LICENCIA PARA OLVIDAR vs SIN TIEMPO PARA MORIR

“El verdadero odio es el desinterés, y el asesinato perfecto es el olvido.”

Geoge Bernanos[1]

 

Estamos alcanzando la denominada nueva realidad, es un hecho. Aunque mucho me temo que realmente de lo que se trata es de la realidad de siempre, con los tópicos, los estereotipos, las ausencias, las presencias, los olvidos, las ignorancias, de siempre, o lo que es lo mismo, la coherencia, la referencia, la visibilidad, el respeto, el conocimiento… siempre ausentes.

Con la pandemia más controlada y los riesgos para la salud comunitaria menos presentes, que no ausentes, las medidas de vigilancia, control, restricción… se relajan. Pero la relajación y con ella la alerta mantenida para trasladar un discurso que pareciese nuevo, reformador, conciliador, equitativo, objetivo… se va diluyendo y aparecen los viejos y permanentes mensajes de una normalidad que ni es nueva ni deseable.

Y, claro está, en esa normalidad del discurso y de las decisiones, desaparecemos las enfermeras. Dejamos de ser heroínas, incluso dejamos de ser rastreadoras y vacunadoras, para pasar de nuevo a la retaguardia de la oscuridad, de la ignorancia, del olvido, de la subsidiariedad. En definitiva, del desprecio, por cuanto no lo hay mayor que no hacer aprecio. Pero no un aprecio falso, interesado, de circunstancias o de oportunismo, como el que se ha utilizado durante la pandemia, sino un aprecio valorativo, de respeto, de reconocimiento, de identificación, por lo que se es y lo que se aporta.

Mientras les hemos resultado útiles a sus intereses políticos, personales y partidistas, derivados de la tensión, la incertidumbre o la presión de la pandemia, nos han adulado hasta el punto de convertirnos, sin quererlo, en heroínas. Cuando han identificado que la situación ya no requería modular sus discursos para lograr sus objetivos, se han relajado y en dicha relajación ya no incorporan de manera artificial a las enfermeras y dejamos de tener los poderes que supuestamente nos concedieron con su interesada generosidad  Sencillamente dan rienda suelta a su pensamiento excluyente y exclusivo sobre salud, sanidad y profesionales, dejando al descubierto sus intenciones y sus elecciones, que acaban siempre en idéntico punto del que se partió al inicio de la pandemia, que se sitúa en el modelo caduco, ineficaz e ineficiente de un Sistema Nacional de Salud (SNS) anclado en el asistencialismo, la medicalización, la fragmentación, la tecnología y la jerarquización médicocentrista, que desprecia el cuidado profesional, la atención primaria, la promoción y la participación.

Los efectos de la pandemia sobre el SNS han sido demoledores y las decisiones centradas exclusivamente en la epidemiología de la enfermedad y la hospitalización, han relegado a la Atención Primaria y a sus profesionales a un nivel absoluto de subsidiariedad, en el mejor de los caos, cuando no de infrautilización de sus capacidades competenciales. La población, por su parte, ha sido identificada exclusivamente como receptora pasiva de las normas impuestas, sin una adecuada información y con una absoluta limitación de participación, en una situación generadora de incertidumbre, temor y alarma que se veían incrementadas por los efectos de los confinamientos y las restricciones. Todo lo cual provocaba efectos de “rebote” que se traducían en sucesivas olas de contagio como consecuencia de una deficiente y culpabilizante información que se utilizaba como excusa, por parte de políticos y gestores, para justificarlas.

Ante este panorama que trataba de maquillar los defectos del SNS, se utilizó a las/os profesionales para desviar la atención sobre los mismos, usando para ello mensajes grandilocuentes como los ya comentados que lo único que lograban es ejercer, si cabe, una mayor presión sobre ellas/os.

Ahora que los datos parecen apuntar hacia una lenta y progresiva mejoría de la situación, se plantean acciones aparentemente muy llamativas pero que indudablemente parten de las premisas impuestas por el modelo imperante del que, por otra parte, ya nadie parece acordarse de lo que dijeron sobre la necesidad de acometer una profunda revisión y posterior reforma del mismo. Como si el paso de la pandemia fuese un mal sueño que se puede olvidar también para retomar la normalidad de la mediocridad en la que algunas/os parecen sentirse tan cómodas/os.

