AGEUSIA Y ANOSMIA EN EL AÑO DE LAS ENFERMERAS Y MATRONAS

La pandemia, que mantiene viva la atención de todo y de todos, vino a instalarse justo cuando la OMS había declarado 2020 como el año de las enfermeras y las matronas en todo el mundo y en el marco de la campaña Nursing Now.

            Cuando no se llevaban ni tres meses del que estaba a ser llamado un año de referencia, visibilidad y reconocimiento de las enfermeras, la COVID 19 eclipsó de manera total cualquier posibilidad de celebración.

            A los contagios, la enfermedad, los confinamientos, las medidas de seguridad, la muerte… se unieron las consecuencias económicas, sociales, políticas, que sumieron a los países de todo el mundo en una carrera por la supervivencia y la lucha contra la pandemia.

            Y en medio de esta figurada contienda que algunos quisieron trasladar al ambiente bélico como si del rodaje de una película se tratase, emergieron con fuerza las figuras de los profesionales sanitarios en general y muy particularmente el de las enfermeras.

            Desde un confinamiento forzoso y forzado la ciudadanía adoptó como propia la denominación de héroes y heroínas que a alguien se le ocurrió correspondía a quienes combatían en primera línea contra el virus en condiciones no siempre seguras para su propia seguridad. A la desafortunada denominación se unió la escenificación de fervor y reconocimiento verpertina de los aplausos desde los balcones o ventanas, que sin querer quitar el significado que se pretendía otorgar a los mismos, acabó convirtiéndose en una sistemática forma de reunión vecinal en la que se intercalaban representaciones musicales, deportivas, corales… en un intento por paliar los efectos de un confinamiento tan largo como pesado de soportar. De tal manera que realmente ni las capas ni los aplausos lograban trasladar lo que verdaderamente necesitaban las/os profesionales que eran equipos de protección, planificación de las acciones, refuerzos de personal, decisiones coherentes, evidencias científicas y menos ocurrencias y disputas políticas en las que, muchas veces, eran utilizadas/os como arma arrojadiza o parapeto de sus mediocres discursos e intenciones.

            El tiempo de confinamiento dio paso a una esperada, anunciada, deseada y precipitada desescalada que fue la antesala de nuevos contagios y la aparición, tras una tan artificial como mentirosa normalidad turística-estival, de una segunda ola dispuesta a dejar claro que la pandemia ni se había acabado ni tenía intención alguna de hacerlo. Una vez más las/os profesionales sanitarias/os tuvieron que redoblar sus ya mermados esfuerzos para hacer frente a las nuevas acometidas del virus, aunque ya desprovistos de su condición artificial y artificiosa de heroicidad y sin reconocimiento vespertino en forma de aplauso colectivo.

            En esta nueva situación las luchas políticas, tanto nacionales como entre territorios autonómicos, vinieron a desviar la atención del campo de batalla en el que realmente se libraba esa hipotética guerra entre las/os profesionales y el virus, para situarlo en los espacios políticos en donde se debería intentar hacer frente común a la pandemia, pero que se convirtieron en circos de varias pistas en las que siempre había lugar para la sorpresa, el desconcierto y como no para las payasadas de nuestros representantes populares tanto en forma presencial como virtual. Tanto éxito tuvo que incluso el celebérrimo y aplaudido Cirque du Soleil anunció su cierre al no poder resistir la competencia. Los medios de comunicación, mientras tanto, sufrían de infodemia dada la excesiva información generada por el virus de la que no saben o no quieren eliminar bulos, rumores, mentiras… que se incorporan como ingredientes imprescindibles de sus mediáticos espacios en una carrera alocada por lograr audiencias, lo que provoca incertidumbre, alarma y distorsión de una realidad en la que resulta muy complejo identificar las fuentes fiables de las que no lo son y en la que las enfermeras seguimos sin ser conocidas, percibidas ni reconocidas, más allá de algunos conflictos laborales.

En esas pistas circenses, por tanto, se representan de forma simultánea las comparecencias de quienes, en principio, son los representantes y expertos oficiales de los poderes públicos, las de quienes se encargan de tirar “pasteles” a estos y las de los periodistas espectáculo que a modo de domadores tratan de calmar a las “fieras” que sitúan en sus jaulas televisivas, radiofónicas o, en menor medida, de la prensa escrita, para, entre rugidos y zarpazos imponer su fuerza aunque la misma esté exente de argumento alguno. El resultado es el miedo, la incertidumbre, el bloqueo la descalificación interesada y la identificación de culpables repartida entre decisores políticos y colectivos sociales para que la población confundida arremeta contra unos y otros, favoreciendo la estigmatización de determinados grupos sociales y con ella la confrontación que lo único que logra es dificultar las medidas de prevención de la COVID. Todo ello al margen de la participación activa de la comunidad a través de sus representantes o líderes.

            En todo este panorama de confusión y espectáculo lamentable, las/os otrora heroínas/héroes, han pasado a ser villanas/os y la presión de una situación que no logra ser controlada provoca cada vez más desconfianza hacia ellas/os como si fueran las/os culpables, cuando son tan víctimas o más que el resto de la ciudadanía.

            El año se agota y con él la vana esperanza de que el que estaba destinado a ser el de las enfermeras y matronas deje algo más que deseos incumplidos, visibilidad oculta, reconocimiento puntual y desigual, confusión y muchas incertidumbres.

