EDADISMO, HEDONISMO Y DECLINISMO ¿Hacia dónde vamos las enfermeras?

 

                                                                                                                    A Marta Gran e Isaac Badía, que creen y crean                                                                                                                                                  futuro respetando el pasado

“La generación que ignora la historia no tiene pasado… Ni futuro.

Robert Heinlein[1].

 

Nos encontramos inmersos en un contexto dinámico, cambiante y multicultural. Eso lejos de ser un inconveniente o una amenaza, desde mi punto de vista, es una gran oportunidad para la construcción de contextos muy diversos, colaborativos, ricos, articulados, sinérgicos, equitativos… El problema está en que dicho contexto se da en el seno de una sociedad cada vez más individualista, que exige la inmediatez en todo y para todo, tremendamente competitiva y con una tendencia a la falta de reflexión que provoca una alienación ideológica, que identifica ese contexto como una amenaza ante la que hay que protegerse e incluso defenderse.

Ante esta actitud colectiva que, en muchas ocasiones, está alimentada con discursos absolutamente populistas, intolerantes, ofensivos y alejados de cualquier fundamento, no ya tan solo científico, sino incluso de sentido común, la solidaridad, la equidad, la libertad y el respeto se convierten en valores que tan solo se manosean para construir mensajes oportunistas y engañosos, pero que pierden su verdadero sentido y, lo que es peor, dejan de impregnar las relaciones que hacen posible una convivencia serena, igualitaria y participativa. Todo a pesar de lo que puedan aparentar situaciones de pseudosolidaridad social que emergen con gran fuerza, determinadas por hechos, acontecimientos o desastres naturales, que desencadenan febriles respuestas acompañadas de un interesado y oportunista impacto mediático, que lamentablemente se desvanecen progresivamente hasta prácticamente desaparecer, sin que ello signifique que la causa que las generó lo haya hecho también. Se trata, por tanto, de una solidaridad mediática y con dudosos efectos dada la temporalidad de la misma. En cuanto desaparece la difusión en los medios la memoria se desconecta para incorporarse de nuevo a la dinámica individualista que nos caracteriza. Recordemos la campaña buenista del franquismo enmarcada en lo que algunos denominaron «conservadurismo compasivo», propio del nacionalcatolicismo de la época. Como manera de limpiar sus conciencias, las familias pudientes eran animadas a sentar a una persona sin hogar en su mesa para la cena de Nochebuena, promoviendo una idea de la caridad como sustituto de la justicia social en una España que vivía en la miseria. Algo que reflejó magníficamente el genio valenciano Luis García Berlanga[2] en su película “Plácido”, que se llamó así por imperativos de la censura que le prohibió titularla tal como tenía previsto, “Ponga un pobre en su mesa”. Hoy en día en plena democracia, seguimos incorporando la hipocresía ante problemas como la pobreza, desigualdad, inequidad, migración, violencia de género, guerras… de muy diversas formas y maneras.

Este panorama poco halagüeño no escapa prácticamente a ninguna esfera de nuestra sociedad. Más allá de análisis más profundos y necesarios que no estoy en disposición de realizar por razones obvias, sí que me gustaría reflexionar sobre cómo y de qué manera esto, junto a otros factores, está influyendo en la perspectiva de la salud y su atención profesional y más concretamente en cómo lo hace sobre las enfermeras.

En cuanto a la perspectiva que de la salud tiene la población en general, me aventuro a decir que ha incorporado el individualismo en la misma, abandonando el necesario e indispensable enfoque colectivo y participativo que resulta imprescindible para lograr una sociedad saludable. De tal manera que la Salud Pública, pierde protagonismo, diluyéndose su fin en aspectos centrados y relegados a la epidemiología de la enfermedad. Todo ello como resultado del modelo que impregna al Sistema Sanitario. Como resultado de esta perspectiva, que algunos sectores políticos potencian y favorecen desde planteamientos neoliberales, la aportación solidaria que debiera caracterizar al Sistema Nacional de Salud, se debilita cuando no se pierde y con ella el necesario y cada vez más difuso o irreconocible humanismo como rasgo identitario del mismo, que le aboca a una imagen cada vez más cercana a la beneficencia en contraposición al crecimiento exponencial de los seguros privados mal, pero interesadamente, denominados de la salud que excluyen a los pobres y les relega a un asistencialismo progresivamente deshumanizado. Y como nada es casual y todo está interconectado, surgen con fuerza los discursos demagógicos, populistas y cargados de eufemismos de quienes abogan por una bajada general de impuestos cuyos efectos refuerzan esta situación de debilidad de la Sanidad Pública y de fortaleza de la Privada.

