REBROTES, REBOTES, RECORTES Y RESORTES, EN LA PANDEMIA DEL CONFORMISMO

A quienes se rebelan contra el conformismo

 

Esta pandemia no deja de aportarnos contenidos, conceptos o términos sobre los que hablar o centrar nuestra atención, en un intento permanente por resistirse a abandonar el protagonismo exclusivo de su macabro paso por nuestras vidas.

A los ya conocidos y tristemente familiares, confinamiento, aislamiento, contagio, inmunidad, prevención… se unen otros que, en algunos casos, preceden a los anteriores y en otros se superponen con ellos, configurando un lenguaje pandémico propio que todas/os estamos interiorizando para tratar de entender lo que esta pandemia nos transmite, yendo mucho más allá del científico proceso epidemiológico en el que algunos tratan de circunscribirlo exclusivamente.

Pero sucede también que de tanto hablar de la pandemia nos lleva a pensar que esta es normal, que forma ya parte de nuestras vidas. Lo que le hace perder la excepcionalidad que tiene y debe mantener, para evitar efectos indeseables de relajación. Porque hay cosas, hechos o acontecimientos que tienen su valor de ser en la excepcionalidad. Cuando las llevamos a la cotidianeidad, las neutralizamos, pierden su valor y por tanto su poder de atención y alerta necesarios.

Superados, al menos aparentemente, el confinamiento y el aislamiento, surge un nuevo limitador de nuestra libertad individual y colectiva, los rebrotes. Estos, cuestionan, o hacen entrar en conflicto de nuevo, por una parte, el principio de autonomía que atañe a la persona y por otra el principio de beneficencia que es colectivo, tal como indica la filósofa Victoria Campos, produciendo una doble desconfianza, del sistema hacia la persona y de esta hacia el sistema. Desconfianza que se produce, fundamentalmente, al no mediar, entre la libertad individual y el bien común, la responsabilidad.

Así pues las cosas, tenemos ante nosotros un nuevo e inquietante concepto que puede tener consecuencias graves que nos hagan retroceder a los inicios de la pandemia y que ya se están manifestando de manera muy evidente.

Siguiendo con anteriores analogías, también, en este caso, se pueden establecer entre lo que significa para la pandemia y para la enfermería o las enfermeras.

Por rebrote se entiende la “acción de rebrotar o aparecer de nuevo una cosa material o inmaterial no prevista y, generalmente, considerada nociva”. En la pandemia queda clara la utilización del término. En enfermería, por su parte, como ya vimos en la anterior entrada (Inmunidad de Rebaño), estamos en un proceso realmente preocupante en cuanto a la actitud de una parte del colectivo enfermero, que adopta la inmovilidad y el conformismo como posicionamientos acomodaticios e irresponsables ante un contexto de cuidados repleto de incertidumbres, pero también, y eso es lo que no se está identificando, de grandes oportunidades. Oportunidades que responden a demandas de la ciudadanía que si no son cubiertas por las enfermeras, a quienes inicialmente corresponden, lo serán por quienes están al acecho para hacerlo.

Por lo tanto, nos encontramos en un momento en el que las enfermeras, que habíamos logrado avances importantes en la construcción de nuestro conocimiento propio, en la visibilización de nuestra aportación autónoma, en la consolidación de nuestro paradigma de cuidados profesionales, en el posicionamiento en el ámbito científico, en el desarrollo profesional… nos situamos ante amenazas importantes que ponen en peligro la estabilidad, consolidación y desarrollo de dichos logros, en base a rebrotes de actitudes de subsidiariedad, dejación de responsabilidad, desmotivación, falta de implicación, rutinización… que pueden hacernos regresar a posiciones científico-profesionales de partida que no tan solo paralizarían nuestro desarrollo sino que, posiblemente, nos hicieran perder gran parte de los logros alcanzados, con lo que ello supondría.

Rebrotes que provocan contagios masivos de “ATSería” que son difíciles de controlar ante la absurda y decepcionante relajación en las medidas de protección profesional y disciplinar que muchas enfermeras han adoptado al creer que ya estaba todo conseguido. Sin tener en cuenta, la inmunodepresión de conciencia enfermera en la que estamos sumidas, como consecuencia de los posicionamientos adoptados y naturalizados y, a los que hay que unir, la manifiesta e incomprensible falta de protección institucional, que nos debilita aún más ante los ataques sistemáticos de los que somos objeto las enfermeras desde muy diferentes frentes.

Dichos rebrotes, sin embargo, ocasionan, en las enfermeras que sí están en alerta y en disposición permanente de defensa, rebotes no siempre controlados y suficientemente equilibrados, que tratan de neutralizar los rebrotes con buena intención pero con poca o nula capacidad de éxito ante el aislamiento al que están sometidas, por una parte, y a la falta de respuesta colectiva que dichos rebotes generan en la masa acrítica y acomodada de una gran parte de las enfermeras, que son incapaces de percibir la importancia de la inmunidad colectiva.

Mientras tanto, los rebrotes y los rebotes son aprovechados por quienes, desde sus trincheras infinitas y hegemónicas, identifican no tan solo la debilidad de las enfermeras sino la oportunidad de adquirir una mayor fortaleza inmunitaria a costa de la pérdida de competencias ocasionada por la dejadez, la falta de responsabilidad y la debilidad que aquejan a las enfermeras con las actitudes comentadas, lo que les sitúa en una posición cada vez más subsidiaria y dependiente.