Las decisiones destinadas a distraer y aparentar un interés reformista han venido siendo una constante. Tan solo hay que recordar las famosas Comisiones para la Reconstrucción o la Comisión para la Reforma del SNS. Como ya dijera William Shakespeare, mucho ruido y pocas, en este caso muy pocas, nueces. Pero al menos sirvieron para distraer nuevamente la atención de quienes creyeron que esta vez si era posible un cambio tan urgente, como necesario y pertinente. Pero ya se sabe que doctores tiene la Iglesia y, en este caso, Ministras y Ministros los Ministerios, que se esfuerzan para que la coherencia y el sentido común tengan cada vez menos cabida en sus decisiones.

Pero más allá de declinar en sus tozudos, inoperantes y carísimos planteamientos, reinciden en ellos, posiblemente en un intento por seguir aparentando la pertinencia de sus puestos y sus decisiones. No se les puede negar una inquebrantable voluntad en este sentido. Lástima que sea todo tan estéril como conocido.

Las últimas acciones las podemos concretar en la reciente constitución de dos nuevas comisiones, que tanto les gustan a pesar de los paupérrimos resultados que generan.

Por una parte, desde el Ministerio de Igualdad, se ha creado la Mesa Asesora para los cuidados, que aglutina agentes profesionales y ciudadanos muy diversos y cuenta con la participación de ministerios como Trabajo y Economía Social, Ministerio de Educación y Formación Profesional, Ministerio de Inclusión y Seguridad Social o el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, con el objetivo de poner en marcha un mecanismo participativo, de carácter estable, que acompañe al Ministerio de Igualdad y su agenda vinculada a las políticas de cuidados desde una perspectiva “experta” y “activista”. Acompañamiento en el que, misteriosamente o no tanto, no se cuenta con el Ministerio de Sanidad, en un tema que evidentemente no es solamente, ni tan siquiera principalmente, del ámbito de la Sanidad, pero que nadie puede obviar u olvidar que algo tendría que decir, aportar o sugerir. Simplemente es un claro ejemplo de la utilización partidista que, de temas tan relevantes, como los cuidados, se hace por quienes se sitúan en una u otra parte del gobierno de coalición, en una clara muestra por demostrar poder e influencia, como resultado de las diferencias de planteamiento ante él. Mesa, por otra parte, en la que tan solo hay una enfermera. Se puede pensar que menos da una piedra. Pero pasa como con la pedrea de la lotería, que no contenta a nadie sirviendo tan solo como consuelo y resignación, traducido en la falsa y aparente manifestación de alegría por poseer salud. En cualquier caso, no deja de ser un malogrado comienzo que trasluce claras diferencias de planteamiento, abordaje y objetivos, que acabarán traduciéndose en nuevos resultados fallidos, de estas fallidas, aunque aparentes, propuestas.

La otra apuesta es la realizada por el Ministerio de Sanidad, no se sabe si como respuesta de fuerza ante la anterior, con la creación del Comité para Evaluar la COVID-19. Evaluación que la Ministra de Sanidad y su equipo, consideran debe centrarse en la economía y la epidemiología que son las disciplinas de las/os expertas/os elegidas/os para tal fin. Olvidando, o lo que es casi peor, ignorando, los cuidados y la relevancia que estos y sus principales protagonistas, las enfermeras, han tenido durante toda la pandemia. Parece como un intento de revancha ante la exclusión del Ministerio de Sanidad de la Mesa para los cuidados, dejando fuera a estos y con ellos a las enfermeras.

En definitiva, la licencia para olvidar, se convierte en una poderosa arma de ataque y contraataque que genera un permanente fuego cruzado que suele acabar provocando efectos colaterales que se asumen como inevitables e incluso como necesarios para los intereses de unas/os y otras/os. Porque unas tratan de ocultar los cuidados profesionales tras un planteamiento político reivindicativo de los cuidados que es lícito e incluso necesario, pero que nunca debería suponer la utilización de unos contra otros. Los cuidados son universales y responden a la fragilidad humana y por tanto todas/os tenemos el derecho de cuidar, pero el cuidado profesional no es suplantable y mucho menos puede ser olvidado. Otras/os, por su parte, olvidan desde el inicio los cuidados, anteponiendo la evolución de la economía y de la enfermedad, como elementos exclusivos de evaluación, sin reparar en que tanto las consecuencias sobre la economía como sobre la enfermedad generan fragilidad y como consecuencia la necesidad de cuidados profesionales.

