NORMALIDAD

Dos recientes decisiones, de las Consejerías de Salud de Andalucía y Castilla La Mancha ponen de manifiesto que la normalidad ya está aquí, al menos para las enfermeras. La realidad nos despoja de las capas de heroínas y nos sitúa, de nuevo, en el blanco de los políticos de turno.

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EL PREFIJO IN EN LA PANDEMIA

A las inigualables enfermeras del

Grupo 40 + Iniciativa Enfermera

In- es un prefijo negativo que expresa el valor contrario a la palabra que acompaña (inofensivo) o indica la ausencia de una acción (incomprensión). La pandemia que estamos sufriendo se narra, en gran medida, desde la composición verbal de la negación, la contradicción o la contrariedad a las que da significado dicho prefijo, componiendo una inapelable e incesante realidad, aunque deseemos interrumpirla desde la inseguridad, la incertidumbre, cuando no la insensatez, de nuestras acciones o inacciones.

Lo que a continuación comparto es un inarmónico e inconformista intento narrativo de contrarrestar el prefijo negativo que ha instaurado en nuestras vidas el COVID-19. De nada sirve que mantengamos ocultas las palabras, y sus significados polisémicos, para olvidar su intencionalidad. Uniéndolas en una incontrolada concatenación de frases persigo el incierto objetivo de contrarrestar la incomprensibilidad del daño causado.

Imperceptiblemente, o no, nos vimos implicados en una indeseable situación que nos ha inactivado durante un tiempo que ha parecido inmensamente largo.

Nos sentíamos invulnerables a cualquier posible invasión, hasta que de manera insolente apareció el impúdico coronavirus para invadir nuestro espacio, inhabilitar nuestras vidas, inocular incertidumbre, inmovilizar nuestra capacidad de acción y hacernos sentir inseguros.

Nunca intuimos lo que podía llegar a pasarnos desde nuestra actitud individualista, inmadura e indiferente a lo que inadmisiblemente pero implacablemente, pasaba a nuestro alrededor sin que, aparentemente al menos, nos inmutase lo más mínimo.

Nuestra insolencia, no exenta de inmadurez irreflexiva e insensata, nos incorporó de manera ineluctable en un estado de alarma que inhabilitaba nuestras relaciones, nos inadaptaba socialmente y nos sumía en la inacción impuesta.

La inmediatez de la urgencia sanitaria impulsó una respuesta inmediata de las/os profesionales sanitarias/os que incrédulamente observaban la inconmensurabilidad del ataque que de manera impropia e inconsciente alguien quiso calificar de bélica.

La población, por su parte, en una reacción irreconocible obedecía las órdenes de incomunicación y asumía la inmediatez del peligro con inusitada conformidad. En su impropia inclaustración y de manera inalterable e incansable diariamente implosionaban en aplausos de inconfundible reconocimiento hacia las/os incansables profesionales de la salud y a otros de servicios básicos que se fueron incorporando.

A nadie pasó inadvertido el inadecuado olvido y el irracional e insensato rechazo de la Atención Primaria de Salud, que quedó inaprovechada por la incoherencia y la incapacidad de quienes tomaron inconsistentes decisiones desde la indecisión, para situar al hospital como único e indebido centro de atención ante una situación que exigía una incuestionable respuesta de unidad y de indefectible presencia de la que, sin duda, es indispensable recurso de salud.

La calificación de heroicidad resultaba impropia y contradictoria en quienes sufrían la inmisericorde visita de la muerte por una meritoria implicación en el incesante cuidado de los infectados. Y ello a pesar de la inaceptable e incomprensible indefensión que sufrían por la indisculpable ausencia de equipos de protección.

Hasta las enfermeras lograron salir de su habitual invisibilidad para ser incorporadas en el impersonal grupo de profesionales sanitarios. Aunque los inefables medios de comunicación, impúdicamente, continuasen con su inaguantable discurso pseudoinformativo, estereotipado e inapropiado sobre todo lo que hace referencia a la salud y especialmente a las enfermeras.

Los cuidados, imprescindibles pero incomprendidos, pasaron a ser de incalculable valor ante la inconsolable ausencia de su mayor prestador, la familia, que incomprensiblemente aún se denomina como cuidado informal.

Llegó un momento en que no se sabía muy bien si lo importante era intubar o cuidar. La infinita duda entre curar y cuidar, que se instalaba e increpaba a nuestras conciencias en una indeseable indecisión ética y estética que nos increpaba e interpelaba.

