CUANDO LA POLÍTICA LIMITA LAS POLÍTICAS Enfermeras y acción política

“He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”.

Charles de Gaulle [1]

 

El político propone y la ciudadanía dispone. Esta podría ser la conclusión ante los resultados electorales del pasado día 23 de julio. Más allá de cualquier valoración partidista, lo que ha quedado claro es que en democracia las pretensiones de poder deben ser avaladas por quienes tienen la última palabra a la hora de hacerlas realidad y que, por tanto, las previsiones triunfalistas acaban, la mayoría de las veces, como las encuestas, por sucumbir a las decisiones soberanas, por mucho que posteriormente se intenten hacer cábalas y juegos malabares tratando de justificar lo que no han sido capaces de lograr con propuestas razonables y razonadas o lo que han presentado como propuestas rechazables y rechazadas, cuando no con mentiras que, curiosamente, son más aceptadas que el rechazo y la ofensa que genera la verdad.

En cualquier caso, lo que ha quedado claro es que minusvalorar la capacidad de análisis, reflexión y decisión de la ciudadanía conlleva expectativas frustradas, sueños imposibles o fracasos sonados, como consecuencia de apuestas fallidas que no son admitidas por considerarlas un claro retroceso para la democracia y la libertad por mucho que se intenten disfrazar con demagogias imposibles.

No es mi intención hacer una lectura política de los resultados obtenidos ni de las posiciones de las candidaturas que han podido influir en los mismos. Pero si que considero importante reflexionar sobre lo que puede suponer para la ciudadanía la constitución de un nuevo gobierno de España que nos afectará a todas/os en muchos sentidos, pero muy especialmente en lo que se refiere a la sanidad y a la educación.

Dos sectores de enorme trascendencia y sensibilidad que tienen una clara influencia en el bienestar y la salud de toda la ciudadanía con independencia de su ciclo vital, de que esté sana o enferma o de la tendencia política, ideológica o de partido que cada cual tenga, porque lo que trasciende finalmente, más allá del cómo es el qué. Porque, sino hay un planteamiento serio y riguroso, decidido y planificado, reflexivo y equitativo, objetivo y realista, que permita sentar las bases sobre las que plantear una sanidad y educación que responda a las necesidades sentidas de la población y no a los intereses partidistas de unos u otros, no importará el cómo llevarlo a cabo, porque el qué, es decir la sanidad y la educación, partirán de un planteamiento falaz, fallido, interesado, secuestrado o limitado a cuestiones que escapan no tan solo al interés de la ciudadanía, sino a la esencia misma de lo que representan, o sea, la salud y el saber de todas/os con independencia de sus ideas, gustos, tendencias o elecciones.

La sanidad y la educación, no tienen tendencia política, pero necesitan de decisión política y de políticas que las impulsen y fortalezcan para lograr los objetivos de bienestar y mejora de vida de la ciudadanía.

Seguir haciendo un uso interesado, por interesante que resulte, de cualquiera de las dos tan solo obedece a planteamientos de egoísmo partidista que demuestran una absoluta falta de intención real por alcanzar un consenso que no tan solo es posible, sino que resulta imprescindible para poder avanzar y consolidar acciones eficaces, efectivas y eficientes, que en ningún caso se logrará mediante figuras marcianas rescatadas del pasado con historiales privatizadores o personajes que pasen el capote para después apuntillar, por poner solo algunos ejemplos recientes .

No es cierto que las ideas impidan el acuerdo y el consenso. Quien lo impide, en cualquier caso, son quienes hacen un uso partidista de las ideas para transformarlas en postulados efectistas que atraigan el voto y con él la posibilidad de alcanzar el poder, pero sin que los mismos tengan un contenido realista y un planteamiento riguroso. De hecho, si analizamos las grandes propuestas que en materia de sanidad y educación plantean los diferentes partidos políticos en sus programas, sin conocer previamente quién las realiza, podríamos comprobar que, en lo esencial, no difieren mucho unas de otras, lo que es un claro indicador de la posibilidad real para un consenso que permita desarrollar un ordenamiento legal generador de estabilidad y resultados positivos en salud y educación.

