FELICIDAD Y SALUD Las enfermeras y los cuidados

A Ángela Sanjuán Quiles

Por ponerle corazón a su felicidad y salud y compartirlas con los demás

 

                                                                                 “Escuché una vez una definición: La felicidad es salud y mala memoria ¡Ojalá lo hubiera oído antes!, porque es muy cierto.”

Audrey Hepburn [1]

 

La felicidad es un concepto, valor, sentimiento, estado de ánimo… que como la salud no pueden ser identificados, definidos, ni mucho menos valorados de manera unívoca. Son tantos los factores de índole social, económica, personal, cultural, educacional… que influyen en la construcción de la felicidad y la salud y en cómo se manifiestan, viven o influyen en la vida de las personas que tratar de aunarlos en una sola visión o planteamiento los desvirtuaría.

La felicidad, además, se asocia de manera muy íntima a la salud, al entender que no es posible ser feliz sin tener salud o que el hecho de tener salud es fundamental para ser feliz. De ahí, posiblemente, que se mente a la salud como la mejor respuesta a no tener suerte en la lotería, por ejemplo, o que siempre se diga que lo verdaderamente importante para ser feliz es tener salud. Sin embrago el hecho de que exista una relación tan estrecha entre estos dos conceptos, tan diversos como interpretables, hace muy complejo el influir, actuar o intervenir en una atención que promocione, mantenga o restablezca cualquiera de las dos.

Sería pretencioso por mi parte, y está fuera de mi intención, plantear si quiera cómo influir sobre la felicidad, que ha sido objeto permanente de análisis por parte de filósofos a lo largo de la historia. Pero sí que pretendo reflexionar sobre si los cuidados enfermeros pueden o deben contribuir tanto a la salud de las personas como a la forma en que esta puede influir en que sientan o perciban su propia felicidad, más allá de la retórica popular a la que aludía antes.

A partir de aquí, me planteo si realmente identificamos, conocemos, nos creemos, lo que son los cuidados profesionales y si estos tienen entidad propia enfermera para aportar un valor intrínseco a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad a las que atendemos en cualquier ámbito que vaya más allá de la asistencia sanitarista.

Porque si los cuidados tan solo son una etiqueta más con la que catalogar nuestra actuación profesional; sin que aporten una identidad definida propia; sin que supongan un valor en el que creer y por el que estudiar, investigar, trabajar e incluso luchar; sin que seamos capaces de que los mismos se relacionen de manera inseparable y exclusiva al hecho de ser enfermeras; sin que supongan algo que ocultar por considerarlo menor, los cuidados pierden sentido y con ello pierde sentido la propia enfermería y por derivación, ser enfermera. Y al perder sentido aquello que nos debiera hacer sentir orgullosos, resulta muy difícil, por no decir imposible, que seamos capaces de cuidar profesionalmente las necesidades sentidas de las personas.

Porque una cosa es prestar asistencia, creyendo o queriendo convencernos y convencer, que se prestan cuidados desde la misma y otra bien diferente que eso realmente sean cuidados profesionales. Realizar la cura de una úlcera sin tener en cuenta la persona que la padece, la familia en la que se integra y la comunidad a la que pertenece, sin preocuparse por cómo se siente ella o su familia, sin identificar las posibles barreras de su hogar, sin valorar los recursos personales, familiares, sociales o comunitarios que pueden ayudarle a afrontar autónomamente su problema, sin conocer en qué medida está influyendo en el desarrollo de su vida personal, familiar, laboral o comunitaria, sin preocuparse por sus necesidades o demandas… tan solo centrando el interés en qué apósito, pomada, vendaje… se van a utilizar con el objetivo exclusivo de que la úlcera cicatrice cuanto antes e incluso que dicho resultado pueda ser de interés para incorporarlo a un estudio sobre la eficacia de tal o cual producto, en ningún caso puede ser considerado como cuidado profesional enfermero, por excelente que sea el resultado obtenido en la resolución de la úlcera. Hacerlo es engañarnos a nosotros mismos, o lo que es peor, creer que eso es y significa cuidar y engañar a quienes asistimos, aunque pretendamos hacerles creer que les atendemos. Aportar exclusivamente soluciones técnicas a los problemas de las personas es despreciar las necesidades que se derivan de los mismos situando su abordaje tan solo desde el enfoque racionalista y, por tanto, no sabiendo qué hacer realmente con la técnica. Técnica que, formando parte de nuestra existencia, al aplicarla tan solo con pericia y de manera rutinaria y mecánica, deriva en una falta de ética de los cuidados y de deshumanización que aleja nuestra atención de la imprescindible dignidad humana al no aportar los valores que generan el rasgo cuidador que nos tiene que identificar y diferenciar claramente como enfermeras.

