes de colectivos médicos, ante las primeras reformas propuestas en algunas comunidades autónomas.

La nueva concepción de atención integral, integrada e integradora, fue confundida o mejor, interpretada por algunos colectivos, como espacio de colonización o asentamiento para sus intereses corporativistas, que veían en la APyC una oportunidad laboral con reivindicaciones muy alejadas de lo que debe ser. Odontólogos, podólogos, psicólogos, nutricionistas, especialistas de diferentes colectivos de geriatría y pediatría… reivindicaban un espacio propio que de hacerse realidad convertiría a la APyC en el camarote de los hermanos Marx[3].

[1] https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2019-6761

[2] http://efyc.jrmartinezriera.com/2022/02/17/metonimia-sinecdoque-o-metafora-desde-la-retorica-a-la-violencia-profesional-machista/

[3] Famosa escena del camarote de los hermanos Marx en la película Una noche en la ópera (A Night at the Opera), sexta película de los hermanos Marx y la primera que rodaron para MGM, después de su ruptura con Paramount.

La evidente degradación de la APS, las carencias que la pandemia dejó al descubierto, la paupérrima inversión, la precariedad en la dotación de personal y en sus condiciones de trabajo, el aparente, repentino y falso interés de los políticos por dar respuesta a todo ello, conduce irremediablemente a una batalla en la que posicionarse, de manera ventajosa y al margen de las verdaderas necesidades de la comunidad, por parte de los múltiples actores que de repente ven la APyC como el espacio ideal en el que asentarse, aunque ello vaya en contra de los principios que debe regir su organización. Porque finalmente, no nos equivoquemos, todo es cuestión de organización y gestión del modelo. Ni la incorporación de nuevos profesionales, ni tan siquiera el aumento de los ya existentes sin una clara planificación y racionalización, son la solución al actual estado de la APS. Más bien al contrario, conducirán irremediablemente a su colapso y fracaso ante las necesidades sentidas por la población y que siguen sin ser ni identificadas ni mucho menos atendidas en esa lucha disciplinar por ganar posiciones. Se trata, por tanto, de identificar qué competencias están asumiendo actualmente las/os profesionales de los equipos y cuáles pueden asumir realmente huyendo de la rigidez de los marcos competenciales que encorsetan y limitan las respuestas eficaces y eficientes, incorporando el trabajo transdisciplinar que centre el interés en las necesidades de la población y no en las de las/os profesionales en un intento por ganar poder en lugar de ofrecer las mejores respuestas posibles.

En medio de todo este desconcierto, generado por la torpeza de quienes tienen la capacidad de decidir, es decir, las/os políticas/os, surgen propuestas, que, centrándome en enfermería, contribuyen de manera tan torpe como inoportuna a desdibujar y vaciar de contenido y competencias a las enfermeras comunitarias, sean especialistas o no.

Lejos de fortalecer, valorar y reconocer, la aportación específica de las enfermeras comunitarias, desde diferentes organismos de representación profesional, como organización colegial o sindicatos, se esfuerzan, al margen claro está de las propias enfermeras comunitarias y de sus sociedades científicas, por reivindicar una figura como la enfermera escolar que, en España, tal como lo hacen, no tiene ningún sentido ni fundamento[1], [2], tratándose más de una escuela de seducción con la que atraer la atención de manera oportunista[3].

[1] Martínez Riera, JR. Enfermera Comunitaria vs Enfermera Escolar. Rev. Rol Enf. 2009; 32(7-8): 526-9.

[2] Martínez Riera, JR Intervención comunitaria en la escuela. Estado de la cuestión. Rev ROL Enf 2011; 34(1):42-9

[3] Escuela de seducción es una película dirigida por Javier Balaguer con Victoria Abril, Javier Veiga, Pepe Viyuela, Neus Asensi, Ginés García Millán .

En lugar de exigir una adecuada dotación de enfermeras comunitarias que permita llevar a cabo eficaces y eficientes intervenciones en el ámbito escolar desde los centros de salud. No se puede olvidar que los colegios e institutos son recursos comunitarios importantes y con necesidades específicas, pero también diferenciadas, que hay que gestionar desde la integralidad y no la fragmentación que supone incorporar figuras como la enfermera escolar. Hacer comparaciones con otros países, ocultando y sin tener en cuenta de manera interesada, la organización de sus sistemas de salud en los que no existe una red de APS como la de España con centros de salud de referencia accesibles y cercanos en todas las zonas básicas de salud, es tramposo y malicioso. Pero, además, fundamentar la existencia de las enfermeras en todos los centros escolares para atender a las/os niñas/os con problemas de salud (diabetes, epilepsia…) o las posibles urgencias derivadas de accidentes, teniendo un centro de salud de referencia, es ir contra los principios mismos de la APS y del sentido común. Dichas enfermeras tienen todo su sentido y es donde se debe centrar el esfuerzo por exigirlas en los centros educativos con necesidades especiales. Generar una información engañosa y tramposa para lograr la demanda de las/os padres/madres en un tema tan sensible, es realmente reprochable. No se trata de generar nuevas figuras sino de racionalizar las ya existentes y gestionar su adecuada y exigible respuesta mediante intervenciones en el ámbito escolar como enfermeras de referencia de los mismos.

Por otra parte, está el intento lícito, pero sin fundamento, por intentar incorporar enfermeras de las diferentes especialidades en APyC. Es el caso, por ejemplo, de las enfermeras especialistas en pediatría. Nuevamente se va contra la atención integral, desde un abordaje no tan solo individual sino también familiar y comunitario, como seña de identidad y principio fundamental de la APyC. Replicar el modelo médico en el que se incorporó a los pediatras desde el inicio de la APS en una decisión, sin referencia en otros países y que ahora resulta incómoda de revertir, aunque se identifique claramente su necesidad, es no tan solo un gravísimo error sino también una incoherencia a lo que supone el paradigma enfermero en general y la perspectiva comunitaria en particular. Tratar de justificar aquella decisión replicando el modelo con las enfermeras es no tan solo poco riguroso sino claramente incoherente. Fragmenta la atención, rompe la unidad de atención familiar, dificulta las intervenciones familiares y comunitarias y genera conflictos en el seno de los equipos. Las enfermeras comunitarias tienen las competencias específicas para prestar cuidados a las niñas/os de manera integral, integrada e integradora a lo largo de todo el ciclo vital, tanto de manera individual como a la unidad familiar en la que están integradas/os y en la comunidad y sus recursos de la que forman parte y donde conviven, como ya demostraron sobradamente, hasta que se decidió equivocadamente y por demanda de los pediatras que no de las enfermeras que se separase la atención entre edad infantil y adulta. Las enfermeras especialistas en pediatría tienen su ámbito de competencia, en base a su programa formativo, en los hospitales. La solución de la APyC no pasa por estas incorporaciones oportunistas[1].

[1] The Mechanic (titulada The Mechanic en España, El mecánico en Argentina y El especialista en México) es una película estadounidense de acción de 2011. Protagonizada por Jason Statham y Ben Foster. Dirigida por Simon West

La ineficaz y torpe gestión de las/os responsables sanitarios impidiendo la creación de plazas específicas y necesarias en unidades de cuidados intensivos pediátricos, neonatos, cirugía pediátrica… de hospitales, no puede ni debe ser el argumento para reclamar su incorporación en la APyC de manera totalmente artificial e innecesaria como nichos favorables de trabajo. Su papel como referentes/consultoras de las enfermeras comunitarias es una opción que, por el contrario, no se está contemplando y que puede ser una excelente respuesta a la necesaria coordinación y continuidad de cuidados entre ámbitos de atención.

Similar planteamiento empieza a esgrimirse con relación a las enfermeras especialistas de salud mental que realmente lo que tienen que reclamar es su incorporación en las unidades de apoyo de salud mental existentes en la APyC y no integrándose en los equipos de los Centros de Salud como algunas voces, al margen de las sociedades científicas, reclaman.

Con este mismo planteamiento se podrían incorporar nuevas peticiones como las de las enfermeras especialistas en geriatría y gerontología, en lugar de centrar el foco de interés y las exigencias en dar respuesta a las gravísimas carencias e intolerable precariedad de las residencias de personas adultas mayores y a la inaplazable respuesta de coordinación sociosanitaria.

Todo lo cual está dando pie a que desde la ignorancia y el oportunismo de los despachos políticos se hagan planteamientos de nuevas figuras profesionales mediante el desarrollo de titulaciones de Formación Profesional (FP) que fundamentalmente den una respuesta más económica a las necesidades de salud de diferentes ámbitos, aunque sean de peor calidad que las prestadas por las enfermeras[1][2].

Otro caso es el de Cataluña, creando nuevos perfiles profesionales (informadores de salud mental, gestor de salud, nutricionistas…) sin una planificación previa, sin tener identificadas las competencias de cada uno de los perfiles ni de qué manera se articularán con las de los profesionales ya existentes en los equipos, sin ni tan siquiera valorar en qué medida las competencias que supuestamente tienen que cubrir dichos perfiles están cubiertas ya por las enfermeras o médicos, sin saber de quién dependerán orgánica y funcionalmente… mientras tanto especialistas de enfermería familiar y comunitaria y de salud mental, por ejemplo, siguen sin ser incorporadas a los equipos, todo lo cual genera confusión, incertidumbre, confrontación y rechazo[3],[4]. Finalmente, lo que verdaderamente interesa a estos oportunistas es poder presentar una nueva propuesta política. Lo de menos es lo eficaz y mucho menos eficiente que pueda ser. El fin, su fin, justifica los medios, básicamente, porque dichos medios no son suyos sino de toda la ciudadanía. Por otra parte, una vez más, se demuestra el desprecio absoluto y el nulo interés por las enfermeras y por sus competencias, aunque ello vaya en contra de la población a la que supuestamente representan.[5].

[1]https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2022-1058

[2] https://www.grupo40enfermeras.es/

[3] https://www.diariomedico.com/medicina/politica/cataluna-nuevos-perfiles-profesionales-en-ap-en-lugar-de-mas-medicos-y-enfermeras.html

[4] https://www.diariomedico.com/enfermeria/familiar/profesion/martinez-riera-la-creacion-de-nuevos-perfiles-profesionales-no-es-la-solucion-los-problemas-de-la-ap.html

[5] Película dirigida por Paolo Genovese con Valerio Mastandrea, Marco Giallini, Alessandro Borghi, Silvio Muccino, Alba Rohrwacher

Todo lo cual, por otra parte, y siendo lo más preocupante, acaba calando en la sociedad que desdibuja aún más la imagen de las enfermeras y sus cuidados profesionales, lo que puede llevarnos al olvido que seremos.[1]

[1] El olvido que seremos es una película colombiana del año 2019 , dirigida por Fernando Trueba, basada en la novela homónima de Héctor Abad Faciolince.

Ante todo, esto urge que la profesión enfermera haga un análisis riguroso sobre su aportación y cómo y dónde hacerla de tal manera que la población nos identifique como indiscutibles e indispensables y se posicionen reclamando nuestra sustitución. Así mismo resulta imprescindible que nosotras identifiquemos claramente nuestros ámbitos competenciales y trabajemos desde el respeto mutuo y la colaboración y no desde el cainismo y el oportunismo que es aprovechado por quienes tienen sus propios intereses que no son, desde luego, los de las enfermeras en su conjunto, por mucho que los defiendan o enarbolen quienes diciendo ser sus representantes legítimos.

Mientras no identifiquemos la importancia de conectar con la ciudadanía y nos centremos en luchas internas tan inútiles como destructivas, derivadas de nuestra falta de concreción y coherencia, seguiremos abonando el terreno en el que surjan nuevas y artificiales figuras que nos hagan cada vez más prescindibles e invisibles.

No es tarea fácil, pero no por ello debemos pensar que no es posible lograrlo. Tan solo se trata de tener la voluntad y el coraje de afrontarlo. Seguir planteando excusas es parafraseando a Mason Cooley[1] la mejor forma de que no cambie nada, aunque pueda hace que todos se sientan mejor.

Hablar de Reforma de la APS al margen de las enfermeras o con las enfermeras peleando entre ellas, tan solo conducirá a una organización alejada de los principios que fundamentan y definen la propia APS y a la colonización de la misma por parte de otras figuras, en una especie de Invasiones Bárbaras[2] sin sentido.

En cualquier caso y tal como dijera Winston Churchill[3] “mejorar es cambiar; así que para ser perfecto hay que haber cambiado a menudo”, y distamos mucho de ser perfectos.

[1] Aforista estadounidense conocido por sus ingeniosos aforismos (1927 – 25 de julio de 2002) .

[2] Las invasiones bárbaras (Les invasions barbares en francés) es una película franco-canadiense dirigida por Denys Arcand en el año 2003.

[3] Político, militar, escritor y estadista británico que se desempeñó como Primer Ministro del Reino Unido de 1940 a 1945, durante la Segunda Guerra Mundial, y nuevamente de 1951 a 1955 por parte del Partido Conservador.

¿SENTIMIENTO DE PERTENENCIA O DE PERTINENCIA?

A Mª Paz Mompart, referente y símbolo

del sentimiento de pertenencia enfermero.

 

“Envidio la felicidad de los demás … Envidio el sentido de pertenencia … Parece que siempre estoy rehaciéndome”

Richard Eyre [1]

 

 

Últimamente me pregunto con relativa frecuencia sobre la razón o razones que impiden que las enfermeras tengamos respuestas colectivas ante las amenazas e incluso ataques que se producen cada vez con mayor asiduidad e incluso intensidad. Respuestas que vayan más allá de la unidad de la que ya he hablado recientemente[2]. Que no se relacionen exclusivamente con aspectos de reivindicación laboral o retributiva. Que no conduzcan a una demanda judicial. Respuestas que supongan una manifestación clara e inequívoca de rechazo al ataque de la identidad enfermera y al mismo tiempo de posicionamiento decidido, riguroso y participativo para rechazarlo con energía y fundamento.

Se ha escrito y hablado mucho sobre la identidad enfermera, ligándola en muchas ocasiones a la vocación como una relación casi automática, como si una fuese condición de la otra o la otra consecuencia de la una. Sin embargo, no sé bien si esta unidad es imprescindible, necesaria, importante o en ocasiones se trata tan solo de una impostura o una adaptación a la norma establecida que hace inseparables ambos términos[3]. Pero también es cierto, por otra parte, que existe el ejemplo casi antagónico al de la vocación, es decir, el del interés por encontrar un trabajo de manera inmediata y casi asegurado de por vida, lo que supone que enfermería sea entendida tan solo como un medio para ello, sin importar realmente el hecho de ser enfermera y mucho menos el sentirse como tal.

Nos encontramos pues ante dos maneras de acceder y entender Enfermería que pueden determinar claramente la forma en que esta sea identificada, sentida y vivida. Sin que ninguna de ambas garantice, en ningún caso, sentimiento de pertenencia o absoluta indiferencia.

La vocación, entendida como un interés especial hacia algo por razones no siempre conocidas, ni tan siquiera entendidas y no como una llamada para llevar una forma determinada de vida como en muchas ocasiones se ha querido asociar por la relación que durante tanto tiempo tuvo la enfermería con la religión desde una perspectiva de caridad y no de profesionalidad, no garantiza que la enfermería genere, en quien actúa por dicho impulso, un sentimiento de pertenencia hacia ella o por ella, es decir, no existe una relación inseparable entre vocación y sentimiento de pertenencia.

Por su parte la elección interesada por motivos laborales o económicos no excluye de manera automática el que pueda existir un sentimiento de pertenencia que al menos en principio ni existía ni se esperaba lograr, pero que se puede descubrir y generar a posteriori.

Es cierto que las señas de identidad profesional enfermera, tanto individuales como colectivas, vienen determinadas por las diversas características que definen a las enfermeras y a sus órganos de representación y que configuran finalmente la imagen que tienen y trasladan tanto en su contexto profesional como a la sociedad en su conjunto. Características que, en el caso de enfermería, en muchas ocasiones se han estereotipado y convertido en tópicos que desvirtúan su imagen y con ella la capacidad de favorecer una identidad aceptada y asumida por todas las enfermeras y respetada por los demás. Se trata de una construcción compleja en la que intervienen e interaccionan muchos elementos y factores. Por tanto, no podemos hablar de una identidad enfermera única como muchas veces se pretende, sino que está conformada por múltiples señas que la identifican, tales como elementos de interacción, coincidencia, conocimiento, diálogo, convivencia, interés común…

Se trata pues de un proceso de conocimiento y enriquecimiento lento y progresivo en el que las relaciones de convivencia, las señas de identidad y el sentimiento de pertenencia se refuerzan entre las diferentes visiones, planteamientos, objetivos, actitudes… de las enfermeras, como elemento diferenciador, de defensa y subsistencia, y como cohesión de quienes como tales comparten identidades. De tal manera que en ocasiones sucede que la identidad individual, la propia de cada enfermera, pretende imponer sus características identitarias como generales o propias de enfermería en su conjunto, considerando las diferencias como extrañas, impropias e incluso rechazables. Lo que en sí mismo representa una clara dificultad o barrera para el logro necesario de un sentimiento de pertenencia entendido desde del derecho a ser diferente, al diálogo y a la interacción entre enfermeras… Incluso a hablar y reflexionar sobre este sentimiento como contenido del diálogo.

