¿Tu verdad? No. La Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
Antonio Machado (Provervios y cantares)[1]
Estamos ante una situación en la que se están radicalizando las posiciones. Posiciones que en algunos casos obedecen a intereses muy concretos en los que se socaban de manera absolutamente intencionada derechos fundamentales u opciones de cualquier tipo, utilizando de manera maniquea la libertad y la democracia para conseguir una sociedad alienada y pasiva a la que manipular.
A esta importante preocupación hay que añadir los mensajes que últimamente vienen generando quienes, en algún momento de nuestra reciente historia y en cualquier ámbito de nuestra vida, es decir, política, profesional, económica… han sido consideradas/os referentes y han tenido una gran influencia.
Podemos identificar muy fácilmente a quienes capitalizan la atención con sus derivas ideológicas a través de mensajes que descalifican, señalan, increpan e incluso acusan a quienes siguen siendo compañeras/os de partido, profesión, ideología…[2], [3], [4]. No se trata de los habituales y oportunistas personajes que se venden al mejor postor con tal de seguir teniendo notoriedad o poder, aunque sea de manera relativa y ligada al permanente chantaje de quienes les reciben[5], sino de aquellos que manteniéndose en “su feudo”, al considerarlo propio y exclusivo, arengan consignas de descalificación, tratando de imponer su posicionamiento. Dogmatizan desde el imaginario atril de su fama y desde los medios, más o menos masivos, más o menos dignos, que se prestan a ello, tratando de influir en quienes fueron sus adeptos y seguidores fieles y en quienes eran sus enemigos y ahora identifican en ellos/as a un importante baluarte para su causa. Paseándose por platós de televisión, por emisoras de radio o llenando columnas de periódicos. Causa a la que paradójicamente, se enfrentaron con unas ideas y un ideario que ahora abandonan, tergiversan, manipulan o deforman contribuyendo con ello a alimentar las voces de quienes, precisamente, están en contra de todo aquello que en su día representaron y de lo que ahora reniegan. Tratando de imponer su ortodoxia personal sin dejar espacio para la diversidad de pensamiento.
Pero también están quienes haciendo uso de su estela ideológica, profesional, social… intentan captar a sus adeptas/os en redes sociales para atraer su atención y apoyo y provocar el rechazo y aislamiento de aquellas/os a quienes excluyen por entender que van en contra de sus ideas o planteamientos o simplemente les hacen sombra, estableciendo una relación causal muy peligrosa. Para ello argumentan que se atenta a derechos que dicen defender y de los que se sienten propietarios/as, atacando, desde la descalificación, a quienes defienden o simplemente exponen otras ideas o posiciones, considerando enemigas/os a quienes plantean esas opciones.
Nadie discute, o no debería hacerlo, el valor de todas estas personas que a lo largo de su vida trabajaron, se comprometieron, implicaron y lucharon por ideales de libertad, respeto a los derechos humanos, identidad de género, identidad profesional… fundamentales para la sociedad y la convivencia democrática. Fueron valientes y supieron liderar procesos que supusieron grandes avances y logros fundamentales. Tuvieron que soportar ataques de quienes veían en ellas/os una amenaza a posturas o ideas anacrónicas que se pretendían perpetuar. Contribuyeron al diálogo y el consenso desde la firmeza que no la imposición. A pesar de lo cual ahora replican dichos comportamientos para defender sus postulados.
La realidad social, política, económica, profesional e incluso científica, es dinámica y precisa de cambios constantes que permitan adaptar cualquier posicionamiento a las nuevas necesidades, demandas o inquietudes de las personas, por mucho que algunas de ellas resulten difíciles de entender, comprender e incluso aceptar, pero lo que nunca debería perderse es la capacidad de respetar. Identificar como amenaza la diversidad y arremeter contra ella, utilizando el rédito alcanzado y concedido como referentes, disociando la realidad pretérita y la actual, les descalifica como referentes y les sitúa en una posición de intransigencia que resulta difícil de entender, generando rechazo en quienes siempre les apoyaron y apoyo en quienes conociéndolas/os o no, los identifican como una oportunidad inesperada y aplaudida a sus intereses.