Pero las/os profesionales de la salud tampoco son ajenas/os a todo este análisis. De hecho, el modelo caduco asistencialista, hospitalcentrista y todos los “istas” ya conocidos que le caracterizan y determinan sus respuestas a la salud de las personas, las familias y la comunidad, viene determinado y apoyado por un amplio sector de la medicina que ve en el mismo su nicho ecológico ideal para mantener un protagonismo y un poder que se han arrogado a lo largo de los años en detrimento de la propia población. Las fuertes resistencias, por una parte, y las débiles propuestas de cambio por otra, que se generan en el colectivo médico, dificultan e incluso impiden o paralizan los necesarios y deseados procesos de cambio de modelo sanitario.

Por su parte las enfermeras, seguimos sin desprendernos de la influencia del paradigma médico en el que durante tanto tiempo hemos sido formadas y uniformadas y en el que muchas se sienten cómodas y arropadas, haciendo de él su zona de confort. Y es precisamente en este punto en el que quisiera detenerme para profundizar en las causas, al menos en algunas de ellas, que considero mantienen ese refugio paradigmático que les anula como enfermeras aunque puedan identificarse como tales, a pesar que en muchas más ocasiones de las deseadas ni tan siquiera esta denominación es aceptada y deseada por ellas/os amparándose en la menos comprometida y más difusa de profesionales de la salud o la incorrecta y tramposa de Enfermería, arrogándose para ellas lo que es disciplina, profesión o ciencia de todas.

Esta situación, sin querer hacer análisis más amplios que ni el tiempo ni la extensión de esta reflexión me permiten, la circunscribo a dos momentos importantes de nuestra reciente historia de desarrollo profesional.

Por una parte, el fuerte desarrollismo hospitalario de las décadas de los años 60 y 70 que generó una gran demanda de enfermeras para cubrir las necesidades que se generaban y que llevó, entre otras cosas, a que se crearan escuelas de ATS dependientes de los hospitales con el fin, al menos inicialmente, de autoabastecerse y que eran escuelas femeninas exclusivamente. Algunas incluso siguen en activo como escuelas de enfermería adscritas a universidades, lo que no deja de ser un claro anacronismo que se mantiene como una anécdota exclusiva en el panorama universitario español. El resto de escuelas eran masculinas y se situaban en las Facultades de Medicina. Dependiendo pues de la ubicación y del género de su alumnado se impartían planes de estudio diferentes y alejados de la Enfermería, al basarse bien en una capacitación exclusivamente técnica que contribuyera a asumir lo que los médicos no querían hacer, en el caso de los ATS masculinos que eran considerados mini-médicos, o bien una capacitación de carácter dócil, inferior, obediente y sumiso (DIOS), como se afanaban en trasladar a sus alumnas en muchas escuelas de religiosas a las futuras ATS (enfermeras).

El Instituto Nacional de la Salud (INSALUD) de entonces, quedó integrado mayoritariamente por una plantilla muy joven, sobre todo en las denominadas Instituciones Cerradas que era como se denominaba a los Hospitales o Ciudades Sanitarias de la época, mientras las instituciones abiertas eran los ambulatorios de asistencia médica en las que trabajaban las ATS femeninas en auxilio administrativo de los médicos y los ATS masculinos en la asistencia técnica derivada de las órdenes médicas (curas, inyectables, sondajes…).

Finalizando la década de los años 70 a la que me refería, surge un importante sentimiento de identidad que liderado por enfermeras muy comprometidas y con una capacidad de aglutinar voluntades como nunca antes se dio y como, lamentablemente, ya no se ha vuelto a producir, lograron que los estudios de enfermería se incorporasen a la Universidad con contenidos específicos propios en sus planes de estudio e incorporando ya los postulados que emanaban de la Declaración de Alma Ata de Atención Primaria de Salud, lo que llevó a que las enfermeras que se incorporaron como docentes en las recién creadas escuelas universitarias de enfermería fuesen igualmente muy jóvenes, al provenir en su mayoría de los hospitales en donde trabajaban.

