Revisión del código deontológico del CIE 2021https://bit.ly/3lXrozQ
Debería incorporarse la citada revisión en nuestro códico deontológico, como parte de la ética global y universal de los cuidados profesionales enfermeros.
Revisión del código deontológico del CIE 2021https://bit.ly/3lXrozQ
Debería incorporarse la citada revisión en nuestro códico deontológico, como parte de la ética global y universal de los cuidados profesionales enfermeros.
“Dignidad significa que me merezco el mejor tratamiento que pueda recibir”
Maya Angelou[1]
Las voces de protesta y disconformidad ante la anunciada ley de vivienda aún resuenan en espacios parlamentarios, políticos, de medios de comunicación, de cafeterías e incluso de sobremesas, aunque las mismas obedezcan más a una reacción de posicionamiento partidista e ideológico que al conocimiento real del contenido de lo que, de momento, tan solo es una propuesta que no ha sido tan siquiera debatida para poder ser aprobada y que, sin embargo, ya se anuncia va a ser recurrida. Sin duda todo un ejemplo de falta de respeto, aunque haya y sea saludable la diferencia; de coherencia, aunque existan planteamientos encontrados; de análisis, aunque se tengan visiones diferentes; de reflexión, aunque se parta de postulados distantes; de debate, aunque se tengan discursos opuestos. Dado que lo de menos es lo que se plantee solucionar. Lo importante es, finalmente, tener algo con lo que atacar al contrario, con lo que tratar de justificar el hecho de ser oposición, con lo que poder salir en los medios, con lo que disfrazar un liderazgo débil, con lo que ocultar la mediocridad. Se acusa de intervencionismo a la regulación. Como si cualquier norma, sea del tipo que sea, de la ideología de la que se impregne o de la tendencia política que la proponga, no fuese siempre una intervención. Pero una vez más intentan engañar, manipular y distorsionar, con el lenguaje demagógico y eufemístico que les caracteriza, dando por sentado, claro está, que la población, la ciudadanía, es tonta e incapaz de diferenciar, analizar, reflexionar y decidir por sí misma, tratándola de ignorante y manipulable, lo que en ocasiones logran, no sabemos si por cansancio o por conformismo.
Pero esto no es más que la tónica general de nuestra política y de nuestras/os políticas/os. La de la descalificación, el insulto, el despropósito del “y tú más”, la bronca permanente, el recurso zafio y fácil, la mentira sin sonrojo, el rechazo sin análisis, la oposición sin debate, la intransigencia sin ideas, el desprecio por despecho… todo con tal de alcanzar el poder para que quien ahora propone después actúe de idéntica o parecida manera por el simple hecho de pensar diferente. Pero lo hacen sin tener en cuenta los sentimientos, las emociones o las expectativas de quienes dicen defender. Realmente lo que hacen es utilizarlos para el logro de sus fines oportunistas y partidistas. El absolutismo de todo por el pueblo, pero sin el pueblo.
Y esta introducción, liberadora de un hartazgo permanente y de una rabia contenida que finalmente se desborda como consecuencia de tanta mediocridad e incapacidad, viene a cuento del análisis que pretendo hacer sobre otro tipo de alquiler que sigue vigente y que está sujeto a una regulación que sin duda está teniendo un alto coste para sus inquilinos, las enfermeras, y para la actividad que en sus dependencias se realiza, la formación de enfermería.
Porque las denominadas escuelas adscritas, dependientes de los sistemas de salud autonómicos con adscripción académica a alguna Universidad de la citada autonomía, no dejan de ser escuelas en alquiler. Alquiler que además, en muchas ocasiones, es abusivo y supone un coste muy importante para quien realmente sustenta el mismo que no es otro que la docencia y en su caso la investigación enfermeras.
Esta situación de arrendamiento es una rémora del pasado formativo enfermero que surgió como consecuencia del desarrollismo, fundamentalmente hospitalario, de la década de los años 60, en el que, ante la necesidad de una mano de obra técnica, se prodigaron las escuelas de Ayudantes Técnicos Sanitarios (ATS) dependientes de Hospitales y de las entonces denominadas eufemísticamente Ciudades Sanitarias, coincidiendo con una clara indefinición y heterogeneidad en cuanto a la titularidad de las citadas escuelas y la formación que en las mismas se daba, al margen de las universidades.
La entrada de los estudios de enfermería a finales de los 70 en la universidad vino a paliar, en parte y en apariencia, el problema de “la vivienda” para las enfermeras y la enfermería. Porque si bien es cierto que pudo contar, desde entonces, con “viviendas” propias en el entorno universitario, no es menos cierto que persistieron los “alquileres” de aquellas escuelas ubicadas en los servicios de salud y con “licencia” de la universidad de referencia a dicha institución.
Vaya por delante, para que no quepa duda alguna, que considero que en su momento dichas escuelas cubrieron un espacio fundamental dando respuestas excelentes y de excelencia en general. Pero este hecho no puede ni debe ocultar el dinamismo y desarrollo de la docencia y la investigación enfermeras en el seno de nuestra sociedad en general y de la universidad, en particular. Sin duda los aspectos, factores e incluso condicionantes que justificaron en su momento, no tan solo la existencia si no la permanencia, de estos “alquileres” docentes, en la actualidad no se dan e incluso me atrevería a decir que en muchos casos resulta anacrónica y perjudicial su existencia.
En primer lugar, hay que destacar que este hecho es paradigmático de Enfermería. No existe ninguna otra disciplina que esté sujeta a este tipo de alquileres y por tanto este hecho, por sí solo, ya es algo que debe identificarse como disfuncional y con muy pocos y débiles argumentos para su mantenimiento más allá de lo que debería contemplarse como un espacio temporal y razonable para llevar a cabo la normalización de una situación especial que ya ha dejado de serla y que, además, resulta totalmente incomprensible.
Es cierto que se han ido produciendo, de manera lenta pero progresiva, los procesos conducentes a integrar muchas escuelas adscritas a la universidad. Otra cuestión bien diferente es cómo se han llevado a cabo dichos procesos y cuáles han sido los efectos colaterales y los daños que los mismos han provocado y en qué situación, en muchos casos de clara vulnerabilidad, han quedado las escuelas que partían, generalmente, con una posición de prestigio y calidad, siendo reducidas, con su incorporación, a un apéndice de otras disciplinas con lo que supone de subsidiariedad, invisibilidad y pérdida de valor tanto académica, como social y profesional.
Las causas de dichos efectos son variadas y no siempre las mismas en todos los casos. Pero lo bien cierto es que salvo honrosas excepciones los traspasos, ni han sido modélicos ni mucho menos respetuosos con la disciplina, la historia y las/os profesionales inquilinos de dichas escuelas.
Como en tantas otras ocasiones, la política, perdón, la utilización partidista y torticera de la política por parte de quienes la manejan arbitraria e interesadamente, ha conducido a que se usaran las escuelas, hasta entonces gestionadas por los respectivos gobiernos autonómicos a través de sus servicios de salud, como armas arrojadizas o como un recurso molesto del que había que desprenderse de la forma que fuese y cuanto antes mejor.
Las Universidades receptoras, por su parte, tampoco es que se hayan esforzado demasiado en las condiciones en que acogían a las escuelas en sus centros. Durante muchos años habían estado disfrutando de las ventajas que suponía el recibir un “impuesto” considerable y muy ventajoso por el simple hecho de prestar su sello a la escuela adscrita, cuyo gasto era asumido por parte de los gobiernos autonómicos. Un negocio verdaderamente rentable y con escasas responsabilidades, más allá de la emisión de títulos. Un arrendamiento muy ventajoso para la universidad que no se preocupaba ni por el estudiantado ni por el profesorado, quienes no disfrutaban de las ventajas de la universidad por no estar siquiera en la universidad, salvo a nivel puramente administrativo.
Por otra parte, a la hora de llevarse a cabo la integración, normalmente, no se facilitan periodos transitorios que permitan a las/os profesoras/es, adquirir las acreditaciones para integrarse en la universidad, lo que automáticamente significa tener que volver a sus plazas asistenciales de las que un buen número de profesionales habían salido hacía muchas décadas, con lo que ello supone de incertidumbre y ansiedad para ellas/os y de distorsión para los centros en donde se integran, desplazando a profesionales cualificados y desestructurando los equipos, con el consiguiente perjuicio para la población, algo, parece ser, absolutamente menor para quienes toman tales decisiones. Fueron buenas/os mientras propiciaron que la universidad pudiese cobrar su “impuesto” pero no les sirven cuando dejan de cumplir con dicha utilidad mercantil. Por su parte la administración autonómica los utiliza como peones en el tablero de ajedrez del sistema sanitario, en el que, como cantaba Mecano, ser peón es lo más chungo en el ajedrez.
Es cierto que no se puede decir que se les engañe o se vulnere la legislación que regula su situación contractual. Ellas/os sabían que eso era posible, pero también tenían la esperanza, que como casi cualquier esperanza es vana y más si se basa en una decisión política, de que se contemplase un proceso menos traumático e incluso más respetable y amigable. Pero eso en política, está visto, que cada vez es menos probable e incluso más cuestionable.
Por otra parte, en aquellas universidades en las que no hay estudios de ciencias de la salud, la integración es antinatural al adscribir los estudios de Enfermería a Facultades o Departamentos absolutamente alejados, no ya de la Enfermería, sino tan siquiera de las ciencias de la salud, o de las ciencias de manera genérica. Esto provoca una clara invisibilización y una dependencia orgánica manifiestamente irregular y acientífica por parte de quienes, al menos en teoría, son crisol del conocimiento y la ciencia. Un claro despropósito que parece querer entrar en competencia con el ya descrito por parte de quien expulsa a los inquilinos, obligándoles casi a actuar de “okupas” en la universidad que les recoge, que no acoge.
Por su parte, en aquellas universidades en donde existen estudios de ciencias de la salud, la llegada de los inquilinos no es menos traumática y antinatural, ya que lejos de adquirir una identidad propia y diferenciada junto a dichas ciencias, son fagocitados y adscritos a espacios departamentales absolutamente alejados de la mínima coherencia científica. Otra forma de invisibilización y ocultación de algo que se asume como irremediable pero que, evidentemente, ni preocupa ni ocupa a quienes actúan como meros mercaderes del conocimiento.
Todo ello y con independencia de las opciones comentadas, teniendo en cuenta que los estudios que se integran suponen garantizar la matrícula de las plazas ofertadas y con ello “hacer caja” sin riesgos. Por eso los recogen, no nos equivoquemos. Por tanto, se trata de un negocio rentable para la universidad, sin que ello suponga el más mínimo esfuerzo por dotar del valor y el espacio que sería deseable, recomendable e incluso exigible para la disciplina enfermera.
Aspectos que, unidos al escaso interés de las enfermeras por integrarse en la universidad, dadas las dificultades de la carrera académica, y las diferencias de honorarios, acaban por provocar un claro déficit de enfermeras en las Facultades y Escuelas, que aprovechan otras disciplinas para ocupar las plazas convocadas, con la consiguiente y lamentable despersonalización y falta de contenido enfermeros, que incide de manera muy negativa en la formación de unas enfermeras que da la impresión que tan solo puedan trabajar en el sistema sanitario, lo que nos sitúa en el mismo nivel de hace años cuando surgieron las escuelas adscritas, para formar enfermeras tecnológicas en las que los cuidados quedan relegados.
La ANECA y sus leoninos criterios; la fuga de talento de la universidad, más preocupada de lograr matrículas que de retener a quienes puedan favorecer una reposición enfermera que garantice la calidad de la formación; la pasividad o la inacción de algunos equipos decanales que tan solo se preocupan por cubrir las plazas sin importar sus perfiles e idoneidad, son tan solo algunas de las razones que están poniendo en peligro lo que tanto costó lograr hace casi ya 50 años.
En resumidas cuentas, una deplorable gestión política de las/os responsables de la administración autonómica y un muy cuestionable comportamiento académico de quienes quieren aparentar una compostura y postura académica que muchas veces tan solo se queda en rituales decimonónicos con vestiduras talares que no logran ocultar las vergüenzas de su actuación.
¿Alguien, de verdad, considera que esta gestión sería posible realizarla con cualquier otra disciplina universitaria? ¿Alguien imagina esta actuación con medicina, farmacia, psicología, veterinaria…sin que el mero hecho de plantearla supusiese un escándalo? ¿Por qué entonces se consiente que se haga con enfermería? Porque sin duda esta actitud, por parte de unos y otros, es una clarísima muestra del respeto y valor que tienen hacia la enfermería y las enfermeras desde el mismo momento de su formación. Actitud que tendrá traslado posterior en el desarrollo profesional, por mucho que las enfermeras nos esforcemos en modificar esta percepción que, lamentablemente, acaba siendo trasladada a la sociedad para seguir alimentando y perpetuando los tópicos y estereotipos vigentes.
Pero con ser lamentable y peligroso todo lo comentado, aún lo es más el que estos hechos propicien un enfrentamiento entre enfermeras como consecuencia de una mal entendida competencia en base al establecimiento de rangos de dudosa calidad por el hecho de pertenecer a uno u otro tipo de escuelas o facultades, cuando, realmente, es un problema sobrevenido con el que las enfermeras hemos tenido que convivir como consecuencia de la incapacidad y los intereses de políticas/os y gestores académicas/os. No se trata de establecer una nueva parcela de cainismo enfermero, sino de unir fuerzas para lograr procesos dignos a la altura de la dignidad que tenemos y merecemos como ciencia, disciplina y profesión.
Se trata, por tanto, de un mal endémico en el que la falta de una “vivienda” digna en un “contexto” saludable, es decir de espacios naturales y adaptados a la realidad científica de la ciencia enfermera en entornos universitarios que propicien el respeto y la equidad interdisciplinar, provoca daños muy importantes. Lo que no se puede ni debe permitir es que se nos exija como a cualquiera, pero no se nos dé como al resto, en una academia que se presupone equitativa y democrática.
No se trata, por tanto, de responder con la descalificación, el insulto, el desprecio o la falta absoluta de respeto ante semejantes tropelías administrativo-académicas, como hacen los políticos en su particular y dudosa interpretación del debate político, sino de PLANIFICAR, las decisiones a adoptar desde la coherencia, el rigor, el respeto y el compromiso de facilitar la participación de cuantos agentes intervienen o se ven afectados, de una u otra forma, en los procesos. Lo contrario conduce a resultados precipitados, ineficaces e ineficientes que perjudican a todas las partes.
Desde la seriedad y el rigor que debería imperar en cualquier asunto, pero muy particularmente en aquellos en los que la ciencia y la conciencia están implicadas, es recomendable abandonar la posibilidad de que emerjan “fondos buitres” que dejen a enfermería y a las enfermeras sin la vivienda académica, científica y social que le corresponde y que nadie, absolutamente nadie, debería poner en peligro nunca. Lo triste es que se tenga que rogar por algo que nos corresponde, cuando nunca deberíamos sacrificar nuestra dignidad por dicho destino.
No creo que haga falta una ley, como la que trata de garantizar un derecho constitucional como la vivienda, para resolver estos problemas. Tan solo sería necesario que el sentido común y el respeto alimentasen la coherencia para facilitar transiciones razonables que acaben con situaciones claramente anacrónicas. De cualquier forma, lo que está verdaderamente en juego en este caso, más allá de la “vivienda”, es la salud, que es otro derecho universal y constitucional que ya tiene ley propia y que estaría bien que se respetase sin despreciar la formación de sus profesionales.