Creer que la población a la que atendemos no sabe realmente distinguir estas diferencias es tanto como considerarla tonta. Atentar de manera tan simplista como cruel a la inteligencia colectiva, nos sitúa en una posición de absoluto desprecio no tan solo hacia ella sino hacia la profesión a la que, cuanto menos pertenecemos, aunque dudo que desde esa posición podamos decir que representamos. La ciudadanía ya sabe que somos expertos en el tratamiento de las heridas o en la aplicación de técnicas. Dan por supuesto que por eso nos han contratado en la organización en la que estamos. Pero esto nos sitúa como tecnólogos y no como enfermeras. Y como tecnólogos nuestra aportación a la salud es nula o muy limitada. Podemos mejorar la recuperación de una dolencia o lesión físicas, pero sino atendemos de manera integral a las personas que las padecen, su salud, más allá del restablecimiento de la dolencia, no la lograremos y, por tanto, no seremos ni identificados ni valorados como profesionales insustituibles de los cuidados de salud, ni tan siquiera lo seamos, posiblemente como enfermeras, sino como sanitarios.

Por lo tanto, sino somos capaces de atender a la salud de las personas, si tan solo las vemos como meros sujetos sobre los que realizar o aplicar tareas y técnicas, generalmente de manera subsidiaria o delegada, tampoco contribuiremos a que puedan ser felices.

Responder ante una duda, un temor, una incertidumbre que cualquier persona nos traslada desde la cama de un hospital o desde la consulta enfermera de un centro de salud, con un “eso ya se lo dirá el médico” es realmente demoledor, pero lamentablemente muy frecuente. La persona que recibe dicha respuesta no obtiene siquiera una mínima muestra de interés sobre cuál es su preocupación, que está ligada, seguro, a una valoración muy débil de su salud con claras repercusiones en su estado de felicidad. Nos quitarnos “el muerto de encima” derivando nuestra responsabilidad a otro profesional con la simplista y falsa justificación de plantear una competencia que no nos corresponde y, por tanto, eludiendo la responsabilidad de nuestra propia competencia. ¿No nos corresponde tratar de averiguar por qué tiene dudas, temor o incertidumbre? ¿Son dichos sentimientos competencia médica? ¿En qué se fundamenta esta creencia? ¿Realmente es lo que se les ha trasladado en las aulas? ¿Se trata de una distorsión progresiva de la realidad enfermera creada y alimentada en las instituciones sanitarias? O, ¿se trata triste y únicamente de no implicarse, de poner distancia, de huir de las emociones que afectan directamente al afrontamiento de cualquier problema de salud, de no comprometerse, de eludir responsabilidades confundiéndolas o disfrazándolas de competencias ajenas y convirtiéndonos con ello en meras ejecutoras de órdenes o indicaciones que nos eviten problemas? ¿Este es el grado de autonomía profesional que luego protestamos que no se nos reconoce? ¿Dónde situamos el sentido de los cuidados? ¿Por qué confundimos cuidados con técnicas? ¿Por qué no cuidamos al tiempo que realizamos técnicas? ¿Qué nos da miedo? ¿Qué desconocemos? O ¿Qué nos da vergüenza? La verdad es que se me plantean muchas interrogantes a las que no logro dar respuestas coherentes y razonadas, posiblemente, porque no existan y tan solo se trate de excusas para eludir la responsabilidad que emana y exigen los cuidados. Porque cuidar es complejo y difícil. ¿Quién dijo que ser enfermera es fácil? Ese es el error. Creer que ser enfermera consiste en obtener un título, confundiendo el fin con los medios y haciendo que los medios para alcanzar dicho fin dejen de tener el sentido que le otorgan los cuidados.