Debilidad, todo sea dicho de paso, que no tan solo obedece a actitudes de dejación de las propias enfermeras sino a los recortes permanentes de los que son objeto en todos los sentidos. Recortes en cuanto a ratios; salarios; acceso a puestos de gestión, investigación o docencia; especialización; reconocimiento; valoración; visibilidad; credibilidad… que no se solucionan haciéndonos esporádica e interesadamente heroínas. Pero aún menos, con puntuales limosnas en forma de pagas o días de vacaciones, para tranquilizar la conciencia de políticos y gerentes, que en ningún caso palían la entrega, el sufrimiento, el dolor e incluso la muerte que fueron aceptadas de forma voluntaria y sin petición expresa de ninguno de los que ahora pretenden redimir sus culpas con prebendas que oculten sus miserias y la falta de voluntad política y personal por dignificar una profesión que, como siempre, da mucho más de lo que nunca recibe. Hechos que contribuyen a incrementar la inmunodepresión enfermera y su consecuente anorexia científico-profesional que provoca la astenia que le inmoviliza y en la que acaba sumida al ver permanentemente distorsionada su imagen.

Cabe preguntarse el por qué o los porqués de esta situación que nos consume y nos pone en peligro. No podemos escudarnos en que son efectos exclusivos de la pandemia, porque la pandemia no ha sido selectiva en este sentido.  Pero sí que es cierto que la pandemia ha podido actuar como potenciador de unas situaciones previas en las que, como ya he comentado, las enfermeras no supimos o no quisimos estar atentas y prepararnos para ello.

En este sentido, todas/os somos víctimas y hemos caído en la trampa de la inmediatez, entendida como esa gran pulsión de estar al día y al minuto, que nos hace confundir información con conocimiento, en un intento permanente por obligarnos a elegir entre uno u otro. Dicha elección genera en algunas/os el riesgo de optar, muchas veces, por la información dado que el conocimiento suele dar muchos más sinsabores que alegrías, al menos en la inmediatez cotidiana en la que estamos instalados. Y ello nos sitúa, a las enfermeras en particular, en ese escenario de incertidumbre y peligro al que no siempre respondemos con la energía, el coraje y la coherencia que se precisan, no tan solo para repeler los rebrotes, sino para evitar los rebotes inoportunos, producto de esa misma inmediatez irreflexiva que neutraliza el imprescindible pensamiento enfermero crítico y reflexivo necesario para protegerse individual y colectivamente de una información interesada, oportunista, chantajista y rentista que nos bombardea desde muchos ámbitos profesionales, científicos o sociales, aprovechando las circunstancias de confusión, incertidumbre, alerta y debilidad generadas por una pandemia que escapa, como decía al principio, del espacio exclusivamente epidemiológico, para instalarse en sectores tan diversos como interrelacionados como el social, económico, científico, judicial, político, espiritual… desde los que se genera la confusión de la inmediatez informativa que intoxica, paraliza y conforma la dinámica enfermera.

En base a dicho argumento puede entenderse el por qué triunfan las fake news, ya que como decía Lope de Vega, “Como las compra el vulgo es justo hablarle en necio para darle gusto”, que es, lamentablemente, lo que hacen muchas redes sociales en competencia,  de audiencias que no de intelecto, con los periodistas y los medios de comunicación más tradicionales que, en dicha competencia, eliminan una de las funciones fundamentales del periodismo, como es filtrar la información para separar el grano de la paja. La inmediatez, por tanto, elimina la mediación para procesar y razonar la información que nos llega, dando por verdades lo que tan solo son opiniones sin contrastar y sin pasar por el cedazo de la razón. Y en esa información, las enfermeras siempre salimos perjudicadas por acción u omisión, en lo que sobre nosotras se dice, interpreta o inventa, sin que muchas veces seamos capaces de reaccionar y dando por bueno, o cuanto menos sin rebatirlo, lo que sobre nosotras se traslada, lo que acaba por influir en la opinión, no tan solo de la sociedad, sino de las propias enfermeras, que asumen con naturalidad la generalización de estereotipos y tópicos en los que, final y lamentablemente, terminamos instaladas con el permiso expreso de nuestra pasividad.

Lo logrado por las enfermeras para llegar a donde actualmente estamos no fue, en ningún caso, producto de la inmediatez, ni de la falta de reflexión, ni de la ausencia de debate, ni del abandono de la razón… sino de todo lo contrario. Es por ello que resulta muy peligroso abandonar esta forma de avanzar, situándonos en un intento desesperado por obtener resultados inmediatos que lo único que logran es justamente el efecto contrario, es decir, la alienación y la confusión que nos hacen retroceder a tiempos, espacios, relaciones, pensamientos… de los que tanto nos costó salir y a los que tanto debemos resistirnos a volver.

Borges ya comentaba que la crucifixión de Cristo no fue importante en el momento de producirse, sino que adquirió trascendencia posteriormente, pero no dejaron de recordarlo y de valorarlo para que así se identificase. De igual manera nuestro valor como enfermeras debemos mantenerlo vivo a través del recuerdo de lo que fuimos y no queremos volver a ser; de lo que somos y nos sentimos orgullosas de haber logrado; y de lo que queremos ser y no debemos dejar nunca de luchar por conseguir, afianzar y desarrollar, a través de todos aquellos resortes que la ciencia nos aporta, que la conciencia nos refuerza y la certeza nos avala.