Lo que parece no ofrece discusión es que el sentimiento de pertenencia resulta fundamental en la definición y cohesión de la identidad enfermera.

Para ello y en un intento por entender mejor su trascendencia se podría definir el sentimiento de pertenencia como el conjunto de sentimientos, percepciones, expectativas, deseos, necesidades, afectos, vínculos, etc. que van construyéndose a partir de las experiencias y de las prácticas cotidianas desarrolladas por las enfermeras o las organizaciones que les representan en los espacios de desarrollo profesional.

Dicho sentimiento de pertenencia puede que no todas las enfermeras lo identifiquen o incluso lo valoren como una necesidad, al menos no de forma consciente, pero no es menos cierto que forma parte de un amplio abanico de necesidades que en mayor o en menor medida influyen en la relación que las enfermeras tienen con la enfermería de la que forman parte y que no siempre se identifican como valores o aportaciones a dicho sentimiento de pertenencia, como la seguridad, la autoestima, el reconocimiento, el bienestar, el compromiso, las actitudes positivas, etc.

Es cierto, así mismo, que tanto la identidad como la construcción del sentimiento de pertenencia de las enfermeras, como sentimiento y vínculo que son, resultan complejos, al intervenir factores tan amplios, diversos y heterogéneos como el contexto en el que se producen, las ideas y experiencias previas, las relaciones profesionales tanto con otras enfermeras o con profesionales de otras disciplinas como con la población a la que se prestan los cuidados, la cobertura de las necesidades que como enfermeras se identifican, las experiencias positivas y satisfactorias en los diferentes ámbitos laborales, los símbolos y valores propios y compartidos de la enfermería que no siempre son asumidos como propios o reconocibles, la participación y cooperación en las organizaciones profesionales tales como colegios, sociedades científicas, sindicatos… o el reconocimiento y aceptación en la propia profesión.

Todo lo cual conduce a que este sentimiento que en muchas ocasiones se utiliza como estandarte o señal de la propia enfermería no sea un sentimiento estándar o generalizado, sino que sea diverso y con múltiples variantes que lo convierten en una construcción dinámica y cambiante. Es por ello frecuente que el sentimiento de pertenencia enfermero presente características muy diferentes, o que cambie en función de las influencias que un determinado contexto ejerza sobre el mismo. Esto explicaría, por ejemplo, el sentimiento de pertenencia de las enfermeras comunitarias o las hospitalarias que compartiendo el mismo entorno disciplinar, enfermería, su percepción o sentimiento es diferente, lo que como ya he comentado no es excluyente, pues de serlo el sentimiento de pertenencia deja de tener sentido colectivo y se comporta como una confrontación de ideas o posicionamientos en los que influyen aspectos o factores ajenos al comportamiento colectivo enfermero y pasan a ser más un sentimiento de pertinencia individual o sectario, entendido por ser adecuado u oportuno en un momento o una ocasión determinados y no de pertenencia tal como lo he descrito.

Esto se justifica, o al menos permite entenderse, por el hecho de que el sentimiento de pertenencia está muy relacionado con el contexto donde se trabaja y al que, de una u otra forma, se identifica que se pertenece y en donde se generan las interrelaciones y se viven las experiencias más significativas del desarrollo profesional, lo que acaba por marcar claramente la percepción e incluso el comportamiento que modelan o pueden modelar dicho sentimiento de pertenencia. De ahí que sea frecuente oír lo de ser enfermera de primaria o de hospital, por ejemplo, en lugar de ser enfermera con independencia de dicha identificación laboral, dado que existen valores de sentimiento positivos o de identidad o valores negativos o de rechazo, que finalmente pueden actuar como antagonistas entre si, debilitando o impidiendo el arraigo de un sentimiento de pertenencia colectivo. Por eso es muy importante la comprensión de los diferentes contextos de desarrollo profesional en la construcción del sentimiento de pertenencia, a partir de la configuración de relaciones inclusivas como, por ejemplo, la participación y cooperación entre iguales.

Lo dicho, aún adquiere mayor sentido cuando el ámbito del que se trata es, por ejemplo, el docente, ya que en este caso ni tan siquiera, muchas veces, se identifican las enfermeras como enfermeras docentes, haciéndolo exclusivamente como docentes e investigadoras, renunciando de manera expresa e intencionada a su condición como enfermeras, lo que influye tanto en la dificultad para la construcción colectiva del sentimiento de pertenencia al que aludo, como en la generación de una distancia al no establecerse una relación desde el respeto a la diferencia sino una ruptura de la identidad enfermera y con ella la ausencia o cuanto menos la confusión del sentimiento de pertenencia.

Lo cierto es que el desarrollo y fortalecimiento del sentimiento de pertenencia de las enfermeras o de sus organizaciones de representación contribuye de manera clara y decidida a construir conciencia de vinculación, favorece las actitudes participativas y de cooperación tanto con el ámbito profesional como en el social, y facilita el proceso de inclusión y la cohesión. Como decía Turner, el sentimiento de pertenencia es un elemento positivo, movilizador en los grupos y comunidades[4].

Así pues y tras lo dicho, las enfermeras, deberíamos cuanto menos reflexionar seriamente sobre cuáles son los factores o elementos que nos impiden tener un sentimiento de pertenencia que permita responder con criterio, decisión, firmeza, convencimiento, compromiso e implicación a cualquiera de las acciones o planteamientos que influyen de manera tan negativa como potente contra la propia construcción enfermera.

Pero es que además deberíamos plantearnos contemplar una intervención clara y decidida de dicho abordaje desde las aulas, en donde se empieza a construir dicho sentimiento de pertenencia. Para ello no se puede renunciar a la condición de enfermera de quien modela, transmite, construye, participa e influye en la identidad enfermera que será, finalmente, la que de valor y consistencia al sentimiento de pertenencia. No es posible sentirse partícipe de algo que no se conoce o que se presta a interpretaciones alejadas del fundamento y esencia de la ciencia enfermera. Si a ello añadimos la cada vez mayor incorporación de disciplinas ajenas a la enfermería que intervienen de manera directa en la formación de las futuras enfermeras desde una ausencia absoluta tanto de identidad enfermera, por no serlo, como de la, en este caso, deconstrucción del sentimiento de pertenencia, podemos entender las respuestas de inacción, conformismo, inmovilismo o escepticismo de muchas enfermeras una vez lo son y actúan como tales, al menos desde la perspectiva estrictamente contractual.

Por su parte las enfermeras gestoras, en cualquier nivel de gestión sea como mandos intermedios o de alta gestión, no pueden ni deben inhibirse de su condición de enfermeras a la hora de gestionar. En primer lugar, porque deberían identificar claramente que su gestión es, ante todo, una gestión de cuidados y por derivación una gestión encaminada a garantizar la mejor calidad de los mismos por parte de las enfermeras que tienen bajo su responsabilidad. Si se asume una gestión despersonalizada, deshumanizada y desprofesionalizada, en la que se obvia u olvida su condición enfermera para ser parte, exclusivamente, de la cadena de mando, los resultados de la misma estarán ausentes de los valores humanísticos que permiten reforzar la construcción del sentimiento de pertenencia enfermero y contribuirán tan solo al logro de objetivos ligados a intereses de la organización, de otros colectivos o de la rendición de cuentas, despersonalizando y difuminando la identidad enfermera.

Las organizaciones que representan a las enfermeras, por su parte, deberían centrar sus esfuerzos y su trabajo en velar por la identidad enfermera, tratando de aunar las diferentes sensibilidades, intereses, ideas o experiencias, de las enfermeras con el fin de enriquecer dicha identidad. No se trata tanto de defender la misma desde la demanda judicial como muestra de fuerza ante el ataque a la misma desde cualquier ámbito, como de la necesidad de construir dicha identidad desde la fortaleza de la propia enfermería y no desde la debilidad de la misma. Las propias enfermeras no tienen ese sentimiento de pertenencia con relación a dichas organizaciones, lo que repercute claramente en su debilidad de influencia tanto interna como externa. Entre otras cosas porque dicha pertenencia tan solo obedece, en algunas organizaciones, a la obligatoriedad de pertenecer a las mismas para poder ejercer como enfermeras, pero sin que genere ese sentimiento de pertenencia que sería deseable y necesario para, desde el mismo, trabajar el sentimiento de pertenencia enfermero. Sentimiento que no podrá ser fortalecido nunca desde la soberbia de sentirse imprescindibles que algunas creen poseer y que genera justamente el efecto contrario al de favorecer el sentimiento de pertenencia.

No deja de ser curioso, por otra parte, como el sentimiento de pertenencia es muy fuerte, intenso y permanente en determinadas sociedades o colectivos con independencia incluso de los resultados que los mismos obtengan para generar una gran atracción y fidelidad. Es el caso, por ejemplo, de los clubs deportivos y muy especialmente los de fútbol. Se podría argumentar que su fortaleza viene determinada como respuesta al espectáculo deportivo que ofrecen y a la competitividad establecida en su contexto. Pero esto quedaría limitado exclusivamente a un selecto grupo de equipos que encajan en estas características, por lo que el sentimiento de pertenencia viene determinado por otros factores o casusas que van más allá de los éxitos deportivos. ¿Por qué entonces no es posible que las enfermeras tengamos arraigado ese sentimiento de pertenencia con independencia de las diferencias que en torno a enfermería existen?

Al margen de otras razones que seguro existen y deben ser identificadas y analizadas, desde mi punto de vista, considero que resulta muy difícil, por no decir imposible, lograr el sentimiento de pertenencia enfermera sin que previamente exista un convencimiento claro y sin fisuras del sentimiento individual sobre aquello que se es, enfermera. Como dice M.F. Moonzajer[5] “la aceptación es el sentido de pertenencia”. Por tanto, si no nos valoramos, aceptamos y sentimos orgullosas/os de ser enfermeras. Si constantemente ocultamos o sustituimos nuestra identidad enfermera. Si ser enfermera es vivido tan solo como un medio, como cualquier otro, para ganar un sueldo. Si no consideramos nuestra aportación específica como insustituible y valiosa. Si creemos que los problemas de enfermería no son nuestros problemas. Si pretendemos que siempre sean otros quienes solucionen los problemas por entender que no va con nosotras. Si mantenemos la creencia de que el reconocimiento debe darse con independencia de nuestra actitud. Si asumimos como válido cualquier planteamiento, aunque afecte negativamente al desarrollo de enfermería. Si todos estos condicionantes y otros muchos, forman parte permanente de nuestra condición enfermera, resultará imposible construir y consolidar el imprescindible sentimiento de pertenencia enfermero que nos haga visibles y reconocibles entre nosotras mismas, otras/os profesionales, las organizaciones en las que trabajamos o nuestras organizaciones de representación y la propia sociedad. Seguir inmersas en una permanente indefinición y desvalorización nos sitúa en la más absoluta insignificancia y en una peligrosa vulnerabilidad a las que no sabemos responder por no saber reconocernos como enfermeras. En definitiva, resulta muy difícil defender aquello en lo que no se cree.

Llegados a este punto podemos preguntarnos qué es primero si el sentimiento o la pertenencia, es decir, ¿es capaz el hecho de ser y pertenecer a enfermería de generar un sentimiento real de pertenencia o resulta imprescindible tener el sentimiento de ser enfermera para poder desarrollar el de pertenencia? Posiblemente no se trata de qué va delante de qué, sino de cómo somos capaces de construir colectivamente la identidad enfermera y desde la misma el sentimiento de pertenencia.

Lamentablemente no tengo las respuestas necesarias para lograrlo. Tan solo un profundo sentimiento de tristeza por no entender cómo se puede ser enfermera y no sentirse orgulloso/a de serlo, de vivirlo, de manifestarlo y de defenderlo. Por no comprender cómo se puede ser enfermera sin tener referentes a los que admirar, querer y respetar para poder mejorar. Por no concebir el desarrollo profesional sin un arraigado, claro y firme sentimiento de pertenencia que no supone, en ningún caso, resignación o asunción incondicional, sino justamente todo lo contrario.

De igual manera que siento un profundo sentimiento de pertenencia como valenciano por mi territorio y como valencianista por mi equipo de fútbol, por ejemplo, siento un idéntico o mayor sentimiento de pertenencia como enfermera por mi profesión. En todos los casos hay muchos aspectos de mi tierra, de mi equipo y de mi profesión que me gustaría que cambiasen o fuesen de otra manera, pero en ninguno de los casos renuncio por ello a mi sentimiento de pertenencia a los mismos y para los mismos y adaptando al poeta Miguel Hernández, sangro, lucho, pervivo. Para defenderlos, doy mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo[6], ¿te apuntas?

[1]  Director británico de películas, teatro, televisión y ópera.

[2] http://efyc.jrmartinezriera.com/2022/02/10/unidad-enfermera-necesidad-o-estrategia/

[3] http://efyc.jrmartinezriera.com/vocacion-vs-dedicacion-postconfinamiento-nueva-temporada/

[4] Turner, J.C. (1985). Social categorization and the self-concept: A social cognitive theory of group behaviour. En E.J. Lawler (Ed.): Advances in group processes: Theory and research (vol., 2, pp. 77-122) Greenwich: JAI Press.

[5] MF Moonzajer es un ex pasante de la Secretaría de las Naciones Unidas en Bonn, Alemania, un académico del Centro Internacional de Investigación para el Desarrollo de Canadá, el editor actual del International Scientific Journal of Issues, Research and Essay (JSRE) y el presidente de Indie Authors

[6] Adaptación del poema “Para la Libertad” de Miguel Hernandez Gilabert (Orihuela 1910 – Madrid 1942).

ENTREVISTA CADENA SER

Entrevista en la Cadena SER Alicante con motivo de la polémica surgida ante las denuncias de diferentes organizaciones médicas ante la posibilidad de que las enfermeras puedan acceder a dirigir Centros de Salud según se recoge en el Marco Estratégico de la Comunitat Valenciana recientemente presentado.

 

METONIMIA, SINÉCDOQUE O METÁFORA Desde la retórica a la violencia profesional machista

“Solamente el caos de la retórica confunde y modifica la coherencia histórica “

Tiziano Ferro [1]

 

La imagen, el valor, el reconocimiento, el desarrollo… de la Enfermería y por derivación de las enfermeras, siempre ha estado influenciado, cuando no condicionado, por la propia evolución social, cultural, educacional o política.

Así mismo lo ha estado por su condición de profesión femenina y por lo tanto de dependencia o subsidiariedad de las profesiones masculinas con las que se relaciona y muy particularmente con la medicina.

La incipiente evolución a la profesionalización de la enfermería en España durante la segunda república tuvo un abrupto final con la instauración de la dictadura franquista tras la guerra civil.

El papel de las enfermeras, al igual que el de las mujeres, en la sociedad franquista quedó claramente ligado a la voluntad que sobre ellas ejercieron los médicos y los hombres respectivamente.

La unificación de las profesiones de matrona, enfermera y practicante en una sola, estuvo muy lejos de la intención manifestada por dignificar la profesión de Enfermería. Dicha unidad, en un nuevo título denominado Ayudante Técnico Sanitario (ATS), sin referente en ningún lugar del mundo, tan solo perseguía dar respuesta a las necesidades de la profesión médica, desde una absoluta dependencia y subsidiariedad de la misma, ocultando además, de forma totalmente intencionada e intencional, la profesión enfermera, relegando la denominación como tal cuando hacía referencia a las mujeres ATS, como forma de distinguir entre el demérito y la dependencia de estas con los médicos y en contraposición a los varones que eran denominados con su antigua denominación de practicantes o adoptando la nueva nomenclatura de ATS, pero con una connotación y una asunción de funciones totalmente diferente a la que se otorgaba a las mujeres, lo que aún ahondaba mucho más en la desvalorización de la Enfermería, que no se contemplaba como tal, y de las enfermeras y los cuidados, a los que no se relacionaba con la Enfermería. De tal manera que el objetivo de perpetuar la dependencia y la invisibilidad enfermera se logró de manera absolutamente eficaz, al tiempo que contribuyó a dinamitar de manera clara y significativa aquello por lo que, teóricamente, se había llevado a cabo la reunificación de las tres profesiones comentada, es decir, la unidad. La división determinada por el género condujo a provocar una profunda brecha en el seno de la ocultada y disfrazada enfermería, entre enfermeras, matronas y practicantes a pesar de que todas/os, paradójicamente, fuesen ATS. Todo lo cual, por su puesto, tuvo su traslado a la sociedad, que identificó e interiorizó, tal como se pretendía, la imagen subsidiaria y dependiente de la medicina, contribuyendo, por otra parte, a reforzar el protagonismo exclusivo de los médicos como únicos garantes de la asistencia sanitaria y a que su imagen se identificase como la de un ser superior y poderoso al que se tenía que obedecer y rendir pleitesía.

