PANDEMIA Y ENFERMERAS. ¿CANTIDAD O CALIDAD?

Cuando un nuevo estado de alarma acaba de ser decretado e inmortalizado en el que se ha convertido en referente bibliográfico de la pandemia, el BOE, me asaltan dudas sobre muchos aspectos, comportamientos, afrontamientos y planteamientos llevados a cabo, individual y colectivamente, como consecuencia de este ataque vírico. Y de cómo las enfermeras estamos afrontándola.

El primer estado de alarma, y el confinamiento que le acompañó, supusieron un antes y un después en la convivencia, no ya de nuestra sociedad como colectividad comunitaria, sino incluso en la convivencia familiar, laboral, política… Inicialmente fue, como una novedad, como una experiencia, como una aventura, que no sabíamos bien ni a qué se debía, ni a dónde nos conducía. Actuamos un poco como autómatas ante una orden. Ni conocíamos el virus, más allá de su nombre, COVID 19, ni cómo se comportaba, ni cómo se combatía, por lo que entendimos que era bueno que le intentásemos dar esquinazo quedándonos en casa, en vista a como se las gastaba.

Ese reagrupamiento familiar obligatorio se entendió incluso como una oportunidad de convivencia que la inercia de la normalidad perdida no nos permitía habitualmente. Otra cosa es si estábamos preparados para ello.

Pero para algunas/os supuso justamente todo lo contrario, una angustia permanente ante la proximidad con el contagio, la enfermedad y la muerte, sin tregua posible y con la presión de ser identificadas/os como heroínas/héroes, cuando se sabían humanas/os y sobre todo mortales. Las/os profesionales de servicios esenciales tuvieron que renunciar, al menos en apariencia, a sus miedos, temores, reservas, dudas… para hacerse fuertes a pesar de perder energía, valor y entereza en una hemorragia constante de emociones y sentimientos no siempre posibles de contener.

Los aplausos diarios desde los balcones pretendieron ser un suero revitalizador del ánimo, aunque más allá de la voluntad popular, realmente servían de bien poco ante una avalancha tan inmensa como mal gestionada en la que las carencias dejaron paso a las deficiencias y las deficiencias a las consecuencias de las mismas que hacían presagiar un naufragio, mientras se trataba de achicar agua con dedales.

El inicial consenso político, por otra parte, pronto se interpretó como flaqueza de quien lo posibilitaba y como fortaleza para quien lo pedía, por lo que pronto se transformó en cólera, envidia, menosprecio, egoísmo… con los que armar el discurso político y convertirlo en exabrupto oral con la que combatir a quien tenía la responsabilidad de contener la pandemia, como si no hubiese un mañana.

La cohesión territorial dio paso a la confrontación disfrazada de rancio y vulgar patriotismo con el que combatir, precisamente a la Patria, que se desangraba en un torrente de muertes que nadie podía, sabía o quería contener, preocupados como estaban en sus cuitas inmaduras, cínicas y criminales, desde las que se pasaban los muertos de un bando a otro, mientras las familias les lloraban desde la soledad de un aislamiento impuesto que cada vez se hacía menos comprensible y más inhumano.

Los científicos trataban de ponerse de acuerdo mientras los pseudocientíficos aprovechaban la confusión para hacer su agosto particular en redes sociales y en los medios de comunicación que daban pábulo a su locuaz verborrea oportunista y acientífica.

Y a pesar de todo, el confinamiento, se demostró eficaz, aunque no eficiente ante las evidentes consecuencias económicas que, finalmente, fueron quienes impulsaron una desescalada deseada pero tan precipitada como mal gestionada con el vano objetivo de revertir al alza la curva económica como se había hecho a la baja con la de la pandemia.

Pero el virus, que no entiende de economía, aunque la ataque directamente, siguió en su proceso de contagio facilitado por unas medidas de recuperación de la normalidad que tan solo obedecían a criterios económicos en un periodo estival que pretendió recuperar el pulso perdido del turismo. Tan solo era cuestión de tiempo que las consecuencias de tales decisiones se hiciesen patentes.

El supuesto control de la pandemia por parte de las autonomías, una vez levantado el estado de alarma, tan solo sirvió para generar diferencias territoriales en el citado control y una actitud contemplativa por parte de la administración central con consecuencias que todas/os conocemos. Las tensiones políticas, derivadas del oportunismo, no hicieron sino empeorar la situación tanto sanitaria como social, económica y política.

