DICOTOMÍAS Y FALACIAS La normalidad de Gauss

“Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”.

Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes

A quienes se empeñan en ver el vaso siempre medio vacío.

En la lógica tradicional, dicotomía es el desglose o fraccionamiento de un concepto genérico en uno de sus conceptos específicos y su negación. El concepto se refiere asimismo a la ley que establece que ninguna proposición puede ser verdadera y falsa al mismo tiempo.

El uso efectista de las dicotomías conduce a una reducción. Así, las subdivisiones entre viejos y jóvenes, ciudad y campo, negros y blancos (en el sentido del color de la piel), salud y enfermedad, se realizan para obviar o para no reconocer los posibles elementos comunes en favor de las diferencias.

Por su parte, una falsa dicotomía es una conclusión falsa a la que se llega intencionalmente o sin intención y que presenta una decisión entre dos únicas posibilidades como una necesidad, a pesar de que existen otras posibles alternativas de decisión.

Como consecuencia, el uso de dicotomías tan extendido como incorrecto, nos conduce a generar falacias como argumentos que pareciendo válidos, no lo son. Como consecuencia algunas de las falacias que se cometen lo son de manera intencionada, sutil y persuasiva, en un intento por manipular a los demás, mientras que otras son producto de descuidos o ignorancia y se hacen sin intención de engañar. En cualquiera de los casos, sin embargo, el resultado es una información o un planteamiento falso o equivocado que induce a la confusión e incluso al enfrentamiento.

En este sentido, podemos identificar la falacia lógica del falso dilema que implica una situación en la que se presentan dos puntos de vista como las únicas opciones posibles, cuando en realidad existen una o más opciones alternativas que no han sido consideradas. Las dos alternativas son, con frecuencia, aunque no siempre, los puntos de vista más extremos dentro de un espectro de posibilidades. En vez de tales simplificaciones extremistas suele ser más apropiado considerar el rango completo de opciones, como en la lógica difusa.

Pero que un argumento sea falaz no implica que sus premisas o su conclusión sean falsas ni que sean verdaderas. Un argumento puede tener premisas y conclusión verdaderas y aun así ser falaz. Lo que hace falaz a un argumento es la invalidez del argumento en sí. De hecho, inferir que una proposición es falsa porque el argumento que la contiene por conclusión es falaz es en sí una falacia.

            En base a lo expuesto establecer una relación de extremos entre enfermeras e invisibilidad, entre enfermeras y ausencia de logros, entre enfermeras y falta de respeto social… es una clara falacia que omite intencionada o involuntariamente opciones que conducen a una simplificación y desde la misma a una conclusión fallida que acaba convirtiéndose en un sofisma al plantear razonamientos que aparentan ser correctos pero que no lo son con la finalidad de defender algo y confundir al interlocutor. De tal manera, por ejemplo, que se plantee el argumento de que las sociedades científicas enfermeras no aportan nada a la investigación y al desarrollo enfermero.

            Si además tal argumento se convierte en sofisma, o como ahora se dice, en mantra, se transforma en un silogismo viciado en base a premisas falsas o verdaderas pero cuya conclusión final no es ni adecuada ni cierta y que acaba por interiorizarse como norma, certeza o incluso como realidad inamovible que configura un rasgo propio, en este caso de las enfermeras. Por ejemplo: Enfermería está conformado mayoritariamente por mujeres, las mujeres son débiles, luego las enfermeras son débiles.

            Desde este planteamiento somos las propias enfermeras quienes construimos, alimentamos y mantenemos estas dicotomías, falacias o silogismos, generando dudas, en el mejor de los casos, o cimentamos una visión distorsionada y distante de la realidad al hacer afirmaciones que, a pesar de estar alejadas de argumentos sólidos, se identifican como realidades que contribuyen a reforzar tópicos y estereotipos existentes o a crear nuevos.

            Establecer, por ejemplo, una dicotomía poco menos que dudosa, en la que se contrapone, por una parte, la supuesta defensa de las enfermeras como profesionales excelentes y capaces, con la nulidad manifiesta por aportar datos sobre dicha excelencia y capacidad, es un ejercicio muy peligroso que ni tan siquiera la hipotética intención de lograr con ella una respuesta reactiva para corregir el supuesto déficit la justifica. Y no lo hace porque, al establecer esta dicotomía que finalmente, como ya hemos visto, se convierte en falacia, se corre el riesgo de que acabe formando parte de un peligroso e indeseable sofisma que genere el efecto contrario al inicial y supuestamente deseado. La exclusión, ignorancia, evitación u ocultamiento de acontecimientos, hechos, realidades, datos, aportaciones existentes entre los dos extremos planteados de manera tan artificial como innecesaria convierten la dicotomía en una peligrosa propuesta de descrédito que, aunque artificial en su planteamiento acaba siendo muy real en sus consecuencias. Las enfermeras ante estas premisas acaban por interiorizar como realidad su incapacidad para demostrar que sus aportaciones son valiosas, reconocibles y evaluables para la salud de la población y la eficacia y eficiencia de los servicios u organizaciones en las que trabajan.

            Por tanto, lejos de contribuir a mejorar determinadas situaciones lo que se hace es, o bien posicionar a una parte de las enfermeras en el conformismo y la inacción al identificar que esa realidad es inamovible o a provocar un enfrentamiento entre quienes postulan el extremo comentado con quienes identifican realidades que han quedado manifiestamente ocultas en el mismo y en las que, posiblemente, han participado apoyado o creído firmemente, de tal manera que se genera una contraposición de extremos, también, entre enfermeras y no tan solo de ideas o posicionamientos, a pesar de que, posiblemente, las enfermeras situadas en ambos extremos tengan idénticas o muy parecidas intenciones de trabajar por un mismo objetivo, pero con pobres o nulos resultados.

A la hora de representar aspectos de comportamiento profesional/disciplinar como los que analizamos, estamos casi castigados a toparnos con el hastío estadístico. Lo normal, lo cotidiano y lo anodino, marca la norma y posiblemente por eso quienes se encuentran en los extremos la rechazan o la obvian por interés o por considerar que la misma anula la posibilidad de situarse en uno u otro de los extremos de esa campana de Gauss. La normalidad, por otra parte, no aporta exclusividad, sino monotonía grupal, algo de lo que también intentan huir quienes propician las dicotomías. Los vínculos profesionales se forman en torno a intereses comunes. Y mientras más conciso, claro y específico sea este acervo, mucho mejor. La divergencia, lo diferente, será más escasa en este orden de cosas, a pesar de que un mundo cada vez más globalizado teje a diario realidades profesionales más heterogéneas, de las que no escapan las enfermeras ni la enfermería.

Pero si planteamos el debate sobre la enfermería y su proyección ya sea social, institucional o incluso corporativa como un combate o como una trinchera siempre cabe la posibilidad de hacer análisis de lo extraordinario o microanálisis que tienen poca capacidad de extrapolación a la realidad cotidiana o del comportamiento habitual de las enfermeras y su evolución.

Los extremos, por tanto, tienden a querer marcar o enfatizar las tendencias más atractivas o deseables, aunque las mismas sean alternativas o marginales y se separen de la, en apariencia indeseable y tediosa normalidad. Estas son las reglas del juego. No podemos cambiar la estructura y el comportamiento de una disciplina situándonos en expectativas extremas y dicotómicas. Pero sí debemos conocer como está conformada para decidir dónde queremos estar y donde preferimos actuar.

Es por ello que estamos condenados por pura probabilidad a la normalidad. De esta manera, aunque todas las enfermeras formamos parte de una misma y única disciplina/ciencia/profesión, y teniendo en cuenta que la mayoría asumimos dicha perspectiva, no hay que desdeñar que hay una parte que la asume como parte de una realidad pero que no reconoce ni acepta como propia y que les sitúa como disidentes a la norma identitaria. A pesar de los intentos por eliminar dicha disidencia y por tanto la brecha que la misma genera entre los extremos, por pura estadística, estamos condenados a la distribución normal, a la supuesta tiranía de Gauss.

Siempre habrá elementos de la distribución (ATS, DUE e incluso quienes se denominan como Enfermería en lugar de como enfermeras) que destaquen por exceso o por defecto frente a la mayoría estandarizada. Evidentemente, en el tema que nos ocupa la tendencia cambiará en función de que organizaciones como los Colegios profesionales, Instituciones Sanitarias, Medios de Comunicación y nosotras mismas, contribuyamos a la normalización mediante la utilización y puesta en valor de la identidad propia, enfermeras, y de las competencias que nos identifican y corresponden, los cuidados profesionales, o nos situemos en cualquiera de los extremos de la disidencia. Así es la realidad de nuestra disciplina, y así somos las enfermeras, no muy diferentes al resto de disciplinas y profesionales. Lo bien cierto es que así es la realidad social y su forma de comportarse[1].

Sin embargo, no debemos ver esto como un fracaso, ni hacer de ello una cruzada tan dañina como inútil. Simplemente aceptar esta tendencia, tan natural como la vida misma y presente en otros muchos contextos, tanto profesionales como de toda índole. Lo que debe hacernos entender que no somos especiales ni nos comportamos de manera tan radicalmente diferente a como algunas/os quieren hacernos ver situando la realidad enfermera en una permanente dicotomía que nos lleva a la autocomplacencia inmovilista, o al rechazo y la flagelación, sin que ninguno de los casos sirva realmente para cambiar una realidad que requiere de la normalidad gaussiana para que sea efectiva y eficaz. El orden lógico no puede escapar al sistema al que pertenece y, por lo tanto, siempre habrá una parte de la enfermería que destaque por defecto y otra por exceso. En medio, entre ambos extremos, se distribuirá el grueso de la muestra, la enfermera media que, por otra parte, no nos equivoquemos, es sobre quien, ambos extremos, ejercen una presión constante tratando de atraerlas a sus respectivos posicionamientos dicotómicos y que es sin duda la que otorga consistencia y valor a la disciplina/profesión.

Ni somos las mejores ni las peores. Ni somos heroínas ni mezquinas. Ni somos imprescindibles ni prescindibles… pero lo que está claro es que, gracias a las aportaciones de muchas enfermeras, sobre todo en las últimas décadas, se ha logrado que la enfermería y las enfermeras sean trascendentes, es decir, que nuestra aportación tenga consecuencias muy importantes, más, incluso, de las que cabría esperar. Y esto no es autocomplacencia, ni nos tiene que hacer morir de éxito, ni creer que está todo hecho. Pero tampoco es admisible que nos culpabilicemos permanentemente negando la realidad y queriendo ver tan solo aspectos negativos que lejos de ser autocríticas constructivas y motivadoras se convierten en palos en las ruedas mediante ataques furibundos sin justificación ni argumento que los sostengan, que provocan parálisis, inmovilismo y frustración. Tampoco es necesario morir de pena y desesperación, ni pensar que no hemos avanzado nada.

Tan solo como muestra de algunas de las muchas cosas que se han conseguido, me gustaría destacar que, por ejemplo, somos la segunda área con mayor incremento del impacto normalizado de citas en revistas científicas. La segunda en crecimiento particularmente elevado en colaboración internacional y la primera en aumento del impacto normalizado de descargas[2]. Todo ello en el marco de las Ciencias de la Salud, del ámbito antinatural de la biomedicina en el que nos sitúan y del perverso contexto editorial en el que se juega la “competición”, con idénticas reglas de juego para todos, aunque las oportunidades se alejen claramente de la equidad. La normalidad, por tanto, al margen de los extremos, está consiguiendo generar estos indicadores de excelencia que, en ningún caso nos han sido regalados ni mucho menos han aflorado por generación espontánea.

Generar un discurso de invisibilidad utilizando la ocultación de datos como los expuestos, además de jugar haciendo trampas no contribuye para nada al desarrollo ni la autoestima de las enfermeras.

Además, agua llevará el río cuando este suena, provocando reacciones tan incomprensibles, o no, tan radicales, tan retrógradas, tan pasionalmente incoherentes… como las que, en algunos casos, se producen por parte de quienes, en su corporativista locura, perciben a las enfermeras como los gigantes amenazantes que veía Don Quijote de la Mancha en los molinos, queriéndolas recluir o destruir[3]. Su propia torpeza o locura, o ambas, son las encargadas, finalmente, de conducirles a la derrota tras enfrentarse a la realidad que deforman.

No podemos evitar los extremos, forman parte de la realidad, pero lo que sí podemos es neutralizar los efectos nocivos que desde ambas partes de esa dicotomía nociva se lanzan a la normalidad de esta curva gaussiana en la que nos situamos la mayoría de las enfermeras.


[1] Vázquez Atochero, A. The tyranny of Gauss. Biases and prejudices of normality in the Social Sciences http://revistacaracteres.net/revista/vol1n2noviembre2012/la-tirania-de-gauss-prejuicios-y-perjuicios-de-la-normalidad-en-las-ciencias-sociales/

[2] Indicadores bibliométricos de la actividad científica española (2005-2014) Edición 2016 FECYT. Ministerio de Economía, Industria y Competitividad.

[3] https://www.instagram.com/p/CNu8Y_7qSkN/?igshid=yflmqw4w1m8e

ICONOGRAFÍA ENFERMERA ¿Realidad o confusión?

La entrada de hoy es especial. No tanto por su contenido, que también, sino por el hecho de que la haya hecho de manera compartida con David Bermejo.

David es enfermero residente de la Especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria en Madrid. Ante una observación que compartí con él sobre la utilización de una imagen en un poster anunciando una actividad científica de Enfermería, me propuso que escribiésemos al alimón la entrada semanal del Blog.

Dicho y hecho. Os presentamos por tanto esta reflexión compartida y sentida desde nuestra visión enfermera.

Una perfección de medios y confusión de objetivos parece ser nuestro principal problema.

Albert Einstein[1]

 

Dedicado a nuestro principal icono, las enfermeras.

 

            Entendemos por iconografía al conjunto de imágenes relacionadas con un tema y que responden a una concepción o a una tradición.

            Por ejemplo, las enfermeras solemos identificarnos con la tradición de la lámpara de aceite utilizada por Florence Nightingale durante la guerra de Crimea para guiarse por el Hospital de campaña donde cuidaba a los heridos.

            Sin embrago cada vez es más frecuente que en folletos, programas, páginas web, blogs, complementos de trabajo… de actividades enfermeras aparezca como icono el fonendoscopio, como elemento fundamental de identidad. O bien que dicho fonendoscopio sea el complemento que acompaña, a modo de bufanda, la imagen de enfermeras.

            El problema no es tanto el fonendoscopio como que dicho elemento sea automáticamente relacionado con otra disciplina que hace mucho tiempo lo identificó, asumió e incluyó como elemento de identidad profesional propio y que la población así lo identifica.

            Es cierto que el uso del citado instrumento clínico no es propiedad de ninguna disciplina, como tampoco la lámpara lo es de la enfermería, pero otra cuestión es que la tradición haya hecho que esas imágenes queden automáticamente ligadas a la medicina y la enfermería respectivamente.

            Los iconos, además, están cargados de simbolismo. Y ese simbolismo cargado a su vez de historia. Es por ello que uno de los principales iconos de las enfermeras, la cofia, que en muchos países sigue identificándose y asumiéndose con respeto y orgullo, en España fue rechazado por la carga simbólica que la misma soportaba tras años de dictadura en la que las enfermeras sufrieron la paralización de profesionalización iniciada durante la II República, la usurpación de su nombre al ser reconvertidas en ATS, una asociación muy estrecha y dominante con la religión, la represión machista, y la consiguiente postergación como recursos al servicio de los médicos y sus intereses.

            Finalizada la dictadura y cuando los estudios de Enfermería se integraron en la Universidad, la cofia se identificó como parte de esa época de subsidiariedad y se rechazó de plano en un acto, también simbólico, de liberación y de ruptura con dicho pasado.

            Desde entonces y salvo la famosa lámpara, también cuestionada por algunas, las enfermeras hemos tenido problemas para identificarnos con algún icono propio y diferenciado.

            Los cuidados, que son nuestra seña de identidad, tienen difícil representación gráfica más allá de las manos en actitud de caricia que por otra parte no concretan el cuidado profesional sino el cuidado genérico y universal.  

