LA SALUD PÚBLICA QUE TENEMOS vs LA SALUD PÚBLICA QUE QUEREMOS Y NECESITAMOS

A Cristina Francisco Rey[1]

Porque lograr una meta por la que te has comprometido por largo tiempo es uno de los grandes placeres de la vida.

 

“El no querer es la causa, el no poder el pretexto “

Séneca[2]

 

Nunca antes, como en este último año y medio, habíamos oído hablar tanto y a tantos de Salud Pública.

La pandemia provocó un interés inusitado por algo que hasta ese momento era tan solo una referencia administrativa o de utilización rutinaria en informes o discursos, más como recurso para reforzarlos que como convicción en lo que suponía o aportaba su incorporación en los mismos.

Pero antes de seguir considero que es muy importante reflexionar sobre lo qué es, significa o aporta la Salud Pública, más allá de las definiciones oficiales o la idea preconcebida que sobre la misma se ha construido.

Para empezar ni tan solo los términos que la conforman, Salud y Pública, significan para todos lo mismo. Se trata de términos polisémicos que por separado concitan diferencias y cuando se juntan aún lo hacen con mayor intensidad si cabe.

Porque la salud es una dimensión que trasciende a lo que se ha conformado como realidad social por parte tanto de profesionales sanitarios, periodistas, políticos… al asimilarlo y hacer de la salud un sinónimo, tanto léxica como prácticamente, con la sanidad. De igual manera que se asocia la sanidad, casi en exclusiva, con la enfermedad y con los médicos. Lo que sin duda supone una clara distorsión, cuando no manipulación interesada o no, del término y de lo que significa para las personas, las familias y la comunidad que han sido mediatizadas con esa idea sanitarista y medicalizada preconcebida, haciendo pensar, además, que es algo sobre lo que todos estamos de acuerdo, sin tener en cuenta factores tales como la multiculturalidad, los cambios sociales, demográficos o económicos, la espiritualidad que se confunde con la religiosidad… que influyen de manera muy determinante tanto en la concepción que sobre la salud se tiene como en los efectos que su ausencia o acceso a la misma provocan. De tal manera que la salud se convierte en un término que raramente obedece a lo que realmente significa o aporta, más allá de la ausencia de la enfermedad. Por eso en estas cercanas fechas navideñas, incluso nos conformamos con que no nos toque la lotería con tal de tener salud, al identificarla como un fin al contrario de lo expresado en la carta de Otawa cuando habla de salud como “…un recurso para la vida diaria, no el objetivo de la vida. Se trata de un concepto positivo que acentúa los recursos sociales y personales, así como las aptitudes físicas”.

Por su parte Pública, ha sido identificada, tal como recoge el diccionario de la RAE, por su primera acepción, es decir, “conocido o sabido por todos”, aunque paradójicamente nadie, o muy pocos, lo conocen ni saben lo que es ni significa, aunque digan lo contrario. La tercera acepción recogida en el diccionario, “Perteneciente o relativo al Estado o a otra Administración”, es también aceptada, aunque no se sepa tampoco que es lo que ello supone para la salud, más allá de identificarlo con aspectos mercantilistas en cuanto a que algo sea gratuito o haya que pagarlo, en este caso la salud, lo que vuelve a ratificar la confusión entre salud y sanidad existente, al asimilar Sanidad Pública con Salud Pública. Una identificación con el Estado o la Administración que, por otra parte, la hace esclava de las mismas al secuestrarla y utilizarla como un instrumento con el que jugar en sus estrategias políticas y partidistas, sin capacidad de autonomía y mucho menos de planeamientos realizados desde el pensamiento crítico. Una política que no ha sabido o no ha querido incorporar la salud en todas las políticas, pero que ha utilizado la salud en todas sus políticas.

Y si por separado los conceptos que la componen provocan confusión e incluso debate en cuanto a su verdadero sentido, si es que se puede decir que existe un único sentido en torno a ellos, cuando se juntan, la confusión aumenta de manera significativa y las diferencias de interpretación conducen a generar mayor confusión en torno a la Salud Pública.

Pero es que, ni tan siquiera entre las/os profesionales sanitarios existe una idea homogénea, clara y alejada de interpretaciones de la Salud Pública y de quienes pueden, saben o quieren formar parte de la misma.

¿El hecho de ser profesional sanitario ya otorga la competencia suficiente para ser salubrista (aceptando el término como el profesional de Salud Pública)? ¿Tan solo las/os profesionales sanitarios pueden ser salubristas? ¿Quién no sea profesional titulado no puede participar en Salud Pública? ¿Debe ser la Salud Pública una titulación, una especialidad o un posgrado? ¿Es la Salud Pública tan solo una estructura administrativa de la Administración Sanitaria? ¿Es la Salud Pública una parte de la Atención Primaria o a la inversa? ¿La Atención hospitalaria está al margen de la Salud Pública? ¿La Salud Pública tan solo forma parte del Sistema Sanitario? ¿La Salud Pública únicamente da respuesta a problemas derivados de las enfermedades o de lo que las provocan?

Estas son tan solo algunas de las interrogantes que, estando presentes en el ideario común, son obviadas o ignoradas, lo que contribuye a que se siga teniendo una idea sobre la Salud Pública que no tan solo impide identificarla y darle valor, si no que favorece la pérdida de acción eficaz y eficiente desde la misma.

La Salud Pública, por otra parte, es demasiado importante para reducirla a la epidemiología de la enfermedad, al control médico, al paternalismo, a la indolencia política, a la ignorancia ciudadana, al desprecio profesional, a la metodología positivisma… que arrinconan la promoción y la educación para la salud reduciéndolas a la salud persecutoria como efecto secundario de las mismas[3] y provocando el resultado contrario del que se espera y desea de la Salud Pública como es el del empoderamiento a través de una alfabetización en salud capacitadora y participativa que permita mejorar la salud de las poblaciones, en consonancia con la definición que sobre Salud Pública se hizo en la carta de Otawa: “La promoción de la salud es el proceso que permite a las personas incrementar el control sobre su salud para mejorarla”[4].

Estamos pues ante un dilema que trasciende mucho más allá del debate profesional e incluso del político, para instalarse en la necesaria reflexión compartida de qué es y debe aportar la Salud Pública y quienes deben considerarse profesionales de Salud Pública.

Tal como ya he comentado, la pandemia ha identificado claramente las fortalezas de la Salud Pública o, mejor dicho, la de muchos de las/os profesionales que trabajan en Salud Pública. Pero también ha dejado al descubierto las múltiples carencias de una Salud Pública descuidada y abandonada a la intrascendencia de los datos, por muy importantes que estos sean, al excluirlos de una valoración más integral, coordinada y transversal, así como cualitativa, que permita hacer un uso mucho más eficaz y eficiente de los mismos. Por eso es tan importante hacer un ejercicio de resiliencia que permita convertir las vulnerabilidades en fortalezas.

Una Salud Pública aislada, cuando no enfrentada, con la Atención Primaria, desde cuyos ámbitos sus respectivos profesionales se identifican como enemigos que luchan por un espacio que siendo común identifican, desde cada una de las partes, como propio y por tanto exclusivo. Lucha que es propiciada por la torpe, errática y acientífica visión de quienes dicen gestionar la salud, en un nuevo ejemplo de torpeza, dado que la salud no se gestiona, si no que se facilita, se vive, se acompaña, se cuida… pero no se gestiona. Lo que se puede gestionar, y ni tan siquiera eso saben hacer, es la sanidad. Una unidad de acción, articulación y ejecución tan deseada como necesaria para la salud global que es lo que actualmente se precisa tal como nos ha venido a demostrar la pandemia, aunque no se haya tenido en cuenta por parte de quienes la han gestionado. Salud global que precisa de nuevos actores y de una ciudadanía global que trabajen por la justicia global y la equidad con un enfoque holístico que sea capaz de generar una nueva conciencia global que tenga en cuenta, entre otros, las causas estructurales, las relaciones internacionales, la determinación social de la salud y los cambios institucionales[5].

No se trata, sin duda, de un análisis sencillo ni creo que se deba pretender que lo sea. En este sentido hay que destacar el importantísimo papel que la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS) está haciendo, en un acto de responsabilidad científica pero también social, al asumir el reto de cuestionarse precisamente sobre aquello que le define como Sociedad Científica, es decir, la Salud Pública. Sociedad Científica que, además, está configurada por 10 sociedades científicas de profesionales tan diversos como médicos, enfermeras, juristas, economistas, ambientalistas… cuyo nexo de unión común es precisamente la Salud Pública, lo que aún le da un mayor significado o valor al intento de clarificar su identidad y la de la propia Salud Pública con la que se identifican

. No se trata, en cualquier caso, de una pérdida de fe en lo que es y se es, si no justamente de todo lo contrario, de un acto de confianza y convencimiento que permita lograr la Salud Pública que desde SESPAS se considera se precisa y se entiende debe ser diversa, como diversas son las miradas que la conforman y pueden dar sentido y respuesta a la salud y a los problemas que en torno a ella se generan. Sumando que, no confrontando, las diversas realidades con que es identificada la salud en general y la Salud Pública en particular, desde la diferencia necesaria y enriquecedora, pero sobre todo desde el respeto y la necesidad de identificar los objetivos comunes que a todas ellas les hacen confluir en SESPAS, a través de un trabajo transdisciplinar.

Una Salud Pública ecléctica, que trate de reunir, procurando conciliarlos, valores, ideas, tendencias… de diversos modelos o realidades que trasciendan al egocentrismo en el que está instalada y que impide tener una visión globalizada que facilite la interdepedencia y desde la que se pueda hacer frente a las amenazas que sobre las condiciones y los condicionantes de salud existen y que, en muchos casos, son producto de esa misma globalización, como son, el calentamiento global y las consecuencias medioambientales, la pobreza, la inequidad o enfermedades como la pandemia que estamos sufriendo.

Una Salud Pública participativa en la que no tan solo las miradas diversas de las diferentes disciplinas y sectores aporten su visión y su acción, si no con la participación activa y decidida de la comunidad a la que, al menos en principio, se dice atender, aunque se haga a sus espaldas y sin su participación real.

Por otra parte, ahora que se está desarrollando un nuevo real decreto de especialidades de ciencias de la salud en el que se debate si incorporar la Salud Pública como tal especialidad frente a quienes abogan por una titulación universitaria independiente como existe ya en algunos países, es necesario hacer planteamientos generosos desde las disciplinas que actualmente en mayor medida conforman la Salud Pública, sobre todo las pertenecientes a las ciencias de la salud, para abandonar el corporativismo egoísta de “y de lo mío qué” o de “eso es mío”, que permitan construir una realidad inclusiva, integral, articuladora, horizontal, en la que cada una de las disciplinas pueda aportar lo mejor de ellas sin exclusiones ni imposiciones reduccionistas.

Desde mi punto de vista la creación de una disciplina universitaria independiente haría perder la visión enriquecedora del conjunto de disciplinas para concretar un espacio, unas competencias, unos objetivos, que si bien pueden tener una buena intención de partida, acabaría sufriendo el mal del egocentrismo, la endogamia y el egoísmo disciplinar y sobre todo corporativista que caracteriza a quienes, de alguna forma y en muchos aspectos impiden actualmente una Salud Pública que facilite a la población ser dueña de su salud.

El medio ambiente, la enfermedad, la economía, la legislación, la educación, el periodismo, los cuidados… tienen tanto que aportar, pero tan poco que acotar que resulta imprescindible ponderar, equilibrar, comunicar, respetar, aunar… para trabajar de manera coordinada por la Salud Pública. Todo es necesario y nada es imprescindible. No existen verdades absolutas que hagan posicionarse en dicotomías exclusivas y excluyentes sin dejar espacio a la diversidad de matices, opiniones o planteamientos. No se sostienen las ortodoxias totalitarias por mucho que se quieran revestir de científicas. No hay espacio para las evidencias, por muy científicas que puedan ser, si no respeten la libertad y la equidad y se imponen desde el hipotético rigor de la ciencia. Todo es relativo y nada es absoluto en salud. Desde ese relativismo es desde el que resulta necesario pensar, planificar, actuar, evaluar, en Salud Pública, ya sea desde el ámbito de atención primaria, del hospital, del sociosanitario, del familiar, del comunitario… porque lo que importa no es el ámbito en si mismo si no que los contextos que se generen sean saludables y contribuyan al bienestar y al buen vivir de quienes en ellos conviven, trabajan, estudian, se divierten, sufren e incluso mueren.

De todas/os quienes creemos que la salud es lo más importante, como derecho público que es, depende que seamos capaces de construir una Salud Pública referente, de la que nos sintamos orgullosas/os y partícipes con independencia de nuestra disciplina o sector social.

La Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) así lo entiende tal como se refleja en su acta constitucional cuando dice “…es la disciplina basada en la aplicación integral de los cuidados, en la salud y en la enfermedad, dirigida a la persona, la familia y la comunidad en su entorno y en el marco de la Salud Pública” y por eso se integró en SESPAS, desde donde trabaja para lograr una Salud Pública que salga del ostracismo y deje de ser utilizada por quienes tan solo la contemplan como un instrumento útil a sus intereses y alejada de su verdadero objetivo se salud colectiva.

No se trata de ser perfecto, pero si bueno, ya que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Pero para lograr una Salud Pública buena necesitamos ser nosotras/os también buenas/os. Tener objetivos y metas y luchar por ellos es lo que nos mantiene vivos y posiblemente también sanos.

[1] Enfermera. Profesora Titular de la Universidad de Alcalá de Henares y referente enfermera.

[2] Filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de carácter moral.

[3] Villalbí Joan R. La salud persecutoria: los límites de la responsabilidad. Gac Sanit  [Internet]. 2011 Ago [citado  2021  Nov  28] ;  25( 4 ): 347-347. Disponible en: http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0213-91112011000400018&lng=es.

[4] Carta de Ottawa para la Promoción de la Salud, OMS, Ginebra, 1986.

[5] Álvaro Franco-Giraldo. Salud global: una visión latinoamericana. Rev Panam Salud Publica. 2016; 39 (2):128-136 https://www.scielosp.org/article/rpsp/2016.v39n2/128-136/#

LA GALIA ENFERMERA EN ATENCIÓN PRIMARIA

LA GALIA ENFERMERA EN ATENCIÓN PRIMARIA

 

                                                                                    “Sólo lo difícil es estimulante; sólo la resistencia que nos reta, es capaz de enarcar, suscitar y mantener nuestra potencia de conocimiento “

José Lezama Lima[1]

 

Cuando hace más de 35 años se pusieron en marcha las Consultas de Enfermería en el entonces denominado nuevo modelo de atención en los Centros de Salud, nadie imaginaba, o si, que las mismas pudiesen constituirse en reductos inexpugnables, a semejanza de la Galia de Asterix y Obelix, aislados de la comunidad en la que se integran.

Inicialmente, las citadas Consultas de Enfermería, nacieron con la voluntad de acercar los cuidados enfermeros a la población, de manera autónoma y específica. Para ello contaban con características que las diferenciaban de las consultas de medicina como por ejemplo la utilización de mesas redondas en lugar de rectangulares que evitasen el efecto barrera, facilitando la comunicación.

