Con demasiada frecuencia, más de la que sería deseable, nos quejamos de la falta de reconocimiento por parte de la sociedad.
Sin embargo, cada vez son más quienes, desde su significación mediática, hacen declaraciones no tan solo de reconocimiento sino de valorización de las enfermeras y de su aportación. Personajes muy conocidos como Iñaki Gabilondo, Carles Francino, Ana Pastor o más recientemente Pau Donés (https://www.youtube.com/watch?v=4NfDkYqkf6s&fbclid=IwAR16qb0DVxMpnA0y8vw8DW742WmwPLtqeNmI-BAB1W3gF7ddJcR7MP1FcUQ) o Manu Tenorio, por citar solo algunos, han roto una lanza en favor del papel de las enfermeras. Pero en la mayoría de los casos, por no decir en su totalidad, este reconocimiento ha venido determinado por el afrontamiento que ellos mismos o familiares muy cercanos han tenido que hacer a situaciones de sufrimiento, dolor o pérdida. ¿Por qué ahora sí y antes no? Esencialmente porque son respuestas puntuales determinadas por las vivencias en las que las enfermeras han desarrollado su actividad de cuidados. Todo parece indicar que entraría en el campo de la normalidad, pero lo que realmente sucede es que se descubre una dimensión del cuidado que hasta ese momento estaba oculta para ellos. Y es entonces cuando identifican, valoran y gratifican con sus declaraciones la labor enfermera.
Puede parecer que esté menospreciando o minusvalorando sus muestras de agradecimiento. Para nada. Lo que trato de expresar es que no deja de ser doloroso el que se tengan que producir situaciones de dolor y sufrimiento para que se descubra el valor que tienen las enfermeras. Menos da una piedra, se podría argumentar de manera simplista. Pero no es esa la cuestión. Finalmente, estas manifestaciones de júbilo, agradecimiento y reconocimiento públicos quedan en el plano de la anécdota, la noticia puntual en la que lo que verdaderamente trasciende no es el valor de las enfermeras sino el personaje público de reconocido prestigio y gran poder mediático, quedando el mensaje de las enfermeras como algo totalmente intrascendente o secundario salvo para las enfermeras que sí que valoran dichas manifestaciones en su justa medida.
Es cierto que, siguiendo con el argumentario popular, podríamos decir que todo grano hace granero o todo ladrillo pared, pero no se trata de que las enfermeras tengamos que seguir a la espera de una nueva situación estelar para que se reconozca nuestra labor como profesionales de la salud. Y es aquí donde radica el verdadero problema de nuestra falta de reconocimiento social. Es decir, el mismo no puede ni debe estar sujeto a que una “nueva estrella” haga unas declaraciones destacando el gran papel de las enfermeras. Esto se debe seguir produciendo como algo derivado del sentimiento de gratitud de cualquier ser humano ante un trato excelente. Pero lo que las enfermeras debemos reclamar y por lo que debemos trabajar permanentemente es porque exista un reconocimiento mucho más amplio y no circunscrito a situaciones puntuales de sufrimiento. Y sobre todo a que seamos identificadas y denominadas como lo que somos, enfermeras.
Las enfermeras atendemos tanto a sanos como a enfermos y es esa atención integral, integrada, integradora, continua y continuada la que debemos lograr que sea interiorizada por parte de la población general de tal manera que, además, pueda y deba ser reclamada en el marco de cualquier proceso de atención por parte de las personas, las familias y la comunidad.
Pero la realidad es bien distinta. Ni la sociedad en su conjunto, ni los medios de comunicación en particular como órganos de difusión e información nos identifican como esos profesionales autónomos, eficaces, eficientes y que ofrecen unos cuidados imprescindibles que tan solo nosotros, como enfermeras, somos capaces de prestar para lograr unos niveles de salud como los que disfruta la población a la que atendemos.
