La defensa de los intereses profesionales y científicos que faciliten y contribuyan al desarrollo, posicionamiento y visibilización de una profesión o área de conocimiento específico de la misma es una de las principales justificaciones de la existencia y trascendencia de las Sociedades Científicas. Esto que es una realidad constatable e incontestable, se debilita cuando en dicha defensa se establecen o incorporan elementos que se alejan del ámbito científico para instalarse en el de los intereses individuales de sus miembros o en el inmovilismo de posturas alejadas del necesario, rico y deseado análisis que generen reflexión y debate, más allá de cualquier sana diferencia que pueda existir.
Y es que, más allá de las lógicas diferencias, de los posicionamientos, de las ideas, de los intereses… que existen, y que son lícitos y respetables, si queremos avanzar y lograr objetivos comunes debemos estar más unidos que nunca. Hay que huir de protagonismos personales para identificar como único centro de atención a la enfermería comunitaria y a las enfermeras comunitarias.
Nada justifica enfrentamientos estériles, ni reproches tan innecesarios como inoportunos. Tampoco nadie entiende ya que se utilice una Sociedad Científica para lucimientos personales o linchamientos públicos, que desplacen el bien colectivo. Los tiempos del circo máximo han pasado. Ahora ya no hacen falta fieras salvajes que aniquilen a los que se consideran enemigos del pueblo. Ahora la difamación, la mentira, el ataque gratuito, la descalificación, la manipulación… utilizados contra quien piensa diferente es la peor fiera, y sus dentelladas en forma de distorsión, alarmismo y descrédito provocan heridas mortales de las que difícilmente pueden curarse quienes se convierten en foco de los ataques. Las luchas fratricidas a lo único a lo que conducen es a la autodestrucción y a la pérdida de crédito interno y externo, no de quien las genera, sino del colectivo al que se dice defender con tan absurdos e inútiles enfrentamientos que acaban por desangrar y dejar sin fuerzas a los contendientes, que se convierten en presas fáciles para quienes observan, entre atónitos y divertidos, como se aniquilan sus aparentes oponentes.
No perdamos el tiempo, por tanto, buscando culpables imaginarios o enemigos ficticios, si no somos capaces de evitar una situación tan lamentable como latente.
Es tiempo de tirar todos en una misma dirección, buscando el interés común de las enfermeras comunitarias y con una única mirada, la de la enfermería comunitaria. Lo contrario supondrá un suicidio colectivo y público que no beneficiaría a nadie y, sin embargo, supondría un enorme daño no tan solo para nuestra imagen sino para su identidad y credibilidad.
No se trata de escenificar una farsa o simular una imagen distorsionada. No. Se trata de aprovechar la ocasión que se nos brinda para darnos cuenta de lo importante que es trabajar todos en una misma dirección, sin renunciar a ideas ni planteamientos que lo que hacen es enriquecer el debate; pero huyendo, cuando no abandonando, la intransigencia, el inmovilismo, el egocentrismo, el narcisismo pseudoprofesional, la megalomanía y el pensamiento único. Los tiempos de la obediencia, la docilidad y el sometimiento son un amargo, triste y recurrente recuerdo, pero recuerdo al fin y al cabo. No es cuestión de olvidar, porque permite estar alerta para no repetir situaciones y errores. Pero sí de relativizar dicho pasado para no quedarnos anclados en él. Proyectemos una imagen acorde a nuestro trabajo, esfuerzo, compromiso e ilusión y hagamos de ella la referencia necesaria para el entendimiento, el diálogo y la reflexión.
Las personas pasan, nadie es imprescindible; las ideas cambian, no son inamovibles; los contextos se modifican, no son inalterables… pero las enfermeras comunitarias perduran y se mantienen como realidad profesional, científica y social. Y todas las enfermeras comunitarias, sin excepción, tenemos la obligación de trabajar por una enfermería comunitaria fuerte, digna, ética, cercana y reconocida, que nos permita abandonar posiciones de permanente lamento y mirar al frente con valentía, decisión y seguridad.
Se han dado los primeros pasos en ese deseado entendimiento. No malgastemos nuestra energía en querer aparentar lo que no somos, pero tampoco en ocultar lo que realmente somos capaces de ofertar desde la unidad.
Desde AEC, desde luego, trabajaremos para conseguir una unidad tan necesaria como deseada por la gran mayoría. Las resistencias, de haberlas, tan solo nos tienen que animar a trabajar con mayor energía.
Editorial de la Revista Iberoamericana de Enfermería Comunitaria (RIdEC)