EL PODER DE LA PALABRA

Llevamos casi dos semanas de confinamiento y más de tres meses oyendo hablar del coronavirus y los estragos que ocasiona, desde que empezó en China y lo contemplábamos como un hecho aislado y exótico del gigante asiático.

Pero ni la distancia, ni las fronteras, ni la cultura, ni el idioma… fueron impedimento para que finalmente llegase a nuestro país para instalarse, tras hacerlo previamente en Italia. De nada sirvieron los antecedentes, los avisos, las precauciones anunciadas, las evidencias… para que sucediese y desencadenase una situación de miedo, incertidumbre y movilización social sin precedentes en nuestra historia, que acabó con la declaración del Estado de Alarma que nos mantiene confinados.

Al inicio de este estado excepcional todo parecía controlado y las voces, y con ellas las palabras que daban forma a los discursos, unitarios y contenidos, en un intento de evitar la desestabilización de una situación tan delicada en un contexto tan convulso y fragmentado políticamente hablando. Los políticos y los partidos a los que representan establecieron una tregua en su discurso descalificador y destructivo para unirse, aún con reservas, a las medidas adoptadas por el ejecutivo de coalición que tantos recelos y reservas genera entre la inmensa mayoría de fuerzas parlamentarias. Hasta las desestabilizadoras redes sociales parecieron contagiarse de cierta cordura y se dedicaron a la circulación de mensajes positivos. Incluso los medios de comunicación, tras unos inicios de alarmismo y sensacionalismo evidentes en busca de audiencias, lograron moderar sus análisis y dedicarse a informar de manera más objetiva y menos agresiva.

Pero el tiempo fue pasando y con él la aparición progresiva de los contagios, muertes, problemas de abastecimiento, deficientes medidas de protección, colapso del sistema sanitario, sanciones por incumplimiento del confinamiento y, por qué no decirlo el hastío que parecía generar tanto consenso, dieron paso a voces menos conciliadoras, menos contemporizadoras, menos permisivas, menos solidarias, para pasar a convertirse en voces cargadas de dobles intenciones, de acusaciones veladas o no, de reproches, de advertencias, de descalificaciones, de interpretaciones… que rompían el pacto no firmado de todos a una contra el único enemigo real que no es otro que el coronavirus.

Hay que destacar que la alerta inicial ante la crisis, hacía que los oradores, fuesen los que fuesen, tuviesen cuidado con lo que decían, expresaban y trasladaban a la opinión pública o a los medios de comunicación. Pero el cansancio, el estrés, la avalancha de datos, las interrogantes que se generaban, las demandas que se trasladaban… han ido mermando la atención y consecuentemente ha provocado que determinados mensajes se verbalicen sin el filtro de la depuración y la contención, provocando expresiones, que, sin ser adecuadas, no siempre son dichas con la intención con la que luego se decodifican, interpretan o simplemente se trasladan de manera capciosa e interesada.

Porque las palabras, como decía Von Schiller[1] …son siempre más audaces que los hechos” y esto lleva a que uno/a sea esclavo/a de las mismas y sea, por tanto, castigado como tal por su atrevimiento, descuido o mal intención, que de todo hay. Pero sin olvidar tampoco que la palabra es mitad de quien la pronuncia y/o escribe, mitad de quien la lee, escucha o traslada.

Y en situaciones en las que la vida de las personas afectadas, pero también de los profesionales que tienen que actuar en primera línea para restablecer su salud o de quienes tienen que tomar decisiones para gestionar los recursos y las acciones a desarrollar, los sentimientos y las emociones, muchas veces, distorsionan o, cuanto menos modulan, los mensajes emitidos y los canales para trasladarlos también actúan con una sensibilidad diferente en momentos en los que tenemos miedo de escuchar y que lo que escuchemos nos haga sentirnos amenazados o culpabilizados por lo que sintamos. Cuando lo que realmente pasa es que, como decía Goethe, “Los sentidos no engañan, engaña el juicio.” El juicio que se hace de lo que se traslada y no se clarifica. Y en estos momentos lo que verdaderamente menos falta hace es interpretar y lo que más se necesita es clarificar.