Por lo dicho, considero que tenemos la responsabilidad colectiva de hacer un análisis en profundidad sobre qué estamos haciendo mal en la Universidad y posteriormente en las organizaciones sanitarias. Seguir pensando que toda la culpa es de “otros” sin saber muy bien quienes son los otros o identificando a estos con el imaginario enemigo en que hemos convertido a los médicos, en gran medida, como la diana hacia la que lanzar todos los dardos de nuestra propia indefinición e inacción, tan solo nos conducirá a una irremediable y destructora indiferencia. Indiferencia de nosotras mismas con relación a lo que somos y podemos aportar e indiferencia de otros profesionales, de las/os políticas/os, de las/os gestoras/es y de la población que, es lo más triste, hacia nosotras como enfermeras.

En la Universidad, hemos caído en una especie de letargo provocado por la inercia mercantilista de la investigación que se exige como elemento imprescindible de la carrera académica, que impacta de manera clara y determinante en el alejamiento de la docencia y de lo que la misma significa en la formación de las futuras enfermeras. El sexenio se ha sacralizado como el dios al que adorar y rendir pleitesía a través de los sacrificios, en forma de publicaciones en las llamadas revistas de alto impacto, que se le ofrecen como tributo para lograr su benefactora respuesta en rituales perfectamente programados en el altar de la ANECA. Sacrificios que tienen claras consecuencias en la atención que hacia la docencia se presta por parte de las enfermeras docentes o lo que es más grave, de quienes sin ser enfermeras imparten docencia enfermera y que conduce a una, cada vez, más tecnológica aportación de los conocimientos y un abandono evidente de aquello que acaba considerándose como secundario o trivial, los cuidados, como si estos no precisasen de atención específica, especialista, especial y científica.

He querido analizar un plan de estudios para, tan solo en lo que son los títulos de las asignaturas que lo componen, identificar en cuántas de ellas aparece la palabra CUIDADOS y en cuántas la palabra SALUD.

De las 26 asignaturas obligatorias (excluidos los Prácticum), en 6 aparece la palabra CUIDAOS (23%) y tan solo en 2 la palabra SALUD (7,6%). Lógicamente esto no significa que no se pueda hacer un abordaje en profundidad de los cuidados o de la salud en el contenido de dichas asignaturas, pero no deja de ser cuanto menos preocupante su ausencia en el enunciado, como si no fuese necesario incidir en ello Desde esta interpretación queda al criterio de cada docente el incorporar y dar trascendencia a los cuidados o la salud sobre las técnicas o la enfermedad.

Es destacable, por otra parte, que el estudiantado mantenga un nivel altísimo de fascinación hacia las técnicas y la tecnología y que, sin embargo, la atención e interés que hacia los cuidados y la salud manifiestan sea poca o nula, lo que lejos de modificarse cuando llegan a los servicios en los que realizan sus prácticums, se ve reforzado cuando no aumentado, provocando una clara devaluación de los cuidados que quedan más como una pose, una etiqueta o algo totalmente secundario, sin que se sepa dar sentido prioritario, científico y riguroso a lo que significan y aportan desde la perspectiva y el paradigma enfermero, por muchos planes de cuidados que se les soliciten elaborar sin que realmente encuentren sentido a los mismos más allá de la obligación académica de hacerlos, paradójicamente además, al margen de los cuidados directos con las personas atendidas.

Pero es que, la mayoría de las especialidades enfermeras, por otra parte, tienen denominaciones que se alejan de la identidad profesional enfermera, mimetizando las de las especialidades médicas al igual que se hace con la formación de las mismas sin tener en cuenta las necesidades diferenciadas y diferenciadoras entre una disciplina y otra y, por tanto, en la forma en cómo debe ser abordada, planificada y desarrollada. Así nos encontramos con la especialidad de Pediatría en lugar de cuidados especializados del niño y el adolescente, la especialidad de enfermería en geriatría y gerontología en lugar de cuidados especializados de personas adultas mayores, o la especialidad no desarrollada de Enfermería Médico-Quirúrgica en lugar de cuidados especializados en áreas críticas, por poner algunos ejemplos, lo que sin duda invisibiliza de entrada la aportación específica enfermera, los cuidados, asimilándola a la actividad médica, reproduciendo un modelo de dependencia y subsidiariedad en lugar de complementariedad y autonomía que, lamentablemente y por mucho que se quiera negar, impregna los procesos de formación en unas unidades multiprofesionales en las que priman los criterios médicos.