El implacable avance de la pandemia acompañaba a la incalmable angustia de muchas personas y familias que asistían al inhumano aislamiento impuesto por el COVID-19. La inaudible queja de quienes sufrían por la incomunicación con sus familias y amigos, se sumaba al insoportable dolor y sufrimiento causado por el incontrolado virus, que convertía en ilógico e incomprensible todo cuanto de manera inverosímil estaba aconteciendo.

Las enfermeras logramos desprendernos de la inconsistente heroicidad impuesta, para pasar a una, no menos, impresentable denominación como rastreadoras. Ni antes teníamos capas o poderes para soportar cualquier contratiempo o vencer a cualquier enemigo, ni ahora tenemos olfato canino para detectar al COVID-19. Lo que viene a demostrar que vivimos en una realidad icónica tan irreal como innecesaria, que lo único que consigue es borrar nuestra incuestionable referencia como enfermeras.

Mientras tanto, la incapacidad de diálogo y consenso políticos conducían a la impajaritable inestabilidad en momentos en los que era incompatible la inconsistencia del discurso con la inaplazable búsqueda de soluciones.

Aprendimos a valorar el incalculable valor del tiempo, entendiendo que no es tanto que el tiempo es oro, sino que lo verdaderamente incalculable es que el tiempo es vida.

Precisamente fueron la inconsistencia y relatividad del tiempo las que nos situaron, casi de manera inadvertida, en unas inconsistentes, cuando no insustanciales fases de incorporación progresiva hacia una incierta e inaplazable normalidad que ya no sabíamos bien si deseábamos o temíamos.

E inmersos como estamos ya en esa irreconocible realidad, empezaron a aparecer imprudentes acciones que se tradujeron en indeseables comportamientos, pero también en injustificadas reacciones de intolerancia y violencia.

La inefable mascarilla se ha convertido en elemento de protección, pero también de incomunicación. Desde la inexpresividad que provoca a la inaccesibilidad que genera, el enmascaramiento preventivo nos sitúa en una inclasificable realidad en la que la palabra queda presa y el gesto invisible. Si antes de la pandemia la individualidad nos aislaba, ahora, la mascarilla enmascara nuestra comunicación para convertirla en una simple, mecánica e inexpresiva forma verbal que hace incapaz la traducción real de aquello que realmente queremos expresar.

Y esta barrera, tan necesaria como incómoda e indeseable, se interpone en la prestación de cuidados en la que tan importantes como deseables son la expresión o el gesto, a la que se une el inadmisible contacto físico, que convierten al cuidado en inseguro, irreconocible e incomprensible. Es por ello que ahora, más que nunca, se hace necesaria la mirada como forma de trasladar nuestra empatía y la consistencia de nuestro mensaje verbal reforzándolo de matices que venzan el inabordable acceso a nuestro gesto, oculto por el intransigente enmascaramiento. Debemos impedir, como parte de esta nueva realidad de cuidado, pasar inadvertidas, ser incomprendidas o irreconocibles, resultar inaccesibles o inasequibles. Como enfermeras tenemos la innegable necesidad de ser inconformistas y transformar la inseguridad en certeza, lo insustancial en trascendental y lo inconciliable en compatible. Porque los cuidados profesionales enfermeros precisan ser inigualables y evitar la inmerecida invisibilidad o el incomprensible olvido que puede provocar una simple pero inescrutable mascarilla.

Seamos infatigables luchadoras ante la negatividad que impone el COVID-19. Porque sin pretenderlo, además de dolor, sufrimiento y muerte, ha generado un nuevo espacio de cuidados al que es inaplazable dar respuesta. Las enfermeras no debemos consentir que el cuidado sea inasequible. Con nuestra rebeldía a la inmovilidad lograremos que dicho espacio sea un inconfundible referente de nuestro indiscutible liderazgo en cuidados.

La incontenible fuerza del cuidado nos rescatará del inmerecido lugar en el que nos situaron la insensatez de un sistema y de quienes incongruentemente lo crearon o lo consintieron.

En esta inconclusa situación generada por la pandemia sería imprudente pensar que todo puede seguir inalterable. Ahora mismo son inabarcables e inaccesibles todas las respuestas, pero la incredulidad no puede ni debe llevarnos al incumplimiento que de nosotras se espera para desenmascarar definitivamente a la sociedad.

La insolidaridad, la inequidad, la inaccesibilidad, la inacción, deben perder el prefijo in en la nueva normalidad para positivizarse y lograr que se conviertan en solidaridad, equidad, accesibilidad y acción como elementos fundamentales de avance, desarrollo, intervención y participación, indispensables para hacer frente a cualquier contingencia de fragilidad que es lo que, finalmente, da sentido a los cuidados.