Porque los sentimientos son muy variables a la vez que pasajeros y surgen en nosotros con una espontaneidad extraordinaria. Los sentimientos no son ni buenos ni malos. Lo malo o lo negativo es el comportamiento que podemos tener como consecuencia de ciertos sentimientos, como culpabilidad, vergüenza, ansiedad, resignación… que surgen en nosotros como consecuencia de los mensajes trasladados y de la decodificación que de los mismos se hace.

Como decía Juan Donoso Cortés, “Lo importante no es escuchar lo que se dice, sino averiguar lo que se piensa”, para luego poder hablar y que seamos entendidos porque como decía Plutarco, “Para saber hablar es preciso saber escuchar”.

En las últimas horas se han sucedido toda una serie de manifestaciones desafortunadas, inapropiadas, incoherentes, inoportunas u oportunistas, interesadas, simplistas, engañosas, mal intencionadas, capciosas… en boca de muy diversos actores que deberían cuidar sus palabras. No porque tengan que maquillar u ocultar información, sino porque todo puede decirse de muy diferentes formas para que el mensaje trasladado llegue al receptor con la menor contaminación posible y contribuyan a que los sentimientos y emociones no se vean innecesariamente alterados.

Ciertamente no considero que ahora mismo sea el momento de analizar si las inversiones en sanidad han sido adecuadas o no, si los recortes han provocado tales o cuales consecuencias, si esto influye en las ratios de las/os profesionales, si la sanidad privada ha mermado la capacidad de respuesta de la sanidad pública… Y no porque no sean ciertos los datos, las causas, los efectos… sino porque todo esto antes de la crisis por la que estamos atravesando ya era una realidad de la que nadie parecía preocuparse y mucho menos sobre la que analizar, reflexionar o debatir. Los indicadores de inversión en sanidad, las ratios de enfermeras y médicos… de la OCDE que ahora mismo se están aireando no han sido publicados esta semana, ni este mes, ni tan siquiera este año. Son muchos los años en los que la OCDE lleva publicando estos datos al igual que organizaciones internacionales como la OMS corroboran con recomendaciones como el necesario e importante aumento de enfermeras en nuestro país, que, sin embargo, no ha sido objeto de atención por casi nadie.

Anunciar y/o denunciar estos datos en estos momentos no contribuye a nada más que el enfrentamiento, la incertidumbre, la alarma de la población… que los identifica como una amenaza ante la grave situación que estamos viviendo, pero que no van a permitir obtener soluciones inmediatas.

Claro que hay que poner sobre la mesa esta información. Pero tiempo hubo, que no se aprovechó y que se utilizó para trasladar las bonanzas de nuestro Sistema de Salud al margen de estas manifiestas deficiencias, y tiempo habrá para retomarlos con el objetivo compartido de revertirlos y lograr que el magnífica Sistema de Salud del que disponemos no sea tan solo gracias a la voluntad de sus magníficos pero insuficientes profesionales.

Si iniciamos esta necesaria revisión desde el enfrentamiento en una situación tan extrema lo único que lograremos será la inacción provocada por la lucha de intereses y de oportunismos.

Los políticos, por su parte, deberían recordar eso de lo que tanto presumen de que son servidores del pueblo, a la hora de dedicar sus esfuerzos a buscar soluciones y no a identificar problemas que, existiendo, los son de todos. Porque no estamos ante un escenario cualquiera, estamos ante uno, ciertamente, preocupante que requiere del sacrificio y la aportación de todas/os. Y, es que dime de que presumes y te diré quien eres, como tan magníficamente ejemplifica el refranero español.

Porque mientras se diluyen los apoyos, aumentan las diferencias, se alimentan las disputas, las necesidades siguen ahí. Las/os profesionales continúan desprotegidas/os, las personas desconcertadas y, lo que es peor, la pandemia desbocada.

Usemos todas/os las palabras para construir y no para destruir. Porque las palabras no son inocentes y están cargadas de intenciones que, ahora mismo, deben ser aparcadas y sustituidas por palabras de apoyo y de solidaridad, de las que, por cierto, tanto ejemplo está dando la sociedad a la que se dice servir.

 

[1] Von Schiller F. Psiccolomini, acto I, esc. 2ª. En: Goicoechea C. Diccionario de Citas. Madrid: Ed. Dossat; 2000:513.