NEGACIONISMO, POSITIVISMO Y MUJERES CIENTÍFICAS

            Últimamente se ha instalado, fundamentalmente entre los políticos y quienes tienen poder de decisión, el discurso de la negación.

            La negación al cambio climático, a la violencia de género, a la pobreza, a la inequidad… se han convertido en la respuesta inmediata a cualquier planteamiento que sugiera la existencia de problemas derivados de estas realidades.

El negacionismo es exhibido por individuos que eligen negar la realidad para evadir una verdad incómoda o perjudicial a sus ideas o intereses. De acuerdo al autor Paul O’Shea, «es el rechazo a aceptar una realidad empíricamente verificable”. Es, en esencia, un acto irracional que retiene la validación de una experiencia o evidencia históricas.

Así pues y tal como describe Didier Fassin[1], el negacionismo es un posicionamiento ideológico de quien reacciona sistemáticamente contra la realidad y la verdad. Por su parte Mark Hoofnagle[2], sostiene que el negacionismo es el empleo de tácticas retóricas para dar la apariencia de argumento o debate legítimo, cuando en realidad no lo hay.

El problema, con serlo y muy importante, se magnifica cuando los discursos de estos individuos logran que una gran parte de la sociedad haga suyo su discurso. Tal como afirma el autor Michael Specter[3] el negacionismo grupal sucede cuando «todo un segmento de la sociedad, a menudo luchando con el trauma del cambio, da la espalda a la realidad en favor de una mentira más confortable».

El discurso negacionista llega a calar tanto en el pensamiento y actitud de quienes lo aceptan como válido que incluso logra que el discurso que se niega, a pesar de las evidencias, sea sospechoso de poseer motivaciones ocultas.

Sería pretencioso por mi parte tratar de incluir en el ámbito del negacionismo ciertos discursos, en contra de las enfermeras, que se mantienen más allá de las evidencias científicas existentes. Pero no me resisto a hacer un ejercicio de aproximación a tan nefasta estrategia por entender que el discurso que se utiliza y se mantiene como cierto va en contra, no tan solo de la evidencia, sino de la propia enfermería como ciencia, disciplina y profesión, con el ánimo de generar duda, rechazo y sospechas entre la comunidad científica y la propia sociedad, con el único objetivo de mantener los privilegios de quienes se siguen considerando protagonistas exclusivos del sector sanitario, al entender que el reconocimiento a “otros”, las enfermeras, es una amenaza a su hegemonía científica, disciplinar y profesional.

Durante mucho tiempo la clase médica, masculina y machista en su concepción y actitudes, identificó a la enfermería, femenina y sometida, como una ayuda a su saber y acción desde un planteamiento exclusivamente técnico, sanitario y alejado de cualquier planteamiento científico o crítico. Esto fue, sin ir más lejos, lo que condujo a transformar la profesión y disciplina enfermera, que empezaba a despuntar como profesión durante la 2ª República, en un oficio a la sombra de la medicina y a las órdenes de los médicos, con la implantación de los estudios de Ayudante Técnico Sanitario (ATS), que suponían un primer y determinante paso en el negacionismo de la enfermería al eliminar cualquier vestigio de la misma en un plan de estudios hecho a imagen, semejanza y utilidad de quienes lo idearon e implantaron.

Con dicha estrategia lograron, por una parte, tener fieles, dóciles y eficaces ayudantes a sus órdenes que contribuyesen a su desarrollo y reconocimiento, impidiendo que existiese ninguna posibilidad de pensamiento crítico, autonomía o capacidad de decisión en relación a su actividad, ya que la misma era totalmente subsidiaria a la médica.

Pero con ser grave este control en beneficio propio y mayor “gloria” de quien actuaba como exclusivo protagonista, no fue lo peor de tan estudiada estrategia. Porque lo realmente grave fue, sin duda, borrar del imaginario colectivo cualquier vestigio que pudiese conducir a identificar la enfermería como profesión o disciplina, convirtiendo una realidad como la enfermería, que tenía referentes científicos y profesionales indiscutibles en otros países, en una mentira denominada ATS, que aún perdura en nuestros días.

Se trató, por tanto, de un claro ejercicio de negacionismo. Porque lo que se negaba no era una nueva realidad sin fundamento, era una realidad fundamentada que resultaba incómoda para los intereses de quienes dominaban en exclusividad la actividad sanitaria, adaptando todo aquello que les rodeaba para el desarrollo de su saber y su hacer. Los hospitales se organizaron, en contra del sentido común, la eficacia y la eficiencia, en la fragmentación médica de órganos, aparatos y sistemas y los cuidados quedaron relegados a acciones llevadas a cabo por sus ayudantes técnicos sanitarios.

Los cambios en los planes de estudio y la incorporación de los mismos en la Universidad, supusieron un cambio sustancial, aunque no definitivo, para rescatar la imagen y el sentir de la enfermería y de las enfermeras, aunque fuese bajo unas siglas que seguían ocultando la enfermería, DUE (Diplomados Universitarios de Enfermería) y limitando el desarrollo académico al no permitir el acceso a estudios de 2º ciclo (licenciatura y doctorado). Por lo tanto, persistía, en cierta medida, el negacionismo de la enfermería y de las enfermeras que pasaron de ser reconocidas como ATS a serlo como DUE, en cuanto a denominación, pero manteniendo oculta la ciencia enfermera en la que se fundamentaba su acción, lo que mantenía el ideario común de subsidiaridad médica.

