CRISIS, GESTORES Y ENFERMERAS

Nadie es ajeno a la crisis que desde hace algunos años se ha instalado en nuestra sociedad y que se resiste a abandonarnos. La misma está ocasionando no tan solo graves problemas financieros sino que se ha convertido, sin duda, en uno de los principales problemas de salud para la población que padece sus consecuencias (paro, recortes sociales, penurias económicas…).

Ante esta grave situación, sin embargo, se está respondiendo por parte de las administraciones públicas con importantes recortes en la sanidad que provocan desabastecimiento, retrasos en la prestación de atención, demanda insatisfecha… para los usuarios; y recortes salariales, empeoramiento de las condiciones de trabajo, recortes en las plantillas… para los profesionales de la salud.

Los políticos y los gestores sanitarios (que vienen a ser lo mismo dados los mecanismos de acceso a los puestos de responsabilidad en las organizaciones sanitarias públicas), ante la magnitud de la crisis han considerado que la mejor manera para ahorrar es meter la tijera en el Sistema Sanitario por entender que es lo que más gasto genera. Confunden, desde su ignorancia e inoperancia, la racionalización con el racionamiento.

Los mismos políticos y gestores que durante las épocas de vacas gordas tan solo estaban preocupados por dejar huella de su paso con grandes proyectos de infraestructuras o de programas de dudosa rentabilidad y eficacia social, son los que ahora, ante tan importante problema de salud como es la crisis, no tan solo no son capaces de responder con eficiencia sino que eliminan o restringen drásticamente servicios básicos y cargan en los profesionales de la salud su torpeza con recortes, congelaciones y despidos.

La salud como derecho fundamental de toda persona no puede y no debe, estar condicionada por gestores caracterizados por la mediocridad y el servilismo político del que hacen gala muchos de los actuales y que son los auténticos responsables de lo que sucede en el sistema sanitario público más allá de los efectos que sobre el mismo tiene la crisis.

Han logrado una sociedad profundamente medicalizada y hospitalcentrista en la que no sólo aumenta incesantemente el número de enfermedades que se conocen sino que se han convertido en tales, muchas situaciones y etapas vitales que antes no lo eran. Han conseguido instaurar la idea del «mal latente», el concepto de que todos podemos estar enfermos aunque nos creamos en buena salud. Ya no es suficiente sentirse sano para estarlo, la certificación de la salud debe venir desde fuera, desde la «expertez» o lo que es casi lo mismo, desde la tecnología. Desde este modelo medicalizado y medicamentalizado se ha enajenado a la población del control sobre su propia salud. Se ha establecido una creencia en la omnipresencia de desórdenes médicos, idea que se refuerza en cualquier medio de comunicación y que puede llevar a pensar que finalmente “vivir es perjudicial para la salud”, dado que todos los aspectos de nuestra vida diaria conllevan elementos de riesgo para la salud. Es decir lograr la paradoja de una Sociedad que enferma de Salud.

Y todo esto a costa de la destrucción sistemática de la Atención Primaria. Teniendo en cuenta que lo que se invierte en Salud en España está dos puntos del PIB por debajo de la media europea y que las decisiones que se están adoptando nos pueden conducir a un peor posicionamiento y, lo que es más grave, una peor atención.

Las enfermeras en general y las enfermeras comunitarias, en particular, han sido durante mucho tiempo ejemplo de eficiencia  y de racionalización de recursos sin que nunca o en muy pocas ocasiones se haya reparado en ello o se les haya escuchado en sus múltiples propuestas de reorganización y/o planificación. El modelo que la profesión enfermera desarrolla, de capacitación de la población para los autocuidados, de autoresponsabilidad, de educación enfocada a la promoción de hábitos saludables… toma en estos momentos de crisis una especial relevancia.

Aún se está a tiempo de poder corregir los desórdenes ocasionados. La crisis, sin despreciar lo que de negativo tiene, que es mucho, debe ser identificada también como una gran oportunidad para mejorar. Y en esto las enfermeras tenemos contrastada capacidad, voluntad y aptitudes para liderar muchas estrategias de cuidados y de gestión que permitan dar una respuesta eficaz y eficiente a las necesidades sentidas y requeridas por las personas, las familias y la comunidad. Para ello se requiere que tengan plena capacidad en la toma de decisiones a todos los niveles del Sistema Sanitario y no como hasta.

Esperemos que no se siga ignorando el capital enfermero actual y de futuro inmediato (Especialistas de Enfermería Familiar y Comunitaria) para hacer frente a la crisis.

Editorial RIdEC nº 4 2011

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