“A menudo pensamos que la enfermería trata sobre dar medicinas, revisar rayos X o saber si hace falta llamar al médico, y olvidamos que nuestra verdadera labor es cuidar y esforzarnos en marcar la diferencia”
Erin Pettengill[1]
Estamos en un permanente debate, o en una constante duda, que de todo hay, sobre lo que son, representan, aportan o generan los cuidados,a quienes los prestan y a quienes los reciben. Una disquisición cuyos límites no se sabe muy bien si están en el ámbito científico, filosófico, teórico, práctico, profesional o doméstico,a pesar de lo cual, nadie quiere prescindir de ellos, pero pocos, muy pocos, tienen un concepto claro y preciso sobre los mismos y, lo que es peor, son incapaces de transmitirlo a otras/os profesionales y aún menos a la sociedad en su justa dimensión y valor.
Nadie discute, o al menos no debería hacerlo, que los cuidados son patrimonio de la humanidad, es decir, no son patrimonio exclusivo de nadie. Porque el cuidado es inherente a la condición humana y, me atrevería a decir, que de cualquier ser vivo, por cuanto los mismos son la base de la pervivencia y del bienestar como seres frágiles que somos[2]. Sin embargo, no todos los cuidados son ni se prestan de idéntica manera, ni tan siquiera suponen una respuesta homogénea en cuanto a los efectos que de los mismos se obtienen. Precisamente en esto es en lo que se diferencian los cuidados, de manera genérica, de los cuidados profesionales enfermeros. La aportación que la ciencia enfermera traslada a los cuidados en base a conocimientos, evidencias o teorías, es lo que los hace sustancialmente diferentes, específicos e imprescindibles además de complementarios, que no excluyentes, con otros cuidados o con otras respuestas ante situaciones de salud-enfermedad. El problema viene determinado cuando esos cuidados, teórica y científicamente fundamentados, se ubican en un paradigma en el que no tan solo no encajan, sino que además entran en permanente contradicción, conflicto e incluso exclusión, con los planteamientos teórico-científicos del paradigma en el que de manera artificial, interesada o inducida se ubican, migrandodesde el paradigma enfermero en el que nacen y tienen sentido.Dejándolo vacío y, por tanto, sin capacidad de responder a lo que delos mismosse espera, como respuesta diferenciada en el paradigma receptor que no benefactor en donde recalan.
Es el problema de tener que justificar, sustentar, convencer, determinar, potenciar, incluso definir, lo que son y suponen los cuidados en un paradigma que parte de planteamientos, principios, objetivos, evidencias… diametralmente diferentes, aunque no siempre opuestos, con los del paradigma abandonado.
Un abandono que, como decía, viene determinado por diferentes factores. Algunos exógenos, como el interés de otros en hacer una utilización manipulada y artificial de los cuidados enfermeros como parte de la respuesta que se da desde el paradigma médico, lo que provoca que se diluyan, desdibujen, desvaloricen y pierdan sentido. Pero también los hay endógenos, en tanto en cuanto la migración descrita lo es por interés, o casi mejor dicho por desinterés, de quienes tienen que dar sentido a los planteamientos teórico-científicos de los cuidados, al renunciar a cualquier esfuerzo por fundamentar su actuación específica cuidadora y abrazar como propios los impuestos por quienes si son “dueños” de dicho paradigma, sin darse cuenta o asumiendo que, haciéndolo, renuncian a cualquier actuación autónoma y diferenciada para pasar a ser un apéndice secundario y subsidiario que en una correlación directa alimente y contribuya al desarrollo, visibilización y puesta en valor del paradigma médico de igual manera que de manera inversa lo hace minusvalorando, invisibilizando y minimizando la aportación de los cuidados que quedan ocultos ante la fascinaciónque provoca la técnica y la tecnología, o con un valor residual incapaz de ser identificado y por tanto valorado. Mientras tanto en el casi desértico paradigma enfermero se sigue clamando en el desierto con planteamientos teóricos que tratan de convencer de la bondad de los cuidados, sin que, lamentablemente, sean capaces de atraer la atención de las enfermeras que, no lo olvidemos, somos quienes debemos, finalmente, llevarlos a la práctica y dotarlos de valor y significación.