SE ACABÓ LO QUE SEDABA / SE DABA

Parecía que finalmente podríamos salir de nuestro permanente lado oscuro del sistema sanitario, acompañando a quienes siempre estuvieron en la luz y otros tantos profesionales también olvidados.

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A RÍO REVUELTO GANANCIA DE PESCADORES

En tiempos revueltos ya se sabe que siempre hay quienes quieren aprovechar para sacar partido del desconcierto y, por qué no decirlo, de las expectativas de la población para que se les presenten soluciones a sus necesidades. El problema, como casi siempre, está en la veracidad, concreción, o coherencia de las supuestas respuestas, de quienes las presentan y cómo las presentan y su posible trasfondo de negocio.

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SÍNDROME DE ESTOCOLMO

Diariamente llegan a nuestros correos peticiones para responder o difundir encuestas, para presentar proyectos, para publicar artículos… que hablen, traten o se refieran al invasor. Lo de menos es sobre qué y para qué. Lo importante es que hablen de la influencia del virus en cualquier aspecto de nuestras vidas por peregrinas que estas puedan ser.

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FIN DEL ESTADO DE ALARMA. ¿INICIO O REINICIO?

Tras más de tres meses de confinamiento y superado lo peor de la pandemia, la misma nos presenta un nuevo reto.

La situación vivida ha sido dramática y dolorosa por la gran cantidad de muertes producidas y los efectos que ha causado en miles de personas que han padecido la enfermedad directamente, pero también en profesionales tanto sanitarios como de otros sectores, en quienes sin padecer la enfermedad han sufrido las consecuencias o secuelas de la pandemia y en quienes han tenido que modificar su estilo de vida con serias repercusiones sociales, familiares o económicas.

Nadie puede ser ajeno a todo ello. Sin embargo, ahora que la pandemia ha podido ser controlada, que no vencida, tenemos ante nosotros el difícil reto de convivir con una pandemia latente que puede despertar en cualquier momento y situarnos, de nuevo, en un estado de alarma al que nadie queremos regresar.

Por lo tanto, se trata de adaptar nuestras vidas a una realidad que ni teníamos prevista ni para la que estábamos preparados. Pero una realidad que demanda un alto grado de responsabilidad por parte de todos. Y cuando digo de todos, no se trata de una simple expresión inclusiva, sino una necesidad que debemos interiorizar y respetar si realmente queremos lograr eso que se ha venido en llamar nueva normalidad.

Nueva normalidad que va mucho más allá del cumplimiento de las normas de seguridad y prevención, ya que la pandemia ha modificado no tan solo la forma en como nos vamos a tener que relacionar, sino aspectos muy variados en cuanto a la comunicación, la educación, el turismo, el ocio, el deporte, la sanidad… que, aunque puedan llegar a restablecerse en algún momento si se consigue la vacuna, ya no serán, posiblemente, como las recordábamos antes de la pandemia.

En este sentido es evidente que la sanidad, y en concreto el sistema sanitario en nuestro país, ha sido uno de los sectores que más ha sufrido el impacto de la pandemia.

Pero más allá de los efectos de colapso que la embestida violenta, sorpresiva y desconocida de la pandemia haya podido provocar en el que venía siendo reconocido como un extraordinario Sistema Nacional de Salud (SNS), lo que la pandemia ha puesto de manifiesto es la caducidad de un modelo que ya había demostrado serias deficiencias antes de que el COVID-19 irrumpiese en nuestras vidas.

Por encima de cualquier otra valoración más profunda que, sin duda, habrá que realizar si verdaderamente se quiere contar con un Sistema de Salud que responda a la sociedad actual y a la realidad de sus necesidades y demandas, considero necesario reflexionar sobre algunos aspectos relacionados con la enfermería y las enfermeras que deben ser, no tan solo analizados, sino abordados de manera seria, decidida e inmediata, si la voluntad política de cambio es real y no se han estado lanzando mensajes que tan solo perseguían mantener la calma y tranquilizar conciencias, sin ningún ánimo real de llevar a cabo lo prometido tanto antes como después de la pandemia.

De inicio cabe resaltar que antes de que se estableciese el Estado de Alarma como consecuencia de la pandemia, existía un compromiso firme, por parte de las/os responsables de los Ministerios de Sanidad y Educación, para celebrar la prueba extraordinaria de acceso a la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria.