            Ni tan siquiera el escudo que representa a Enfermería es identificado y reconocido como propio. Consiste en la Cruz de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, conocida también como Cruz de Malta, símbolo internacional de la sanidad, sobre la que figura el Escudo Nacional. La Cruz está enmarcada en un círculo formado por una rama de laurel en la parte izquierda y una palma en la parte derecha, unidas por un lazo que simbolizan el triunfo (la corona de laurel el triunfo de los generales romanos y las palmas la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén), en este caso es el triunfo de la ciencia y el saber sobre la ignorancia. Pero no deja de tener carga simbólica tanto nacionalista (el escudo fue durante mucho tiempo el preconstitucional con lo que ello representa) como religiosa a través de la palma, lo que ha contribuido a que no fuese aceptado e interiorizado como representación de identidad profesional.

            Ante esta tesitura se ha tendido, de manera irregular, y en muchas ocasiones poco acertada, a incorporar iconografías ligadas a las técnicas y a asumir de entre todas ellas el estetoscopio como elemento más utilizado, bien solo o acompañando a sus portadores luciéndolo en el cuello, en los bolsillos de las batas o en las manos, desterrando e incluso anatemizando a la jeringuilla o al termómetro que se rechazan por relacionarlos de manera directa a epítetos como “pinchaculos”.

            Nuevamente, no es tanto los objetos en sí, los que generan adhesión o repulsa, sino el simbolismo que los mismos trasladan, ligados a la imagen social y la tradición de su uso o al prestigio que transmiten relacionado con dicho uso.

            De ahí que la jeringuilla y el termómetro, reconocibles y asimilables, sean descartados precisamente por relacionarlos, en el imaginario común, con actividades que son identificadas como menores, secundarias y que otorgan poco reconocimiento social o ligado a tópicos que se tratan de evitar. A pesar, repetimos, que se trata de instrumentos directamente ligados a las enfermeras y a algunas de las técnicas que realizamos.

Es cada vez más común, ver como las enfermeras nos enfundamos con complementos llenos de instrumentos y fármacos. Sin embargo, son pocas las que eligen elementos más propios o representativos como es la lámpara de aceite. Creemos que realmente no somos conscientes de la imagen que proyectamos cuando los usuarios nos ven adornados con pastillas, jeringas, termómetros…¿Es esa la imagen que queremos proyectar? ¿Son las técnicas el elemento más importante que nosotras como enfermeras tenemos? Sin duda no.

            Sin embargo, el estetoscopio, ligado de manera directa a la medicina y los médicos y por tanto a un reconocimiento y prestigio social sin discusión, se admite y se incorpora tratando de imitar esa proyección positiva que los otros instrumentos no otorgan.

            Podemos entender y respetamos que se quiera alcanzar el reconocimiento social e incluso que se quiera depurar la imagen simbólica de nuestra profesión y de lo que desde la misma somos capaces de ofrecer, pero nos cuesta mucho más entender y de hecho no compartimos en absoluto, que se trate de hacer a través del mimetismo con otra disciplina. Las enfermeras tenemos competencias propias e independientes y, por lo tanto, del mismo modo, tenemos iconos que podemos utilizar de manera independiente sin necesidad de usar los asumidos por otras disciplinas como propios.

            Lamentablemente es lo que se hace cada vez que usamos el fonendoscopio como icono, símbolo o elemento de referencia de nuestra profesión. Por mucho que sea un instrumento que utilizamos y que, como ya he comentado, no es exclusivo de los médicos, sí que los identifica de manera directa no diferenciando entre ellos y otras/os profesionales que lo utilizan como enfermeras o veterinarias/os, por ejemplo. A veces confundimos lo que deseamos con lo que somos.

            Tenemos la sensación de que estamos en una permanente huida tratando de escapar de fantasmas que nos atenazan y nos impiden reconocernos a nosotras mismas como enfermeras. Huimos de los iconos de igual manera que huimos de nuestra identidad enfermera al refugiarnos permanentemente en la disciplina o la profesión cuando nos identificamos como enfermería en lugar de como enfermeras. Y en esa huida dejamos atrás elementos importantes de nuestra historia y lo que la misma nos ha aportado como profesión y disciplina.

            No se trata de recuperar iconos con los que ya no nos sentimos identificadas. Pero tampoco de rechazarlos como si de anatemas se tratasen y mucho menos de abrazar o dejarse abrazar por iconos que, aunque compartamos, no forman parte de nuestra imagen y, por tanto, la que proyectan al usarlos da lugar a la confusión. A no ser, claro está, que lo que queramos, una vez más, sea precisamente eso ocultar, desdibujar, indeterminar nuestra identidad propia y asimilarla a quienes tienen una imagen que nos sigue atrayendo. Sin darnos cuenta que al hacer esto nos pasa como a los mosquitos que atraídos por la luz acaban muriendo al acercarse a ella, creyendo que lograremos, al hacerlo, compartir parte de ese prestigio que no es compartible. Creer en dioses siempre causa confusión.

            Si no nos gustan los iconos que tenemos, busquemos otros o seamos capaces de explicar los que utilizamos para que la sociedad nos relacione con ellos y con lo que significan. Unos iconos que representen a todas las enfermeras y a todos los ámbitos donde estamos presentes, en investigación, docencia, asistencial… Pero no caigamos en la trampa de tratar de imitar lo que no nos es propio, porque seremos identificados como copias de menor valor o incluso como falsificaciones y no lograremos ser valorados como enfermeras. No podemos esperar que la gente entienda nuestra confusión. Tenemos que entenderla nosotros primero.

            Es cierto que hay partes de nuestra historia que no nos gustan o que incluso rechazamos. Pero no nos equivoquemos, son parte de nuestra historia y aunque puedan ser dolorosas, en muchos casos han sido las que impulsaron la voluntad, la iniciativa, la motivación o la implicación de muchas enfermeras para cambiarlas y lograr que hoy podamos estar en el lugar que estamos. La evolución siempre conlleva cambio, dinamismo y adaptación, pero no debe eliminar tradiciones, recuerdos o símbolos que son parte inseparable de nuestra identidad y, mucho menos, adoptar en su lugar otros que nos son ajenos, por muy atractivos que puedan parecer. Cuantas cosas perdemos, confundidos por el miedo a perder.

            Las enfermeras seguiremos utilizando, y haremos bien en hacerlo eficazmente, el fonendoscopio, pero de igual manera que usaremos con idéntica eficacia matraces, probetas, bateas, bisturís, sondas, termómetros… sin que, por ello, los utilicemos como iconos para proyectar nuestra imagen.

            Los cuidados, la salud, la escucha activa, la empatía, el tacto, la observación… tienen el “problema” de ser difícilmente dibujados o fotografiados para incorporarse como iconografía enfermera. Pero es nuestra verdadera identidad y está en la raíz de nuestra tradición, de nuestra ciencia y cuerpo de conocimientos. Esto es lo que nos hace únicas y por lo tanto, lo que nuestros iconos deben transmitir.

            Posiblemente, nuestro mejor icono sea el que como enfermeras proyectemos. Sin necesidad de atributos o instrumentos complementarios. En la medida en que seamos capaces, que la sociedad asimile, enfermera con cuidado profesional, e identifique la importancia y el valor de que les sean prestados de manera inequívoca e insustituible por parte de las enfermeras, habremos logrado nuestro mayor y más valioso icono. Se trata de convencer y no de confundir. Hacerlo gráfico será algo en lo que podremos entretenernos posteriormente. Mientras tanto, dejemos que el estetoscopio cumpla su función como instrumento, con independencia de quien lo use y que su imagen siga siendo de quien la incorporó como parte de su identidad.

            Nosotros somos enfermeras. ¿Algo puede proyectar mejor lo que somos y ofrecemos? Tal como decía George Orwell[2] “ver lo que está delante de nuestros ojos requiere un esfuerzo constante”

[1] Físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense.

[2] Novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India.

EMPODERAMIENTO Y LIDERAZGO. ¿Qué fue antes el huevo o la gallina?

¿Qué es antes el huevo o la gallina?

La pregunta no es quién va a dejarme, la pregunta es quién va a detenerme.

Ayn Rand[1]

 

Dedicado a Mª Jesús Pérez Mora, enfermera empoderada, líder y referente que ha trabajado siempre por el empoderamiento y dignidad de las enfermeras.

 

            Reflexionaba la semana pasada sobre el liderazgo enfermero y de cómo el mismo empezaba por cada enfermera de manera individual para así lograr un liderazgo profesional, disciplinar o científico colectivos.

            Pero para ello será necesario, tal como ya planeaba, que exista un claro convencimiento de lo que somos y de lo que queremos ser realmente. Tan solo desde esa convicción avanzaremos para lograrlo.

            Es cierto que partimos de una posición de cierta desventaja derivada de la subsidiariedad y el sometimiento científico-profesional a la medicina y a sus profesionales durante mucho tiempo y que algunos se empeñan en seguir reivindicando desde la ignorancia, pero también desde la prepotencia y la falta de respeto, como muy recientemente se ha podido comprobar en la comparecencia pública de un representante sindical en el Parlamento de las Islas Baleares[2]. A lo que hay que unir la condición femenina de la enfermería que le ha provocado idénticos problemas de libertad, crecimiento, desarrollo, autonomía… que a las mujeres en una sociedad machista en la que la medicina ha actuado con idénticos patrones de comportamiento y acción hacia la enfermería y las enfermeras.

            Pero la historia no es inmutable y está para cambiarla. De hecho, los avances en igualdad y derechos de las mujeres son evidentes, aunque aún insuficientes. Por derivación el desarrollo y autonomía de la enfermería ha posibilitado alcanzar objetivos que tan solo hace 50 años eran totalmente impensables.

            Sin embargo, la situación está muy lejos de ser idílica y los condicionantes para lograr una imagen y valoración acordes a lo esperado y deseable continúan presentes y, aunque atenuados, siguen ejerciendo una presión a la que no siempre sabemos responder con la autoridad y la determinación que corresponde a las enfermeras del siglo XXI.

            La aparición de movimientos como Nursing Now tan solo vienen a constatar lo que es una realidad que muchas veces nos empeñamos en negar o cuanto menos maquillar. Siendo loables no dejan de poner en evidencia la debilidad de nuestra posición en las organizaciones de salud y en aquellas otras en las que se toman decisiones que determinan las políticas de salud. Si realmente tuviésemos una posición firme, sostenible y consolidada no serían necesarios. De hecho, no hay movimientos similares relacionados con otras disciplinas, por razones evidentes de posicionamiento y referencia clara e indiscutible que incluso y lamentablemente ejercen presión para evitar que Enfermería y las enfermeras logren alcanzarlos en igualdad de condiciones al identificarlos como una amenaza a los privilegios alcanzados por méritos propios y por méritos y deméritos ajenos.

            Ante esta situación las enfermeras, como siempre ha comentado mi maestra y referente Mª Jesús Pérez Mora, hemos permanecido en las trincheras a pesar de anunciados falsos ceses de hostilidad que, sin embargo, derivan siempre en un fuego cruzado mortal, cada vez que intentamos abandonarlas.

            Pero cabe preguntarse si este atrincheramiento permanente obedece tan solo a una ofensiva sin cuartel del supuesto enemigo o si el mismo no puede ser consecuencia también de una débil estrategia o incluso de una frágil conciencia de lo que somos capaces de hacer por la defensa de un espacio de cuidados que nos es propio y por el que cada vez luchan más hipotéticos ejércitos profesionales, al incorporarse a la batalla en un intento por conquistarlo.

            ¿Son pues las trincheras el mejor lugar para defender dicho espacio? ¿No estaremos tan solo protegiéndonos a nosotras mismas y con ello abandonando la posibilidad de defenderlo? ¿No es cierto que toda batalla conlleva riesgos y que hay que asumirlos si se quiere ganarlas? ¿Será posible mantener nuestra hegemonía de cuidados escondidas en las trincheras? ¿Permanecemos en las trincheras por miedo o por no tener una idea clara sobre cómo defender lo que es nuestro? ¿Tenemos, identificamos y respetamos a líderes a los que realmente seguir y creer para alcanzar nuestro objetivo? ¿Tenemos munición suficientemente potente y efectiva, argumentos, para poder contrarrestar el fuego supuestamente enemigo? ¿No hay posibilidad real de establecer una paz estable y duradera en base al análisis, la reflexión y el debate? ¿Luchamos contra un enemigo o contra nuestros fantasmas?

            Muchas, demasiadas, interrogantes pendientes como para no detenernos a analizar la situación con el interés y el rigor que requieren y que cada vez es más urgente contestar y no dejar que se sigan sumando más y más dudas e incógnitas difíciles de despejar para resolver la ecuación de nuestra identidad y empoderamiento que nos permitan tener liderazgo enfermero.

            Llegados a este punto es preciso determinar a qué nos referimos cuando hablamos de empoderamiento. Para empezar, hay que destacar que tal como sucede con otros muchos términos que se adoptan del inglés, no siempre vienen a expresar exactamente lo mismo en español, lo que conduce a equívocos o, cuanto menos, a planteamientos que no se ajustan al contexto al que se trasladan. Esto ya sucedió por ejemplo con la traducción literal de evidence cuando se hablaba de based evidence practice, al hacerlo como evidencia (cosa o tema que es evidente) cuando realmente se debiera haber hecho como prueba (acción de probar a alguien o algo para conocer sus cualidades, verificar su eficacia, saber cómo funciona o reacciona, o qué resultado produce) que es lo que el término realmente traslada, debiendo hablarse de práctica basada en pruebas en lugar de práctica basada en evidencia, como traducción literal que no se ajusta a la realidad de lo que se quiere expresar o determinar.

            Así pues, empowerment, de donde viene empoderamiento, se refiere a una estrategia de gestión empresarial, que consiste en facultar a los trabajadores para ejercer mayor autonomía y poder en la toma de decisiones, a fin de optimizar el rendimiento de la empresa.

Al traducirla literalmente al español como ‘empoderamiento’, existe el mismo problema que planteaba anteriormente con evidence, ya que tiene un matiz diferente en español. Empoderamiento, en español, se refiere al proceso de dotar de herramientas a una persona, grupo o comunidad para alcanzar todo su potencial para el mejoramiento integral de su vida. El término en inglés, sin embargo, se remite al área de recursos humanos.

            Hecha la salvedad, no menor dada la “invasión” de anglicismos o de sus malas traducciones a nuestra lengua, cabe destacar que realmente lo que se pretende al hablar de empoderamiento de la Enfermería y de las enfermeras no hace referencia tanto a facultar, habilitar, permitir, capacitar u otorgar el poder para determinadas acciones en el contexto laboral, que es lo que confieren las competencias profesionales, sino a que las enfermeras, y la Enfermería, a través de ellas, que se encuentran en una posición de desigualdad, aumenten su participación, para así impulsar cambios beneficiosos para la Enfermería y su situación en ámbitos académicos, investigadores, gestores o de atención. Implica, por tanto, el desarrollo de una plena confianza en sus propias capacidades y acciones, junto con el acceso al control de los recursos que manejan, la representación en los cuerpos de toma de decisiones y la participación de los procesos de planificación, todo lo cual implica, a su vez, asumir la responsabilidad de las competencias derivadas de dicho control, sin la que no será posible mantenerlas y gestionarlas y, desde la que tendremos la capacidad de delegar actividades o tareas ligadas a las mismas.

            Por lo tanto, para alcanzar un liderazgo real previamente debe existir un empoderamiento que permita superar las desigualdades, las barreras, los intereses, las imposiciones, los agravios, las restricciones, las presiones, las limitaciones… que siguen vigentes y que tan solo desde la motivación, pero sobre todo de la implicación, de las enfermeras para vencerlos, superarlos o eliminarlos permitirán, no sin dificultades, pero con plena autonomía y capacidad, alcanzar el liderazgo enfermero.