Estamos, por tanto, ante un panorama en el que por una parte se sigue insistiendo en querer ser “dueñas” de los cuidados, más como un mantra muy interiorizado, pero poco consciente y consistente, pero al mismo tiempo abandonando la manera en que esa propiedad se sustente en una percepción real, no tan solo de necesidad profesional, sino de identidad irrenunciable e inseparable de lo que es y significa el ser y sentirse enfermera. Y aquí, es donde radica el problema, en esa falta de fe en nosotras mismas y en lo que los cuidados nos aportan como esencia de dicha fe, no como dogma sino como base de nuestra ciencia, sujeta por tanto a cualquier tipo de duda, contraste o refutación, pero sin que ello signifique la renuncia que nos convierta en agnósticas de los cuidados que, sin negar su existencia los consideremos innecesarios o inaccesibles para entender la Enfermería. Más allá de la fe, nos situamos en una situación que en términos matemáticos podemos denominar asíntota[3], es decir, como aquello que se desea, los cuidados, y a los que nos acercamos de manera constante las enfermeras, pero que nunca parece llegar a cumplirse.
Como muestra de lo que digo, recientemente una Gerente de Enfermería de uno de los 17 sistemas de salud autonómicos, ante la demanda de una mayor visibilización, valoración e institucionalización de los cuidados, que se le trasladó, respondió diciendo que no entendía lo que se quería o pretendía y solicitó se le pusiese un ejemplo. A pesar de la evidente sorpresa, consternación e indignación por su respuesta y por venir de quien venía, una enfermera y además gestora, se le trasladó el ejemplo solicitado ante lo que su contra-respuesta fue la de indicar que las enfermeras hacían más cosas que prestar cuidados, como, refirió, gestión, docencia, investigación… como si lo que se gestionase, sobre lo que se impartiese docencia o se investigase, no tuviese que ser sobre cuidados. Porque de no ser así, desde luego, las enfermeras tenemos un gravísimo problema y lo que es, si cabe, más grave la población a la que se le priva de los mismos. Pero ahondando más en el desconcierto de la respuesta dada por la responsable enfermera, argumentó que muchas otras profesiones tienen incorporados los cuidados en sus competencias y como ejemplo citó las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) que según ella son cuidados médicos, cuando se sabe que precisamente en dichas unidades existe una intensa, continua y continuada prestación de cuidados enfermeros, sin menoscabo a que también puedan prestarse cuidados médicos, pero en ningún, caso como trata de justificar, que los cuidados en la UCI sean médicos y eso les otorgue la categoría de cuidadores.
En fin, lo que comentaba en mi reflexión inicial, ni se sabe ni se cree, ni se quiere saber ni creer, que aún es peor, lo que son y significan los cuidados profesionales enfermeros y si quien debe gestionarlos, en su toma de posesión, como ella misma se enorgullecía de haber hecho, renunció explícitamente a ellos para pasar a denominarse de Gestora de Cuidados a Gestora de Enfermería, debería hacernos pensar lo mucho que esto supone de negativo para el desarrollo y visibilización de los cuidados enfermeros. Porque nadie, además, puede ser Gestora de Enfermería sino en todo caso Gestora enfermera, dado que Enfermería es ciencia, profesión o disciplina y nadie individualmente puede ni debe intentar arrogarse la gestión, dirección, planificación o coordinación de la Enfermería, renunciando a hacerlo de los cuidados enfermeros que es lo que razonable y científicamente debería asumir. De tal manera que se acepta como válido utilizar a nuestra ciencia, profesión o disciplina, Enfermería, como pantalla tras la que ocultar nuestra identidad y el valor de lo que, al menos teóricamente, somos competentes para ofrecer como bien intrínseco, es decir, los cuidados profesionales enfermeros, tal como recogen absolutamente todas las teorías de Enfermería.
