DOCENCIA, CUIDADOS Y DESHUMANIZACIÓN Alma, corazón y vida

 

El alma es aquello por lo que vivimos, sentimos y pensamos”

Aristóteles [1]

 

El pasado 7 de abril leía en el diario EL PAÍS[2] la profunda y demoledora reflexión de la extraordinaria Profesora de la Universidad de València la Dra. Adela Cortina, titulada “La Universidad, al margen de la ley”.

En ella la Profesora Cortina disecciona con precisión y crudeza la actual situación de la Universidad, no tan solo española sino iberoamericana e internacional. Una situación en la que, según sus palabras, la Universidad está perdiendo el alma. El alma de la educación que ha decidido vender al diablo encarnado en la supuesta excelencia investigadora de sus miembros, abocados, posesos, abducidos por la métrica del sexenio y de los rankings por los que actualmente se rigen las Universidades. Una mezquina manera de abandonar el compromiso con la enseñanza/aprendizaje, con la búsqueda del conocimiento compartido entre estudiantes y profesorado. Una corriente que anula el pensamiento crítico para sustituirlo por el pensamiento único de la publicación a cualquier precio, incluso el de acabar con la educación que, no lo olvidemos, desde que se crearan las primeras universidades, siempre fue el de la búsqueda y construcción del conocimiento, la ciencia, el saber… a través de la enseñanza-aprendizaje.

No voy a replicar la exposición de hechos, ideas, evidencias y motivos plasmados por la Dra. Cortina y sobre los que yo mismo reflexioné en las entradas de mi Blog[3], “SEXENIO DOCENTE Docencia y decencia, pese a quien pese”[4], “DOCENCIA EN ENFERMERÍA Y FUTURO DE LAS ENFERMERAS Universidad, inmovilismo y mercantilismo”[5] y en “¿DOCENCIA ENFERMERA EN PELIGRO DE EXTINCIÓN?”[6]. Pero considero que es necesario detenerse a valorar qué es lo que está pasando para que las/os docentes hayamos caído en la trampa sin oponer más resistencia que la del pataleo o la discusión de corrillo o pasillo. Que hayamos sucumbido a la dictadura de una acreditación investigadora perversa, maniquea, manipuladora y destructora, sin la que, también es cierto, la Universidad no permite avanzar en la carrera académica. Que hayamos creído finalmente que es el único camino posible para la excelencia académica al aceptar como propios los postulados de quienes se han erigido en defensores acérrimos de una cruzada que, como cualquier cruzada, es absolutamente innecesaria y reprobable y que se sustenta en admitir como dogma de fe exclusiva y excluyente la publicación en revistas que la maquinaria mercantilista editorial sitúa como de alto impacto.

Un proceso que la propia Universidad ha adoptado, aceptado y comprado porque con él va asociada su posición en los no menos perversos y dudosos rankings de excelencia universitaria tanto nacionales como internacionales con los que entra en esta absurda, pero tan bien articulada competición.

Una tormenta perfecta ideada, montada, implementada y desarrollada de manera homogénea y estandarizada en todas las Universidades que acaba alienando a todo el profesorado, si quiere subsistir en ese contexto de competencia creada artificialmente, o que somete al ostracismo a quienes se niegan a asumir esas reglas de juego para permanecer en su “particular” excelencia docente que la Universidad y las agencias creadas a su alrededor para alimentar este sistema, han decido que no tiene valor o, al menos, uno infinitamente menor al que han otorgado a los idolatrados sexenios de investigación.

Pero como digo el sistema es tan perverso que se vuelve en contra de aquellos que, en teoría lo sostienen y alimentan. Y lo hacen creando verdaderos depredadores de las publicaciones que se convierten en una obsesión para quienes ven en ellas su manera particular de reflejar su supuesto prestigio y excelencia investigadora que, a la vez, contribuye a nutrir la voracidad de las instituciones universitarias por contar con los investigadores más prolíficos y, sobre todo citados, sin que les importe demasiado los medios que se utilicen para ello si los resultados les sirven para escalar puestos en las competiciones en que participan y que configuran los rankings de una supuesta calidad que se mide en base a dichos parámetros perversos.