            Podría plantearse el reiterado dilema de qué es primero si el huevo o la gallina. En el caso que nos ocupa si es primero el empoderamiento o el liderazgo. Pero, sinceramente, considero que no es razonable plantearlo pues es tanto como enredarse en un dilema del que difícilmente se sabrá o se podrá salir, al emerger nuevamente planteamientos de reserva, conformismo, inmovilismo, conservadurismo o incluso de temor que nos lleven a la popular expresión de “virgencita, que me quede como estoy”, que nos conducirá, en el mejor de los casos, a las trincheras de un conflicto en el que realmente el enemigo no es otro que nuestra propia actitud. Quienes, aprovechándose de la incertidumbre, la indecisión o la actitud pusilánime de mantenernos en las trincheras, conquisten nuestro espacio no pueden ser considerados como enemigos sino como estrategas que aprovechan las oportunidades que les brindamos, al abandonar la lucha por mantenerlo. No se trata de ser temerarias sino de ser valientes y decididas a la hora de defender nuestro territorio competencial con rigor. No es cuestión de adquirir poderes sobrenaturales ni armas especiales, sino de utilizar los que como enfermeras tenemos, los cuidados, y que, lamentable y permanentemente, despreciamos por no valorarlos y menospreciar la capacidad de defensa y fortalecimiento que tienen para justificar nuestro espacio propio.

            Plantear que como enfermeras debemos empoderar a la población sin haber logrado nosotras mismas empoderarnos es como pedirle peras a un manzano.

            Ahora mismo, por ejemplo, se está trasladando a la opinión pública una permanente incertidumbre y alarma en torno a la administración de determinadas vacunas contra la COVID 19, como resultado de la mediocre gestión política que se está llevando a cabo, al margen de los pronunciamientos científicos. Están más preocupados de las posibles consecuencias a sus intereses partidistas que al interés del conjunto de la población, anteponiendo la Salud Política, su salud, a la Salud Pública, la de todas/os. Ante esta situación de desconcierto, sería deseable que las enfermeras, desde un empoderamiento real, ejercieran el liderazgo enfermero que permitiese contrarrestar la incompetencia política ejercida con una clara respuesta profesional y científica al tiempo que clara y cercana, basada en la comunicación directa, con el fin de superar las dudas y lograr que se imponga el sentido común, del que reniegan los políticos y que justifica asumir los riesgos que supone administrarse una vacuna, que son muchísimo menores que los beneficios que tanto a nivel individual como colectivo reportan como, por otra parte, sucede con la administración de cualquier otro fármaco por muy inocuo que pueda parecer.

            Pero además habría que hacerlo enmarcando la intervención en un proceso de empoderamiento de la población haciéndola partícipe de dicho proceso y no tan solo como mera receptora de una información lineal y sin mayor sentido. Tan solo así lograremos el objetivo.

            Para ello resulta preciso, razonable e incluso exigible, que quien quiera empoderar a la población, en este caso las enfermeras, estén previamente empoderadas y lo hagan asumiendo el liderazgo que dicho empoderamiento les otorga. Lo contrario conducirá a que sigamos siendo observadas e identificadas como transmisoras de una información que proviene de quien, si está y es identificado como empoderado y líder, el médico. Tan solo tendremos poder de convencer si nosotras mismas estamos convencidas y por tanto empoderadas. Lo contrario no nos otorga credibilidad ni mucho menos fuerza.

            ¿Empoderamos a las/os estudiantes de enfermería o tan solo las preparamos para obtener el título que les habilite a trabajar como tales? ¿Empoderan las gestoras enfermeras a sus enfermeras o solo las ven como recursos humanos necesarios? ¿Empoderan las investigadoras a las enfermeras para que identifiquen la importancia de la investigación o tan solo las utilizan para que sus estudios puedan ser publicados? ¿Empoderan las enfermeras los autocuidados para que seamos identificadas como referentes?

            De nuevo demasiadas interrogantes que nos deben hacer reflexionar si, realmente, queremos poder empoderar y obtener liderazgo.

            La pandemia está poniendo a las enfermeras ante situaciones, contextos y espacios propicios para salir de esas trincheras en las que hemos convertido nuestras consultas, unidades, centros… y hacernos visibles, fuertes y empoderadas en y con la comunidad, ejerciendo el liderazgo que precisa y demanda la población de nosotras. Tomando decisiones con la valentía, pero también con a razón que nos otorga nuestro conocimiento y nuestra ciencia para lograr ser identificadas plenamente y sin equívocos como líderes enfermeras de los cuidados que prestamos.

            No más trincheras, ni refugios, ni atalayas. Salgamos sin temor a afrontar la realidad que nos espera y que demanda nuestra respuesta profesional, la de nuestros cuidados.

            El peligro no está en asumir esta decisión sino en no hacerlo y quedarse agazapadas en la oscuridad que nos invisibiliza e impide empoderarnos para lograr el liderazgo sin el que no pasamos de ser ejecutoras en lugar de decisoras y que, por otra parte, facilita la verborrea de charlatanes cuando se les da la oportunidad de hacerlo o cuando descuidan su compostura y dicen lo que realmente piensan.

[1] Filósofa y escritora estadounidense

[2] https://twitter.com/amerefyc/status/1382807607908442113?s=20

DÍA MUNDIAL DE LA ATENCIÓN PRIMARIA Algo por lo que brindar

Dedicado a cuantas/os hacen posible, con su trabajo, que la Atención Primaria siga siendo una realidad posible.

Siguiendo con el rito de las celebraciones, hoy le toca el turno al día Mundial de la Atención Primaria.

Debiera ser, por tanto, un día de alegría y celebración. Sin embargo, ni la actual pandemia ni el trato de quienes tienen la capacidad de decidir sobre su situación, ofrecen muchas razones por las que alegrarse y mucho menos celebrar nada.

En todo caso nos queda, a quienes seguimos creyendo en ella, el pobre bagaje de, cuanto menos, saber que aún existe, aunque sea con evidentes signos de debilidad.  

Lejana parece la fecha en que empezó en nuestro país el desarrollo de lo que vino en denominarse el nuevo modelo de atención. Un modelo que trataba de desplazar al ya caduco modelo centrado en el patriarcal asistencialismo, paternalismo, medicalización, fragmentación, hospitalcentrismo… para dar paso a una atención longitudinal, continua, continuada, integral… en la que el trabajo en equipo y la participación comunitaria se identificaban como ejes fundamentales del funcionamiento de los nuevos Centros de Salud.

Las enfermeras nos incorporamos con una mezcla de incertidumbre e ilusión que pronto se transformó en una motivación muy importante al identificar un espacio de crecimiento, autonomía y valoración profesional como nunca antes había existido.

Incertidumbre porque, ni nuestra formación, a pesar de que los nuevos planes de estudio en la Universidad recogían conocimientos importantes de Enfermería Comunitaria y Salud Pública hasta entonces inexistentes, ni mucho menos nuestra experiencia, al venir de un modelo en el que nuestra actividad era absolutamente subsidiaria, nos otorgaban la fortaleza que la Atención Primaria requería y en la que se habían depositado grandes expectativas de aportación por parte de las enfermeras.

Pero hay que destacar la importante implicación y fuerza con la que las enfermeras, provenientes, algunas, de los antiguos ambulatorios o instituciones abiertas como se les denominaba, otras de los hospitales y en un número muy reducido por quienes aprobaron la primera oposición a Equipos de Atención Primaria convocada por el aún existente INSALUD, contribuyeron a ello. Esta amalgama tan diversa de identidades profesionales logró configurar una nueva identidad que pronto se identificó con la que vino en denominarse filosofía de la Atención Primaria.

Los Foros para analizar, debatir y hacer propuestas en torno a los objetivos de Salud para Todos en el año 2000, derivados de la Conferencia de Alma Ata, supusieron un punto de inflexión en el abordaje de la atención enfermera en Atención Primaria. Las Consultas Enfermeras, tan perseguidas y denostadas por quienes venían de creerse los únicos valedores de la salud, como espacios de atención individualizada y autónoma; la intervención en la comunidad, para trabajar con la población en la identificación y abordaje de los problemas de salud; la atención domiciliaria, para llevar a cabo intervenciones en el núcleo familiar; la historia de salud en la que ya podíamos registrar nuestra actividad de manera totalmente autónoma y en igualdad de condiciones como cualquier profesional… fueron claves en el desarrollo de la actividad enfermera en Atención Primaria.

Líderes enfermeras como Mª Jesús Pérez Mora o Mª Victoria Antón Nárdiz,  entre otras muchas, fueron referentes imprescindibles y valiosísimos para acoplar, coordinar, articular, facilitar, adecuar, formar, capacitar… todos estos elementos y a las enfermeras que, con su energía, vitalidad, ilusión y trabajo lucharon para que este modelo se configurase realmente como un espacio en el que poder aportar nuestros cuidados profesionales junto a la atención prestada por trabajadoras sociales, médicos, matronas, auxiliares, administrativos, celadores… que conformaban los Equipos básicos de Atención Primaria de Salud.

Al mismo tiempo tuvimos que aprender a trabajar con la población a través de los Consejos de Salud. Fue un trabajo de aprendizaje compartido por parte de la ciudadanía y sus representantes y las/os profesionales de salud de Atención Primaria. No era sencillo para nadie, pero representaba un estímulo para todos.

El desarrollo de protocolos, guías, programas… la asistencia a jornadas, seminarios congresos… la realización de diagnósticos de salud, las sesiones y reuniones de equipo, la gestión individualizada de cuidados, la generación de indicadores de actividad, el trabajo para lograr el autocuidado a través de la Educación para la Salud, la investigación propia, la comunicación y el consenso en sustitución de la información vertical  jerarquizada… supusieron el cemento que permitía unir los diferentes componentes que configuraban la Atención Primaria.

Fueron años de mucho trabajo, pero también de mucha satisfacción por contribuir al desarrollo y consolidación de la Atención Primaria a pesar de las barreras, oposición, ataques… de quienes, no tan solo no creían en el nuevo modelo, sino que estaban totalmente en contra del mismo y que hubo que sortear con estrategias y sinergias que permitieron mantener viva la esperanza en lo que ya era para muchas/os “su modelo”, en el que creían y por el que trabajaban.

La incorporación en los organigramas de los diferentes servicios de salud de direcciones propias de Atención Primaria en las que estaban al mismo nivel las Direcciones Médica y Enfermera, supusieron una fortaleza en la desigual convivencia con la Asistencia Hospitalaria.

La creación de la primera Sociedad Científica de Enfermería Comunitaria, la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), supuso otro punto de inflexión en el desarrollo de las enfermeras comunitarias que se ha mantenido hasta nuestros días.

Pero la decidida apuesta inicial de las/os decisoras/es políticas/os y sanitarias/os, fue decayendo y la fuerza del asistencialismo la medicalización y el hospitalcentrismo, fue ganando terreno y quitándoselo a la Atención Primaria que veía como se limitaban sus competencias, se rebajaban las inversiones, se reducía la capacidad de decisión de las/os profesionales de atención primaria y de sus gestores, se adoptaban decisiones totalmente en contra de los principios de la Atención Primaria que hacían que los centros de salud cada vez se pareciesen más a los antiguos ambulatorios y como consecuencia de todo ello la Atención Primaria cada vez prestaba menos Atención, cada vez era menos de Salud y más de enfermedad, cada vez se alejaba más de la comunidad, cada vez era más una sucursal de los Hospitales… lo que provocó inicialmente rabia que dio paso a la frustración y esta a su vez dio paso a la indiferencia y el conformismo, reforzados por la incomprensible política que permitía el acceso a los Equipos de Atención Primaria de quienes la identificaban como un remanso de paz y confort para su jubilación.

La agonía de la Atención Primaria era tan evidente como preocupante a pesar de lo cual seguía sin existir voluntad política real por recuperarla.

Todo se limitaba a gestos, promesas vacías, demagogia, eufemismos… que contribuían a aumentar su agonía y a desmotivar a los profesionales.

Lo que en principio pudo suponer un rayo de esperanza y una apuesta por el cambio, con la aprobación del Real Decreto de Especialidades de Enfermería en el que se recogía la de Enfermería Familiar Y Comunitaria y su posterior desarrollo, no dejó de ser un nuevo y frustrante espejismo producto más de una concesión política a destiempo y claramente deficiente y alejada de las necesidades reales tanto de la profesión enfermera como de los servicios de salud donde debían poder integrarse y de la sociedad a la que debían prestar sus cuidados especializados. Se invirtió tiempo, dinero y esperanzas frustradas por parte de quienes, con grandes esfuerzos, hicieron la especialidad y que comprobaron como, una vez obtenida, no les servía para nada. Por su parte las administraciones hacían un claro ejercicio de fraude de ley al invertir dinero público en la formación de miles de especialistas sin que posteriormente recuperase la citada inversión con su contratación en los servicios de salud para dar respuestas eficaces y eficientes a las necesidades de salud de las personas, familias y comunidad.

En el año 2019, con una Atención Primaria en estado crítico, se aprobó el Marco Estratégico de la Atención Primaria y Comunitaria que, al menos en teoría, significaba el primer signo real de apuesta por la reanimación y la reforma de la Atención Primaria en base a principios que la alejaban de la situación en la que se encontraba y la aproximaban a elementos destinados a dotarla de vitalidad renovada.

La pandemia, sin embargo, vino a paralizar un proceso que acababa de iniciarse y que a supuesto entrar de nuevo en una vía muerta a la que ha sido arrastrada por la incomprensible actitud de absoluta indiferencia hacia la aportación valiosa que podía hacer la Atención Primaria como ámbito de atención y hacia sus profesionales como expertos para afrontar esta situación.

Transcurrido más de un año desde el inicio de la pandemia y cuando estamos en pleno proceso de vacunación se ha intentado corregir el daño causado a la Atención Primaria con el habitual maquillaje de las palabras y de los brindis al sol.

Este rapidísimo recorrido por la evolución de la Atención Primaria, nos sitúa en un momento, un escenario y un contexto en el que los cuidados van a ser fundamentales para promocionar, mantener y/o recuperar la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Por tanto, la Atención Primaria se sitúa de nuevo como principal referente del Sistema Nacional de Salud, al ser el ámbito que mejor preparado está para responder a las consecuencias de una pandemia que va mucho más allá de la enfermedad, el sufrimiento y la muerte que ha provocado. Pero, además, las enfermeras comunitarias, tanto las especialistas como las no especialistas, se configuran como las/os profesionales que mejor respuesta pueden dar a los cuidados profesionales que se necesitan.

La Atención Primaria de Salud y Comunitaria y las enfermeras comunitarias, suponen el mejor exponente de esperanza para la realidad, no se si nueva o corregida, que hay que construir desde una atención integral, integrada, integradora, intersectorial, equitativa, participativa, continua y continuada para responder al contexto de cuidados que deja la pandemia, y que requiere generar entornos saludables en los que poder prestarlos con las garantías de eficacia y eficiencia deseables.

Las enfermeras comunitarias estamos comprometidas en este nuevo reto junto al resto de profesionales que conforman los equipos. Queremos creer que quienes tienen la capacidad de decidir tengan la voluntad, la coherencia, el sentido común y la responsabilidad de no defraudar una vez más a quienes dicen representar y a quienes están en disposición de que la Atención Primaria de Salud recupere el papel protagonista que le corresponde y que requiere un Sistema Nacional de Salud que también precisa de cambios significativos sin los que se corre el riesgo de repetir la historia contada.

Así pues, en el día Mundial de la Atención Primaria quiero acabar con el firme convencimiento de que entre todas/os seremos capaces de celebrar los siguientes años este día con la alegría y la satisfacción que corresponde a poder aportar salud para mantener sanos a los sanos desde una Atención Primaria fuerte y renovada..

Brindemos por ello.

LIDERAZGO ENFERMERO. Identidad e integridad.

«Algunas personas quieren que algo ocurra, otras sueñan con que pasará, otras hacen que suceda».

Michael Jordan[1]

                                                                         Dedicado a quienes día a día trabajan para que suceda el liderazgo enfermero y en especial a jóvenes como Antonio de Jesús Mavil Luna.

 

Las enfermeras llevamos tiempo hablando de la importancia y la necesidad del liderazgo enfermero.

            Sin embargo, tengo la sensación de que cuando las enfermeras hablamos de liderazgo se hace más como una petición, un deseo, un anhelo… que como un compromiso serio por lograrlo realmente. Como si el liderazgo fuese algo que se nos tiene que otorgar, ceder o permitir.