Pero, volviendo al símil de las piedras, según el cual nos conformamos o consolamos diciendo que menos da una piedra. Recientemente una muy querida amiga me decía que sí, pero que cuándo íbamos a dejar de ser piedras y tratar con semipiedras. A lo que le respondí que cuando las enfermeras seamos como rocas en lugar de como granitos de arena. Porque finalmente ese es el juego de quienes tienen el poder de olvidar y con él de olvidarnos.

Siguiendo con la metáfora, actúan como si estuviesen en la playa en donde las enfermeras somos la arena. Arena que es muy numerosa, pero muy sencilla de manejar para quienes tienen la habilidad de construir castillos con ella que finalmente o son abandonados o destruidos por las olas. Si queremos contener la fuerza de las olas y con ella la destrucción que provocan, debemos transformarnos en rocas que conformen un rompeolas que las contenga.

Finalmente, en los juegos palaciegos en los que se entretienen las/os políticas/os, se llegan a creer agentes 007 con licencia para olvidar, que lamentablemente es tanto como tener licencia para matar, pues el olvido supone irremediablemente la muerte de aquello que se quiere olvidar de manera premeditada y voluntaria como es el caso del olvido o ignorancia que hacia los cuidados y las enfermeras hacen unas y otros de manera tan natural al tiempo que despiadada. Olvido que supone un grave perjuicio para el SNS, para las personas, las familias y la comunidad que los necesitan, pero que parece importarles bien poco, visto lo visto.

Sin embargo, y al contrario de lo que sucede en las películas del famoso espía británico, los efectos especiales empleados por las/os políticas/os metidas/os a espías, en forma de argucias, engaños y mentiras o verdades a medias, no van a ser capaces de disimular los daños que generan sus cuitas y batallas, porque ni los cuidados ni las enfermeras van a poder ser olvidados por mucho que ellas/os crean tener licencia para olvidar y con ella para matar. Y es que, tanto las enfermeras como los cuidados profesionales que prestamos, estamos, como en la última película de James Bond, sin tiempo para morir.

Al fin y al cabo, como sucede con los actores que encarnan al agente secreto, las/os políticas/os, son perecederas/os, cambian cada cierto tiempo. Nosotras las enfermeras y los cuidados enfermeros NO, perduramos a su mediocridad y sus artimañas y su licencia no logra el objetivo del olvido porque cada vez somos más rocas y menos arena.

[1] Novelista, ensayista y dramaturgo francés.

SENTIMIENTOS, POLÍTICA Y SALUD

 Pero los sentimientos no pueden ser ignorados, no importa cuán                                                                                    injustos o ingratos nos parezcan.

Diario de Ana Frank[1]

Tengo la impresión de que ya no se pueden alcanzar cotas mayores de despropósito, descrédito, descalificación y desprecio en el discurso político. Pero como sucede con los récords en el deporte, siempre hay alguien que logra superarlos a pesar del último alcanzado. Para lograrlo es necesario tener condiciones físicas y mentales excelentes y una enorme preparación y entrenamiento. No sé si en política se sigue idéntica dinámica en la dialéctica política con la que superar la última barbaridad pronunciada. Pero lo bien cierto es que siempre hay alguien que sorprende y alcanza la dudosa honra de destrozar el récord anteriormente alcanzado por el/ella mismo/a o por algún enemigo político como se gustan llamar, lo que ciertamente ya les separa de una competición basada en eso que ahora se ha venido en llamar el fair play y que en castellano llamamos juego limpio.

En este frenético intento por superarse últimamente hemos asistido atónitos, al menos algunos, a un nuevo y sorprendente récord.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, la Señora Ayuso, en un pleno de la Asamblea y en contestación a una intervención previa de una parlamentaria en la que le trasladaba los sentimientos de una niña residente en la Cañada Real, se superó nuevamente a sí misma y contestó que ella no gestionaba sentimientos y que desde su más tierna infancia su máximo deseo fue que la izquierda nunca llegase al poder.

Ese mismo día, pero en este caso en el Congreso de los Diputados, una Diputada socialista, Laura Berja, estaba defendiendo una proposición de ley para penalizar la intimidación a las mujeres que acuden a abortar, cuando una señoría del grupo parlamentario de VOX, José María Sánchez García, vociferó refiriéndose a la diputada, el epíteto de “Bruja”, logrando un nuevo y patético récord en la cámara de representantes que, en teoría al menos, están para defender los derechos y oportunidades de toda la ciudadanía. Todo un alarde en la dialéctica política en clara contraposición a la oratoria parlamentaria utilizada en tiempos no tan lejanos, en los que el debate político se basaba en el respeto sin que ello supusiese una ausencia del necesario y rico debate político entre adversarios que no enemigos.