Pensar nos ayuda a vivir, y es por eso por lo que tenemos que hacerlo permanentemente desde la razón, la evidencia, la motivación, el inconformismo y la implicación de una Enfermería viva, ágil, científica, rigurosa, autónoma, genuina, vital, visible, fuerte, dinámica… desde la que combatir los peligrosos rebrotes que nos hagan retroceder, desde la que evitar rebotes desde la inmediatez irreflexiva, desde la que argumentar la eliminación de recortes injustificados y desde la que generar resortes con y desde los que vencer a la pandemia del conformismo que, como dijera John F. Kennedy, es el carcelero de la libertad y el enemigo del crecimiento. Y ello tan solo lo lograremos con la vacuna que nosotras mismas creemos. Si esperamos a que nos la creen y administren otros, los efectos de inmunidad que podamos alcanzar, posiblemente, no logren protegernos ante los virus que nos acechan. Es cuestión de ponerse manos a la obra, porque lo siguiente será la nueva normalidad y si no estamos preparadas nos arrollará.

LA MUERTE TENÍA UN PRECIO

Nadie pudo prever que tuviésemos una pandemia de la magnitud como la que estamos padeciendo. Mucho menos aún pensamos nunca que la muerte se iba a cebar de la manera que lo está haciendo con la población mundial. Y jamás hubiésemos imaginado que la parca eligiese a los profesionales sanitarios como compañeros tan deseados de tan indeseable viaje.

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INMUNIDAD DE REBAÑO

A todas las enfermeras que crean

conciencia y ciencia enfermera

 

La pandemia del coronavirus, entre otras muchas cosas, nos ha aportado términos o palabras que hasta ahora no conocíamos o, cuanto menos, no utilizábamos habitualmente.

Pródromo, distanciamiento social, SARS-CoV-2, rastreador, crecimiento exponencial o inmunidad de rebaño, entre otros.

No es que no existiesen. Simplemente es que formaban parte del lenguaje científico de la epidemiología. Pero la globalización de la COVID-19, no se ha limitado al contagio masivo y extensivo, sino que nos ha familiarizado también con dichos términos, aunque muchos de ellos, la población en general, continúe sin conocer su verdadero significado o alcance.

De entre todos ellos elijo la inmunidad de rebaño para hacer mi reflexión.

La inmunidad de rebaño, también conocida como inmunidad colectiva o de grupo, se da cuando un número suficiente de personas están protegidas frente a una determinada infección y actúan como cortafuegos impidiendo que el agente alcance a los que no están protegidos.

Esta deseada inmunidad colectiva está muy lejos todavía de alcanzarse como medida contra la COVID-19 a pesar de los torpes intentos que para ello se han hecho en Gran Bretaña y que, finalmente, quedaron descartados por las clamorosas evidencias en contra de las medidas propuestas para lograrla.

Sin embargo, esta inmunidad colectiva, o también conocida como de rebaño, parece que si funciona en otro tipo de infecciones alejadas del ámbito epidemiológico y más ligadas a aspectos sociológicos o incluso profesionales que son en los que me voy a detener para reflexionar estableciendo cierta analogía.

Para ello me centraré en la capacidad de respuesta que las enfermeras tenemos ante evidentes y lacerantes casos de olvido, ignorancia, manipulación, agravio, ataque… de nuestra imagen, identidad, competencias, visibilidad, reconocimiento, autonomía…

Permanentemente, las enfermeras, sufrimos ataques, más o menos selectivos, de “virus” científicos, académicos, profesionales, asistenciales… que tienen diversos orígenes y que mutan permanentemente, lo que provoca reacciones inmunológicas individuales muy diversas que sin embargo no logran alcanzar la deseada inmunidad colectiva.

Erróneamente, pienso, las enfermeras entendimos que con la “inoculación universitaria” lograda hace ya más de 40 años alcanzaríamos progresivamente esa deseada inmunidad grupal contra los múltiples virus que amenazaban nuestra salud disciplinar y profesional. Sin embargo, si bien es cierto que la carga vacunal aportada por la Universidad fue determinante para, cuanto menos, iniciar un proceso de cierta protección a los ataques periódicos y sistemáticos, esta no fue suficiente, por lo que las consecuencias de la desprotección han estado provocando constantes rebrotes que hacen peligrar de manera muy significativa la salud colectiva. Posiblemente hicieran falta dosis de recuerdo que olvidamos administrar.

Más recientemente la inmunidad se vio reforzada con la “nueva vacuna europea” que nos permitió a las enfermeras acceder al máximo nivel académico. Pero dicha inmunización, aun siendo efectiva, no se logró en la mayoría de la población enfermera que es testigo de los efectos desastrosos que tiene su escasa cobertura vacunal, lo que impide alcanzar la inmunidad de rebaño, que nos proteja contra ataques que creíamos controlados por habernos situado al mismo nivel académico que cualquier otra disciplina. Lamentablemente la inmunidad no se logró más allá del ámbito universitario, en donde incluso aparecen brotes de contagio, cada vez más frecuentes y peligrosos, a pesar de la supuesta inmunidad lograda. Es más, se dan cada vez con mayor frecuencia brotes de exacerbada infección entre las enfermeras, como consecuencia, posiblemente, de la inmunodepresión de sentimiento enfermero, provocada por movimientos de parálisis y desmotivación que, de alguna manera, afectan a estas enfermeras haciéndoles más vulnerables a los ataques y provocando un efecto de contagio colectivo que impide contrarrestar la infección generalizada que afecta al desarrollo enfermero y a su fortaleza como cuerpo profesional y disciplinar.