Creer que los logros alcanzados con sus indiscutibles luchas son indelebles al tiempo y a los cambios que su paso genera en los mismos, o entender que cualquier logro, por importante que haya sido, no puede mejorarse, cambiarse o adaptarse a las nuevas concepciones, identidades, realidades, pensamientos, movimientos, determinantes… que se van generando, es como querer parar el tiempo con la creencia de que lo logrado ya no podrá ni deberá alterarse, en un intento fallido por controlar el ciclo vital al que irremediablemente estamos sujetas/os todas/os. Es un gravísimo error que provoca la pérdida de la razón en su momento alcanzada y supone la consideración de excéntrica/o cuando no de referencias poco afortunadas a su capacidad intelectual ligadas a la edad, en un nuevo y claro ejemplo de edadismo al que sin pretenderlo contribuyen.
La retirada a tiempo, liberarse del halo de divas/os o diosas/os que en ocasiones se les otorga y aceptan; tener generosidad y humildad que en ningún caso suponen renunciar a la excelencia lograda; trasladar gratitud por lo obtenido sin que sea utilizado como dogma; favorecer la capacidad de respetar la diferencia y las diferencias aunque duelan sin tener que renunciar a sus creencias propias; identificar nuevos liderazgos aunque se alejen de los parámetros utilizados por ellos/as… debieran ser incorporados como elementos fundamentales de progreso, avance, desarrollo y logros. Constituirse en arietes para derribar la realidad no les va a facilitar derribar ni una sola idea.
Respetar para ser respetadas/os. Dejar que otros se equivoquen como ellas/os se equivocaron. Ayudar en la medida de sus posibilidades y de sus oportunidades, pero sin forzarlas y sin imposiciones. No utilizar su influencia como medio para contrarrestar lo que no les gusta.
Si a todo ello añadimos que la evolución social, política, económica, demográfica, profesional, científica, relacional… se ve influenciada no tan solo por los determinantes conocidos y asumidos como generacionales, sino por el impacto de factores derivados de la tecnología como la realidad aumentada o la inteligencia artificial, nos encontramos ante un panorama ciertamente incierto, al que, desde luego, no contribuyen a entender, asimilar y asumir, posicionamientos como los comentados anteriormente.
Las dudas cada vez se transforman, en menor espacio de tiempo, en certezas situándonos ante un escenario en el que ni las estructuras familiares, ni las relaciones sociales, laborales o de simple convivencia, ni el conocimiento y su adquisición y transmisión, ni tan siquiera las identidades de cualquier tipo, van a mantenerse como hasta ahora.
Las competencias profesionales van a ser cuestionadas tal y como ahora mismo las identificamos, debiendo asumir que los cambios para adaptarlas al nuevo escenario van a tener que producirse sino queremos quedar desfasadas/os y fuera de contexto. Todo aquello que tenga que ver con la técnica o la tecnología estará sujeto al impacto de la inteligencia artificial que muy pronto dejará de ser una opción.
La asistencia sanitaria, que no la atención a la salud, se verá no tan solo influenciada, sino que será objeto de profundos cambios que, de hecho, ya se están produciendo como efecto de la irrupción de la Inteligencia Artificial (IA), que permite sustituir la intervención profesional directa, generando mejoras próximas a la perfección. La IA será capaz de minimizar los errores y con ello aumentará la calidad de la asistencia reduciendo tiempo y costes. El número de profesionales que deberán intervenir en los procesos se reducirá significativamente al tiempo que aumentará la exigencia de profesionales altamente cualificados para controlar lo que la IA realice. Esto no es una distopía, ni tan siquiera es ya una utopía, es una realidad muy próxima que no nos puede situar en la negación o criminalización de la misma. Se trata de adaptarse, una vez más, como viene haciendo la humanidad desde el principio de su existencia.
