PALINODIA

Se dice que uno debe aprender de sus propios errores y que errar no es tan solo humano sino necesario.

Otra cosa bien diferente es saber reconocer los errores propios y saber sacar conclusiones de los mismos que nos ayuden a crecer como personas y como profesionales.

Y aún cuesta mucho más hacer público el reconocimiento del error. Por cuanto es, erróneamente –valga la redundancia- identificado más como un fracaso que como un error. Y a esto en nuestro rico idioma se le conoce como palinodia.

Por lo tanto identificar que alguien lleve a cabo una palinodia es ciertamente difícil en una sociedad en la que la ambición, la competencia, el individualismo, la apariencia, la demagogia… se constituyen en los principales aliados del comportamiento humano. De tal manera que todos los nombrados son reconocibles e identificables y sin embargo pocos, muy pocos me atrevería a decir, identifican el término palinodia por lo inusual que es su puesta en práctica.

Creo sinceramente que sería muy saludable que se incorporase esta práctica como forma de avance en las relaciones humanas, en el crecimiento profesional y en la credibilidad. Otorgaría, a quienes la practicasen y a quienes la asimilasen, como forma no de culpabilizar sino de entender y aprender, una nueva dimensión de análisis, de reflexión y de consenso en el logro de objetivos comunes que se alejen de los intereses personalistas, que tan solo conducen a generar desconfianza, confusión y confrontación, cuando no contradicción.

Quisiera, por lo tanto practicar la palinodia como ejercicio, que permita entender ciertos posicionamientos y sus consecuencias y comprobar que compartir el error cometido puede ser un buen ejercicio de crecimiento.

Con la aplicación del denominado Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), los estudios de enfermería, al igual que el resto, pasaron a ser grados. Este cambio condujo a que desapareciesen las diplomaturas y las licenciaturas y con ello se propiciase la transformación de las Escuelas de Enfermería en Facultades. Se abría un proceso por el cual se debían adaptar las estructuras universitarias al nuevo planteamiento europeo. A la alegría por poder situarnos al mismo nivel que cualquier otra titulación se unía la, denominémosla generosidad, de creer que debía existir un espacio común que albergase a las diferentes titulaciones, aunque ello supusiese la pérdida de identidad de enfermería que quedaba aglutinada en esa genérica denominación de ciencias de la salud. Fueron bastantes quienes trasladaron sus dudas, resistencias e incluso malestar por esa decisión. Sin embargo, recuerdo, que se argumentaba con vehemencia, yo entre ellos, la necesidad de ser integradores, negando que eso fuese a suponer una pérdida de visibilidad. Finalmente prevaleció en muchos casos ese posicionamiento y muchas escuelas de enfermería pasaron a denominarse Facultades de Ciencias de la Salud

Pero no todas las escuelas optaron por esa vía y mantuvieron su denominación de Enfermería aunque fuese acompañando a otras titulaciones (Fisioterapia, Podología…) aunque como Facultades.

El paso del tiempo me ha hecho valorar, en su justa medida, el error cometido y las consecuencias que el mismo ha tenido y posiblemente tenga en un futuro no muy lejano. Al perder el nombre perdimos la identidad, y al perder la identidad perdimos visibilidad. Por mucho que se trabaje y que se trabaje bien, la identidad enfermera queda diluida en una denominación que ocultó la identidad como disciplina en unas ciencias, las de la salud, en las que no existía consenso de integración como se comprobó posteriormente.

La generosidad de integración en ciencias de la salud, por tanto, no fue en consonancia con otras facultades en las que se impartían otros grados, como medicina, que se resistieron a cobijarse bajo el paraguas genérico de ciencias de la salud, al considerar que debían mantener su identidad. Y en ese debate, finalmente, y como suele suceder acabó perdiendo enfermería al asumir con cierta ingenuidad la integración, mientras medicina, como sucede también casi siempre, hacia la guerra por su cuenta De tal manera que nos encontramos con la paradoja de centros que se denominan de Ciencias de la Salud y Medicina. Esto, por lo tanto, puede interpretarse como que medicina no se siente parte de las ciencias de la salud posiblemente porque su paradigma se centra en la enfermedad, o bien porque quiere mantener por encima de cualquier otra consideración su hegemonía y visibilidad manteniéndose al margen de epígrafes integradores. Dicho todo lo cual se deberían establecer reglas de juego que permitiesen a todos jugar en igualdad de condiciones y no propiciar las diferencias en función de criterios que se alejan de cualquier consideración científica o académica. O todos moros o todos cristianos.

Así pues, transcurrido el tiempo, reconozco mi error públicamente al haberme dado cuenta de que con mi apuesta favorecí, en alguna medida, a ocultar la identidad enfermera, aunque la intención fuese la de la naturalización y normalización de las relaciones interdisciplinares. Sin percatarme de que algunas de esas disciplinas, bueno realmente una de ellas, antepone, en muchas ocasiones, sus intereses particulares a los del conjunto de ciencias de la salud, de las que ni se siente partícipe ni reconoce como propias al considerarse una ciencia única e independiente. ¿Será por eso que su color académico es el amarillo asumido por los independentistas catalanes como símbolo reivindicativo?

Tan solo espero que esta palinodia pueda servir para que otros eviten la tentación de caer en el mismo error con el claro y sano propósito de la interdisciplinariedad, pero que finalmente acaba con la fagocitación de la Enfermería en beneficio de otras disciplinas. Aunque ya sabemos que el hombre es el único que tropieza dos veces con la misma piedra.

Es un ejercicio, este de la palinodia, poco frecuente y que, sin embargo, contribuiría de manera muy clara a la construcción de realidades más globales y con beneficios colectivos.

Ojalá que cunda el ejemplo y que del reconocimiento de errores propios y ajenos podamos beneficiarnos todos.

Por otra parte, no hay mayor error que pensar que errar es fracasar, porque como decía Jean de la Fontaine “La vergüenza de confesar el primer error, hace cometer muchos otros” y porque parafraseando a Confucio “Cometer un error y no corregirlo es otro error”.

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