            Sin embargo, nadie ni nada va a poder ocultar, aunque no se pueda celebrar, la gran aportación que a la salud de la comunidad han venido realizando las enfermeras en todo momento, circunstancia, ámbito o escenario en los que han desarrollado sus competencias y prestado sus cuidados profesionales. Muchas son las experiencias, vivencias, recuerdos, agradecimientos… de quienes, en medio del sufrimiento de la enfermedad y el aislamiento, han sabido reconocer su valiosa aportación sin saber que este era o no su año. Lo que verdaderamente quedará en su recuerdo es la atención integral más allá de su contagio, el contacto de la mirada como única forma de hacer efectiva esa atención próxima y humanizada, la permanente compañía en ausencia de la que deseaban tener y se les negaba, las palabras de empatía como parte de un cuidado tan necesario como deseado, la escucha activa a sus necesidades y demandas, la sonrisa que era capaz de traspasar la mascarilla, la experiencia reflejada en sus intervenciones, la ciencia acompañando sus decisiones.

            Pero ni el año dedicado ni la dedicación de las enfermeras en esta pandemia han logrado ser percibidos por parte de gerentes de instituciones de salud quienes tan solo las identifican como recursos humanos necesarios, aunque no valorados; por decisores políticos que simplemente las ignoran; por las/os periodistas que ni saben ni tienen intención de saber lo que son y hacen más allá de situarlas a la sombra de la única figura que identifican y visibilizan en un mundo de enfermedad, sanidad, tecnología, asistencia, hospitales y curación, como únicos escenarios o conceptos conocidos y reconocidos, dada la ageusia y la anosmia que padecen a pesar de no estar infectados por el virus.

            Se trata de una pérdida del sabor y el olor como metafórica percepción de los valores y las aportaciones profesionales específicas de las enfermeras.

            Puede parecer, que tengan poco que ver el olfato y el sabor como sentidos relacionados con la percepción de las enfermeras. Sin embargo, considero que nada más lejos de la realidad. Porque me van a permitir que les diga, y espero coincidan conmigo, que la empatía, la escucha activa, la compañía, la cercanía, la experiencia, la ciencia, tienen olores que nos permiten identificarlos y que, no necesariamente, van a estar ligados a aromas concretos. Pero que huelen de una manera específica que permite identificarlos y valorarlos. Posiblemente de ahí venga el dicho de “tener olfato”.

Y si no, fíjense en estas palabras escritas por Isabel Allende: Catalogaba a la gente a través del olfato: Blake, su abuelo, olía a bondad, una mezcla de chaleco de lana y manzanilla; Bob, su padre, a reciedumbre: metal, tabaco y loción de afeitar; Bradley, a sensualidad, es decir, a sudor y cloro; Ryan Miller olía a confianza y lealtad, olor a perro, el mejor olor del mundo. Y en cuanto a Indiana, su madre, olía a magia, porque estaba impregnada de las fragancias de su oficio[1].”

El gusto, por su parte, está vinculado al olfato, a lo que percibimos a través de él. Y hablaba de la importancia de percibir y diferenciar los olores de las acciones y aportaciones enfermeras que si se combinan con el poder del gusto se pueden diferenciar múltiples matices en la percepción de las enfermeras, como el sabor aplicado a un ambiente o sentimiento. Y de esa manera se tiene la oportunidad de reconocer el sabor del cuidado.

Pero que nadie se lleve a engaño. Esto no es la simplicidad de la compañía, de lo cotidiano, de lo doméstico, que es donde siempre han querido situar a los cuidados mediatizados por el desarrollo científico positivista, que propició una fundamentación de la división sexual del trabajo extrapolado del núcleo familiar.

Por lo dicho, saber identificar los olores y los sabores de las acciones y las aportaciones de las enfermeras es una forma, entre otras muchas, de valorarlas, reconocerlas, visibilizarlas por lo que son y hacen y no por lo que otros determinan y confundirlas por lo que no son ni representan.

Por lo tanto, las enfermeras, no están ligadas tan solo a una interpretación, un estereotipo o un tópico, sino que forman parte, como dijo Susan Sontag[2] de la inteligencia, que es realmente una especie de sabor: el gusto por las ideas y los conocimientos, que se transforman en ciencia, la ciencia enfermera.

            Tan solo nos cabe desear y esperar que la vacuna que se anuncia salvadora no tan solo acabe con la pandemia de la COVD 19 sino que pueda acabar también con las pertinaces ageusia y anosmia, entre otras destacadas carencias sensoriales, de quienes las padecen y que les impide conocer y reconocer a las enfermeras, o lo que es peor, les impide identificar y valorar los cuidados profesionales que prestan y que resultan imprescindibles en este escenario de cuidados que la pandemia va a dejar tras su fatídico paso.

            Si esto se produjese, la pérdida del año de las enfermeras y las matronas por efecto de la pandemia, habría que darlo por bueno dado que cuanto menos empezaríamos a ser percibidas, identificadas y valoradas por nosotras mismas y nuestros cuidados.

            La denominación de un hospital, al margen de polémicas e incapacidades políticas y de gestión, con el nombre de “Enfermera Isabel Zendal”, tiene que ser el principio de una naturalización en el reconocimiento y valoración de quienes dedican sus cuidados profesionales al mantenimiento, recuperación o rehabilitación de la salud de personas, familias y comunidad.

            Sería bueno que se empezasen a identificar los olores y los sabores de los cuidados profesionales enfermeros y de quienes los prestan, las enfermeras.

[1] Isabel Allende. El juego de Ripper. Plaza y Janés 2014.

[2] Susan Sontag (nacida como Susan Rosenblatt, Nueva York, 16 de enero de 1933-ibídem, 28 de diciembre de 2004). Escritora, novelista, filósofa y ensayista, así como profesora, directora de cine y guionista estadounidense.

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