            Teniendo en cuenta que por liderazgo se entiende la capacidad y la competencia de delegar, tomar la iniciativa, gestionar, convocar, promover, incentivar, motivar y evaluar algo, de forma eficaz y eficiente, no es razonable que continuemos pensando que si no tenemos liderazgo es por razones externas a nosotras mismas.

            Seguir instaladas en ese falso y estéril victimismo, pensando que de esta manera lograremos el liderazgo, es tanto como ampararse en la suerte para lograr alcanzarlo. Ya se sabe, o debiera saberse, que la suerte, en primer lugar, es para quien la busca y no para quien la espera. Pero, además, la suerte es la guardiana de los necios, es decir, de quienes insisten en los propios errores o se aferran a ideas o posturas equivocadas, demostrando con ello poca inteligencia. Por su parte la fortuna es la madre de los pesares, es decir de la pena, el dolor, la nostalgia, el arrepentimiento o la tristeza por algo, generalmente por una desgracia. Las enfermeras, ni somos necias, ni tenemos por qué tener la sensación o sentimiento de desgracia, ya que la ausencia de liderazgo, en todo caso, se deberá más a una indolencia que a una dolencia.

            Por tanto, el liderazgo, como capacidad y competencia que es, no podemos esperar que aparezca, se nos preste y mucho menos se nos regale. La manida pregunta del líder ¿nace o se hace?, no deja de ser un chascarrillo sin mayor relevancia, ni impacto en el liderazgo enfermero. Una cosa es que una persona, sea enfermera o no, tenga ciertas capacidades innatas a su personalidad que pueden ayudar en ciertos liderazgos y otra, bien diferente, que se nazca con el gen del liderazgo. Porque el liderazgo y aprendizaje son indispensables el uno para el otro[2].

            Pensar que el liderazgo es cosa de otras/os es un grave error. Toda enfermera individualmente debe asumir el liderazgo de sus cuidados. Tan solo así se podrán poner en valor y prestarlos con las máximas garantías de calidad. El liderazgo, por tanto, empieza por una/o misma/o.

Además, una cosa es las/los líderes y otra el liderazgo profesional, en este caso el enfermero. Pueden existir, como de hecho existen, enfermeras líderes muy destacadas/os y no por ello, como lamentablemente sucede, existe liderazgo enfermero.

            A pesar de que el/la líder enfermero/a será aquel/la que tenga las habilidades para influir en la forma de ser o actuar de otras enfermeras o personas o en un equipo de trabajo determinado, haciendo que trabaje con entusiasmo hacia el logro de sus metas y objetivos, esto redundará en determinados ámbitos de atención o actuación enfermera y muy posiblemente como parte de un logro colectivo mayor que forme parte de la organización en la que se integra, pero no supondrá que dicho liderazgo personal tenga, necesariamente, una proyección de conjunto que permita hablar de liderazgo enfermero.[3]. De hecho, es evidente la eficacia y eficiencia de la gestión enfermera que redunda significativamente en los logros de las organizaciones en las que trabajan, pero con poca o nula repercusión a nivel de liderazgo enfermero que, normalmente, queda desdibujado, fagocitado u oculto.

            Hablar de liderazgo enfermero va mucho más allá del liderazgo de algunas enfermeras, es decir, de las referentes enfermeras. Las referentes son fundamentales como proyección de lo que aportan y como modelo a seguir, pero no es condición suficiente, aunque si necesaria, para lograr el liderazgo enfermero. El liderazgo enfermero, supone que el conjunto de quienes integran la enfermería sientan la enfermería y se sientan enfermeras.

            Dudo que esto sea posible cuando hay quienes en enfermería no tan solo dudan, sino que incluso reniegan de lo más básico, es decir, cómo se nos denomina y cómo de orgullosos nos sentimos con dicha denominación. Porque quien formando parte de la Enfermería reniega, se avergüenza o duda de la idoneidad de denominarse enfermera o enfermero, está dudando, según mi opinión, de lo que es y significa la Enfermería misma como profesión, ciencia y disciplina. ¿Alguien se imagina a un arquitecto, un ingeniero, un farmacéutico, un médico… denominándose de otra manera que no sea la que su disciplina, arquitectura, ingeniería, farmacia o medicina, le otorga como integrante de las mismas? ¿Cómo se supone que debiéramos ser conocidas/os las enfermeras, como ATS, DUE, Grado…? Es que no puedo ni quiero imaginar denominarme de ninguna otra manera. Pero lo importante no es que yo u otras/os muchas/os lo sintamos. Lo trascendente y preocupante es que existan planteamientos en este sentido, porque suponen un claro componente de falta de identidad enfermera, que es fundamental para configurar un liderazgo propio.

            Por otra parte, utilizar a la ciencia, la disciplina o la profesión de Enfermería para ocultar o enmascarar nuestra denominación individual o colectiva como enfermeras en un claro intento de apropiarse del todo para evitar la parte del mismo que somos, es, no tan solo un gravísimo error que no comete ninguna otra disciplina, sino una muestra evidente de que, o no queremos formar parte de dicho todo, porque no creemos, nos avergonzamos, nos da miedo, o una mezcla de todo. Pero sea cual sea la causa lo verdaderamente cierto es que es una realidad que nos atenaza e impide un liderazgo real.

            Es normal, natural e incluso deseable la diferencia de planteamientos, de criterios, de estrategias, de teorías, de miradas… que fomenten un debate constructivo que fortalezca la Enfermería desde la reflexión y el pensamiento crítico. Esto sucede en todas las disciplinas y lejos de ser una debilidad es una gran fortaleza.

            No estoy abogando por el pensamiento único que, es claramente contrario a la ciencia. Estoy planteando una cuestión de coherencia, sentido común y principio fundamental de madurez disciplinar, científica y profesional, sin la que no será posible el liderazgo enfermero por mucho que tengamos excelentes referentes.

            Puede parecer una cuestión banal, simple o intrascendente. Pero nada de ello es cierto. Es, por el contrario, fundamental. Sin esa clara identidad de conjunto no seremos capaces de ejercer un liderazgo enfermero.

            No estamos hablando de enfermeras pediátricas, de salud mental, comunitarias o de gestión… estamos hablando de enfermeras, con independencia de su especialidad, ámbito de competencia o grado de experiencia, pero todas siendo y sintiéndose enfermeras.

            ¿Con qué voz vamos a convencer a decisores, políticos, ciudadanía… de lo que somos, aportamos o valemos, si no somos capaces nosotras mismas de identificarnos como lo que somos?

            Si como profesionales (que no queremos identificarnos como enfermeras) somos capaces de dar respuesta a las necesidades de la población, pero como tales no somos capaces de que la población nos identifique como enfermeras, estaremos resolviendo problemas que nunca serán identificados como parte de nuestra responsabilidad y, por tanto, nunca nos serán reclamados de manera inequívoca o exclusiva a las enfermeras.

            Si como enfermeras no somos capaces de dar respuesta a las necesidades de la población, aunque la población nos identifique como tales, estaremos demostrando una clara falta de madurez e incompetencia profesional que nos situará en una difícil situación de credibilidad e impedirá cualquier tipo de liderazgo.

Sin embargo, si como enfermeras somos capaces de dar respuesta a las necesidades de la población, y además somos capaces de que la población nos identifique como tales, estaremos actuando bajo criterios de verdadero liderazgo enfermero, al permitir que se identifiquen los excelentes cuidados enfermeros que somos capaces de prestar y que tan solo estamos en disposición de prestar las enfermeras[4].

Liderar supone creerse lo que somos para, desde dicha creencia o convencimiento, lograr convencer a quienes deben identificarnos, reconocernos y valorarnos con la capacidad de transformar la visión en realidad como paso previo a cualquier intento de liderazgo enfermero.

Pero el liderazgo, además, supone que identifiquemos, nos impliquemos y exijamos que las instituciones que nos representan sean transparentes y democráticas. Que las Sociedades Científicas que permiten nuestro desarrollo y madurez científico-profesional, se conviertan en nuestros referentes y nos incorporemos mayoritariamente a las mismas con determinación. Que las evidencias científicas que generan las investigadoras enfermeras se incorporen en la actividad profesional para mejorar la calidad de los cuidados que prestamos. Que el trabajo en equipo suponga un trabajo transdisciplinar en el que nuestra aportación sea determinante y autónoma y no secundaria y subsidiaria. Que nuestras/os referentes sean identificadas/os, reconocidas/os y respetadas/os como líderes enfermeros con quienes construir el liderazgo enfermero. Que quienes aceptan responsabilidades de gestión, sea en puestos específicos de enfermería o no, asuman el liderazgo enfermero, desde el ejemplo que, como decía el filósofo alemán Albert Schweitzer, no es lo que más influencia a las personas, sino que es lo único. Porque el liderazgo es ejemplo y el ejemplo es liderazgo.

            Pero ante esto cabe responder a las siguientes interrogantes sin cuyas respuestas no será `posible el liderazgo enfermero. ¿Queremos cambiar esta situación e identificarnos como enfermeras?, ¿Podemos cambiar esta realidad?, ¿Aceptamos el reto de cambiarla?, ¿Queremos asumir la responsabilidad, el riesgo y la incertidumbre del verdadero liderazgo enfermero?

            Seguir reclamando reconocimiento, sin tener clara nuestra identidad, sin creer en ella y sin trabajar por ella es una evidente incoherencia.

            Pretender adquirir respeto sin obtener el liderazgo que nos lo otorgue es absurdo.

            Esperar a obtener valoración de algo que ni tan siquiera nosotras/os mismas/os somos capaces de valorar es simplemente ridículo.

            Reclamar un liderazgo que tan solo se sustenta en la visión del mismo como elemento de ego y competitividad con otras profesiones o disciplinas es tan artificial como inútil.

            El liderazgo enfermero no se traduce en una forma de lucir, sobresalir o seducir, sino en una forma de visibilizar nuestra aportación propia e insustituible como enfermeras, desde nuestras especificidades, especialidades, singularidades…pero también desde nuestra identidad común, desde nuestra realidad propia, desde nuestro sentimiento profesional, desde nuestra capacidad científica.

            El liderazgo enfermero, al contrario de lo que sucede con el liderazgo en otras disciplinas, no se encuentra en la centralidad, alejada de la comunidad y por tanto de la ciudadanía, sino en y con la comunidad en un liderazgo compartido que no por ello es menor. Tratar de ocupar un espacio ya colonizado y propio de otras disciplinas tan solo nos desgastará y restará credibilidad, impidiendo que seamos reconocidos y conocidos. Nuestro liderazgo debe fundamentarse en lo que como enfermeras somos capaces de hacer, prestar cuidados profesionales, de manera excelente y autónoma, dándoles significado y aportando la evidencia que los justifican y fortalecen, asumiendo responsabilidad, garantizando su calidad y, sobre todo, otorgándoles la identidad propia, que no es otra que la enfermera.

            En cualquier caso, la cualidad suprema del liderazgo es la integridad[5], sin la que difícilmente se logrará un liderazgo real. Finalmente, liderar no se trata de tener poder o de mandar, pues las/os verdaderas/os líderes, las/os que crean liderazgo, tienen seguidores, pero no crean seguidores. Crean nuevas/os líderes para mantener, reforzar y justificar el verdadero liderazgo enfermero, en cualquier ámbito, entorno, contexto o situación.

            Liderar no es figurar, no es mandar, no es tener poder. Liderar es asumir la responsabilidad que como enfermeras tenemos ante la sociedad y saber trasladarla con la dignidad, el orgullo y la satisfacción que le corresponde a la Enfermería de la que formamos parte. El poder y el respeto serán consecuencia de ese liderazgo y no a la inversa.

[1] Jugador de baloncesto profesional.

[2] John F. Kennedy. Presidente EEUU 1961-1963

[3] https://es.wikipedia.org/wiki/Liderazgo

[4] Adaptado de una intervención de Nuria Cuxart sobre la prescripción enfermera.

[5] Dwight Eisenhower-Presidente EEUU 1953-1961

ENFERMERÍA SIN FRONTERAS. Realidad Ibero-Latinoamericana

 

                       “La identidad es en parte herencia, en parte educación, pero principalmente las decisiones que tomas en la vida”[1].

Patricia Briggs.

                                       Dedicado a Susana Espino, inspiración y referencia de identidad enfermera ibero latinoamericana.

En mis dos últimas entradas he reflexionado en torno a la formación de enfermería en el contexto español. Aunque es cierto que en muchos aspectos existen coincidencias con la realidad docente e incluso asistencial de otros contextos internacionales, no es menos cierto que también son muchas las especificidades que marcan diferencias.

Este hecho, sin embargo, considero que lejos de ser un inconveniente o debilidad puede ser una gran fortaleza en la planificación y puesta en marcha de estrategias globales de crecimiento y visibilidad enfermera que hasta la fecha no han sido convenientemente identificadas y mucho menos desarrolladas.

La fascinación por la enfermería anglosajona (fundamentalmente británica, norteamericana y canadiense) nos ha mantenido alejados de cualquier otra realidad por considerarlas menores o que tenían poco que aportar.

Enfermería, a pesar de los importantes avances y logros alcanzados en las últimas décadas, aún no ha conseguido desprenderse de la influencia que, tanto la medicina como el racional-positivismo en el que se basa, ejercen sobre su desarrollo y autonomía. Influencia que afecta de igual modo en los contenidos curriculares de los planes de estudio como en la planificación y organización de los sistemas sanitarios, patriarcal asistencialistas, paternalistas, biologicistas, hospital-centristas… en los que los médicos basan su desarrollo científico profesional y en los que fagocitan al resto de disciplinas impidiendo o cuanto menos dificultando seriamente cualquier oportunidad de crecimiento desde otro paradigma que no sea el suyo.

A pesar de los intentos por desprenderse del secuestro intelectual y el magnetismo del poder de la medicina, enfermería sigue presa en muchos aspectos de esa influencia que le sitúa en una posición de permanente inestabilidad en su posición institucional y social y de clara indecisión por dar el paso que le permita desarrollarse plenamente desde el paradigma enfermero, lo que, por otra parte, no supone renunciar al necesario e imprescindible, para ambas partes, trabajo transdisciplinar.

Esta situación de provisionalidad científico-profesional hace que sigamos el dictado que las normas de la biomedicina marcan y de la que formal e institucionalmente formamos parte en una muestra más de fagocitación, lo que nos impide brillar con luz propia.

Y estas características, creo, en mayor o menor medida las compartimos las enfermeras españolas, portuguesas y las latinoamericanas con las que nos unen otros muchos vínculos que sin duda podrían y deberían ser incorporados como fortalezas en el desarrollo disciplinar, científico y profesional con independencia de la distancia geográfica y las diferencias culturales.

A pesar del poder que impone el idioma científicamente hegemónico, el inglés, que marca de manera clara y determinante la generación y difusión de conocimiento, las enfermeras ibero-latinoamericanas compartimos una lengua que nos ofrece un potencial que seguimos sin valorar adecuadamente en nuestro desarrollo.

Sin duda el mercantilismo impuesto por las empresas editoriales anglosajonas tienen secuestrado el conocimiento científico con unas normas de supuesta calidad científica, en base a la generación de un factor que han denominado de impacto, pero que está regido más, por razones económicas que de calidad y que mantienen rehenes de las mismas a las enfermeras, al menos en el ámbito universitario, al ser evaluadas por los criterios de las publicaciones denominadas biomédicas de impacto, en el logro de objetivos para su carrera académica. Aspecto en el que también participan las enfermeras latinoamericanas. Queda patente pues que no es tanto a quién lleguen nuestras aportaciones científicas sino en dónde se publiquen, aunque ello suponga que las mismas no las podamos compartir con quienes nos interesa sino con quienes les interesa a las revistas para mantener su impacto y con él sus beneficios económicos.

Ante este panorama compartido en el que una supuesta y aparente autonomía científico-profesional enfermera esconde realmente una subsidiariedad, más ligada a las técnicas y a la medicalización que a los cuidados y la humanización de los mismos en base al paradigma enfermero, las enfermeras ibero-latinoamericanas tenemos la oportunidad de unir nuestras fortalezas y vencer nuestras debilidades para lograr un posicionamiento y una visibilidad que lamentablemente tan solo son aparentes y que quedan desdibujados por la fuerza de la imposición científica, profesional, institucional, mediática e incluso social de la medicina.