Todo lo cual incide de manera directa en la salud y felicidad de nuestra profesión y disciplina y de quienes a ellas pertenecemos. Estamos faltas de salud y somos infelices, lo cual se traduce en una deficiente calidad de nuestros cuidados que sin duda impide o dificulta generar salud y contribuir a la felicidad de las personas a las que atendemos. Pero además provoca la falta de compromiso, implicación e ilusión por y para la enfermería, generando una devaluación progresiva que la sitúa en el inmovilismo y la pasividad.

Si identificamos, desde una perspectiva muy amplia, la felicidad como el hecho de tener una vida digna y buena, creo poder asegurar que los cuidados contribuyen a ella al situarse en el ámbito de la dignidad humana. Por otra parte, desde la definición de salud formulada por Jordi Gol[2] que decía que es “aquella manera de vivir que es autónoma, solidaria y gozosa”, que considero puede asimilarse a lo que es una vida buena, los cuidados, a través de la educación para la salud que empodera a las personas para lograr la autodeterminación, autogestión, autonomía y autocuidado, pueden y deben contribuir también a facilitar la felicidad de las personas. Una felicidad que como dijo Frederick Keonig[3] “Tendemos a olvidar que no viene como resultado de obtener algo que no tenemos, sino más bien de reconocer y apreciar lo que tenemos”.

Por eso, para contribuir a que las personas que atendemos se sientan sanas y felices, previamente debemos ser nosotras, las enfermeras, las que nos sintamos sanas y felices.

Para ello resulta imprescindible que las enfermeras en primer lugar nos sintamos identificadas con lo que son, representan y aportan nuestros cuidados profesionales más allá de los planteamientos teóricos, necesarios, pero no exclusivos. Los cuidados como esencia de nuestra aportación singular, exclusiva e insustituible. Abandonando la idea de que son algo menor o secundario para dejar paso al tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis que requieren. Exigiendo que impregnen todos y cada uno de los conocimientos, competencias, aptitudes y actitudes que posibilitan la construcción de la identidad enfermera desde la Universidad hasta cualquier ámbito de actuación en el que nos integremos.

Tan solo cuando seamos capaces de interiorizar esto y sentirnos orgullosas de ello, seremos capaces de convencer a las/os políticas/os para que dejen de legislar y decidir contra las enfermeras bien por ignorancia o bien por presiones externas con intereses corporativistas, partidistas y/o mercantilistas, como recientemente se ha hecho al crear una titulación de Formación Profesional (FP) vía exprés que denigra, ante todo, al cuidado profesional y priva a las personas de unos cuidados de calidad que, paradójicamente, están regulados por ley, obedeciendo a criterios exclusivamente mercantilistas, de oportunismo político y al margen del más mínimo conocimiento sobre aquello que se legisla y de quienes siendo especialistas son ignorados[4].

De convencer a la judicatura de que nuestra aportación no es una amenaza contra otras profesiones sino una necesidad para lograr una sociedad sana y feliz y que sus sentencias, en muchas ocasiones, impiden que se logre desde una interpretación que centra su atención más en el poder corporativista que en la necesidad social.

De que la sociedad nos reconozca por aquello que les aportamos como valor propio y exclusivo, de tal manera que demande y exija que lo hagamos las enfermeras para poder sentirse sana y feliz y con ello se cambie la percepción e identificación que sobre las enfermeras sigue existiendo y que tiene su traslado, por ejemplo, en cómo nos definen en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), con unos criterios que escapan de la lógica por mucho que se enrede con planteamientos semánticos y lingüísticos tan trasnochados como quienes los defienden.