La composición de los primeros centros de salud se conformó con la incorporación, no exenta de resistencias, de las enfermeras que ocupaban plazas en las denominadas instituciones abiertas o ambulatorios, para asumir una atención que se alejaba mucho de la que hasta ese momento estaban haciendo como ayudantes en las consultas médicas o como ejecutoras de técnicas o actividades delegadas. Así mimo, de las que eran practicantes titulares de la extinta Asistencia Pública Domiciliaria (APD) fundamentalmente en el ámbito rural, cuya actividad, salvando todas las distancias, se asemejaba mucho más a lo que suponía y se esperaba del nuevo modelo. Por último, y al contrario de lo que sucedía para acceder a las plazas hospitalarias, quienes querían acceder a una plaza en un centro de salud tenían que superar una oposición. Las primeras enfermeras en lograr plazas de Atención Primaria por oposición e incorporarse a este nuevo modelo fueron valientes profesionales que afrontaron con ilusión, determinación, compromiso, motivación y convencimiento algo totalmente desconocido y que contaba con muy poco crédito y reconocimiento por parte de las enfermeras que, desde las murallas hospitalarias, recelaban e incluso rechazaban dicho modelo por considerarlo poco atractivo y con escaso valor profesional, fundamentalmente por estar alejado de la técnica.

Se configuraba pues un equipo muy heterogéneo y con actitudes en muchas ocasiones contrapuestas o encontradas que limitaban la acción y desarrollo tanto de las propias consultas de enfermería como de la filosofía que emanaba de los postulados de la conferencia de Alma Ata, que algunas/os tardaron en identificar como la población en la que se desarrolló la misma.

Así pues, se encontraron con un escenario tan desconocido como inicialmente hostil, dados los permanentes ataques de la representación colegial médica, en forma de demandas judiciales, contra las consultas de enfermería que consideraban espacios de intrusismo y ataque a sus competencias.

Sin embargo, resistieron las embestidas e iniciaron su actividad en las citadas consultas, desde el voluntarismo y la energía que les proporcionaba la pócima mágica que determinadas líderes enfermeras del momento preparaban en sus marmitas de conocimiento y liderazgo y que les permitía hacer frente con determinación a los ataques de los que eran objeto.

A pesar de la novedad de las consultas enfermeras y de lo que las mismas suponían como espacios autónomos de atención directa a la población, estas en ningún momento supusieron restricción alguna para la realización de actividades tanto en los domicilios, a través de intervenciones familiares, como en la comunidad en la que llevar a cabo intervenciones comunitarias. Existía un equilibrio razonable entre las diferentes actividades, aunque no existiese una metodología clara y fundamentada científicamente para ello. El ensayo error constituyó, inicialmente, el modelo de aprendizaje preponderante.

Las consultas enfermeras, una vez los tribunales fueron desestimando o fallando en contra de las demandas del colectivo médico, se desarrollaron con menor tensión, pero no menor dificultad. La falta de metodología propia condujo al mimetismo de la consulta médica centrada en la enfermedad lo que provocaba duplicidades innecesarias y claras omisiones en cuanto a los cuidados enfermeros específicos, sin descartar las contradicciones que generaban recelo y desconfianza en quienes accedían a las mismas. A ello había que añadir las resistencias de parte de los médicos que seguían identificando las consultas enfermeras bien como un aliviadero de sus consultas, a las que derivar todo aquello que no querían asumir, o como una amenaza a su actividad, por lo que tendían a generar barreras de acceso o trataban de mantener un control férreo sobre las mismas. Mientras tanto la población acudía a las consultas con una mezcla de curiosidad y desconfianza producto del desconocimiento que de las mismas tenía, lo que les impedía identificar los posibles beneficios para su salud.

El tiempo y la cada vez mayor formación metodológica de las enfermeras fue configurando unas consultas en las que la atención enfermera integral, integrada e integradora, se diferenciaba claramente de la consulta médica y lograba una complementariedad que empezaba a ser valorada por la población y respetada por los equipos.

La sectorización de la actividad enfermera facilitó la asignación clara de enfermeras referentes a la población, con criterios que permitían equilibrar las cargas de trabajo y favorecer la atención individualizada, familiar y comunitaria, y su organización, con una metodología rigurosa que combinaba perfectamente la atención integral tanto en consultas enfermeras como en la atención familiar domiciliaria y en atención comunitaria a través de intervenciones planificadas con una perspectiva participativa e intersectorial que daba respuesta eficaz y eficiente a las necesidades sentidas de la comunidad.

Sin embargo, las resistencias de los pediatras, o quienes ejercían como tales dada la falta de especialistas que quisieran trabajar en Atención Primaria, por entender que ya no contaban con “su enfermera” que daba atención integral con independencia del ciclo vital de las personas asignadas y atendidas, provocó tensiones importantes en el seno de los equipos que lamentable e incomprensiblemente fueron secundadas por enfermeras, lo que finalmente condujo a que se fuera eliminando la sectorización para pasar a un modelo que se ajustaba más a las necesidades médicas que a las de la comunidad. La separación de consultas de adultos y consultas pediátricas con asignación por cupos médicos eliminaba la atención integral, fragmentándola de nuevo, no tan solo por grupos etarios si no nuevamente por patologías. Por su parte, la asignación poblacional determinada por el cupo médico con claros desequilibrios en las cargas de trabajo, la ruptura de la atención a las familias y la falta de referencia enfermera en los recursos comunitarios como consecuencia de la dispersión, racionaron, que no racionalizaron, el número de enfermeras, al realizar una asignación estándar de 1 enfermera por cada 2 médicos. Se fue minando progresivamente la metodología enfermera comunitaria para dar paso a una atención cada vez más medicalizada y limitada a la consulta enfermera como espacio estructural que no como espacio de atención enfermera.

A todo ello hay que añadir el “secuestro” político de los principales referentes enfermeros que fueron silenciados y apartados de la gestión y la escena pública por considerarlos peligrosos para la estabilidad del modelo médico dominante, al que acompañó la triste e incomprensible colonización de enfermeras hospitalarias, posiblemente las mismas que al inicio del nuevo modelo de Atención Primaria consideraron que era un ámbito menor y poco atractivo. Trasvase que vino precedido de mensajes burdamente manipulados por algunos agentes sociales, con intereses muy concretos, que literalmente les engañaron al ofrecerles falsos e idílicos escenarios de descanso e incluso de mejores retribuciones a los que ir a descansar de los sufridos turnos que, esos mismos agentes, no eran capaces o no les interesaba arreglar, desplazando con ello a enfermeras que llevaban muchos años trabajando en Atención Primaria y que no merecían su atención que, supuestamente, debían defenderles. Esta “invasión” irracional consentida y alimentada por las administraciones facilitó el silencio, la desmotivación, el conformismo y la inacción de muchas enfermeras que trabajaban en Atención Primaria, provocando el desequilibrio de los equipos y el progresivo deterioro del trabajo enfermero comunitario.

Las consultas enfermeras pasaron a ser un reducto en el que instalarse como nicho ecológico de toda actividad. Como atalaya en la que se protegían de la comunidad, a la que supuestamente debían atender, pero que tan solo oteaban desde la distancia.

Consultas que, además de fragmentadas, volvieron a prestar una atención básicamente centrada en la patología y en las que existe una puerta de entrada a ellas, pero, salvo exitus o abandono, no se produce salida alguna como respuesta al logro de la autogestión, la autodeterminación, la autonomía y el autocuidado, como resultado del proceso y por tanto como producto final enfermero con el que poder evaluar su intervencion. De tal manera que quienes caen “presos” en las consultas acaban siendo dependientes de las mismas.

Consultas que son invadidas con técnicas (retinografías, Doppler, fondo de ojo…) que desplazan la atención enfermera para sustituirla por la asistencia de la enfermera que asume la realización de técnicas que supuestamente tienen por objeto acercarlas a la población, aunque ello provoque inevitablemente el alejamiento o aislamiento de dichas enfermeras de y con la comunidad.

Consultas que enfrentan a enfermeras pediátricas con enfermeras de adultos y que supone abonar un terreno idóneo para que enfermeras especialistas de pediatría quieran ocupar dichas plazas en contra de las enfermeras comunitarias en general y de las especialistas en enfermería familiar y comunitaria en particular. Reivindicación que, paradójicamente, abanderan los pediatras, o quienes ocupan plazas de pediatras sin serlo, y secundan con torpeza y falta de visión enfermera quienes ahora se atrincheran en sus consultas limitando cualquier actividad que no se circunscriba a las mismas.

Consultas que limitan la atención familiar domiciliaria que es reclamada por quienes ven oportunidad de negocio para sus ya exclusivas y protegidas empresas desde un falso mensaje de servicio público que esconde claras trampas mercantilistas apoyadas de manera totalmente deplorable por responsables políticos que tan solo ven en ello oportunismos partidistas que les den rédito electoral.

Consultas que no resuelven las necesidades de salud de la población a la que atienden al centrarse en la sistemática e inútil repetición de controles aislados de cualquier otro tipo de intervención capacitadora y participativa.

Consultas que impiden la comunicación con otros ámbitos de atención dificultando la continuidad de cuidados que queda reducida a una utopía permanente o un mantra que genera espejismos que nunca logran concretarse en realidad.

Consultas que se convierten en una actividad de ética de mínimos con la que justificar la presencia enfermera con agendas hinchadas artificialmente a través de demanda inducida.

Consultas que generan derivaciones para quitarse de encima problemas incómodos o a los que no se sabe dar respuesta, haciendo que las personas tengan que sufrir circuitos penosos en los que nadie les da explicaciones razonables ni respuestas eficaces.

Así pues, las que inicialmente fueron identificadas como activos fundamentales para el desarrollo enfermero y la atención eficaz y eficiente de la población, se han convertido en compartimentos estanco o reinos de Taifa en los que la principal pócima es la compuesta por ingredientes con cantidades variables de rutina, conformismo, inacción, irresponsabilidad, desconocimiento, egoísmo, mediocridad… que se cuecen a fuego lento en las marmitas de dichas consultas en las que, además, algunas enfermeras caen, como le sucediera a Obelix, alcanzando una fuerza permanente de incompetencia en quienes así actúan. Incorporando pacientes a sus listas como si de menhires de colección se tratasen y aguardando el momento de satisfacer su voraz y permanente apetito de descanso como Obelix hace con los jabalíes.

Ante esta triste realidad y escasos como andamos de druidas enfermeras que, como Panoramix, sean respetadas y logren preparar una pócima que reactive la energía, la ilusión, la empatía, la acción, el inconformismo, la innovación, la creatividad… o sea, la fuerza que permita a muchas de las enfermeras que siguen creyendo y apostando por la Atención Primaria, lograr el liderazgo de los cuidados profesionales y ser referentes de las personas, las familias y la comunidad a las que atienden. Utilizando la consulta enfermera como recurso de escucha activa, comunicación, consenso, y participación que potencie el autocuidado y sirva de enlace con las familias en sus hogares y la comunidad, contribuyendo a mantener sanos a los sanos, allá donde trabajan, estudian, conviven, se divierten… tal como hace Asterix con el consumo racional y eficaz de la pócima que le otorga fuerza.

Tan solo con la fuerza de dicha pócima seremos capaces de hacer frente, como hace el poblado galo con el imperio romano, a los múltiples ataques que se producen en un escenario en el que fieras de otras especies quieren devorarnos o someternos, pero también de fieras de nuestra propia especie que ven en esta fuerza un peligro a su comodidad y descanso, en esta deformada, caduca, ineficaz e ineficiente Atención Primaria en que la han convertido. A semejanza de lo dicho por el expresidente del gobierno Mariano Rajoy remedando al temido, por insufrible, bardo Asurancetúrix de Asterix y Obelix «Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio laboral».

Finalmente, y como dijera María Corina Machad[2] “Son tiempos de resistencia, son tiempos de rebeldía, son tiempos de esperanza”, tan solo falta saber si son también tiempos de voluntad.

[1] Poeta, novelista, cuentista, ensayista y pensador estético cubano.

[2] Política, exdiputada, profesora, ingeniera venezolana fundadora del movimiento político Vente Venezuela

CUIDADOS DENOMINACIÓN DE ORIGEN ENFERMERÍA

“El artista es el origen de la obra. La obra es el origen del artista. Ninguno es sin el otro”

Arte y poesía» (1950), Martin Heidegger[1]

 

El Escolladero, Faustino I, Prado Enea, Valencisco, Costumbres…tienen en común que son vinos, pero, sobre todo, hay que destacar que su denominación de origen es Rioja y eso les prestigia y distingue más allá de la marca con la que se presentan y venden.

Otra cosa será la cata que permita distinguir elementos de calidad diferenciadores de los citados caldos por parte de los consumidores. Pero cuando se quiere consumir se solicita un Rioja, un Rueda… y luego ya se elige.

Ginecólogo, urólogo, anestesista, intensivista, cirujano, pediatra, otorrino, traumatólogo… tienen en común que son profesionales sanitarios, pero, sobre todo, su denominación de origen es que son médicos y eso les prestigia y distingue del resto de profesionales sanitarios. No tratan de ocultar su identidad, tan solo le ponen marca, la de las enfermedades, dolencias, aparatos, órganos o sistemas a los que dedican su atención médica. Tan solo existe una excepción en la que la denominación de origen antecede a su marca, la de los médicos de familia, lo que sin duda es muy significativo. Porque incluso los médicos de salud pública tienen marca propia como salubristas o epidemiólogos. Y es que, claro, denominarse primarios o familiares, no parece ser lo más acertado ante tanto “…ólogo” y decidieron voluntariamente, ocultar su condición de comunitarios y quedarse tan solo con lo de médicos de familia. De tal manera que al no tener enfermedad, dolencia, órgano, aparato o sistema específico que les pudiese dar marca optaron por el genérico para su denominación.

En el caso de las enfermeras, salvo las matronas que ocultan su denominación de origen hasta el punto que muchas de ellas quieren constituirse como denominación de origen nueva y propia, el resto de enfermeras mantienen dicha denominación de origen para identificarse, añadiendo la “marca” que les diferencia entre ellas sin sustituir la citada denominación. Así hablamos de enfermeras comunitarias, enfermeras pediátricas, enfermeras de salud mental, enfermeras del trabajo, enfermeras gestoras, o enfermeras sin “marca” definida pero con idéntica identidad propia.

Ante esta tesitura cabe preguntarse si el identificarse como enfermeras obedece tan solo a una cuestión relacionada con la no especialización, que en ningún caso supone demérito, que les caracteriza dado el débil desarrollo de las especialidades en nuestro país o, si realmente es una forma de reforzar la identidad disciplinar enfermera y no tanto la competencia específica sobre algún campo de actividad o acción concretas.

Sin embargo, y a pesar de ello, sigue siendo habitual que una enfermera que presta cuidados en cualquier ámbito y no habiéndose identificado como tal, sea confundida por aquello que realiza con un psicólogo, psiquiatra, epidemiólogo, economista… ya que la población en general sigue relacionando a las enfermeras con las técnicas y las tareas delegadas y no tanto, lamentablemente, con las competencias autónomas alejadas de las mismas y que se siguen asimilando a otras disciplinas. Esta, entre otras muchas, es la razón por la que resulta imprescindible identificarse además de con el nombre de pila, algo que olvidamos también con demasiada frecuencia, con nuestra denominación de origen.