Hasta tal punto se genera una paranoia que lo que parece un modélico sistema de acreditación puede desembocar en casos como los del “prestigioso” profesor de la Universidad de Córdoba (UCO) Rafael Luque que publica un estudio cada 37 horas, y que recientemente ha sido suspendido de empleo y sueldo por trece años, por firmar sus trabajos como investigador de la Universidad Rey Saúd, de Riad (Arabia Saudí), y de la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos, en Moscú[7]. Es decir, no se cuestiona que haya firmado en lo que va de año más de 54 artículos en las principales revistas científicas o más de 700 en los últimos años, sino su vinculación con otras universidades con las que firmaba parte de dichos trabajos, aunque no exista la constatación de una remuneración periódica, sino de viajes y alojamientos de lujo en sus visitas académicas a dichas universidades. Paradójicamente esta sanción le supondrá a la UCO descender en el ranking de Shanghai por la sanción impuesta al investigador que le desvincula de la misma, lo que provocará que deje de generar el anhelado impacto para mantener la actual posición en el ranking. Mientras tanto, las dos Universidades a las que se le vincula seguirán manteniendo dicho impacto que, por otra parte, es la razón por la que se le fichó. El propio profesor expedientado ha manifestado que todo es una vendeta producto de la envidia. Lo único cierto, más allá de las conjeturas, interpretaciones o planteamientos que al respecto se puedan o quieran hacer es que el mercado de las publicaciones no se detiene. El conocimiento cuyo principal sentido es que circule y sea compartido queda seriamente comprometido o, cuanto menos, cuestionado, al hacerlo al mejor postor, que en este negocio es quien más alto precio fija para que se publiquen los trabajos, estableciendo una nueva y perversa relación de coste – beneficio que se rige por las leyes del mercado y no del conocimiento científico que bajo estas premisas no es posible establecer de manera rigurosa la garantía de que la calidad de lo publicado sea proporcional al precio pagado, por alto que este sea.

Este caso es posiblemente el más llamativo y mediático, pero no es, seguro, el único que reúne idénticos componentes perversos generados y alimentados por el propio sistema, a la vez que tolera y admite como natural, siempre que se mantenga en un orden de apariencia que no distorsione en exceso el escenario de aparente rigor científico, para así poder seguir manteniendo el negocio, aunque ello suponga tener que vender el alma de la docencia.

Pronto oiremos, como ya sucede con el Sistema Sanitario, que hay que rehumanizar la Universidad. En ambos casos dicho planteamiento supone en sí mismo un reconocimiento expreso de que no se actúa desde la humanización que debe ser exigible y deseable en ambos contextos.

Y es que en el Sistema Sanitario se ha producido un fenómeno similar al descrito en la Universidad, pero que en su caso lleva muchos lustros manteniéndolo y por tanto perdiendo también el alma de la atención a la salud que, básicamente, y no por ello quiero decir que sea menor, se fundamenta en la prestación de los cuidados que han ido perdiendo, no tan solo visibilidad, sino valor, al situarlos muy por debajo de la tecnología y el asistencialismo a la enfermedad, que han desplazado a las personas como referentes de la atención, pasando a ser meros sujetos o “material” para los métodos que sobre ellos se aplican en el estudio de sus enfermedades.

Lo peor de todo es que ha sido el propio Sistema y los que lo controlan, quienes han establecido las reglas de juego en las que lo trascendente y lo que da prestigio tanto profesional como institucional no es la calidad de la atención prestada o la humanización alcanzada en la misma, sino la técnica más avanzada, el tratamiento más innovador, la tecnología de última generación o el trasplante más arriesgado. Aspectos todos ellos que, siendo importantes y trascendentes, no pueden ni deben minimizar, ocultar o eliminar la acción cuidadora que resulta fundamental para la salud de las personas, que queda eclipsada, desvalorizada y olvidada, hasta el punto que se pierde la humanización que, de manera más publicitaria que real, ahora se dice querer recuperar. Y digo que más publicitaria que real, porque no se toman decisiones, ni medidas, ni acciones que permitan recuperar el valor de los cuidados y con ellos la humanización que requiere situarlos al nivel de la dignidad humana, quedando todo en una declaración de intenciones o en brindis al sol realizados en discursos oportunistas.

No es que hayan desaparecido los cuidados, porque mientras haya enfermeras se prestarán cuidados, lo que sucede es que no se visibiliza ni reconoce la aportación específica de las enfermeras y de sus cuidados profesionales y el impacto que los mismos tienen en la promoción de la salud, la prevención de la enfermedad, la recuperación, la rehabilitación y la reinserción de las personas, las familias y la comunidad. Los cuidados no están institucionalizados en la misión y visión del Sistema Sanitario.

Como pasa en la Universidad, en Sanidad lo importante es hacer cuantas más consultas, intervenciones, pruebas… mejor, como indicador de excelencia y calidad, cuando realmente se trata de números que tan solo obedecen a un sistema que genera una gran demanda inducida e insatisfecha y provoca una alta dependencia, siendo incapaz de establecer criterios de calidad y satisfacción relacionados con los cuidados recibidos. Pero es en base a dichos indicadores por los que se establecen los particulares rankings de hospitales y otras instituciones sanitarias altamente jerarquizadas y con una organización centrada en la enfermedad, lo que provoca respuestas muy ineficaces e ineficientes que se mantienen muy por encima de lo mínimamente razonable, porque es el sustento que retroalimenta de manera permanente al sistema y a quienes lo controlan desde el narcisismo y los egos corporativistas, con el beneplácito de quienes lo gestionan desde las instituciones políticas, en una espiral de la que resulta muy difícil salir y que, realmente, no se quiere o se teme romper, para establecer un modelo que elimine las normas impuestas, los estándares obsoletos, la organización caduca y los dañinos estereotipos asumidos. Un sistema en el que se valore tanto a quienes actúan ante la enfermedad, como con quienes lo hacen cuidando la salud y que, en ambos casos, sea capaz de hacerlo y exigirlo desde la humanización que nunca se debió perder o se quiso eliminar.