[1] Escritora, poeta, cantante y activista por los derechos civiles estadounidenses.
“Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca debemos perder la esperanza infinita”
Martin Luther King[1]
La remisión de la pandemia y las altas tasas de vacunación alcanzadas, están propiciando que se anuncie la recuperación de una normalidad de la Atención Primaria que nunca debió perderse.
Digo que nunca debió perderse porque la utilización, que no el uso, que de la Atención Primaria se ha hecho por parte de las/os gestoras/es tanto políticas/os como sanitaras/os, ha sido, cuanto menos cuestionable.
Nadie pone en duda, y tampoco lo haré yo, que la situación provocada por la pandemia obligaba a tomar decisiones en muchas ocasiones precipitadas y sin fundamento dada la incertidumbre que la pandemia generaba. Pero este hecho no puede, mejor dicho, no debería haberse utilizado como mantra para mantenerlas o incluso empeorarlas, tal como lamentablemente se ha hecho.
El cierre indiscriminado y precipitado de los centros de salud generó un impacto negativo en la salud de las personas, las familias y la comunidad a las que se atendía desde los mismos. Si además añadimos que la información fue insuficiente, confusa y en muchas ocasiones innecesariamente alarmista, nos encontramos ante una situación que lejos de proteger, lo que hizo fue desamparar y provocar mucha incertidumbre.
Por una parte, la población desconfiaba de los centros de salud al percibir, más como efecto de las decisiones que se tomaban que por la acción real de las/os profesionales de salud, que no se tenían ni los medios suficientes y necesarios ni las ideas claras de cómo combatir la pandemia. De otra parte, desde los centros de salud, se desconfiaba de la población al percibir que no se asumía la responsabilidad necesaria por parte de esta para protegerse y protegerlos de los contagios.
Como consecuencia de ambos que, además, actuaban con efecto multiplicador al coincidir en el tiempo, se producía un claro y negativo efecto sobre dos principios éticos como son los de autonomía y beneficencia. El de autonomía al verse inculcado el derecho a participar en la toma decisiones ya que las medidas de confinamiento que el mismo generaba, de pérdida de comunicación, la limitaban si no anulaban claramente. Por otra parte, se pasaba de una atención integral a una sanitarista y fragmentada; de la atención familiar, a la exclusivamente individual y con muchas limitaciones, en la que, además, se trasladaban deberes imperativos y exigencias imposibles sin tener en cuenta, en la mayoría de los casos, aspectos de vulnerabilidad, marginalidad, pobreza… que provocaban importantes impactos negativos en las personas y familias que los sufrían. Nada más lejos de la realidad el pensar que la pandemia actuaba de manera igual para todos. En absoluto.
Se maniató a las/os profesionales de los centros de salud a la hora de interactuar con la comunidad. Se generó una barrera invisible, pero perceptible, entre el centro de salud como recurso y sus profesionales como referentes de salud de las personas, las familias y la comunidad a la que atendían de manera directa. Las restricciones, las trabas de acceso, las dificultades de comunicación, la ausencia de contacto directo, fueron alejando tanto física como emocionalmente a la población de los profesionales y a estos de la población, provocando cada vez más desconfianza y con ello aumentando los niveles de incumplimiento de lo que percibían como normas de coacción.
La atención domiciliaria y la atención familiar se vieron claramente restringidas y con ello se dejaron de atender múltiples problemas de salud que no es que desapareciesen. Simplemente se consideró que podían esperar ante lo que pasó a ser foco exclusivo de atención, la COVID.
Por su parte las intervenciones comunitarias quedaron anuladas e incluso “prohibidas” lo que contribuyó a un cada vez mayor aislamiento y con él a una ausencia de información, o lo que es peor, a una información escasa y distorsionada que generaba una creciente incertidumbre y alarma, alimentada, por otra parte, por determinados medios de comunicación y redes sociales.
Los rastreos primero y las vacunas después, se encargaron de transformar a las enfermeras en técnicas rastreadoras y vacunadoras respectivamente. Como si la vigilancia epidemiológica que representaban los rastreos o la planificación para la vacunación de las campañas, fuesen algo absolutamente ajeno a su competencia, dejando reducida su acción a aspectos meramente mecánicos. Además, claro está, de monopolizar toda la actividad de los centros de salud a estos cometidos, con consecuencias claramente negativas para la atención integral a la comunidad.
Tal como ya he comentado en alguna ocasión y como dijese Warren Beatty[2], la pandemia, como la marea, cuando baja o remite, deja al descubierto a quienes estaban bañándose desnudos. Y eso es lo que está sucediendo ahora, que al remitir la pandemia aparecen y se hacen visibles los déficits, las desnudeces de atención, los problemas emergentes, la carencia de cuidados, el incremento de casos de determinados problemas de salud… Y los datos, siempre los datos impersonales, anónimos, faltos de emociones y sentimientos, pero crudos, precisos y dolorosos, nos devuelven a una realidad que la pandemia ha invisibilizado que no eliminado. Así nos encontramos con un aumento de la violencia de género, un incremento de los casos de cáncer que no se diagnosticaron precozmente, un aumento alarmante e problemas de salud mental, un abandono de la atención paliativa y el duelo, claras muestras de disfuncionalidad en las dinámicas familiares, una soledad que se ha visto agravada por los confinamientos, un deterioro en la salud de las cuidadoras familiares que han visto incrementado su estrés sin recibir respuestas de apoyo formal de las/os profesionales, una pobreza que incide en la desigualdad y la vulnerabilidad…
Ante todo este panorama, ahora se anuncia, como si de la llegada de un circo se tratase, la recuperación de actividad de la Atención Primaria. ¡¡¡Pasen señoras y señores, niñas y niños, pasen y vean!!!
Pero ¿qué Atención Primaria vuelve? ¿La que teníamos antes de la pandemia? ¿La resultante de la pandemia? ¿La prometida en el Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria? Este es el problema.
Porque la Atención Primaria, ha quedado muy tocada y, al menos de momento, no existen indicadores que permitan aventurar que el regreso de la Atención Primaria vaya a ser positivo y redentor, sino más bien desalentador y pecador. Las declaraciones de intenciones como la Declaración institucional del ministerio de sanidad y las consejerías de sanidad y salud de las comunidades autónomas y ciudades con estatuto de autonomía[3], no deja de ser como un clavo ardiendo al que agarrarse para no caer en la absoluta desesperanza. Pero obras son amores y no buenas razones, como dicta el siempre certero refranero español. Y no es que quiera ser pesimista, es que los hechos, por repetidos, no permiten tener una fe en la que basar expectativas en este sentido.
Volver a empezar como si nada hubiese pasado es un gran error que la Atención Primaria, pero sobre todo sus profesionales, no se pueden ni deben permitir.
El contexto de cuidados que nos deja la pandemia como consecuencia de los múltiples y no suficientemente ponderados efectos colaterales que la misma está provocando, algunos de los cuales ya han sido referidos, debería ser razón suficiente, aunque no exclusiva, para plantear un regreso menos conformista y más exigente, con menor alegría y mayor rigor, con menos inmovilismo y mayor dinamismo de cambio, con menos política en la salud y más, mucha más, salud en las políticas, con menor improvisación y mayor planificación, con menos demagogia y más concreción, con menos eufemismos y más realidades, con menos falsos halagos y más hechos concretos, con menos héroes y heroínas y más profesionales. Lo contrario nos volverá a situar en la subsidiariedad con el hospital, el asistencialismo y la enfermedad, la medicalización y la tecnología, la fragmentación, la falta de participación, la dependencia, la incomunicación, aunque haya presencialidad, la ausencia de continuidad de cuidados…
Las enfermeras comunitarias tenemos la responsabilidad ante las personas, las familias y la comunidad a quienes nos debemos, de dar respuestas eficaces, efectivas y eficientes en este esperado regreso de la Atención Primaria.
Actuar como simples y obedientes ejecutoras de lo que otros digan, sin proponer cambios, sin resistirse a la irracionalidad, sin posicionarse contra el continuismo, sin asumir responsabilidad, sin identificar oportunidades, sin valorar las consecuencias, siendo políticamente correctas, tan solo nos situará como cómplices de un infructuoso y fracasado regreso por mucho que se anuncie a bombo y platillo. No actuemos de comparsas del espectáculo en el que quieren convertir el regreso de la Atención Primaria, cuando no tienen para ello ni las ideas, ni las estrategias ni mucho menos los actores y actrices que permitan garantizar un mínimo éxito. Cabe recordar que a estas alturas sigue sin concretarse, por ejemplo, la realización de la prueba extraordinaria de acceso a la especialidad permanentemente pospuesta, o sin crear plazas específicas de especialistas en los centros de salud y cómo va a articularse su actividad con las enfermeras comunitarias sin especialidad.
El regreso de la Atención Primaria tan solo debería llevarse a cabo desde el reconocimiento del agotamiento del anterior modelo, que permita revitalizar su puesta en marcha.
Ahora más que nunca se precisa contar con las enfermeras para dar respuestas eficaces a las demandas de cuidados que plantea la sociedad en su regreso a la normalidad. Normalidad cargada de nuevas necesidades que no pueden ser cubiertas desde los planteamientos de la caduca Atención Primaria anterior a la pandemia.
Se requiere una atención en la que las enfermeras abandonen la fragmentación para situarse en una atención integral a lo largo de todo el ciclo vital de las personas, desde antes de nacer a después de la muerte, que garantice la continuidad de cuidados y permita la intervención individual y personalizada, familiar y comunitaria, de manera integral, integrada, integradora, longitudinal y participativa. Hay que abandonar el mimetismo con el que se actúa tomando como referencia la actividad médica, cuando se parte de paradigmas diferentes y diferenciados.
Una atención enfermera que abandone la ética de mínimos y se implique responsablemente en la respuesta a las necesidades sentidas de la población en y con la comunidad, saliendo de la zona de confort del centro de salud como nicho ecológico o reducto de atención, para llevarla a cabo allá donde las personas viven, conviven, trabajan, estudian… de manera activa y participativa y con una perspectiva salutogénica en la que la promoción de la salud y la educación para la salud sean ejes transversales de toda la acción transformadora de alfabetización capacitadora en salud para lograr la mayor autogestión, autodeterminación y autonomía posibles. Identificando, movilizando y facilitando el acceso a los recursos comunitarios y una intervención intersectorial y multicultural. Respetando y garantizando la equidad, la igualdad y la libertad de las personas en su acceso a la salud. Trabajando de manera autónoma y científica al tiempo que transdisciplinar en base a objetivos comunes de todo el equipo que den respuestas eficaces a la comunidad.
Una atención que se base en evidencias científicas como resultado de las investigaciones en las que participan las enfermeras comunitarias o que han sido desarrolladas por ellas.
Gestionando los cuidados que prestamos desde el paradigma propio enfermero, desde principios éticos que garanticen los derechos a la salud, la vida, la muerte y la participación en las decisiones, que en cada caso correspondan, a las personas que les afectan, desde el respeto que merecen las mismas.
Con capacidad para acceder a los máximos puestos de responsabilidad y toma de decisiones en todos y cada uno de los niveles y ámbitos en los que se estructure u organice la Atención Primaria.
Durante esta pandemia hemos alcanzado una visibilidad, una referencia y un valor que no podemos despreciar o dejar diluir con el tiempo. Nadie debería decir nunca más que la Atención Primaria que se necesita y en la que creemos las enfermeras comunitarias es un destino de paz, tranquilidad y retiro, pero sí podemos lograr que sea un destino de ilusión, compromiso, motivación, desarrollo y acción en la que creer y por la que trabajar en y con la comunidad.
Finalmente se trata de creer que somos capaces de generar una resiliencia que, hasta la fecha y más allá de las palabras en forma de promesas electorales o electoralistas, de políticas/os, no han sido capaces, ni han tenido la voluntad, que todo hay que decirlo, de impulsar y con la que motivar a quienes realmente tienen la capacidad de ponerla en marcha si se dieran las condiciones para hacerlo y se eliminaran los condicionantes que lo impiden.
Las enfermeras, en cualquier caso, no podemos permanecer a la espera. Debemos ser activas, proactivas, activistas e impulsoras decididas de los cambios necesarios. El Marco para hacerlo puede estar escrito, pero si no somos capaces de salir del mismo para situarnos en el escenario real en el que hay que concretarlo, la Atención Primaria seguirá siendo un retrato con muchos filtros y retoques de Photoshop para lucir en el marco como recuerdo de lo que pudo ser y no fue o de lo que quiso ser y no se dejó que fuese.
¿Asumimos la responsabilidad, el coraje, la fuerza, la ilusión y la competencia para hacerlo o preferimos seguir viendo la imagen deseada en el marco?
Parafraseando a John Wooden[4] “no dejemos que lo que no podemos hacer interfiera con lo que podemos hacer”. ¡¡¡¡Y podemos hacer tanto!!!! Tan solo falta saber si queremos.
No se trata de ganar un Oscar como hiciera la película que da título a esta entrada. Aunque las actrices y actores que hacen posible la Atención Primaria lo merezcan y quienes todavía actúan como espectadores pasivos, también, la dirección y el guion que se impone, así como la falta de financiación, lo impiden y pone en peligro la calidad de aquello que se está en disposición de ofrecer.
Cualquier tiempo pasado no fue mejor. Por lo tanto, no nos engañen con este reestreno de volver a empezar. Porque por bueno que fuese, en su tiempo, ahora lo que toca es creer, transformar, innovar, adaptar, responder, atender… estrenar la nueva y necesaria Atención Primaria de Salud y Comunitaria.
[1] Pastor y activista estadounidense de la Iglesia bautista que desarrolló una labor crucial en Estados Unidos al frente del movimiento por los derechos civiles para los afroestadounidenses.
[2] Actor, productor, guionista y director de cine estadounidense.
[3] https://www.mscbs.gob.es/gabinete/notasPrensa.do?id=5501
[4] Entrenador de baloncesto estadounidense considerado el mejor entrenador de la historia de la NCAA.
“El verdadero odio es el desinterés, y el asesinato perfecto es el olvido.”
Geoge Bernanos[1]
Estamos alcanzando la denominada nueva realidad, es un hecho. Aunque mucho me temo que realmente de lo que se trata es de la realidad de siempre, con los tópicos, los estereotipos, las ausencias, las presencias, los olvidos, las ignorancias, de siempre, o lo que es lo mismo, la coherencia, la referencia, la visibilidad, el respeto, el conocimiento… siempre ausentes.
Con la pandemia más controlada y los riesgos para la salud comunitaria menos presentes, que no ausentes, las medidas de vigilancia, control, restricción… se relajan. Pero la relajación y con ella la alerta mantenida para trasladar un discurso que pareciese nuevo, reformador, conciliador, equitativo, objetivo… se va diluyendo y aparecen los viejos y permanentes mensajes de una normalidad que ni es nueva ni deseable.
