SEXENIO DOCENTE Docencia y decencia, pese a quien pese

            La ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y la Acreditación) se ha reunido recientemente con el Ministerio de Universidades y la CRUE (Conferencia de Rectores de Universidades de España), para desarrollar e implantar un sexenio docente.

Dicen que nunca es tarde si la dicha llega. Y digo esto porque ha sido la docencia la que ha tenido que esperar hasta ahora para que se reconozca su excelencia. Previamente lo habían hecho la investigación y la transferencia, con lo que con la docencia se cierra el círculo.

            La docencia que, pese a quien pese, porque parece que le pese a más de una/o, es la principal razón de ser de la Universidad, ha tenido que esperar hasta ahora para que se incorporara en el circuito de la Calidad y la Acreditación.

            La investigación y la transferencia, por este orden, ya tenían sus “sexenios” y con ellos, paradójicamente, se permite reducir la carga docente de quienes los alcanzan. Es decir, acreditar investigación y transferencia permite liberarse de docencia. Falta por ver si conseguir un sexenio docente liberará también de carga docente, lo que sería el colmo de la contradicción. Difícilmente lo podrá hacer de investigación y menos aún de transferencia, ya que no existe asignación concreta como sucede con la docencia. Y lo es por múltiples razones. Para empezar, se habla de carga docente, que según la RAE es la “Obligación aneja a un estado, empleo u oficio”, pero también “aflicciones del ánimo”, es decir, que la docencia se convierte en una obligación que puede generar aflicción de ánimo, lo que tal vez sea la principal razón por la que la investigación y la transferencia pueden liberar de dicha carga a los docentes, algunos de los cuales, cada vez lo son menos, dada su poca carga y posiblemente su menor aflicción. Y es que, por ejemplo, no se habla en ningún momento de carga de Investigación o Transferencia, lo que hace presuponer que no generan aflicción y que tampoco son una obligación.

            Así pues, resulta paradójica e incluso contradictoria esta evaluación de la calidad y la acreditación, pues las ponderaciones realizadas no son proporcionales ni proporcionadas a lo que es o debería ser la actividad Universitaria de los denominados con el acrónimo de PDI (Personal Docente e Investigador), que cada vez parece que tengan que ser más investigador y menos docente.

De tal manera que la docencia seguirá siendo el patito feo de la Universidad, aunque se quiera reconocer ahora con la creación del sexenio.

En cualquier caso y a la espera de que los expertos concluyan el diseño del denominado sexenio docente, que se incorporará al laberinto acreditativo en el que están inmersos todos los PDI, difícilmente su incorporación al mismo contribuirá a una mejora de la docencia, dado que existirá un claro desequilibrio entre lo que, la acreditación a la investigación y la transferencia “roban” de docencia y lo que la docencia puede aportar de calidad a la misma, que seguirá siendo una carga.

La acreditación investigadora y de transferencia ya eran claros distractores de la actividad académica, al exigir una intensa atención del PDI para lograr el producto exigido para su acreditación, en la que se incorporan claros y dudosos, éticamente hablando, intereses mercantilistas a los que alimenta la Universidad con dichas exigencias. Esperemos que el nuevo sexenio docente no se incorpore como coadyuvante de los anteriores y con ello al empobrecimiento de la docencia que es lo que se quiere acreditar. Por otra parte, falta saber si el sexenio docente requerirá, como sucede con el de transferencia, la exigencia de contar con un sexenio previo de investigación, como si fuesen incompatibles. O que incluso puede que se exija tener sexenios previos de investigación y transferencia para poder optar a uno de docencia, aunque se cuente con los méritos necesarios para ello. Todo puede pasar, aunque no existan argumentos de peso que sustenten la decisión. Pero las barreras, siguen poniéndolas los mismos de siempre para proteger su hegemonía, pese a quien pese.

            Centrándome en la realidad universitaria de enfermería, las enfermeras llevamos integradas en la Universidad casi 45 años. En este recorrido en el que hemos tenido barreras incomprensibles que nos impedían avanzar en el desarrollo académico e investigador, nuestra principal dedicación se centraba en una docencia de excelencia que no era ni reconocida ni reconocible para los estamentos académicos. Barreras que idearon, levantaron y mantuvieron los mismos que tras su eliminación planificaron e implementaron los criterios exclusivos y excluyentes, biomédicos, positivistas y racionalistas que rigen la acreditación investigadora en la Universidad, huyendo de un modelo inclusivo, integral y transversal en el marco de las ciencias de la salud de las que, no tan solo, no se sienten parte, sino que rechazan frontalmente, pese a quien pese.

Finalmente, el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) nos liberó de las barreras que nos impedían acceder a estudios de máster y de doctorado, que son los que habilitan para la investigación. Estamos hablando del año 2010, es decir hace 10 años.