En otro sentido y coincidiendo con la instauración de la democracia en España por una parte y con la firma de la Declaración de Alma Ata por otra, al final la década de los años 70 y principios de los 80, se produce otro hecho destacable. La aprobación de la Ley General de la Salud recoge la filosofía que emana de la Declaración de Alma Ata y establece las bases del que se conocería como Nuevo Modelo de Atención en referencia a la Atención Primaria de Salud (APS), además de dejar constituido el Sistema Nacional de Salud (SNS).

Los primeros centros de salud sustituyeron la Asistencia Médica de los ambulatorios por la APS con equipos multidisciplinares en los que las enfermeras que se incorporaron a los mismos asumieron roles y autonomía profesionales nunca vistos hasta la fecha. En este caso se combina la integración de profesionales provenientes de los ambulatorios con una visión muy restringida de la nueva aportación que se demandaba y la de enfermeras jóvenes, muchas de ellas tituladas ya en la universidad, con mucha ilusión y compromiso para desarrollar el que identificaban como un ámbito de gran oportunidad de desarrollo profesional. En este periodo hay que destacar también la constitución de la primera Sociedad Científica de Enfermería Comunitaria, Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) que generó un punto de inflexión importante en el desarrollo de la Enfermería Comunitaria y en el de la especialidad.

Así pues, en ese momento confluyen dos realidades, la hospitalaria y la de APS, que no se supo articular y coordinar, lo que condujo a generar fricciones, discrepancias y conflictos profesionales e interprofesionales posteriormente.

Transcurridos los años y con el paralelo aumento de edad de las enfermeras que configuraban las plantillas del SNS en convivencia que no connivencia, con las nuevas generaciones de enfermeras, se produjo un efecto que actualmente ha adquirido notoriedad y la atención de organismos, instituciones y grupos de investigación, como es el edadismo, definido por la OMS como los estereotipos, prejuicios y discriminación contra las personas por su edad.

Los aspectos sociales a los que me refería al inicio de mi reflexión, unidos a una serie de creencias, valores y normas que provocan discriminación hacia las personas según su edad, como la sacralización de la juventud y el culto a la belleza física en base a parámetros y cánones muy concretos, coadyuvan a que se dé un choque profesional generacional que considero que ni se ha sabido afrontar y mucho menos resolver.

Por una parte, nos encontramos con quienes amparadas en el recuerdo se sitúan en la inacción y la parálisis dificultando o impidiendo la evolución de la profesión y generando confrontaciones que tratan de resolver a su favor desde la acumulación de años que no de conocimiento.

Por otra parte, están quienes se autoerigen en deidades de la profesión sin que tengan el reconocimiento de sus profesionales, tratando de imponer sus doctrinas como las únicas verdaderas, lo que también genera rechazo.

Pero también están las que, siendo identificadas y reconocidas como referentes por una parte importante de la profesión, no son capaces de aglutinar las voluntades, iniciativas, estrategias, sentimientos… de las enfermeras jóvenes, quedando todo su discurso en el ámbito de la teoría o la filosofía, sin traslado real a la prestación de cuidados.

Por último, están las enfermeras jóvenes que en su exacerbado individualismo y feroz competitividad anulan toda capacidad de identificar aportaciones en todo aquello o en todos quienes, consideran trasnochados o caducos por el simple hecho de no ser actuales y no cumplir los patrones de juventud e inmediatez sobre los que rigen sus comportamientos y actitudes.

Nos encontramos pues ante un caso muy preocupante de Anorexia histórica que provoca en las nuevas generaciones la identificación de una imagen distorsionada e irreal de la Enfermería que les hace rechazarla. Actitud que lleva a una despersonalización evidente de las enfermeras y a una posición de conflicto generacional que es incapaz de resolverse con apuestas sólidas, rigurosas y válidas tanto para la Enfermería como para las personas, las familias y la comunidad que esperan obtener los beneficios de unos cuidados de calidad y calidez cada vez más escasos.

Por su parte, en el otro extremo se presenta un Alzheimer en el que la memoria inmediata desaparece y todo se plantea en base a lo ocurrido en tiempos remotos, provocando un alejamiento absoluto de la realidad y una evidente incomprensión hacia quienes tienen la responsabilidad de generar el futuro de la Enfermería.