La pandemia que estamos viviendo ha incorporado con gran fuerza la virtualidad en las comunicaciones y con ella la posibilidad de compartir conocimientos, pero también experiencias, vivencias y expectativas que hasta la fecha resultaban difíciles de llevar a cabo por la distancia geográfica que lo limitaba claramente. Las conferencias, seminarios, webinars, talleres, debates… online han sido y siguen siendo permanentes y permiten unir a enfermeras de muy diversos países en tiempo real, a pesar de las diferencias horarias, en el abordaje de temas que les son de interés y que permiten identificar estrategias de crecimiento conjunto.

Descubrir lo mucho que nos une e identificar oportunidades en ámbitos como la docencia, la investigación, la práctica profesional, las necesidades, las demandas, los recursos compartidos… convierte este gran contexto ibero-latinoamericano en un escenario de oportunidades reales para lograr vencer las resistencias impuestas por el modelo médico hegemónico y por la dictadura de un idioma que limita las posibilidades de cientos de miles de enfermeras que hablamos y entendemos, español y portugués, permitiéndonos generar un espacio de poder real, de crecimiento y posicionamiento, que nos distancie de contextos que nos son tan lejanos geográfica como culturalmente y de los que podemos seguir aprendiendo pero que deben dejar de ser exclusiva referencia si queremos lograr una identidad propia, diferenciada y específica que nos permita ser consideradas, por las/os decisoras/es políticas/os y sanitarias/os de nuestros países, como referentes en salud y no tan solo como recursos humanos necesarios desde una perspectiva exclusiva de mano de obra en beneficio de las necesidades de la medicina y sus profesionales y no de las personas, las familias y la comunidad a las que realmente nos debemos.

Descubrir que compartimos, además de una lengua, un lenguaje enfermero. Que valoramos la atención a las personas por encima de la técnica como acción profesional exclusiva. Que identificamos problemas de salud, que trascienden a la patología, en los que las respuestas humanas están por encima de la medicalización y la tecnología. Que participamos de objetivos comunes en el planteamiento de estrategias de intervención comunitaria desde una perspectiva de salud global. Que entendemos la enfermería como ciencia y como tal tenemos la necesidad de generar conocimiento propio. Que los determinantes sociales se configuran como los principales determinantes de salud. Que la promoción de la salud, la Educación para la Salud, los activos de salud… son ejes fundamentales de la acción enfermera en la intervención comunitaria y a través de la participación comunitaria. Que la humanización no es una moda sino parte de nuestra perspectiva profesional cuidadora. Que hay otras formas de investigar y de generar evidencias científicas, tan importantes y válidas, como las impuestas por el positivismo. Que tenemos ilusiones y metas comunes que podemos alcanzar con el esfuerzo conjunto… han sido tan solo algunos de los hechos, sentimientos, emociones, sensaciones, situaciones, preocupaciones, dudas… que hemos ido descubriendo a lo largo de este año en el que el confinamiento forzado ha propiciado los encuentros repetidos, permitiendo la identificación de sinergias que seguro facilitarán lo que hasta la fecha parecía algo inalcanzable, en un contexto que nos ofrece tantas oportunidades,

La Enfermería Global ibero latinoamericana, por tanto, es posible. Pero es necesario que trabajemos para lograr que la misma sea una realidad más allá de las palabras y de los deseos efímeros que pierden su efervescencia como una gaseosa una vez abierta.

Perder o cuanto menos apartar la atención exclusiva en la fascinación de aquello que nos resulta más lejano, menos comprensible, más exótico… para centrarnos en lo que, sin tener tanto glamour, es mucho más comprensible, cercano y, sobre todo, ofrece muchísimas más posibilidades para construir una identidad que, siendo igualmente enfermera, nos es propia. Evitando tener que adoptar, tan solo, el papel de boquiabiertos y pasivos observadores en esos otros contextos en los que se nos limita intervenir.

No se trata de olvidar ni de rechazar nada, en absoluto. Pero si de centrar nuestros esfuerzos, nuestros conocimientos, nuestras energías y nuestra voluntad en aquellos contextos en los que realmente podemos contribuir colectivamente a construir una realidad que nos es común o que podemos hacer común sin necesidad de renunciar a nuestra singularidad y que le dotará, si cabe, de mayor riqueza.

Pero para ello deberemos también, desprendernos de los tópicos y estereotipos que, a una parte y otra del Atlántico, seguimos conservando. La percepción de inferioridad o superioridad, la creencia de una diferencia insalvable, la interpretación subjetiva y distorsionadora… son tan solo algunos de los aspectos que actúan como barreras a la hora de avanzar hacia la construcción de esa realidad enfermera científico profesional ibero latinoamericana que se aleje de la utopía para instalarse en el plano real de lo posible y deseable.

No es lógico, atomizar, dividir, separar… cuando son muchos más los elementos que nos acercan que aquellos que nos alejan, ocupando esfuerzos, muchas veces estériles, en acercarnos a la luz del que consideramos astro rey, la medicina, para que enfermería pueda proyectar un poco de su luz, pero sin que ello evite nuestra cara oculta, como la de la luna. Un acercamiento que nos ciega y limita las oportunidades de conformar un gran espacio enfermero en el que investigar, crecer, desarrollar, experimentar… desde una identidad propia y reconocible que podemos compartir sin sentirnos inferiores, que podemos contrastar sin miedo a defraudar, que podemos proponer sin temor…

Está claro que hablamos todas/os de Enfermería y enfermeras, pero lo hacemos con visiones, miradas, observaciones, posiciones, e incluso interpretaciones diferentes configurando un calidoscopio que nos ofrece imágenes que si bien son llamativas y curiosas nos resistimos a entender. Pero no porque no podamos, sino porque nos obstinamos en mantener idéntica distancia científico profesional que la que tenemos geográficamente y que paradójicamente no hacemos con otras configuraciones que atraen nuestra atención y que, aunque no entendamos nos empeñamos en participar de las mismas. En esa permanente incongruencia seguimos manteniendo unas fronteras que impiden la migración de ideas, conocimientos, experiencias, vivencias… narradas en una misma lengua o en otra muy cercana, la portuguesa, que nos permiten unas posibilidades a las que nos negamos o nos resistimos a identificar y desarrollar.

Las Universidades, por ejemplo, en esa acepción de universalidad que tiene su denominación, muchas veces no la cumple o lo hace con idéntica fascinación hacia realidades “triunfadoras”, relegando a un segundo plano, en el mejor de los casos, a aquellas como el contexto ibero latinoamericano. Sin embargo, la Universidad, como ya he tenido ocasión de reflexionar en anteriores entradas, cumple un papel crucial en la identidad enfermera, por lo que las alianzas reales, más allá de los protocolarios y en ocasiones estériles convenios, entre universidades ibero latinoamericanas permitirían analizar y debatir sobre aspectos curriculares que aunaran dicha identidad enfermera y evitaran la generación de identidades diversas que acaban por desdibujar la verdadera aportación e imagen enfermera. En este sentido, la Asociación Latinoamericana de Escuelas y Facultades de Enfermería (ALADEFE) puede y debe tener un papel fundamental.

Como ejemplo de esa fascinación, cabe reflexionar sobre la absoluta inacción a la hora de defender, desde las Facultades o Escuelas de Enfermería, las propuestas y concesión de Doctorados Honoris Causa a enfermeras ibero latinoamericanas en nuestras universidades. Se proponen pocas y se conceden menos. Pero las pocas que se conceden, salvo escasísimas excepciones, son a enfermeras anglosajonas, que siendo importantes no son las únicas que lo merecen o que han aportado algo importante para el desarrollo de la Enfermería. Es tan solo una muestra de nuestra cara oculta, a la que lamentablemente contribuimos, incluso en el año Nursing Now.

La generación de esa identidad, que no pretende ser monolítica ni teocrática, sino diversa, es lo que favorecerá el liderazgo enfermero en torno a los cuidados profesionales. Lograrlo, evitaría, en gran medida, la hemorragia constante de competencias, al dejar perder no tan solo actividades y tareas sino la responsabilidad sobre las mismas, causada por nuestra fascinación hacia la técnica, la tecnología y escenarios enfermeros que siéndonos extraños queremos emular olvidando lo que nos es propio y otorga identidad, los cuidados. Identidad sin la cual no lograremos un liderazgo enfermero propio que nos sitúe, al menos, al mismo nivel y con idéntica fortaleza del que ahora mismo nos fascina y somos subsidiarios.

Últimamente se oye que la tecnología ha venido para quedarse. No me cabe duda de que así será. Pero como enfermeras haríamos bien si aprovechásemos la oportunidad que nos brinda para configurar una identidad enfermera rigurosa y potente científicamente, referente profesionalmente, reconocible socialmente y respetada colectivamente.

No se trata de generar una competencia a la dominante Enfermería anglosajona, pero si de equilibrar realidades desde una perspectiva de respeto e igualdad que lamentablemente no existe en la actualidad y que provoca importantes inequidades que no pueden estar ligadas a territorios y mucho menos a la lengua que en los mismos se habla y sirve para vehiculizar nuestro conocimiento. Entre otras cosas, o principalmente, porque no hacerlo va en detrimento de la calidad de cuidados que prestamos.

Expresarse verbalmente o por escrito en diversas lenguas no puede ni debe constituir una barrera de crecimiento y reconocimiento y mucho menos una forma de monopolizar la ciencia con intereses comerciales que desvirtúan la misma y la convierten en pura mercancía.

La lengua forma parte de la cultura y de la construcción identitaria de los pueblos y es un derecho universal que hay, no tan solo que respetar sino también promocionar. Quienes compartimos una misma lengua tenemos la obligación de hacerla vehicular de nuestra ciencia y del conocimiento que de la misma emana para fortalecer nuestra identidad y prestar unos cuidados profesionales que también tienen clara relación con la cultura, la historia y las tradiciones.

Tal como expresara Erik Erikson “En la jungla social de la existencia humana, no hay sensación de estar vivo sin un sentido de identidad”[2].

Estoy convencido que seremos capaces de construir este importante espacio compartido que nos une más que nos separa y que nos identifica con luz propia, en ese necesario sentido de identidad enfermera.

[1] Escritora estadounidense (1965)

[2] Psicoanalista estadounidense (1902 – 1994).

ENFERMERÍA. Formación Profesional y Universidad. Realidad disociada.

Hallarás la distancia que te separa de ellos, uniéndote a ellos.

Antonio Porchia[1]

 

Dedicado a Joan Manuel Pérez Vicens

 

En la estela de mi anterior entrada sobre ser y sentirse enfermeras, me parece importante y, además, así me lo trasladó Joan Manuel, no dejar fuera de foco, como habitualmente solemos hacer, la formación de Auxiliares de Enfermería (AE) o Técnicos en Cuidados Auxiliares de Enfermería (TCAE), que se lleva a cabo en el ámbito de la Formación Profesional (FP), en la que participan enfermeras como docentes.

En este sentido cabe destacar el “clasismo” generado con relación a la FP, pero también a la Educación Primaria y Secundaria en comparación a la Educación Superior o Universitaria.

Con la Educación Primaria, pasa como con la Atención Primaria en Sanidad. El hecho de llevar el apellido de “Primaria” en ambos casos, lejos de ser interpretado y valorado en base al impacto que, tanto esa primera educación como esa primera atención, tienen en una adecuada y eficaz formación y salud posteriores, lo es desde una perspectiva de descrédito y de minusvaloración por parte tanto de las/os docentes de otros niveles como de la propia sociedad. Como si lo que en dichos ámbitos se hace no tuviese mayor importancia o dificultad y no requiriese de una formación específica ni mucho menos especial. Cualquiera, parece que pueda ser maestra/o de primaria o enfermera de primaria.

La Educación Secundaria y la mal denominada Asistencia Especializada, por su parte, adquieren un mayor reconocimiento y valoración al tratarse de aspectos formativos y de asistencia específicos que requieren de una supuesta y más especializada preparación. Teniendo en cuenta que la especialización hace referencia a limitar una cosa a un uso o un fin determinados o a dar unos conocimientos especiales en una rama de la ciencia, arte, técnica o actividad, no tiene sentido que se limite dicha especialización al ámbito de la Formación Secundaria o de la Asistencia Hospitalaria, cuando, además, los hospitales no se crean para especializar a los profesionales ni los Institutos para hacer lo propio con las/os docentes, a pesar de lo que en apariencia pueda parecer, dado que son los profesionales los que crean la especialidad y con ella la fragmentación y no a la inversa. Pero estos ámbitos de formación y de atención tienen ya un reconocimiento mayor por parte de profesionales y sociedad. De partida, el hecho de considerar los diferentes ámbitos como niveles, ya les otorga una altura o un grado de desarrollo o de progreso que son identificados como diferentes desde una perspectiva de dificultad o especialidad, cuando realmente de lo que se trata es de enfoques, planteamientos, abordajes, análisis… adaptados a necesidades, factores, contextos, personas… que requieren de respuestas específicas y especializadas por igual en cada uno de los ámbitos, en función de la edad fundamentalmente.

Por último, en esa escala evaluativa en la que tanto nos gusta clasificarlo todo y a todos está la que se denomina Educación Superior o Universitaria. El simple hecho de situarla como superior ya le otorga un claro nivel de distinción y diferencia con relación a los otros dos ámbitos y, por tanto, ya de entrada, se le supone un valor mayor, tan solo por su denominación y con independencia de lo que la misma aporte de valor real.

Pero en esta clasificación tan caprichosa como perversa queda fuera la FP, como si de un reservorio para las anteriores se tratase, pero sin lograr incorporarse con un nivel que le otorgue valor y por lo tanto quedando relegada a una posición residual o menor y con un importante componente de estigmatización valorativa tanto por parte de las/os docentes como de la propia sociedad que la identifica como un mal menor en el conjunto del proceso educativo.

Lo dicho, por tanto, tan solo es una parte del grave problema que tiene el sistema educativo en nuestro país, favorecido por la falta, no tan solo de consenso y de voluntad política, sino por el permanente oportunismo político que antepone los intereses particulares al bien general, que impone las ideas en lugar de favorecer el que se puedan construir libremente, pretende maniatar el pensamiento, confunde educación con formación y ambas con aprendizaje, maniata la docencia con ataduras ideológicas e ideologizantes… en definitiva no considera la educación como un valor ajeno a la manipulación interesada y ligada a la hipocresía del bien particular.

Como consecuencia y centrándome en la FP que sistemáticamente queda excluida, o como mal menor, apartada o relegada del sistema educativo, quienes eligen dicho camino formativo son vistos, identificados y señalados como malos estudiantes, torpes o incluso problemáticos que acceden a ciclos formativos como si los mismos fuesen programas de rehabilitación en lugar de programas educativos de gran valor para la sociedad en múltiples sectores productivos y de servicios.

Centrándome en enfermería, en nuestro país, está fragmentada en base a la organización del sistema formativo que, en muchos casos no obedece a una planificación rigurosa sino a una distribución del conocimiento y de las competencias que no guarda la más mínima coherencia y que acaba por generar conflictos donde deberían plantearse planes articulados que promocionasen una formación longitudinal y continua en la que la Universidad no fuese percibida como un objetivo indispensable para el logro de la identidad, el reconocimiento y el valor que a la FP se le niega de manera sistemática y que provoca claras distorsiones, no tan solo en las dinámicas de aprendizaje, sino también en la coordinación entre las/os tituladas/os de ambos niveles de formación que posteriormente se trasladan e incorporan en las dinámicas laborales en las que trabajan unas/os y otras/os, generando situaciones de enfrentamiento y de percepción de intrusismo o bloqueo de competencias según se hagan por parte de unas/os u otras/os.