No se trata, lamentablemente, de una anécdota ni de un caso aislado. Es algo habitual, reiterado y que acaba dejando huella, al naturalizarse la orfandad de los cuidados que, irremediablemente, tienden a ser adoptados por otras/os profesionales y, por tanto separados definitivamente de quienes deberían sus verdaderos responsables, las enfermeras, al dejarse fagocitar por el asistencialismo tecnológico y medicalizado al que migran en una hipotética búsqueda de poder y visibilidad que finalmente se demuestra no tan solo falso sino altamente nocivo y destructor de la identidad específica enfermera.
Pero más allá de la pérdida de identidad enfermera, las consecuencias de esta deriva se centran en las personas, las familias y la comunidad a las que se atiende, al usurparles la posibilidad de recibir los cuidados enfermeros y con ello a que se pierda de manera automática la puesta en valor de los mismos al no identificarlos o quedar diluidos en las técnicas a las que abrazan de manera tan firme como inconsciente.
Es cierto, como vengo repitiendo en diferentes reflexiones, que los medios de comunicación tampoco contribuyen a que los cuidados sean identificados más allá del ámbito doméstico o de la amabilidad que se pide a las enfermeras como máximo indicador de calidad de su aportación. Pero no es menos cierto que cada vez tenemos que reflexionar sobre si esta proyección no es producto, en gran medida, de la ambigüedad que nosotras mismas tenemos con relación a dichos cuidados.
Todo lo cual configura un panorama en el que ni se sabe lo que son los cuidados, ni se institucionalizan como producto y valor propio de la aportación enfermera en las organizaciones de la salud, ni se identifican como imprescindibles con lo que supone no ser reclamados e incluso exigidos por la población que difícilmente, además, los relaciona con las enfermeras y cada vez más los asocia a las TCAE u otras/os profesionales.
En unas organizaciones en las que el paciente está por encima de la persona y la enfermedad por encima de la salud, la curación se convierte en la meta indiscutible e imprescindible de todo el sistema sanitario, que no de salud, de tal manera que los objetivos de la agenda política y por derivación de la agenda médico-sanitaria, incluso su visión sobre lo que debe suceder, impiden atender las relaciones, desarrollar el liderazgo de los demás, escuchar lo que necesitan las personas, acompañarles en sus momentos de crisis, duda, angustia o temor para ayudarles a afrontarlos, movilizar sus recursos personales, familiares, sociales y comunitarios… anteponiendo el objetivo exclusivo y excluyente de la curación a la prestación de cuidados, porque lo único que importa es la obtención acrítica de los resultados, es decir, lo que autores como Kenneth Goodpaster[1] definen como teleopatía o el error ético de la “enfermedad meta”.
Desde este modelo curativo-asistencialista, las enfermeras abandonamos, en gran medida, los cuidados que nos identifican y definen como enfermeras porque la meta de la curación y la asistencia nos atrapa en vez de ser nosotras quienes marquemos la meta o el objetivo de los cuidados enfermeros. Fijando la atención en la enfermedad perdemos la visión de una atención integral, integrada e integradora. Pero además dicha fijación en la enfermedad y la curación, con el consiguiente abandono de la acción cuidadora nos lleva a negarla, argumentando para ello lo que consideramos “buenas razones” cuando realmente son simples excusas que tratan de justificar nuestra actitud. Todo lo cual, finalmente,conduce a una posición de desarraigo de los cuidados, al separar por costumbre el sentimiento del conocimiento,cuyo resultado es una asistencia alejada de la integralidad y una clara instrumentalización, que no institucionalización como sería deseable, de los cuidados, al despojarlos de sus valores humanísticos y convertir a las enfermeras en profesionales tecnológicos que es lo que, por otra parte, demanda el sistema sanitario que tan solo persiguesoluciones técnicas a los problemas que aquejan a las personas, las familias y la comunidad en lugar de respuestas que se sitúen a nivel de la dignidad humana y favorezcan su participación activa en la toma de decisiones. Lo triste y lamentable es que, contando con enfermeras capaces y competentes para ello, ni el sistema lo propicie y promocione, ni las enfermeras se posicionen y lo realicen.Como dijera Potter Stewart[2]“La ética es saber la diferencia entre lo que tienes derecho de hacer y lo que es correcto hacer”, por lo que tendríamos que reflexionar sobre si nuestra respuesta profesional como enfermeras es ética o simplemente obedece al modelo que adoptamos como propio sin tratar de cambiarlo.