Como sucede con los vinos, tal como ya he comentado, debemos conseguir que la población solicite una enfermera para ser atendida. Posteriormente podrá elegir en función de cualidades, actitudes y aptitudes, pero lo que no se debe cuestionar es sobre quien debe dar la atención, es decir, una enfermera. Todo el mundo sabe y solicita ser intervenido por un cirujano si se tiene que operar del estómago, ser revisado por un oncólogo si tiene cáncer… ¿Por qué entonces no se exige a una enfermera para ser vacunado, capacitado sobre su diabetes, asumir los autocuidados de higiene o alimentación…? ¿Por qué da lo mismo quién lo haga, con tal que se haga? ¿Por qué renunciamos las enfermeras a hacer lo que nos identifica y es de nuestra competencia? ¿Por qué no somos capaces de ser identificadas por aquello que nos es propio, los cuidados, y tan solo lo somos por lo que es delegado o forma parte de la técnica? Son interrogantes que cuanto menos nos tendrían que hacer pensar en qué estamos haciendo mal. Sí, haciendo mal, porque no es de recibo persistir en el victimismo y en el pensamiento de que siempre son otros quienes tienen la culpa de lo que nos pasa y la responsabilidad de arreglárnoslo. Como si no fuese con nosotras, como si el mundo estuviese en contra nuestra y no nos dejase ser y estar. ¿Realmente tenemos argumentos para seguir creyendo que nuestra invisibilidad, la confusión que generamos, las dudas que plantea nuestra aportación específica, se deben tan solo a factores externos, a ataques enemigos, a una persecución permanente? ¿De verdad consideramos que no tenemos responsabilidad alguna para que sigamos siendo invisibles, estando ocultas, siendo ignoradas, siendo irrelevantes?

Sinceramente creo que tenemos que ser autocríticas sin caer, como solemos hacer en ocasiones, en efectos pendulares que nos llevan del victimismo ya comentado al extremo contrario de la flagelación. Se trata de analizar cuál es la situación, el contexto, sin perder de vista cuál es nuestra actuación y actitud, sin perder de vista cuáles son nuestras aptitudes, es decir, nuestras competencias y el grado de responsabilidad que adoptamos y asumimos.

Tal como expresara Rosa Mª Alberdi[2], trabajo excelente es aquel que cumple dos condiciones: soluciona problemas de las personas a las que atendemos y hace evidente la contribución profesional al bienestar individual y social. Y es en base a dicho trabajo excelente y a cómo lo interiorizamos, valoramos y aceptamos, lo que determinará que estemos trabajando, bien en base a paradigmas ajenos a enfermería desde los que daremos respuestas que estarán al margen de nuestra responsabilidad y competencia, lo que nos identificará como profesionales subsidiarios de otras disciplinas en el mejor de los casos o como intrusos que tratamos de asumir competencias que no nos corresponden, al menos de manera autónoma. Bien que lo estemos haciendo desde planteamientos absolutamente teóricos con difícil o nulo traslado al ámbito de la práctica enfermera, lo que impide que podamos ser identificadas como profesionales capaces de hacer aportaciones propias, maduras y reconocibles por parte de toda la población a la que atendemos. O bien que lo hagamos sin tener en cuenta que la responsabilidad no se delega, lo que puede suponer que nuestra contribución sea reclamada y asumida por otros, con nuestra inacción y conformismo, haciéndolo además sin las competencias necesarias y exigibles, lo que determinará una clara confusión sobre nuestra denominación de origen que, además, no tan solo no aportará nada al prestigio y desarrollo de la citada denominación, sino que supondrá un claro retroceso en cuanto a su valoración en los ámbitos disciplinar, profesional y científico. En todos los casos nos alejamos del trabajo excelente y con ello de la posibilidad de ofrecer nuestra denominación de origen, al comportarnos como falsas y malas imitaciones o planteando excelencias incapaces de poder ser aplicadas y, por consiguiente, de ser contrastadas y evaluadas por sus prestaciones específicas. Por ello, desde dichos posicionamientos seremos incapaces de resolver o ayudar a resolver los problemas de salud de las personas, las familias y la comunidad, ni aportaremos nada, o muy poco, al desarrollo de la enfermería.

Si por el contrario somos capaces, desde nuestra denominación de origen propia, de identificarnos de manera inequívoca en la solución o ayuda que permita afrontar los problemas de salud que afectan a las personas, las familias o la comunidad y además contribuimos de manera clara y decidida a mejorar nuestra profesión, estaremos ofreciendo un trabajo excelente que no tan solo será valorado por lo que de aportación a la salud hacemos, si no que será claramente identificado como denominación de origen enfermería con independencia de que lo hagamos desde la enfermería comunitaria, de salud mental, de pediatría, de geriatría o desde la prestación de cuidados generales, porque lo verdaderamente importante será esa denominación de origen propia.

Otra cuestión será el envase en que presentemos nuestro producto enfermero y que tendrá que ver con el grado de simpatía, la presencia, la oratoria… que empleemos, que pueden contribuir a que la imagen ofrecida sea más o menos apreciada, más o menos atractiva, pero que no influirá en la calidad del producto con denominación de origen que es lo que le otorga el verdadero valor.

Por otra parte, es importante que identifiquemos y exijamos que los órganos reguladores de dicha denominación de origen establezcan los criterios de idoneidad y calidad, que permitan relacionar dicha denominación de origen enfermería, con quienes deben prestarlas de manera inequívoca, las enfermeras. Las omisiones imperdonables, las evitables duplicidades o las contradicciones inexplicables, deben evitarse para que la denominación de origen, enfermería, pueda ser identificada por las personas, las familias y la comunidad, como deseable y exigible y valorada por quienes la asumen, las enfermeras, como indispensable, propia e insustituible.

Como sucede con el vino, la denominación de origen determina, en gran medida, por si sola, la calidad del mismo. Pero para ello todos cuantos intervienen en el proceso deben asumir que dicha denominación no es gratuita ni permanente, si no que precisa de un compromiso continuado en el mantenimiento de su calidad y prestigio sin la que acabará convirtiéndose en una denominación devaluada que le situará en la intrascendencia.

Pero, además, como pasa con los vinos la denominación de origen por sí sola no es suficiente. Requiere de enólogos, vendimiadores, productores, embotelladores, diseñadores… que trabajen de manera coordinada y consensuada para, no tan solo mantener, si no mejorar de manera continua su calidad y prestaciones.

Por bueno que sea el enólogo, si los vinicultores, no cuentan con unas buenas cepas y las cuidan sin descuidar su atención para lograr el mejor fruto con el que posteriormente obtener un vino de calidad que además se ajuste a los criterios de denominación de origen, este será rechazado o desmerecido al identificarlo como vino peleón.

De igual manera las líderes y referentes enfermeras poco podrán hacer si no cuentan con enfermeras comprometidas con mantener todas las cualidades del producto enfermero a través de unos cuidados de calidad de los que deben responsabilizarse para que puedan ser identificados y valorados como denominación de origen enfermería. Lo contrario sitúa a los cuidados enfermeros en la indiferencia de un producto sin cualidades específicas ni aportación singular alguna, fuera de la disciplina que es lo que caracteriza la denominación de origen enfermería.

Pero falta saber si en este esfuerzo quieren participar las enfermeras para conseguir mantener y prestigiar esta denominación de origen enfermería, si están en disposición de hacerlo, si asumen el reto para lograrlo y la responsabilidad de afrontar tal decisión. No hacerlo determinará que los cuidados profesionales pasen a tener otra denominación de origen que ya se está planteando por parte de otros profesionales.

El vino siempre será vino, como los cuidados siempre serán cuidados. Lo que marca la diferencia es quién, cómo, dónde, de qué manera se produce el vino y se prestan los cuidados, para que puedan tener, tanto el vino como los cuidados, la denominación de origen que los prestigie. A no ser que se conformen, el vino con ser envasado en tetra brik y los cuidados en ser prestados al margen de la enfermería.

Tan solo aquello que sale del corazón, lleva el matiz y el calor de su lugar de origen[3].

[1] Pensador y filósofo alemán considerado el más importante del siglo XX

[2] Alberdi Castell, RM Estrategias de poder y liderazgo para desarrollar el compromiso social de las enfermeras. Rev ROL Enf. 1998; 239-240: 27-31.

[3] Escritor que se convirtió en uno de los poetas estadounidenses más reconocidos del siglo XIX

DE LO COMUNITARIO Y LA COMUNIDAD Trileros, filibusteros y fariseos.

                                                                    “El Príncipe debe hacer uso del hombre y de la bestia: astuto como un zorro para evadir las trampas y fuerte como león para espantar a los lobos”

Maquiavelo[1]

 

Primero fueron los cuidados. Pasaron de estar identificados exclusivamente en el ámbito doméstico (ocultación) y como función natural de la mujer (sexismo), a ser valorados como un bien rentable que todos incorporaron en sus estrategias de marketing, según las cuales nos encontramos con que actualmente cuida desde el champú, al yogur, pasando por los detergentes, las compresas o la ropa íntima. Todo tiene capacidad y cualidad de cuidar.

            En el ámbito de los cuidados profesionales, por su parte, pasamos de la subsidiariedad y la absoluta indiferencia con la que se valoraban, mejor dicho, se infravaloraban, los cuidados enfermeros a ser objeto de interés y de deseo por parte de prácticamente todas las profesiones y sus profesionales. Pasaron a cuidar los médicos, que solo curaban, los psicólogos, los trabajadores sociales, los biólogos, los arquitectos, los ingenieros… y por supuesto, las farmacias, que identificaron en el término una oportunidad fantástica de negocio, de su negocio como empresas privadas que son. Nada que objetar a la universalización de los cuidados, porque efectivamente son universales y no son patrimonio exclusivo de nadie. Pero mientras las enfermeras identificamos los cuidados profesionales como cuidados enfermeros, es decir que tienen denominación de origen, el resto los utilizan como etiqueta exclusivamente, sin que realmente tengan mayor sentido, ni científico ni tan siquiera común. Simplemente queda bien para aquello que se trata de vender, de poner en valor o de acaparar mayor cuota de poder. El colmo de la apropiación indebida e interesada de los cuidados la hacen las/os políticas/os que también los han incorporado a sus discursos demagógicos pervirtiendo su sentido y su verdadero valor.

            La pandemia, la recurrente pandemia, ha venido a dejar claro qué cuidados son realmente profesionales, los enfermeros, y quienes son sus principales y verdaderos protagonistas, las enfermeras.

            Pero ahora se abre un nuevo frente de interés, lo comunitario, que no la comunidad. Porque realmente lo que interesa es lo que vende, no lo que significa. Y lo comunitario, como en su momento los cuidados, son el nuevo y oscuro objeto de deseo de casi todos.

            Hace más de 35 años tan solo las enfermeras hablábamos de comunidad y de acción, intervención y participación comunitarias, porque hasta los médicos, que ya tenían especialidad de medicina familiar y comunitaria, renunciaron a parte de su denominación al autodenominarse como médicos exclusivamente de familia. De hecho, la principal y decana sociedad científica enfermera del ámbito de la comunidad se denomina Asociación de Enfermería Comunitaria, que siempre ha entendido que la atención comunitaria engloba a la persona, la familia y la propia comunidad.

            La evolución de la Atención Primaria (AP), ámbito en el que, al menos teóricamente, debe darse cobertura a la comunidad, fue abandonándola progresivamente hasta dejarla como una mera demarcación territorial, sin mayor valor y con una mínima y despreciable intervención y participación en la toma de decisiones.

            Cuando el grado de deterioro de la AP ya alcanza límites de verdadera catástrofe organizativa y de sentido, a las enfermeras comunitarias se les vacía de contenido competencial para que pasen a ser profesionales tecnológicos y subsidiarios del hospital, dejando de atender a la comunidad más allá de actividades esporádicas, voluntaristas o efectistas, vacías de contenido y de planificación, por lo que se diluyen totalmente quedando devaluadas.

            En esta situación, que sin duda ha quedado patente y agravada por efecto de la pandemia con decisiones políticas absolutamente descabelladas que han contribuido a aumentar el ya maltrecho deterioro de la AP, empiezan a emerger intereses inusitados por ponerse el apellido de comunitaria/o. Farmacias, fisioterapeutas, pediatras, trabajadores sociales, psicólogos, odontólogos… como si de repente la comunidad les interesase o la acabasen de descubrir. Comunidad que siempre ha existido y a la que nunca han hecho caso hasta ahora que lo comunitario vende, da prestigio y esplendor… Nuevamente algo totalmente depreciado y despreciado, se torna inusitadamente valioso, atractivo y atrayente. Lo de menos es lo que signifique el hecho de denominarse comunitario. Lo importante, lo único verdaderamente de interés, es lo que aporta como etiqueta. Está de moda y de igual manera que se quiere que los pantalones vaqueros lleven la etiqueta que los prestigia, estos advenedizos quieren incorporar la etiqueta de comunitarios, aunque ello no conlleve, en la mayoría de los casos, la intención de trabajar en y con la comunidad, entre otras muchas cosas porque ni saben ni quieren saber. Unos por negocio y otros tan solo por el hecho de hacerse un hueco en esto que ahora quieren denominar Atención Primaria de Salud y Comunitaria (APSyC) a través del Marco Estratégico que se está gestando deprisa y corriendo para poder tener acceso a los fondos europeos. Como casi siempre en este país sin planificación y con urgencias.

            Así pues, lo que se inició como una gran estrategia para dotar a la AP de los contenidos, las competencias, la organización, la gestión e incluso la financiación que le corresponde, se está convirtiendo en un bazar en el que los mercaderes de la salud tratan de negociar su espacio y sus condiciones, utilizando, para ello, estratagemas de maquillaje, camuflaje, enmascaramiento… que les sitúe en el escaparate sanitario como valedores indiscutibles de sus competencias, aunque su colonización esté alejada de lo que es y significa ser y actuar con perspectiva y sentimiento comunitarios.

            Y quienes tienen la capacidad de tomar decisiones, se dejan arrastrar por intereses que se alejan de las necesidades sentidas de la comunidad para satisfacer los deseos corporativistas que eviten los conflictos y las protestas de los lobbies sanitarios, mientras la comunidad sigue ignorándose por mucho que se utilice el término de comunitario.

            Esta situación no pasa desapercibida por ciertos depredadores que identifican la oportunidad de negocio, más allá de cualquier otro interés. Y para conseguir sus espurios objetivos de ayuda y apoyo desinteresados realizados desde unas empresas privadas que actúan, además, como monopolio, aunque las intenten revestir de servicio público como maniobra de distracción y confusión con la que no tan solo engañan a la comunidad de la que pretenden adquirir su denominación, sino, y esto es lo más grave, a las/os políticas/os que, atraídos por sus cantos de sirena, se dejan arrastrar tomando decisiones que lejos de solucionar los problemas a los que, aparentemente, se pretende dar respuesta, acaban encallando a la AP en los arrecifes de la falta de recursos y financiación y vaciando de contenido y competencias a quienes son los verdaderos protagonistas, las/os profesionales de AP que ven con estupor, tristeza y frustración como son ninguneados e ignorados, además de maltratados institucionalmente.