Ante este panorama de incertidumbre inmunológica, similar al que se produce en la actual pandemia de la COVID-19, lo que cabe preguntarse es si las enfermeras no estaremos sufriendo una inmunidad de rebaño inversa. Es decir, que al contrario de lo que sería deseable, es decir, contrarrestar, los ataques “víricos” comentados, con reacciones potentes que anulasen o destruyesen el virus, lo que estuviésemos logrando fuese una situación de “ingravidez reactiva” que provoca inmovilidad y conformismo, que suele acompañarse de brotes de llanto inactivo, que nos sitúan en ese estado de aparente ingravidez en el que la Enfermería, como colectivo que tiene un cierto peso, queda contrarrestado con la fuerza de los ataques o en caída libre sin que logre sentir los efectos de la fuerza agresora que equivaldría a la gravitatoria. En definitiva, supone que se mantenga una actitud neutra como la sensación de peso 0 que se tiene ante la falta de gravedad.

Así pues, la inmunización activa individual capaz de generar anticuerpos enfermeros contra los ataques, no logra la inmunidad grupal o colectiva que permita hacer frente de manera realmente efectiva a los mismos. Por el contrario, la inmunidad individual se encuentra reducida o incluso neutralizada por esa otra inmunidad, en este caso sí, de rebaño y que, como ya he descrito, genera una sensación de confort y de total alienación conformista y acrítica del “rebaño”, capaz de contrarrestar cualquier reacción inmunológica minoritaria desarrollada por parte de un reducido número de enfermeras, por potente que inicialmente pueda parecer.

Es un sueño de todas las enfermeras, que se sienten y actúan como tales, que se alcance la reacción inmunitaria activa del grupo en todas las infecciones causadas por los “virus” que nos atacan, evitando, al mismo tiempo, la inmunidad pasiva cuya protección se basa en la anulación de cualquier reacción y la incorporación de la sensación de ingravidez.

Se corre el riesgo, además, de que, si todas las enfermeras se contagiasen a la vez, el tejido asociativo, colegial, sindical… pudiese colapsar por no estar suficientemente preparado para poder absorber tal cantidad de “contagios”.

Es por ello que habrá que dar más tiempo a las estructuras representativas enfermeras para que puedan dar respuestas eficaces y unitarias contra los ataques, al tiempo que protejan a las enfermeras no inmunizadas y que el resto sean capaces de entender la importancia de abandonar el estado de ingravidez en el que se hayan instaladas para favorecer la adquisición de una verdadera y efectiva inmunidad individual que, finalmente, genere la deseada inmunidad colectiva enfermera que se precisa para defender a la profesión y la disciplina de tantos ataques como se producen. En definitiva, se trata de pasar de la actitud de rebaño pasivo a la de grupo activo con identidad propia y capacidad de respuesta permanente y colectiva de autoprotección.

Como en la COVID-19, la generación de una vacuna efectiva lleva su tiempo, pero mientras tanto deben generarse mecanismos de protección que impidan situaciones indeseables que puedan hacernos volver al confinamiento social, en el caso de la COVID-19, o profesional, en el caso de las enfermeras ante los ataques indiscriminados, a los que difícilmente se les puede poner nombres como a los coronavirus.

La madurez de una sociedad, como la de una profesión, va a estar determinada por la capacidad solidaria de autodefensa. En cada caso se requerirán respuestas específicas que permitan atajar el avance de unas infecciones que pueden mermar su desarrollo y debilitar las defensas de sus intereses.

En el caso de las enfermeras la madurez viene determinada por la fortaleza de sus estructuras asociativas científico-profesionales, que actúen como vacunas poderosas ante cualquier ataque.

Si las enfermeras no somos capaces de identificar la importancia de la inmunidad grupal y de quien la genera y seguimos instaladas en la inmunidad de rebaño inversa, quienes actúen como pastores y sus fieles perros nos conducirán al redil que más les interese.

De las enfermeras pues, depende qué grado de inmunidad queremos alcanzar y qué consecuencias queremos asumir si no alcanzamos una eficaz inmunización ante los ataques de tantos virus causales que no casuales.

Como a las/os niñas/os nos puede dar cierto miedo vacunarnos, pero realmente se trata de un miedo que mediante información y educación puede mitigarse para identificar claramente las ventajas de la inmunización, aunque para ello nos tengan que dar un “caramelo” de compensación.

Y, sobre todo, estemos preparadas por si surgen movimientos antivacunas, que lo único que persiguen es notoriedad sin fundamentos y con un ánimo destructivo que tiene consecuencias colectivas muy importantes. No podemos quedar deslumbradas ante visionarios mesiánicos que nos presentan un escenario tan artificial como engañoso, en el que los únicos que logran algún beneficio son ellos, que pretenden cambiar al pastor que guía el rebaño, pero sin que, en ninguno de los casos, represente beneficio alguno para las enfermeras.