Y, claro está, en esa normalidad del discurso y de las decisiones, desaparecemos las enfermeras. Dejamos de ser heroínas, incluso dejamos de ser rastreadoras y vacunadoras, para pasar de nuevo a la retaguardia de la oscuridad, de la ignorancia, del olvido, de la subsidiariedad. En definitiva, del desprecio, por cuanto no lo hay mayor que no hacer aprecio. Pero no un aprecio falso, interesado, de circunstancias o de oportunismo, como el que se ha utilizado durante la pandemia, sino un aprecio valorativo, de respeto, de reconocimiento, de identificación, por lo que se es y lo que se aporta.
Mientras les hemos resultado útiles a sus intereses políticos, personales y partidistas, derivados de la tensión, la incertidumbre o la presión de la pandemia, nos han adulado hasta el punto de convertirnos, sin quererlo, en heroínas. Cuando han identificado que la situación ya no requería modular sus discursos para lograr sus objetivos, se han relajado y en dicha relajación ya no incorporan de manera artificial a las enfermeras y dejamos de tener los poderes que supuestamente nos concedieron con su interesada generosidad Sencillamente dan rienda suelta a su pensamiento excluyente y exclusivo sobre salud, sanidad y profesionales, dejando al descubierto sus intenciones y sus elecciones, que acaban siempre en idéntico punto del que se partió al inicio de la pandemia, que se sitúa en el modelo caduco, ineficaz e ineficiente de un Sistema Nacional de Salud (SNS) anclado en el asistencialismo, la medicalización, la fragmentación, la tecnología y la jerarquización médicocentrista, que desprecia el cuidado profesional, la atención primaria, la promoción y la participación.
Los efectos de la pandemia sobre el SNS han sido demoledores y las decisiones centradas exclusivamente en la epidemiología de la enfermedad y la hospitalización, han relegado a la Atención Primaria y a sus profesionales a un nivel absoluto de subsidiariedad, en el mejor de los caos, cuando no de infrautilización de sus capacidades competenciales. La población, por su parte, ha sido identificada exclusivamente como receptora pasiva de las normas impuestas, sin una adecuada información y con una absoluta limitación de participación, en una situación generadora de incertidumbre, temor y alarma que se veían incrementadas por los efectos de los confinamientos y las restricciones. Todo lo cual provocaba efectos de “rebote” que se traducían en sucesivas olas de contagio como consecuencia de una deficiente y culpabilizante información que se utilizaba como excusa, por parte de políticos y gestores, para justificarlas.
Ante este panorama que trataba de maquillar los defectos del SNS, se utilizó a las/os profesionales para desviar la atención sobre los mismos, usando para ello mensajes grandilocuentes como los ya comentados que lo único que lograban es ejercer, si cabe, una mayor presión sobre ellas/os.
Ahora que los datos parecen apuntar hacia una lenta y progresiva mejoría de la situación, se plantean acciones aparentemente muy llamativas pero que indudablemente parten de las premisas impuestas por el modelo imperante del que, por otra parte, ya nadie parece acordarse de lo que dijeron sobre la necesidad de acometer una profunda revisión y posterior reforma del mismo. Como si el paso de la pandemia fuese un mal sueño que se puede olvidar también para retomar la normalidad de la mediocridad en la que algunas/os parecen sentirse tan cómodas/os.
Las decisiones destinadas a distraer y aparentar un interés reformista han venido siendo una constante. Tan solo hay que recordar las famosas Comisiones para la Reconstrucción o la Comisión para la Reforma del SNS. Como ya dijera William Shakespeare, mucho ruido y pocas, en este caso muy pocas, nueces. Pero al menos sirvieron para distraer nuevamente la atención de quienes creyeron que esta vez si era posible un cambio tan urgente, como necesario y pertinente. Pero ya se sabe que doctores tiene la Iglesia y, en este caso, Ministras y Ministros los Ministerios, que se esfuerzan para que la coherencia y el sentido común tengan cada vez menos cabida en sus decisiones.
Pero más allá de declinar en sus tozudos, inoperantes y carísimos planteamientos, reinciden en ellos, posiblemente en un intento por seguir aparentando la pertinencia de sus puestos y sus decisiones. No se les puede negar una inquebrantable voluntad en este sentido. Lástima que sea todo tan estéril como conocido.
Las últimas acciones las podemos concretar en la reciente constitución de dos nuevas comisiones, que tanto les gustan a pesar de los paupérrimos resultados que generan.
Por una parte, desde el Ministerio de Igualdad, se ha creado la Mesa Asesora para los cuidados, que aglutina agentes profesionales y ciudadanos muy diversos y cuenta con la participación de ministerios como Trabajo y Economía Social, Ministerio de Educación y Formación Profesional, Ministerio de Inclusión y Seguridad Social o el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, con el objetivo de poner en marcha un mecanismo participativo, de carácter estable, que acompañe al Ministerio de Igualdad y su agenda vinculada a las políticas de cuidados desde una perspectiva “experta” y “activista”. Acompañamiento en el que, misteriosamente o no tanto, no se cuenta con el Ministerio de Sanidad, en un tema que evidentemente no es solamente, ni tan siquiera principalmente, del ámbito de la Sanidad, pero que nadie puede obviar u olvidar que algo tendría que decir, aportar o sugerir. Simplemente es un claro ejemplo de la utilización partidista que, de temas tan relevantes, como los cuidados, se hace por quienes se sitúan en una u otra parte del gobierno de coalición, en una clara muestra por demostrar poder e influencia, como resultado de las diferencias de planteamiento ante él. Mesa, por otra parte, en la que tan solo hay una enfermera. Se puede pensar que menos da una piedra. Pero pasa como con la pedrea de la lotería, que no contenta a nadie sirviendo tan solo como consuelo y resignación, traducido en la falsa y aparente manifestación de alegría por poseer salud. En cualquier caso, no deja de ser un malogrado comienzo que trasluce claras diferencias de planteamiento, abordaje y objetivos, que acabarán traduciéndose en nuevos resultados fallidos, de estas fallidas, aunque aparentes, propuestas.
La otra apuesta es la realizada por el Ministerio de Sanidad, no se sabe si como respuesta de fuerza ante la anterior, con la creación del Comité para Evaluar la COVID-19. Evaluación que la Ministra de Sanidad y su equipo, consideran debe centrarse en la economía y la epidemiología que son las disciplinas de las/os expertas/os elegidas/os para tal fin. Olvidando, o lo que es casi peor, ignorando, los cuidados y la relevancia que estos y sus principales protagonistas, las enfermeras, han tenido durante toda la pandemia. Parece como un intento de revancha ante la exclusión del Ministerio de Sanidad de la Mesa para los cuidados, dejando fuera a estos y con ellos a las enfermeras.
En definitiva, la licencia para olvidar, se convierte en una poderosa arma de ataque y contraataque que genera un permanente fuego cruzado que suele acabar provocando efectos colaterales que se asumen como inevitables e incluso como necesarios para los intereses de unas/os y otras/os. Porque unas tratan de ocultar los cuidados profesionales tras un planteamiento político reivindicativo de los cuidados que es lícito e incluso necesario, pero que nunca debería suponer la utilización de unos contra otros. Los cuidados son universales y responden a la fragilidad humana y por tanto todas/os tenemos el derecho de cuidar, pero el cuidado profesional no es suplantable y mucho menos puede ser olvidado. Otras/os, por su parte, olvidan desde el inicio los cuidados, anteponiendo la evolución de la economía y de la enfermedad, como elementos exclusivos de evaluación, sin reparar en que tanto las consecuencias sobre la economía como sobre la enfermedad generan fragilidad y como consecuencia la necesidad de cuidados profesionales.
Pero, volviendo al símil de las piedras, según el cual nos conformamos o consolamos diciendo que menos da una piedra. Recientemente una muy querida amiga me decía que sí, pero que cuándo íbamos a dejar de ser piedras y tratar con semipiedras. A lo que le respondí que cuando las enfermeras seamos como rocas en lugar de como granitos de arena. Porque finalmente ese es el juego de quienes tienen el poder de olvidar y con él de olvidarnos.
Siguiendo con la metáfora, actúan como si estuviesen en la playa en donde las enfermeras somos la arena. Arena que es muy numerosa, pero muy sencilla de manejar para quienes tienen la habilidad de construir castillos con ella que finalmente o son abandonados o destruidos por las olas. Si queremos contener la fuerza de las olas y con ella la destrucción que provocan, debemos transformarnos en rocas que conformen un rompeolas que las contenga.
Finalmente, en los juegos palaciegos en los que se entretienen las/os políticas/os, se llegan a creer agentes 007 con licencia para olvidar, que lamentablemente es tanto como tener licencia para matar, pues el olvido supone irremediablemente la muerte de aquello que se quiere olvidar de manera premeditada y voluntaria como es el caso del olvido o ignorancia que hacia los cuidados y las enfermeras hacen unas y otros de manera tan natural al tiempo que despiadada. Olvido que supone un grave perjuicio para el SNS, para las personas, las familias y la comunidad que los necesitan, pero que parece importarles bien poco, visto lo visto.
Sin embargo, y al contrario de lo que sucede en las películas del famoso espía británico, los efectos especiales empleados por las/os políticas/os metidas/os a espías, en forma de argucias, engaños y mentiras o verdades a medias, no van a ser capaces de disimular los daños que generan sus cuitas y batallas, porque ni los cuidados ni las enfermeras van a poder ser olvidados por mucho que ellas/os crean tener licencia para olvidar y con ella para matar. Y es que, tanto las enfermeras como los cuidados profesionales que prestamos, estamos, como en la última película de James Bond, sin tiempo para morir.
Al fin y al cabo, como sucede con los actores que encarnan al agente secreto, las/os políticas/os, son perecederas/os, cambian cada cierto tiempo. Nosotras las enfermeras y los cuidados enfermeros NO, perduramos a su mediocridad y sus artimañas y su licencia no logra el objetivo del olvido porque cada vez somos más rocas y menos arena.
[1] Novelista, ensayista y dramaturgo francés.
Pero los sentimientos no pueden ser ignorados, no importa cuán injustos o ingratos nos parezcan.
Diario de Ana Frank[1]
Tengo la impresión de que ya no se pueden alcanzar cotas mayores de despropósito, descrédito, descalificación y desprecio en el discurso político. Pero como sucede con los récords en el deporte, siempre hay alguien que logra superarlos a pesar del último alcanzado. Para lograrlo es necesario tener condiciones físicas y mentales excelentes y una enorme preparación y entrenamiento. No sé si en política se sigue idéntica dinámica en la dialéctica política con la que superar la última barbaridad pronunciada. Pero lo bien cierto es que siempre hay alguien que sorprende y alcanza la dudosa honra de destrozar el récord anteriormente alcanzado por el/ella mismo/a o por algún enemigo político como se gustan llamar, lo que ciertamente ya les separa de una competición basada en eso que ahora se ha venido en llamar el fair play y que en castellano llamamos juego limpio.
En este frenético intento por superarse últimamente hemos asistido atónitos, al menos algunos, a un nuevo y sorprendente récord.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, la Señora Ayuso, en un pleno de la Asamblea y en contestación a una intervención previa de una parlamentaria en la que le trasladaba los sentimientos de una niña residente en la Cañada Real, se superó nuevamente a sí misma y contestó que ella no gestionaba sentimientos y que desde su más tierna infancia su máximo deseo fue que la izquierda nunca llegase al poder.
Ese mismo día, pero en este caso en el Congreso de los Diputados, una Diputada socialista, Laura Berja, estaba defendiendo una proposición de ley para penalizar la intimidación a las mujeres que acuden a abortar, cuando una señoría del grupo parlamentario de VOX, José María Sánchez García, vociferó refiriéndose a la diputada, el epíteto de “Bruja”, logrando un nuevo y patético récord en la cámara de representantes que, en teoría al menos, están para defender los derechos y oportunidades de toda la ciudadanía. Todo un alarde en la dialéctica política en clara contraposición a la oratoria parlamentaria utilizada en tiempos no tan lejanos, en los que el debate político se basaba en el respeto sin que ello supusiese una ausencia del necesario y rico debate político entre adversarios que no enemigos.
Este relato puede parecer que se aleje del contenido que en mis reflexiones semanales realizo semanalmente sobre salud o enfermeras. Como si lo expresado no tuviese relación alguna con la salud comunitaria o si lo que trasladan dichos discursos no influyesen en la salud comunitaria.
Para mí, dichas manifestaciones van mucho más allá de la aparente confrontación política y suponen ataques directos a la convivencia, el respeto, la solidaridad, la equidad y en general a los derechos humanos y a la dignidad humana.
Que una política con las altas responsabilidades que ostenta la Señora Ayuso, diga que no está para gestionar sentimientos es una clara y meridiana declaración de intenciones sobre lo que para ella es la ciudadanía, es decir, un mero instrumento para sus intereses y cómo gestionarlos. Como si sus decisiones pudiesen separarse, como si de una disección se tratase, de la influencia que los mismos ejercen en los sentimientos de las personas. Automáticamente se convierten, desde la asunción de ese planteamiento, en decisiones deshumanizadas, pues los sentimientos, al igual que las emociones, forman parte, le guste o no a la Señora Ayuso, de las personas. De todas las personas, sean estas afines a sus ideas o pertenezcan o no a su partido, a su clase social, a su religión, a su raza, a su misma condición sexual o hablen otra lengua que no sea la suya. Todas ellas tienen sentimientos que influyen y les hacen alegrarse o sufrir, reír o llorar, ser optimistas o pesimistas, motivarse o frustrarse… según influyan en ellas las decisiones que políticas/os como la Señora Ayuso toman y que supondrán que esas personas, a las que parece querer anular sus sentimientos, tengan capacidad de trabajar, ser libres, tener una vivienda digna, poder comer saludablemente, tener acceso a servicios públicos esenciales … entre otros muchos derechos a los que tantas personas no pueden acceder como consecuencia de decisiones tomadas al margen de los sentimientos. Posiblemente porque consideran que dichos sentimientos influyen negativamente en el balance de beneficios, en intereses comerciales o empresariales, en la cuenta de resultados o en la imagen del maquillaje urbano que utilizan para su beneficio. Sentimientos que no se pueden anular, ocultar ni ignorar. Empezando por los de la propia Señora Ayuso que, si no es capaz de gestionarlos adecuadamente, porque los inhibe, se convierte en una política deshumanizada y, por tanto, peligrosa para la salud de la ciudadanía y de la comunidad en su conjunto. Como expresara Friedrich Nietzsche[2] “Los pensamientos son las sombras de nuestros sentimientos; siempre más oscuros, más vacíos y más simples”.