Otra cosa es la atención a la salud, las necesidades, las demandas… que las personas, las familias y la comunidad planteen y que van a requerir de cuidados que se articulen con la asistencia proporcionada por la IA. Porque la realidad y la historia nos permiten asegurar que los cuidados no podrán ser sustituidos por la IA, aunque deberán adaptarse a la misma situándola en el lugar adecuado para que no interfiera en la prestación de cuidados humanizados si queremos que se sitúen al nivel de la dignidad humana. Los cuidados han sido y siguen siendo la mejor respuesta a la fragilidad humana. Fragilidad que continuará existiendo por muchos y variados que sean los avances que intenten alargar o proteger la vida de las personas. Porque a cada nuevo avance aparece un nuevo riesgo que perpetúa la fragilidad y que, a su vez, genera nuevas necesidades de cuidados.
Fragilidad que concluye con la muerte como parte del ciclo vital, aunque nos resistamos a aceptarla, identificándola en muchas ocasiones, como un fracaso cuando no es más que una parte ineludible y necesaria del ciclo vital de las personas, las familias y la comunidad ya que en todas ellas impacta. Posible y precisamente este sea el mejor ejemplo de la inutilidad de aferrarse a la idea de encontrar “la piedra filosofal” para alcanzar la vida eterna como viene haciéndose a lo largo de la historia de muy diferentes maneras, unas más esotéricas y otras más científicas. Al contrario de lo que pasa con los cuidados que no tan solo perdurarán, sino que aumentarán su necesidad, ya que la tecnología nunca será capaz de erradicar la muerte como parte del ciclo vital.
A este torpe, inútil y acientífico negacionismo hacia la muerte se une, cada vez más, el que se refiere a la vejez. A los logros por alargar la vida se ha unido, como si fuera un complemento imprescindible, disimular u ocultar la vejez, como respuesta al hedonismo vital y social en el que nos hemos sumido, considerando a la vejez y a la imagen que la misma proyecta un obstáculo para los cánones de belleza normativamente establecidos y aceptados. De tal manera que la vejez hay que ocultarla para no estropear el glamur científico de quienes se creen salvadores de la humanidad, intentando lograr la reversión de la vejez como sucedía en el relato de F. Scott Fitzgerald[6], “El curioso caso de Benjamin Button” del que posteriormente se hizo una película[7]. Negacionismo que nos lleva a despreciar el cúmulo de conocimiento y experiencia de este sector de población y a generar problemas como la soledad no deseada, el estrés del/la cuidador/a, la cronificación de la cronicidad, la brecha intergeneracional… derivados del desprecio hacia la imagen que proyectan en una sociedad artificial de lentejuelas y bótox.
Pero, centrándome en el caso de la muerte, en los últimos días he tenido oportunidad de vivir dos experiencias que me hacen corroborar lo que estoy diciendo y que posiblemente puedan extenderse, al menos en parte, al de la vejez.
La primera de ellas sucedió en un foro en el que hablaba de enfermería, cuidados y humanización a una comunidad[8]. En el debate posterior una joven me trasladó su deseo de estudiar enfermería al tiempo que compartía su temor a cómo afrontar la muerte que relacionaba como parte inseparable de la actividad de las enfermeras y que le intimidaba y hacía dudar sobre su elección. Es un claro ejemplo de cómo se identifica la muerte. Como un tabú al que no queremos mirar de frente, intentando negar su existencia u ocultándola a pesar de saber que forma parte de nuestra realidad o en la torpe creencia de que podemos vencerla. Naturalizar la muerte para afrontarla de manera eficaz y en base a ello cuidar a las personas, es algo que debemos asumir como enfermeras. Las personas no desean vivir eternamente, pero sí quieren morir con dignidad y en las mejores condiciones posibles. Para ello resultan imprescindibles los cuidados que la IA no podrá prestar nunca, como tampoco podrá evitar la muerte.