            La utilización de recursos públicos no debe, en ningún caso, servir para favorecer intereses privados, contando como se cuenta con recursos públicos de altísimo valor que precisan ser racionalizados que no racionados.

            Utilizar como símbolo una cruz, usar bata blanca, dispensar medicamentos y denominarse profesionales sanitarios, no son razones ni suficientes ni evidentes para dotarles de unas competencias que no les son propias y que supone generar un enfrentamiento tan innecesario, como estéril e inapropiado con los profesionales de los verdaderos servicios públicos, no tan solo por la atención que dispensan si no por la gestión y financiación que reciben, generando un conflicto que acaba provocando un problema de dimensiones mucho más grandes que el que aparentemente pretenden solucionar, anunciándolo además con idéntica proporción de algarabía y oportunismo político que de irreflexión y falta de coherencia, ante los medios de comunicación como si de un gran logro se tratase.

            Pretender que las personas con cronicidad sean atendidas, controladas o seguidas desde los mismos establecimientos desde los que se les dispensan los fármacos para sus problemas de salud y en los que se venden muchos más productos que quedan al margen de la financiación pública y por tanto son parte del negocio del establecimiento, con la ilusoria idea que no se van a producir intentos de venta de los mismo a las personas a las que hipotéticamente se van a controlar o a sus familias, es como meter a un niño en una tienda de golosinas sin vigilancia alguna y con acceso total a las mismas y pretender que no coja ninguna.

            Si a ello añadimos que quienes han tenido y tienen las competencias profesionales de estos mismos servicios se enteran por los medios de comunicación que un nuevo agente va a hacerlos a partir de ahora sin haber llevado a cabo, no tan solo ninguna planificación previa, sino, ni tan siquiera un análisis compartido con la participación de todas las partes para determinar la oportunidad, necesidad y coordinación de las acciones, así como la responsabilidad que a cada agente corresponde, el resultado no puede ser otro que el de la inmediata resistencia de quienes identifican la estrategia  como un ataque frente a lo que otros hacen como logro de oportunidad, mientras quien lo autoriza, lo ve como rédito político.

            Y, por supuesto, en todo este despropósito la comunidad queda al margen de la toma de decisiones, como sujeto pasivo de la misma, aunque todas las partes se atribuyen el calificativo de comunitarios y sigan creyendo firmemente que lo son y lo merecen.

            Debe ser que estamos próximos a las fiestas navideñas en las que tanto la capacidad de pedir como la de regalar se exacerba. Así unos aprovechan para escribir su particular carta de Reyes y los otros para satisfacer los deseos actuando como Majestades dadivosas. Lo malo es que al hacerlo no se dan cuenta, o les da exactamente lo mismo, que sus peticiones y concesiones repercuten negativamente en muchos ámbitos, personas y profesionales.

            Pero sería injusto que en este análisis quienes realmente pueden decir que son comunitarias, sin miedo a ser identificadas como intrusas, son las enfermeras, que a pesar de los permanentes y sistemáticos ataques al trabajo comunitario por parte de quienes dicen defender la sanidad pública dejándola en manos de empresas privadas y vaciando de contenido el trabajo en y con la comunidad, siguen desarrollando estrategias e intervenciones comunitarias con el objetivo de empoderar a la comunidad a través de una educación para la salud capacitadora y participativa que le permita la autogestión, el autocuidado y la autonomía de sus procesos de salud sin injerencias mercantilistas de aparentes servicios públicos con intereses lucrativos.

            Si a todo ello añadimos que una vez desenmascaradas las intenciones de quienes piden y quienes consienten estos desmanes, la respuesta es tan inconsistente como carente de intención de enmienda y con un mensaje de absoluto desprecio a la inteligencia de profesionales y ciudadanía, en el que se pretende hacer creer que lo que pasa es que no se les ha entendido y que además el servicio propuesto es tan necesario como oportuno para la comunidad y no supone ataque alguno a nadie.

            Todo esto, tras una pandemia en la que se han intentado ocultar las miserias de la gestión con calificativos de heroicidad hacia quienes ahora se les quita no ya tal condición, que nunca demandaron ni quisieron, si no la dignidad profesional para negociar de manera tan torpe como maquiavélica con quienes tan solo buscan obtener mayores beneficios en sus negocios, camuflados de sanitarios y samaritanos cuando tan solo son verdaderos filibusteros y fariseos.

            Y en este punto asistimos a un espectáculo de trileros en el que siempre ganan los tramposos y en el que tanto la comunidad como las/os profesionales observan con cara de asombro como nunca aciertan donde está la bola a pesar de verla con claridad. Y es que las trampas, los engaños, el negocio y la impunidad, siempre acaban por vencer a la transparencia, el compromiso, la motivación e incluso a la ética, convirtiendo la salud en un negocio más de las intrigas políticas y económicas.

            Hagan juego, señoras y señores!!!!

[1] Diplomático, funcionario, filósofo, político y escritor italiano, considerado padre de la ciencia política moderna.

«ORGULLO ENFERMERO» ENFERMERA SATURADA CADENA SER

El año pasado el colectivo de las enfermeras celebró su año internacional enfrentándose a la crisis del COVID. Algunas, como África Martínez, se contagiaron y aún sufren COVID persistente. La cara más amable de esta pandemia la muestra ‘Enfermera Saturada’, seudónimo de Héctor Castiñeira en ‘Orgullo enfermero’, un relato sobre la campaña de vacunación.

SIMULACIÓN PROFESIONAL. Pérdida de identidad

Pérdida de identidad

“Todas las cosas fingidas caen como flores marchitas, porque ninguna simulación puede durar largo tiempo.”

Cicerón[1]

El uso de la simulación es un elemento clave en la formación de futuras enfermeras y hace referencia a un evento o situación que trata de simular o parecerse lo máximo posible a la práctica real a través de entornos formativos de simulación que repliquen situaciones de la vida real con mayor o menor grados de fidelidad o credibilidad.

Pero más allá de la identificación de estas metodologías docentes como eficaces en el proceso de enseñanza – aprendizaje de las futuras enfermeras, sobre lo que realmente quisiera reflexionar hoy es sobre lo que yo identifico como una simulación profesional que se incorpora en muchas enfermeras más allá de las aulas de la universidad.

Parece como si una vez obtenido el título que habilita para el ejercicio de la enfermería, que lamentablemente parece ser el principal, y me atrevería a decir que en muchas ocasiones casi único objetivo tanto del estudiantado como de las universidades donde se forman, lo que incorporan es una simulación profesional que maquilla, esconde, deforma, la verdadera identidad enfermera, en un intento, no sé muy bien si intencionado o adquirido e interiorizado, de parecer lo que no se es u ocultar lo que se es. Como si el sentimiento de orgullo profesional no hubiese sido adquirido y, además, con el tiempo se fuera diluyendo de manera progresiva hasta convertirlo, incluso, en un sentimiento contrario de rechazo y frustración a lo que se es, enfermera.

Es cierto que la simulación en la formación de enfermeras ha mostrado resultados positivos en la adquisición de conocimientos, habilidades, autoeficacia, confianza y competencias profesionales. Sin embargo, la formación en habilidades de comunicación es escasa e insuficiente, a pesar de ser fundamentales en la calidad de atención que deben prestar las enfermeras, cuya formación se centra tradicionalmente en la adquisición de habilidades técnicas, paralelamente al modelo asistencial biomédico y tecnificado predominante y que provoca una gran fascinación entre el estudiantado que es directamente inverso al que genera la. formación para la adquisición de competencias relacionadas con aspectos emocionales y habilidades de comunicación, que incluso son denominadas como competencias blandas en un claro desprecio, no exento de ignorancia, hacia las mismas, lo que hace que, su falta de solidez, impida la consolidación profesional y acabe escurriéndose y perdiéndose como parte fundamental del ser y sentirse enfermera, al contrario de lo que sucede con las aparentes competencias duras ligadas a las técnicas y la tecnología, que solidifican y ocupan el sentimiento enfermero con carácter casi exclusivo y en el que, además, las enfermeras se sienten cómodas y seguras dada la certeza que les proporciona en contraposición a la incertidumbre y en muchas ocasiones la ansiedad de tener que afrontar sentimientos, emociones y valores ante los que suelen generar una coraza como medida de protección ante una hipotética y falsa amenaza para su salud. Lo que no deja de ser paradójico, pues quienes tendrían que promocionarla, protegerla y rehabilitarla, se dedican a defenderse de ella, mediante una permanente y absurda simulación de lo que no se es ni se quiere ser, tras la barrera tecnológica aislada y desprovista de los cuidados profesionales y de la consiguiente humanización. Estas, entre otras razones, pueden justificar muchos comportamientos ligados a la citada tecnología y al ámbito biologicista en el que se incorporan y que llevan a desproveer a las personas precisamente de lo que son, personas con identidad propia e individual, para pasar a etiquetarlos, desde esa permanente tecnificación, cosificación, despersonalización, que atenta a su dignidad humana, como portadores de sus patologías que, aparentemente, desplazan y anulan sus sentimientos, emociones, experiencias, valores, para ser sustituidos por síntomas, signos y síndromes estandarizados y uniformados, para los que, de igual manera, se confeccionan planes de cuidados estandarizados, como si de una moda prêt à porter se tratase, en lugar de una confección de los mismos, individualizada y personalizada que obliga a una atención igualmente individual e integral. Estandarización, por tanto, que se incorpora también en la interacción con las personas, trasladando mensajes mecánicos desprovistos de empatía que anulan la escucha activa que alimenta la comunicación y el consenso, para ser sustituida por una información unidireccional y tecnológica que impone las decisiones profesionales.

Hace tiempo, tanto que las nuevas enfermeras prácticamente tan solo lo conocen por la iconografía no siempre acertada ni relacionada con la profesión, la cofia, junto a uniformes degradantes, dejaron de ser elementos identificativos de las enfermeras, para adoptar una uniformidad homogénea con el resto de profesionales de los servicios de salud. A partir de ese momento la identidad pasaba a ser una responsabilidad individual de cada enfermera al no ser explícita por distintivos específicos, más allá de la utilización aislada y anecdótica de identificadores que daban poco sentido al elemento que, en teoría los mantenía visibles, como es el caso de los imperdibles, ya que precisamente solían perderse con suma y sospechosa frecuencia. De tal manera que las personas que acuden a los servicios de salud suelen tener dificultades serias para lograr identificar a quienes se dirigen a ellas enfundadas/os en batas o pijamas tan impersonales como, en muchas ocasiones, amenazantes. El anonimato, por tanto, se convierte en la carta de presentación habitual en la relación entre enfermeras y usuarios. Hecho que no tan solo impide poner nombre a quienes se dirigen a ellos si no que, ni tan siquiera, permite identificar la profesión u ocupación de quien lo hace, generando una gran confusión e insatisfacción y contribuyendo con ello a la invisibilización profesional enfermera que queda oculta y desvalorizada en esa simulación permanente en la que se incorporan, que al contrario de lo que sucede con la simulación pedagógica , en la profesional lo que se logra es representar o hacer creer algo que no es verdad con palabras, gestos o acciones y, por tanto, alejándose de un intento por replicar una realidad enfermera que cada vez se torna más lejana y difusa.

Si bien es cierto, como decía, que la simulación en la docencia enfermera alcanza resultados positivos en la adquisición de conocimiento, habilidades, autoeficacia, confianza y competencia enfermera, estos son paulatinamente abandonados en la simulación profesional al sustituirlos por una progresiva estandarización de acciones repetitivas con pobre o nula justificación científica que debilita o anula los conocimientos, sustituyendo habilidades por mecanización rutinaria, autogestión y autoeficacia por pendencia técnica y profesional, confianza por frustración, conformismo e inmovilismo y competencia enfermera por una ejecución de actividades y funciones que encasilla y resta autonomía al tiempo que favorece la subsidiariedad. De tal manera que la cofia, aunque esta sea imaginaria, vuelve a incorporarse con toda la carga que la misma conlleva a excepción de, posiblemente, la única virtud que tenía, que no era otra que la clara identificación profesional de quien la portaba.

La simulación profesional, además, va ligada a una astenia y bulimia profesionales que deforman la autoimagen enfermera haciendo que la misma sea rechazada, lo que provoca acciones lesivas contra ella en un intento de modificación forzada de dicha imagen que lo único que consigue es precisamente agravar su situación y aislarle del contexto en el que está integrada. Esta realidad paralela en la que se sitúa comporta llevar a cabo una simulación permanente en la que trata de ser lo que no es y ocultar lo que es con un evidente prejuicio para el conjunto de la profesión y su desarrollo.

La simulación, por otra parte, comporta asumir roles, patrones o comportamientos delegados o prestados de otras disciplinas creyendo que las hace suyas e identificándolas como propias, cuando realmente lleva a cabo tareas delegadas sobre las que no tiene control ni autonomía y que tan solo tienen por objeto aliviar el trabajo de otras/os profesionales en una especie de subcontrata de competencias alejada de la identidad propia enfermera, instalándose en una zona de confort exenta de responsabilidad que incluso mimetiza denominaciones ajenas apartando con ello aquellas que les identifican como profesionales autónomas/os ligadas a las denominaciones que deciden abandonar, suponiendo un elemento más en el deterioro de la identidad propia a través de la simulación.

Este comportamiento es incluso apoyado por diferentes organizaciones que identifican el mismo como un logro de campos de actuación que, sin embargo, conllevan el abandono de competencias propias que rápidamente tratan de ser asumidas y reconocidas como propias por parte de otras/os profesionales que aprovechan la oportunidad de abandono de responsabilidad para adjudicársela e integrarla como parte de su crecimiento, lo que supone la pérdida irreparable de identidad enfermera que, además, la población identificará en quienes la asumen por haber sido abandonada que no delegada, al contrario de lo que sucede con las que abraza de manera tan efusiva como irracional que siempre van a ser identificadas como ajenas a la profesión enfermera y propias de quienes las están delegando que no abandonando.

Nos situamos, por tanto, en un escenario en el que la confusión de papeles de quienes actúan como protagonistas de la acción hace que la identidad enfermera quede muy debilitada o incluso diluida en esa simulación.

Por el contrario, quienes se reafirman en su identidad e imagen, no tan solo tienen que luchar contra los intentos de subsidiariedad a los que quieren ser sometidas/os por parte de otros colectivos si no que lo deben hacer contra los que simulan una acción ajena interpretándola como propia y contra quienes están al acecho de querer ocupar los espacios que en dicha disputa se generan y que luego resulta prácticamente imposible recuperar.

En definitiva las competencias enfermeras no precisan de simulación alguna, si no de concreción y reafirmación identitaria y de imagen en base al paradigma propio enfermero que debe ser alimentado convenientemente de evidencias científicas que permitan su fortalecimiento y la debida autoestima en base a lo que es y representa ser y sentirse enfermera, sin necesidad de asumir papeles ajenos desde los que ni seremos capaces de ser creíbles ni de aportar respuestas eficaces de cuidados profesionales a las personas, las familias y la comunidad.