El contagio y sus riesgos suelen llevarnos a los lamentos y el llanto que además de no servir absolutamente para nada, nos impiden pensar y actuar.

Abramos nuestras mentes, porque como los paracaídas tan solo abiertos son útiles, y dejemos de actuar como rebaño para hacerlo como un colectivo analítico, reflexivo, crítico, al tiempo que, unido y fuerte, que sea capaz de elegir su camino y su destino y no el que nos marquen aquellos que tan solo tienen interés en trasquilarnos para su propio beneficio, dejándonos expuestas a múltiples riesgos que no sabremos afrontar desde una ingravidez tan aparentemente confortable como peligrosa.

Finalmente, no se trata de ser ateos, beatos o agnósticos ante la realidad enfermera. Entre otras cosas porque ser y sentirse enfermera no es un acto de fe, sino de ciencia, conciencia y humanidad. Que nadie caiga en el engaño, porque la ausencia de evidencias no significa la evidencia de su ausencia.

AL ACECHO DE LOS CUIDADOS

Se ha identificado el contexto que deja la pandemia como un contexto de cuidados y, de repente, como si de buitres se tratase, han empezado a revolotear sobre el mismo una importante cantidad de oportunistas.

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HISTORIAS DE VIDA DE LA MIGRACIÓN

Vídeo que relata historias reales de una situación como la migración que ignoramos, en el mejor de los casos, y que encierran historias de vida, sueños y esperanzas que lamentablemente casi nunca se alcanzan. Realizado por Cozar Más López, Eva Mª Muñoz Ferrer, Raquel Sánchez Pastor y Mª Soto Martínez, estudiantes de 4º de enfermería de la Universidad de Alicante.

EL PLAN NUEVO DEL GERENTE O LA MEDIOCRIDAD DE LA GESTIÓN

A todas/os cuentas/os luchan contra

la mediocridad y las/os mediocres

 

Había un Gerente tan aficionado a salir en los medios de comunicación para adquirir notoriedad y cultivar su imagen, que ocupaba todo su tiempo en idear cualquier cosa por la que ser entrevistado o fotografiado.

No se interesaba por sus profesionales, ni por el hospital o sus centros de salud ni le gustaba salir de su lujoso, a menos que fuera para lucir su imagen y pavonearse de sus ficticios. Tenía una historia que contar para cada radio, periódico o televisión. Siempre estaba en disposición de aportar un nuevo reportaje, una nueva estrategia o un nuevo plan, y de la misma manera que se dice de un ministro: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El Gerente está en los medios de comunicación”.

El área que supuestamente gestionaba el Gerente, por lo tanto, era muy conocida. Periódicamente era objeto de vistas de otros profesionales interesándose por los logros que su Gerente se encargaba de lucir. Un día se presentaron en el despacho del Gerente dos personajes que se hacían pasar por magníficos planificadores sanitarios, asegurando que sabían planificar las más maravillosas estrategias y los más increíbles planes jamás vistos. No solamente los objetivos y los planes eran fantásticos, sino que las actividades con las que daban respuesta a los mismos poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente mediocre.

-¡Deben ser planes magníficos! -pensó el Gerente-. Si los tuviese, podría averiguar qué jefes de servicio, directores médicos y directoras enfermeras del Área de Salud son ineptos/as para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los mediocres. Nada, que se pongan enseguida a planificar-. Y mandó poner a disposición de los dos supuestos planificadores todos sus recursos para que se pusieran manos a la obra cuanto antes.

Ellos montaron un despacho y simularon que trabajaban; pero no tenían nada sobre la mesa. A pesar de ello, se hicieron suministrar los mejores equipos informáticos, las mejores publicaciones científicas y la wifi más potente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en el despacho vacío hasta muy entrada la noche.

«Me gustaría saber si avanzan con la planificación»-, pensó el Gerente. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera inepto o mediocre para su cargo no podría ver lo que estaban diseñando. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los profesionales del Área estaban informados de la particular virtud de aquel plan, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su compañera/o era mediocre o incapaz.

«Enviaré a mi Director Médico a que visite a los planificadores -pensó el Gestor-. Es leal y obediente y el más indicado para juzgar de las cualidades del plan, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él».

El obediente Director Médico se presentó, pues, en el despacho ocupado por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los caros y potentes equipos informáticos. «¡Dios nos ampare! -pensó el Director Médico para sus adentros, abriendo unos ojos como platos-. ¡Pero si no veo nada en las pantallas, ni hay papeles!». Sin embargo, no soltó palabra.

Los dos timadores le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos los gráficos y las tablas del plan. Le señalaban la pantalla apagada, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto el plan».

-¿Qué? ¿No dice usted nada del plan? -preguntó uno de los planificadores.

-¡Oh, fantástico, maravilloso! -respondió el Director Médico mirando a través de las gafas-. ¡Qué innovador y que claridad! Desde luego, diré al Gerente que me ha gustado muchísimo

-Nos da una buena alegría -respondieron los dos planificadores, dándole explicaciones de las acciones y describiendo las supuestas gráficas. El Director tuvo buen cuidado de memorizar las explicaciones para poder repetirlas al Gerente; y así lo hizo.