Una felicidad que trascienda la idealización consumista y competitiva con la que se le asimila, para situarse en la posibilidad de disfrutar del día a día desde la autoestima y la solidaridad, desde la autonomía y la libertad, desde la participación y el respeto, desde la salud y su promoción.

Una salud que abandone la dicotomía con la enfermedad, que se diferencie de la sanidad, que se aleje de la imposición profesional, que no se fragmente para poder ser integral, que incorpore los cuidados como parte esencial para promocionarla o mantenerla, que facilite el sentimiento de la felicidad por estar o sentirse sano.

En momentos en que parece derrumbarse todo cuanto nos rodea como consecuencia de la pandemia, las crisis económicas o la guerra, parece difícil hablar de alcanzar la salud y la felicidad. Pero debemos tener en cuenta que la salud, como la felicidad no son valores absolutos. Desde la enfermedad se puede sentir la salud y desde la tristeza la felicidad. No son excluyentes y pueden y deben ser complementarias. Y en esa complementariedad, en esa búsqueda, en ese equilibrio, es donde las enfermeras, a través de los cuidados, debemos dar respuestas de salud y felicidad reales, alejadas de utopías y cercanas a las esperanzas de quienes las necesitan.

La pobreza, el sufrimiento, la violencia, la exclusión, la vulnerabilidad, la inequidad… se configuran como factores determinantes de la salud y la felicidad de las personas a pesar de los discursos populistas, mentirosos y manipuladores de políticas/os que quieren enmascarar la verdad para adaptarla a sus intereses oportunistas que ocultan una realidad de necesidades, construyendo una falsa salud y felicidad de acceso tan solo a unos pocos. Confundiendo de manera totalmente consciente y manipuladora pobreza con mendicidad, sufrimiento con dolor, violencia con lesión, exclusión con delincuencia, inequidad con oportunidad.

Las enfermeras tenemos la obligación de contribuir con nuestros cuidados a que la salud y la felicidad sean posibles con la participación activa de las personas en su logro y, sobre todo, en su capacidad de vivirlo. Pero sabiendo que “el éxito es conseguir lo que se quiere… La felicidad es querer lo que obtienes”[5].

Necesitamos convencernos para convencer. Necesitamos sentirnos sanas y felices como enfermeras, aunque tengamos motivos de preocupación y factores de dificultad que debemos superar desde la acción y no desde el lamento. Tenemos el conocimiento, las evidencias, la ética y la estética de los cuidados y debemos asumir la responsabilidad de, en base a ello, generar las mejores respuestas. Las más eficaces y efectivas, pero también las más eficientes.

Siendo enfermera se puede ser feliz, pero ejerciendo como enfermera podemos, además, hacer felices a muchas personas, lo que supone una mayor felicidad, porque la felicidad como dijera Aristóteles[6] “depende de nosotros mismos”

[1]  Audrey Kathleen Ruston, más conocida artísticamente como Audrey Hepburn, fue una actriz, modelo, bailarina y activista británica de la época dorada de Hollywood (Bruselas, 4 de mayo de 1929-Tolochenaz, 20 de enero de 1993),

[2] Borrell-Carrió, F. Médico de personas. Jordi Gol i Gurina, 1924-1985, in memoriam. Aten Primaria. 2005;35(7):339-41

[3] Fue un inventor alemán famoso por haber construido, junto con el mecánico y matemático Andreas Friedrich Bauer, la imprenta de alta velocidad (17 de abril de 1774 – 17 de enero de 1833).

[4] https://www.publico.es/sociedad/luz-verde-nueva-ley-formacion-profesional-pasa-dual.html

[5] Dale Carnegie (seudónimo de Dale Breckenridge, Carnegie, 24 de noviembre de 1888 – 1 de noviembre de 1955) fue un empresario y escritor estadounidense de libros que tratan sobre relaciones humanas y comunicación eficaz.

[6] Filósofo, lógico y científico de la Antigua Grecia, considerado uno de los fundadores del empirismo (384 a. C.-322 a. C.)

2 thoughts on “FELICIDAD Y SALUD Las enfermeras y los cuidados

  1. Maravillosa reflexión, lo compartiré con mis alumnos para que desde que se están formando comprendan la importancia del verdadero cuidado.

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