Tras la finalización de la dictadura franquista, como ya comenté en mi anterior entrada, un grupo de decididas, valientes y competentes enfermeras, mayoritariamente mujeres, pero también con la participación activa de algunos hombres, lograron romper el maleficio impuesto con la titulación de ATS y recuperar, al menos en parte, la identificación enfermera con la entrada de los estudios de enfermería en la universidad.

La profesionalización de la enfermería y la consideración de sus estudios como universitarios, coincidió con la instauración de la democracia y con ella con la recuperación progresiva, aunque desigual, de libertades y derechos perdidos y perseguidos.

Por su parte, la igualdad de derechos de las mujeres y la recuperación de su dignidad, aunque lentamente, se fue recuperando con evidentes dificultades y barreras en una sociedad marcadamente machista en su forma y en su fondo.

En este escenario, las enfermeras iniciaron, al igual que las mujeres, la recuperación de una lenta autonomía de la dependencia y subsidiariedad médicas, aunque con importantísimas resistencias por parte de los médicos para no perder el control sobre ellas, lo que por otra parta reforzaba el estatus logrado.

La limitación de los estudios de enfermería a diplomatura universitaria impedía el acceso a los máximos niveles académicos, lo que suponía una clara barrera para la total normalización del desarrollo disciplinar y profesional. A pesar de lo cual cada vez existía una mayor diferenciación con la medicina, a través del desarrollo de planes de estudio basados en un paradigma enfermero propio. Diferencia que, sin embargo, no se reproducía con los médicos con quienes se seguía manteniendo una dependencia muy significativa tanto por parte de ellos, que continuaban manteniéndola y alimentándola, como por parte de las enfermeras, que dejaban se ejerciera con cierta displicencia.

La instauración del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) y la consiguiente regulación de los estudios superiores como Grados de todas las disciplinas, logró romper el techo de cristal que nos impedía acceder al máximo nivel académico.

Parecía que dicho logro iba a permitir equilibrar “las fuerzas” de igual manera que paralelamente iban alcanzándose, no sin dificultades, nuevos logros en la igualdad entre hombres y mujeres, a pesar de la lacra permanente y sangrante de la violencia de genero alimentada por la cultura machista aún presente en nuestra sociedad, cultura y educación.

Sin embargo, tal como sucedía con la igualdad de género, en la igualdad profesional y disciplinar, las enfermeras sufríamos la “violencia” machista impuesta por la medicina como consecuencia de la resistencia ejercida por una parte de los médicos a pesar de que el número de mujeres en la profesión era cada vez mayor, pero con la particularidad de que, estas, asumían el rol machista de la profesión médica en la relación que se mantenían con las enfermeras.

Las situaciones de presión e incluso acoso, se sucedían cada vez que las enfermeras trataban de recuperar una identidad propia, autónoma y desligada de la subsidiariedad médica que no se lograba eliminar a pesar de los avances. Recursos judiciales, presiones ante las administraciones, descalificaciones, normativas que limitaban el acceso a puestos de responsabilidad, diferente nivel profesional con idéntica titulación académica, creación de puestos de dirección sin capacidad en la toma de decisiones, exclusión de comisiones o grupos de trabajo… son tan solo algunas de las estrategias para mantener el control y la capacidad de movimientos de las enfermeras en connivencia con los políticos y gestores en ese aparente talante renovador que no se reflejaba en el necesario cambio normativo, ni en la voluntad de las partes por alcanzarlo.

El paralelismo con la desigualdad de género continuaba y, lamentablemente, continúa existiendo allá donde médicos y enfermeras coinciden. Es decir, en prácticamente cualquier escenario, pero de manera muy significativa en el ámbito profesional de la asistencia sanitaria.

La democracia seguía consolidándose, aunque la deriva política, el descontento social, la corrupción, la mediocridad… de las/os dirigentes políticos propició la incorporación, inicialmente anecdótica y progresivamente preocupante, de tendencias ultraconservadoras que rescatan discursos aparentemente superados en los que se cuestionan derechos fundamentales como la perspectiva y la violencia de género, la igualdad entre personas de diferente tendencia sexual, raza o creencia, la educación en valores democráticos, el respeto a las decisiones individuales ante la muerte o el aborto.

Pensar que dichas posiciones ideológicas obedecen tan solo a la casualidad, que son temporales, que no comportan peligro alguno para la estabilidad democrática, que no tienen consecuencias para mantener los derechos alcanzados… es, no tan solo una temeridad ligada a la ausencia premeditada y consentida de la memoria histórica, sino también, una clara irresponsabilidad colectiva, que nunca puede justificarse como una respuesta antisistema como se le quiere disfrazar.

Y en ese panorama de permanente incertidumbre y de crecimiento y asentamiento de ideologías radicales de ultraderecha en las que se apoyan para lograr el poder partidos conservadores que supuestamente tenían superadas estas posturas, cuando en realidad tan solo estaban aletargadas o enmascaradas, nuevamente las mujeres y las enfermeras, volvemos a sufrir tanto ataques como pérdidas de derechos que ya se creían consolidados tales como la discriminación positiva, los recursos de apoyo a la igualdad, la negación de la violencia de género, el acceso en igualdad de condiciones a puestos de trabajo, la remuneración igualitaria en puestos de idéntica responsabilidad o competencia, la negativa al acceso a determinados niveles o puestos de trabajo…

La medicina, como lobby de poder, ante los intentos de cambio en los modelos actuales del SNS en general y de la Atención Primaria y Comunitaria en particular, se alinea con los posicionamientos machistas y totalitarios de dichas posturas ideológicas para intentar paralizar el desarrollo profesional de las enfermeras.

Las estrategias de una parte de los médicos son sibilinas y engañosas, tratando de mantener una visión, sino progresista si cuanto menos liberal en sus posicionamientos, pero con cada vez menor disimulo en sus planteamientos reaccionarios y excluyentes hacia quienes consideran diferentes o simplemente un peligro para su estatus de privilegio, a pesar de que socialmente ya empezaba a estar muy cuestionado.

Actitud hostil a la que se suman de manera cada vez más habitual y agresiva otros colectivos que parecen ver en las enfermeras la reencarnación del mal contra sus intereses, mientras las enfermeras aguantamos estoicamente, sin parecer inmutarnos, los ataques a nuestras competencias, haciéndonos cada vez más débiles y con menor espacio competencial, al abandonar nosotras ciertas competencias por considerarlas menores y limitándonos otras porque terceros las consideran ajenas a nuestra profesión. Todo lo cual nos hace padecer el efecto sándwich, es decir, nos presionan por arriba y por abajo y la mayonesa, que en este caso somos nosotras, se sale por todos lados.

Pero en esta ocasión me centraré en el acoso médico sin que ello signifique que el realizado desde otros frentes profesionales no sea tan grave y lesivo, o más, que este y, dese luego, sin olvidar que nuestra actitud ante todo ello debería, cuanto menos, preocuparnos y ocuparnos.

Como ejemplo y tan solo como muestra, me voy a referir a la actitud de algunos órganos de representación médica, a través de sus dirigentes, lo que no significa, por supuesto, que sea el sentir general de todo el colectivo, pero si de quienes hablan y actúan en su nombre.

En la Comunitat Valenciana se nombró, en 2020, como comisionada para el desarrollo e implementación del Marco Estratégico de la Atención Primaria y Comunitaria en dicho territorio autonómico a una enfermera[2]. Dicho nombramiento por sí mismo, sin haber llevado a cabo ninguna gestión o acción ya generó, por parte de sindicato, organizaciones y colegios médicos, declaraciones de descalificación y cuestionamiento a su capacidad y competencia. Por el simple hecho de ser enfermera y mujer, claro está.

La Comisionada, se dedicó a trabajar y a reunirse con todos aquellos colectivos y representantes de los mismos que de manera más o menos activa y directa trabajan en el ámbito de Atención Primaria. Reuniones a las que algunos de los representantes de dicho colectivo médico no asistieron ni aportaron sugerencia alguna al Marco que se estaba consensuando, posiblemente por entender que hacerlo hubiese supuesto reconocer la “autoridad” de la comisionada. Los ataques y las descalificaciones, sin embargo, continuaron produciéndose de manera totalmente gratuita e injustificada.

Concluido el proceso, se presentó públicamente el informe[3] a cuyo acto se negaron a ir quienes lideraron los ataques, argumentando para ello la falta de comunicación y de consenso en la elaboración del mismo, lo que no tan solo no es cierto, sino que es totalmente falso, obedeciendo únicamente a un nuevo intento por distorsionar la realidad para lograr con ello la aparente discriminación denunciada y poder asumir el victimismo con el que justificar su actitud de absoluto desprecio hacia el trabajo realizado y quien lo lideraba, en un manifiesto ejemplo de acoso profesional machista[4].

Su no comparecencia, ni en las conversaciones previas ni en la presentación, no fue obstáculo alguno para arremeter de manera totalmente desproporcionada, ausente de rigor científico y de respeto contra el documento presentado y su responsable, enfermera y mujer.

Tan solo como ejemplo de lo expuesto rescato uno de los supuestos argumentos de rechazo de una de las organizaciones que precisamente declinó reunirse con la Comisionada en la fase de redacción del documento, en donde dicen textualmente: “Papel del personal de enfermería: debe potenciarse, pero sin olvidar que el grado de enfermería es diferente al de medicina y su función principal son los cuidados. Estas profesionales no deben ser la solución cuando la necesidad sea personal facultativo y el interés por la especialidad de enfermería debe ser por su aportación al cuidado de los pacientes y no para cubrir áreas que no les corresponden”[5].

El argumento perfectamente podría identificarse e imputarse como uno de los muchos que realizó el expresidente del gobierno Mariano Rajoy[6], dadas las extrañas construcciones gramaticales, las relaciones de causalidad imposibles y sus ininteligibles planeamientos.

Para empezar que se diga que el grado de enfermería es diferente al de medicina, es de Perogrullo y utilizarlo como argumento es tanto como decir que la noche es diferente al día. Pero no contentos con esto continúan y tratan de reforzar su sublime descubrimiento con el de que la competencia principal de las enfermeras son los cuidados, aunque ellos hablen de función no sé si por desconocimiento, lo cual no descarto en absoluto, o por intento burdo e infantil de querer desmerecer los cuidados como función en lugar de competencia. Una loable disertación argumental, sin duda. Puede ser también plausible que el intento de tan sesudos analistas fuese el de desprestigiar los cuidados como una competencia, que no función repito, menor. En cualquier caso, no le resta patetismo a una u otra o a ambas opciones, diciendo mucho de quienes las han plasmado por escrito intentando, pero no consiguiendo, establecer un razonamiento que trata de esconder su rechazo machista hacia las enfermeras.

Pero tal cúmulo de despropósitos en tan poco espacio narrativo no concluyen ahí y continúan sus ataques diciendo que las enfermeras no pueden ser la solución a la necesidad de personal facultativo. Analicemos. Sin aportar absolutamente ningún argumento o evidencia que sostenga su rechazo a que las enfermeras puedan ser la solución, la que sea, rechazan esta posibilidad. Por otra parte, dan por sentado que la necesidad a la que se refieren tan solo la pueden aportar facultativos. Por el simple hecho de ser facultativos, no porque consideren tener mayores o mejores aptitudes y competencias o que las enfermeras no puedan tenerlas, no, solo por ser médicos, en un nuevo y claro comportamiento de machismo profesional.

Siguiendo en su línea de irracionalidad tratan de reforzar su sinrazón diciendo que el interés por la especialidad enfermera debe ser por su aportación al cuidado. Un rotundo y novedoso descubrimiento que contribuye, sin duda, a ordenar las competencias profesionales y que refuerza su anterior argumento sobre la asunción de los cuidados por parte de las enfermeras. No contentos con su desquiciante argumentario, concluyen diciendo que la especialidad enfermera no puede servir para cubrir áreas que no les corresponden, en alusión al planteamiento que el documento del Maco Estratégico recoge de que las enfermeras pueden acceder, en igualdad de condiciones y en base a capacidad y méritos, a dirigir centros de salud. Es decir, ellos por su sabiduría y poder infinitos determinan que la gestión de un centro tan solo tiene capacidad de asumirla un médico, nuevamente por el simple hecho de ser médicos y con independencia de cualquier otra valoración de capacidades y méritos. Posiblemente por designación divina.

            Podría seguir analizando la exposición de motivos al rechazo frontal, absoluto y absurdo al Marco Estratégico, pero sería reiterativo y aburrido como patético y triste es leer tales planteamientos realizados desde el radicalismo, la intolerancia, el fanatismo y la falta de rigor científico. Tan solo el desprecio y la intransigencia sostienen esta forma de actuar de quienes utilizan su supuesto poder en destruir a quienes consideran inferiores. Lo preocupante, que lo es, no es tanto ese machismo profesional, al que aludo, porque podría corregirse, sino la mediocridad de quienes lo lideran, porque, esta, lamentablemente ya forma parte de su genética profesional y personal y no tiene otra solución que apartarlos de cualquier puesto desde el que puedan trasladar su violento y radical mensaje. Tal como dijera Eurípides de Salamina[7] “frente a una muchedumbre, los mediocres son los más elocuentes” y eso es muy peligroso. Espero y deseo que el sentido común y la inteligencia de la mayoría de los médicos superen el fanatismo de los mediocres que dirigen las instituciones que les representan.

            Además de la evidente violencia profesional machista que he argumentado, existe un ejercicio maquiavélico en sus estrategias destinadas a generar confusión y con ellas intentar sustituir la realidad por otra paralela que desvirtúe la primera, y que se ajuste a sus intereses.

Para ello utilizan o bien la metonimia a través de relaciones objetivas entre elementos, de presencia o contigüidad, pero que generan confusión, como cuando se habla de que “es el mejor gestor” refiriéndose al médico.

En otras ocasiones hacen uso de la sinécdoque a través de un tropo que sustituye una expresión por otra cuyo sentido es figurado creando una historia disruptiva o estereotipo. “La simpatía de la enfermera”, en una clara sustitución e intercambio de relaciones de causa y efecto, que no se corresponde con la realidad profesional pero que acaba creando una imagen idealizada y simplista.

            Por último, se utiliza también la metáfora como medio por el cual una realidad o concepto se expresan por medio de una realidad o concepto diferentes con los que lo representado guarda cierta relación de semejanza pero que no se corresponde con la realidad. Por ejemplo, cuando se dice “la enfermera es un ángel” o “la enfermera es mi mayor ayuda”. En el primero de los casos se sitúa a las enfermeras en el ámbito de lo divino o religioso, pero desde la perspectiva de ángel como ser espiritual, servidor y mensajero de Dios, o sea del médico. Y en el segundo de los casos al identificarla como elemento de ayuda o soporte y anulando así su capacidad de autonomía o capacidad de decisión.

            En cualquier caso, son retóricas lingüísticas que lejos de ser inocentes están cargadas de intención para los intereses de primacía médica como los que he ido refiriendo a lo largo del texto y que, lamentablemente, continúan utilizándose y tolerándose de manera totalmente inaceptable como se sigue tolerando e incluso a veces justificando, la violencia de género.

            Más allá de la retórica como forma de manipular a los otros y de dominarlos a través de la palabra, no debemos ni podemos olvidar que las enfermeras somo reales y tenemos una identidad profesional definida y propia que no está sujeta ni a interpretaciones por parte de nadie ni mucho menos a cualquier tipo de violencia profesional como la que se continua ejerciendo desde la mediocridad de quienes siguen creyendo que son seres superiores que están por encima del bien y del mal, actuando como justicieros divinos.

Pareciera que solo Dios pudiese librarnos de ellos. Ojalá y se obre el milagro. Pero como no creo en milagros mejor sería que unos, los médicos, y otras, las enfermeras, lo hiciésemos en nuestros respectivos ámbitos para evitar representaciones tan impropias como peligrosas.