Resulta imprescindible abandonar aquellos espacios que nos son ajenos y en los que por mucho que simulemos siempre lo haremos desde la subsidiariedad y no desde la autonomía. En cualquier caso, esto no supone, de ninguna manera, el que no podamos participar en acciones compartidas con otras disciplinas, pero sin que ello suponga el suplantar identidades en un patético carnaval en el que las máscaras ocultan la verdadera identidad enfermera y generan confusión a la hora de identificar a las/os verdaderas/os protagonistas de las competencias.

Asumir la identidad enfermera supone el reconocerse y darse a conocer como enfermeras, sin necesidad de simular aquello que ni somos ni tenemos capacidad de ser y que, además, supone el tener que abandonar lo que realmente somos.

Finalmente, ser o no ser, esa es la cuestión.


[1] Jurista, político, filósofo, escritor y orador romano (Arpino, 3 de enero de 106 a. C.-Formia, 7 de diciembre de 43 a. C.)

ATENCIÓN PRIMARIA, CAJÓN DE SASTRE

“Hay dos maneras de llegar al desastre: pedir lo imposible y retrasar lo inevitable “

Héctor del Mar[1]

 

Tras la pandemia, o cuanto menos tras lo más grave de la pandemia, empiezan los propósitos de conciencia y de enmienda. Lo que, al menos en principio, no está mal, siempre y cuando los citados propósitos no sean tan solo objetivos que se pretenden lograr, sino una determinación firme por alcanzarlos y hacerlos realidad.

Propósitos ligados a promesas que no son nuevos y que vienen a incorporar expectativas entre quienes llevan tanto tiempo padeciendo el progresivo deterioro de la Atención Primaria (AP).

Ya he reflexionado en diferentes ocasiones sobre los males que aquejan al Sistema Nacional de Salud (SNS) en general y a la AP en particular. No es pues mi intención insistir sobre los mismos. No porque crea que no es importante hacerlo, sino porque considero que, en esta ocasión, es mejor que me centre más en aquellos aspectos que considero deben evitarse para no echar a perder la tan necesaria como deseada reforma de la AP.

En primer lugar, me gustaría destacar un hecho que considero no siempre es tenido en cuenta y que, sin embargo, tiene una clara influencia en el desarrollo de cualquier organización. De manera reiterada se achaca a las instituciones la culpa de todo cuanto sucede en la organización de las mismas, como si fuesen dichas instituciones las causantes de los males que influyen en su deterioro, parálisis o ineficacia. Como si las instituciones tuviesen vida propia o capacidad de autogestionarse, al margen de las/os profesionales que en las mismas trabajan o de quienes son encargadas de liderar su desarrollo y, por tanto, su capacidad de responder a las necesidades y demandas de la comunidad en las que se integran y para las que son su razón de ser. Así pues, creo que hay que reflexionar sobre la responsabilidad que las personas que las gestionan y las/os profesionales que en ellas trabajan tienen. Continuar con la inercia de culpabilizar a las instituciones y situarse como víctimas de la institucionalización y sus consecuencias es, no tan solo un claro ejemplo de irresponsabilidad, sino también una muestra evidente de la ausencia de empatía con la sociedad a la que se deben. Finalmente, las instituciones son lo que las personas que en ellas trabajan quieren que sea. Bien sea por acción o por omisión, es decir, porque se adoptan actitudes de acción claramente negativas para su adecuado desarrollo, a bien, porque se evitan, de manera premeditada y consciente, aquellas que podrían revertir situaciones de deterioro o suponer evidentes mejoras. En ambos casos son responsabilidad de las personas y no de las instituciones. Esto, por tanto, de ello se deriva una clara ausencia de sentimiento institucional y de orgullo de pertenencia, al estar más interesados en ir contra las instituciones que a favor de ellas y lo que representan.

Otra cosa bien diferente es la manera como dichas instituciones son manejadas. Pero en cualquier caso lo son por personas no como respuesta autómata e independiente. E incluso en ese caso, quienes tan solo ven en dicha negligencia gestora la causa de todos los males, están contribuyendo con su inacción e inmovilismo, a que la situación cada vez sea peor y menor la posibilidad de reversión positiva, al entrar en un bucle que conduce a replicar los defectos y a perpetuarlos como parte definitoria de las Instituciones.

Analizar quien tiene mayor culpa, si quienes gestionan mal, o quienes trabajan ineficazmente, es tanto como preguntarse si es antes el huevo o la gallina, como un circunloquio que lo que pretende es entretener o desviar la atención sobre lo que se sabe que pasa y cómo contribuir a solucionarlo, pero que, sin embargo, no se está en disposición de admitir y mucho menos de asumir. Estamos, por tanto, ante la pescadilla que se muerde la cola y que pone de manifiesto, por una parte, que es algo que no tiene fin dada la forma que toma el pescado en su exposición de venta y por otra la incoherencia de estar denunciando o protestando por dos cosas contrarias a la vez. En definitiva, un despropósito adquirido y aceptado como parte de la dinámica profesional que cada cual desarrolla en su ámbito propio de actuación.

Así pues, si realmente se quiere y desea que algo cambie en la AP, resulta imprescindible que, más allá de quienes tienen la capacidad de tomar decisiones, se manifiesten y actúen quienes tienen la capacidad de que dichas decisiones se identifiquen como inaplazables se movilicen y dejen de seguir pensando y esperando a que sean otros quienes deben cambiarlas. Porque puede suceder que cuando se generen los cambios estos no sean los que se esperaban ni deseaban y, por tanto, continúe la espiral de malestar, desmotivación, frustración… y con ella la de inmovilismo, inacción y conformismo que tanto daño hacen a la AP y a quienes deberían obtener respuestas profesionales por parte de quienes en ella trabajan.

Precisamente algunos de los cambios que se proponen o se adivinan vienen determinados por la situación de “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Es decir, cuando en situaciones confusas en las que se generan desavenencias y confrontaciones, ante los cambios que se proponen o adivinan, hay quienes se aprovechan para sacar beneficio de tales circunstancias, mientras quienes deberían dedicarse a dar respuestas eficaces y eficientes, se dedican, con sus posicionamientos, a dejar espacios que se apresuran a ocupar otros agentes de dudosa idoneidad.

Este hecho está sucediendo en estos momentos ante una situación que se presenta como esperanzadora para el cambio del actual y caduco modelo de AP, en el marco de la Estrategia de Atención Primaria de Salud y Comunitaria (APSyC). Mientras quienes son identificados como agentes fundamentales de la APSyC se dedican básicamente a proponer mejoras laborales en lugar de organización y calidad, hay quienes aprovechan para reivindicar una presencia que, en muchos casos, está fundamentada más en deseos de nichos de actuación e incluso de poder, que en hechos contrastados de necesidad que permitan configurar con coherencia una APSyC que responda a las necesidades reales y sentidas de la comunidad, de sus familias y de las personas que las integran.

Psicólogos, nutricionistas, logopedas, odontólogos, podólogos, terapeutas ocupacionales, animadores sociales, profesionales de geriatría y pediatría, educadores, traductores, mediadores sociales… lanzan sus redes y cañas tratando de pescar en las aguas revueltas del cambio que se propone, con la esperanza de obtener capturas que les permitan beneficios que les son poco propicios en otros caladeros que o bien les están vetados o bien ya están saturados.

No seré yo quien ponga en tela de juicio o cuestione las valiosas competencias profesionales que cada uno de los colectivos puede aportar a la salud de la población. Pero lo que, si que me atrevo, no tan solo a cuestionar, si no a mostrar mi total disconformidad es a que se identifique la APSyC como un totum revolutum en el que todo y todos caben, en un claro revoltijo sin orden, concierto, ni director que lo consiga establecer. Pero ya se sabe que casa de muchos, casa de sucios.

Un cajón de sastre en el que se meten cosas tan diversas como desordenadas que dificulta encontrar lo que realmente hace falta cuando hace falta o incluso provocar efectos indeseados en la búsqueda precipitada por acceder a lo que se desea, convirtiendo el cajón de sastre en un verdadero desastre.

No se puede ni se debe confundir la accesibilidad a los diferentes servicios que en uno u otro momento se puedan necesitar con agruparlos de manera interesada, desordenada e inconexa en un ámbito de atención como la APSyC. De igual manera que la APSyC no puede ser una réplica hospitalaria de segundo orden o subsidiada al hospital, en la que replicar una estructura y organización que obedece al asistencialismo médico, biologicista, medicalizado y fragmentado que se ha demostrado ineficaz e ineficiente para dar respuestas a los problemas de salud de la sociedad que van mucho más allá de la enfermedad.

Por lo tanto, no se trata de meter con calzador profesionales de muy diferentes ámbitos de atención y asistencia bio-psico-social-espiritual, si no de identificar cómo y de qué manera se puede acceder a ellos de una manera planificada y coordinada que permita plantear respuestas integrales, integradas e integradoras de atención.

La comunidad supone un espacio diverso en el que la identificación de recursos comunitarios, en base a su conocimiento y capacidad de respuesta de los mismos, permite a los equipos de profesionales de APSyC (enfermeras, médicos, trabajadores sociales, administrativos, auxiliares de enfermería), articular, facilitar y coordinar el acceso a los mismos de la población, en función de las necesidades sentidas e identificadas y las respuestas terapéuticas necesarias y consensuadas. Estableciendo canales de comunicación permeables y permanentes que contribuyan a facilitar un acceso eficaz, equitativo y eficiente que evite repeticiones y omisiones innecesarias de procesos y facilite la continuidad de cuidados.

Los equipos de salud no pueden convertirse en grupos descoordinados de profesionales que acaben provocando luchas internas por encontrar un espacio propio de actuación tanto competencial como estructural, que limite el imprescindible trabajo transdisciplinar. Porque tal como dice Eraldo Banovac[2] «Ignorar el desorden no puede dar lugar a un orden».

La deseada y necesaria intersectorialidad no se puede concentrar en un único sector, como el de salud, porque tal planteamiento, en sí mismo, ya supone una clara contradicción de lo que representa y debe aportar.

El Centro de Salud, como recurso comunitario referente en salud debe ser tan solo y sobre todo un referente social que trabaje en y por la coordinación con otros sectores sociales para lograr las mejores respuestas de salud posibles y no se convierta en una permanente derivación entre profesionales como forma, en muchas ocasiones, de evadirse del problema al trasladarlo a otro profesional por el hecho de formar parte de una estructura tan compleja, inconexa, y fragmentada, como innecesaria y prescindible.

La APSyC no puede ser un reducto ni de quienes piensan que es un lugar donde supuesta y equivocadamente el trabajo es más fácil, menor y donde se cobra más, lo que la convierte en un apetecible destino que no se conoce si quiera, ni de quienes no encuentran espacios de actuación específico para su actuación profesional y la identifican como una posibilidad de acomodo, aunque sea provisional y como mal menor.

Pero tampoco puede ser un espacio que se limite a buscar medidas que faciliten el trabajo de unas/os profesionales en perjuicio del trabajo de otras/os, a través de decisiones arbitrarias que debilitan y limitan las respuestas reales que pueden y deben darse por parte de las/os diferentes profesionales. No se trata de desvestir un santo para vestir a otro.

Ahora bien, y volviendo al principio, para que el cajón de la APSyC no se convierta en un remedo del cajón de sastre, hace falta que quienes, como las enfermeras comunitarias, tienen su espacio profesional natural en ella, lideren claramente y sin posibilidad de equívocos el contexto de cuidados que la pandemia deja tras de sí y que requiere de respuestas profesionales, que si las enfermeras comunitarias no son capaces de dar, dejarán un hueco que sin duda será colonizado por otra disciplina u oficio con lo que supondría un claro deterioro de la atención. Porque lo que es indudable e incuestionable es que la necesidad de cuidados existe y si las enfermeras comunitarias no tenemos la determinación de liderar el proceso que permita satisfacerla lo liderarán otras/os y una vez suceda ya no habrá posibilidad de recuperarlo.

Todo ello sin olvidar que se requiere una apuesta clara y decidida para dotar de una inversión equilibrada y justa para la APSyC que elimine la dependencia tóxica del hospital sustituyéndola por una coordinación efectiva que potencie y facilite la continuidad de cuidados. Que posibilite una articulación con el ámbito sociosanitario para facilitar el desarrollo de estrategias conjuntas de intervención. Al César, lo que es del César.

No se trata de establecer un coto privado y privativo, en el que no tengan cabida otras profesiones, pero sí de ordenar cómo acceden a prestar atención de la manera más racional posible que permita prestar cuidados de calidad y calidez en un escenario abierto, accesible, equitativo, coordinado, diverso y compartido, sin necesidad de convertirlo en un espacio de supervivencia incontrolado y peligroso para quienes lo ocupen y para quienes lo visiten o esperen ser visitados por ellas/os. Juntos, pero no revueltos.

Sería deseable que en los trabajos que van a llevarse a cabo para tratar de desarrollar el marco estratégico de APSyC se olviden los intereses corporativos en favor de los intereses de salud y comunitarios, se planifique su estructura y organización con criterios de racionalidad y coherencia, se facilite el cambio real de modelo y no tan solo una aparente reforma que mantenga la vieja e inestable estructura, se dote de coherencia a los equipos definiendo y fortaleciendo las competencias y especificidad de sus profesionales, se eliminen las barreras que impiden la participación real y activa de la comunidad en la toma de decisiones compartidas, se abandonen los intereses partidistas y oportunistas que sustituyen a los de la población a la que debe atenderse desde los diferentes servicios de salud, se adopte e implemente la gestión profesional que sustituya a la obediencia y querencia política, se posibilite que las/os profesionales puedan participar en el diseño e implementación de la organización en la que desarrollan  su actividad, se evite que la disciplina, sea la que sea, no determine, limite, obstruya o condicione las decisiones, se potencie que la diversidad, el análisis, el debate y la reflexión sean los ejes fundamentales para la construcción del cambio y no la confrontación, la inmovilidad, la obstrucción y la falta de respeto.

Se trata, en resumen, de hacer el mejor traje posible para el mejor modelo, sin tener que buscar los elementos necesarios en el desorden de un cajón de sastre que evite, como decía Henrry Miller[3], que “el caos sea la partitura en la que está escrita la realidad”.

[1]  Locutor de radio y televisión español de origen argentino 1942-2019

[2] Ingeniero y profesor croata.

[3] Novelista estadounidense.

ESTADO DE BIENESTAR. LA NECESARIA REVOLUCIÓN DE LOS CUIDADOS.

“Cuando una revolución es imposible corre el riesgo de convertirse en lo contrario: en una reacción.”

Joan Fuster[1]

 

Sucede con frecuencia que determinadas palabras, expresiones, dichos, conceptos, por repetidos, se dan por entendidos e incluso por asumidos. Esta irreflexiva aceptación supone no tan solo un desconocimiento del significado, sino que representa un peligro, al ser utilizado el desconocimiento, aliado con el conformismo, por quienes hacen un uso interesado de los significados de dichos conceptos para manipularlos y hacer creer lo que realmente no son, creando un espejismo muy alejado de la realidad.