Continuar utilizando la sanidad y la educación como armas arrojadizas con las que lograr poder, tan solo nos lleva a perpetuar la precariedad de los sistemas sanitario y educativo y utilizar sus fracasos como argumento con los que atacar en uno u otro sentido sin que exista una voluntad política real por alcanzar el consenso y con él la solución a muchos de los problemas que actualmente persisten como nicho de oportunidad electoralista permanente.

La salud, como la educación, no son de derechas o izquierdas, no son rojas o azules. Las sitúan, encasillan tiñen o dirigen en uno u otro sentido quienes quieren hacer de ellas un uso que se aleja de los verdaderos objetivos de ambas.

Identificar, etiquetar, encasillar… a la promoción de la salud, la participación comunitaria, la Atención Primaria, la humanización o la alfabetización en salud como de izquierdas y la cirugía, el diagnóstico médico, la alta tecnología, la Asistencia Hospitalaria o la farmacología como de derechas es, no tan solo un disparate, tanto desde el punto de vista científico, como de coherencia y de sentido común, sino que supone un claro ejemplo de la utilización que de determinados conceptos se hace para apropiarlos y relacionarlos con determinadas posiciones ideológicas de partido que nada tienen que ver con lo que son o significan etimológicamente, en la teoría o en la práctica de las ciencias de la salud. De igual forma asociar la educación en valores democráticos o la educación afectiva-sexual con un adoctrinamiento de izquierdas o la educación en ética o cívica como un adoctrinamiento de derechas, es igualmente una burda manera de parcelar la educación en compartimentos estanco en función de la ideología partidista que en cada momento tenga la capacidad de decisión política y con ella la de utilizar a la educación como instrumento electoral. Establecer, por otra parte, limitadores de la libertad desde una retórica interesada y perversa como la de los pins parentales o la objeción de conciencia como instrumentos contra determinados derechos de educación (educación afectiva-sexual) o salud (aborto o eutanasia), tan solo obedece al interés partidista de utilizar la educación o la sanidad con intereses que se alejan de una educación en libertad o de una sanidad como derecho fundamental en la que la población tenga capacidad de decisión a través de su participación activa y real.

Así pues, la educación y la sanidad deben ser excluidas como elemento de confrontación política, que no de la política. Porque esta es otra de las grandes falacias con las que se construyen los mensajes demagógicos de confusión, alarmismo y sensacionalismo. La política forma parte indiscutible e inseparable del comportamiento humano y, por tanto, de sus decisiones para plantear y desarrollar cualquier tipo de acción. Pero una cosa es la política y otra bien diferente el uso que de la misma se haga por parte de quienes la utilizan para alcanzar los objetivos partidistas de sus formaciones. De igual forma la ideología impregna la política y esto en sí mismo no es negativo pues forma parte de la esencia política. El problema viene determinado cuando no la impregna, sino que la contamina lo que acaba provocando efectos tóxicos y nocivos en la vida y la convivencia públicas de la ciudadanía.

Quienes se autodenominan como servidores/as públicos/as deberían modificar su actitud a fin de que dicho servicio sea o tenga repercusión en el bien público de la sociedad en su conjunto al margen de sus tendencias y, sobre todo, de sus cuitas partidistas, y no que lo conviertan en un público servicio hacia sus intereses con los que jugar a una permanente batalla política en la que, además, se incorporan las mentiras, las ocurrencias, las imprecisiones, las descalificaciones y los reproches en sustitución de los argumentos, las evidencias, el diálogo, la negociación y el respeto.

Además, la educación y la sanidad deberían formar parte de esos referentes patrióticos o de identidad que algunas/os se apropian en exclusiva generando una utilización maliciosa de los mismos, provocando el enfrentamiento visceral en contraposición al debate racional y los consensos derivados del mismo. Finalmente, no se trata de que no se puedan alcanzar consensos como reiterada y engañosamente se traslada, sino de la resistencia que se establece para evitarlos, identificándolos como una debilidad política en lugar de una fortaleza institucional, intelectual y racional que facilite el desarrollo de políticas que permitan dar respuesta a las necesidades y demandas de la sociedad y no a la ideologización de la política pública.