Dicha actitud al margen de los sentimientos, posiblemente, sea la razón por la cual tomó la decisión de cerrar centros de salud durante la pandemia que posteriormente no reabrió o que mantenga condiciones precarias para quienes trabajan en dichos centros. Centros en los que, por otra parte, se atienden, y abordan sentimientos muchos de los cuales están alterados precisamente como consecuencia de las decisiones de quien paradójicamente es su presidenta. Sentimientos a los que no pueden ni deben ser ajenos/as los/las profesionales y de manera muy singular, las enfermeras. Enfermeras que hablan, escuchan, comprenden, dialogan, oyen…para tratar de comprender, empatizar, acompañar… los sentimientos de las personas con el fin de contribuir a mejorar sus condiciones de vida favoreciendo el desarrollo de salud con vistas a proteger, promover, prevenir y limitar los problemas de salud y reforzar la conciencia, el autoconcepto, el modo de vida y el bienestar. Todo lo cual puede que sea visto por parte de la Señora Ayuso como un problema para su gestión, porque en definitiva lo que pretenda sea convertir a los centros de salud en espacios deshumanizados en los que el asistencialismo, la medicalización, la tecnología, la farmaindustria… sean los ejes de un modelo que encaja con los intereses de empresas privadas al acecho de poder gestionarlos al margen de esos sentimientos de los que tanto quiere alejarse. O bien porque considere, como ella misma expresó, que dichos sentimientos forman parte del ideario de izquierdas que con tanto empeño se propone alejar del poder desde su más tierna infancia o que se trata de cursilerías que nada tienen que ver con la gestión política a la que sitúa en una clara dicotomía con los sentimientos, como si fueran excluyentes entre sí.
En cualquier caso, la ausencia de sentimientos que la Señora Ayuso utiliza como eficacia y eficiencia de su gestión política puede estar claramente influenciada por la obstinación en apartar de su infancia pensamientos, juegos, sentimientos infantiles para dejar hueco a lo que considera su máximo interés, es decir, alejar o impedir que la izquierda, cual el lobo feroz de caperucita, le inquietase en el pasado, presente y futuro. Cualquier psicoanalista seguro que vería en dicho comportamiento perfiles alejados cuanto menos de una adecuada y equilibrada salud mental tratándose de pensamientos en una etapa vital tan importante para el desarrollo como la niñez. No sé si se podría hablar de traumas infantiles. Pero que ella asuma y presuma como mérito personal el tener en mente dicha aversión a la izquierda cuando por otra parte acusa a esa misma izquierda de que la homofobia no existe y tan solo está en su mente, no deja de ser preocupante. Dejémoslo ahí.
Por su parte el Señor José María Sánchez García, en su incontinencia verbal, producto de una vehemencia incontrolada o calculada, que todo puede ser, se alineaba con las manifestaciones de la Señora Ayuso, al desterrar los sentimientos como parte indisoluble de la condición humana y entender que tan solo aquello que coincida con sus creencias y convicciones es justo, deseable e imponible para el conjunto de la ciudadanía al margen, claro está, de los sentimientos que en una decisión individual y libre como la de abortar tanta importancia tienen. Sin tener en cuenta la lucha que supone para la mujer dicha decisión, con pensamientos encontrados, sufrimientos derivados y miedos no calculados, en una sociedad en la que algunas/os rechazan, critican y desprecian dichos sentimientos, asimilándolos con el asesinato y el pecado y criminalizando, increpando y acusando desde sus creencias y convicciones.
Un representante público que en el ejercicio de su cometido político utiliza como único argumento de la propuesta presentada por una adversaria política, el insulto y la descalificación, tildándola de bruja, tal como se acusaba durante la santa inquisición a las mujeres que leían, pensaban u opinaban y que acababan en la hoguera como único y santificador remedio para la amenaza que supuestamente representaban.
La inquisición desapareció y con ella el sacrificio del fuego purificador, pero parece que permanece viva en la memoria de determinadas personas que, si bien no prenden hogueras de leña, siguen estigmatizando y sacrificando a las mujeres en nuevas y terribles hogueras ideológicas, que se alimentan del machismo que niegan quienes lo ejercen pero que mata a quienes lo padecen.
De nuevo, en este caso, resulta imprescindible que las enfermeras, más allá de creencias, ideologías, dogmas o religiones, valoremos la importancia de identificar, priorizar y atender los problemas de salud que muchas mujeres padecen y que suponen un clarísimo desequilibrio de sus sentimientos. No se trata de una opción, si no de una obligación que debe ser asumida con la responsabilidad profesional que tenemos y a la que nos debemos. Ayudar, apoyar, facilitar a una mujer en momentos tan duros como puede ser el de tomar la decisión de abortar es cuidarla de manera integral, integrada e integradora teniendo en cuenta y respetando sus sentimientos, aunque puedan estar en contra de los nuestros. No se trata de aceptar su decisión si no de respetarla para que la misma no suponga un riesgo añadido a su salud ni como persona, ni como mujer.
En este mismo sentido, la utilización que se está haciendo por parte de muchos profesionales médicos de la objeción de conciencia en los servicios públicos para negarse a practicar abortos es una forma más de estigmatización, criminalización y vulneración de derechos amparándose en una más que sospechosa y dudosa objeción de conciencia, que en muchos casos realmente es una pseudoobjeción en la que ocultarse. Resulta muy llamativo que la inmensa mayoría de médicos/as la utilicen, ya que ello presupone la existencia del pensamiento único. Todo ello sin entrar en un análisis tan necesario como es el de la posible vulneración de los principios éticos de justicia y no maleficencia. En cualquier caso, no puede ni debe permitirse que a un derecho amparado por la ley se tenga que acceder mayoritariamente fuera de los servicios públicos por una cuestión que evidentemente es utilizada de manera totalmente arbitraria por quienes son servidores públicos.
Abanderar la defensa de la vida como estandarte de su pensamiento, mientras se ataca la vida de una mujer es, no tan solo una enorme contradicción, si no una gravísima vulneración de la libertad y la dignidad humanas. Nada puede justificar un comportamiento en el que son despreciados, ridiculizados y repudiados los sentimientos de las mujeres, que alimentan el odio y el machismo que tanto dolor, sufrimiento y muerte ocasionan y que sitúan a la sociedad que lo tolera, lo ignora o lo asume en una sociedad enferma que requiere de una intervención en la que las enfermeras tenemos mucho que aportar.
Ahora han sido la Señora Ayuso y el Señor Sánchez, mañana serán otras/os y con ellas/os, y sus discursos al margen de sentimientos individuales y colectivos, se vulneran las libertades y los derechos de quienes no piensan y actúan como ellas/os, aunque desde la demagogia y el populismo se traslade que son quienes más luchan por una libertad y democracia que confeccionan a la medida de sus pensamientos aunque no de sus sentimientos, que claramente dejan al margen en su gestión política.
La competencia política, trasciende a la vida política y partidista y se sitúa en el necesario e imprescindible compromiso de las enfermeras con las personas, las familias y la comunidad, para incorporar la salud en todas las políticas desde cualquier ámbito en el que desarrolle su actividad profesional, tal como plantea Rosamaría Alberdi[3]. Cuidar va mucho más allá de la asistencia sanitaria que, al igual que la política ejercida por estos personajes, se aleja de los sentimientos y de su correspondiente humanización al situarla en la teleopatía entendida esta como la obtención acrítica de resultados, al margen de los sentimientos, derivando en una clara instrumentalización de los cuidados. Tal como dice Victoria Camps[4] “la libertad no es contraria a la seguridad si es una libertad responsable”.
No se trata, por tanto, de que las enfermeras hagamos política, que también, si no de que las enfermeras actuemos desde la competencia política que tenemos y debemos ejercer y que está al margen o mejor dicho es compatible con las ideas y planteamientos que cada cual tenga, con el fin de dar la mejor respuesta a las necesidades y demandas que se nos trasladen y a los sentimientos que las mismas provoquen, aunque otros rechazan.
No permanezcamos impasibles a los discursos ausentes de sentimientos, vengan estos de donde vengan y de quien vengan. Es muy peligroso para la salud.
[1] Niña alemana con ascendencia judía mundialmente conocida gracias al Diario de Ana Frank, la edición de su diario íntimo en donde dejó constancia de los casi dos años y medio que pasó ocultándose con su familia y cuatro personas más de los nazis en Ámsterdam durante la Segunda Guerra Mundial.
[2] Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán del siglo XIX
[3] http://www.tolito.es/2021/09/16/pictonurse-la-competencia-politica-enfermera/
[4] Filósofa española. Desde octubre de 2018 es Consejera Permanente del Consejo de Estado, y Presidenta de su Sección Séptima. En la actualidad es catedrática emérita de Universidad de Barcelona
Llámale al vino, vino y al pan, pan, y todos te entenderán.
La apofenia es un fenómeno por el cual se tiene una visión sin motivos de conexiones acompañada de experiencias concretas de dar sentido anormalmente a lo que no lo tiene, tendiendo a ver patrones donde no los hay. Básicamente, nos fijamos más en ciertos sucesos si estamos predispuestos a ellos. Por ejemplo, si estamos pensando en una persona y da la casualidad de que nos llama por teléfono, pensaremos que ambas cuestiones pueden estar relacionadas. Nos fijaremos de un modo que no lo habríamos hecho si esa misma persona nos hubiese llamado en cualquier otro momento.
Querer ver en la falta de especialidades enfermeras una conexión de agravio comparativo con la disciplina médica por cuanto esta última tiene reguladas más de 50 especialidades y enfermería 7 es sin duda un claro ejemplo de apofenia o un desconocimiento supino de lo que es la disciplina enfermera y en base a qué paradigma se sustenta.
La medicina como disciplina parte de la fragmentación en órganos, aparatos y sistemas y su consecuente trastorno en síntomas, signos y síndromes, lo que conlleva a necesitar un conocimiento muy específico de cada una de estas partes en las que divide al cuerpo humano que no a las personas. Se trata de un planteamiento absolutamente biologicista y patogénico, en los que la salud no es objeto de análisis, estudio y ni tan siquiera de atención, por cuanto lo que importa es cómo se comporta un determinado órgano y cómo influye una alteración del mismo o la actuación de algún agente patógeno o fuerza externa. El interés, por tanto, es la enfermedad y ello conlleva a que se focalice el estudio especializado de cada una de las enfermedades o de los órganos alterados, con independencia de cuál sea la situación de la persona o de su entorno y cómo influyen, o pueden hacerlo, con relación, no tan solo a la enfermedad en cuestión, sino a dimensiones sociales psicológicas o espirituales, desde una perspectiva integral, integrada e integradora que no forma parte del paradigma médico y mucho menos de la especialización tal como está organizada.
Este planteamiento, por tanto, puede servir de argumento, aunque difícilmente como justificación, al hecho de que, en algunas universidades, medicina se excluya de las facultades de ciencias de la salud, constituyéndose como centro independiente -facultad de medicina- de dichas ciencias de la salud, al entender, posiblemente, que su estatus, ciencia y paradigma es el de la enfermedad y no el de la salud, desde una perspectiva que trata de ser generosa en el análisis.
Ahondando en el mismo argumento de la hiperespecialización médica nos encontramos con que no han logrado, a pesar de los intentos de algunos sectores o corporaciones médicas, que se cree la especialidad de Salud Pública. Por una parte, porque se aleja del paradigma de enfermedad desde el que se desarrollan disciplinar y profesionalmente y por otra, porque no es posible dar respuesta a la salud desde una perspectiva exclusivamente médica. De ahí que exista el debate sobre si debe desarrollarse una especialidad de Salud Pública a la que puedan acceder muy diferentes disciplinas de las ciencias de la salud, o si como existe en algunos países, que sea una disciplina propia de Salud Pública con una perspectiva no tan solo multidisciplinar sino también intersectorial, en la que lo importante es el qué y no tanto el quién la conforma.
Tanto es así que el modelo fragmentado y especializado médico se traslada a la organización de los hospitales, fundamental pero no exclusivamente, dentro de los sistemas de salud, que se compartimentan con idéntica fragmentación y especialización, constituyendo los servicios tales como nefrología, respiratorio, cardiología, traumatología… en una clara concordancia con la dominación y colonización que de los citados hospitales hicieron en su momento los médicos como centros fundamentales de su desarrollo científico-profesional y que supuso la eliminación de la organización en base a la complejidad de cuidados que existía y gestionaban las enfermeras hasta entonces, lo que provocó igualmente la pérdida de identidad de dichos cuidados y la subsidiariedad de las enfermeras a la clase médica hasta entonces inexistente. Razón por la cual la Salud Pública, como parte de la estructura de las organizaciones sanitarias, ha tenido y sigue teniendo una importancia marginal con una perspectiva totalmente administrativa de manejo de datos desde la epidemiología de la enfermedad.
La disciplina enfermera, logró desprenderse del dominio médico ejercido por imposición, con su entrada en la universidad y el consiguiente dominio de su desarrollo desde un paradigma que trataba de alejarse de aquel en el que había estado instalado y retenido durante tanto tiempo, siendo considerada la enfermería, inclusive, como una rama de la medicina desde la que ejercía un papel absolutamente subsidiario, ausente de autonomía y pensamiento propio.
Conforme enfermería fue construyendo su paradigma, quedó configurada la identidad propia y autónoma enfermera, alejándose, por tanto, de la influencia y sumisión médica. Para ello fue necesario fundamentar cuáles eran los principios, bases, teorías, evidencias… sobre las que sustentar y fortalecer el paradigma enfermero e ir desprendiéndose, al mismo tiempo, de la influencia del paradigma médico en el que durante tanto tiempo estuvimos instalados.
Este es un claro ejemplo de la apofenia que se generaba al tener una visión cada vez más alejada de conexiones inexistente pero que, sin embargo, se trataba de justificar desde experiencias concretas, interesadas y subjetivas que perseguían dar sentido a una subsidiariedad y dependencia como patrones de un comportamiento del que tratábamos de huir.
El paso del tiempo, acompañado del trabajo, estudio, investigación… de muchas enfermeras logró configurar un paradigma en el que la persona es el centro de la atención desde una perspectiva integral, integrada e integradora y en el que la salud es el objetivo fundamental de actuación para que desde la máxima autonomía la persona sea capaz de tomar sus propias decisiones de manera responsable en equilibrio con su entorno tanto familiar como comunitario.
Esta perspectiva, por tanto, configura la identidad propia enfermera que algunos se resisten, no tan solo a identificar sino incluso a aceptar, por lo que continúan forzando situaciones que tratan de recuperar patrones que ni existen ni se corresponden con lo que la enfermería es, ni el sistema de salud ni la sociedad necesitan, forzando una apofenia desde la que justificar su anormal visión.
Apofenia desde la que se planteó y se concretó una especialización enfermera que nos situaba de nuevo en el paradigma médico de la fragmentación y la enfermedad, al mimetizar el modelo formativo de MIR que incluso replicó la denominación médica de las especialidades alejándolas de una nomenclatura y taxonomías propias. Pediatría, Geriatría, Trabajo, Ginecología… en lugar de salud del niño, salud de las personas adultas mayores, salud laboral o salud de la mujer, aunque en este último caso al menos, logró mantener su denominación propia como matronas. Salud Mental si logró coherencia y Enfermería Familiar y Comunitaria adquirió la denominación de la especialidad médica en lugar de Salud Comunitaria.
Apofenia que se intentó utilizar en su momento por parte de algunas organizaciones de las que dicen representar y/o defender a las enfermeras, creando falsas sociedades científicas, en un intento por acaparar las plazas que conformaban las comisiones nacionales del Ministerio de Sanidad de las respectivas especialidades reguladas por el Real Decreto de especialidades[1] y que tuvo que ser desmontado por las auténticas sociedades científicas a las que se pretendía suplantar desde el engaño y la creación de dicha apofenia.
