MÉDICOCRACIA

 

Carta en respuesta al artículo de opinión “Cincuenta por ciento” del Sr. Juan Gervás, publicado en Acta Sanitaria el día 17/10/2011.

El término democracia proviene del antiguo griego (δημοκρατία) y fue acuñado en Atenas en el siglo V a.C. a partir de los vocablos δῆμος («demos», que puede traducirse como «pueblo») y κράτος (krátos, que puede traducirse como «poder» o «gobierno»). Sin embargo la significación etimológica del término es mucho más compleja. El término «demos» parece haber sido un neologismo derivado de la fusión de las palabras demiurgos (demiurgi) y geomoros (geomori). El historiador Plutarco señalaba que los geomoros y demiurgos, eran junto a los eupátridas, las tres clases en las que Teseo dividió a la población libre del Ática (adicionalmente la población estaba integrada también por los metecos, esclavos y las mujeres). Los eupátridas eran los nobles; los demiurgos eran los artesanos; y los geomoros eran los campesinos. Estos dos últimos grupos, «en creciente oposición a la nobleza, formaron el demos». Textualmente entonces, «democracia» significa «gobierno de los artesanos y campesinos», excluyendo del mismo expresamente a los ilotas (esclavos) y a los nobles.

              La médicocracia, por su parte, es un término que a pesar de no existir como vocablo del diccionario está presente de manera constante y permanente en la sociedad. Su etimología, de poderse describir, tendría grandes similitudes a la de democracia ya descrita. Así y aunque en principio pudiera traducirse como el poder del médico su significación, en este caso no etimológica, sería mucho más compleja. Y lo es en tanto en cuanto el colectivo, profesión, disciplina médico ha sido a lo largo de la historia quien ha dominado y ejercido poder no tan solo en las instituciones en donde ha trabajado sino también sobre quienes ha considerado siempre como inferiores, es decir, todos los demás profesionales de la salud y en especial a las enfermeras. Es decir los médicos decidieron dividir a los profesionales de la salud en médicos (varones ellos) y enfermeras (hembras ellas).

              Los médicos asumen pues su condición masculina y dominante de la profesión médica sobre la condición femenina y dominada de la profesión enfermera, generando una relación de dominancia de género que ha supuesto los mismos inconvenientes que a lo largo de los siglos ha sufrido la mujer con relación al hombre.

              Cuando la evolución de la sociedad en su conjunto permitió que los derechos de las mujeres empezaran a reconocerse y a visibilizarse, las enfermeras como profesión femenina que es (en cuanto a género y no tan solo por el número de mujeres que la integran) empezó también a sacudirse el dominio de la profesión médica como masculina que es (más allá del número de hombres que la integran, cada vez menor por cierto y no por ello con pérdida de su condición de género masculino) y logró crecer y alcanzar el máximo desarrollo disciplinar.

              Sin embrago las enfermeras, en su condición de miembros de la femenina enfermería, aún no pueden desarrollarse plena y autónomamente como profesionales. La médicocracia ejercida por la clase masculina médica aún se cree en el derecho de decir qué, cuándo, cómo y dónde deben ejercer las enfermeras.

El problema no es que los hombres sean más o menos brutos que las mujeres. El problema es que haya hombres que sigan utilizando un mensaje sexista para defender su autoridad y su poder. Lo que sin duda les embrutece como personas.

Los médicocratas quieren seguir dominando lo que ellos consideran su particular cortijo ejerciendo de señoritos y utilizando a las enfermeras como escudo protector para ocultar sus muchas carencias de atención o como remedio de sus males crónicos. El problema no es que existan enfer-mesas, que las hay, sino el por qué existen. El problema de atención a los crónicos no es que existan enfer-mesas, sino que no existan suficientes enfermeras. El problema no es que se atienda a los sanos, que es una de las responsabilidades de las enfermeras comunitarias –mantener sanos a los sanos- sino que la tecnología y las técnicas médicas no dejen espacio para lo que realmente es de su competencia. El problema sí que es, sin embargo, el no poder atender los problemas de salud de la comunidad. Pero no se limita a que existan enfer-mesas. Y, desde luego, lo que no es en ningún caso un problema, una necesidad, una responsabilidad, una competencia… de las enfermeras es preocuparse por los problemas de los médicos por muy crónicos que estos sean, esto sí que es competencia exclusiva de los médicos. El trabajo en equipo no consiste en eso sino en preocuparse conjuntamente por las necesidades y demandas de la población desde un posicionamiento de democracia y libertad que es antagónica a la médicocracia.

Por otra parte, la distracción como método disuasorio estaría bien como ejercicio literario pero desde luego utilizarlo para trasladar la culpabilidad del gasto sanitario a los actos enfermeros no deja de ser una nueva escaramuza para desviar no ya la atención sino la responsabilidad de quienes realizan una ineficiente actuación profesional. Pero siempre es bueno que existan enfermeras a las que achacar las culpas.

Y es que la incapacidad para asumir los defectos propios lleva a una exacerbada susceptibilidad que impide estimar las cualidades de los demás, reclamando continuamente pleitesía, sumisión, acatamiento y hasta servilismo de los demás. Aunque para ello, quien critica y acosa, se muestre seductor, brillante y hasta graciosillo, gozando incluso de prestigio en nuestra cultura.

              A pesar de que hay un gran número de médicos que se han liberado de prejuicios y de actitudes atávicas y contemplan el ejercicio de su profesión desde una perspectiva de igualdad y libertad con las enfermeras, los hay quienes siguen practicando su médicocracia para proteger privilegios, y mantener prebendas aunque para ello tengan que utilizar la violencia de género.

              Las enfermeras no necesitamos de salvadores, ni predicadores que tratan de enmascarar, con sus palabras de supuesta igualdad, ayuda y comprensión, un discurso pseudoerudito, machista, prepotente y despótico en el que arrastran a todas/os los que se pongan en su camino para mantener su médicocracia.

              Pero aún más. Ni la medicina, ni la sanidad, ni la sociedad se merecen a quienes tan solo tienen como objetivo escucharse, mirarse y alabarse, cual narciso que nace en las orillas de los estanques y crece inclinado hacia el agua que le sirve de espejo, mirándose siempre en ella.

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