En los medios de comunicación, y derivados de los mismos en la sociedad, nuestra denominación sigue siendo objeto de confusión cuando no de equívoco. Siguen utilizándose siglas que hace más de 40 años que dejaron de ser oficiales como las de ATS. La denominación enfermeras es identificada como excluyente de una parte, la masculina de la enfermería, cosa que no sucede si hablamos de psicólogos, farmacéuticos, ingenieros o abogados, en los que existen mujeres que no por ello quedan excluidas con dicha denominación. Se nos sigue identificando como una profesión subsidiaria. No se valora la aportación real de las enfermeras al conjunto de las organizaciones en las que trabajamos. Se confunde sanidad con salud. Los cuidados quedan relegados a un elemento totalmente secundario en el conjunto de actividades llevadas a cabo en cualquier proceso. No existe interés por lo que hacemos e investigamos. Tan solo se recure a nosotros para conocer nuestra opinión en hechos muy puntuales, normalmente relacionados con sucesos luctuosos o conflictos laborales. No se nos suele incluir como referentes en foros, debates, reflexiones… sobre temas de salud de cualquier índole en los que siempre estamos presentes y muchas veces somos determinantes. Quedamos invisibilizados o nombrados de pasada cuando se habla de equipos de salud. Y todo este rosario de olvidos, omisiones o simplemente falta de interés, vienen determinados por una clara ignorancia sobre qué somos y qué somos capaces de ofrecer, incluso para quienes, en teoría, son representantes de la sanidad en su conjunto, como recientemente hemos podido comprobar, tras unas lamentables declaraciones de la Ministra de Sanidad, Consumo y Bienestar Social al atribuir el éxito de la erradicación del sarampión exclusivamente a los médicos (https://www.redaccionmedica.com/secciones/sanidad-hoy/monton-espana-esta-libre-de-sarampion-gracias-a-los-medicos–7917 )
No respondería a la realidad si dijese que todo ello obedece en exclusiva al desconocimiento o falta de interés de las/os periodistas. Si bien es cierto que como periodistas su obligación es la de informar con veracidad, objetividad, conocimiento y realismo sobre aquello y aquellos sobre lo y los que se informa, no es menos cierto que las enfermeras solemos “utilizar” muy poco los medios de comunicación para trasladar nuestra realidad profesional y científica, más allá de los conflictos o problemas laborales que podamos tener y que suelen ser casi en exclusiva los que ocupan algún espacio en los medios. Lo que sin duda nos conduce a una tela de araña en la que acabamos enredados, periodistas y enfermeras, sin saber muy bien quienes somos las presas o los depredadores.
Pero, sin embargo, existe una realidad que no puede obviarse y es la que corresponde a la casi nula respuesta por parte de los medios a las múltiples cartas que se les remiten para avisarles de su error, que por repetitivo a veces parece que pase de ser tal error a ser una manifiesta falta de interés, cuando no una clara incompetencia profesional. Y no tan solo no se recibe respuesta, que sería lo razonable, sino que ni tan siquiera se dignan a reconocer su error como hacen con otro tipo de informaciones.
Si a la información que sobre determinados aspectos relacionados con la salud en forma de noticias distorsionadas, cuando no alarmistas o sensacionalistas que obedecen a los cánones de tópicos y estereotipos que reproducen sin pudor profesional alguno, añadimos la imagen que sobre las enfermeras se reproducen en series, películas o reportajes, tenemos una situación calidoscópica repetitiva y costumbrista que contribuye a mantener, e incluso incrementar, una imagen tan irreal como dañina tanto para las enfermeras como para la propia sociedad a la que se priva u oculta la posibilidad de conocer a unos profesionales tan importantes como las enfermeras.
Todo ese cúmulo de circunstancias hace que las muestras con las que iniciaba mi reflexión, si bien son recibidas con alegría y esperanza, tan solo queden, lamentable y finalmente, en simples curiosidades que no acaban trascendiendo en lo fundamental que no es otra cosa que la identificación real de las enfermeras.
Me imagino que las/os periodistas se sentirán mal cuando alguien confunde sus competencias o son identificados con denominaciones tan poco afortunadas como incorrectas. Su disciplina es el periodismo y sus profesionales las/os periodistas tienen un papel fundamental en el estado de opinión de la población en temas de tanta relevancia como la salud. Es por ello que confundir, obviar, olvidar o esconder la identidad de las enfermeras y su aportación real a la salud de las personas, las familias y la comunidad contribuye a la confusión, el error, la negación o la ocultación de las mismas, que en periodismo es un error o negligencia que debería evitarse a toda costa.
Bienvenidas sean pues, las manifestaciones de agradecimiento y de reconocimiento, pero que las mismas no se conviertan en un hecho aislado en el mar de despropósitos a los que diariamente nos tienen acostumbrados los medios de comunicación tanto escritos como audiovisuales.
Estoy convencido de que si todos, enfermeras y periodistas, ponemos de nuestra parte seremos capaces de corregir una situación tan injusta como censurable y lograremos trasladar una imagen de las enfermeras que se ajuste a la realidad actual, lo que contribuirá a conocer lo que son y aportan. Sin que ello signifique que estemos exentas de la crítica constructiva como cualquier otro profesional o ciudadano. Pero siempre conservando nuestra verdadera identidad, por favor.
Y siempre tienen la posibilidad de consultar o ser asesorados por enfermeras cuando quieran informar sobre ellas o sobre temas relacionados con la salud en general. Sus lectores, oyentes y espectadores, sin duda, se lo agradecerán y las enfermeras también.
Espero que esta reflexión no tenga el mismo destino que suelen tener las cartas que se les remiten… el olvido cuando no la papelera.
Esta relación de los medios de comunicación con las enfermeras se podría catalogar de maltrato informativo y a lo mejor alguien debería establecer una medida de alejamiento preventivo hasta que los maltratadores se reeduquen y sepan convivir de nuevo con las enfermeras de manera que no les hagan daño.