La infancia, la adolescencia, la cronicidad, la violencia de género, la salud mental, la vejez…son identificadas, valoradas, asumidas y asistidas exclusivamente como enfermedades que pueden y deben ser curadas y no cuidadas, lo que nos lleva a medicalizar procesos vitales o fisiológicos, a cronificar la cronicidad, a patologizar la violencia de género, a estigmatizar la salud mental, a despreciar la vejez o a intentar su reversión haciendo creer en una vida eternamente joven y con ello despreciar el capital humano que podría aportar desde dicha vejez que no discapacidad… lo que conduce a una población enferma, en contextos enfermos y con respuestas que se centran en la demanda insatisfecha, la dependencia y la falta de autoestima. Lo peor, siendo grave ya no es que se esté haciendo. Lo verdaderamente grave es que las enfermeras lo estemos consintiendo sin oponer absolutamente ninguna resistencia en base a propuestas de cambio razonadas, razonables y racionales que se expongan y expliquen en foros profesionales, políticos, ciudadanos y mediáticos que, cuanto menos, susciten la reflexión y el pensamiento crítico capaz de identificar que otro modelo, como el de los cuidados, es posible, deseable y exigible. Sino lo hacemos las enfermeras, ¿quién esperamos que lo haga?
[1] Profesor emérito de la Universidad de St. Thomas, Minnesota, Departamento de Filosofía.
[2] Magistrado de la Corte Suprema de los Estados Unidos
[1]Enfermera misionera durante 10 años en Honduras y Guinea Ecuatorial, África, trabajando en desarrollo comunitario, exámenes de salud y educación.
[2]“Un estudiante preguntó a la antropóloga estadounidense Margaret Meadcuál consideraba ella que fue el primer signo de civilización en la Humanidad. El alumno y sus compañeros esperaban que Mead hablara del anzuelo, la olla de barroo la piedra de moler. Pero no. Ella dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua fue un fémur que alguien se fracturó y luego apareció sanado.
Mead explicó queen el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. Pues no puedes procurarse comida o agua ni huir del peligro, así que eres presa fácil de las bestias que rondan por ahí. Y ningún animal con una extremidad inferior rota sobrevive el tiempo suficiente para que el hueso se suelde por sí sólo. De modo que un fémur quebrado y que se curó evidencia que alguien se quedócon quien se lo rompió, y que le vendóe inmovilizó la fractura. Es decir, que lo cuidó” (https://www.lavanguardia.com/cultura/20201014/484039920907/el-reto-primer-signo-civilizacion-humanidad.html)
[3]«Línea recta que se aproxima muy cercanamente a una curva, pero nunca la toca conforme la curva avanza hacia el infinito en una dirección».
El concepto de “cuidado” se reconoce como tema de debate ya que cualquiera podría realizar un cuidado, a diferencia de los cuidados de enfermería debido a que estos están basados en evidencias o teorías, un cuidado más completo y estable.
El conflicto llega al momento de dar esa fundamentación y defender nuestras bases enfermeras, si no se realizan acciones otras profesiones pueden manipular nuestras bases para su desvalorización y su falta de sentido.
Nosotros como enfermeros debemos apoyar a nuestra profesión, debería por que somos una gran comunidad y es lo que nos apasiona. Haciendo eso de manera crítica al igual que concreta, aportar con nuestra fé y el abrirse a nuevas oportunidades de conocimiento, como se menciona existen más cosas que solo brindar cuidado.
Hay que conocer y aceptar nuestro valor como profesionales, brindar nuestro conocimiento, darnos a respetar, defender nuestro nombre como enfermeras, desarrollando nuevas competencias con retos y perseverancia. Todo empieza desde nosotros.