Apofenia que se utilizó para diluir a las especialidades enfermeras en unidades multiprofesionales en las que nuevamente quedamos a merced de la imagen real que no es otra que la especialidad médica, mientras la de las enfermeras pasa a ser identificada como una copia que ni tan si quiera es aceptada y utilizada por quienes, paradójicamente, pagan por ella, las administraciones sanitarias de las respectivas comunidades autónomas con el respaldo y beneplácito del Ministerio de Sanidad a través de una Dirección General de auténtico desorden profesional, por mucho que se empeñen en denominarle de ordenación profesional.
Apofenia que, tras más de diez años de recorrido desde la aprobación de los correspondientes programas formativos y sin que en algunos casos hayan concluido los procesos reguladores (caso de la prueba extraordinaria de acceso a la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria) ha dado paso a una pareidoia.
Pareidolia entendida como un fenómeno psicológico donde un estímulo vago y aleatorio (habitualmente una imagen) es percibido erróneamente como una forma reconocible.
Y eso es exactamente lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo con las especialidades de Enfermería, que la imagen que se proyecta desde las citadas especialidades enfermeras es realmente un conjunto de estímulos vagos, impreciso e incluso en muchas ocasiones aleatorio, en base a los cuales se cree percibir una forma reconocible de las mismas, cuando realmente se trata de aspectos muy difusos, heterogéneos, cambiantes, reduccionistas que, además, suelen llevar aparejadas sensaciones de frustración, desánimo, rabia, impotencia… al comprobar que lo que parecía una forma concreta y real no deja de ser una apariencia, un espejismo, una ilusión óptica que se desvanece en cuanto se trata de darle consistencia tanto en el espacio, que conforman las organizaciones de salud en el que no se definen plazas específicas, como en el tiempo en el que permanecen reconocibles tales imágenes al no concretarse la incorporación de especialistas. Como si de la forma que creemos reconocer en una nube se tratase, que es cambiante en función de quien la observe y que su perdurabilidad es tan efímera como la realidad que proyecta.
Aprovechando estas apofenia y pareidolia, hay quienes tratan de generar nuevas y confusas realidades e imágenes con las que convencer de la necesidad de crear nuevas especialidades a imagen y semejanza, claro está, de las médicas, o con propuestas artificiales y artificiosas que además cuestionan la aportación específica de una especialidad vigente, por mucho que se anuncien en los medios de comunicación como una solución a problemas ficticios, que nos conduce irremediablemente a crear una nueva apofenia y con ella una pérdida de identidad manifiesta y una dependencia cada vez mayor de las especialidades en las que se empecinan vernos reflejadas a las enfermeras y que son tan solo percepciones ilusorias como las que se identifican en la superficie del agua, que tan solo son reales las que proyectan pero no así las que se reflejan, que al mínimo movimiento o contacto se deforman en ondas haciéndolas inmediatamente irreconocibles.
Tratemos pues de no caer en la trampa de sensaciones falsas, ni de imágenes irreales que nos separan de nuestra verdadera y auténtica realidad profesional, disciplinar y científica.
Construyamos realidades centradas en nuestro paradigma y nuestra aportación específica enfermera concretada en los cuidados profesionales y alejada de ópticas engañosas que persiguen únicamente obtener unos beneficios oportunistas alejados de los que verdaderamente corresponden a las enfermeras y merecen las personas las familias y la comunidad, en el marco de un contexto concreto que más que nunca lo que precisa es una adecuada planificación que permita prestar cuidados profesionales de calidad, enmarcados en una especialidad o no, pues todos ellos son necesarios y requieren de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis.
“Cuanto más defensiva es una sociedad, tanto más conformista.”
Ursula K. Le Guin [1]
A principios de marzo del pasado año saltaron todas las alarmas. Nos obligaron a confinarnos, aislarnos, separarnos, taparnos… y con ello a modificar costumbres, inercias, métodos, conductas, con la consiguiente resistencia, equilibrada por una obligada y asumida resignación, que tratábamos de contrarrestar con una firme esperanza en lograr eso que vino a acuñarse como nueva normalidad. Como si la normalidad siguiese los mismos patrones de comportamiento que la moda, según la cual en función de la temporada pudiésemos mudar de normalidad como quien cambia de chaqueta, falda o pantalón.
El tiempo fue transcurriendo y como si de expertos surfistas se tratase tuvimos que ir salvando las cretas de las olas que se fueron sucediendo con inusitada intensidad, aunque lamentablemente no todos pudieron superarlas siendo engullidos por la fuerza de las mismas. En ocasiones por la propia fuerza de la ola y en otras por la imprudencia de quienes se aventuraban a surfear en aguas que ni conocían ni mucho menos eran capaces de dominar a pesar de la aparente y soberbia seguridad que trataban de demostrar con su irresponsable comportamiento.
Transcurrido más de año y medio de pandemia, nos encontramos ante una nueva y aparente recuperación de la normalidad que se percibe más real por efecto de las tasas de vacunación alcanzadas, lo que puede provocar una falsa seguridad, que valga la expresión, estamos todavía lejos de asegurar, pero que conlleva la retirada de determinadas medidas restrictivas en un intento por retomar la dinámica prepandémica.
Llegados a este punto de aparente satisfacción, sin embargo, nos encontramos ante resistencias importantes, similares o mayores a las que se produjeron cuando se retiraron las que ahora se pretenden recuperar, como la actividad laboral, de estudio, ocio… que complican aún más si cabe ese denominado retorno a la normalidad.
Durante todo este tiempo hemos venido escuchando que si tal o cual cosa, actividad, acción… habían venido para quedarse. Parece que no tan solo se percibe, e incluso se asegura, que han venido para ello, sino que hay quienes, y no son pocos, los que están convencidos que han venido para desplazar o eliminar las que realizábamos antes de que nos engullese la pandemia. Es decir, que no las consideran complementarias si no excluyentes.
Son muchos los ámbitos en los que esta actitud está generando posicionamientos que chocan frontalmente con la recuperación de la normalidad. Entendida esta como la cualidad de aquello que se ajusta a cierta norma o a características habituales o corrientes, sin exceder ni adolecer. ¿Quiere decir esto que ya no se quieren recuperar las características habituales de hace año y medio? o ¿quiere decir que se entiende dicha recuperación como una carencia o defecto que hay que corregir? o ¿puede ser que se haya identificado que lo excepcional no es tan malo y se prefiere a lo considerado como normal? Interrogantes que cada cual, según el color del cristal con que se mire, aceptará o rechazará.
Pero con independencia de este análisis, que no es menor, me gustaría centrarme en algunos aspectos de esa perdida normalidad y de esta supuesta y, ya no sé, si deseada recuperación de la normalidad.
En el ámbito de la universidad, por ejemplo, la pandemia obligó a hacer un esfuerzo para adaptarse al escenario que tan sorpresiva como drásticamente impuso la pandemia. La virtualidad tuvo que incorporarse a pasos acelerados en contextos de presencialidad absoluta que ni estaban preparados ni adaptados para ello y en los que tanto docentes como discentes lo contemplaron como una amenaza y como una barrera para la docencia que estaban acostumbrados a impartir y recibir respectivamente. A ello hay que añadir el hecho de que en ningún caso se pasó de una docencia presencial a una docencia virtual, sino que se adaptó la presencialidad para ofrecerla online, lo que claramente provocó un resultado deficiente que generaba mucha insatisfacción en todos los agentes implicados, pero que poco a poco fue aletargando a los mismos acostumbrándose a una situación aparente e inicialmente rechazada.
Es como lo que le sucedió a una rana que metieron en una olla de agua hirviendo. Inmediatamente, saltó para salir y escapar de ella. Su instinto fue salvarse y no aguantó ni un segundo en la olla. A esa misma rana la metieron en otra ocasión en una olla llena de agua fría. Se dio cuenta, a pesar de la inicial resistencia, que estaba a gusto y permaneció en la olla. Lo que la rana no sabía, es que el agua se iba calentando poco a poco. Así que, al poco tiempo, el agua fría se transformó en agua templada, acostumbrándose a ella. Sin embargo, poco a poco, el agua subió de temperatura. Tanto, que llegó a estar tan caliente, que la rana murió cocida en el agua.
De alguna manera es lo que sucedió con los cambios incorporados en la docencia. Inicialmente abandonamos “el agua hirviendo” que suponía la situación de pandemia para tratar de no morir en ella, pero sin darnos cuenta que nos metíamos en un escenario de “agua fría” a la que fuimos acostumbrándonos, adaptándonos, sin percibir que con ello estábamos perdiendo identidad, calidad, participación, seguridad, comunicación…
No fuimos capaces de salir de dicho escenario para dotar a esa virtualidad de sentido y oportunidad, aceptando la solución inmediata de la “retransmisión” que, además, se hacía sin ver ni oír a nuestros interlocutores, que permanecían voluntariamente ocultos y silenciados tras las pantallas.
A punto de iniciarse el nuevo curso académico se plantea la recuperación de la presencialidad en las universidades que la perdieron o limitaron, en un intento por volver a la normalidad aparentemente deseada. Y en este punto nos encontramos con una parte nada despreciable de profesorado y estudiantado que prefieren permanecer en esa agua que ya está muy próxima al punto de ebullición. Se resisten a volver a las aulas con argumentos peregrinos, infantiles y ausentes de la más mínima evidencia científica, es decir, excusas. El mantra de “ha venido para quedarse” es esgrimido de manera tan reiterada como torpe al hablar de la docencia virtual, que ni han aplicado ni entendido, pero a la que se han acomodado, como si de tanto repetirlo pudiese convertirse en una realidad.
Finalmente usar como pretexto una crisis para no hacer algo es tanto como poner los cimientos de una nueva desde el conformismo que se adopta. Tal como dijo Albert Einstein[2] “Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo.”
En la docencia, en general, pero muy particularmente en la docencia de enfermería tratar de convencer o convencerse de que la docencia presencial tiene que ser desplazada por la impuesta docencia online que tanto hemos tenido que sufrir, es un signo evidente de que la docencia, para ellas/os, o bien es algo que tienen que hacer porque no les queda más remedio o bien no saben o no quieren saber lo que es y significa la docencia enfermera o lo que es aún más grave lo que es y supone la misma para que se puedan formar excelentes enfermeras. Este riesgo se ve incrementado cuando, quienes se resisten no son enfermeras, aunque no exclusivamente. Por tanto, utilizan la docencia como un modo, como otro cualquiera, para que todos los meses se les ingrese la nómina. Pero desde luego no como una actividad que suponga la motivación, implicación, ilusión, iniciativa, innovación… necesarias para formar enfermeras, con todo lo que ello significa, y no tan solo como una transmisión mecánica de conceptos e ideas, no siempre acertados ni actualizados ni tan siquiera científicos, desde una ética de mínimos que consiste exclusivamente, en dictar clases y hacer exámenes para producir, que no formar, enfermeras.
En el ámbito asistencial, por su parte, también encontramos incomprensibles resistencias a retornar a la normalidad.
En muchas ocasiones, antes de la pandemia, se había identificado a la Consulta Enfermera como el nicho ecológico, la atalaya, el reducto de muchas enfermeras, desde la que se resistían a salir a la comunidad para llevar a cabo atención familiar domiciliaria o intervenciones comunitarias. Por su parte la utilización de las tecnologías de información y comunicación (TIC), para el registro de la actividad, ya antes de la pandemia, supuso una excusa excelente para limitar, cuando no anular, la comunicación con las personas al centrar la atención casi exclusivamente en la pantalla de un ordenador o una tablet, ignorando a la persona con la que, al menos en apariencia, estaban atendiendo.
La pandemia supuso una “reclusión” forzada de las enfermeras en los centros salud y estos se convirtieron en fortalezas inexpugnables a los que no podía acceder la población. La comunicación telemática fue el sucedáneo elegido para mantener un supuesto y fallido contacto entre las personas que lo requerían y las enfermeras que permanecían encerradas en sus consultas a la espera de alguna llamada desesperada. La utilización, sobre todo durante las primeras fases de la pandemia, de la Atención Primaria como recurso subsidiario de los hospitales o absolutamente infrautilizado por parte de los decisores con lo que ello suponía de ruptura de la atención y relación con la comunidad, supuso, como se ha podido demostrar, un grave perjuicio para la población que se vio relegada y recluida en sus domicilios sin contacto alguno con sus referentes profesionales.
Esta situación que se intentó revertir al comprobar el error cometido, no logró recuperar la actividad comunitaria y la misma fue nuevamente excluida por la actividad rastreadora que se incorporó casi como la única a desarrollar por parte de las enfermeras hasta el punto que incluso perdieron su identidad para pasar a ser identificadas como rastreadoras.
Esta pérdida progresiva de la comunicación y el contacto directo, ha sido ampliamente rechazada por la mayoría de las enfermeras comunitarias, pero hay quienes han utilizado esta situación para atrincherarse aún más en sus cubículos y evitar así el contacto con la comunidad, que si ya era deficiente antes de la pandemia, ahora tratan que sea tan solo un referente histórico o un recuerdo lejano y borroso. Se amparan en que la telesalud y otras estrategias virtuales han venido no tan solo para quedarse sino para desplazar y eliminar cualquier otra actividad, como si de acciones excluyentes se tratase en lugar de identificarlas como adicionales.
La incertidumbre, la ansiedad, la alarma, la vulnerabilidad, la soledad, la pobreza, la violencia… requieren de gestos, miradas, contactos, palabras… que conformen unos cuidados profesionales que las TIC pueden facilitar, pero en ningún caso sustituir y mucho menos excluir. La proximidad, la cercanía, la presencia, son la esencia de los cuidados profesionales, que aúnan conocimiento científico, técnica y humanismo y que precisan de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, como realidad compleja, en evolución, no lineal y mucho menos binaria, que son. Tal como dice Montserrat Busquets Surribas[3] “Presencia cuidadora a través de la cual las personas saben y sienten que están en buenas manos”.
Las enfermeras, en cualquier ámbito de actuación en que intervengamos, debemos ser conscientes de la importancia que tiene ser, sentirse y actuar como enfermeras. Dejarse arrastrar por la teleopatía que persigue la obtención acrítica de resultados, es contribuir a la devaluación de la aportación específica enfermera prestada a través de los cuidados profesionales.
Ante estos ejemplos, que tan solo son eso, ejemplos, lo que significa que hay muchas otras acciones u omisiones que deberían revertirse para alcanzar la normalidad, se corre el riesgo de reclamar y reivindicar como válido aquello a lo que nos hemos acostumbrado y que, en algunos casos, incluso, se defiende vehementemente como derechos adquiridos cuando tan solo han sido respuestas precipitadas, excepcionales y temporales ante una situación tan sorpresiva, excepcional y temporal como la pandemia. Por mucho que dicha temporalidad se antoje, para algunas/os, como algo permanente y capaz de modular con excesos la normalidad que anhelamos recuperar. Eso sí, para mejorarla, que no sustituirla.
No nos comportemos como ranas y renunciemos al acomodo, el conformismo y la muerte a la que nos conducen, contradiciendo así a Dostoyevski[4], cuando decía: “un ser que se acostumbra a todo; tal parece la mejor definición que puedo hacer del hombre.” Seamos y actuemos como enfermeras, aprovechando y generando oportunidades.