Europa, que ahora genera tantas dudas e incertidumbres, auspició el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), en el que Enfermería logró que, finalmente, se rompiera el techo de cristal que le impedía el máximo desarrollo académico y la recuperación de nuestra identidad enfermera, al menos teóricamente.

Quedaba, eso sí, que lo logrado en el ámbito académico tuviese traslado en el ámbito asistencial. Y de nuevo resurgió el negacionismo al impedir que las enfermeras tuviésemos las mismas oportunidades de acceso a todos los puestos de responsabilidad al situarnos de manera totalmente arbitraria, interesada y caprichosa en un subnivel con relación a quienes siguen negándonos valor, reconocimiento e igualdad de oportunidades, con argumentos que no se sostienen pero se mantienen por quienes tienen capacidad y voluntad política para modificarlo, lo que les convierte en claros cómplices del negacionismo enfermero.

Si a todo esto añadimos que el “virus” del negacionismo tan bien diseñado ha sido capaz de inocular su dañino efecto en las propias enfermeras, negándose a sí mismas, la cuadratura del círculo es perfecta. Porque a pesar de que existen muchas enfermeras que han logrado generar resistencia a tan nefasto virus, las devastadoras consecuencias que el mismo ha generado son difíciles de vencer, aparte que los “virólogos” ya se encargan de mutar el virus de tal manera que sea capaz de atacar cualquier resistencia que aparezca.

Pero con ser grave esta epidemia creada, mantenida y apoyada durante tanto tiempo, no lo es menos el hecho de que se manipule un discurso supuestamente liberador, emancipador e igualitario para tratar de trasladar una imagen mucho más amable de lo que realmente sigue sucediendo en nuestra sociedad.

Porque claro, se habla de la importancia de las mujeres en la ciencia, que no la voy a discutir ni poner en duda, pero sin embargo se hace olvidando a aquellas mujeres que mayoritariamente han contribuido con su trabajo, su implicación y su resistencia a que la ciencia enfermera aporte importantísimos beneficios a la salud de las personas, las familias y la comunidad, pero excluyéndolas como científicas, lo que es tanto como continuar con el negacionismo.

Negacionismo, en este caso que se apoya en el positivismo. Positivismo que afirma que todo conocimiento deriva del método científico, desde una perspectiva de monismo metodológico que determina que hay un solo método aplicable en todas las ciencias. Es decir, la explicación científica ha de tener la misma forma en cualquier ciencia si aspira a ser ciencia y por tanto la Enfermería, entre otras, se niega y se excluye. Sin tener en cuenta la incapacidad del considerado exclusivo método científico por conocer otras realidades como la creación de significado, al hacerlo desde las leyes universales impuestas que ignoran aquellos elementos, factores o determinantes que no pueden ser generalizados en base a dichas leyes, lo que genera el interesado debate en contra de la investigación cualitativa frente al positivismo de la cuantitativa, considerada menor o no científica por quienes quieren seguir manteniendo el negacionismo de parte de la ciencia y quienes la componen.

Así pues, nos encontramos ante un claro dilema que trasciende a la ciencia y se sitúa en la hegemonía machista. No se trata tanto de que las mujeres sean o no científicas, que lo son, sino de las posibilidades que a las mismas se les deja para que logren situarse como tales, más allá de la ciencia desde la que lo hagan. El problema está también en que, como ya he repetido en diferentes ocasiones, las disciplinas también tienen género y en función del mismo su visibilidad, reconocimiento e importancia es graduado social y científicamente por quienes establecen los criterios para que sean tenidos en cuenta y, desde los mismos, darles un valor u otro.

Todo ello sin minusvalorar, sino todo lo contrario, la aportación masculina que los hombres hacen a las disciplinas femeninas en general y a la enfermera en particular, que resulta fundamental para el desarrollo de las mismas.

Es importante que fijemos el foco en aquellas disciplinas en las que el número de mujeres es muy bajo. Pero no lo es menos el que demos valor a aquellas disciplinas en las que siendo las mujeres mayoritarias no reciben la misma atención ni reconocimiento al incorporar un negacionoismo tan irracional, incomprensible y acientífico como el que se lleva a cabo sin que se haga nada, o muy poco, por eliminarlo.

Si no se combinan ambos discursos, estaremos ante una nueva puesta en escena efectista, oportunista e ineficaz, que lejos de favorecer a las mujeres contribuirá a perpetuar las desigualdades y el negacionismo existentes.

Las mujeres son científicas, por tanto, más allá de la disciplina en la que estudien, investiguen y aporten evidencias. Se trata, sobre todo, de lograr lo que no existe sin olvidar aquello que ya existe.

[1] Didier Fassin (1955), Antropólogo, sociólogo y médico francés.

[2] Médico estadounidense

[3] Michael Specter (1955), Periodista estadounidense

CAPERUCITA Y LAS ENFERMERAS COMUNITARIAS

La utilización del famoso cuento de Caperucita Roja, sirve a Ángela Rodríguez Espinosa, Gema Salas Galán, Laura Mª Sánchez Andrés, Vicent Serra Labrador y Belén Zubía Mora, estudiantes de 4º grado de Enfermería 2018-2019 de la Universidad de Alicante, de base para trasladar el papel tan importante que tienen las enfermeras comunitarias.