Otro factor importante es el hecho de la denominación, ya que las palabras no son inocentes y están cargadas de intención dependiendo de quién las utilice o las interprete. Es por ello que auxiliar puede identificarse como negativo, cuando la primera acepción que tiene en el diccionario es la de la persona que auxilia y, por tanto y en el caso que nos ocupa, que cuida. Sin embargo, se tiende a identificarla como la capacidad subalterna o subsidiaria hacia otras/os, incluso por parte de ellas/os mismas/os, lo que les hace buscar denominaciones diferenciadoras aunque estas acaben siendo acrónimos que pocos entienden, TCAE. En otros países no existe tal diferenciación semántica, aunque si exista a nivel de competencias en función del nivel de formación, experiencia, investigación, acreditación que permite tener un nivel u otro de competencia profesional con la denominación única de enfermera, estando perfectamente regulado por los Colegios Profesionales a diferencia de lo que sucede en nuestro país, que se dedican a otras muchas cosas que no les corresponden y lo que debieran hacer no lo asumen.

De igual forma en otros países no se establece un “foso” o una brecha formativa en Enfermería entre diferentes niveles de formación, al estar toda la formación en el ámbito de la Universidad o regulada de tal manera que no se identifican como barreras para el desarrollo profesional posterior en base al lugar dónde se hayan formado. Son posteriormente los Servicios de Salud y los Colegios Profesionales quienes establecen los criterios que permiten ir avanzado en una planificada y coherente carrera profesional y acreditaciones que facilitan una convivencia sin recelos y sospechas constantes entre unas/os y otras/os desde la percepción permanente de sometimiento o subsidiariedad, de unas/os, o bien por el constante posicionamiento de vigilancia ante lo que se identifica como invasión de competencias, de otras/os.

Por su parte las enfermeras que desarrollan docencia en FP son sistemáticamente olvidadas o valoradas de manera discriminatoria y negativa con relación a las que ejercen competencias docentes en la Universidad, lo que no deja de ser un fiel reflejo del “clasismo” existente en los diferentes ámbitos educativos en general y los de FP, en particular, por parte tanto de estudiantes, docentes, políticos y sociedad en general, que ven en los segundos un ámbito residual. Generando una clasificación que en el imaginario común establece como docentes de primera o de segunda en función del ámbito en que desarrollen su actividad.

Se ha generalizado e interiorizado en la población la cultura de la universidad como éxito u objetivo principal en el desarrollo educativo, interpretando como fracaso cualquier opción que no llegue a alcanzar dicha meta. La consecuencia es la desvalorización de la FP y la identificación de la misma como parte del fracaso comentado. Ambos factores conducen a que las opciones, a la hora de elegir la FP, se reduzcan significativamente o que se haga como mal menor y a que aumente la demanda de plazas en la Universidad, aunque la elección sea consecuencia más de un intento de adaptación a la expectativa social que al deseo real por acceder a la misma.

            El resultado de este escenario educativo supone una clara estigmatización de los estudios de FP que son identificados como menores, fáciles y secundarios, lo que automáticamente representa una clara y manifiesta asociación con las profesiones a las que dan acceso, que a pesar de la gran importancia que las mismas tienen no son valoradas al no haber sido desarrolladas en la Universidad, considerado el templo de la excelencia.

Esta situación provoca una importante disociación entre las titulaciones afines entre FP y Universidad, como es el caso de Enfermería, que se traduce en una clara insatisfacción entre quienes estudian FP, que finalmente deriva en reivindicaciones para que los estudios pasen a integrarse en la Universidad dado que es el ámbito educativo que entienden les proporcionará el valor que no encuentran en FP.

Por otra parte, no deja de ser una permanente contradicción el hecho de que, en Enfermería, por ejemplo, pero no solo en Enfermería, se hable de transdisciplinariedad, intersectorialidad, continuidad, trabajo en equipo… mientras FP y Universidad viven completamente de espaldas a dicha realidad, acabando por ser identificadas dichas características tan solo como un mantra teórico que no tiene reflejo en la realidad y que bien al contrario supone el germen de una confrontación que actúa de manera totalmente negativa en el desarrollo de la Enfermería, de los cuidados y de las/os propias/os AE, TCAE y enfermeras.

No existe comunicación alguna entre docentes de ambos ámbitos, no se plantean estrategias conjuntas que permitan abordar objetivos comunes para las/os estudiantes, no se diseñan actividades prácticas en las que abordar intereses compartidos, no se planifican contenidos docentes que complementen y eviten el solapamiento, la omisión o la repetición innecesaria de los mismos y que, al contrario, permitan una clara identificación de competencias y de trabajo colaborativo.

Tanto en FP como en la Universidad se desarrollan planes de estudio de Enfermería. En ambos ámbitos trabajan enfermeras que desarrollan, imparten y evalúan los planes de estudio. Las/os AE, TCAE y enfermeras acabarán coincidiendo en múltiples lugares de trabajo en los que van a necesitar entenderse y respetarse para poder prestar cuidados de calidad. Los cuidados que precisa la sociedad van a necesitar tanto de unas/os como de otras/os. No existe una Enfermería de AE y TACE y otra de enfermeras. Es exactamente la misma Enfermería, de igual modo que no hay diferencia entre la Enfermería de especialistas, generalistas, la de Práctica Avanzada o la de quien tiene doctorado. No hay, por tanto, Enfermería de 1ª o de 2ª, ni Enfermería de FP y de Universidad. Existe una única Enfermería que, en todo caso, se estudia en diferentes ámbitos educativos que van a permitir adquirir competencias diferentes pero complementarias a quienes estudian en uno u otro ámbito.

Seguir planteando una disociación entre estudios de FP y Universidad como la que actualmente existe tan solo perpetuará los conflictos existentes y conducirá a que los mismos provoquen serios problemas en el desarrollo de la Enfermería que compartimos unas/os y otras/os. Mientras nosotras/os nos dediquemos a pelearnos por lo que justamente debiera unirnos, el vacío que dejemos será ocupado por alguien que después demandará como propio lo que hemos abandonado, logrando las competencias por las que nos enfrentamos.

Resulta imprescindible un análisis en profundidad del actual planteamiento educativo de la Enfermería tanto en FP y Universidad, al que tampoco es ajeno el Sistema de Salud.

Las enfermeras no debemos seguir dando la espalda a una realidad que nos desangra y nos enfrenta. Docentes de FP y Universidad, pero también enfermeras, AE y TCAE del ámbito de la atención debemos aparcar diferencias que tan solo nos dividen, para aunar esfuerzos que permitan poner en valor el trabajo de todas/os con independencia de que seamos AE, TCAE o enfermeras. La Enfermería a la que todas/os pertenecemos lo merece y la población a la que atendemos lo necesita.

Las/os docentes de Enfermería, en FP o en Universidad, necesitamos encontrarnos, hablar, analizar, reflexionar, debatir, consensuar… pero necesitamos también respetarnos y valorarnos como principio fundamental de entendimiento y unidad de acción. Lo contrario supondrá que otros decidan por nosotras/os.

No se trata de mimetizar modelos de otros países, pero tampoco podemos ser ajenos a realidades que funcionan y de las que podemos aprender para adaptarlas a nuestro contexto. Pero, sobre todo, se trata de que como profesionales que somos de Enfermería la dignifiquemos y la pongamos en valor. Ser y sentir la Enfermería también pasa por esto.

[1] Poeta italo-argentino (1885-1968)

SER Y SENTIRSE ENFERMERAS. Mucho más que un título

Sentir es lo más valiente que hay. Requiere agallas.

Sergi Rufi[1]

Muchas veces cuando hablo de la importancia de ser y sentirse enfermera, de que ser enfermera es algo más que tener un título, que sentirse enfermera va más allá de lo que erróneamente se confunde con vocación y que durante tanto tiempo se asimiló a advocación, que actuar como enfermera no se limita a la aplicación de una técnica, que la mirada enfermera trasciende a la visión ocular, que hablar como enfermera no es utilizar únicamente la taxonomía o el lenguaje profesional propio… hay quienes creen y dicen que estoy obsesionado, que tengo fijación, que no tengo los pies en el suelo, que exagero… que a fin de cuentas, ser enfermera no deja de ser una profesión, una manera de ganarse la vida, nada más.

Reconozco la vehemencia en mis planteamientos, la convicción en mis creencias, la firmeza en mis posicionamientos, la constancia en mis mensajes, la motivación en mis ideas, la implicación en mis conocimientos… pero para nada los identifico como obsesión ni mucho menos como dogma de fe, que impidan la capacidad de pensamiento crítico, de análisis y de reflexión para admitir mis errores y cambiar el rumbo de mis planteamientos si me demuestran que estos son equivocados.

Sin embargo y lamentablemente, desde mi punto de vista, estamos inmersos en una visión de la enfermería que se aleja de la que a mí me trasladaron mis referentes y maestras cuando lograron que descubriese lo que era y significaba ser y sentirse enfermera, desde mi posición de ATS. Pero a lo peor es que ahora no se tienen, no se identifican o incluso se rechazan las/os referentes.

Dicen que las personas que se “reconvierten”, como las fumadoras o las alcohólicas, son las más firmes defensoras de su nueva condición y las que menos toleran las conductas que abandonan.

Yo, la verdad, no lo comparto. Soy exfumador y aunque me molesta el tabaco no tengo establecida ninguna cruzada contra quienes fuman. Pero ello no me impide que siga trabajando para que dicho hábito desaparezca o se reduzca de manera significativa. Son planteamientos diferentes.

Del mismo modo y aunque las comparaciones en sí mismas son odiosas y esta posiblemente lo sea aún mucho más, el hecho de abandonar mi condición de ATS, con todo lo que la misma significaba, para abrazar y hacer propia la condición de enfermera, con todo lo que la misma significa, en ningún caso supuso, ni supone un posicionamiento de intransigencia ni intolerancia hacia quienes piensan de manera diferente, lo que en ningún caso impide que mi posicionamiento sea vehemente, firme, constante, motivado, implicado… y siempre desde el máximo respeto.

Pero considero que no hay que confundir el debido respeto con tener que aceptar una realidad que claramente está alejada de lo que es ser y sentirse enfermera.

Confundir esta visión de la realidad que nos rodea es lo que nos está llevando, en muchas ocasiones, a perder la noción de lo que somos, enfermeras.

Como enfermera comunitaria que soy considero que, para poder hacer cualquier tipo de intervención, aunque la misma tan solo sea analítica o reflexiva como la que trato de elaborar, resulta imprescindible conocer el contexto y, por lo tanto, contextualizar. Y voy a centrarme en el contexto universitario por entender que el mismo es fundamental en el comportamiento y desarrollo de las futuras enfermeras.

Todas/os sabemos que la decisión para elegir estudiar enfermería está sujeta a múltiples factores e influenciada por importantes clichés sociales que son el inicio, muchas veces, de la falta de identidad con lo que se pretende ser.

Que la nota no alcance para estudiar medicina, ser el paso previo o pasarela para estudiar medicina, ser la tradición familiar, tener una idea equívoca de lo que es ser enfermera, confundir vocación con admiración, ser una forma fácil de tener un puesto fijo, confundir cuidar con curar… son tan solo algunos de esos factores que, ligados en muchas ocasiones a tópicos y estereotipos sociales que se reproducen y difunden, determinan una decisión que finalmente no cumple con lo que de la misma se esperaba o que acaban por “hacer” enfermera a alguien que ni quería se siente como tal.

Es cierto que resulta difícil eliminar estos factores que influyen en la decisión de quienes eligen estudiar enfermería, al menos a corto plazo, pero no es menos cierto que una vez están incorporados en el proceso de enseñanza – aprendizaje son otras/os quienes debemos trabajar para que sean capaces de identificar a tiempo, si existe, el error de su decisión. No caigamos en la trampa de pensar que es algo que no va con nosotras/os como docentes, pero, sobre todo, como enfermeras.

La docencia, como ámbito de actuación enfermera, es una posibilidad que las enfermeras tenemos la oportunidad de escoger. Es decir, como enfermera, ser docente universitaria/o es posible por el hecho de ser enfermera. Nadie tiene la opción de estudiar “profesor/a en enfermería” para serlo. Y esto, que puede parecer tan simple, es lo que conduce a algunas/os docentes a olvidar su condición de enfermeras para definirse como profesoras/es exclusivamente, olvidando u ocultando lo que son realmente, enfermeras.

Si quienes tienen que transmitir lo que significa ser y sentirse enfermeras, no lo son ni lo sienten, difícilmente se logrará, no tan solo sacar del error a quien ha hecho una equivocada elección, sino formar a enfermeras que adquieran competencias enfermeras y las sientan como tales. Por eso es tan importante que la docencia enfermera esté en manos de enfermeras que además de serlo se sientan como tales. Que sean otros quienes lo hagan o que lo hagamos nosotras sin transmitir ese sentimiento, abocará a las futuras enfermeras a la indefinición y con ella a ser prescindibles y subsidiarias.

Otro de los problemas que dificultan e impiden transmitir lo que es y significa ser enfermera radica en los planes de estudio. Planes de estudio que están claramente influenciados por un modelo patriarcal asistencialista, medicalizado, hospitalcentrista, paternalista, biologicista, tecnológico… como el del Sistema Nacional de Salud (SNS) y por derivación de los servicios sanitarios, que en nuestro país suman la cifra de diecisiete. Esta influencia determina no tan solo los contenidos de los planes de estudio y sus pesos en el conjunto de los mismos, sino también el mensaje, lenguaje y modelo que se transmite y que se aleja del paradigma enfermero, aunque se le añada la etiqueta enfermera.

La patogenia, la enfermedad, los signos, los síntomas, los órganos, los aparatos, los sistemas, la tecnología, la farmacología, la curación… tienen mayor peso que los sentimientos, las emociones, la comunicación, la salud, la promoción, la salutogénesis, los cuidados… Si a ello añadimos la fascinación que los primeros ejercen sobre los segundos en las/os estudiantes y la poca energía, convicción, fuerza, innovación… que sobre los segundos se ejerce por parte de muchas/os docentes para transmitirlos y que sean capaces de desviar la atención, o cuanto menos de equilibrarla, con la de los primeros, tenemos el escenario perfecto para deformar en lugar de formar en enfermería.

Por otra parte, la influencia del SNS y su modelo caduco induce a las universidades a formar profesionales tecnológicos que se adapten a las condiciones institucionales del mismo, pero que lamentablemente se separan cada vez más del paradigma enfermero y del cuidado profesional enfermero.

El cuidado enfermero requiere de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis. Sin embargo, cada vez tiene menos cabida en los planes de estudio. Como si el cuidado ya estuviese implícito en todo y no requiriese mayor atención ni dedicación. El hecho de que el cuidado, aparentemente al menos, forme parte inseparable de los estudios de enfermería no es suficiente para que sea transmitido como aspecto definitorio de la identidad enfermera. Pero es que, además, el cuidado es una realidad compleja, no lineal y en evolución constante que de no ser abordado, analizado, reflexionado, aprendido y aprehendido… acaba por ser identificado como secundario, subsidiario y prescindible, cuando no ligado al ámbito doméstico exclusivamente.

La carrera académica en la universidad, por su parte, es dura y está mal pagada, lo que provoca una clara resistencia de las enfermeras a incorporarse a la misma. Más teniendo en cuenta que en el ámbito asistencial se cobra más y la carrera profesional se limita a la antigüedad. Finalmente, como mal menor siempre está la opción de ser profesor asociado sin renunciar a la asistencia, lo que aporta poco a la academia para mantener una presencia enfermera real tan necesaria como cada vez más escasa. Se prefiere el SNS al esfuerzo que exige la universidad. Se prefiere la inmediatez del logro del SNS a la carrera de fondo, que supone una intensa preparación, para lograr los objetivos que marca la universidad. Posiblemente, ni lo uno, ni lo otro. Pero la realidad es la que es y, esta, sitúa a la docencia enfermera, para las enfermeras, en una encrucijada con riesgos que la convierten en incierta, difícil y peligrosa. Posiblemente las plazas vinculadas que los sistemas de salud se resisten a crear para las enfermeras, podrían contribuir a paliar un déficit cada vez más creciente y preocupante de enfermeras en la universidad, lo que dificulta y pone en peligro la transmisión del ser y sentir enfermeros, para dar paso a la fascinación de la técnica y la tecnología.