[1] Autora estadounidense conocida sobre todo por sus obras de ficción especulativa y, en especial, por las obras de literatura fantástica
[2] Físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense. Se le considera el científico más importante, conocido y popular del siglo XX
[3] Enfermera, licenciada en Antropología Social y Cultural y máster en Bioética y Derecho
[4] Uno de los principales escritores de la Rusia zarista, cuya literatura explora la psicología humana en el complejo contexto político, social y espiritual de la sociedad rusa del siglo XIX.
Dale valor a las cosas, no por lo que valen,
sino por lo que significan.
Gabriel García Márquez[1]
La atención informativa de este país ha estado centrada en el último mes en la batalla psicológica mantenida entre dos clubs de fútbol por la propiedad de un jugador de 22 años. Dos clubs de fútbol que realmente son dos personas con gran poder económico jugando a mantener su ego y su prestigio personal y empresarial tras un falso e interesado amor a los colores que dicen representar, pero que esconden intereses mucho más lucrativos. Una lucha mediática, con una indecente puja multimillonaria, para lograr un “trofeo” con el que obtener mayores beneficios económicos en sus respectivos negocios, aunque se quiera disfrazar de interés deportivo. Una subasta que, salvando todas las distancias, tiene aspectos comunes con las que los terratenientes yanquis compraban esclavos. Todo ello en medio de la denominada 5ª ola de la pandemia que se resiste, o nos resistimos, a que nos abandone. Como si el lugar dónde finalmente juegue o el sueldo que gane dicho jugador fuesen la solución definitiva a la COVID.
Dicho desmán ha ido en paralelo a otro no menos escandaloso, como es el coste de la electricidad que nos está ofreciendo a diario nuevos récords de precio, en una aparente competición con la subasta de jugadores. Mientras tanto, quienes deberían regular estos precios, o bien miran hacia otro lado, o bien esgrimen excusas que nadie logra entender, y quienes deberían contribuir con su apoyo a arreglar semejante atraco se dedican a utilizarlo de manera oportunista y torticera para su interés partidista y alejado del interés de quienes tienen que soportar los sucesivos récords de precios. En un momento, además como el de la pandemia, en el que los recortes, las restricciones, los ERTES… están incidiendo de manera despiadada en la economía de muchos sectores sociales y como consecuencia de ello en la salud de las personas como efecto colateral a las consecuencias del virus.
Por su parte, quienes se esfuerzan en mantener la salud de la población lo hacen igualmente con récords de precios, pero en este caso a la baja, con malas retribuciones, ausencia de incentivos, temporalidad, precariedad laboral… pero con la dudosa honra de ser héroes y heroínas, una vez más, como cortina de humo y elemento de distracción, de lo que verdaderamente importa y se esfuerzan en ocultar.
Dentro de poco más de tres meses volveremos a utilizar esa manida frase de “lo importante es tener salud”, cuando no nos toque la lotería de navidad. Salud que conseguimos mantener o recuperar gracias a profesionales que son ignorados sistemáticamente por parte de la administración que los contrata como “recursos humanos” sin una adecuada planificación en una organización burocratizada, deshumanizada y politizada. Por parte de la población que en muchas ocasiones los identifican como servidores públicos obligados a dar respuesta puntual e inmediata a unas demandas que, en muchos casos, contribuyen al colapso del sistema. Por parte de los políticos que los utilizan como piezas de su particular tablero de juego para desarrollar sus estrategias y sacar con ellos el mayor rédito posible.
Profesionales que acaban siendo un número de puesto que deben responder a una gestión de conveniencia de tantos tontos por cien, para mantener las apariencias sin tener en cuenta sus expectativas, motivaciones, iniciativas… porque lo único que realmente les importa es que estén y hagan lo que mejor convenga a sus intereses y los de quienes les han “fichado”, a imagen de lo que hacen los dueños o presidentes de los equipos de fútbol. Lástima que en lugar de “fichar” estómagos agradecidos, mediocres de conveniencia, obedientes irreflexivos, servidores fieles, tontos útiles… preocupados por indicadores que aporten datos positivos para sus padrinos, aunque ello suponga tener que maquillarlos, no se dediquen a gestionar eficaz y eficientemente la organización ofreciendo entornos de trabajo saludables que potencien la satisfacción de las/os trabajadoras/es y con ello se aumente la calidad de la atención a las personas, familias y comunidad.
Una situación que, como con las empresas eléctricas, sirve de lanzadera de los intereses comerciales de las multinacionales de la salud que obtienen grandes beneficios a costa de la desidia y el abandono que se hace de la Sanidad Pública y de sus trabajadoras/es. Convirtiéndose en nuevas puertas giratorias como lo han venido siendo desde siempre las empresas eléctricas para quienes han ostentado cargos políticos de máximo nivel y que cuando nos descuidemos provocará el mismo efecto especulativo que con los precios de la electricidad, lo que acabará repercutiendo en la salud de la población, al menos en la de quienes no tienen recursos para pagar los precios que ponen a la salud desde un discurso totalmente falso, falaz y demagógico, utilizando para ello, argumentos descalificadores contra la Sanidad Pública, como estrategia de negocio.
La pandemia ha contribuido en gran medida a configurar, un escenario de precariedad del Sistema Nacional de Salud (SNS) y a visibilizar, agravar o incrementar sus debilidades, dejando claro que la supuesta fortaleza del SNS no era tal, sino que se beneficiaba de la aportación de sus profesionales que han sido quienes han hecho y siguen haciendo posible el afrontamiento eficaz de una situación tan compleja e incierta como la pandemia.
Sin embargo y más allá de esa artificial y oportunista heroicidad con la que quisieron revestir a las/os profesionales, ocultando las deficiencias de su gestión, no han existido, ni se han presentado si quiera, estrategias reales que permitan mejorar sus condiciones de trabajo que, como consecuencia de la nefasta gestión desarrollada, lo que provocó fue justamente el efecto contrario.
Ya se ha dicho por activa y por pasiva que los/as profesionales no son ni se sienten héroes o heroínas, que tan solo, o mejor dicho, sobre todo, hacen aquello que saben hacer, cuidar y curar, cada cual, desde sus competencias propias, pero desde un trabajo que requiere trasnsdisciplinariedad y respeto.
Cuando se está a punto de alcanzar una tasa de vacunación del 80% de la población española en poco más de 6 meses, es decir más de 74 millones de dosis administradas, lo que realmente acapara la atención mediática y social es si tal o cual jugador va a ser fichado por tal o cual equipo. No existe la más mínima preocupación, interés o reconocimiento sobre si una enfermera lleva meses sin descanso alguno trabajando para lograr esa tasa de vacunación. Porque finalmente se tiene el sentimiento, la percepción e incluso el convencimiento de que al fin y al cabo dicha enfermera está cumpliendo con su obligación y es lo que le toca hacer. Porque lo único que se identifica es el acto de pinchar una vacuna que se entiende, además, podría ser administrada por cualquier otro profesional sin competencias específicas, al no tener en cuenta que ese “pinchazo” es tan solo una mínima parte de un proceso complejo que requiere de planificación, conocimiento, técnica y humanidad que quedan ocultos sin que se valoren ni se reconozcan. Creer que lograr una tasa de vacunación como la alcanzada tan solo obedece a generar una cadena de vacunadoras que administran vacunas como quien aprieta tornillos en una cadena de montaje es además de una falta de respeto una absoluta falta de conocimiento de lo que es y supone llevar a cabo dicho proceso.
No sé qué podrá aportar un futbolista, por bueno que sea en su trabajo, en el logro de un título, pero sé lo que se le reconoce, aplaude, tolera, admira… además de considerar absolutamente normal que cobre cantidades astronómicas por aquello que se espera de él, que es jugar bien al fútbol y que, por lograrlo, además, se le prima. Que, por otra parte, si no lo hace no va a dejar de cobrar y va a seguir siendo admirado, perdonado y consentido en espera de que recupere “su duende” y vuelva a jugar bien.
Sé, sin embargo, lo que puede aportar una enfermera excelentemente cualificada, preparada, motivada, implicada, con años de estudio y experiencia, con formación permanente… en la planificación de un programa, una acción o una intervención de salud que, además, va repercutir en la salud individual y colectiva, pero que como cometa, como humana que es, el más mínimo error va a ser señalada, recriminada, culpabilizada e incluso agredida por su error, pudiendo ser suspendida de empleo y sueldo y juzgada.
Mientras no se respete el trabajo de una enfermera, al menos, en igual medida al que realiza un futbolista. Mientras se siga creyendo que el trabajo que realiza una enfermera es intrascendente, subsidiario o prescindible. Mientras quienes no pueden hacer frente al pago de la factura de la electricidad admitan como normal lo que se pague por tener a un futbolista o lo que se le pague por hacer aquello que sabe hacer. Mientras se exija a una enfermera una atención de calidad, rigurosa, puntual, integral, individualizada, humanitaria, ética, estética, empática y simpática, sin tener en cuenta que está trabajando con turnos imposibles, sin posibilidad de conciliar su vida personal, con bajos sueldos y condiciones precarias de trabajo. Mientras no se valore la excelencia profesional, la dedicación, la innovación, la motivación, como elementos de incentivación que permitan premiar a las mejores enfermeras y que sea un elemento a tener en cuenta para que los gestores, los buenos gestores, quieran fidelizar su permanencia en su organización en lugar de lo que sucede actualmente que se genera la fuga de talento por la falta de respeto, atención y reconocimiento. Mientras se exija tener en su equipo a tal o cual jugador, pero le sea totalmente indiferente que le atienda una u otra enfermera o que ni tan siquiera le atienda una enfermera como correspondería. Mientras se tiren las manos a la cabeza cuando un futbolista se va a un equipo de otro país y no suscite ninguna preocupación que las enfermeras que se forman con sus impuestos emigren a otros países para tener unas condiciones de trabajo más dignas. Mientras no se valore la especialidad de una enfermera como valor añadido a la atención específica. Mientras se siga creyendo que ser Doctora supone ser médica, sin valorar que una enfermera puede ostentar dicha denominación académica. Mientras el fútbol esté siempre presente y la salud tan solo cuando no nos toca la lotería. Mientras existan periodistas deportivos altamente preparados que se saben de memoria las alineaciones, los nombres, talla, peso, edad, aficiones… de cada jugador y no se considere necesario contar con periodistas de la salud que sepan valorar el trabajo de las enfermeras o no confundan salud con sanidad o sanidad con medicina. Mientras una noticia de fútbol acapare más atención que una intervención en salud. Mientras todo esto suceda seguiremos teniendo un SNS cada vez más tecnificado y menos humanista, cada vez más paternalista y dependiente, cada vez más burocrático y menos equitativo. Un SNS con excelentes profesionales pero que son sistemáticamente ignorados e incluso maltratados. Un SNS infrafinanciado. Un SNS centrado en la enfermedad en lugar de la salud. Un SNS gestionado por burócratas mediocres sujetos al capricho político del partido de turno en el poder. Un SNS cada vez más politizado y menos profesional.
Me gustaría que de igual manera que se piden grandes jugadores en las plantillas de los equipos, se exigiesen grandes profesionales en los equipos de salud. Me gustaría que se respetase, reconociese y apoyase a esos grandes profesionales en el trabajo que desarrollan. Me gustaría que se exigiese a los gestores sanitarios, igual que se hace con los presidentes de los clubs, que existiese una adecuada inversión de los impuestos para mejorar las plantillas de los equipos de trabajo y que no tuviesen la tentación de irse por estar mal pagados o tener malas condiciones de trabajo. Me gustaría que igual que conocen a sus jugadores conociesen a sus profesionales de referencia. Me gustaría que la salud fuese tan importante como lo es para muchos el fútbol. Me gustaría que entendiesen que de igual manera que no pueden afrontar una factura de la electricidad por los precios abusivos de las empresas eléctricas puede suceder que pase lo mismo con la atención sanitaria cada vez más privatizada. Me gustaría que se entendiese que cuando una enfermera reclama mejores condiciones laborales no sea percibida como una pedigüeña en contraposición a cómo es percibido un jugador de fútbol cuando exige tener mejor ficha y además sin impuestos.
Un corte en el suministro eléctrico nos puede dejar sin luz, sin calefacción e incluso sin poder ver el deseado partido de fútbol. Pero un “corte” en la atención sanitaria nos puede dejar sin salud. Finalmente, sin salud, ni el fútbol ni el precio de la electricidad tienen valor, aunque sean muy caros. Elijamos y valoremos en consecuencia.
[1] Escritor y periodista colombiano (1927-2014).
Un político divide a las personas en dos grupos: en primer lugar, instrumentos; en segundo, enemigos.
Fiedrich Nietzsche [1]
Han sido muchas las reflexiones que he ido compartiendo desde que el 09 de enero empezase este nuevo periodo en el Blog. Todas ellas realizadas desde el máximo respeto y tratando, en todo momento, de mantener la coherencia, la sinceridad y el compromiso con lo que soy y con lo que me siento identificado, es decir, siendo y sintiéndome, enfermera.
Sin duda lo trasladado es subjetivo desde el mismo momento en que lo he verbalizado-escrito, desde mis particulares perspectiva y mirada que, por mucho que trate de imprimirles objetividad, siempre quedan impregnadas de las mismas. Decir lo contrario sería engañar y para eso ya están los políticos. No he tratado, por tanto, de ser políticamente correcto porque, entre otras cosas, he aprendido que, si algo tiene la política, o mejor dicho quienes la manipulan desde su condición de políticas/os, es una absoluta falta de corrección, desde el mismo momento en que ésta se adapta a sus intereses concretos y no a los de quienes supuestamente representan o incluso, eufemísticamente, dicen defender. En palabras de una destacada política con altas responsabilidades en sanidad nacional, la política no es defender lo que resulta obvio, necesario o incluso compartido, sino de mantener los equilibrios que permitan mantener el poder, aunque para ello deban perder la coherencia y la dignidad. Blanco y en botella.
Por lo tanto, posiblemente, haya sido en muchas ocasiones incorrecto, pues ni tengo ni deseo mantener ninguna posición de poder que no sea el de la coherencia y el que, por méritos propios, les corresponde a las enfermeras. Este y no otro ha sido mi principal objetivo en todas y cada una de mis reflexiones, con independencia de lo acertado o no que haya podido estar.
Así pues, no he tratado de satisfacer a todas/os o a una mayoría, sino de compartir una visión, posición o planteamiento determinados en todos y cada uno de los temas abordados. Por tanto, siempre han estado sujetos al enriquecedor y necesario debate de quienes leen, analizan y reflexionan sobre ellos. Lamentablemente, en la actualidad, el pensamiento crítico está devaluado y el debate que del mismo debiera derivarse muy debilitado y filtrado por la inmediatez mediática de las redes sociales y su formato encriptado y comprimido en el que además se tiende, como el propio discurso político, a la descalificación, el descrédito y el insulto, por encima de cualquier otro intercambio dialéctico basado en el respeto. Pero, evidentemente, son percepciones de quien, como yo, así piensa, lo que no me impide hacer uso de tales redes, aunque manteniendo unas formas que posiblemente sean consideradas como impropias, por débiles y alejadas, de los zascas al gusto de los consumidores.