Los planificadores pidieron entonces más dinero, recursos, impresoras y fotocopiadoras, ya que lo necesitaban para seguir trabajando. Todo desaparecía conforme les llegaba, pues ni uno solo de los aparatos se empleó en dar forma al plan, y ellos continuaron, como antes, haciendo como que trabajaban en los instrumentos inactivos.

Poco después el Gerente envió a su Directora Enfermera de confianza a inspeccionar el estado del plan e informarse de si quedaría pronto listo. A la Directora Enfermera le ocurrió lo que al Director Médico; miró y miró, pero como en el despacho no había nada, nada pudo ver.

-¿Verdad que es un plan fantástico? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el maravilloso plan que no existía.

«Yo no soy tonta -pensó la directora-, y el puesto que tengo no lo suelto. Sería muy penoso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas del plan que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos magníficos gráficos y aquel soberbio plan.

-¡Es digno de admiración! -dijo al Gerente.

Todos los profesionales del Área hablaban del magnífico plan, tanto, que el Gerente quiso comprobarlo con sus propios ojos antes de que se publicase. Seguido de una multitud de profesionales escogidos, entre los cuales figuraban los dos Directores de marras, se encaminó al despacho donde supuestamente trabajaban incansablemente los planificadores, los cuales continuaban trabajando con todas sus fuerzas, aunque sin datos, informes o estrategias.

-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos dignos y leales Directores-. Fíjese Señor Gerente en estos gráficos y estos objetivos -y señalaban las pantallas apagadas, creyendo que los demás veían lo que en ellas aparecía.

«¡Cómo! -pensó el Gerente-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan mediocre? ¿Acaso no sirvo para gerente? Sería espantoso».

-¡Oh, sí, es fantástico! -dijo-. Me gusta, lo apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba la pantalla inerte; no quería confesar que no veía nada.

Todos sus fieles acompañantes miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Gerente: -¡oh, qué maravilla!-, y le aconsejaron que presentase el plan elaborado convocando una rueda de prensa a la que asistieran todos los medios de comunicación. -¡Es espectacular, sorprendente, extraordinario!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con él.

El Gerente alabó a los falsos planificadores y les otorgó una mención especial que entregó públicamente en el Consejo de Administración del Área al que invitó al mismísimo Consejero de Salud.

Durante toda la noche que precedió al día de la rueda de prensa, los dos embaucadores estuvieron levantados, con todas las luces encendidas, para que todas/os viesen que trabajaban activamente en la confección del asombroso plan que iba a presentar el Gerente. Simularon imprimir todo el plan, encuadernarlo con gran lujo de detalles y; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el plan está listo!

Llegó el Gerente en compañía de sus principales colaboradores, y los dos falsos planificadores, sosteniendo un paquete de folios como si fuese el plan lujosamente encuadernado dijeron:

-Este es el plan. Ahí está la justificación. -Aquí tiene los objetivos… La redacción es sencilla y sin aspavientos narrativos. Pareciera como si no hubiese nada escrito, pero precisamente este es el gran privilegio y éxito del plan.

-¡Sí! -asintieron todos los colaboradores, a pesar de que no veían nada, pues nada había.

-¿Quiere leer usted antes todo el contenido del plan para que pueda realmente hacerse una idea de la magnitud del mismo?

Con gran ceremonial se sentó el Gerente en uno de los cómodos, lujosos y caros sillones encargados por los falsos planificadores se acomodó sus gafas y ambos timadores procedieron a dar explicaciones sin sentido alguno al Gerente pasando las hojas en blanco en las que señalaban los hipotéticos gráficos, desgranaban los datos aparentes y relataban las supuestas. Y pasando el brazo por encima de los hombros del Gerente trataban de reforzar su confianza ante el incomprensible discurso que le estaban trasladando; y el Gerente todo era asentir mientras miraba a sus colaboradores que hacían idénticos gestos de asentimiento.

-¡Qué barbaridad, y qué bien que va a quedar usted ante los Medios de Comunicación, Es insuperable! -exclamaban todos-. ¡Menuda planificación! ¡Es un plan sin precedentes!

– Vayamos hacia el salón donde se congregan todas/os las/os periodistas para que les traslade tan inigualable Plan – anunció su Jefe de Gabinete.

-Muy bien, estoy a punto -dijo el Gerente ¿Verdad que es fantástico? – y miró de nuevo el bloque de folios en blanco que sostenía entre sus manos, para que todos creyeran que veía el contenido del Plan.

Los colaboradores le tomaron los folios al Gerente para acompañarle al Salón de prensa, y avanzaron con el invisible plan entre sus manos. Por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo avanzó el Gerente hacía la rueda de prensa convocada, mientras muchas/os profesionales que habían sido llamados a acudir, decían:

-¡Qué gran plan de trabajo ha preparado el Gerente! ¡Qué gran cambio va generar! ¡Qué fantástico es todo!

Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún plan anterior del Gerente había tenido tanto éxito como aquél.

-¡Pero si son folios en blanco! -exclamó de pronto una enfermera.

-¡Por el amor de Dios, escuchen lo que hace la ignorancia y la envidia! -dijo el Director Médico, mientras la directora Enfermera se apresuraba a amonestar a tan insolente enfermera; y todas/os fueron repitiéndose al oído lo que acababa de decir la enfermera.

-¡Son folios en blanco; es una enfermera la que dice que no lleva nada escrito!

-¡Pero si no lleva nada escrito! -dijeron, al fin, todas/os.