Pero además esta rigidez en los comportamientos y en la forma en cómo afrontar el desarrollo de la enfermería en una sociedad, como decía, cambiante, dinámica y multicultural, hace que las generaciones jóvenes no tan solo no tengan referentes, sino que además rechacen los que se les presentan como figuras clave de la historia reciente y breve de la Enfermería. Por su parte las enfermeras seniors se resisten a dar el relevo a las jóvenes en su creencia de que no están preparadas y que van a ser incapaces de asumir el rumbo de una nave que consideran tan solo pueden regir ellas. Esta actitud se ve reflejada en la perpetuación en puestos de representación, en las barreras para que se pueda acceder a los mismos con la excusa sempiterna de falta de experiencia o en la dependencia que sobre ellas se genera con un tutelaje que es vigilante y en muy pocos casos de acompañamiento o aprendizaje.

Sin el debido respeto a lo que se ha sido y aportado y a lo que se es y se puede aportar, va a resultar muy difícil avanzar y generar sentimiento de pertenencia. No existen diferentes Enfermerías, sino diferentes enfermeras que le dan sentido o se lo anulan. Se trata pues de trabajar juntas, como enfermeras, para mejorar la Enfermería y no para ser Enfermería.

Si nos situásemos en el conocimiento propio enfermero como el que nos aporta Patricia Benner en su teoría[3], planteando descripciones sistemáticas de cinco etapas: principiante, principiante avanzado, competente, eficiente y experto, en lugar de querer ocupar espacios ajenos que no tan solo no nos aportan nada, sino que nos alejan de nuestra identidad, posiblemente estas distancias generacionales fuesen menores o sabríamos reconducirlas de manera mucho más eficaz.

Si a lo dicho añadimos el hedonismo[4] reinante por el que se tiende a la búsqueda del placer y el bienestar en todos los ámbitos de la vida., de los que no se excluye el profesional, estamos ante una insatisfacción permanente dado que el placer y satisfacción, en forma de estímulos e ilusión que puede proporcionar nuestra profesión, queda limitada por la inmediatez con que se pretende alcanzar, pero también por las barreras que el propio sistema pone a la hora de visibilizar, identificar y valorar la especificidad cuidadora de nuestra acción enfermera.

Estamos pues ante un complejo panorama en el que tan solo desde el diálogo intergeneracional y el análisis de lo que somos y queremos ser, se pueden esperar soluciones. No todo lo pasado fue mejor, tal como se plantea en el declinismo[5] al determinar que existe decaimiento significativo y posiblemente irreversible de la situación. Pero tampoco el presente lo es como una exaltación unívoca a la novedad.

Al esfuerzo, idealismo, sacrificio y entrega de generaciones de enfermeras que situaron a la Enfermería en el lugar que hoy ocupa y que parece que algunas consideran que siempre estuvo ahí, hay que añadir la innovación, la iniciativa, la frescura y la fuerza de quienes tienen el compromiso y la obligación, no de mantener, sino de mejorar la Enfermería que merecemos y necesitamos todos/as.

Por todo lo aportado ni el recuerdo de lo pasado puede identificarse como la única manera de ser un acicate para la acción con el fin de evitar y revertir el declive que se plantea está teniendo lugar, desde una aparente autocrítica, ni preocuparse obsesivamente por producirlo, intentando autoimponer un cambio radical e imprevisto de modelo o sistema, sin tener en cuenta muchas veces los consecuentes efectos, lo es tampoco. No se trata de reinventar la Enfermería, sino de reconocerla, valorarla, respetarla y sentirla nuestra.

Todas tenemos mucho y bueno que aportar. No somos excluyentes, sino complementarias y desde el necesario entendimiento seremos capaces de lograr el equilibrio que nos permita identificar y aprovechar lo mucho en lo que coincidimos y saber desechar, anular o integrar aquello en lo que diferimos.

Mi memoria puede fallar. Mi reconocimiento y agradecimiento a lo aportado y a lo que se puede y debe aportar, nunca.

No hagamos de nuestra riqueza nuestra pobreza. Asumamos nuestros retos para evitar vivir de nuestros restos.

[1]   Escritor estadounidense de ciencia ficción (1907-1988)

[2] Director de cine y guionista español (Valencia, 12 de junio de 1921-Pozuelo de Alarcón, Madrid, 13 de noviembre de 2010).

[3] Novice to Expert: Excelence and Power in Clinical Nursing Practice (1984)

[4] Doctrina ética que identifica el bien con el placer, especialmente con el placer sensorial e inmediato.»el principal representante del hedonismo es Aristipo de Cirene (siglo IV a. C.)»

[5] La gran cumbre del declinismo», según Adam Gopnick , «se estableció en 1918, en el libro que dio al declive su buen nombre en la publicación: el best-seller del historiador alemán Oswald Spengler , obra de mil páginas La decadencia de Occidente «.