Sería larga la lista que, en este sentido, podría aportar, pero me voy a detener en un concepto como el del Estado de Bienestar que me parece paradigmático de lo que estoy tratando de trasladar y en el que, además, las enfermeras tenemos o tendríamos mucho que decir y aportar.

Me gustaría, para empezar, detenerme en la polisemia de la palabra estado, ya que el significado que se da al concepto en el que se integra varía en función de cómo se identifique o interprete. De esta manera nos encontramos que la palabra estado puede significar:

1.- Situación o modo de estar de una persona o cosa, en especial la situación temporal de las personas o cosas cuya condición está sujeta a cambios.

2.- Comunidad social con una organización política común y un territorio y órganos de gobierno propios que es soberana e independiente políticamente de otras comunidades.

En base a estos dos significados, por tanto, entenderemos que el estado de bienestar, según la primera acepción, es aquel en el que las condiciones físicas y mentales de la persona le proporcionan un sentimiento de satisfacción y tranquilidad.

Sin embargo, en base a la segunda, el Estado de Bienestar es un concepto de la ciencia política y económica con el que se designa a una propuesta política o modelo general del Estado y de la organización social, según la cual el Estado provee servicios en cumplimiento de los derechos sociales a la totalidad de los habitantes de un país.

Es cierto que ambos significados son compatibles y no excluyentes, pero no es menos cierto que para lograr que se cumpla el primero es muy importante que se den las condiciones de ser factible el segundo de una manera real y no tan solo teórica o eufemística.

Llegados a este punto me gustaría detenerme a analizar y reflexionar sobre el segundo de los significados, es decir, sobre el que hace referencia al concepto político.

Que sea un concepto político, en sí mismo, ya supone un elemento de distorsión. No tanto por el hecho de ser político como por el de ser interpretado, moldeado e incluso manipulado por los políticos. Pero este sería otro abordaje en el que no voy a entrar, pero que es preciso tener presente por lo que supone tanto en la interpretación como en el desarrollo del propio concepto.

Sin querer hacer un análisis de su desarrollo, es importante destacar que el concepto en sí mismo nace como consecuencia de grandes depresiones o desastres, fundamentalmente bélicos, que tuvieron como objetivo principal no tanto el equilibrio social como el equilibrio económico, aunque si bien es cierto que suelen estar muy interrelacionados, no lo es menos el hecho de que lo que se perseguía, desde el capitalismo en el que se integra el concepto, era lograr implementar y desarrollar la expresión económica del Estado del Bienestar a través, fundamentalmente, del pacto keynesiano[2] que durante la postguerra pretendía un desarrollo económico equilibrado socialmente, así como el pleno empleo.

La evolución, tanto del concepto en sí mismo como de sus postulados, ha sufrido cambios importantes que incluso han supuesto el cuestionamiento de que dicho estado tuviese que estar auspiciado y apoyado por el Estado.

En base a lo dicho, quisiera ahora centrarme en cómo la sanidad y la salud, como conceptos diferenciados y diferenciadores, tienen encaje actualmente en el denominado Estado de Bienestar y cómo el citado concepto influye en el estado de bienestar de las personas, las familias y la comunidad. Así mismo valorar en qué medida las enfermeras contribuimos en el constructo del concepto y en la influencia que el mismo tiene en el bienestar de las personas a las que atendemos.

Las corrientes neoliberales y el individualismo social imperante, producto en gran medida de las mismas, no han sido contrarrestadas suficientemente por las políticas más proclives y teóricamente reformistas, al menos en teoría, como las socialdemócratas, lo que ha llevado a una situación en la que el Estado de Bienestar es más una impostura política que una realidad social. De tal manera que el Bienestar ha pasado a asociarse de manera casi exclusiva con consumismo. En base a lo cual se entiende o interpreta que se logra el Bienestar si se puede consumir lo que la sociedad ofrece y el Estado no siempre está en disposición de hacer, como por ejemplo la salud o la educación, que acaban siendo lamentablemente bienes de consumo que según algunas/os políticas/o tienen la desfachatez de decir que no se pueden regalar a todo el mundo porque no es sostenible el sistema[3].

En dicho Estado de Bienestar, por tanto, la salud y la sanidad se configuran como elementos clave del mismo. El problema viene determinado, fundamentalmente, por cómo se organiza la sanidad y qué papel juega la salud en dicha organización.

Las corrientes neoliberales comentadas anteriormente han jugado y siguen jugando, un papel determinante en el cómo y el porqué de la salud y la sanidad, en las que el modelo del Sistema Nacional de Salud (SNS) se ha visto claramente influido, determinando una respuesta del mismo que se aleja cada vez más del Estado de Bienestar, aproximándose a un modelo claramente mercantilista, con independencia de la tendencia política de los diferentes gobiernos, a pesar de los discursos más o menos sociales con los que se pretende disfrazar.

El modelo imperante de SNS, patriarcal asistencialista, fragmentado, medicalizado, y biologicista centra claramente la asistencia, que no la atención, en la enfermedad, alejando o excluyendo a la salud como foco principal de atención; relega los cuidados a un segundo plano o incluso a la invisibilidad no identificándolos ni valorándolos como parte de la ciencia enfermera; favorece el crecimiento de la sanidad privada al ocupar los espacios que no cubre la sanidad pública o incorporándola en la gestión y prestación de servicios con financiación pública a través de conciertos o planes de choque; debilita y empobrece la atención primaria con una clara infrafinanciación, haciéndola subsidiaria de la hospitalaria; relega o abandona la promoción de la salud, la intervención comunitaria, la salud pública y la participación comunitaria; genera espacios de clara precariedad en el ámbito sociosanitario que es aprovechado para privatizar servicios y hacerlos inaccesibles; cosifica a las personas en base a la enfermedad haciéndolas pasivas y receptoras de las indicaciones profesionales sin participación real en la toma de decisiones; favorece la dependencia del sistema incrementando la demanda de servicios innecesarios por no disponer de la información adecuada; dificulta la comunicación y la continuidad de cuidados; utiliza a las cuidadoras familiares como co-trabajadoras en lugar de atenderles como personas con necesidades propias; posterga la espiritualidad como parte de la conciencia, el autoconcepto, el modo de vida y el bienestar; no identifica la realidad compleja, no lineal y en constante evolución de la sociedad en un evidente contexto de cuidados; aporta únicamente soluciones técnicas a los problemas que aquejan a la sociedad reduciéndolos al ámbito de la patología; cronifica la cronicidad con actuaciones exclusivamente médicas y farmacológicas que ignoran la indicación social de recursos comunitarios y favoreciendo la soledad; limita la investigación a la perspectiva del racionalismo positivista desde el que se instrumentaliza el cuidado al reducir la atención a la obtención acrítica de resultados en la que el fin justifica los medios para alcanzarlos; interpreta en lugar de observar para identificar desigualdades y necesidades que requieren respuestas autónomas, compartidas e integrales como las ofrecidas desde los cuidados profesionales enfermeros; demanda profesionales tecnológicos que impiden o limitan la necesaria humanización que sitúe las respuestas al nivel de la dignidad humana; infravalora los sentimientos, las emociones y las expectativas en salud; investiga para mayor gloria de sus profesionales sin hacer partícipes a quienes identifica exclusivamente como sujetos pasivos de la investigación como parte de los valores del progreso científico; organiza, estructura y planifica en función de las necesidades de sus profesionales y no de las personas a las que teóricamente debe atender y finalmente tan solo asiste de manera puntual, esporádica y fragmentada; excluye la participación de sus profesionales en la necesaria dinámica y cambio del sistema, encorsetándolos en compartimentos estanco que anulan su capacidad autónoma y resolutiva, impidiendo el imprescindible trabajo transdisciplinar, ignora la participación de otros sectores sociales al asumir el protagonismo exclusivo en salud que distorsiona la realidad y limita las respuestas.

Todo lo enunciado, sin ser todo lo que influye en la debilidad del Estado de Bienestar, conlleva a que el sistema de salud público cada vez se aproxime más a un sistema de beneficencia para pobres que no pueden acceder a la sanidad privada que crece de manera exponencial al declive de la sanidad pública[4].

La mercantilización de la salud, identificada como un claro objetivo de negocio con el que se obtienen pingües beneficios, limita el Estado de Bienestar y facilita la percepción de un estado de bienestar para algunos en contraposición con la vulnerabilidad, la desigualdad, la marginalidad, la precariedad, la pobreza, la soledad… de otros que se tienen que conformar con lo que les queda o les dejan. Mercantilización de la salud que ejerce un efecto reduccionista sobre ella al situarla como dicotomía ante la enfermedad que es lo que realmente supone negocio. Salud que es manipulada con intereses demagógicos y eufemísticos con los que construir el marketing que genera tantos beneficios como desigualdades, pero que no tiene ningún valor más allá del reclamo publicitario.

Ante este panorama cabe plantearse, por tanto, qué es lo que las enfermeras estamos en disposición de ofrecer para lograr cambiar un sistema que todos, o al menos una gran mayoría, identificamos como caduco, ineficaz e ineficiente, pero con el que todas/os, o al menos una gran mayoría, nos acostumbramos o nos conformamos, esperando que sean otros quienes asuman el cambio. Instalándonos en una zona de confort que se constituye en nuestro particular estado de bien estar[5], desde el que la inacción suele ser la respuesta con la que escenificar nuestra aparente disconformidad o malestar.

Y es que el actual Estado de Bienestar se aproxima cada vez más a un Estado de Malestar en el que son más las demandas insatisfechas que las necesidades cubiertas, más las desigualdades que la igualdad de oportunidades, más la inequidad que la equidad, más la insatisfacción que la percepción de calidad, más la lejanía que la empatía, más la tristeza que la alegría, más el malestar sentido que el bienestar percibido.

Sin embargo, como decía al principio, de tanto repetir que vivimos y disfrutamos de un Estado de Bienestar, nos lo acabamos creyendo, al menos una gran parte de la población, que asume como bueno lo que es manifiestamente mejorable por no decir malo. Porque incluso la capacidad de reflexión y de crítica queda minimizada, anestesiada, abolida, para dar paso al estado placentero producto del hipnotismo político con el que acaban haciendo creer que lo que tenemos es lo mejor a pesar que seamos testigos de que las respuestas no tan solo son mejorables si no manifiestamente malas, como ha sucedido durante la pandemia.

Las enfermeras no podemos permanecer durante más tiempo a la expectativa de lo que sucede a nuestro alrededor. No tan solo por la repercusión que en nuestro desarrollo disciplinar, profesional y científico tiene, sino por lo que supone de deterioro de la salud global en la que participamos y de la que somos indudables protagonistas e imprescindibles actrices/actores de la acción que se produce en el seno del SNS, al tiempo, no lo olvidemos, de ser co-responsables con nuestra actitud de lo que sucede.

Seguir justificando un estado de ánimo, de ilusión, de acción, de innovación, de proposición, debilitado, frustrado, desequilibrado, herido, manipulado, tan solo contribuye a mantenerlo, alimentarlo y perpetuarlo. Nuestras acciones, propuestas, planteamientos, posicionamientos, científico-profesionales no pueden seguir limitándose al lamento y el lloro permanentes que impiden superar un duelo que resulta patológico por haber superado los límites admisibles de permanencia en el mismo. La acción pasa por la revolución de los cuidados que provoque el necesario y radical cambio de nuestro SNS. Revolución que supone dar respuestas desde el paradigma enfermero para que el SNS cambie. Paradigma que no pretende eliminar sino coexistir con otros paradigmas, sin que ello suponga tener que hacerlo subyugados ni sometidos a estos. Haciéndolo en equilibrio y desde el respeto entre ellos y quienes desde los mismos desarrollan sus competencias. Una revolución pacífica pero activa y decidida como punto de inflexión para el necesario cambio de tendencia decadente del SNS. Una revolución que suponga una ruptura del actual SNS llevada a cabo directamente por sus profesionales. Una transformación radical y global del conjunto de relaciones profesionales cotidianas y de las interacciones en el seno del SNS donde se producen. Una revolución de cuidados desde el cuidado y con cuidado, pero con determinación. Una revolución que implique a la sociedad y la haga partícipe de la misma para lograr un verdadero Estado de Bienestar en el que lograr un auténtico y reconocible Estado de Bienestar personal, familiar y comunitario.

Es tiempo de actuar en lugar de callar, de plantear en lugar de esperar, de planificar en lugar de improvisar, de cuidar en lugar de maltratar, de identificar referentes en lugar de ocultarlos, de liderar en lugar de obedecer sin sentido, de la innovación en lugar de la inacción. Pero para ello debemos de actuar con determinación y sin ambages ni retóricas, con lo que mejor sabemos hacer que es cuidar profesionalmente con calidad y calidez. No hay lugar para la tibieza o la duda, porque las mismas suponen la debilidad en la que se sustenta la dudosa fortaleza del actual modelo. Ser enfermera debe entenderse como compromiso social, profesional y científico y competencia política en favor de la abogacía por la salud, para lograr incorporar la salud y los cuidados en todas las políticas. Es tiempo de eliminar la errónea idea que se ser enfermera es una vía fácil de “ganarse la vida” y alcanzar un bien estar, que no bienestar. Que trascienda también a la universidad para identificar claramente, desde el principio, lo que es y significa SER enfermera, que es mucho más que un oficio como frecuentemente está siendo identificado.

La tiranía de la curación, de la patología, de la medicalización, de la técnica, del racionalismo radical, debe dejar paso a un modelo democrático, equitativo, participativo, en el que el cuidado sea vertebrador de la atención a la salud desde una atención integral, integrada e integradora en la que la promoción de la salud y la salutogénesis dejen paso también a la atención a la enfermedad desde una perspectiva mucho más humanista, real y digna, para las personas y respetuosa con las/os profesionales y sus respectivos ámbitos competenciales.

Debemos intentarlo, porque está permitido equivocarse, lo que no es admisible es la cobardía de la parálisis. Atrevámonos a asumirlo, aunque nos parezca difícil, porque tan solo resulta difícil por el hecho de no atrevernos a hacerlo. No dejemos que el miedo duerma nuestra conciencia convirtiéndonos en cobardes que nos cobijamos en las normas, que deben ser cambiadas. Pasemos de la apatía a la ilusión de superar la falsa utopía que realmente tan solo es aquello que aún no se ha intentado. Asumamos nuestra responsabilidad como enfermeras y actuemos con la valentía que nos otorga nuestra capacidad y competencia para generar un cambio tan necesario como inaplazable que permita recuperar un verdadero Estado de Bienestar en el que las personas recuperen también su particular estado de bienestar y buen vivir. entendido como el equilibrio interno y externo de una comunidad[6].

Sin duda el mundo es mucho más fácil cuando eres idiota, porque una de las virtudes de serlo es que no sabes que lo eres. No se trata de que sea todo más fácil, sino de que todo sea posible. “Como en todas las revoluciones primero llega el miedo, después el respeto.”[7] Superemos el miedo y no permitamos que se convierta en una reacción que resista o se oponga a nuestra acción, actuando en sentido contrario a ella.

[1] Escritor español en lengua valenciana, figura clave del nacionalismo valenciano contemporáneo.

[2] El keynesianismo es una teoría económica propuesta por John Maynard Keynes, plasmada en su obra Teoría general del empleo, el interés y el dinero, publicada en 1936 como respuesta hipotética a la Gran Depresión de 1929.