Aquello inquietó al Gerente, pues empezó a pensar que tenían razón; pero pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; hasta llegar a la Sala de Prensa donde se agolpaban periodistas y fotógrafas/os que disparaban sus instantáneas para regocija y pavoneo del Gerente que ya había olvidado lo que acababan de decir sus profesionales.

Los hipotéticos creadores del plan ya habían desaparecido y ante un montón de folios en blanco ni el Gerente ni ninguno de sus leales colaboradores/as pudieron explicar nada del anunciado mejor plan de salud jamás planificado.

Que cada cual ponga la moraleja que considere a esta adaptación del cuento “El traje nuevo del Emperador” de Hans Christian Andersen[1]  en un mundo como la gestión sanitaria tan cercana a esta metáfora infantil. Y es que, los mediocres no quieren que los demás superen la mediocridad.

[1] Odense, 2 de abril de 1805 – Copenhague, 4 de agosto de 1875. Fue un escritor y poeta danés, famoso por sus cuentos para niños.

RASTREADORAS

Las enfermeras parece que tengamos que estar eternamente reivindicando nuestra identidad. No nuestra imagen, que también, sino la, en principio simple denominación como lo que somos, enfermeras.

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NORMALIDAD

Dos recientes decisiones, de las Consejerías de Salud de Andalucía y Castilla La Mancha ponen de manifiesto que la normalidad ya está aquí, al menos para las enfermeras. La realidad nos despoja de las capas de heroínas y nos sitúa, de nuevo, en el blanco de los políticos de turno.

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EL PREFIJO IN EN LA PANDEMIA

A las inigualables enfermeras del

Grupo 40 + Iniciativa Enfermera

In- es un prefijo negativo que expresa el valor contrario a la palabra que acompaña (inofensivo) o indica la ausencia de una acción (incomprensión). La pandemia que estamos sufriendo se narra, en gran medida, desde la composición verbal de la negación, la contradicción o la contrariedad a las que da significado dicho prefijo, componiendo una inapelable e incesante realidad, aunque deseemos interrumpirla desde la inseguridad, la incertidumbre, cuando no la insensatez, de nuestras acciones o inacciones.

Lo que a continuación comparto es un inarmónico e inconformista intento narrativo de contrarrestar el prefijo negativo que ha instaurado en nuestras vidas el COVID-19. De nada sirve que mantengamos ocultas las palabras, y sus significados polisémicos, para olvidar su intencionalidad. Uniéndolas en una incontrolada concatenación de frases persigo el incierto objetivo de contrarrestar la incomprensibilidad del daño causado.

Imperceptiblemente, o no, nos vimos implicados en una indeseable situación que nos ha inactivado durante un tiempo que ha parecido inmensamente largo.

Nos sentíamos invulnerables a cualquier posible invasión, hasta que de manera insolente apareció el impúdico coronavirus para invadir nuestro espacio, inhabilitar nuestras vidas, inocular incertidumbre, inmovilizar nuestra capacidad de acción y hacernos sentir inseguros.

Nunca intuimos lo que podía llegar a pasarnos desde nuestra actitud individualista, inmadura e indiferente a lo que inadmisiblemente pero implacablemente, pasaba a nuestro alrededor sin que, aparentemente al menos, nos inmutase lo más mínimo.

Nuestra insolencia, no exenta de inmadurez irreflexiva e insensata, nos incorporó de manera ineluctable en un estado de alarma que inhabilitaba nuestras relaciones, nos inadaptaba socialmente y nos sumía en la inacción impuesta.

La inmediatez de la urgencia sanitaria impulsó una respuesta inmediata de las/os profesionales sanitarias/os que incrédulamente observaban la inconmensurabilidad del ataque que de manera impropia e inconsciente alguien quiso calificar de bélica.

La población, por su parte, en una reacción irreconocible obedecía las órdenes de incomunicación y asumía la inmediatez del peligro con inusitada conformidad. En su impropia inclaustración y de manera inalterable e incansable diariamente implosionaban en aplausos de inconfundible reconocimiento hacia las/os incansables profesionales de la salud y a otros de servicios básicos que se fueron incorporando.

A nadie pasó inadvertido el inadecuado olvido y el irracional e insensato rechazo de la Atención Primaria de Salud, que quedó inaprovechada por la incoherencia y la incapacidad de quienes tomaron inconsistentes decisiones desde la indecisión, para situar al hospital como único e indebido centro de atención ante una situación que exigía una incuestionable respuesta de unidad y de indefectible presencia de la que, sin duda, es indispensable recurso de salud.

La calificación de heroicidad resultaba impropia y contradictoria en quienes sufrían la inmisericorde visita de la muerte por una meritoria implicación en el incesante cuidado de los infectados. Y ello a pesar de la inaceptable e incomprensible indefensión que sufrían por la indisculpable ausencia de equipos de protección.

Hasta las enfermeras lograron salir de su habitual invisibilidad para ser incorporadas en el impersonal grupo de profesionales sanitarios. Aunque los inefables medios de comunicación, impúdicamente, continuasen con su inaguantable discurso pseudoinformativo, estereotipado e inapropiado sobre todo lo que hace referencia a la salud y especialmente a las enfermeras.