Se presenta un panorama políticamente incierto que debería ser aprovechado para reflexionar sobre la necesidad de establecer puntos de interés común en lugar de generar bloqueos que impiden la imprescindible reforma de los sistemas sanitario y educativo que siguen adoleciendo tanto de la adecuada y justa inversión económica, como de la indispensable consideración y puesta en valor de las/os profesionales que en ambos sistemas sostienen y posibilitan la atención educativa y sanitaria, aunque lo tengan que hacer en condiciones de precariedad laboral y de recursos, así como de la falta de incentivos adecuados, no exclusivamente económicos, que permitan un desarrollo ordenado y regulado de las carreras profesionales en base a capacidad y mérito y no por condicionantes relacionados con intereses de poder corporativo que actúan como limitadores de los cambios necesarios, y que son incorporados como parte de los intereses políticos que los interiorizan como propios.

Las enfermeras, ante esta situación, debemos dejar de actuar como invitadas de piedra o simples espectadoras de un panorama político viciado y vicioso en el que es necesario que intervengamos de manera directa a través de la incorporación en la política parlamentaria, autonómica o municipal, o a través del posicionamiento decidido y decisivo para diseñar las mejores políticas de salud e impedir que la política de partido y partidista se adueñe de las mismas para amoldarlas a los intereses ideológicos y no a la ideología de interés público y social.

Seguir pensando y, lo que es peor, actuando como si nada de esto fuese con nosotras es participar en la perpetuación de los males con el consiguiente y progresivo deterioro del sistema sanitario y también del educativo, en tanto y cuanto formamos parte del mismo en el ámbito universitario.

Debemos abandonar la idea equivocada de que somos tan solo un recurso humano que desarrolla competencias y presta cuidados, por importantes que sean, para interiorizar y poner en valor el hecho de que somos y tenemos capacidad de influencia y decisión más allá de la oportunidad que nos den o faciliten para tenerla. Creer que tan solo cuando alguien lo decida podremos actuar en tal sentido es tanto como contribuir a que la situación, no tan solo no cambie sino que se mantenga en el tiempo con todo lo que ello supone de cara a contribuir decidida y decisivamente a que la sanidad y la educación dejen de ser utilizadas como moneda de cambio político-electoral.

Ni la sanidad puede reducirse a un mero acto asistencialista, puntual y fragmentado de la enfermedad, lo que acota, y devalúa la salud, ni la universidad lo puede hacer como si de una factoría de títulos se tratase, para abastecer las demandas asistencialistas de los sistemas sanitarios en contraposición a la formación de enfermeras que puedan y sepan responder a las demandas reales de la comunidad.

Nuestra acción puede y debe ser determinante en las políticas sanitarias y educativas y puede y debe ser referente en la acción política de quienes tienen la capacidad de tomar decisiones como mandato de la voluntad popular, no lo olvidemos.

Seamos capaces de identificar y valorar muchas más diferencias de lo expresado por Bukowsky[2] cuando decía que “la diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes”.

Si realmente no queremos acabar siendo dóciles cumplidoras de las órdenes que nos trasladen, deberemos abandonar la inacción y el inmovilismo para trabajar por aquello que es nuestro, es decir, aquello que es de todas/os la salud y la educación. Cuando caigamos en la tentación de plantear esa manida interrogante de “¿y de lo nuestro qué? Recordemos que nada hay tan nuestro que prestar cuidados profesionales de calidad y calidez a quienes lo necesitan o demandan. El “otro” nuestro vendrá por añadidura o deberá reclamarse cuando hayamos cumplido con lo que es compartido.

Hoy acabo con esta reflexión y me despido hasta septiembre con el deseo de que mi primera nueva reflexión sea para celebrar un panorama de optimismo en el que trabajar por la sanidad y la educación, por la salud y el saber.

Felices y saludables vacaciones a todas/os.

[1] General y estadista francés que dirigió la resistencia francesa contra la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial y presidió el Gobierno Provisional de la República Francesa de 1944 a 1946 (1890-1970).

[2] Escritor de relatos, novelista y poeta estadounidense nacido en Alemania. (1920-1994)