[1] Productor, cantante, cantautor italiano (1979) Fuente: https://citas.in/temas/retorico/

[2] https://www.diariomedico.com/enfermeria/familiar/profesion/la-enfermera-maria-jose-lloria-sera-la-responsable-de-impulsar-la-ap-en-valencia.html

[3] https://www.enfervalencia.org/pub/documentos_pub/20220128planestratatprimcom2022-23.pdf

[4] https://sovamfic.net/declinacion-invitacion-presentacion-marco-estrategico-ap-2022-2023-iii/

[5] https://www.cesm-cv.org/por-que-hay-que-rechazar-el-plan-de-atencion-primaria-de-la-comunidad-valenciana/

[6]  Político español del Partido Popular, sexto presidente del Gobierno de España después de la Transición, entre 2011 y 2018.

[7] Fue uno de los tres grandes poetas trágicos griegos de la antigüedad, junto con Esquilo y Sófocles.

UNIDAD ENFERMERA ¿Necesidad o estrategia?

“El que obtiene la unidad, lo obtiene todo”

María Zambrano[1]

 

El diccionario de la RAE define UNIDAD como “la propiedad que tienen las cosas de no poder dividirse ni fragmentarse sin alterarse o destruirse”.

Son muchos los casos, circunstancias o acontecimientos de la reciente historia enfermera en los que dicha unidad hubiese sido deseable, pero que finalmente se quedó en eso, en un deseo, una quimera o una ilusión. Los egos, las vanidades, los recelos, las sospechas, las reservas, los miedos, las envidias, los intereses personales, los caprichos… son tan solo algunas de las causas que, en mayor o en menor medida, impidieron que se alcanzase dicha unidad. Por tanto, tal como la propia definición recoge, la división condujo a la fragmentación y con ella se alteró el resultado de aquello que se pretendía, incluso con riesgo de destrucción, con evidentes consecuencias en contra de la enfermería y de las enfermeras.

Hay que retrotraerse a la década de los años 70 para encontrar una verdadera UNIDAD de acción que logró el objetivo que se planteó de inicio. Objetivo, por otra parte, que nos permite estar hoy donde estamos con todos los pros y los contras que queramos, pero que no sería posible sino se hubiese llevado a cabo el proceso de incorporación de la enfermería a la Universidad.

Eran momentos difíciles, en los que confluían diferentes figuras de una misma profesión que se habían encargado de generar quienes precisamente más interés tenían en lograr una división que se ajustase a los intereses de quienes monopolizaban y manipulaban su formación, los médicos, para dar respuesta a sus necesidades y no a las de la población a la que supuestamente debían cuidar. Y digo supuestamente porque lo que se encargaron de crear fue ayudantes, sus ayudantes, para su servicio y demanda. Técnicos, es decir alejados de los cuidados y centrados en las técnicas. Sanitarios como única referencia al ámbito de actuación, el sanitarista asistencial. En resumen, ATS[2], que invisibilizaban a las enfermeras y a la Enfermería con programas hechos a su imagen y semejanza, con el único objetivo de servirles.

Es fácil, o al menos debería serlo, hacerse una idea de lo complejo que debió resultar el hecho de plantear una ruptura de la subsidiariedad que condujese, además, a que esta se canalizase y configurase en la Universidad a través de un plan de estudios propio y diferenciado de Enfermería, para Enfermería y gestionado por enfermeras. Con independencia de la poca acertada denominación con la que se sustituyeron unas siglas, ATS, por otras, DUE[3], lo que es incontestable e incuestionable, es que dicho logro se alcanzó gracias a la UNIDAD que un grupo de líderes enfermeras a las que aún no se ha dado el merecido reconocimiento hasta ahora, supieron generar para que lo que estaba dividido y fragmentado, se uniese y cohesionase.

UNIDAD, también es cierto, que lamentablemente se fue debilitando y diluyendo progresivamente hasta atomizar nuevamente la profesión con intereses encontrados. La UNIDAD que propició el ser universitarias, no logró sin embargo eliminar la brecha entre docencia y asistencia que a día de hoy permanece unida con puentes frágiles e incluso inexistentes en muchos casos, entre ambas partes, docente y asistencial.

Los 45 años que separan ese logro de la realidad actual, han sido testigo de las múltiples situaciones en las que la UNIDAD no tan solo no ha sido posible, sino que ha sido dinamitada tanto interna como externamente, provocando evidentes daños en la profesión enfermera y en su desarrollo.

En cualquier caso, no se trata de identificar y relatar los casos en los que la UNIDAD no fue precisamente el denominador común de los mismos. Pero me parece necesario reflexionar sobre por qué dicha UNIDAD en Enfermería y con las enfermeras resulta tan difícil.

En primer lugar, me niego a identificar y asumir como únicas responsables a las enfermeras. No solucionamos nada con la flagelación permanente como método de redención de la culpa, perdón de los pecados y supuesta liberación del daño. Algo que lamentablemente las enfermeras hemos venido realizando de manera sistemática, no obedeciendo a una casualidad o a una cualidad identitaria sino a las consecuencias de la evidente influencia de la educación nacional católica bajo la que durante tanto tiempo estuvo sometida la docencia y asistencia de las enfermeras tanto en órdenes religiosas como en aquellas que, sin serlo, estaban claramente impregnadas de la misma en un régimen político dictatorial que lo hacía suyo y lo imponía, sobre todo, a las mujeres para que permanentemente recordasen su subsidiariedad hacia los médicos y su misión, por mandato divino, como procreadoras y cuidadoras. Todo lo cual era aplicable a las enfermeras como mujeres, pero también como fieles acompañantes, que no compañeras, de los médicos para su servicio y obediencia debida. No en vano en algunas escuelas de entonces se les recordaba a las futuras enfermeras lo que debían ser a través de una regla nemotécnica tan perversa como efectiva, DIOS, en referencia a sus cualidades como enfermeras y mujeres, Dócil, Imperfecta, Obediente y Sumisa. Esta herencia, sin duda, marcó y aún sigue presente, en parte, en algunas enfermeras, lo que provoca esa permanente culpabilidad y resignación por lo que sucede que, a su vez, alimenta la falta de cohesión en planteamientos fundamentales que afectan al desarrollo disciplinar y profesional. La indiferencia del carácter profesional transmitido de generación en generación a las enfermeras, ha contribuido a que, aunque aparentemente creciésemos y nos situásemos a un nivel similar al de cualquier otra disciplina, lo que sucedía fuese justamente lo contrario. Siempre ha habido y sigue habiendo factores que continúan sometiendo a las enfermeras al poder médico. No tan solo por la presión de una parte de los médicos, que también, sino por parte de la sociedad en su conjunto y de la clase política en particular que limitan la capacidad de crecimiento real, aunque pueda parecer que disponemos de ella.

Otro aspecto externo que influye en la falta de UNIDAD, es la división a la que durante tantas décadas nos han sometido, intentando hacernos creer que es una característica propia de las enfermeras como hacen con la simpatía. Es decir, las enfermeras no solo somos simpáticas, sino que somos también insolidarias e individualistas. Pero claro, cuando en un periodo de tiempo, que en la evolución de una disciplina es insignificante, hemos pasado de enfermeras a ATS, de ATS a DUE, de DUE a Grados de Enfermería, de Grados a Doctoras, la recuperación de una denominación, y lo que es más importante, la identificación como enfermeras, teniendo que convivir en dicho espacio temporal profesionales con muy diferentes planteamientos y formas de entender, vivir, sentir y practicar la enfermería y ser enfermeras, la cosa resulta, cuanto menos, compleja. Las divisiones, por tanto, han estado y siguen estando presentes en el conjunto del colectivo enfermero que difiere sobre temas que no siendo determinantes acaban contribuyendo a que los verdaderamente importantes queden diluidos u ocultos. Es decir, lo intrascendente no permite dar respuesta a lo fundamental y con ello se alimenta también la división y la falta de UNIDAD. Lo cual tampoco es problema exclusivamente de las enfermeras, sino de quienes sabiéndolo lo utilizan para debilitar e impedir la necesaria UNIDAD ENFERMERA.

El ejemplo más claro de lo comentado es la incapacidad o falta de voluntad, de quienes gobiernan las principales y reconocidas legalmente como organizaciones de representación enfermera. Por una parte, la mayoría de Colegios Profesionales y las organizaciones en que se agrupan, autonómicas o nacional, manteniendo una denominación que ni corresponde con sus competencias ni representa a quienes las integran. Denominarse Colegios o Consejos de Enfermería es otorgarse una representación que no les corresponde, porque representan y, al menos en teoría, defienden a las enfermeras y no a la Enfermería como ciencia, disciplina o profesión. Su denominación correcta, como ocurre con otras disciplinas/profesiones[4], es la de Colegios o Consejos de Enfermeras o de Enfermeras/os, dado que luchar contra quienes siguen rasgándose las vestiduras por asumir el género que identifica sustancialmente a Enfermería no debería constituir la excusa para cambiar la denominación como algunas, pero sobre todo algunos, argumentan refugiándose en los caducos planteamientos academicistas de la RAE. Pues bien, este es otro elemento de clara división que impide en muchos casos aunar fuerzas en torno a temas importantes para nuestro avance como los de la acreditación profesional que es lo que legalmente les corresponde y que sin embargo tan poco ejercen.

Por otra parte, quienes dicen defender los intereses laborales de las enfermeras, se denominan SATSE, es decir, Sindicato de ATS de España, aunque luego lo maquillen como Sindicato de Enfermería, que no de Enfermeras o Sindicato Enfermero, como si fuesen los valedores máximos en la defensa laboral de la disciplina, cuando realmente lo son de las enfermeras que deciden confiar en dicha organización que, además, ahora está en expansión acogiendo en su seno a fisioterapeutas. No sé si los podólogos podrán ser los siguientes a querer incluir en su regazo, en un intento por reunir a quienes como hijos pródigos abandonaron Enfermería, lo que, así mismo, es un nuevo ejemplo de la división a la hemos sido sometidas las enfermeras y Enfermería en ese corto periodo de tiempo desde que nos incorporásemos a la Universidad. La falta de voluntad política por regular las especialidades enfermeras hasta 2005 condujo a que las que lo eran, de una manera totalmente irregular normativamente hablando, acabasen por constituirse en profesiones independientes, Fisioterapia y Podología.

Por su parte, la Universidad que, al menos inicialmente, se identificó como el principal y más valioso factor de unión, también ha fracasado en su imprescindible responsabilidad de identidad enfermera. Posiblemente en su intento por reforzar los ámbitos y áreas de conocimiento enfermeros se ha olvidado de lo más importante, la necesidad de que, quienes deciden estudiar Enfermería, se sientan enfermeras. Por otra parte, la deriva de la Universidad poniendo como valor supremo a la investigación frente a la docencia, ha influido de manera muy negativa en la propia docencia enfermera y en la carrera académica de las enfermeras docentes que se han visto arrastradas por la corriente mercantilista de las publicaciones de impacto JCR como único camino para consolidarse y avanzar académicamente en la Universidad. A lo que hay que añadir la precariedad de los puestos que ocupan y en los que deben permanecer durante largos periodos de tiempo antes de lograr una posición digna tanto desde la perspectiva docente, investigadora como económica, como una forma más de precariedad laboral que por el hecho de darse en la universidad aún adquiere, si cabe, mayor gravedad. Esta situación influye de manera determinante en la falta de UNIDAD, dado que, por una parte, quienes deciden incorporarse a tiempo completo en la Universidad renuncian a la práctica asistencial con lo que ello supone de distancia con dicha práctica y quienes en ella trabajan y, por otra, se establece una lucha desigual en el mercado de publicaciones en el que deben competir en un marco que no es propio, biomedicina, con criterios alejados del propio paradigma enfermero, provocando una clara división entre quienes se resisten a entrar en dicho mercado y quienes renuncian a todo, incluida la docencia y me atrevo a decir que la propia enfermería, para centrarse en la carrera de las publicaciones de dicho mercado. Y como último elemento la cada vez menor atracción de las enfermeras a incorporarse en la Universidad, dadas las condiciones ya comentadas, lo que provoca que profesionales de otras disciplinas ocupen las plazas correspondientes a áreas de conocimiento específicas enfermeras. Con lo cual ya está servido un nuevo elemento de división, bueno no, varios elementos. Por una parte, división entre enfermeras docentes y asistenciales que hace cada vez mayor la brecha históricamente existente. Por otra entre enfermeras docentes e investigadoras en el seno de la propia universidad y entre enfermeras docentes e investigadoras con quienes, sin serlo, ocupan plazas de formación específica enfermera (Enfermería Comunitaria, Salud Mental, Ciclo Vital…). Todo lo cual, repercute de manera muy significativa en la formación de las futuras profesionales y en su identidad enfermera y la de las propias enfermeras tituladas, lo que afecta claramente a la UNIDAD.

Las/os estudiantes, por su parte, viven mediatizados por la técnica, las técnicas y la tecnología que les fascinan y cautivan haciéndoles difícil identificar algo más allá de ellas y, por tanto, quedando los cuidados muy desdibujados y desvalorizados cuando no anulados. No se trata de que la técnica no forme parte de la docencia enfermera y de los cuidados, sino de saber en qué lugar situarla para saber qué hacer con ella, sin que esto suponga plantear su exclusión que, por otra parte, es lo que en muchas ocasiones sucede en la relación entre técnica y cuidados con estos últimos. Así, es como se generan los contradictorios mensajes en base a la falsa y manida dicotomía entre técnica vs cuidados o curar vs cuidar, como si se tratase de semillas que hacen brotar la diferencia y la falta de UNIDAD en el alumnado y que son abonadas en los escenarios en los que realizan sus prácticums. Escenarios que en la mayoría de los casos forman parte de organizaciones de salud estructurados en base a un modelo asistencialista, medicalizado, biologicista, fragmentado y focalizado en el fervor a la técnica, lo que acaba por formar y conformar enfermeras tecnológicas que es lo que demandan, por otra parte, los principales contratadores, es decir, el Sistema Nacional de Salud o la Sanidad Privada. Por tanto, las Universidades forman enfermeras para estos “clientes” y no para la comunidad.

En cuanto a las Sociedades Científicas (SSCC), que determinan la fortaleza de una disciplina/profesión, son otro de los ámbitos de supuesta UNIDAD en donde, sin embargo, lamentablemente se genera división. El evidente retraso en la regulación de las especialidades enfermeras, así como el poco recorrido de todas ellas por razones evidentes relacionadas con el propio desarrollo de la Enfermería como ciencia en nuestro país y la especialización restringida a únicamente 7 especialidades[5], de las que ni tan siquiera se han desarrollado todas, son claros condicionantes de la necesaria madurez de las SSCC en cestrecha relación con idéntica inmadurez de la Enfermería y sus especialidades. Todo ello hace que ni las enfermeras hayan identificado la necesidad y la importancia de formar parte de ellas como primer paso para fortalecerlas mediante una masa importante de asociadas/os, al contrario de lo que sucede, por ejemplo, con la afiliación sindical, ni las organizaciones e instituciones sanitarias y políticas las consideran determinantes en cuanto a lo que puedan aportar. Si a esto añadimos la fortaleza de las SSCC médicas y la importante sombra que sobre las de enfermería proyectan, se puede entender mejor la falta de visibilidad y por ello de influencia de las de Enfermería. La combinación no puede ser más favorable para la división y la consecuente falta de UNIDAD. Además, hay que sumar la evidente mimetización que las enfermeras llevamos a cabo con relación a los comportamientos de las SSCC médicas, incluidas sus carencias más significativas, entre las que cabe destacar la división existente entre SSCC de una misma especialidad con hasta tres o cuatro sociedades por cada una de ellas. La diferencia estriba en que las SSCC no tan solo no se cuestionan por parte de los médicos, sino que no se entiende la no pertenencia, al menos a una de ellas, por parte de cualquier médico nada más acabar sus estudios o al inicio de su especialidad, cuestión que lamentablemente no mimetizamos las enfermeras.

A esta confluencia de hechos, que ni son todos ni en ocasiones tan siquiera los más importantes, contribuyen además los factores externos que vienen a incorporar elementos de duda, incertidumbre, alarma, confusión, manipulación… con claros intereses de favorecer la desigualdad y la falta de UNIDAD entre las enfermeras.