Los cuidados, imprescindibles pero incomprendidos, pasaron a ser de incalculable valor ante la inconsolable ausencia de su mayor prestador, la familia, que incomprensiblemente aún se denomina como cuidado informal.

Llegó un momento en que no se sabía muy bien si lo importante era intubar o cuidar. La infinita duda entre curar y cuidar, que se instalaba e increpaba a nuestras conciencias en una indeseable indecisión ética y estética que nos increpaba e interpelaba.

El implacable avance de la pandemia acompañaba a la incalmable angustia de muchas personas y familias que asistían al inhumano aislamiento impuesto por el COVID-19. La inaudible queja de quienes sufrían por la incomunicación con sus familias y amigos, se sumaba al insoportable dolor y sufrimiento causado por el incontrolado virus, que convertía en ilógico e incomprensible todo cuanto de manera inverosímil estaba aconteciendo.

Las enfermeras logramos desprendernos de la inconsistente heroicidad impuesta, para pasar a una, no menos, impresentable denominación como rastreadoras. Ni antes teníamos capas o poderes para soportar cualquier contratiempo o vencer a cualquier enemigo, ni ahora tenemos olfato canino para detectar al COVID-19. Lo que viene a demostrar que vivimos en una realidad icónica tan irreal como innecesaria, que lo único que consigue es borrar nuestra incuestionable referencia como enfermeras.

Mientras tanto, la incapacidad de diálogo y consenso políticos conducían a la impajaritable inestabilidad en momentos en los que era incompatible la inconsistencia del discurso con la inaplazable búsqueda de soluciones.

Aprendimos a valorar el incalculable valor del tiempo, entendiendo que no es tanto que el tiempo es oro, sino que lo verdaderamente incalculable es que el tiempo es vida.

Precisamente fueron la inconsistencia y relatividad del tiempo las que nos situaron, casi de manera inadvertida, en unas inconsistentes, cuando no insustanciales fases de incorporación progresiva hacia una incierta e inaplazable normalidad que ya no sabíamos bien si deseábamos o temíamos.

E inmersos como estamos ya en esa irreconocible realidad, empezaron a aparecer imprudentes acciones que se tradujeron en indeseables comportamientos, pero también en injustificadas reacciones de intolerancia y violencia.

La inefable mascarilla se ha convertido en elemento de protección, pero también de incomunicación. Desde la inexpresividad que provoca a la inaccesibilidad que genera, el enmascaramiento preventivo nos sitúa en una inclasificable realidad en la que la palabra queda presa y el gesto invisible. Si antes de la pandemia la individualidad nos aislaba, ahora, la mascarilla enmascara nuestra comunicación para convertirla en una simple, mecánica e inexpresiva forma verbal que hace incapaz la traducción real de aquello que realmente queremos expresar.

Y esta barrera, tan necesaria como incómoda e indeseable, se interpone en la prestación de cuidados en la que tan importantes como deseables son la expresión o el gesto, a la que se une el inadmisible contacto físico, que convierten al cuidado en inseguro, irreconocible e incomprensible. Es por ello que ahora, más que nunca, se hace necesaria la mirada como forma de trasladar nuestra empatía y la consistencia de nuestro mensaje verbal reforzándolo de matices que venzan el inabordable acceso a nuestro gesto, oculto por el intransigente enmascaramiento. Debemos impedir, como parte de esta nueva realidad de cuidado, pasar inadvertidas, ser incomprendidas o irreconocibles, resultar inaccesibles o inasequibles. Como enfermeras tenemos la innegable necesidad de ser inconformistas y transformar la inseguridad en certeza, lo insustancial en trascendental y lo inconciliable en compatible. Porque los cuidados profesionales enfermeros precisan ser inigualables y evitar la inmerecida invisibilidad o el incomprensible olvido que puede provocar una simple pero inescrutable mascarilla.

Seamos infatigables luchadoras ante la negatividad que impone el COVID-19. Porque sin pretenderlo, además de dolor, sufrimiento y muerte, ha generado un nuevo espacio de cuidados al que es inaplazable dar respuesta. Las enfermeras no debemos consentir que el cuidado sea inasequible. Con nuestra rebeldía a la inmovilidad lograremos que dicho espacio sea un inconfundible referente de nuestro indiscutible liderazgo en cuidados.

La incontenible fuerza del cuidado nos rescatará del inmerecido lugar en el que nos situaron la insensatez de un sistema y de quienes incongruentemente lo crearon o lo consintieron.

En esta inconclusa situación generada por la pandemia sería imprudente pensar que todo puede seguir inalterable. Ahora mismo son inabarcables e inaccesibles todas las respuestas, pero la incredulidad no puede ni debe llevarnos al incumplimiento que de nosotras se espera para desenmascarar definitivamente a la sociedad.

La insolidaridad, la inequidad, la inaccesibilidad, la inacción, deben perder el prefijo in en la nueva normalidad para positivizarse y lograr que se conviertan en solidaridad, equidad, accesibilidad y acción como elementos fundamentales de avance, desarrollo, intervención y participación, indispensables para hacer frente a cualquier contingencia de fragilidad que es lo que, finalmente, da sentido a los cuidados.

SE ACABÓ LO QUE SEDABA / SE DABA

Parecía que finalmente podríamos salir de nuestro permanente lado oscuro del sistema sanitario, acompañando a quienes siempre estuvieron en la luz y otros tantos profesionales también olvidados.

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