Y, el tiempo, efectivamente se encargó de desmontar la falsa normalidad incrementando de nuevo la curva que tanto costó revertir, hasta llegar al punto de pasar de curva a una vertical ascendente que ha obligado a un nuevo y prolongado estado de alarma, en este caso para instaurar un toque de queda que el Presidente del Gobierno prefiere que se denomine “Restricción de movilidad nocturna”, para evitar analogías con el pasado. Lo que no deja de ser curioso cuando se empeñaron, al inicio de la pandemia, en establecer una analogía bélica que ahora se resisten a mantener. Restricción que pretende mantener la actividad económica, al menos de gran parte del tejido productivo, y reducir las actividades lúdicas, tanto las legales como las alegales o ilegales, asociadas fundamental y torpemente a la juventud y al ocio nocturno, sin hacer mayores análisis de por qué sucede. Lo importante es identificar y señalar culpables.

Falta ver si dicha restricción de movilidad nocturna es capaz de que la recta ascendente se torne en curva descendente o si por el contrario se siguen manteniendo cifras preocupantes de contagio y muertes.

Y en medio de este galimatías de gestión política-económica-sanitaria, seguimos asistiendo a esperpentos como, la actividad y organización de la Atención Primaria de Salud; la construcción efectista y descabellada de Hospitales; la renuncia a iniciar reformas inmediatas en el SNS; el abandono de la atención a personas con múltiples problemas de salud por no tener COVID 19; la irritante visión exclusivamente medicalizada de la pandemia; la ceguera ante la vulnerabilidad; la contradicción en las decisiones; la ausencia de planificación en favor de la ocurrencia puntual y oportunista; la negativa a dialogar; la resistencia a la participación comunitaria; la politización de la gestión apoyada, cuando no impulsada, por los medios de comunicación en un antagonismo político tan innecesario como irresponsable; la gestión irracional de las/los profesionales que cada vez son considerados más recursos que personas; la exclusión sistemática e incomprensible de profesionales de otros sectores al margen de la salud; la utilización interesada de las sociedades científicas; las ruedas de prensa mediáticas y estandarizadas para que parezca que se hace algo; la obsolescencia de las decisiones en función de los intereses de cada momento; la mutación política, que es tan letal o más que la vírica, que ofrece muestras de insensatez, hipocresía, cinismo, oportunismo… hacen de la pandemia un caldo de cultivo idóneo para la crispación, el desencuentro, la mediocridad, la conspiración, el efectismo, la inacción… con que aderezar la toma de decisiones sin criterios claros, ni proporciones debidamente ponderadas, que acaban por estropear cualquier resultado esperado y deseado.

Y por si faltaba algo, en este totum revolutum, hay quienes aprovechan para significarse a través de huelgas que, más allá de legítimas reivindicaciones, no tienen cabida, ni ética ni estética, en estos momentos. Haciendo gala de la “médicocracia y mediocricracia”[1] reinante, con planteamientos totalmente manipulados y manipuladores para intentar aparecer ante la ciudadanía como mártires. Actitudes que, sin querer o queriendo, están haciendo crecer la sanidad privada como nunca antes lo había hecho, lo que priva a muchas/os ciudadanas/os de una Sanidad Pública fuerte y de excelencia real y no tan solo de discurso político interesado y oportunista. Así pues, corremos el riesgo de ir hacia una Sanidad Pública para pobres, beneficencia, y otra Privada para ricos.

Todo lo cual conduce a que la mayoría de las/os profesionales sanitarios en general y las enfermeras en particular observen con perplejidad como todo su esfuerzo acaba perdiéndose en un cesto cuyos mimbres no están preparados para ello, lo que contribuye al hundimiento de nuestro Sistema Sanitario.

Pero tampoco podemos, ni debemos, quedar al margen del desastre. Las/os profesionales sanitarias/os en su totalidad y en concreto las enfermeras, han sido fundamentales en diferentes fases de la pandemia y muy especialmente en los inicios de la misma, cuando incluso se les llegó a otorgar poderes sobrenaturales que les convertían en falsas/os heroínas/héroes. Pero, bien por cansancio, bien por hartazgo a tanta irresponsabilidad, bien por cierta relajación, bien por saturación, lo cierto es que la respuesta que se está dando a esta segunda fase es, cuanto menos, mejorable y no tan solo imputable a gestores o políticos.