Tan solo por destacar un ejemplo, recientemente se ha publicado, como ya he comentado en anteriores entradas en este mismo blog[6], un Real Decreto[7] que regula la formación de una nueva titulación de Formación Profesional para la Supervisión de la Atención Sociosanitaria. Sin entrar en valoraciones sobre su pertinencia, oportunidad y capacidad de mejora de la atención a las personas adultas mayores, lo que está claro es que supone una clara intromisión en las competencias enfermeras y, por tanto, para su valoración y visibilidad en un entorno de cuidados como el sociosanitario.

El Grupo 40+ Iniciativa Enfermera, ha liderado y difundido un posicionamiento[8] que  compartió, entre otras, con todas las organizaciones e instituciones anteriormente descritas, así como con las enfermeras en general, para que se adhirieran al mismo formando un frente común de UNIDAD contra este peligro. Las envidias, los recelos, las sospechas, los protagonismos… actuaron una vez más como potentes antídotos contra una UNIDAD que era y sigue siendo fundamental. La adhesión al citado posicionamiento ha sido muy desigual, fragmentada e incluso residual, aunque se repitió hasta la saciedad, que no se pretendía asumir ningún protagonismo, sino tan solo canalizar la acción en aras a esa quimérica UNIDAD. Los mensajes dispares, a destiempo, contradictorios… por parte de diferentes organizaciones enfermeras se fueron sucediendo y con ellos alimentando la falta de UNIDAD. Hecho que sin duda estará siendo identificado y celebrado por quienes son las/os únicas/os responsables reales de este despropósito, pero que nosotras mismas contribuimos a que quede desdibujado y falto de la fortaleza que le otorgaría esa necesaria UNIDAD ENFERMERA, que tanto temen desde la propia Enfermería, desde donde han habido intentos muy serios para lograrlo que no han fructificado por la clara resistencia de algunas de las partes más “representativas”, como fuera de ella, desde donde les interesa que no exista para seguir utilizándolo como excusa permanente de su falta de voluntad de acción.

Como dijera Vicente Ferrer[9], “la acción une a los hombres. Las ideologías suelen separarlos.” Acción que difícilmente se logra por parte de las enfermeras, más preocupadas por llorar y protestar, sin saber en muchas ocasiones ni por qué, ni contra qué ni quién, que, en actuar. Siendo además manipuladas por los discursos engañosos, demagógicos, populistas y falsamente halagadores de quienes tan solo buscan lo que popularmente se conoce como marear la perdiz para no hacer nada aunque parezca que les importamos, nuestra división o dar respuesta a sus intereses, todo lo cual nos impide avanzar o tener que hacerlo contracorriente con lo que ello supone.

Estar unidos no es sinónimo de ser iguales ni de estar siempre de acuerdo, pero sí de identificar aspectos en los que resulta muy difícil no coincidir. Porque UNIDAD no es UNIFORMIDAD sino UNIVERSALIDAD. Si organizaciones tan complejas y con diferencias tan importantes entre sus miembros como la Unión Europea o la Organización de Naciones Unidas pueden, ¿por qué las enfermeras no podemos?

No sé si alguna vez lograremos vencer los aparentes miedos, debilidades e incertidumbres, que minan nuestra autoestima, distancian nuestros intereses comunes, anulan nuestra fortaleza, alimentan las sospechas entre nosotras, aumentan la fragmentación y favorecen la autodestrucción.

Considero que no hay que tener miedo a la UNIDAD, desde la riqueza de la diferencia. Al contrario, creo con todas mis fuerzas que es más importante que nunca, no tan solo alcanzarla sino trabajar, comprometerse e implicarse para hacerlo con la cohesión, la fortaleza y el rigor que impidan las constantes heridas por las que nos desangramos.

A pesar de todo o precisamente por todo, tengo fe en que, en algún momento, espero que más pronto que tarde, lograremos la madurez para alcanzar la UNIDAD necesaria, contradiciendo a Mark Twain[10] cuando apostillaba que “la fe es creer en aquello que se sabe que no es cierto”. Mientras tanto, deberemos seguir con estrategias que logren, al menos, simular dicha UNIDAD.

[1]  Intelectual, filósofa y ensayista española.

[2] Ayudantes Técnicos Sanitarios

[3] Diplomado Universitario de Enfermería

[4] Colegio de veterinarios, psicólogos, ingenieros…no de Veterinaria, Psicología o Ingeniería.

[5] https://www.boe.es/eli/es/rd/2005/04/22/450

[6] http://efyc.jrmartinezriera.com/2022/01/24/cuidados-low-cost-las-apariencias-enganan/

[7] https://www.boe.es/eli/es/rd/2022/01/18/46

[8] https://www.grupo40enfermeras.es/wp-content/uploads/2022/01/Sobre-la-formacion-en-supervision-de-atencion-sociosanitaria.pdf

[9] Filántropo español, considerado una de las personas más activas en la ayuda, solidaridad y cooperación con los desfavorecidos del tercer mundo.

[10]  Escritor, orador y humorista estadounidense.

PONGAMOS QUE HABLO DE SALUD Más allá de la información

“Poseer información es una cosa. Otra muy diferente es saber lo que significa y cómo utilizarla.”

Jeff Lindsay[1]

 Macrogranjas, ganadería intensiva, reparto de fondos europeos, amenaza de invasión de Ucrania, reforma laboral, elecciones en Castilla y León, copan los espacios informativos con permiso de la 6ª ola del COVID. Parece que la COVID, está dejando de tener interés para las/os políticas/os. Como si ya le hubiesen sacado todo el rédito necesario para sus intereses partidistas y, por tanto, aprovechan la ocasión para enzarzarse en otras cuitas menos contagiosas, pero no por ello menos peligrosas que intoxican a la sociedad con sus discursos, sus falacias, sus eufemismos, sus demagogias, como parte del discurso político que elaboran para defenderse y atacar en su particular combate mediático-político en el que tanto vale una foto con vacas, ovejitas o jamones, como un insulto, una descalificación o una mentira, con tal de lograr espacio informativo y captación de votos que les sitúe cerca del poder, manteniéndolo o intentándolo alcanzar, según los casos. Lo de menos es cómo lograr esos votos y en qué medida lo que se dice beneficia a la ciudadanía. El engaño, la sátira, el esperpento son tan solo un medio para lograr su fin.

Y en esa permanente escenificación de la realidad deformada, manipulada, transformada, construyen una hipotética realidad con la que ganar la atención de los medios y de la población.

Los medios por su parte, contribuyen con su poder de difusión a dar categoría de real a lo que tan solo es una burda escenificación. Entrando en su mismo juego mediante el posicionamiento de los denominados medios conservadores o progresistas que dan valor a unos u otros en función de los intereses de quienes sustentan económicamente a dichos medios y con ello a los intereses propios que pretenden sean replicados por las/os políticas/os. Es decir, los mismos perros con diferentes collares, por lo que realmente la sociedad entra en ese perverso juego en el que no es capaz de distinguir entre la verdad, la mentira y la realidad, pues todo es según el color del cristal con que se mire o del medio que se escuche, vea o lea, que finalmente son quienes hacen de altavoz de los decisores políticos, que realmente responden a idénticos poderes que los medios de comunicación. La ciudadanía, por tanto, se refugia en quienes dicen lo que se quiere oír, sin establecer análisis alguno que permita tener una posición crítica sobre lo abordado, creyendo que así quienes les regalan los oídos, les regalarán también lo que esperan y desean conseguir.

Así pues, más allá de tasas de incidencia, número de muertes, ocupación hospitalaria o saturación de la atención primaria, como elementos de abordaje informativo mimético, repetitivo y poco representativo de una pandemia que a la gran mayoría ya le hastía, por prolongada y por limitadora, los medios ya no ofrecen nada más que realmente aporte valor al afrontamiento de la misma, contribuyendo de esta manera a posturas de rechazo o en el mejor de los casos de banalización. Las muertes se naturalizan como algo cotidiano que ya no sorprende a pesar de que el número de víctimas diarias sea similar al producido por estrellarse diariamente un avión de pasajeros.

La cacareada saturación del sistema de salud es abordada desde idéntica perspectiva medicalizada y asistencialista que la que lo impregna y lo hace ineficaz e ineficiente, manteniéndose no tan solo inalterable, sino generando además una fuerte resistencia a cualquier posibilidad de cambio que pudiese comportar una reversión tanto del modelo como de los resultados que desde el mismo se está en disposición de ofrecer a la población. Esta visión es mantenida por unos, los decisores políticos, y difundida por otros, los medios de comunicación. Pero también es la deseada y disfrutada por algunas/os profesionales que se sienten muy cómodas/os en dicho modelo, aunque protesten como si no lo estuviesen, cuando realmente sus protestas tan solo son una cortina de humo para ocultar la zona de confort de la que no tienen interés alguno en salir. Para otras/os es el reducto ideal para aparecer como víctimas de un sistema que ellas/os mismas/os se han encargado en crear y recrear con su actitud inmovilista, y conformista. Otro grupo espera que sean otras/os quienes resuelvan los problemas como si ellas/os no fuesen parte del problema o de su posible solución. Otras/os consideran que el sistema de salud tiene que ser aquello que les beneficie y les proteja a ellas/os como profesionales más allá, claro está, de las necesidades de la sociedad. Por último, hay un grupo de profesionales que realmente está preocupado y ocupado en que el sistema realmente cambie y responda a las necesidades sentidas por las personas, las familias y la comunidad.

Todo lo referido es controlable e incluso se considera útil para mantener la causa del inmovilismo, ya que puede ser utilizado como excusa para justificar el fracaso del sistema, de tal manera que se desvía la atención hacia donde interesa, dejando indemne a quienes son las/os verdaderas/os causantes de los problemas por su manifiesta y permanente falta de voluntad política. Pero quienes realmente tienen argumentos, justifican sus peticiones y protestas, se centran en las necesidades de la población y en la mejora del sistema para lograrlo, son identificados como un peligro que debe ser acallado o manipulado para mantener la “normalidad” y evitar que contamine o contagie a la ciudadanía y con ello dejar en evidencia a quienes tienen la capacidad de decidir. Finalmente, la verdad es lo que duele, lo que se teme, lo que se evita, lo que se ataca, porque la verdad requiere de contra argumentos que, ni se tienen, ni se conocen, si se saben utilizar. Pero la verdad es, en muchas ocasiones, poco atractiva para los medios No seduce, ni es capaz de generar el esperado y deseado debate artificial con el que alimentar tertulias que acaparen la atención e incrementen los índices de audiencia. En resumidas cuentas, la verdad no vende y por tanto no es rentable a no ser que genere escándalo.

Lo que más inquietud genera a las/os políticas/os y lo que más interés informativo despierta en los medios, es aquello que permita mantener lo que durante tanto tiempo se ha configurado que es lo mejor o lo que tiene valor, es decir, la asistencia puntual, curativa, centrada en la enfermedad y alejada de la salud y su promoción, paternalista, con jerarquías de poder cercanas a comportamientos castrenses, alejada de los cuidados, limitadora de la participación comunitaria, ensalzando la tecnología y postergando la humanización y los cuidados… que configura un modelo agotado y caduco, sobre el que se siguen construyendo, por ejemplo, nuevas, inútiles e innecesarias titulaciones, como la de FP recientemente publicada en el BOE de Supervisión de la Atención Sociosanitaria. Titulación que ni la propia Ministra de Educación que la firma, escuchando sus palabras[2], sabe para qué va a servir, aunque trate de justificarla, de manera fallida, ante el rechazo generalizado que ha generado[3]. Ni su apellido, Alegría, es capaz de aminorar la tristeza que generan tales decisiones. Es habitual también que se reivindique la contratación, por ejemplo, de enfermeras especialistas de enfermería familiar y comunitaria, y que incluso las/os decisores, en un “alarde gestor de ingenio e ingeniería”, las contraten. Como si la contratación e incorporación de estas especialistas, por si sola, supusiera la salvación del modelo, sin cambiar el modelo. Lo que al final se traduce en una culpabilización hacia las profesionales por hacerlas responsables de que todo siga igual, pasando de hipotéticas salvadoras a ser señaladas como culpables. Una verdadera trampa mortal, en este caso, para las enfermeras y una excusa perfecta en la que se escudan cobarde y mediocremente las/os gestoras/es y políticas/os, para que todo siga igual.

Las apuestas por un cambio progresivo del modelo sanitario que se adapte, en lugar de alejarse, del modelo de sociedad actual, son identificadas como utópicas, filosóficas e incluso acientíficas, por quienes siguen manteniendo el poder. Un poder que viene determinado y apoyado por intereses mercantilistas y corporativistas que tratan de perpetuar su modelo, el que les beneficia y en el que se sienten cómodas/os muchas/os. Actuando como negacionistas a pesar de las rotundas y rigurosas evidencias existentes y situando a quienes defienden los cambios como antisistemas. Es decir, replicando los modelos que, en teoría, critican y rechazan.

Cuando arrecian las críticas, las deficiencias se hacen evidentes, se visibilizan los errores, se descubre la mediocridad de una gestión ligada al interés político, entonces, aparecen salvadoras/es que plantean propuestas desde las que se quiere trasladar una imagen de reformismo y atención a las demandas que realmente tan solo son estrategias que benefician al sector privado, a la mercantilización de la salud y al consecuente deterioro del sistema que paradójicamente está siendo utilizado para justificar sus iniciativas. Respuestas que obedecen a intereses particulares y de lobbies profesionales y empresariales algunos de los cuales son accionistas de las principales plataformas mediáticas desde las que se difunde la información siempre acorde a los intereses de las mismas, aunque se maquillen de independencia.

Las noticias recogen protestas de profesionales y de asociaciones ciudadanas que son abordadas superficialmente o que se interpretan desde una perspectiva de reivindicación laboral que nada tiene que ver con lo que realmente es el fondo del problema, pero que también es cierto, en muchas ocasiones están “intoxicadas” por quienes aprovechan las circunstancias para hacer suyas unas protestas que se alejan de la verdadera causa de las mismas o de sus consecuencias. Todo ello contribuye de manera muy clara a favorecer el rechazo social y con él la aparición de agresiones tanto verbales como físicas hacia las/os profesionales que nunca pueden estar justificadas, pero que tampoco nunca puede ni debe entenderse que su origen está tan solo en la intransigencia de quienes las realizan. El problema, porque lo es y grave, no se resuelve imponiendo sanciones, poniendo vigilancia o revistiendo a las/os profesionales como autoridad que merece respeto. El respeto no se impone, se educa y se gana.

Preocupados pues como están por lo que se denomina la noticia caliente, al instante, al minuto… se olvida o se obvia intencionalmente, lo que puede suceder en un futuro inmediato que, por no haber sucedido, no se considera de interés informativo y es tildado de especulativo, aunque existan evidencias que lo sustentan. No se trata de hacer predicciones, pero sí de calcular consecuencias, que son cosas bien diferentes.

Vivimos instalados en la inmediatez y todo aquello que no esté aquí y ahora, no interesa, se desprecia. La muerte, la desgracia, la catástrofe, la destrucción… son noticia y venden. La Palma, por ejemplo, ya ha dejado de ser noticia porque el volcán ya no está activo, ya no hay lava avanzando y destruyendo todo lo que encuentra a su paso, cuando realmente la información que debería interesar es qué pasa ahora, cómo se afronta esta situación de catástrofe y cómo afecta a la población… pero eso ya no es noticia. De igual forma, las buenas noticias, no son noticia y quedan relegadas a referencias secundarias, a no ser claro está que se trate de un título deportivo, de fútbol básicamente, que es capaz por sí solo, de apartar cualquier otra noticia de la cabecera de los rotativos o los informativos televisivos o radiofónicos.

Suele ser habitual, por otra parte, que los medios recurran a profesionales, algunos de los cuales parecen estar en nómina, para recabar información al respecto de lo que se considera noticia. Se realizan entrevistas, generalmente grabadas, que posteriormente son editadas por los medios y de las cuales se extrae aquello que ellos consideran relevante, aunque no necesariamente lo sea, pero que les ayuda a construir su mensaje, el que vende y capta atención y audiencia. Hacen un collage con las declaraciones de unas/os y otras/os, rompiendo la coherencia de lo relatado por el/la entrevistado/a, para construir su puzle particular. Da lo mismo que se les traslade que lo importante es tal o cual manifestación o aportación, ellas/os determinan lo que es o deja de ser importante para sus intereses, claro está aludiendo a su criterio periodístico, que no científico, ojo. Pero más allá de esta interpretación interesada, lo que se deriva de la misma tiene consecuencias en el mensaje que se traslada, ya que no contribuye precisamente a que se tenga una información clara, concreta e inequívoca.