[3] https://lapandereta.es/la-ultima-de-ayuso-no-podemos-regalar-la-educacion-porque-no-es-sostenible-el-sistema/

[4] https://elpais.com/economia/2019/05/03/actualidad/1556897877_211385.html

[5] Estado de bienestar vs estado de bien estar zona de confort vs zona de conformismo. Blog Enfermeras Comunitarias: http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/01/18/estado-de-bienestar-vs-estado-de-bien-estar-zona-de-confort-vs-zona-de-conformismo/

[6] Martínez-Riera, JR; Sainz Ruiz, P Activos de salud para el bienestar y buen vivir. En:  Cuidados del buen vivir y bienestar desde las epistemologías del sur. Conceptos, métodos y casos / Silvia Noemí Cárcamo. 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Editorial FEDUN, 2021. https://cuidadoybuenvivir.wixsite.com/misitio/post/cuidados-delbuen-vivir-y-bienestar-desde-las-epistemolog%C3%ADas-del-sur-conceptos-m%C3%A9todos-y-casos

[7] Gary Reineke. Actor canadiense (1945).

LA LEY DE VIVIENDA Y LAS ESCUELAS ADSCRITAS. CUESTIÓN DE DIGNIDAD

“Dignidad significa que me merezco el mejor tratamiento que pueda recibir”

Maya Angelou[1]

 

Las voces de protesta y disconformidad ante la anunciada ley de vivienda aún resuenan en espacios parlamentarios, políticos, de medios de comunicación, de cafeterías e incluso de sobremesas, aunque las mismas obedezcan más a una reacción de posicionamiento partidista e ideológico que al conocimiento real del contenido de lo que, de momento, tan solo es una propuesta que no ha sido tan siquiera debatida para poder ser aprobada y que, sin embargo, ya se anuncia va a ser recurrida. Sin duda todo un ejemplo de falta de respeto, aunque haya y sea saludable la diferencia; de coherencia, aunque existan planteamientos encontrados; de análisis, aunque se tengan visiones diferentes; de reflexión, aunque se parta de postulados distantes; de debate, aunque se tengan discursos opuestos. Dado que lo de menos es lo que se plantee solucionar. Lo importante es, finalmente, tener algo con lo que atacar al contrario, con lo que tratar de justificar el hecho de ser oposición, con lo que poder salir en los medios, con lo que disfrazar un liderazgo débil, con lo que ocultar la mediocridad. Se acusa de intervencionismo a la regulación. Como si cualquier norma, sea del tipo que sea, de la ideología de la que se impregne o de la tendencia política que la proponga, no fuese siempre una intervención. Pero una vez más intentan engañar, manipular y distorsionar, con el lenguaje demagógico y eufemístico que les caracteriza, dando por sentado, claro está, que la población, la ciudadanía, es tonta e incapaz de diferenciar, analizar, reflexionar y decidir por sí misma, tratándola de ignorante y manipulable, lo que en ocasiones logran, no sabemos si por cansancio o por conformismo.

Pero esto no es más que la tónica general de nuestra política y de nuestras/os políticas/os. La de la descalificación, el insulto, el despropósito del “y tú más”, la bronca permanente, el recurso zafio y fácil, la mentira sin sonrojo, el rechazo sin análisis, la oposición sin debate, la intransigencia sin ideas, el desprecio por despecho… todo con tal de alcanzar el poder para que quien ahora propone después actúe de idéntica o parecida manera por el simple hecho de pensar diferente. Pero lo hacen sin tener en cuenta los sentimientos, las emociones o las expectativas de quienes dicen defender. Realmente lo que hacen es utilizarlos para el logro de sus fines oportunistas y partidistas. El absolutismo de todo por el pueblo, pero sin el pueblo.

Y esta introducción, liberadora de un hartazgo permanente y de una rabia contenida que finalmente se desborda como consecuencia de tanta mediocridad e incapacidad, viene a cuento del análisis que pretendo hacer sobre otro tipo de alquiler que sigue vigente y que está sujeto a una regulación que sin duda está teniendo un alto coste para sus inquilinos, las enfermeras, y para la actividad que en sus dependencias se realiza, la formación de enfermería.

Porque las denominadas escuelas adscritas, dependientes de los sistemas de salud autonómicos con adscripción académica a alguna Universidad de la citada autonomía, no dejan de ser escuelas en alquiler. Alquiler que además, en muchas ocasiones, es abusivo y supone un coste muy importante para quien realmente sustenta el mismo que no es otro que la docencia y en su caso la investigación enfermeras.

Esta situación de arrendamiento es una rémora del pasado formativo enfermero que surgió como consecuencia del desarrollismo, fundamentalmente hospitalario, de la década de los años 60, en el que, ante la necesidad de una mano de obra técnica, se prodigaron las escuelas de Ayudantes Técnicos Sanitarios (ATS) dependientes de Hospitales y de las entonces denominadas eufemísticamente Ciudades Sanitarias, coincidiendo con una clara indefinición y heterogeneidad en cuanto a la titularidad de las citadas escuelas y la formación que en las mismas se daba, al margen de las universidades.

La entrada de los estudios de enfermería a finales de los 70 en la universidad vino a paliar, en parte y en apariencia, el problema de “la vivienda” para las enfermeras y la enfermería. Porque si bien es cierto que pudo contar, desde entonces, con “viviendas” propias en el entorno universitario, no es menos cierto que persistieron los “alquileres” de aquellas escuelas ubicadas en los servicios de salud y con “licencia” de la universidad de referencia a dicha institución.

Vaya por delante, para que no quepa duda alguna, que considero que en su momento dichas escuelas cubrieron un espacio fundamental dando respuestas excelentes y de excelencia en general. Pero este hecho no puede ni debe ocultar el dinamismo y desarrollo de la docencia y la investigación enfermeras en el seno de nuestra sociedad en general y de la universidad, en particular. Sin duda los aspectos, factores e incluso condicionantes que justificaron en su momento, no tan solo la existencia si no la permanencia, de estos “alquileres” docentes, en la actualidad no se dan e incluso me atrevería a decir que en muchos casos resulta anacrónica y perjudicial su existencia.

En primer lugar, hay que destacar que este hecho es paradigmático de Enfermería. No existe ninguna otra disciplina que esté sujeta a este tipo de alquileres y por tanto este hecho, por sí solo, ya es algo que debe identificarse como disfuncional y con muy pocos y débiles argumentos para su mantenimiento más allá de lo que debería contemplarse como un espacio temporal y razonable para llevar a cabo la normalización de una situación especial que ya ha dejado de serla y que, además, resulta totalmente incomprensible.

Es cierto que se han ido produciendo, de manera lenta pero progresiva, los procesos conducentes a integrar muchas escuelas adscritas a la universidad. Otra cuestión bien diferente es cómo se han llevado a cabo dichos procesos y cuáles han sido los efectos colaterales y los daños que los mismos han provocado y en qué situación, en muchos casos de clara vulnerabilidad, han quedado las escuelas que partían, generalmente, con una posición de prestigio y calidad, siendo reducidas, con su incorporación, a un apéndice de otras disciplinas con lo que supone de subsidiariedad, invisibilidad y pérdida de valor tanto académica, como social y profesional.

Las causas de dichos efectos son variadas y no siempre las mismas en todos los casos. Pero lo bien cierto es que salvo honrosas excepciones los traspasos, ni han sido modélicos ni mucho menos respetuosos con la disciplina, la historia y las/os profesionales inquilinos de dichas escuelas.

Como en tantas otras ocasiones, la política, perdón, la utilización partidista y torticera de la política por parte de quienes la manejan arbitraria e interesadamente, ha conducido a que se usaran las escuelas, hasta entonces gestionadas por los respectivos gobiernos autonómicos a través de sus servicios de salud, como armas arrojadizas o como un recurso molesto del que había que desprenderse de la forma que fuese y cuanto antes mejor.

Las Universidades receptoras, por su parte, tampoco es que se hayan esforzado demasiado en las condiciones en que acogían a las escuelas en sus centros. Durante muchos años habían estado disfrutando de las ventajas que suponía el recibir un “impuesto” considerable y muy ventajoso por el simple hecho de prestar su sello a la escuela adscrita, cuyo gasto era asumido por parte de los gobiernos autonómicos. Un negocio verdaderamente rentable y con escasas responsabilidades, más allá de la emisión de títulos. Un arrendamiento muy ventajoso para la universidad que no se preocupaba ni por el estudiantado ni por el profesorado, quienes no disfrutaban de las ventajas de la universidad por no estar siquiera en la universidad, salvo a nivel puramente administrativo.

Por otra parte, a la hora de llevarse a cabo la integración, normalmente, no se facilitan periodos transitorios que permitan a las/os profesoras/es, adquirir las acreditaciones para integrarse en la universidad, lo que automáticamente significa tener que volver a sus plazas asistenciales de las que un buen número de profesionales habían salido hacía muchas décadas, con lo que ello supone de incertidumbre y ansiedad para ellas/os y de distorsión para los centros en donde se integran, desplazando a profesionales cualificados y desestructurando los equipos, con el consiguiente perjuicio para la población, algo, parece ser, absolutamente menor para quienes toman tales decisiones. Fueron buenas/os mientras propiciaron que la universidad pudiese cobrar su “impuesto” pero no les sirven cuando dejan de cumplir con dicha utilidad mercantil. Por su parte la administración autonómica los utiliza como peones en el tablero de ajedrez del sistema sanitario, en el que, como cantaba Mecano, ser peón es lo más chungo en el ajedrez.

Es cierto que no se puede decir que se les engañe o se vulnere la legislación que regula su situación contractual. Ellas/os sabían que eso era posible, pero también tenían la esperanza, que como casi cualquier esperanza es vana y más si se basa en una decisión política, de que se contemplase un proceso menos traumático e incluso más respetable y amigable. Pero eso en política, está visto, que cada vez es menos probable e incluso más cuestionable.

Por otra parte, en aquellas universidades en las que no hay estudios de ciencias de la salud, la integración es antinatural al adscribir los estudios de Enfermería a Facultades o Departamentos absolutamente alejados, no ya de la Enfermería, sino tan siquiera de las ciencias de la salud, o de las ciencias de manera genérica. Esto provoca una clara invisibilización y una dependencia orgánica manifiestamente irregular y acientífica por parte de quienes, al menos en teoría, son crisol del conocimiento y la ciencia. Un claro despropósito que parece querer entrar en competencia con el ya descrito por parte de quien expulsa a los inquilinos, obligándoles casi a actuar de “okupas” en la universidad que les recoge, que no acoge.

Por su parte, en aquellas universidades en donde existen estudios de ciencias de la salud, la llegada de los inquilinos no es menos traumática y antinatural, ya que lejos de adquirir una identidad propia y diferenciada junto a dichas ciencias, son fagocitados y adscritos a espacios departamentales absolutamente alejados de la mínima coherencia científica. Otra forma de invisibilización y ocultación de algo que se asume como irremediable pero que, evidentemente, ni preocupa ni ocupa a quienes actúan como meros mercaderes del conocimiento.

Todo ello y con independencia de las opciones comentadas, teniendo en cuenta que los estudios que se integran suponen garantizar la matrícula de las plazas ofertadas y con ello “hacer caja” sin riesgos. Por eso los recogen, no nos equivoquemos. Por tanto, se trata de un negocio rentable para la universidad, sin que ello suponga el más mínimo esfuerzo por dotar del valor y el espacio que sería deseable, recomendable e incluso exigible para la disciplina enfermera.

Aspectos que, unidos al escaso interés de las enfermeras por integrarse en la universidad, dadas las dificultades de la carrera académica, y las diferencias de honorarios, acaban por provocar un claro déficit de enfermeras en las Facultades y Escuelas, que aprovechan otras disciplinas para ocupar las plazas convocadas, con la consiguiente y lamentable despersonalización y falta de contenido enfermeros, que incide de manera muy negativa en la formación de unas enfermeras que da la impresión que tan solo puedan trabajar en el sistema sanitario, lo que nos sitúa en el mismo nivel de hace años cuando surgieron las escuelas adscritas, para formar enfermeras tecnológicas en las que los cuidados quedan relegados.

La ANECA y sus leoninos criterios; la fuga de talento de la universidad, más preocupada de lograr matrículas que de retener a quienes puedan favorecer una reposición enfermera que garantice la calidad de la formación; la pasividad o la inacción de algunos equipos decanales que tan solo se preocupan por cubrir las plazas sin importar sus perfiles e idoneidad, son tan solo algunas de las razones que están poniendo en peligro lo que tanto costó lograr hace casi ya 50 años.

En resumidas cuentas, una deplorable gestión política de las/os responsables de la administración autonómica y un muy cuestionable comportamiento académico de quienes quieren aparentar una compostura y postura académica que muchas veces tan solo se queda en rituales decimonónicos con vestiduras talares que no logran ocultar las vergüenzas de su actuación.

¿Alguien, de verdad, considera que esta gestión sería posible realizarla con cualquier otra disciplina universitaria? ¿Alguien imagina esta actuación con medicina, farmacia, psicología, veterinaria…sin que el mero hecho de plantearla supusiese un escándalo? ¿Por qué entonces se consiente que se haga con enfermería? Porque sin duda esta actitud, por parte de unos y otros, es una clarísima muestra del respeto y valor que tienen hacia la enfermería y las enfermeras desde el mismo momento de su formación. Actitud que tendrá traslado posterior en el desarrollo profesional, por mucho que las enfermeras nos esforcemos en modificar esta percepción que, lamentablemente, acaba siendo trasladada a la sociedad para seguir alimentando y perpetuando los tópicos y estereotipos vigentes.

Pero con ser lamentable y peligroso todo lo comentado, aún lo es más el que estos hechos propicien un enfrentamiento entre enfermeras como consecuencia de una mal entendida competencia en base al establecimiento de rangos de dudosa calidad por el hecho de pertenecer a uno u otro tipo de escuelas o facultades, cuando, realmente, es un problema sobrevenido con el que las enfermeras hemos tenido que convivir como consecuencia de la incapacidad y los intereses de políticas/os y gestores académicas/os. No se trata de establecer una nueva parcela de cainismo enfermero, sino de unir fuerzas para lograr procesos dignos a la altura de la dignidad que tenemos y merecemos como ciencia, disciplina y profesión.

Se trata, por tanto, de un mal endémico en el que la falta de una “vivienda” digna en un “contexto” saludable, es decir de espacios naturales y adaptados a la realidad científica de la ciencia enfermera en entornos universitarios que propicien el respeto y la equidad interdisciplinar, provoca daños muy importantes. Lo que no se puede ni debe permitir es que se nos exija como a cualquiera, pero no se nos dé como al resto, en una academia que se presupone equitativa y democrática.

No se trata, por tanto, de responder con la descalificación, el insulto, el desprecio o la falta absoluta de respeto ante semejantes tropelías administrativo-académicas, como hacen los políticos en su particular y dudosa interpretación del debate político, sino de PLANIFICAR, las decisiones a adoptar desde la coherencia, el rigor, el respeto y el compromiso de facilitar la participación de cuantos agentes intervienen o se ven afectados, de una u otra forma, en los procesos. Lo contrario conduce a resultados precipitados, ineficaces e ineficientes que perjudican a todas las partes.