La irrupción de la pandemia, sin duda, ha supuesto una paralización del proceso que es perfectamente entendible, por dolorosa que sea, dado el tiempo de espera que lleva acumulado y que, salvo esta circunstancia sobrevenida, no tiene explicación alguna tras más de 10 años sin que haya existido voluntad política por resolverlo.

Superada la fase de crisis e iniciado el proceso de nueva normalidad, es exigible que se adopten las medidas urgentes que sean necesarias para que esta prueba se lleve a cabo. Utilizar de manera interesada la pandemia como excusa para no resolver el proceso, sería, además, de una grave irresponsabilidad por parte de las/os responsables políticos, una tremenda injusticia para las enfermeras a las que se ha venido engañando de manera sistemática con excusas peregrinas, falsas y manipuladoras durante muchos años.

La nueva normalidad, por tanto, debe comportar también una nueva toma de conciencia de aquellos temas que quedan pendientes por resolver y que son imprescindibles abordar desde el compromiso, la honestidad y el respeto hacia quienes se han estado lanzando loas y alabanzas por su innegable entrega durante la pandemia. Se trata, por tanto, en estos casos, de un reinicio que no de un inicio.

Por lo tanto, resulta fundamental que la nueva normalidad se construya, antes de emprender cualquier nueva aportación, con el cumplimiento urgente de aquellos temas que quedando pendientes no pueden quedar olvidados o relegados sine die. Cualquier reinicio sin este cumplimiento supondría una anormalidad sobre la que no sería posible la normalidad que se anuncia.

Dando por supuesto el cumplimiento de este y otros compromisos, resulta esencial analizar aquellos aspectos, temas o planteamientos que, relacionados con las enfermeras, será necesario tener en cuenta en la reconstrucción que, al menos políticamente, ya se ha iniciado

Inicio que, vaya por delante, no ha tenido muy buen comienzo dadas las dudas trasladadas en la configuración de la que ha venido en denominarse Comisión para la Reconstrucción del SNS, en la que ha habido que pelear mucho para que se incorporasen enfermeras entre sus miembros, dada la inicial ausencia y posterior resistencia a que las mismas formasen parte de su composición.

Vencidas las resistencias y lograda la incorporación a regañadientes de enfermeras, hay que decir que, la misma, obedece más a una concesión por presión que a un convencimiento de su oportunidad real y que, además, no se traduce ni en un equilibrio con relación a su peso cuantitativo, pero también cualitativo, en el SNS, ni en una proporcionalidad en cuanto a representatividad con relación al valor que, por ejemplo, aportan en Atención Primaria de Salud.

Sin embargo, tenemos la esperanza de que las propuestas serias, razonadas, necesarias y eficaces trasladadas por las enfermeras que nos han representado en la Comisión hayan sido entendidas y, en parte al menos asumidas, por las/os interlocutoras/es políticas/os, para que vayan más allá del escenario parlamentario concretándose en hechos que permitan impulsar los cambios estructurales, organizativos y de modelo que precisa el SNS y en los que las enfermeras van a tener que jugar un papel fundamental junto al resto de profesionales de la salud, de otros sectores, así como de la ciudadanía.

Pero resulta básico que esos planteamientos o propuestas que se trasladen no sean identificados o interpretados maliciosamente como reivindicaciones corporativistas, sino como aportaciones imprescindibles para el cambio. Lo contrario sería una nueva estrategia disuasoria para acometer la reforma que, no tan solo se reclama, sino que se debe exigir para garantizar una respuesta de calidad, segura, humanizada, participativa y equitativa.

Entre esos planteamientos o propuestas es fundamental que se visibilicen y pongan en valor los cuidados profesionales enfermeros en cualquier ámbito de atención, rescatándolos del ostracismo al que se han visto sometidos históricamente por parte de las instituciones sanitarias. La reciente pandemia ha permitido identificar, valorar y reconocer dichos cuidados como parte esencial en el proceso de atención de las personas contagiadas y de la población en general.

La puesta en valor de los cuidados, además, debe traducirse en un cambio radical para que los mismos tengan, no tan solo valor en cuanto a su reconocimiento, sino en cuanto a su aportación a la salud de la población, mediante una atención integral, integrada e integradora en la que la persona, que no el paciente, sea tanto, referencia de la misma, como protagonista de su proceso de salud – enfermedad.

Y para que ello sea posible resulta imprescindible acometer cuanto antes una reforma del SNS que genere una dinámica transformadora que, por una parte, se adapte a la sociedad en la que está inmersa para prestar servicio a la población y no ser tan solo referencia y modelo adaptado a las necesidades laborales, científicas e investigadoras de las/os profesionales que en el mismo trabajan y, por otra, que permita responder con eficacia y eficiencia a las necesidades reales de la población que, en esta nueva normalidad, requerirá, además, su participación activa en la toma de decisiones.