Coincidiendo con este nuevo EEES, y con el fin de cumplir con el objetivo de garantía de verificación de la calidad del sistema universitario, la Ley Orgánica de Universidades crea la ANECA, que implementa los sexenios de investigación. Las enfermeras docentes, a partir de ese momento, se rigen por idénticos criterios de evaluación investigadora que cualquier otro docente en la Universidad. A pesar de que tuviesen limitado su pleno acceso a la investigación hasta ese momento, situándolas, de nuevo, en una complicadísima situación para asimilarse a docentes/investigadores con un recorrido muchísimo mayor y, por tanto, con una clara desventaja a la hora de cumplir con los criterios de una supuesta igualdad de oportunidades que, si bien es cierto, es lo que corresponde, no es menos cierto que dicha igualdad tan solo se obtiene, para las enfermeras, a partir de ese momento. Ni la preparación, ni las condiciones, ni los accesos, ni las oportunidades, fueron las mismas para todos y, a pesar de ello, las enfermeras tuvimos que asumir los criterios y adaptarnos a su exigencia para lograr unos sexenios que se convirtieron en santo y seña de la excelencia universitaria en detrimento, se quiera admitir o no, de la excelencia docente.

La ANECA, nunca consintió establecer criterios diferenciados, aunque fuese de manera temporal, para lograr superar los claros desequilibrios entre quienes llevaban decenas de años con plena capacidad investigadora y quienes, como las enfermeras, tan solo pudimos incorporarnos a ella decenas de años después. No se trataba de un trato de favor, sino tan solo de una discriminación positiva ante la clara desventaja y desigualdad con la que partíamos.

Por lo tanto, nuestros sexenios, los de las enfermeras, pese a quien pese de nuevo, tienen un valor añadido que, aunque nunca va a ser reconocido es patente y debe ser, cuanto menos, identificado y reconocible.

Retrocediendo a la implementación del EEES y lo que el mismo suponía de cambio en la metodología y el paradigma docente existente hasta entonces en la Universidad, supuso un reto para todo el PDI. Pero, sin duda, las enfermeras docentes universitarias se adaptaron de manera mucho más eficaz al mismo que la mayoría de las/os docentes de otras disciplinas. Entre otras cosas, porque las enfermeras llevábamos aplicando dicha metodología desde que nos incorporamos a la Universidad ya que trasladábamos nuestro paradigma enfermero integral, integrador y participativo en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Sin embargo, dicha adaptación y excelencia nunca ha sido reconocida al no existir, hasta la fecha, ningún criterio que permitiese hacerlo, como parece que ahora, diez años después de implementado el EEES, se quiere hacer. Falta saber si esos criterios formarán parte del sexenio para que pueda ser además de docente, decente.

Mientras nosotras nos dedicábamos a dar sentido al EEES otros se empleaban a fondo por reunir méritos de investigación que les descargaban de una carga, la docencia, en la que, en muchas ocasiones, ni creían ni aceptaban, lo que nos separaba claramente de las oportunidades de una carrera académica en la que, lamentablemente, no hemos podido llevar la misma velocidad que otras disciplinas.

Llegados a este punto, nos encontramos con una situación verdaderamente compleja para las enfermeras en la universidad. Por una parte, porque el acceso a la Universidad, a parte de complicado, no ofrece unas condiciones retributivas que permitan competir con las que ofrece, por ejemplo, el sistema sanitario. Por otra porque la carrera académica sigue manteniendo importantes desigualdades de oportunidad lo que limita las posibilidades de acceso a determinados puestos, provocando que profesionales de otras disciplinas se incorporen como docentes, aunque no tengan las competencias profesionales exigibles, y, sin embargo, no exigidas para ello.

El resultado es, por tanto, muy desalentador, al difuminarse hasta prácticamente la invisibilidad la aportación enfermera en los estudios de Enfermería, lo que provoca un clarísimo deterioro de la docencia y de la decencia y por tanto de la formación de enfermeras.

Desconozco si estas circunstancias van a ser, no ya valoradas sino tan siquiera identificadas, por las/os expertas/os que van a establecer los criterios de este nuevo sexenio docente. No hacerlo supondrá un grave riesgo para los estudios de Enfermería que acabarán siendo impartidos por profesionales, seguro que muy válidos en sus disciplinas, pero absolutamente inhabilitados para formar a las enfermeras que la sociedad necesita.

Sería un error pensar que este es un problema de las enfermeras. Porque este es un problema social, sanitario, académico, político y de salud que debe ser analizado, evaluado y tratado para evitar que las enfermeras dejen de ser profesionales de los cuidados y se conviertan en enfermeras tecnológicas que, pese a quien pese de nuevo, no es lo que necesita la sociedad actual y mucho menos la que nos va a dejar la COVID 19.

Ahora toca movilizarse para que no nos pase como con los sexenios de investigación. Porque si nos descuidamos de nuevo las/os expertas/os, entre las que difícilmente habrá enfermeras, amoldarán los criterios del sexenio docente sin tener en cuenta, de nuevo, la singularidad enfermera que, pese a quien pese, existe.

Pero no dudemos de que habrá quienes digan que este planteamiento es una prueba más de que no sabemos adaptarnos a la dinámica de la Academia y que tan solo sabemos llorar.

Pues no. Me niego a que identifiquen la justa y necesaria reivindicación que supone el reconocimiento de la docencia enfermera, como una simple pataleta. Hace tiempo que las enfermeras hemos demostrado, en condiciones muy desiguales, que somos capaces de situarnos en idéntico o superior nivel que el de cualquier otra disciplina, pero no es de ley que tengamos que seguir haciéndolo a expensas de un claro y excesivo sacrificio personal. Nos han situado en una falsa igualdad que ha limitado hasta su desaparición la equidad.

A lo mejor hace falta crear un sexenio de equidad universitaria, aunque ello acabase con una de sus principales señas de identidad, la endogamia.