Desde la seriedad y el rigor que debería imperar en cualquier asunto, pero muy particularmente en aquellos en los que la ciencia y la conciencia están implicadas, es recomendable abandonar la posibilidad de que emerjan “fondos buitres” que dejen a enfermería y a las enfermeras sin la vivienda académica, científica y social que le corresponde y que nadie, absolutamente nadie, debería poner en peligro nunca. Lo triste es que se tenga que rogar por algo que nos corresponde, cuando nunca deberíamos sacrificar nuestra dignidad por dicho destino.

No creo que haga falta una ley, como la que trata de garantizar un derecho constitucional como la vivienda, para resolver estos problemas. Tan solo sería necesario que el sentido común y el respeto alimentasen la coherencia para facilitar transiciones razonables que acaben con situaciones claramente anacrónicas. De cualquier forma, lo que está verdaderamente en juego en este caso, más allá de la “vivienda”, es la salud, que es otro derecho universal y constitucional que ya tiene ley propia y que estaría bien que se respetase sin despreciar la formación de sus profesionales.

[1] Escritora, poeta, cantante y activista por los derechos civiles estadounidenses.

VOLVER A EMPEZAR Atención Primaria

 

“Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca debemos perder la esperanza infinita”

Martin Luther King[1]

 

La remisión de la pandemia y las altas tasas de vacunación alcanzadas, están propiciando que se anuncie la recuperación de una normalidad de la Atención Primaria que nunca debió perderse.

Digo que nunca debió perderse porque la utilización, que no el uso, que de la Atención Primaria se ha hecho por parte de las/os gestoras/es tanto políticas/os como sanitaras/os, ha sido, cuanto menos cuestionable.

Nadie pone en duda, y tampoco lo haré yo, que la situación provocada por la pandemia obligaba a tomar decisiones en muchas ocasiones precipitadas y sin fundamento dada la incertidumbre que la pandemia generaba. Pero este hecho no puede, mejor dicho, no debería haberse utilizado como mantra para mantenerlas o incluso empeorarlas, tal como lamentablemente se ha hecho.

El cierre indiscriminado y precipitado de los centros de salud generó un impacto negativo en la salud de las personas, las familias y la comunidad a las que se atendía desde los mismos. Si además añadimos que la información fue insuficiente, confusa y en muchas ocasiones innecesariamente alarmista, nos encontramos ante una situación que lejos de proteger, lo que hizo fue desamparar y provocar mucha incertidumbre.

Por una parte, la población desconfiaba de los centros de salud al percibir, más como efecto de las decisiones que se tomaban que por la acción real de las/os profesionales de salud, que no se tenían ni los medios suficientes y necesarios ni las ideas claras de cómo combatir la pandemia. De otra parte, desde los centros de salud, se desconfiaba de la población al percibir que no se asumía la responsabilidad necesaria por parte de esta para protegerse y protegerlos de los contagios.

Como consecuencia de ambos que, además, actuaban con efecto multiplicador al coincidir en el tiempo, se producía un claro y negativo efecto sobre dos principios éticos como son los de autonomía y beneficencia. El de autonomía al verse inculcado el derecho a participar en la toma decisiones ya que las medidas de confinamiento que el mismo generaba, de pérdida de comunicación, la limitaban si no anulaban claramente. Por otra parte, se pasaba de una atención integral a una sanitarista y fragmentada; de la atención familiar, a la exclusivamente individual y con muchas limitaciones, en la que, además, se trasladaban deberes imperativos y exigencias imposibles sin tener en cuenta, en la mayoría de los casos, aspectos de vulnerabilidad, marginalidad, pobreza… que provocaban importantes impactos negativos en las personas y familias que los sufrían. Nada más lejos de la realidad el pensar que la pandemia actuaba de manera igual para todos. En absoluto.

Se maniató a las/os profesionales de los centros de salud a la hora de interactuar con la comunidad. Se generó una barrera invisible, pero perceptible, entre el centro de salud como recurso y sus profesionales como referentes de salud de las personas, las familias y la comunidad a la que atendían de manera directa. Las restricciones, las trabas de acceso, las dificultades de comunicación, la ausencia de contacto directo, fueron alejando tanto física como emocionalmente a la población de los profesionales y a estos de la población, provocando cada vez más desconfianza y con ello aumentando los niveles de incumplimiento de lo que percibían como normas de coacción.

La atención domiciliaria y la atención familiar se vieron claramente restringidas y con ello se dejaron de atender múltiples problemas de salud que no es que desapareciesen. Simplemente se consideró que podían esperar ante lo que pasó a ser foco exclusivo de atención, la COVID.

Por su parte las intervenciones comunitarias quedaron anuladas e incluso “prohibidas” lo que contribuyó a un cada vez mayor aislamiento y con él a una ausencia de información, o lo que es peor, a una información escasa y distorsionada que generaba una creciente incertidumbre y alarma, alimentada, por otra parte, por determinados medios de comunicación y redes sociales.

Los rastreos primero y las vacunas después, se encargaron de transformar a las enfermeras en técnicas rastreadoras y vacunadoras respectivamente. Como si la vigilancia epidemiológica que representaban los rastreos o la planificación para la vacunación de las campañas, fuesen algo absolutamente ajeno a su competencia, dejando reducida su acción a aspectos meramente mecánicos. Además, claro está, de monopolizar toda la actividad de los centros de salud a estos cometidos, con consecuencias claramente negativas para la atención integral a la comunidad.

Tal como ya he comentado en alguna ocasión y como dijese Warren Beatty[2], la pandemia, como la marea, cuando baja o remite, deja al descubierto a quienes estaban bañándose desnudos. Y eso es lo que está sucediendo ahora, que al remitir la pandemia aparecen y se hacen visibles los déficits, las desnudeces de atención, los problemas emergentes, la carencia de cuidados, el incremento de casos de determinados problemas de salud… Y los datos, siempre los datos impersonales, anónimos, faltos de emociones y sentimientos, pero crudos, precisos y dolorosos, nos devuelven a una realidad que la pandemia ha invisibilizado que no eliminado. Así nos encontramos con un aumento de la violencia de género, un incremento de los casos de cáncer que no se diagnosticaron precozmente, un aumento alarmante e problemas de salud mental, un abandono de la atención paliativa y el duelo, claras muestras de disfuncionalidad en las dinámicas familiares, una soledad que se ha visto agravada por los confinamientos, un deterioro en la salud de las cuidadoras familiares que han visto incrementado su estrés sin recibir respuestas de apoyo formal de las/os profesionales, una pobreza que incide en la desigualdad y la vulnerabilidad…

Ante todo este panorama, ahora se anuncia, como si de la llegada de un circo se tratase, la recuperación de actividad de la Atención Primaria. ¡¡¡Pasen señoras y señores, niñas y niños, pasen y vean!!!

Pero ¿qué Atención Primaria vuelve? ¿La que teníamos antes de la pandemia? ¿La resultante de la pandemia? ¿La prometida en el Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria? Este es el problema.

Porque la Atención Primaria, ha quedado muy tocada y, al menos de momento, no existen indicadores que permitan aventurar que el regreso de la Atención Primaria vaya a ser positivo y redentor, sino más bien desalentador y pecador. Las declaraciones de intenciones como la Declaración institucional del ministerio de sanidad y las consejerías de sanidad y salud de las comunidades autónomas y ciudades con estatuto de autonomía[3], no deja de ser como un clavo ardiendo al que agarrarse para no caer en la absoluta desesperanza. Pero obras son amores y no buenas razones, como dicta el siempre certero refranero español. Y no es que quiera ser pesimista, es que los hechos, por repetidos, no permiten tener una fe en la que basar expectativas en este sentido.

Volver a empezar como si nada hubiese pasado es un gran error que la Atención Primaria, pero sobre todo sus profesionales, no se pueden ni deben permitir.

El contexto de cuidados que nos deja la pandemia como consecuencia de los múltiples y no suficientemente ponderados efectos colaterales que la misma está provocando, algunos de los cuales ya han sido referidos, debería ser razón suficiente, aunque no exclusiva, para plantear un regreso menos conformista y más exigente, con menor alegría y mayor rigor, con menos inmovilismo y mayor dinamismo de cambio, con menos política en la salud y más, mucha más, salud en las políticas, con menor improvisación y mayor planificación, con menos demagogia y más concreción, con menos eufemismos y más realidades, con menos falsos halagos y más hechos concretos, con menos héroes y heroínas y más profesionales. Lo contrario nos volverá a situar en la subsidiariedad con el hospital, el asistencialismo y la enfermedad, la medicalización y la tecnología, la fragmentación, la falta de participación, la dependencia, la incomunicación, aunque haya presencialidad, la ausencia de continuidad de cuidados…

Las enfermeras comunitarias tenemos la responsabilidad ante las personas, las familias y la comunidad a quienes nos debemos, de dar respuestas eficaces, efectivas y eficientes en este esperado regreso de la Atención Primaria.

Actuar como simples y obedientes ejecutoras de lo que otros digan, sin proponer cambios, sin resistirse a la irracionalidad, sin posicionarse contra el continuismo, sin asumir responsabilidad, sin identificar oportunidades, sin valorar las consecuencias, siendo políticamente correctas, tan solo nos situará como cómplices de un infructuoso y fracasado regreso por mucho que se anuncie a bombo y platillo. No actuemos de comparsas del espectáculo en el que quieren convertir el regreso de la Atención Primaria, cuando no tienen para ello ni las ideas, ni las estrategias ni mucho menos los actores y actrices que permitan garantizar un mínimo éxito. Cabe recordar que a estas alturas sigue sin concretarse, por ejemplo, la realización de la prueba extraordinaria de acceso a la especialidad permanentemente pospuesta, o sin crear plazas específicas de especialistas en los centros de salud y cómo va a articularse su actividad con las enfermeras comunitarias sin especialidad.

El regreso de la Atención Primaria tan solo debería llevarse a cabo desde el reconocimiento del agotamiento del anterior modelo, que permita revitalizar su puesta en marcha.

Ahora más que nunca se precisa contar con las enfermeras para dar respuestas eficaces a las demandas de cuidados que plantea la sociedad en su regreso a la normalidad. Normalidad cargada de nuevas necesidades que no pueden ser cubiertas desde los planteamientos de la caduca Atención Primaria anterior a la pandemia.

Se requiere una atención en la que las enfermeras abandonen la fragmentación para situarse en una atención integral a lo largo de todo el ciclo vital de las personas, desde antes de nacer a después de la muerte, que garantice la continuidad de cuidados y permita la intervención individual y personalizada, familiar y comunitaria, de manera integral, integrada, integradora, longitudinal y participativa. Hay que abandonar el mimetismo con el que se actúa tomando como referencia la actividad médica, cuando se parte de paradigmas diferentes y diferenciados.

Una atención enfermera que abandone la ética de mínimos y se implique responsablemente en la respuesta a las necesidades sentidas de la población en y con la  comunidad, saliendo de la zona de confort del centro de salud como nicho ecológico o reducto de atención, para llevarla a cabo allá donde las personas viven, conviven, trabajan, estudian… de manera activa y participativa y con una perspectiva salutogénica en la que la promoción de la salud y la educación para la salud sean ejes transversales de toda la acción transformadora de alfabetización capacitadora en salud para lograr la mayor autogestión, autodeterminación y autonomía posibles. Identificando, movilizando y facilitando el acceso a los recursos comunitarios y una intervención intersectorial y multicultural. Respetando y garantizando la equidad, la igualdad y la libertad de las personas en su acceso a la salud. Trabajando de manera autónoma y científica al tiempo que transdisciplinar en base a objetivos comunes de todo el equipo que den respuestas eficaces a la comunidad.

Una atención que se base en evidencias científicas como resultado de las investigaciones en las que participan las enfermeras comunitarias o que han sido desarrolladas por ellas.

Gestionando los cuidados que prestamos desde el paradigma propio enfermero, desde principios éticos que garanticen los derechos a la salud, la vida, la muerte y la participación en las decisiones, que en cada caso correspondan, a las personas que les afectan, desde el respeto que merecen las mismas.

Con capacidad para acceder a los máximos puestos de responsabilidad y toma de decisiones en todos y cada uno de los niveles y ámbitos en los que se estructure u organice la Atención Primaria.

Durante esta pandemia hemos alcanzado una visibilidad, una referencia y un valor que no podemos despreciar o dejar diluir con el tiempo. Nadie debería decir nunca más que la Atención Primaria que se necesita y en la que creemos las enfermeras comunitarias es un destino de paz, tranquilidad y retiro, pero sí podemos lograr que sea un destino de ilusión, compromiso, motivación, desarrollo y acción en la que creer y por la que trabajar en y con la comunidad.

Finalmente se trata de creer que somos capaces de generar una resiliencia que, hasta la fecha y más allá de las palabras en forma de promesas electorales o electoralistas, de políticas/os, no han sido capaces, ni han tenido la voluntad, que todo hay que decirlo, de impulsar y con la que motivar a quienes realmente tienen la capacidad de ponerla en marcha si se dieran las condiciones para hacerlo y se eliminaran los condicionantes que lo impiden.

Las enfermeras, en cualquier caso, no podemos permanecer a la espera. Debemos ser activas, proactivas, activistas e impulsoras decididas de los cambios necesarios. El Marco para hacerlo puede estar escrito, pero si no somos capaces de salir del mismo para situarnos en el escenario real en el que hay que concretarlo, la Atención Primaria seguirá siendo un retrato con muchos filtros y retoques de Photoshop para lucir en el marco como recuerdo de lo que pudo ser y no fue o de lo que quiso ser y no se dejó que fuese.

¿Asumimos la responsabilidad, el coraje, la fuerza, la ilusión y la competencia para hacerlo o preferimos seguir viendo la imagen deseada en el marco?

Parafraseando a John Wooden[4] “no dejemos que lo que no podemos hacer interfiera con lo que podemos hacer”. ¡¡¡¡Y podemos hacer tanto!!!! Tan solo falta saber si queremos.

No se trata de ganar un Oscar como hiciera la película que da título a esta entrada. Aunque las actrices y actores que hacen posible la Atención Primaria lo merezcan y quienes todavía actúan como espectadores pasivos, también, la dirección y el guion que se impone, así como la falta de financiación, lo impiden y pone en peligro la calidad de aquello que se está en disposición de ofrecer.

Cualquier tiempo pasado no fue mejor. Por lo tanto, no nos engañen con este reestreno de volver a empezar. Porque por bueno que fuese, en su tiempo, ahora lo que toca es creer, transformar, innovar, adaptar, responder, atender… estrenar la nueva y necesaria Atención Primaria de Salud y Comunitaria.

[1] Pastor y activista estadounidense de la Iglesia bautista​ que desarrolló una labor crucial en Estados Unidos al frente del movimiento por los derechos civiles para los afroestadounidenses.

[2]  Actor, productor, guionista y director de cine estadounidense.

[3] https://www.mscbs.gob.es/gabinete/notasPrensa.do?id=5501

[4] Entrenador de baloncesto estadounidense considerado el mejor entrenador de la historia de la NCAA.