La segunda fue la carta que el médico Juan Gervás[9] escribió a su mujer recientemente fallecida. En ella incidía en la necesidad de identificar la muerte como parte de la existencia humana y no como un fracaso de la medicina, al tiempo que ponía en valor la necesidad de los cuidados. Una carta llena de emociones, sentimientos, dudas, incertidumbres, temores… surgidos del recorrido memorístico que hace de la compañía con la agonía y muerte de su esposa y que le hacen plantearse interrogantes, pero también afirmaciones muy contundentes, de lo que supone el afrontamiento de la realidad con todas sus variables y constantes, todas sus identidades e identificaciones, todas sus dudas y certezas, todas sus afirmaciones y negaciones, todas sus causalidades y casualidades, todas sus dudas y certezas, todas sus desilusiones y esperanzas, todas sus culpas y perdones, todos sus reproches y reconocimientos. Dicotomías reflexivas frente al dolor y la tristeza, realizadas con constantes lineales y transversales como el amor y el cuidado, por parte de quien, como él, siempre se ha caracterizado por sus planteamientos críticos e incluso corrosivos de una realidad sanitaria con la que nunca se ha sentido satisfecho. No podemos plantear como hizo Epicuro de Samos[10] que “la muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo.”
Estamos ante momentos clave de nuestra evolución como personas, pero también como familia y comunidad. Contextos en los que las configuraciones, valores, normas, identidades… conforman una realidad calidoscópica en la que debemos ser capaces de vivir y convivir sin tratar de imponer nuestro criterio o desautorizar el de otras/os siempre y cuando no supongan una vulneración de la libertad de nadie, aun cuando se haga en nombre de la propia libertad como medio para lograr, precisamente acabar con ella. Ni imposiciones dogmáticas, ni relativismos, ni falsos escepticismos.
No caigamos en la tentación de replicar modelos de narcisismo político, profesional o personal que tienen un efecto mariposa[11] que no siempre sabemos controlar.
La visión y construcción del cuidado, que es lo que como enfermeras nos corresponde, no puede ni debe hacerse desde la descalificación ni la exclusión y mucho menos la imposición, que atentan contra la propia identidad del cuidado, pero también de las múltiples identidades culturales, de creencias, de construcción individual ligadas al género, la abogacía por la salud, la equidad, la libertad… El cuidado debe ser visto, construido, alimentado y prestado desde la generosidad, la humildad, el respeto, la convicción, la participación, el consenso y la ciencia. Tan solo así seremos capaces de vencer la tentación de la exclusividad o de la posesión de la verdad absoluta basándose en la experiencia, pero cuestionadas por la ciencia. Porque ni una ni otra existen. La realidad requiere de las aportaciones derivadas de la diversidad que así mismo permiten construir el cuidado personalizado, específico, y adaptado a las múltiples realidades individuales de las personas, las familias y la comunidad en sus diferentes tiempos y contextos, a las que atendemos y deberemos seguir atendiendo con o sin IA.
[1] Poeta español, el más joven representante de la generación del 98. (1875-1939)
[2] https://www.eldiario.es/temas/felipe-gonzalez/
[3] https://www.eldiario.es/temas/alfonso-guerra/
[4] https://www.eldiario.es/politica/vox-tamames-fracasan-mocion-censura-abstencion-pp_1_10055172.html
[5] https://www.eldiario.es/temas/toni-canto/
[6] Militar, anfitrión, novelista y escritor estadounidense, ampliamente conocido como uno de los mejores autores del siglo xx, cuyos trabajos son paradigmáticos de la era del jazz (1896-1940).
[7] https://es.wikipedia.org/wiki/El_curioso_caso_de_Benjamin_Button_(pel%C3%ADcula)
[8] https://web.ua.es/de/seus/lavila/imagenes/actividades-culturales/2023-2024/conferencia-enfermeria-etica-y-humanizacion-de-los-cuidados-23-mayo-1.jpg
[9] https://diario16plus.com/carta-a-mi-esposa-muerta-sin-etica-del-basta-ya/
[10] Filósofo griego, fundador de la escuela que lleva su nombre -epicureísmo- (341 aC – 271 a. C).
Inteligente y crudo análisis José Ramón. Muy de acuerdo con todo lo que expresas en estas reflexiones.