Ante todo esto nos encontramos con una situación que lejos de contribuir a clarificar la información, alimenta prejuicios, favorece enfrentamientos, limita acciones, genera malos entendidos, difumina lo importante, da relevancia a lo intrascendente suscitando sospechas infundadas, refuerza la rigidez de determinados posicionamientos, ideologiza alternativas, provoca susceptibilidades, incita al victimismo, contribuye a la confusión, alimenta el desinterés… transformando la información en noticia, la noticia en opinión, la opinión en posicionamiento, el posicionamiento en planteamiento, el planteamiento en idea, la idea en opción, la opción en duda, la duda en rechazo, el rechazo en negativa, la negativa en inacción, la inacción en inmovilismo, el inmovilismo en parálisis, la parálisis en falta de criterio, la falta de criterio en falta de decisión y la falta de decisión en conformismo. Siendo todo ello aprovechado por quienes sí tienen capacidad de decisión, aunque dicha capacidad no obedezca a criterios de capacidad, actitud, eficacia, efectividad y eficiencia sino a criterios de oportunismo e interés particular o colectivo según sea quien la toma o quien permite o incita a que se tome.

Todo lo comentado podría justificar el por qué las noticias que hacen referencia al deterioro del sistema de salud en general y de la Atención Primaria en particular, no dejan de ser retazos de información con los que se confecciona finalmente un patchwork[4] de la realidad que, aunque pueda resultar aparente no responde a las necesidades reales, ni ética ni estéticamente.

Políticos e informadores, se necesitan y se temen, se buscan y se rechazan, se vigilan y se esconden, se engañan y se acusan, se toleran y se detestan… en un difícil equilibrio de amor y desamor en el que no pueden vivir sin ellos, pero con ellos tampoco.

Y en esa relación de amor odio, en medio, como los hijos en una pareja mal avenida, la ciudadanía paga las consecuencias, de sus miserias, sus peleas, sus intransigencias, sus sospechas, sus celos y recelos, sus secretos e incluso sus acosos, utilizándola para lograr su “cariño”, el de los votos o el de la audiencia. Como consecuencia la sociedad muestra cada vez una mayor indiferencia o, por el contrario, un mayor radicalismo que no obedece realmente a un posicionamiento ideológico, sino a una reacción en contra de… de lo que sea, pero en contra. Cuestión que es aprovechada precisamente por quienes se alimentan de esta indiferencia y de ese radicalismo para adquirir fuerza y situarse como valedores de ese descontento que, realmente no les importa absolutamente nada, pero que les sitúa en primera línea de decisión. Y cuando políticos, informadores y ciudadanía vienen a darse cuenta, en la mayoría de las ocasiones es demasiado tarde. Porque para entonces todos están sometidos al dictado de quienes unos ignoraban, otros, menospreciaban y otros adoraban. Para entonces, la salud, la educación, los servicios sociales, la equidad, la igualdad… quedan relegados a palabras con las que jugar en sus maquiavélicas estrategias de radicalidad e intolerancia para pervertirlas o anularlas.

Mientras no tengamos claro que la salud nunca puede ser esclava de la dialéctica, la lucha, el interés, el oportunismo… ni político ni informativo que impide la planificación y desarrollo de políticas de salud. Mientras sigan jugando con ella para lograr rédito político o cuotas de audiencia. Mientras se siga ignorando e invisibilizando a una gran parte de los profesionales de salud. Mientras la curación siga fagocitando la trascendencia de los cuidados. Mientras la enfermedad sea protagonista exclusiva de la atención política e informativa. Mientras la promoción de la salud tan solo sea una anécdota. Mientras la Atención Primaria siga ocupando un papel secundario. Mientras la equidad y la accesibilidad sigan siendo buenas intenciones. Mientras las diferencias por cuestión de género sigan determinando malas decisiones en salud. Mientras se sigan haciendo planteamientos dicotómicos de todo-nada, salud-enfermedad, tecnología-humanización, curar-cuidar. Mientras el corporativismo esté por encima del cooperativismo. Mientras el paternalismo impere sobre la participación y el respeto a la opinión del otro. Mientras la asistencia supere a la atención. Mientras la imposición impida el consenso. Mientras la simpatía tenga más importancia que la empatía. Mientras la prescripción farmacológica siga relegando la indicación/elección de recursos o activos de salud. Mientras las personas sigan siendo exclusivamente pacientes, objetos y sujetos pasivos. Mientras la comunidad tan solo sea contemplada como un espacio geográfico en lugar de un contexto en el que poder compartir decisiones con y para quienes en ella viven y conviven. Mientras la salud se siga fragmentando en órganos, aparatos y sistemas y no desde la integralidad física, mental, social y espiritual. Mientras la salud se siga confundiendo con sanidad. Mientras la comunicación y la escucha activa sigan siendo una opción en lugar de una obligación. Mientras todo esto y mucho más sigan siendo incógnitas que despejar o lo que es peor que no se identifiquen ni se quieran resolver, seguiremos anclados en la utopía de la salud y la incertidumbre de la enfermedad que, por otra parte, tanto interesa a diferentes colectivos, políticos e informadores y, claro está, a los mercaderes de la salud quienes hacen negocio con ella gracias a la indiferencia de unos, la ignorancia de otros y la complicidad de todos.

Quien esté libre de culpa que arroje la primera piedra. Todas/os tenemos parte de culpa y todas/os tenemos la responsabilidad de aportar, desde nuestro ámbito, algo para solucionarlo. Lo contrario seguirá propiciando que se siga hablando de carencias en una hipotética excelencia del Sistema Nacional de Salud, que tan solo acaba siendo un eslogan como el de Hacienda somos todos. Ninguno de los dos nos los creemos y ambos son cuestionables y cuestionados. En cualquier caso, pongamos que hablo de Salud, imitando y adaptando la letra de la canción de Joaquín Sabina Pongamos que hablo de Madrid[5].

 

Allá donde viven las personas

Donde todo se puede concebir

Donde uno se siente seguro

Pongamos que hablo de Salud

Donde el deseo vaga en hospitales

Una esperanza queda para mi

Que me dejó la vida en sus rincones

Pongamos que hablo de Salud

Las niñas ya no quieren ser enfermeras

Y a los niños les da por prescribir

El dolor como un acto de sospecha

Pongamos que hablo de Salud

Las personas se quedan en la brecha

Los cuidados se olvidaron de existir

La muerte se burla de las batas blancas

Pongamos que hablo de Salud

El parque es un activo saludable

La vida un camino a compartir

Hay una necesidad a falta de respuesta

Pongamos que hablo de Salud

Cuando alguien quiera aconsejarme

Que a mí me dejen decidir

Aquí no debe sobrar nadie

Pongamos que hablo de Salud

De Salud

De Salud

De Salud[6]

[1] Dramaturgo y novelista estadounidense (1952) en su libro Querido Dexter (2005)

[2] https://www.redaccionmedica.com/secciones/enfermeria/la-nueva-fp-sociosanitaria-en-ningun-caso-otorga-competencias-sanitarias-1208?utm_source=redaccionmedica&utm_medium=email-2022-02-02&utm_campaign=boletin 

[3] https://www.grupo40enfermeras.es/wp-content/uploads/2022/01/Sobre-la-formacion-en-supervision-de-atencion-sociosanitaria.pdf

[4] Método de costura que consiste en la unión de trozos de tejidos para forma una nueva prenda.

[5] Aparece por primera vez en el álbum Malas compañías en 1980. Letra y música Joaquín Sabina.

[6] Adaptada por José Ramón Martínez-Riera 2022. https://www.youtube.com/watch?v=Xaoh-iql7ws

SATURACIÓN INDUCIDA Una oportunidad oportunista

“En momentos de agobio, ser audaz y valiente”.

Horacio[1]

 

Nunca antes se había hablado tanto de la Atención Primaria en España como durante la pandemia. Pero lamentablemente nunca se había hecho tan mal. Por eso es preciso, a pesar del aparente poco tiempo transcurrido, hacer un repaso que nos permita reflexionar al respecto. La memoria es muy corta y fácilmente engañosa.

En su inicio estuvo en boca de todos por el manifiesto desprecio que hacia la misma y hacia sus profesionales se llevó a cabo por parte de las/os decisoras/es. La Atención Primaria quedó reducida a una actuación secundaria y residual en la que los hospitales de campaña, cuanto más grandes mejor, daban mayor dramatismo y realidad a la guerra que se había determinado iniciar contra el enemigo COVID 19.

No se planteó en ningún momento que se pudieran llevar a cabo intervenciones comunitarias en las que se trabajase conjuntamente con la comunidad, a través de sus agentes de salud y líderes comunitarios, para informar y capacitar de manera participativa, mediante Educación para la Salud, a la población, tal como desde Sociedades Científicas como la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) se trasladó en reiteradas ocasiones. Esa estrategia se descartó a pesar de que la incertidumbre, la alarma, el miedo, la angustia y el sufrimiento aumentaban de manera progresiva entre quienes eran aislados en sus casas como si las mismas se tratasen de refugios, en este caso, antivirus a semejanza de los antiaéreos. Quedaban aislados del contexto vírico pero al mismo tiempo también de cualquier tipo de contacto con quienes podrían haber supuesto un alivio en forma de seguridad y tranquilidad en ese conflicto bélico al que se referían permanentemente y en el que la letalidad del virus ocultaba otra no menos importante como el abandono, la tristeza, la distancia, la incomunicación o la soledad, que se veían alimentadas por la infodemia creciente que lejos de aplacar los efectos de la pandemia los aumentaba al tiempo que incorporaba elementos de duda, sospecha y recelo contra el sistema sanitario y sus profesionales. La Atención Primaria, quedó reducida a labores de contingencia e incluso clausurada para remitir profesionales al frente hospitalario. Vio limitada su capacidad de atención integral, integrada e integradora, la atención domiciliaria, las intervenciones comunitarias, las consultas presenciales… paradójicamente por miedo al contagio sin tener en cuenta el miedo que provocaba anularlas. Aislada del ámbito sociosanitario que padecía las peores consecuencias sin que se permitiese una coordinación tan necesaria y tan incomprensiblemente limitada.

El número de bajas creciente, la debilidad manifiesta ante los ataques, la falta de defensas personales, efectivos insuficientes, recursos escasos… configuraban un panorama desolador, que generaba desmoralización entre las “tropas” de profesionales cansadas y desanimadas. Este podría ser el parte de guerra diario en aquellos momentos en los que, sin embargo, la Atención Primaria seguía “inactiva” y poco operativa, no por falta de interés o compromiso de sus profesionales sino por la estrategia bélico-hospitalaria de las/os decisores que ignoraron el potencial real de las aportaciones que podían haber realizado las/os profesionales obligatoriamente atrincherados en las atalayas defensivas en que convirtieron los centros de salud, anulando su capacidad como recurso comunitario y provocando que fuesen percibidos por la población con desdén ante la falta de atención solicitada que se pretendió sustituir con unas ineficaces comunicaciones telefónicas que no funcionaban por razones obvias de saturación de las líneas existentes y la ausencia de comunicación personal y directa que demandaba la población. Problemas como la cronicidad, los cuidados paliativos, la atención a las/os cuidadoras/es, la discapacidad, la falta de autonomía… quedaron relegados por la exclusiva atención a la COVID tanto en las consultas como en los domicilios, lo que generaba no tan solo la incomprensión de quienes lo padecían y sufrían sino el desarrollo progresivo de efectos colaterales de incierta evolución, pero de clara ansiedad para quienes sufrían el inexplicable abandono y, sobre todo, falta de comunicación. El intento de entrada en los centros de salud se convirtió en una prueba de obstáculos tratando de superar las medidas de seguridad impuestas y no siempre adecuadamente explicadas que provocaban una clara estigmatización por sentirse rechazados y peligrosos, desde la perspectiva de sus problemas, reales o somatizados, pero problemas sentidos, al fin y al cabo.

Con las olas llegó de nuevo la incertidumbre y las medidas de restricción que cada vez se aceptaban con peor talante por parte de una sociedad a la que se le trasladaban permanentemente mensajes de corresponsabilidad y agradecimiento por la misma, pero a la que no se hacía partícipe de ninguna de las decisiones, por lo que cada vez se identificaban más como sujetos pasivos de los que tan solo se esperaba obediencia sobre aquello que se les exigía, con el agravante sancionador y punitivo que generaba su incumplimiento.

A todo lo cual hay que añadir la distorsión, cuando no manipulación, de la excesiva información y el poco conocimiento que, por sí solo, justifica la necesidad de crear nuevas redes de confianza que contrarresten los bulos y las mentiras que se alían con el virus como elemento destructor de la pandemia. Todo lo cual forma parte de la contracción del presente y la sociedad del riesgo, descritas por Zygmunt Bauman[2] en su obra Modernidad Líquida[3], en la que describe como los sólidos, a diferencia de los líquidos, conservan su forma y persisten en el tiempo: duran. En cambio, los líquidos son inestables y se transforman constantemente: fluyen. Los sólidos que se están derritiendo en este momento, el momento de la modernidad líquida, apuntada por Bauman, son los vínculos entre las elecciones individuales y las acciones colectivas consecuencia de la ausencia de procesos participativos, en una sociedad individualista en la que la desregulación, la flexibilización y la liberalización de todos los mercados, hacen que adquiera más consistencia el valor económico de la salud en lugar del valor social, público y comunitario. Ante el colapso del sistema sanitario público el sector sanitario privado, con mensajes centrados en la excelencia como contraposición y sustitución de las carencias del sistema público que la pandemia deja al descubierto, logra una expansión sin precedentes en España.

Llegados a este punto y ante tantas evidencias en contra de la decisión de no contar con la Atención Primaria en el inicio de la pandemia, se decidió modificar no tan solo el clima belicista sino también el papel, al menos en clave discursiva, que la Atención Primaria debía tener en el desarrollo y afrontamiento de la pandemia.

Pero el problema no está en otorgar o no protagonismo discursivo a la Atención Primaria, sino en que este sea real y se concrete en una clara voluntad política de cambio tanto en lo que se refiere al modelo como a la inversión presupuestaria y de personal necesarios para que ese discurso pase de las palabras a los hechos.

Así pues, la Atención Primaria y las enfermeras en particular pasaron a ser foco de atención mediática, no por lo que hubiese sido deseable que se hiciese, sino por lo que se les asignó hacer, convirtiendo a las enfermeras primero en rastreadoras y con la llegada de las vacunas en el mes de diciembre de 2020, en vacunadoras. Lo de menos era el papel de vigilancia epidemiológica que realizaban en el primero de los casos o de planificación estratégica en el segundo. Nuevamente, desde el modelo asistencialista se centraba la atención exclusivamente en la tarea, rastreo o inyección, y no en la competencia de su planificación, desarrollo e impacto en la salud comunitaria. Mientras tanto, actividades de promoción de la salud, comunitarias, de atención familiar domiciliaria, de atención a la demanda, de atención programada en consultas… seguían estando relegadas o bajo mínimos desde el voluntarismo profesional.

La Navidad trajo una nueva ola al priorizar la economía de las fechas consumistas sobre la salud comunitaria, primando la Navidad sobre la Sanidad. En dicha ola además se buscó y encontró un chivo expiatorio perfecto sobre el que lanzar todas las miradas acusatorias y reprobatorias de políticos, decisores y sociedad en general contagiada por el efecto de los primeros. La juventud se convirtió en diana de las iras y las culpas al tiempo que aliviaba la responsabilidad de gestoras/es y políticas/os. Esperar un comportamiento idéntico en jóvenes y adolescentes que en personas adultas mayores o en niñas/os es tanto como despreciar la inteligencia de la población y con ello la capacidad de actuar con la responsabilidad que se les exigía pero que nadie se preocupada en consensuar. Todo lo cual se trató de enmascarar o maquillar con el inicio de las vacunas, aunque fuese de manera simbólica y mediática.

Las medidas de restricción derivadas de las nuevas olas, se combinaban con una gestión ineficaz, ineficiente y una insuficiente racionalización de las/os profesionales, que se acentuaba con insólitas decisiones para prescindir de los refuerzos contratados en su momento.

El éxito de la vacunación masiva de la población y por tanto su eficaz planificación fue secuestrada de manera totalmente rentista por parte de las/os políticas/os y gestoras/es, usurpando el mismo a quienes realmente lo hicieron posible, las/os profesionales de Atención Primaria en general y muy particularmente las enfermeras comunitarias.

Nuevamente el verano se identificó como punto de inflexión de la pandemia, cuando realmente fue un nuevo intento de salvar la campaña turística y con ello de descuidar las medidas con contradictorios mensajes de tranquilidad y de reclamo de responsabilidad que equilibrasen la relajación de las medidas mientras se seguía aumentando la tasa de vacunación comunitaria, pero sin tener en cuenta la desigual tasa de vacunación en otros países que además, en muchos casos, eran origen de los turistas que nos visitaban, en un espacio de fronteras abiertas.