Tanto la Universidad como el Sistema Sanitario precisan recuperar su alma para dar respuesta a las necesidades, demandas y exigencias que tanto la educación como el cuidado de la salud de las personas precisan recibir con la calidad y la calidez que la dignidad humana requiere. Todo lo cual acaba por beneficiar a los “Señores de la Salud” que trafican con ella, con el beneplácito de quienes actúan como espectadores o incluso actores de dicho negocio, con sus decisiones políticas.

La investigación, la técnica, las publicaciones científicas, deben seguir siendo elementos fundamentales de la Universidad y el Sistema Sanitario, pero sin que ello signifique anular o menospreciar la educación y los cuidados, como acciones indispensables para generar, construir o desarrollar el conocimiento y la salud, como alma que son de ambos contextos. La valoración de todo ello debe regirse, además, por modelos capaces de medir las aportaciones singulares de docentes, investigadores y profesionales de la salud sin que se excluya ninguna aportación esencial o se de mayor peso a unas sobre otras y sin que faciliten, promocionen o generen nichos de negocio con apariencia de excelencia que benefician a unos pocos, someten a una gran mayoría y excluyen o menosprecian a otros.

Lo que hoy no se valora, la docencia y los cuidados, en un futuro se lamentará si no somos capaces de poner freno a la especulación y al negocio que con ellos se está realizando.

Tal como dijera Platón[8], “El conocimiento es el alimento del alma”, por lo que dependerá de la calidad de dicho conocimiento el que el alma de la Universidad se mantenga viva y fuerte. Por su parte sería bueno que el Sistema Sanitario, como dijera Wayne Dyer[9] “Comenzara a verse como un alma con un cuerpo en lugar de un cuerpo con un alma”

Posiblemente, por ser el alma algo abstracto, invisible, espiritual, en una sociedad altamente utilitarista, individualista y competitiva, no se perciba como necesaria, ni tan siquiera como identificable, ni para la docencia ni para la sanidad que buscan la inmediatez de los resultados y la solidez palpable que aporta una publicación o un órgano con los que seguir manteniendo los actuales modelos de mercado universitario y sanitario. El alma es etérea y abstracta, y como tal sujeta a sentimientos y emociones que tan mal se llevan con las leyes de mercado.

Las enfermeras, tanto en la Universidad como en el Sistema Sanitario, tenemos mucho que decir y que aportar. Esperar a que otras/os lo hagan por nosotras/os es contribuir a la deshumanización y a nuestra opacidad tanto docente como científico/profesional.

Como inmortalizaran Los Panchos[10] necesitamos alma para conquistar el conocimiento y los cuidados, corazón para quererlos y vida para seguir aprendiendo, enseñando y cuidando[11].

[1]Filósofo, polímata y científico griego nacido en la ciudad de Estagira, al norte de la Antigua Grecia (384 ac-322 ac).

[2] https://elpais.com/opinion/2023-04-07/universidad-al-margen-de-la-ley.html

[3] http://efyc.jrmartinezriera.com/

[4] SEXENIO DOCENTE Docencia y decencia, pese a quien pese

[5] http://efyc.jrmartinezriera.com/2019/12/13/docencia-en-enfermeria-y-futuro-de-las-enfermeras-universidad-inmovilismo-y-mercantilismo/

[6] http://efyc.jrmartinezriera.com/2019/03/03/docencia-enfermera-en-peligro-de-extincion/

[7] https://elpais.com/ciencia/2023-03-31/suspendido-de-empleo-y-sueldo-por-13-anos-uno-de-los-cientificos-mas-citados-del-mundo-el-espanol-rafael-luque.html

[8] Filósofo griego seguidor de Sócrates y maestro de Aristóteles (427 ac – 347 ac).

[9] Psicólogo y escritor de libros de autoayuda estadounidense (1940 – 2015)

[10] Trío musical romántico internacional formado por los mexicanos Chucho Navarro, Alfredo Gil y el puertorriqueño Hernando Avilés en la década de los 40 en la Ciudad de México.

[11] https://acordes.lacuerda.net/panchos/alma_corazon_y_vida

 

 

 

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