No hace mucho una estudiante me interpelaba a la hora de hacer una simulación sobre un afrontamiento de cuidados, diciéndome que a ella eso no le aportaba nada y que lo que realmente necesitaba era saber hacer una reanimación cardiopulmonar avanzada. Respondí a la estudiante diciéndole que tenía razón, pero que dado que en ese momento no podía cambiar la dinámica de mi docencia, la tendría en cuenta para siguientes cursos, y le pedí si podía participar en la simulación. Satisfecha con mi respuesta aceptó mi propuesta. La situación de cuidados era la de una cuidadora familiar que tenía una situación muy compleja que le desbordaba emocional y psicológicamente al no saber afrontarla. Acudía a la consulta enfermera con la excusa de recoger pañales para la incontinencia de su hijo con tetraplejia, con el deseo de que la enfermera, su enfermera de referencia, fuese capaz de identificar su estado, aunque no lo verbalizase directamente, sino a través de diferentes señales de alarma. A la estudiante le di la información sobre la situación que vivía la cuidadora, teniendo en cuenta que ella era su enfermera de referencia y por tanto ya conocía todo el proceso, aunque desconocía para qué había solicitado cita (como, por otra parte, sucede en realidad en la actividad diaria). Tras la simulación, la estudiante, que asumió el rol de enfermera, no supo identificar su estado y tras entregarle los pañales y entre risas y latiguillos verbales (no pasa nada, tranquila, todo se pasa, eso es normal…), despidió a la cuidadora, eso sí, diciéndole que estaba allí para lo que necesitase. Yo le pregunté si consideraba que su atención había sido la correcta, a lo que me respondió de manera inmediata y firme que sí. Tras analizar el caso, compartí con ella qué había pasado tras salir de su consulta (se trataba de un caso que había sucedido realmente). La cuidadora tras comprobar que nadie era capaz de identificar su situación (pues no era la primera vez que había acudido a su enfermera y a otros profesionales), fue a su casa, le dejó los pañales a su hijo a quien dio un beso, dejó una carta sobre la mesa y se tiró por el balcón del 7º piso donde vivía. Dirigiéndome a la estudiante le dije que ahora fuese y le hiciese la reanimación cardiopulmonar avanzada, cuando como enfermera no había sido capaz de identificar, entender y atender sus necesidades y prestarle los cuidados que requería. Concluimos que se pueden salvar vidas incluso sin hacer uso de la técnica.

En ningún momento pretendo trasladar que las técnicas no son importantes, lo son. La técnica forma parte de nuestra existencia, la cuestión es saber qué hacer con ella y como hacerla complementaria y compatible, que no excluyente, del cuidado, con el fin de situar finalmente la atención al nivel de la dignidad humana.

Por último, quisiera incidir en la sensación que tengo sobre el papel que las Facultades y Escuelas de Enfermería tienen con relación a la sociedad de la que forman parte. Cada vez se asimilan más a cadenas de producción de enfermeras para satisfacer la importante demanda de los servicios de salud, tanto propios como extranjeros, como si no hubiese ninguna otra opción de desarrollo profesional, como si no existiese vida más allá del hospital o del centro de salud. Esto provoca lo que algunos autores denominan como Teleopatía, es decir, la obtención acrítica de resultados, que acaban por instrumentalizar los cuidados en beneficio de la demanda.

Ante esto las/os estudiantes que, como decía anteriormente, tuvieron dudas a la hora de tomar su decisión de estudios, acaban por no entender realmente qué es ser enfermera y mucho menos que es sentirse enfermera. Por tanto, genera insatisfacción en las/os estudiantes que se traducirá en que terminen siendo, posiblemente, enfermeras tecnológicas o con una clara indefinición sobre lo que son o pueden aportar como enfermeras, con un importante déficit sobre lo que significa y supone la atención enfermera y la consiguiente prestación de cuidados que deberían, no tan solo conocer sino sentir.

Así pues, las/os estudiantes que logran el título que les habilita para ejercer como enfermeras no necesariamente son enfermeras, al no sentirse como tales. Son graduadas en Enfermería, que no es exactamente lo mismo, aunque lo parezca. Esto explica, en gran medida, la actitud de conformismo, inacción, inmovilismo o falta de ilusión de algunas enfermeras ante hechos que les afectan directa o indirectamente como tales. Esto explica que se olvide la condición de enfermera cuando se actúa desde posiciones que no requieren necesariamente ser enfermeras (docencia, política, empresa…), pero que aportarían un valor añadido fundamental a sus acciones. Esto explica que no identifiquen referentes. Esto explica tantas y tantas actitudes que impiden el desarrollo enfermero pero que impiden también una aportación específica tan necesaria como la que está en disposición de ofrecer la mirada, la escucha, la acción, la atención… de quien además de ser, es capaz de sentirse enfermera.

El contexto universitario es tan solo parte del problema, pero es el inicio posiblemente del mismo. Posteriormente el escenario incierto en el que se incorporan esas enfermeras, que no son capaces de serlo y de sentirlo como tales, actúa de manera agresiva, desafiante, incluso acosadora, provocando parálisis, miedo, incertidumbre… a manifestarse como enfermeras y aceptando lo establecido, hacer las cosas porque siempre se han hecho así, resistiéndose a ser críticas e incluso científicas, prefiriendo abrazar la técnica y abandonando el cuidado como refugio que les protege pero que, lamentablemente, les despersonaliza y finalmente les deshumaniza… cuando debieran ser quienes realmente humanizaran la atención con los cuidados profesionales con su claro sentimiento enfermero.

Hace más de cuarenta años que enfermería entró en la Universidad. Fue un hito logrado con mucho esfuerzo, ilusión, motivación, implicación y decisión por quienes eran y se sentían enfermeras. Nos toca, a quienes tenemos la responsabilidad y la capacidad de hacerlo, que las futuras enfermeras no tan solo las identifiquen, sino que las tengan como referentes y modelos a seguir como paso previo a la formación de enfermeras, para que no tan solo lleguen a serlo sino a sentirlo. Serlo se lo otorga el título obtenido. Sentirlo depende de quienes además de transmitir conocimiento tenemos la obligación, como enfermeras, de compartir su construcción para que se sientan parte del mismo y que, quien no es, o quien siéndolo no se siente enfermera, nunca hará. Porque es precisamente ese sentimiento enfermero el que permitirá transformar la atención prestada en acciones cuidadoras enfermeras y no tan solo en acciones profesionales o sanitarias, como lamentable y habitualmente se identifican, contribuyendo a invisibilizar los cuidados enfermeros.

Finalmente, para SER Enfermera, hay que ESTAR y ACTUAR como tal, con el fin de SENTIRSE Enfermera y no tan solo PARECERLO.

Algo podemos y debemos hacer para que las enfermeras del futuro no tan solo lo sean o lo parezcan, sino que se sientan como tales.

[1] Psicólogo, terapeuta y escritor.

COLEGIOS Y COLEGIADAS. Algo en lo que creer, algo por lo que luchar

                                 “Puede que los grandes cambios no ocurran de inmediato,                                           pero con esfuerzo incluso lo difícil puede ser sencillo.”

 Bill Blackman

Los medios de comunicación se han hecho eco recientemente de algunas irregularidades en el entorno DE LAS Organizaciones Colegiales de Enfermería y más concretamente en la figura de sus máximos representantes.

Sin restarle la más mínima importancia dada la repercusión mediática, pero, sobre todo, por la que tiene en relación a la imagen que de la profesión se proyecta a la sociedad, no deja de ser algo que, lamentablemente, se ha venido produciendo con cierta frecuencia. Todo ello sin menoscabo de la rechazable, inadmisible y supuesta conducta delictiva que los hechos sacados a la luz suponen y que deberán ser dilucidados por la justicia.

Sin embargo, todo parece formar parte del escenario de corrupción en el que está instalada nuestra sociedad en los últimos años, provocando cierta naturalización e incluso ausencia de asombro por lo que de habitual tienen tales hechos.

Pero más allá del impacto que pueda provocar en la sociedad, de lo que no cabe duda es del que debe generar en la profesión enfermera, tanto de rechazo, como de preocupación y de firme exigencia para que no se vea salpicada la imagen del conjunto de la Enfermería que tanto cuesta poner en valor.

No es razonable, ni admisible, que las enfermeras asumamos como natural lo que, además de ser posibles y graves delitos, es una falta de ética absoluta por parte de quienes son nuestros representantes, nos gusten más o menos. La mujer del César, además de ser honrada, debe de parecerlo.

Y aquí es donde considero que radica el principal problema. La colonización que del Consejo General de Enfermería y de algunos Colegios provinciales han hecho determinadas personas, perpetuándose al frente de las citadas instituciones, ha conducido, en muchas ocasiones, a que se produzcan hechos delictivos, o cuanto menos rechazables, que persiguen el enriquecimiento o el beneficio personal de quienes los realizan con el dinero recaudado a todas las enfermeras.

No seré yo quien justifique conducta alguna que se desvíe del estricto cumplimiento del servicio de representación de la profesión enfermera. Pero dicho esto se precisa hacer una autocrítica colectiva con relación no ya a las conductas delictivas que no pueden ser imputadas en ningún caso más que a quien las realiza, sino con relación a cuál es la actitud de las enfermeras sobre quién y cómo lleva a cabo la gestión de los Colegios.

Empezando por los Colegios más próximos, los provinciales, las Juntas constituidas lo son tras procesos democráticos convocados con la periodicidad que marcan los estatutos y a los que lamentablemente se presentan muy pocas candidaturas. Es cierto que, en algunos Colegios, quienes mantienen un rígido y opaco control de la institución para mantenerse en los cargos, están en permanente equilibrio con la legalidad haciendo, incluso, lecturas y aplicaciones muy interesadas a sus intereses de la misma. Pero no es menos cierto que no existe interés, no tan solo en la presentación de candidaturas o en participar en la elección de las que se presentan sino, tan siquiera,  en mantener cierto control sobre quienes ostentan el poder y sobre las decisiones que toman. De tal manera que se crea un escenario de impunidad en el que no es complicado crear entramados, cuanto menos sospechosos, a través de los cuales generar importantes beneficios económicos que no acaban revirtiendo precisamente en la institución y en quienes la sostienen.

Las Asambleas que por estatutos se convocan reúnen, la mayoría de las ocasiones, a un reducidísimo número de colegiadas/os, lo que facilita que se aprueben sin obstáculos cuantas medidas se plantean en las mismas. Todo aparentemente legal y democrático para hacer y deshacer como si realmente se estuviese trabajando para la profesión y sus profesionales.

Todo parece formar parte de una maniobra que impide o reduce la vigilancia de lo que se hace. Se crea una atmósfera de indiferencia y en base a la misma se logra reducir la participación de las/os colegiados y con ello su capacidad de control. Todo bajo control para ocultar el descontrol.

Los máximos representantes de estos mismos Colegios, por su parte, son quienes componen la Junta del Consejo General y, por tanto, quienes facilitan con su apoyo la gestión que ahora se sospecha fraudulenta. Por tanto, se trata de una perfecta maquinaria de conspiración y falta de transparencia, en la que los pocos Colegios disidentes son aislados o incluso acosados, con el beneplácito general del resto con el fin de seguir beneficiándose de los privilegios alcanzados.

Colegios y Consejo que, para empezar, ni tan siquiera utilizan la denominación correcta, dado que se denominan, la gran mayoría, de Enfermería. Los Colegios profesionales son, eso, de las/os profesionales, es decir de las enfermeras, y no de la Profesión, Enfermería. Son, por tanto, una excepción en el panorama colegial ya que los Colegios lo son de abogados, médicos, odontólogos, arquitectos… y no de Derecho, Medicina, Odontología, Arquitectura…

Todo esto es conocido por la mayoría, por no decir la totalidad de las enfermeras. La respuesta, sin embargo, no se concreta, salvo honrosas y aisladas excepciones, en posicionamientos firmes contra la impunidad y la nefasta gestión, sino en el conformismo y la indiferencia que tan solo se ven alterados por protestas de corrillo que no aportan absolutamente ninguna alternativa ni posibilidad de cambio.

La colegiación obligatoria es, como cualquier otra imposición, identificada como negativa y asumida con claro rechazo por quien debe pagarla, más aún cuando no percibe un beneficio de retorno que le haría identificarlo como inversión en lugar de como gasto. Pero supone una absoluta tranquilidad para los Colegios, que recaudan grandes cantidades de dinero sin el esfuerzo exigido de tener que convencer ni competir para ello. Esta circunstancia provoca una clara desafección de las enfermeras que ni se sienten representadas por “sus” colegios, al no reconocerlos como propios sino como impuestos, ni consideran en ningún momento que puedan hacer nada para revertir la situación perversa que se genera, al percibir que no existen posibilidades de modificar una situación que, incluso legalmente, cuenta con amparo para actuar como lo hacen.

Así pues, nos encontramos con una institución que aparentemente debe velar por las enfermeras pero que, sin embargo, las enfermeras no lo identifican así y lejos de representar un orgullo ser colegiadas/os, es una carga de la que desearían desprenderse.

Un colectivo de 316.094 enfermeras en España debería tener una enorme fuerza de influencia que, lamentablemente, no tiene y que se diluye en una representación, asumida como inevitable por casi todos, pero que no tiene consecuencias favorables para las enfermeras.

Llegados a este punto cabe preguntarse si tal situación es tan solo consecuencia de la codicia y las acciones para alimentarla de quienes sustentan un poder mantenido en el tiempo, o si la misma no es, en cierta manera, consecuencia de la falta de implicación por revertirla más allá de las permanentes, pero inútiles, protestas verbales sin impacto real alguno.

Ahora que afloran escándalos económicos y corruptelas o corrupciones en toda regla en el seno de instituciones colegiales, todas/os nos precipitamos a decir, “eso ya se veía venir”, “eso lo sabía todo el mundo”, “qué se podía esperar” y otros tantos chascarrillos que lo único que tratan es de lograr una cierta exculpación individual y colectiva que tranquilice las conciencias ante la vergüenza y el bochorno que provocan. Pero, sin embargo, lo que realmente encierran es un manifiesto fracaso colectivo por haber dejado que la situación llegase a este punto, ignorando una realidad que no nos gustaba y que identificábamos como, cuanto menos, sospechosa, pero en la que ni nos implicamos ni hicimos grandes esfuerzos por cambiar.

En otros países los Colegios profesionales son instituciones de prestigio y de gran influencia, respetados por todos. La pertenencia a ellos es identificada como un orgullo del que se presume y que dignifica el curriculum profesional de quien a ellos pertenece. En España son identificados como un mal que hay que asumir y del que, ni se presume ni genera identidad profesional. El Consejo General, por su parte, aún provoca menores simpatías y una capacidad de identidad casi residual.

Finalmente se junta el hambre con las ganas de comer.

Si a eso añadimos las disputas entre Colegios Provinciales y Consejos Autonómicos con el Consejo General nos encontramos con un entramado de poder en el que nadie quiere perder capacidad de influencia y mucho menos de representatividad. O bien, nadie quiere moverse para evitar no salir en la foto o que se le arrebate el sillón.

Ante este panorama, pocos o muy pocos, consideran necesarios los Colegios para sus intereses profesionales. No son capaces de identificar el valor añadido que les aportan o que les pueden aportar. Recelan de las acciones que llevan a cabo. Sospechan de la gestión realizada. Sus representantes, presidentes y miembros de Junta, no son valorados ni respetados. La capacidad de influencia en las instituciones es mínima y queda prácticamente reducida a la presencia decorativa que el protocolo determina.

Que los medios de comunicación se ocupen de los Colegios tan solo para informar de las irregularidades que en los mismos se producen y que los juzgados sean destino habitual de sus representantes, no tan solo no ayuda a que sean valorados, sino que contribuyen a generar una gran desconfianza y desafección.

Lo triste es que se ha logrado extender, como si de una mancha de aceite se tratase, esa valoración a todos los Colegios, con lo que ello significa de injusto hacia los que llevan a cabo una labor eficaz, eficiente y transparente.