Los fondos europeos y el acceso a ellos determinaron, poderoso caballero es don dinero, que se firmase un acto de buena voluntad por parte de todas las consejerías de salud con el ministerio de sanidad y se reactivase de manera sorpresiva la mesa técnica del Marco Estratégico de la Atención Primaria de Salud y Comunitaria, no como resultado de un renovado interés por cambiar el modelo de organización sino por la necesidad de responder a las exigencias de la Comunidad Europea para obtener dichos fondos. Y así fue. Hecha la escenificación, foto incluida, precisa para lograr los fondos y conseguidos estos, se acabó la voluntad de cambio hasta que haga falta una nueva teatralización.

El virus, en su estrategia de permanente adaptación logró mutar de nuevo y la nueva cepa en la que se manifestó y que se bautizó como Ómicron, resultó ser altamente contagiosa, lo que suponía un riesgo de nueva ola. Riesgo que pasó a ser una realidad en plena campaña de Navidad y Reyes en forma de dadivosos contagios, como si de regalos se tratase, para todas las edades, aunque con una letalidad notoriamente más baja, lo que siendo cierto provocaba una sensación de falsa seguridad y manifiesta relajación.

Las dosis de refuerzo para quienes ya habían sido vacunados y la administración de la vacuna para grupos de edades más jóvenes e incluso niños, condujeron a un nuevo aumento de la actividad en Atención Primaria que, sin embargo, no proyectaba un mensaje de colapso o saturación.

El inicio del año aportó un incremento muy elevado de casos y con ellos una demanda de bajas laborales muy significativa que, en este caso, sí que fue identificada e inmediatamente difundida como causante de una “dramática” saturación de la Atención Primaria.

Curioso el hecho de que una campaña de vacunación que afectaba a toda la población y que venía realizándose desde hacía un año, no generase o al menos no trasladase alarma de saturación y colapso y que el aumento de bajas laborales de una parte de dicha población se convirtiera en noticia de primera magnitud en todos los medios y de preocupación política y social.

O bien las enfermeras compatibilizan mejor su actividad y gestionan más eficazmente su tiempo, se quejan menos y son más prescindibles e interesan menos. O bien los médicos se quejan más, se les hace más caso, se proyectan más, se planifican peor y aprovechan mejor las circunstancias para sus reivindicaciones. Lo que no cuadra es que la saturación esté determinada no tanto por la presión, la demanda, las necesidades, las actividades… como por quienes tienen que responder a las mismas modulando tanto la sensación de colapso como su proyección. Algo falla.

Pero lo que falla no es la Atención Primaria sino quien la gestiona y quien se resiste al cambio necesario para que realmente sea el ámbito de actuación dentro del Sistema de Salud que responda a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad y no a las demandas corporativistas, a los intentos de parálisis, a la mercantilización de la salud, al modelo asistencialista y medicalizado, a las presiones de lobbies…

La pandemia, no, mejor quien la gestiona, han logrado que lo que era identificado como un remanso de paz, tranquilidad, descanso y oportunidad prejubilar para muchas/os, se convierta en un erial, producto de las fallidas estrategias bélicas desarrolladas, en donde ya nadie quiere estar. Médicos de Familia y de Pediatría porque no supone, en general y mayoritariamente, un espacio atractivo para su paradigma profesional, lo que provoca que sean las últimas plazas en ocupar por quienes aprueban el acceso a especializarse (MIR). Las enfermeras porque han visto reducidas sus competencias al paradigma médico que les sitúa en la subsidiariedad y la intrascendencia, porque han vetado el espacio a las enfermeras especialistas que se forman con recursos públicos, porque gestoras/es y políticas/os, en connivencia, han logrado que lo que fue acabase no siendo y que lo que podía volver a ser no se quiera alcanzar porque no creen en la salud y la capacidad de las enfermeras en promocionarla, mantenerla y potenciarla como si ello fuese un peligro para ellos y para el modelo que defienden a pesar de su evidente y dañino fracaso.

Y ante la falta de ideas y de planificación surgen las ocurrencias. Ocurrencias sin fundamento que no tan solo no solucionan la situación generada, sino que incorporan nuevos elementos de desestabilización, incertidumbre, dudas y confrontación. Para muestra la creación de titulaciones sin sentido, pero con clara intencionalidad racionadora y mercantilista[4]; o la derivación de competencias a las farmacias que son identificadas e incorporadas como nuevos y sugestivos nichos de negocio[5], o la incorporación de médicos sin especialidad como técnicos de salud[6]. No sé si la siguiente puede ser que quienes estén realizando prácticas en autoescuelas para sacarse el carnet de conducir las hagan conduciendo ambulancias, o que las/os peluqueras/os se incorporen como asistentes de salud mental… porque Atención Primaria se ha convertido en un circo de muchas pistas en el que todo es posible y todo cabe.

Si no saben, no pretendan solucionar nada a través de ocurrencias alejadas del sentido común y, sobre todo, de la evidencia científica, con el fin de ponerse una medalla o tratar de justificar el sueldo que cobran por el puesto que ocupan. O preguntan, se asesoran y hacen caso a quienes saben, o mejor mantengan silencio. Como dijera Maurice Swuitzer “Es mejor guardar silencio a riesgo de ser pensado como tonto, que hablar y eliminar toda duda”[7]

Mientras tanto las enfermeras especialistas de Enfermería Familiar y Comunitaria siguen sin poder incorporarse como tales por no haberse creado plazas específicas y las Enfermeras Comunitarias sin poder desarrollar sus competencias por limitar su acción a las técnicas y su organización a actividades y tareas. Como nos descuidemos pronto contratarán a auxiliares veterinarios para prestar cuidados o las farmacias lo incorporarán también a su negocio, como vienen reclamando. Y ya se sabe que quien llora mama.

No nos equivoquemos, la saturación no es real, de hecho, ya hay quienes así lo manifiestan[8], es inducida y permitida por quienes tienen la capacidad de decisión, pero adolecen de la voluntad de tomar las que situarían en el lugar que corresponde a la Atención Primaria. Dando valor a quienes tienen la capacidad y las competencias para responder de manera real, eficaz y eficiente a las necesidades y demandas sociales, con independencia de la disciplina o nivel en que se les sitúa para evitar, precisamente su acceso a dichos puestos.

Sin embargo, se mantiene la dinámica continuista que perpetúa los fallos que se cometieron en la evolución de Atención Primaria, devaluándola de manera interesada y progresiva hasta alcanzar el estado crítico en el que la han dejado por acción o por omisión. Estado en el que tienen responsabilidad compartida, aunque no en igual proporción, políticos, gestores, profesionales y la propia ciudadanía, al contribuir con su pasividad, conformismo y egoísmo interesado a que llegase al estado de coma inducido en que se encuentra. Por tanto, hay dos posibilidades, o se le desconecta totalmente y se le deja morir o se le activa, reanima y rehabilita para que logre su estado de plenitud.

La Atención Primaria, no está saturada, está caduca, enferma, en descomposición por la indolente, permanente y sistemática falta de voluntad política de quienes nos quieren convencer de lo contrario con mensajes tan falsos como interesados, con el único objetivo de seguir vendiendo un Sistema artificialmente excelente que les reporte rédito político, aunque ello suponga una clara pérdida de salud para la población. Tampoco se trata de una crisis sanitaria como se ha esgrimido para contrarrestar las críticas de una oposición ventajista y sin ideas o propuestas de cambio que no pasen exclusivamente por la privatización. La Atención Primaria debe dejar de ser el permanente aliviadero de los Hospitales, tanto para contener como para recibir. La Atención Primaria tiene y debe recuperar identidad propia como ámbito de atención a las personas, familias y comunidad y no como elemento subsidiario de los Hospitales. La Atención Primaria lo es de la salud y no de la enfermedad, aunque la atienda, por lo que debe ser identificada como tal y no tan solo para acompañar eufemísticamente a los Centros que la integran (Centros de Salud). La Atención Primaria lo es por ser el primer recurso de salud en orden dentro del Sistema Sanitario, pero sobre todo resulta principal o esencial, base o fundamento necesario para que dicho Sistema funcione y preste atención de calidad, cercana, humana, integral, integrada, integradora, equitativa, accesible y no tan solo un recurso utilitarista para los Hospitales y la asistencia.

Seguir utilizando eufemismos que oculten la realidad de una patética gestión política y sanitaria es tan solo una forma de defenderse e ignorar la verdad que no quiere asumirse ni afrontarse, posiblemente porque hacerlo suponga reconocer su propia incapacidad.

Que Dios nos libre de los amigos que de los enemigos ya nos ocuparemos nosotras. Pero que esto nos lleve a identificar la importancia de actuar desde la unidad, sin que ello signifique hacerlo desde el pensamiento único que, por otra parte, es lo que se pretende cuando se hacen afirmaciones ausentes de argumento por parte de responsables del ministerio de sanidad en contra de las Sociedades Científicas, tratando de justificar la falta de comunicación y participación con ellas por ser muchas y mal avenidas[9]. Un nuevo ejercicio de cinismo e hipocresía que trata de esconder la manifiesta incapacidad de gestión por parte de quien debiera ordenar las profesiones sanitarias, en lugar de hacer justamente todo lo contrario, en un gobierno que, además, está en permanente enfrentamiento. Le dijo la sartén al cazo[10].

[1] Quinto Horacio Flaco, conocido como Horacio, fue el principal poeta lírico y satírico en lengua latina.

[2] Zygmunt Bauman (Poznan, 1925 – Leeds, 2017) profesor emérito de Sociología en la Universidad de Leeds.

[3] Modernidad Líquida en S.L. FONDO DE CULTURA ECONOMICA DE ESPAÑA, 2003.

[4] http://efyc.jrmartinezriera.com/2022/01/24/cuidados-low-cost-las-apariencias-enganan/

[5] https://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2022/01/25/farmacias-podran-asumir-tareas-medir-tension-evitar-consultasprimaria/0003_202201G25P7991.htm?utm_source=whatsapp&utm_medium=referral&utm_campaign=share&utm_content=0003_202201G25P7991

[6] https://www.diariomedico.com/medicina/medicina-familiar/politica/galicia-incorpora-medicos-sin-especialidad-como-tecnicos-de-salud-para-aliviar-la-primaria.html?check_logged_in=1

[7] Mrs. Goose, Her Book de Maurice Switzer (1907).

[8] https://www.rioja2.com/n-159943-2-maria-somalo-en-ningun-momento-ha-habido-colapso-en-la-atencion-primaria/

[9] https://www.redaccionmedica.com/secciones/medicina/sanidad-propone-reducir-las-sociedades-cientificas-para-mejorar-el-trabajo-3802

[10]https://cvc.cervantes.es/lengua/refranero/ficha.aspx?Par=58520&Lng=0#:~:text=Significado%3A%20Recrimina%20a%20las%20personas,critican%20faltas%20menores%20en%20otros

CUIDADOS LOW COST Las apariencias engañan

“El mundo recompensa antes las apariencias de mérito que al mérito mismo.”

François de La Rochefoucauld [1]

 

Hoy, lunes 24 de enero de 2022, se ha publicado en el BOE el Real Decreto 46/2022, de 18 de enero, por el que se regula la cualificación profesional Supervisión de la atención sociosanitaria, cuya competencia general es Supervisar el desempeño de las actividades del equipo técnico de cuidados en la atención sociosanitaria y de los recursos materiales y humanos en coordinación con el equipo interdisciplinar, los servicios generales del centro y otros servicios externos, para contribuir a garantizar la atención centrada en la persona, cumpliendo la normativa relativa a la planificación de la actividad preventiva y a los estándares de calidad[2].

No alcanzo a entender el objetivo real de esta nueva titulación, aunque sospecho que no es precisamente velar por la calidad de los cuidados.

En un momento en el que la pandemia nos deja un contexto de cuidados de alta complejidad, en el cual el ámbito sociosanitario en general y las residencias de personas adultas mayores en particular, precisan de cuidados integrales y personalizados que se alejen de la medicalización, la apuesta por un modelo de cuidados tecnológicos, de escasa entidad científica, con competencias que son transferidas desde otras disciplinas para devaluarlas, tan solo puede obedecer a varios criterios:

  • Abaratar costes eliminando a enfermeras de dichos centros que son quienes tienen las competencias profesionales específicas para prestar cuidados de calidad, científicamente contrastados.
  • Desvalorizar a las enfermeras especialistas en Geriatría y Gerontología que se vienen formando desde hace años con importantes inversiones de dinero público, sin que se hayan definido, hasta la fecha puestos específicos.
  • Favorecer la privatización de la atención geriátrica al reducir costes en la contratación de personal.

O puede que sean todos ellos a la vez. Aunque también puede deberse a la ignorancia absoluta que en torno a los cuidados tienen quienes han pensado, diseñado y desarrollado esta titulación. No cabe otra posibilidad, ya que si se conocen las necesidades y las respuestas que precisan, sería tanto como ratificar que no les importa en absoluto la calidad de las mismas y que se trata tan solo de una forma barata y aparente de asistir, que no atender, a las personas adultas mayores.

Es un despropósito y un claro ataque a la disciplina y profesión enfermeras el plantear siquiera una titulación de esta índole. Pero es un desprecio absoluto a la inteligencia colectiva pretender que nos creamos que esta apuesta formativa responde a intereses reales sobre la calidad de vida de las personas adultas mayores. Desprecio y preocupación que ya fueron trasladados por parte de Sociedades Científicas y Colegios Profesionales a las responsables de su tramitación parlamentaria, cuya respuesta fue no tan solo ignorar los argumentos trasladados sino menospreciarlos con respuestas sin fundamento científico alguno y con el aviso de que nada ni nadie impediría su desarrollo, como así ha sido. Finalmente “aparentar tiene más letras que ser”[3] y eso es lo que han preferido con su decisión, aparentar.

Pero es que además de lo dicho, las palabras, que no son inocentes, en este caso aún lo son mucho menos. Se habla en todo momento de supervisar que tal como recoge la RAE es “Vigilar o dirigir la realización de una actividad determinada [una persona que tiene la autoridad o capacidad para ello]”. Dotar de autoridad y capacidad de dirección a personas sin competencias reales para ello, porque no es suficiente con plasmarlas en un RD, es una temeridad, una irresponsabilidad y un engaño. Más aún cuando los mismos que lo hacen niegan sistemáticamente, a quienes tienen competencias contrastadas y científicas para ello, como las enfermeras, el acceso a puestos de dirección con capacidad en la toma de decisiones.

La opinión pública debe saber y conocer que se está dando rango normativo a una calidad de cuidados deficiente e insuficiente que tan solo se sostiene desde los eufemismos y la demagogia que tratan de “vender” como cuidados de calidad lo que convierten en cuidados “low cost”, intentando aparentar algo que realmente no es aunque lo parezca.

El Presidente del Gobierno y sus Ministras de Sanidad y Educación son, desde el mismo momento en que dan validez legal a una titulación oportunista, populista y rentista, responsables del deterioro evidente que su implantación supondrá en la vida de las personas adultas mayores y cómplices necesarios de la privatización y menoscabo de la atención sociosanitaria que favorecen.

La inversión en una atención sociosanitaria integral, integrada, integradora, intersectorial, articulada, coordinada, accesible y de calidad, no pasa por una respuesta como la que se plantea y mucho menos por un desprecio absoluto a la entidad, valor, reconocimiento y visibilidad de los cuidados profesionales enfermeros que, en ningún caso, se compensa con palabras vacías, aplausos interesados o menciones tan oportunistas como falsas hacia quienes tienen las competencias para prestarlos, las enfermeras.

El pasado día 20 de diciembre la Ministra de Sanidad anunciaba, en su triste y forzado adiós al movimiento Nursing Now España[4], la puesta en marcha de una estrategia nacional de cuidados. Si este es el inicio de dicha estrategia no quiero ni pensar lo que queda por descubrir.

Aún están a tiempo de parar lo que nunca se debió iniciar. Pero mucho me temo que la soberbia de actuación y el nepotismo de la acción, no nos deparará nada nuevo ni bueno.

Por lo tanto, deberemos trabajar para que la sociedad sepa lo que realmente importa la salud de las personas adultas mayores a nuestros decisores. Es una responsabilidad colectiva de las enfermeras parar este despropósito institucional y este ataque a la dignidad profesional enfermera.

[1]  Escritor francés.

[2] https://www.boe.es/eli/es/rd/2022/01/18/46

[3] Karl Kraus (1874-1936) Poeta, autor satírico y crítico austriaco.