Es por ello que en algunas ocasiones tengo la sensación de que mis análisis son tan solo elucubraciones personales alejadas de la realidad o cuanto menos del sentir general enfermero. Y dicha sensación me provoca sentimientos contrapuestos, pero igualmente preocupantes. En ocasiones pienso si la situación realmente no será tan mala como a veces la reflejo, lo que da lugar a que se me tilde de negativo o cenizo. En otras me inquieta el inmovilismo y el conformismo generalizado ante todo lo que está pasando y la débil o nula respuesta que las enfermeras somos capaces de dar, más allá, de puntuales y aisladas manifestaciones que obtienen, como digo, poco eco entre el colectivo. No sé, realmente, cual me preocupa más. Y no sé cuál es más inquietante.
He recorrido semanalmente múltiples y variados temas que nos afectan, directa o indirectamente, a las enfermeras. He planteado y contrastado, dudas y certezas, opiniones y evidencias, ideas y teorías, dilemas y paradigmas, luces y sombras… siempre con la firme convicción de que a pesar de todo o precisamente por todo ello, las enfermeras somos capaces de salir de donde no debemos estar, aunque a veces de la sensación que nos conformemos a estar ahí.
Es necesario responder ante tanto silencio y no callar lo que debe decirse. Actuar con decisión y fortaleza, con las pruebas de nuestra aportación específica, en lugar de permanecer agazapadas en el refugio de nuestra zona de confort. Ser valoradas por lo que somos y no por lo que nos dejan ser. Liderar nuestro espacio propio, evitando que siga siendo colonizado. Tomar nuestras propias decisiones y no esperando a que sean adoptadas por otros. Ser valoradas por nuestras competencias y no por nuestra obediencia. Creer en lo que somos y no en lo que nos quieren hacer creer. Pensar por nosotras mismas. Gestionar los cuidados en lugar de gestionar con cuidado. Vencer el miedo a ser identificadas como lo que somos, para evitar ser ocultadas tras denominaciones vacías y confusas. Defender nuestro espacio propio y no tener que pedir que nos dejen espacio ajeno. Rechazar lo que no nos corresponde y exigir lo que es nuestro. Ser identificadas por nuestra empatía y no tan solo por nuestra simpatía. Ser enfermeras de la comunidad y no del Sistema Sanitario ni mucho menos de ningún otro profesional, en donde trabajamos y con quienes trabajamos. Ser relacionadas de manera intrínseca con los cuidados profesionales y no por el cuidado genérico que todos quieren asumir como propio. Ser profesionales, científicas, investigadoras, docentes y gestoras enfermeras que aportamos conocimiento, ciencia, aprendizaje, eficacia y eficiencia con nuestras competencias específicas.
En definitiva, tener la ciencia y la conciencia de lo que somos y debemos aportar y no de lo que nos dicten que debemos aportar, usurpándonos tanto la ciencia como la conciencia.
Porque no se trata de sobrevivir, de parecer o de aparentar, lo que no somos ni queremos ser. Se trata simplemente, a pesar de su complejidad, de ser enfermeras y estar donde nos corresponde.
Todo ello desde la mirada de quien, como yo, tan solo pretende ser un espectador de lo que sucede y acontece. Pero también, eso es cierto, de quien, como enfermera, se alegra, sufre, implica y compromete con lo que las enfermeras hacemos o nos hacen. Porque nada de lo que hagan las enfermeras o de lo que les hagan a las enfermeras es ajeno a mí. Porque parafraseando y adaptando a Miguel Hernández[2] “Para las enfermeras, sangro, lucho, pervivo. Para las enfermeras, mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a las enfermeras”. Pero en esa lucha, por la libertad que decía el poeta, y por las enfermeras que digo yo, junto a otras muchas, aunque no suficientes, no puede ni debe existir el riesgo de ser calladas, ni mucho menos eliminadas como hicieron con él. Porque hay muchas formas de callar, ocultar o eliminar. Nuestra lucha es diferente, pero no por ello menos necesaria. Porque finalmente el objetivo siempre es el mismo, someter al silencio o la invisibilidad, aunque sea de diferentes formas, aquello que se identifica como molesto o peligroso para los intereses de ciertos grupos o colectivos, que no, para el bien público.
Recientemente, la misma política que comentaba al principio, nos comentaba a un grupo de enfermeras que le trasladábamos nuestras inquietudes, que lo que hacía falta era volver a la ilusión, el compromiso, la motivación de los años 80 cuando se desarrolló la Atención Primaria y las enfermeras fuimos el motor del cambio del entonces denominado nuevo modelo de atención. Esta es la única solución que se le ocurrió trasladarnos a quien tuvo, en su momento, la máxima responsabilidad de la sanidad española, ante todas nuestras preocupaciones, tanto por la sanidad, como por la salud y las enfermeras. Toda una declaración de intenciones de quien ahora nos hablaba como portavoz y representante de uno de los principales partidos políticos. Toda una realidad de lo que podemos esperar las enfermeras de las/os políticas/os y la política con la que juegan a “Trono de Reyes” sin serlo. Toda una patética realidad de lo que para ellas/os es la política, que está a años luz de lo que es hacer buena política y generar buenas políticas. Toda una hipocresía basada en el engaño, en la estrategia del oportunismo y el sofismo por el cual “la ley es una convención y por esto puede ser cambiada según el interés de cada cual”, como apuntara hace más de dos mil años Protágoras[3] de manera clarividente. Con sus trampas dialécticas, pretendiendo enseñar la virtud, cuando nadie, desde el discurso retórico, puede arrogarse tal derecho, tratando de convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles, tal como criticó Platón[4]. Entrenándose en el arte de la persuasión, que no está al servicio de la verdad sino de los intereses del que habla y que el propio Platón dijo que era la «captura» de almas[5], [6], [7]. Trampa que tan bien manejan con las enfermeras, utilizándonos como instrumentos, haciendo alabanzas vacías, demagógicas, hipócritas y llenas de intencionalidad maliciosa, en los escenarios de conveniencia y que tan pronto olvidan y reinterpretan con decisiones totalmente antagónicas y perjudiciales para las propias enfermeras[8].
Por lo tanto, nos queda, tan solo o, sobre todo, el concienciarnos que hay que hacer algo que colectivamente nos posicione y nos identifique como fuerza de salud para la población, como las únicas capaces de dar la respuesta necesaria al contexto de cuidados en el que nos situamos tras la pandemia y del que no podemos abstraernos como enfermeras, tal como lo hacen quienes tan solo piensan en la enfermedad, la tecnología y la técnica en un asistencialismo que genera demanda insatisfecha, dependencia y frustración.
Debemos huir del nihilismo en el que todo se reduce a nada y por lo tanto nada tiene sentido en una realidad aparente, porque es tanto como negar nuestra necesidad como ciencia, disciplina o profesión.
Pero tampoco podemos caer en el absurdo o el absurdismo en el que se manifiesta el conflicto entre la búsqueda de un sentido intrínseco, el objetivo de la enfermería y la inexistencia aparente de ese sentido. Entendiéndolo como absurdo al encontrar este sentido imposible, por entender que enfermería carece de significado o este no es aparente. Debiendo realizar, por el contrario, un esfuerzo para encontrar; el significado intrínseco, absoluto y objetivo de su existencia, no nos vaya a pasar como al mito griego de Sísifo del que ya hablé en una entrada anterior.
Tenemos que superar, por otra parte, la crisis existencial en la que parece nos hemos instalado, al tener profundos cuestionamientos acerca de las razones que motivan y rigen los actos, decisiones y creencias que constituyen la existencia y la razón de ser de la enfermería y las enfermeras, o el escepticismo que nos conduce a negar o ignorar la importancia de lo que aportamos. Escepticismo que debe diferenciarse del negacionismo por exigir evidencia objetiva a tales afirmaciones, y en caso de haber tal evidencia, como es el caso, aceptarla, en tanto que el negacionismo cuestiona o rechaza las evidencias que son claras y manifiestas, como sucede con la aportación que las enfermeras hacemos a la salud de las personas, las familias y la comunidad.
Pero más allá de corrientes filosóficas que expliquen nuestra falta de reacción, nuestro inmovilismo, nuestro conformismo, la negación a nuestras propias posibilidades, debemos plantearnos si realmente estamos en disposición de creer lo que somos y el valor de lo que aportamos o preferimos situarnos en la ingravidez de lo abstracto, de lo intrascendente o de lo superfluo, sin posibilidad de poner los pies en tierra para ejercer nuestra voluntad y capacidad de recorrer el camino que nos conduzca a situarnos como referentes del cuidado profesional enfermero.
De pensar por nosotras mismas desde el paradigma enfermero y no desde paradigmas ajenos que nos obligan a respirar “el aire” que otros nos suministran por miedo a hacerlo de manera autónoma y sin protección.
De tomar nuestras propias decisiones sin depender de la voluntad de otros, asumiendo la responsabilidad que ello supone, pero también disfrutando de la libertad que representa la capacidad de decidir y de equivocarnos.
De liderar sin ataduras y a expensas de lo que otros determinen como correcto o necesario en función de sus intereses y no de los que tienen las personas a las que nos debemos.
De que podamos tener líderes que sean referentes enfermeros y no burócratas de la mediocridad política que actúan como estómagos agradecidos o como parte de la maquinaria política para mantener las apariencias y sostener a quienes les designan.
De actuar sin necesidad que nos tengan que dar permiso para hacerlo y haciéndolo tan solo, o, sobre todo, porque entendamos que así debemos responder para ofrecer aquello que consideramos mejor y más acertado.
Recuperar la filosofía de la Ley General de Sanidad, de Alma Ata, de la Atención Primaria de Salud, de Ernest Lluch, es una opción, es una referencia e incluso una oportunidad. Pero no nos equivoquemos, el tiempo, el contexto, la realidad, incluso nosotras mismas somos diferentes. Ni mejores ni peores, diferentes. Y por tanto debemos identificar aquello por lo que queremos luchar, creer y crear y no por lo que fue y ya no puede, ni tan siquiera, debe ser.
Tenemos elementos más que de sobra para iniciar el camino que nos lleve a plantear esa nueva y necesaria realidad de cuidados profesionales. De fundamentar nuestra respuesta necesaria e imprescindible. De contrastar con evidencias nuestra apuesta de cambio. De rebelarnos contra la irracionalidad del continuismo que obedece a intereses concretos y que regula la voluntad y las respuestas de las/os políticas/os manteniendo un Sistema Nacional de Salud asistencialista, tecnológico y medicalizado, como se demuestra en el componente 18 de Renovación y ampliación de las capacidades del Sistema Nacional de Salud del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia[9], en el que a la Sanidad le asignan tan solo un 1,5% del total de los fondos europeos correspondiendo un 74,8% de dicho porcentaje al Plan de inversión en equipos de alta tecnología y un 5,8% a acciones para reforzar la prevención y promoción de la Salud, en un claro ejemplo de cuál es el interés por la Sanidad y la Salud y cuál la verdadera intención por un cambio por el que ni creen ni apuestan, a pesar del espejismo que supuso en su momento el Marco Estratégico de la Atención Primaria y Comunitaria[10], que la pandemia se ha encargado, en forma de excusa, de enterrar en el olvido, dando así respuesta a los lobbys corporativistas que se opusieron al mismo en su momento y que mantienen el modelo de sanidad que se ha mostrado claramente ineficaz e ineficiente en esta pandemia.
Finalmente, voy a utilizar este descanso estival para tratar de desconectar y recargarme de una energía que, aunque nunca me falta, cada vez me cuesta más autoconvencerme que la empleo para lo que verdaderamente es útil y necesario. No hay nada que me ilusione más que descubrir que toda la que llevo gastada y la que sea necesaria en el futuro puede servir para lograr un cambio que nos permita situar a la salud por encima de cualquier otro interés y a las enfermeras como referentes de la misma.
Despertemos del escepticismo colectivo que duda de su capacidad y sus capacidades, como parte de la anorexia profesional que nos afecta e impide que nos sintamos a gusto con la imagen que proyectamos, provocando una astenia crónica que se traduce en falta de energía y motivación. No incorporemos la interesada e incomprensible obsolescencia programada de enfermeras referentes por el simple y natural hecho de ser mayores, como parte de la cultura social en que lo nuevo y aparentemente perfecto, es lo único y normativamente válido, aceptado y por tanto, deseado, despreciando lo mucho que pueden aportar con su conocimiento y experiencia a impulsar, apoyar, guiar… a las nuevas generaciones que requieren de un equilibrio compartido con ellas, precisamente, para lograr ser como ellas. No esperemos que sean otros quienes nos solucionen el problema. Tenemos un problema de salud profesional que debemos afrontar con nuestros propios recursos y con los que la comunidad pone a nuestro alcance. Hagamos un esfuerzo por consensuarlos y activarlos con el fin de lograr superar esta situación que nos afecta a nosotras como enfermeras pero que afecta también a la sociedad, a su salud y a la capacidad por tener una vida saludable y un Sistema Nacional de Salud que responda a sus necesidades y no a sus enfermedades únicamente.
Las/os políticas/os van a seguir existiendo y difícilmente van a cambiar de estrategia. Pero, las enfermeras, debemos ser capaces de afrontar y asumir nuestra responsabilidad para que la salud comunitaria sea tenida en cuenta y que nuestra aportación específica, en cualquier ámbito de actuación, sea, así mismo, valorada y puesta en valor. Su resistencia al cambio debe contar con nuestra resistencia al desánimo. No es que sea posible, es que resulta imprescindible. Y para ello propongo este decálogo, no como dogma ni mandamiento de obligado cumplimiento, sino únicamente como referencia a tener en cuenta para lograr lo que esté en nuestra mano y en nuestra mente hacer y conseguir.
[1] Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán del siglo XIX
[2] Poeta y dramaturgo de especial relevancia en la literatura española del siglo xx
[3] Sofista griego (485-411 a. C)
[4] Filósofo griego (427-347 a. C.)
[5] http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/05/23/politica-de-gestos-o-gestos-sin-hechos/
[6] http://efyc.jrmartinezriera.com/2019/09/23/cuidado-con-la-politica-vs-politica-de-cuidados/
[7] http://efyc.jrmartinezriera.com/2019/05/23/politicos-y-mediocridad/
[8] http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/05/09/mutacion-politica-donde-dije-digo-digo-diego/
[9] https://www.lamoncloa.gob.es/temas/fondos-recuperacion/Documents/30042021-Plan_Recuperacion_%20Transformacion_%20Resiliencia.pdf
[10]https://www.mscbs.gob.es/profesionales/proyectosActividades/docs/Marco_Estrategico_APS_25Abril_2019.pdf
“Si supiese qué es lo que estoy haciendo, no lo llamaría investigación, ¿verdad?”
Alfred Einstein[1]
A las enfermeras que investigan y comparten el conocimiento generado y a las que utilizan las pruebas aportadas para la mejora continua de sus cuidados.
Nadie cuestiona, al menos públicamente, la importancia de la investigación enfermera y la producción científica que de la misma se deriva, aportando evidencias que argumenten y justifiquen las intervenciones enfermeras a través de los cuidados profesionales prestados.
En este sentido es cada vez menos frecuente la justificación de una intervención basándose en la repetición temporal de la misma, “porque siempre se ha hecho así”, lo que no quiere decir que se haya erradicado.
Las enfermeras han logrado desprenderse del oficio en el que fundamentaban sus actividades y tareas delegadas y subsidiarias, para adoptar la responsabilidad de sus competencias científico disciplinares autónomas, que obligan a fundamentarlas en pruebas derivadas de la investigación.