No se trata de plantear si los Colegios Profesionales deben existir o no. Ese debate no es real ni tan siquiera oportuno. Se trata de analizar y reflexionar sobre qué son los Colegios Profesionales, qué pueden/deben aportar, qué deben cambiar para recuperar crédito y valor, qué esperan las enfermeras de los Colegios, cuál debe ser la implicación de las enfermeras con los Colegios, que mecanismos de control deben regir los Colegios, qué debe hacerse para sentirse parte de los Colegios, qué cambios son necesarios para adaptarlos a la realidad social y profesional… en resumen, se precisa un debate en profundidad que nazca de la propia profesión en un intento y un interés real por recuperar una institución que debe ser referente y capaz de generar sentimiento de pertenencia entre las enfermeras.

Seguir instalados en la bronca, la sospecha, la intriga, el descrédito… permanentes, nos paraliza como profesión y nos limita como referentes ante las instituciones y la sociedad.

Los Colegios deben recuperar su capacidad de influencia y de prestigio, no tanto por lo que son como por a quienes representan.

Los Colegios deben reinterpretarse, modernizarse y sanearse asumiendo las competencias que les corresponden y facilitando la articulación con otras organizaciones que lejos de ser vistas como competidoras deben serlo como aliadas de los intereses profesionales, laborales y científicos de las enfermeras.

Formar parte de los Colegios debe ser identificado como un orgullo y un mérito y no tan solo como una obligación impuesta.

Dirigir los Colegios debe ser una opción de crédito, servicio y capacidad que permita que, quienes lo hagan, sean referentes de las enfermeras, debiendo dar cuenta puntual y transparente de su gestión que, además, debería estar acotada en el tiempo para evitar perpetuarse.

Estamos en un momento de gran incertidumbre, pero también de gran oportunidad para dar un giro indispensable tanto en la imagen de los Colegios como en el servicio que deben prestar a la profesión. Depende básicamente de las enfermeras que lo logremos y por tanto necesitamos creer que los Colegios son activos fundamentales para nuestro desarrollo profesional. Para ello es preciso que todas/os nos impliquemos activamente en el cambio. Porque el compromiso, tal como expresara Jean Paul Sartre, es un acto no una palabra y lograrlo estará asegurado en el momento en que todas/os nos comprometamos con ello.

Permanecer en la abulia, el desánimo el conformismo, la protesta estéril, la inacción… tan solo contribuirá a que nada cambie que, lamentablemente, es lo que algunos quieren para seguir medrando a costa de las instituciones que representan y de las enfermeras que las sostienen, aunque sea por obligación.

No se trata de esconder la basura bajo las alfombras para aparentar que se ha limpiado, sino de retirar las alfombras y hacer una limpieza en profundidad de lo que debería ser identificado y sentido como la casa de todas/os y no tan solo de unos pocos.

Madurar profesionalmente también pasa por identificar y dar respuesta a esta necesidad enfermera. Apliquemos los cuidados que corresponden para lograr unos Colegios Profesionales sanos, saludables y dignos. Las enfermeras nos lo merecemos y, además, podemos y debemos hacerlo.

IGUALDAD DE LA MUJER. RESPONSABILIDAD Y COMPETENCIAS ENFERMERAS

                                                  “No hay barrera, cerradura ni cerrojo que                                                                 puedas imponer a la libertad de mi mente”.

                                                                Virginia Woolf, escritora británica.

Un año más llega el 8 de marzo en el que se celebra el día Internacional de la Mujer. Debería ser un día festivo en el que poder celebrar colectivamente tanto el logro de objetivos sobre igualdad como la eliminación de barreras, dificultades o desigualdades que siguen concretándose en un número totalmente insoportable y denunciable en la violencia que sobre las mujeres sigue ejerciéndose como parte casi natural de la triste actualidad.

Así pues, se mantiene una fecha que sigue teniendo muchas más sombras que luces y en la que los propósitos de conciencia, las manifestaciones, los posicionamientos, los discursos y las promesas son claramente insuficientes, no ya para evitar esta lacra, sino ni tan siquiera para reducirla.

Las mujeres siguen siendo noticia más por las injusticias, las presiones, las desigualdades o los ataques que de toda índole sufren, que por los avances en alcanzar sus derechos o por las aportaciones relevantes que realizan. Derechos que parecen ser más un premio o algo a añadir de manera esporádica e incluso anecdótica, que algo que les corresponde disfrutar como personas y ciudadanas que son de cualquier sociedad. No es tanto lo logrado como lo evitado, lo que sin duda sigue situando a la mujer en una posición de clara y manifiesta desigualdad en el entorno de una sociedad que no suelta lastre del machismo que impregna su cultura y su educación, aunque trate de disimularlo. Teniendo en cuenta que la cultura no hace a las personas, sino que las personas hacen a la cultura y por tanto son las personas las que deben cambiar para que cambie la cultura.

Ante esta tozuda y cruel realidad me pregunto, ¿Por qué no hay días internacionales, o cuanto menos nacionales, contra la hipocresía, el cinismo, la mentira, la indolencia, la inmoralidad, la displicencia, la permisividad, la indiferencia, la incredulidad, la intolerancia, el desprecio, la invisibilidad, la impunidad, la culpabilidad, la resignación, la demagogia… que rodean a la a la mujer?, ¿Cuántos años más vamos a tener que celebrar este día de la vergüenza, el oprobio, la sin razón, el dolor, el sufrimiento, la muerte en femenino?, ¿Cuándo sabremos diferenciar que el género está entre las orejas y no entre las piernas?, ¿Cuándo entenderemos que lo que nos pasa, como país, como cultura, como comunidad, como sociedad, es que carecemos de la más mínima conciencia de cambio, de respeto, de igualdad, de tolerancia, de educación en valores y de respeto, que vayan más allá de identificar las diferencias en función del sexo y de las normas sociales que siguen encorsetando una normalidad que se presenta muy alejada de lo que pretende aparentar pero que resulta evidente no logra?

            Seguimos instalados en la permanente apariencia de los gestos inútiles, aunque puedan ser o parecer muy bien intencionados, en los discursos de denuncia que se diluyen en el estruendo de una realidad escandalosa, en las manifestaciones que tan solo recuerdan muertes, en las discusiones estériles de quienes debieran defender la igualdad, en los enfrentamientos que resucitan desigualdad, en los gestos que enmascaran la realidad, en las promesas que paralizan soluciones, en los hechos insuficientes que perpetúan la violencia, en la privacidad que oculta el acoso, en la indiferencia que apuntala la tragedia, en la excusa que acompaña a la muerte. Todo ello aderezado con negacionismos lacerantes a la vez que irritantes o censura manifiesta disfrazada de veto parental, con el argumento de una libertad y una democracia en la que ni creen ni respetan, quienes las utilizan para lograr sus fines desestabilizadores como si de cargas de profundidad se tratase. Hasta la pandemia se ha contagiado de ese peligroso virus machista atacando con desigualdad a las mujeres. Contribuyendo a que aumentase la violencia, aunque quedase oculta en un cómplice confinamiento o abocándolas al paro en mucha mayor medida que a los hombres. Todo acaba confluyendo en ese acosador machismo.

            Seguimos creyendo que por mucho repetir que no somos machistas, lo mismo que homófobos o xenófobos, se va a convertir en una realidad. Realidad que las víctimas, muertas o vivas, nos recuerdan día a día que estamos muy lejos de que sea una certeza que nos devuelva la dignidad como sociedad.

            No poder manifestarse, concentrarse o reunirse el día 8 por razones obvias, no significa en ningún caso que la fuerza, la razón o el valor de una reivindicación, que debiera ser un derecho ya consolidado, pierda sentido. Al contrario. Hay que trascender a los gestos o las apariencias para situarse en los hechos concretos que dejen en evidencia a quienes están claramente en contra de los avances por la igualdad. Los gestos son importantes, sin duda, pero las acciones son fundamentales. Los lemas llaman la atención, por supuesto, pero las ideas y los argumentos logran vencer las resistencias y cambiar los comportamientos.

            En este triste escenario social las enfermeras, además de ser parte de esa sociedad, muda, sorda y ciega, somos profesionales que tenemos la obligación, que no la opción, de contribuir a que la lacra machista no siga ocasionando dolor, sufrimiento y muerte.

Las enfermeras no podemos ni debemos mirar hacia otro lado. No podemos ni debemos, permanecer impasibles esperando a que otros solucionen el problema. No podemos ni debemos creer que, curando un hematoma, vendando una pierna o un brazo, suturando una herida… estamos cumpliendo con nuestra competencia y responsabilidad profesional. Porque un hematoma, una fractura, una herida, son tan solo signos superficiales de un gran problema de salud al que las enfermeras debemos prestar cuidados profesionales.

            Cualquier indicio, sospecha, signo, alarma, palabra… debemos estar en condiciones de observarlo, captarlo, indagarlo, seguirlo, atenderlo, para acompañar a la mujer en momentos de duda, miedo, incertidumbre, negación… para que sea capaz de identificar que nos importa, que no rehuimos, no rechazamos, no obviamos su situación que oculta por vergüenza, que niega por temor o que rechaza por orgullo. Ninguna herida duele más que la que provoca la sensación de no ser entendida ni atendida, aunque esté siendo asistida. Pensar que lo que le pasa no es problema nuestro, no nos corresponde, no es nuestra competencia, no, no, no… es negar la responsabilidad que tenemos y que queremos eludir amparándonos en las débiles e inadmisibles excusas de respetar la privacidad o el silencio. Porque la privacidad la determina la mujer y no nosotras y porque el silencio puede ser el más desesperado grito de socorro que pueda emitirse.

            Pero no tan solo en los efectos que la violencia provoca en la mujer se concreta nuestra necesaria prestación cuidadora. Es más, me atrevo a decir que esa es tan solo la mínima parte, aunque no por ello menos importante. La identificación, el seguimiento y el acompañamiento en la violencia, sea del tipo que sea, tan solo responde a la los efectos de aquello sobre lo que debemos trabajar para que desaparezca. Trabajar en la raíz del problema supone la verdadera y necesaria apuesta por la que debemos apostar las enfermeras en cualquier ámbito de actuación, pero de manera muy particular en Atención Primaria de Salud.

            Las intervenciones comunitarias, con especial significación en las escuelas e institutos, conjuntamente con los agentes de salud comunitarios que en cada caso correspondan, deben constituir un objetivo prioritario de cara a desarrollar estrategias que modifiquen conductas, hábitos, comportamientos, relacionados con la igualdad de la mujer. Tan solo desde la educación y la alfabetización en salud seremos capaces de erradicar aquello que alimenta la diferencia, la desigualdad, la falta de respeto, el desprecio y la violencia, sobre todo en niñas/os y jóvenes que replican y perpetúan, sino es que refuerzan, idénticos patrones de comportamiento machista para adaptarse a los requerimientos que sigue marcando una sociedad que sitúa en la resignación y la culpabilidad el rol de la mujer. Intervenciones que deben ser mantenidas en el tiempo desde una planificación rigurosa en la que se marquen claramente los objetivos, pero también los indicadores que permitan evaluarlas. Intervenciones participativas, trasndisciplinares e intersectoriales que impliquen a toda la sociedad en el logro común de erradicar tópicos y estereotipos, de vencer a la intransigencia cultural, de asumir responsabilidad individual y colectiva, de vencer tabús que paralizan, de derribar las barreras que impiden ver la realidad, de construir puentes de diálogo, de rechazar la indiferencia, de anular la intransigencia, de denunciar la intolerancia, de acabar con la mentira, de valorar la diferencia, de luchar por la igualdad, de vivir sin miedo. Porque como dijera Michelle Bachelet[1], “la igualdad de género ha de ser una realidad vivida”, porque es más que un objetivo en sí mismo, es una condición previa para lograr una sociedad mejor.

            Las enfermeras en general y las comunitarias en particular debemos liderar estos procesos de intervención y partición comunitarias que se alejen del patriarcado asistencialista como única respuesta a la desigualdad y la violencia.

            No se trata de un discurso más, de una promesa añadida, de un deseo anhelado, de una propuesta puntual, de una anécdota. Se trata de una necesidad que las enfermeras debemos interiorizar y asumir desde la responsabilidad y la competencia cuidadora que tenemos con la sociedad. No es una cuestión de mujeres. Ni tan siquiera un tema de mujeres maltratadas. Se trata de un problema de salud pública y comunitaria que nos afecta a todas/os con independencia del sexo o de cualquier otro factor, que debemos afrontar con urgencia, con determinación y con implicación para cambiar la realidad social que está contagiada de prejuicios y condicionantes que perpetúan las conductas machistas, que impregnan comportamientos y acciones, pensamientos e ideas, acciones y omisiones, que alimentan la ignorancia sobre la que se construye la desigualdad.

            No podemos seguir pensando que todo depende de otros. Que no es posible tener capacidad de iniciativa. Que es algo que no es de nuestra competencia. Que no lo determina el protocolo. Porque pensar de esta manera, actuar desde la omisión, cuidar desde la ignorancia o hacerlo desde la rigidez insalvable de un protocolo, va en contra de la ética profesional, nos devalúa como enfermeras y nos sitúa en el conformismo paralizante que contribuye a alimentar aquello por lo que deberíamos esforzarnos en combatir.

Nosotras que como enfermeras hemos luchado y seguimos luchando por lograr y mantener nuestra autonomía e identidad propias, deberíamos ser conscientes de lo mucho que esto cuesta mantener y lo frágil que resulta sin un compromiso firme y decidido. Por eso, con mayor motivo si cabe, debemos luchar por lograr la libertad que afianza la igualdad. Desde el respeto que no es lo mismo que el miedo. Desde la humildad que no significa pobreza. Desde la solidaridad que no supone pérdida de referencia.

            No eludamos nuestra responsabilidad argumentando que es cuestión de especialistas, de juristas, de políticos, de sociólogos, de psicólogos… es cuestión de todas/os y muy especialmente de nosotras por ser enfermeras. Negar esta evidencia es negar la propia identidad profesional, es renunciar a lo que nos identifica, es rechazar nuestra esencia cuidadora para situarnos en la subsidiariedad asistencialista, técnica y falta de conocimiento propio, que no contribuye a solucionar el problema de salud.

            ¿Cuántos 8 de marzo más vamos a tener que celebrar con la losa de las muertes, las agresiones, los maltratos, los huérfanos… anuales en forma de estadísticas, datos, números, cifras… impersonales y fugaces que no se solucionan con silencios institucionales, ni con manifestaciones ciudadanas, ni con leyes ambiguas?

            Quiero, deseo, anhelo, un 8 de marzo en el que, lo que celebremos sea los logros de las mujeres, sus conquistas, sus metas, sus aspiraciones cumplidas, en igualdad y con respeto. Quiero un 8 de marzo en el que las niñas no sean identificadas ni etiquetadas socialmente como futuras cuidadoras, limpiadoras, madres, esposas, amantes… por el hecho de haber nacido niñas, sino simple y principalmente como futuras mujeres, como personas con identidad propia y con idénticos derechos a los de cualquier otra. Quiero un 8 de marzo en el que los hombres no se sientan superiores por el simple hecho de serlo. Quiero un 8 de marzo en el que la política acabe con las ambigüedades, la hipocresía y el cinismo apoyados en tradiciones, costumbres, creencias o normas dogmáticas que se utilizan contra las mujeres. Quiero un 8 de marzo en el que no se utilice a las mujeres como arma partidista y oportunista. Quiero un 8 de marzo en el que no se identifique la defensa de las mujeres como doctrina sino como derecho. Quiero un 8 de marzo en el que la violencia, la muerte, el maltrato y la desigualdad sean tan solo recuerdos, malos recuerdos, de un pasado que debemos superar cuanto antes, sin que ello signifique que se tenga que olvidar.

            Como ciudadano, como enfermera y como hombre quiero que la desigualdad y la violencia contra las mujeres deje de ser algo naturalizado en nuestra convivencia para convertirse en un hecho aislado que nos inquiete y refuerce nuestra posición contra las mismas de manera decidida y continuada y no tan solo supeditada a la celebración de un día al año.

            Hoy estamos a tiempo. Mañana, a lo peor, ya habrá una nueva víctima que hubiésemos podido evitar con nuestra intervención enfermera. ¿Queremos asumir esa responsabilidad o asumimos la que nos corresponde?

 

[1] Política chilena.