La pandemia y sus efectos obligan a todas/os a construir esta nueva normalidad si realmente queremos, que la misma, se desarrolle en espacios saludables, accesibles, solidarios, equitativos y de libertad, en los que la enfermedad deberá ser objeto de atención, pero en los que la salud deberá ocupar la mayor atención por parte de profesionales y ciudadanía. Lo contrario nos llevará, de nuevo, a padecer los mismos problemas que habíamos naturalizado en la anterior normalidad con claras deficiencias estructurales, organizativas y de atención.

Una normalidad, en la que los cuidados deben formar parte fundamental de cualquier proceso, en los que, las personas, las familias y la comunidad, sean identificadas, percibidas e incorporadas como parte de los mismos y no tan solo como sujetos pasivos de la acción fragmentada de las/os profesionales.

Pero en un contexto de cuidados en el que las enfermeras deben liderar su desarrollo y su respuesta transformadora junto a las cuidadoras familiares como verdaderas protagonistas de un cuido, tan importante y necesariamente sostenible, como el familiar. Tal como, al menos en parte, ha trasladado recientemente la Ministra de Igualdad al hablar de un “Estado Nacional de Cuidados”, en el que, como no puede ser de otra manera, las enfermeras coincidimos y apoyamos, pero para el que reclamamos nuestro liderazgo natural, el de los cuidados.

Esperamos que este reto anunciado no quede tan solo en un diálogo político que trascienda de la política para situarse en los ámbitos profesionales y sociales que den sentido a dicho estado en el que tanto tenemos y podemos aportar las enfermeras.

Por lo tanto, tan solo podremos hablar de nueva normalidad si en su configuración incorporamos a todos los agentes y recursos comunitarios de forma natural en un proceso de normalidad transformadora, alejada de protagonismos y personalismos de cualquier tipo.

¿Nos implicamos en construir la nueva normalidad o disfrazamos de novedad aquella de la que partíamos?

ESCRITO DEL GRUPO 40 + INICIATIVA ENFERMERA, AL CONSEJERO DE SANIDAD DE LA JUNTA DE CASTILLA LA MANCHA

El Grupo 40 + Iniciativa enfermera, que integra a enfermeras referentes de todos los ámbitos enfermeros, ha dirigido un escrito al Consejero de Sanidad de la Junta de Castilla La Mancha, en la que le trasladan su malestar por los requisitos establecidos en la convocatoria de plazas de puestos directivos en diferentes Gerencias, que suponen una clara discriminación negativa para las enfermeras y para los puestos que se convocan.

CARTA_CONSEJERO_CLM_CONV_DIRECTIVOS

 

COMPARECENCIA DE JOSÉ RAMÓN MARTÍNEZ RIERA, PROFESOR UNIVERSIDAD DE ALICANTE Y PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN DE ENFERMERÍA COMUNITARIA (AEC), EN LA COMISIÓN PARA LA RECONSTRUCCIÓN DE LA CIUDAD DE ALICANTE AYUNTAMIENTO DE ALICANTE Alicante, 16 de junio de 2020

comisión sanidad para la recuperación Alicante con la participación de Aguas de Alicante

A continuación, se puede acceder al texto íntegro de mi comparecencia

COMPARECENCIA_16_06_2020

VIOLENCIA DE GÉNERO. NO HAY VACUNA

El último acto de violencia del género cometido en España, que ha provocado el asesinato de una mujer y sus dos hijos, ha sido declarado por parte del actual Presidente de la Junta de Andalucía como crimen familiar, en una nueva muestra de cinismo político.

Al contrario de lo que sucede con la pandemia de la COVID-19, para la violencia del género no existe posibilidad de vacuna, por lo que el riesgo es permanente y continuado. El virus que la provoca tan solo se elimina con la educación, la cultura y la lucha pacífica, pero permanente, contra quienes quieren perpetuarla como forma de hegemonía machista, ante la que las enfermeras tenemos mucho que ayudar.

OBESIDAD INFANTIL UN PROBLEMA REAL ¡ACTUEMOS!

Cristina Belmonte, Elena Estévez, Lucía Felipe y Berta Sempere, alumnas de 4º de Enfermería de la Universidad de Alicante, abordan la obesidad infantil como un problema de salud comunitario ante el que las enfermeras comunitarias tienen mucha que decir y hacer.