[4] http://efyc.jrmartinezriera.com/2022/01/20/funeral-de-nursing-now-espana-una-escenificacion-ministerial/

FUNERAL DE NURSING NOW ESPAÑA Una escenificación ministerial

                                                                              “Una posición eminente sin nobleza de carácter, culto sin veneración, prácticas funerarias sin sincero dolor: he aquí situaciones que no soporto.”

Confucio[1]

 El 20 de diciembre del recién terminado año 2021, se celebró en Madrid, en el Ministerio de Sanidad, lo que vino en denominarse Jornada Nursing Now, con el lema “El futuro de la Enfermería en España”

El 14 de mayo de 2019 la entonces ministra de sanidad, Mª Luisa Carcedo, firmó en la sede del Consejo General de Enfermería, la constitución del grupo Nursing Now España, con la presencia del Promotor y copresidente de la Campaña Nursing Now, Lord Nigel Crisp y el director ejecutivo del Consejo Internacional de Enfermeras, Howard Catton. Dicha firma y la foto oficial de todos los firmantes, escenificaba pues el apoyo explícito a los planteamientos que de la citada campaña se derivaban, como la visibilidad y valoración que el mismo debía suponer para las enfermeras, así como la necesidad de que las enfermeras se incorporasen a los puestos de responsabilidad y toma de decisiones para participar de manera activa y real en las políticas de salud a todos los niveles. Objetivos, por otra parte, que destacó en su intervención online el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus ese mismo día. Toda una declaración de intenciones desde luego.

Tras dos nuevos ministros de sanidad, Salvador Illa y Carolina Darias, una pandemia y el 2021 como año internacional de las enfermeras y matronas declarado por la OMS, el ministerio que firmase en 2019 su apoyo a la campaña Nursing Now permitió escenificar el cierre y entierro de la campaña con una jornada de poco más de una hora de duración a la que, además, fue restringida la asistencia, 48 horas antes de su celebración con fin de semana por medio, de quienes habían sido invitadas/os, con la peregrina excusa de la situación de la pandemia, mientras simultáneamente se celebraban actos políticos masivos o se tenía libertad absoluta de acceso a centros comerciales, de cultura, ocio o restauración. Significativo.

No he querido escribir nada al respecto hasta ahora porque recordando a mi madre, he preferido contar hasta 100, antes de hacerlo, con el fin de tener el ánimo y espíritu más serenos y con ello una deseable, aunque difícil objetividad que trataré de mantener en mi reflexión.

Tuve la suerte o el privilegio, según se mire o se quiera adornar, de ser uno de los elegidos para asistir personalmente al Ministerio de Sanidad por razones que hasta la fecha desconozco y que supusieron que muchas/os representantes de organizaciones, instituciones o sociedades científicas enfermeras, quedaran excluidos/as de poder asistir, tras serles notificada oficialmente la invitación en reiteradas ocasiones. Una afluencia que iba a ser de 120 personas y que al parecer las/os responsables del ministerio, con su ministra al frente, consideraron excesiva y posiblemente peligrosa. No sé si por motivos de control de la pandemia, aunque hasta donde yo sé y conozco, las enfermeras no tenemos ningún gen o característica especiales que generen mayor peligro de contagio que cualquier otra persona, o bien porque un número “tan elevado” de enfermeras en el ministerio se consideró pudiese ser peligroso para sus moradores. En cualquier caso, finalmente la asistencia no superó los 60 asistentes entre las/os que había enfermeras y otras/os profesionales que se nos dispuso dejando libres dos asientos de distancia en el Salón Ernest Lluch del ministerio, mientras teatros, cines, restaurantes… no tenían restricciones de aforo. Utilizar la prevención de manera tan interesada como precipitada no deja de ser una manipulación tan difícilmente entendible como escasamente explicada.

La pandemia, como para tantas otras cosas, ha sido la excusa perfecta para que una campaña que era identificada, cuanto menos, como incómoda para muchos sectores políticos y profesionales pasase inadvertida, invisible y olvidada. Algo bueno debía tener la pandemia, debieron pensar algunas/os. De ahí que nada de lo que inicialmente se tenía previsto celebrar o cambiar, no tan solo no se llevase a cabo, sino, ni tan siquiera se plantease como posibilidad de hacerlo. Posiblemente se pensó que sería suficiente con los aplausos, que la sociedad brindó desde los balcones, no se sabe si como reconocimiento real o como forma de superar el aburrimiento del confinamiento, a los que se sumaron teatralmente las/os responsables políticos, aunque las enfermeras quedásemos incluidas en ese genérico y neutro término de sanitarios tan ampliamente utilizado y con el que se conoce también a las piezas de los baños, servicios o toilettes (bidé, lavabo, taza del wáter, bañera…). Amén, claro está, de la consideración de heroicidad con la que quisieron regalarnos los oídos, aunque, por supuesto, sin otorgarnos poderes. Este fue todo el despliegue de apoyo y consideración del Nursing Now en España por parte de las/os políticas/os, la palmadita en la espalda y poco, muy poco más, a excepción de nobles y meritorias acciones en un muy reducido número de comunidades autónomas. En la mayoría de territorios no se pasó, en el mejor de los casos, de la constitución de los grupos Nursing Now autonómicos que no hicieron más que sumarse a la inacción del propio ministerio en un acto de solidaridad que hubiese sido deseable no se produjese.

Pero como quiera que la representante en España de Nunsing Now, la Dra. Adelaida Zabalegui, en un alarde de perseverancia, paciencia y encono, posiblemente insistió al ministerio sobre la necesidad de hacer al menos un cierre de la campaña que maquillase su triste desarrollo, la ministra en un acto de máxima benevolencia y simpatía, que no de empatía, permitió que se concediera a las enfermeras una hora de su tiempo y espacio para enterrar ya de una vez esta incómoda campaña que da la impresión tuviese mayor peligro para su salud y la de su equipo que la propia pandemia. Una hora, no fuese que un tiempo de exposición mayor a las enfermeras les generase unos efectos tan indeseables como nocivos.

Así pues, se confeccionó un programa según el cual, para empezar, el director general de ordenación profesional, el Sr. Vicenç Martínez, se dirigió al auditorio presente y al virtual, sin nombrar ni una sola vez a las enfermeras como tales sino, en todo momento, como profesionales de enfermería en un acto que pareciera de prevención a la denominación que nos corresponde como enfermeras y que con tanto empeño como éxito evitó en su alocución inaugural. Un discurso vacío, de circunstancias y de estricto y aséptico protocolo en el que se limitó a no decir nada que pudiese suponer un resquicio de fundada esperanza de cambio, ni una ofensa directa a las enfermeras a las que se dirigía por obligación, aunque estuviese plagado de ellas de manera indirecta. Un discurso, en definitiva, propio de quien no ha demostrado en ningún momento, durante el ejercicio de su cargo, empatía alguna por las enfermeras, su situación y su desarrollo profesional que, teóricamente, es lo que le correspondería hacer desde el puesto que ocupa. A lo mejor es que nadie se lo ha explicado y sigue haciendo lo que siempre ha hecho, ignorar o minusvalorar a las enfermeras.

Las palabras de la Dra. Adelaida Zabalegui, correctas y de agradecimiento. Agradecimiento que se sitúa tan solo en el ámbito de la corrección y el respeto institucional pero que no obedece, no porque no se quiera trasladar sino porque no hay donde o hacia qué o quién hacerlo, a lo que merecen quienes presidían el velorio. Intervención que se centró básicamente en la presentación de las/os intervinientes internacionales y de la mesa posterior y poco más. Triste y lamentable balance de una campaña que tanto ilusionó y que final y nuevamente tanto defraudó. No era momento de alaracas, sino de un lacónico y correcto mensaje por su parte.

Las intervenciones de las/os representantes internacionales Elizabeth Iro. Directora de Enfermería de la OMS; Pamela Cipriano. Presidenta del Consejo Internacional de Enfermería, Barbara Stilwell. Directora Ejecutiva de la Campaña Nursing Now y Nigel Crisp. Co-Director General de la Campaña Nursing Now, destacando lo que suponía la campaña Nursing Now, como no podía ser de otra manera, dichas con emoción, ilusión y fe en las mismas, posiblemente desconocedoras/es de la realidad de la citada campaña en España que no pasó de ser una campaña de rebajas con mucha propaganda y resultados muy pobres.

A continuación, una mesa en la que participaron Conrado Domínguez director General del Servicio Canario de Salud; Ana Teresa Domínguez. Enfermera del Nursing Now Challenge de Extremadura; Florentino Pérez. Presidente del Consejo General de Enfermería; Rafael Bengoa ex -consejero de Sanidad del País Vasco (que intervino a través de un vídeo); Patricia Gómez consejera de Sanidad de las Islas Baleares; María Gálvez Sierra directora Plataforma de Organizaciones de Pacientes y Manuel Cascos presidente SATSE (Sindicato de Enfermería), que con más voluntad que acierto, salvo honrosas excepciones, trasladaron lo que debió suponer y no supuso y lo que finalmente se deseaba alcanzar y no se alcanzó. Deseos trasladados más como una súplica póstuma de la campaña que desde el convencimiento para que alguien, aunque estuviese presente la ministra, fuese capaz de recoger el guante y asumir el reto de hacerlos realidad. Como carta a los Reyes Magos, que estaban por venir en aquellos momentos no estuvo mal, pero como propuesta de realidad factible y creíble dejaba mucho que desear. No tan solo por quienes las pronunciaron con mayor o menor acierto, sino por quien las debía recoger para que obras fueran amores y no tan solo buenas razones.

Finalmente estaba la expectativa, la esperanza, el anhelo de que la ministra, como el cercano día del sorteo de la Lotería de Navidad, nos sorprendiese a todas/os con el premio gordo de trasladar de manera concreta, firme y sin reservas, su compromiso y el del gobierno al que pertenece y representaba en el acto, para y con las enfermeras a través de propuestas concretas que respondiesen a los postulados de la campaña que estaba enterrando con sus palabras y con su actitud distante y de alivio por la despedida que estaba escenificando. Gobierno, cuyo presidente, todo sea dicho de paso, podría haber asistido si es que alguien le hubiese informado de que se iba a producir el sepelio.

Así pues y más allá de las consabidas y ya aburridas referencias a la pandemia, la vacunación y los rastreos, sin nombrarnos tampoco como enfermeras, no mostró ni cantó la deseada bola del Gordo o de un Premio de consolación. Nada, todas las papeletas quedaron en simples y vacías expectativas de lograr alguna recompensa en un sorteo, el de Nursing Now, por el que habíamos apostado fuerte, pero que quedará como recuerdo de lo que pudo ser y no se quiso que fuese. Nos tuvimos que conformar con la pedrea de un anuncio, que no deja de ser contradictorio, como el de la futura puesta en marcha de una estrategia de cuidados en la que anunció estaríamos representadas las enfermeras. Ojo, no que fuésemos a liderar, dirigir o coordinar, las enfermeras, sino que estaríamos presentes, es decir, nos premió con la terminación del número que como suele suceder con la lotería quedará sin cobrarse o se cambiará por otra papeleta que tampoco obtendrá premio. Una estrategia, me temo, planteada más como una contraofensiva a la impulsada desde el Ministerio de Igualdad de la ministra Irene Montero, en la que no se cuenta con el Ministerio de Sanidad, que como oferta real y en la que crean. Es decir, una nueva y torpe maniobra de confrontación política para la que utilizan un tema de tanta relevancia y en la que tanto tenemos que aportar las enfermeras, como son los cuidados. Esa fue la intervención, que no consumió siquiera el tiempo que tenía asignado en programa, de la máxima responsable de la sanidad española ante las enfermeras. Esa fue su apuesta por las enfermeras. Ese fue su compromiso con las enfermeras. Esa fue su actitud de cambio. Ese fue su triste legado en la despedida de una campaña a la que puso fin con tanto desprecio como indolencia. Nada, absolutamente nada, de lo que se proponía en la campaña fue tan siquiera nombrado, simplemente lo obvió y con ello a las enfermeras. Como dijera Eurípides de Salamina, “las exequias suntuosas (aunque estas ni siquiera lo fueron) sirven para satisfacer la vanidad de los vivos.”

Triste y corta jornada, una hora escasa, que eso sí, fue fiel al título o lema que se le impuso de “El futuro de la Enfermería en España”, no por lo que el mismo nos depara de ilusión o esperanza sino por las certezas de decepción, deriva, incertidumbre, alarma y tristeza que quedaron patentes en el mortuorio acto de despedida que nos brindó el ministerio y su ministra.

Tras tan decepcionante acto llegaba el momento de las fotos. Me sorprende como tras lo escuchado y visto hubiera empujones por hacerse una foto con la ministra. Imagino, o quiero imaginar, que fue tan solo por guardar un recuerdo del sepelio como quien guarda los recordatorios de fallecimiento de los finados. Pero sinceramente pienso que ni tan solo por eso valió la pena inmortalizar un acto de afrenta que no de gratitud y reconocimiento como hubiese sido deseable que fuese. Ni tan siquiera nos quedará el duelo por la pérdida. El muerto, Nursing Now, al hoyo, y con ella las enfermeras en su conjunto, y el vivo al bollo, en el que no hay ni quieren hacer espacio para las enfermeras.

Quedaba tan solo la vana esperanza de una difusión del acto en medios de comunicación, por parte del gabinete de protocolo o prensa del ministerio, que trasladase a la opinión pública la escenificación que habían preparado en el improvisado tanatorio en el que se convirtió el ministerio. No fueron, la campaña Nursing Now y con ella las enfermeras, merecedoras de unos minutos en los medios que tanto temen y a los que tanto miman. Posiblemente tuviesen miedo a una corriente de simpatía social hacia las enfermeras que estropease el funeral que habían escenificado y en el que ni tan siquiera hubo cortejo fúnebre para su entierro o incineración que no sabemos que se eligió, aunque sospecho que preferirían lo segundo ante una hipotética e indeseable resurrección de la campaña. Falta por saber que destino tendrían las cenizas. Casi mejor no saberlo, aunque tan solo sea por salubridad.

Así pues entre saludos, abrazos, besos, deseos de paz, felicidad y sobre todo mucha salud, de los pocos asistentes, que es lo que se hace cuando la suerte no nos acompaña, se diluyó la concurrencia, quedando una triste impresión de despedida que no de pérdida, porque no se puede perder aquello que no se tuvo y en España, Nursing Now, fue tan solo el sueño de una noche de verano que causó mucho ruido y pocas nueces a pesar de la importancia de llamarse Nursing Now (Ernesto), porque finalmente la fierecilla (enfermería) fue domada sin que se produjese tempestad ni trabajos de amor ganados, sino tan solo intenciones, ni tan siquiera bien intencionadas, remedando obras de William Shakespeare y Oscar Wilde, que al menos podemos referir como consuelo al olvido al que nos someten.

Poco más que añadir. Cada cual que lleve el duelo como mejor pueda o quiera, pero la realidad de la despedida es la que fue y con ella la importancia que se dio a la campaña Nursing Now España, con el postrero falso y triste adiós por parte de quien nunca creyó en ella, si bien, como sucede en casi todos los entierros, siempre se habla bien del muerto, aunque en vida se le haya ignorado o incluso vilipendiado. Nursing When?[2]

Pero no quisiera despedirme sin trasladar un desafío a la muerte y con ella al entierro forzado realizado a Nursing Now España. Para ello creo que nada mejor que el soneto sagrado de John Donne (1572-1631)[3]

 

«Muerte, no te enorgullezcas, aunque te llame alguno

poderosa y temible, pues no eres tales cosas;

porque aquellos que tu piensas que has derrotado,

no mueren, pobre muerte, ni a mí puedes matarme.

Del sueño y el reposo, de tu imagen solamente,

muchos placeres surgen de ti, mucho más debe fluir,

y pronto nuestros mejores hombres contigo acuden,

reposo de los huesos y liberación del alma.

Eres esclava del Destino, la Oportunidad, reyes, y hombres desesperados, con la guerra, el veneno y la enfermedad habitas; y amapola o encanto pueden hacernos dormir igualmente, y mejor que tus golpes, ¿por qué te jactas entonces?

Un corto sueño pasado, nosotros despertamos eternamente, y la muerte no será más; muerte, tú morirás».

Descanse en paz, o no…

[1] Pensador chino cuya doctrina recibió el nombre de confucianismo también llamado confucionismo.

[2] Enfermería cuándo?

[3] Poeta metafísico inglés de las épocas de la reina Isabel I (1559-1603), el rey Jacobo I (1603-1625) y su hijo Carlos I (1625-1642).

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