Para que esto haya sucedido ha sido necesario un salto cualitativo muy importante en el desarrollo de la enfermería tanto a nivel disciplinar como profesional. Pero, siempre hay algún pero, el valor del salto generado ha sido y sigue siendo desigual entre el ámbito docente/investigador y el ámbito asistencial, lo que contribuye a mantener, cuando no a agrandar, la brecha entre ambos y la consiguiente dificultad para que la aportación enfermera sea valorada en las instituciones, sean universitarias o sanitarias, y fomentada, apoyada y respetada, por considerarla fundamental para la atención de calidad que se presta a las personas, las familias y la comunidad.
Son muchos y variados los factores que influyen es este sentido y sería complicado hacer una acertada valoración, en base a mis reflexiones, para determinar con precisión las causas que impiden, dificultan o retrasan la continuidad de conocimiento y de evidencias desde el ámbito universitario al ámbito de la atención, de manera bidireccional, de tal manera que se evitasen o minimizasen las diferencias existentes.
Estamos pues ante una perspectiva que comparte variables, aspectos, elementos, características… similares a la dificultad que persiste para lograr la continuidad de cuidados, a pesar de ser una de los aspectos sobre los que más se incide y se insiste en cualquier desarrollo legislativo o normativo sanitario desde la Ley General de Sanidad de 1986[2]. De tal manera que podemos decir que los cuidados, tanto su prestación como su continuidad, continúan siendo una asignatura pendiente que, ni las enfermeras hemos sido capaces de aprobar, ni las instituciones lo han logrado tampoco, al no identificar la importancia de tal asignatura y su adecuada planificación en el Sistema Nacional de Salud (SNS). SNS, en el que, sin embargo, sí se han logrado satisfacer las expectativas de otros profesionales y de la propia institución. Servicios ofertados por dichos profesionales a los que se les ha dado importancia, apoyándolos y valorándolos como resultados de salud y, por tanto, como aportaciones conocidas y reconocidas para quienes las asumen como propias, aunque no les correspondan en su totalidad al ser compartidas, en su desarrollo y prestación, por otras/os profesionales. Pero también, por quienes las reciben, relacionándolas y valorándolas como si dichos profesionales fuesen los únicos responsables de las mismas. Por último, por quienes las gestionan y las reconocen como exclusiva aportación de dichos/as profesionales. Como consecuencia, la aportación específica de otros profesionales queda fagocitada en el producto médico final, invisibilizada y por tanto no valorada ni reconocida. Por su parte la prestación autónoma de cuidados profesionales enfermeros, al no estar institucionalizada como parte imprescindible de la atención prestada desde una perspectiva integral, integrada e integradora queda desdibujada en el modelo medicalizado, fragmentado y tecnológico en el que se enmarca el SNS y evaluado desde el positivismo racionalista de la ciencia médica que oculta e incluso niega la importancia de la investigación cualitativa y aún más, de aquella que hace partícipe a la comunidad.
La Universidad, por su parte, lleva otro ritmo, otra secuencia e incluso tiene otros intereses. Las enfermeras, desde la incorporación de sus estudios en la universidad, hace más de 40 años, han logrado un avance significativo que les ha llevado a alcanzar los máximos logros académicos, situándose al mismo nivel de cualquier otra disciplina. Otra cuestión es lo que han tenido que sacrificar o han dejado por el camino para alcanzar dichos objetivos.
Para empezar, es importante recordar que cuando se iniciaron los estudios en la universidad no existía ninguna revista científica enfermera, hasta que en 1978, apareció ROL de Enfermería que supuso el punto de inflexión que se necesitaba para iniciar la producción científica propia. Fueron momentos importantes, aunque todavía muy inmaduros y faltos del rigor científico exigibles para una disciplina universitaria. Pero a ROL, se incorporaron pronto nuevas e importantes publicaciones científicas que fueron configurando un nuevo mapa de publicaciones científicas enfermeras desconocido hasta entonces en España.
La incipiente producción científica enfermera aún adolecía de la fuerza que otorgan los equipos de investigación multidisciplinares en los que raramente participaban las enfermeras, centradas casi exclusivamente en la docencia universitaria recién estrenada. La fundación, en 1979, de la primera Sociedad Científica Enfermera, la Asociación Española de Enfermería Docente (AEED)[3], tuvo un destacadísimo papel en el desarrollo y consolidación de los estudios de Enfermería, hasta entonces colonizados por los médicos y por la medicina en la recién extinta titulación de Ayudante Técnico Sanitario (ATS).
Pero esta atención casi exclusiva y comprensible a la docencia, provocaba que la actividad investigadora fuese residual cuando no inexistente. Las enfermeras docentes, no formaban parte de proyectos de investigación y mucho menos se presentaban proyectos propios. Destacar, igualmente, el hecho de ser estudios de primer ciclo que impedían el acceso a estudios de 2º ciclo como sí ocurría con otras disciplinas, lo que anulaba de facto el máximo desarrollo académico. Esta serie de inconvenientes, sin embargo, no impidieron seguir creciendo a las enfermeras en la universidad con propuestas valientes e innovadoras que trataban de salvar las barreras existentes para el deseado y necesario desarrollo académico, aunque existiesen resistencias muy importantes por parte de otras disciplinas que incidían en la voluntad política y la consecuente toma de decisiones, necesarias para lograrlo.
En este camino fueron constituyéndose nuevas sociedades científicas que supusieron una importante aportación al desarrollo científico profesional enfermero como es el caso de la Asociación Española de Enfermería en Salud Mental (AEESME) en 1983 o la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) en 1994, a las que se sumarían otras posteriormente.
La creación, en 1996, de La Unidad de Investigación en Cuidados y Servicios de Salud (Investén-isciii) con el objetivo de fomentar la investigación en cuidados de enfermería, se configuró como una nueva e importante posibilidad para la investigación propia de enfermería.
Por su parte, el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), supuso en 2008, el paso definitivo para que las enfermeras pudiesen romper el techo de cristal impuesto y acceder en igualdad de condiciones al del resto de disciplinas, al máximo desarrollo académico a través del nuevo Grado de Enfermería.
Pero este fulgurante desarrollo en un espacio tan reducido de tiempo no fue suficiente para lograr una equiparación investigadora que se vio claramente dificultada por los criterios impuestos por la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) creada en 2002, que desde el principio, no tuvo en cuenta las diferencias derivadas del desigual desarrollo universitario de algunas disciplinas como Enfermería, argumentando para ello que, a igualdad de nivel igualdad de exigencia, lo que no dejaba de ser una clara inequidad, dado que las circunstancias de unas y otras disciplinas eran y siguen siendo, en muchos casos, claramente desiguales en cuanto a oportunidad. Si a ello añadimos que los criterios por los que se evaluaba y se evalúa la investigación enfermera son los mismos por los que se evalúan al resto de ciencias de la salud pero sin tener en cuenta la especificidad de las disciplinas que la componen y por tanto bajo el paraguas de biomedicina y su paradigma, podemos hacernos una idea del importante obstáculo al que se enfrentaban y siguen enfrentándose las enfermeras en la universidad para lograr una acreditación que, por otra parte, se les exige para poder mantenerse y hacer carrera académica en la universidad.
Sin embargo, esa supuesta, necesaria e imprescindible igualdad entre disciplinas esgrimida, no se tiene en cuenta a la hora de acceder al nivel A1 en el que incorporan a unos y excluyen a otros, las enfermeras, con criterios tan arbitrarios como injustos. La igualdad finalmente es tan solo un comodín para mantener la desigualdad.
Esta situación hace que el foco de atención que al inicio se centraba en la docencia se desplace hacia la investigación, lo que supone una clara distorsión en la compatibilidad entre docencia e investigación dados los pesos que se otorga a uno u otro ámbito en este nuevo escenario. Por otra parte, el hecho de tener que competir en base a criterios de evaluación investigadora marcados por las empresas editoriales con un factor de impacto que se supone marca la calidad de la investigación, se traduce en una mercantilización extrema del conocimiento, al tener que publicar en revistas denominadas de impacto que son las que darán acceso al reconocimiento investigador a unos precios abusivos que son tolerados por todas las partes sin que exista el más mínimo intento de control en lo que se ha convertido en un lucrativo negocio editorial para las multinacionales que lo controlan y en una pesadilla para quienes tienen que publicar, si o si, en estas revistas.
A pesar de todo ello, Enfermería es la segunda área con mayor incremento del impacto normalizado de citas, la segunda en crecimiento particularmente elevado en colaboración internacional y la primera en aumento del impacto normalizado de descargas[4], sin que ello redunde en el ámbito de la atención directa a personas, familias y comunidad.
Este panorama, entre otras muchas cosas, provoca la agonía de múltiples revistas enfermeras españolas de extraordinaria calidad y rigor científico que al no pertenecer al selecto club del Journal Citation Reports (JCR), son prácticamente descartadas por parte de las enfermeras de las universidades para publicar sus trabajos, ya que no son tenidas en cuenta para valorar la actividad científica, abocando a las mismas a una difícil situación para mantener no tan solo la calidad sino la viabilidad de las mismas.
Llegados a este punto nos encontramos con que la investigación que se genera en la universidad es una investigación hecha a medida para poder ser publicada en las revistas de mayor impacto y, por tanto, las que más cobran por publicar, con precios que resultan obscenos en este escenario de pornografía del conocimiento con trata de blancas incluido. Además, se trata de investigaciones que no se llevan a cabo, en la mayoría de los casos, en base a temas de interés para el ámbito de la práctica enfermera, situándose fundamentalmente en un plano teórico o alejado de la realidad y del interés de la mayoría de enfermeras españolas que, además, no consultan, al no tener acceso a las citadas revistas.
Esta situación, por tanto, supone ahondar en la brecha entre docencia e investigación universitaria, y asistencia, al no producirse la continuidad necesaria de conocimiento compartido entre ambas partes que permita incorporar las evidencias generadas a la prestación de cuidados profesionales en base a las necesidades reales que se plantean. De tal manera que el foso que separa a enfermeras de una y otra parte es cada vez más ancho y profundo y el puente que une ambas orillas cada vez más frágil y peligroso, lo que provoca situaciones muy negativas para el necesario desarrollo disciplinar, científico y profesional de la enfermería, que se ve agravado por la desafección existente entre las enfermeras y las sociedades científicas, lo que se traduce en una clara inmadurez de la profesión enfermera.
No hay que olvidar tampoco, la fascinación por el contexto anglosajón que está determinada en gran medida por el simple hecho de utilizar el inglés como lengua vehicular y elemento de excelencia, más allá de lo que aporte el contenido de lo publicado, que es otro de los factores que incide en la publicación del conocimiento científico en general y de enfermería en particular. Cuando tenemos la posibilidad de explorar y explotar el contexto iberolatinoamericano en castellano y portugués, un escenario tan importante y descuidado cultural y científicamente para modificar los desequilibrios existentes.
A todo esto hay que añadir, la desidia de las autoridades políticas y sanitarias en apoyar decididamente la investigación enfermera y las dificultades para que las enfermeras asistenciales lleven a cabo investigación como hacen profesionales de otras disciplinas en las mismas organizaciones y que se concretan entre otras razones en: la falta de apoyo tanto financiero como de tiempo de dedicación; las ratios de enfermeras por cada 1000 habitantes situadas a la cola de los países de la OCDE a pesar que se quiera maquillar con el falso y demagógico discurso de la contabilización de auxiliares de enfermería en la confección de las citadas ratios; las barreras de acceso o la simple inexistencia de recursos enfermeros (revistas, libros, documentos…) para la investigación; los obstáculos o impedimentos administrativos y laborales en el acceso a bases de datos propias; la negativa a crear plazas vinculadas de enfermería, como sucede en otras disciplinas, que facilitarían la continuidad de conocimiento entre ambas partes y que supone un nuevo y fragrante agravio comparativo; las trabas institucionales en la tutorización de estudiantes por parte de profesionales o para ser profesoras/es asociadas/os; la inclusión de investigadoras enfermeras en equipos en los que no se plantean objetivos de atención y resultados enfermeros; el pertinaz e irracional mimetismo hacia la profesión médica con el que se siguen planificando y desarrollando acciones o actividades enfermeras como las especialidades EIR que separan aún más la formación/investigación entre universidad y asistencia en un estúpido y absurdo intento por generar un espacio aislado a modo de reino de Taifas; la ausencia de contenidos específicos de investigación en muchos de los planes de estudio de enfermería que es sin duda un inicio nefasto para poner en valor la investigación enfermera; la fobia que se genera en muchas/os estudiantes de enfermería a la investigación con el desarrollo de los Trabajos Fin de Grado que en lugar de ser un elemento de motivación por la investigación se convierten en el principal elemento de rechazo hacia ella; la ausencia de programas de captación de investigadores noveles entre estudiantes a través de semilleros de investigación primando por contra las competencias técnicas que revierten en la formación de enfermeras tecnológicas que es lo que demanda el SNS… son tan solo algunos de los ejemplos de lo que es y supone la investigación enfermera en las organizaciones de la salud, pero también en la universidad, en las que, además, no existen generalmente figuras específicas enfermeras con capacidad de decisión que canalicen, promocionen, apoyen y faciliten la investigación enfermera, reduciéndose a puestos como responsables de docencia que habitualmente canalizan, que no gestionan, otro de los grandes negocios del sistema y de quienes lo manejan, la formación. Podemos, por tanto, hacernos una idea de lo complicado que resulta que las evidencias científicas nutran a la práctica enfermera en base a una investigación tan necesaria y sin embargo tan olvidada, ignorada y maltratada.
La investigación enfermera no puede ni debe convertirse en un medio exclusivo de desarrollo académico identificado como un esnobismo por una gran parte de las/os profesionales.
Resulta imprescindible que exista una apuesta clara, concisa, potente, y decidida tanto de políticos como de decisores sanitarios a la hora de identificar la trascendencia de una continuidad del conocimiento entre la universidad y las organizaciones de la salud y la propia comunidad a través de políticas que fomenten la investigación enfermera compartida, que permita una mayor calidad de los cuidados profesionales fundamentada en evidencias científicas accesibles, que se incorpore como un valor añadido de las propias instituciones y de sus enfermeras, favoreciendo el prestigio de las revistas nacionales con criterios de rigor científico contrastados que no supongan una competencia tan desigual como desleal como la que existe actualmente.
Si no se actúa en este sentido en breve diremos aquello de entre todos la mataron y ella sola se murió. Y los milagros no existen o requieren de una fe con la que no contamos.
Como dijera Tácito “La verdad se robustece con la investigación y la dilación; la falsedad, con el apresuramiento y la incertidumbre.”[5] ¿Seguimos dudando o actuamos?
[1] Físico alemán, premio Nobel de Física 1921
[2] «BOE» núm. 102, de 29 de abril de 1986, páginas 15207 a 15224 (18 págs.)
[3] Cachón Rodríguez, E. La Asociación Española de Enfermería Docente (AEED). Trabajando por el futuro. Enf Global. 2003; 3: 1-9. https://digitum.um.es/digitum/bitstream/10201/23951/1/633-2927-2-PB%5B1%5D.pdf.
[4] Según el último informe de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) del Ministerio de Ciencia e Innovación.
[5] Jurista, político (senador) y orador romano.