Pretender que las respuestas profesionales y con ellas las soluciones a los problemas de salud y las situaciones que los mismos generan en las personas, las familias y la comunidad, tengan que venir siempre desde el “exterior” en base a órdenes, disposiciones, circulares, recomendaciones… es tanto como asumir la incapacidad absoluta en la toma de decisiones y, por tanto, la ausencia de competencia, autonomía y responsabilidad.

Ampararse permanentemente en que “no me dejan hacer”, “no tengo tiempo”, “esto no me toca”, “eso no me lo han dicho”…es incorporar nuestra competencia profesional a la ética de mínimos, reducir la responsabilidad a la ejecución de tareas, simplificar el conocimiento a un protocolo o guía en el que ni tan siquiera se ha participado, llevar las evidencias científicas al ámbito de la inercia sistemática de la repetición, sustituir el pensamiento crítico por la obediencia debida. En definitiva, incorporarse en la corriente de la mediocridad, la inacción, el conformismo y la apatía crónica, o lo que es lo mismo, en un claro retroceso en el camino del desarrollo académico-profesional que nos lleva a una posición tecnológica alejada, no tan solo de la ciencia, sino de la humanización.

Pero, la pandemia, ha dejado al descubierto deficiencias no tan solo en el Sistema Nacional de Salud, muy graves, por cierto, sino también en el Sistema educativo y muy particularmente en la urgente necesidad de revisar los actuales planes de estudio de Enfermería con contenidos obsoletos y que no responden a la realidad social y profesional actual, las metodologías utilizadas, el sistema de prácticums, las figuras docentes e investigadoras, la relación con la actividad asistencial… que son el germen de lo que posteriormente acaban siendo las enfermeras cuando son absorbidas por un sistema caduco, medicalizado, paternalista, asistencialista y muchos “istas” más en el que nos incorporamos con esa absurda inercia de la negación y el mal entendido estado de confort de una plaza en propiedad.

Todo ello en una sociedad inerte, irreflexiva, pasiva, individualista e insolidaria, que aplaude con vehemencia la mediocridad de quien se enriquece con la corrupción, la corruptela o el simple populismo televisivo o social, mientras las/os científicas/os, profesionales competentes y comprometidas/os, investigadoras/es de primer nivel… malviven o tienen que emigrar para poder desarrollar sus capacidades y competencias ante la falta de reconocimiento.

Una sociedad que sitúa a los mediocres en puestos de responsabilidad política por el simple hecho de estar tras unas siglas políticas o de utilizar un discurso populista y mesiánico repleto de mentiras, engaños y despropósitos, que provocan la anestesia social e impide la reacción y la acción necesarias para movilizar conciencias, pensamientos e ideas, que previamente se han encargado de secuestrar haciéndoles creer que la democracia se reduce a votar cada 4 años.

Realmente la COVID 19, es mucho más que el contagio y lo que el mismo supone físicamente. Sería conveniente que pensásemos que estamos haciendo individual y colectivamente para tratar de recuperar una normalidad que sin ser ideal al menos nos permitía vivir y convivir, y no tan solo subsistir.

Como enfermeras, podríamos y deberíamos recuperar el espíritu de los años previos a la entrada en la Universidad si no queremos que pronto se pueda plantear nuestra salida de la misma. Recuperar lo que significa ser y sentirse enfermera y hacerlo patente con nuestra actitud, nuestro posicionamiento y, sobre todo, nuestros cuidados profesionales.

Porque, si las enfermeras no trabajamos por nuestros sueños, alguien nos mandará para que trabajemos por los suyos[2].

Finalmente y posiblemente, la cuestión no sea cuántas enfermeras faltan, sino qué enfermeras son las que hacen falta.

¿O es que estamos esperando también una vacuna para esto?

[1] Médicocracia: Puestos de responsabilidad en el Sistema Sanitario adjudicados exclusivamente en función de la pertenencia a la disciplina médica.

Mediocricracia: Puestos de responsabilidad adjudicados en función al nivel de mediocridad de quienes los ocupan.

[2] Adaptación de una frase de Steve Jobs: “Si tú no trabajas por tus sueños, alguien te contratará para que trabajes por los suyos”