Este relato puede parecer que se aleje del contenido que en mis reflexiones semanales realizo semanalmente sobre salud o enfermeras. Como si lo expresado no tuviese relación alguna con la salud comunitaria o si lo que trasladan dichos discursos no influyesen en la salud comunitaria.

Para mí, dichas manifestaciones van mucho más allá de la aparente confrontación política y suponen ataques directos a la convivencia, el respeto, la solidaridad, la equidad y en general a los derechos humanos y a la dignidad humana.

Que una política con las altas responsabilidades que ostenta la Señora Ayuso, diga que no está para gestionar sentimientos es una clara y meridiana declaración de intenciones sobre lo que para ella es la ciudadanía, es decir, un mero instrumento para sus intereses y cómo gestionarlos. Como si sus decisiones pudiesen separarse, como si de una disección se tratase, de la influencia que los mismos ejercen en los sentimientos de las personas. Automáticamente se convierten, desde la asunción de ese planteamiento, en decisiones deshumanizadas, pues los sentimientos, al igual que las emociones, forman parte, le guste o no a la Señora Ayuso, de las personas. De todas las personas, sean estas afines a sus ideas o pertenezcan o no a su partido, a su clase social, a su religión, a su raza, a su misma condición sexual o hablen otra lengua que no sea la suya. Todas ellas tienen sentimientos que influyen y les hacen alegrarse o sufrir, reír o llorar, ser optimistas o pesimistas, motivarse o frustrarse… según influyan en ellas las decisiones que políticas/os como la Señora Ayuso toman y que supondrán que esas personas, a las que parece querer anular sus sentimientos, tengan capacidad de trabajar, ser libres, tener una vivienda digna, poder comer saludablemente, tener acceso a servicios públicos esenciales … entre otros muchos derechos a los que tantas personas no pueden acceder como consecuencia de decisiones tomadas al margen de los sentimientos. Posiblemente porque consideran que dichos sentimientos influyen negativamente en el balance de beneficios, en intereses comerciales o empresariales, en la cuenta de resultados o en la imagen del maquillaje urbano que utilizan para su beneficio. Sentimientos que no se pueden anular, ocultar ni ignorar. Empezando por los de la propia Señora Ayuso que, si no es capaz de gestionarlos adecuadamente, porque los inhibe, se convierte en una política deshumanizada y, por tanto, peligrosa para la salud de la ciudadanía y de la comunidad en su conjunto. Como expresara Friedrich Nietzsche[2] “Los pensamientos son las sombras de nuestros sentimientos; siempre más oscuros, más vacíos y más simples”.

Dicha actitud al margen de los sentimientos, posiblemente, sea la razón por la cual tomó la decisión de cerrar centros de salud durante la pandemia que posteriormente no reabrió o que mantenga condiciones precarias para quienes trabajan en dichos centros. Centros en los que, por otra parte, se atienden, y abordan sentimientos muchos de los cuales están alterados precisamente como consecuencia de las decisiones de quien paradójicamente es su presidenta. Sentimientos a los que no pueden ni deben ser ajenos/as los/las profesionales y de manera muy singular, las enfermeras. Enfermeras que hablan, escuchan, comprenden, dialogan, oyen…para tratar de comprender, empatizar, acompañar… los sentimientos de las personas con el fin de contribuir a mejorar sus condiciones de vida favoreciendo el desarrollo de salud con vistas a proteger, promover, prevenir y limitar los problemas de salud y reforzar la conciencia, el autoconcepto, el modo de vida y el bienestar. Todo lo cual puede que sea visto por parte de la Señora Ayuso como un problema para su gestión, porque en definitiva lo que pretenda sea convertir a los centros de salud en espacios deshumanizados en los que el asistencialismo, la medicalización, la tecnología, la farmaindustria… sean los ejes de un modelo que encaja con los intereses de empresas privadas al acecho de poder gestionarlos al margen de esos sentimientos de los que tanto quiere alejarse. O bien porque considere, como ella misma expresó, que dichos sentimientos forman parte del ideario de izquierdas que con tanto empeño se propone alejar del poder desde su más tierna infancia o que se trata de cursilerías que nada tienen que ver con la gestión política a la que sitúa en una clara dicotomía con los sentimientos, como si fueran excluyentes entre sí.

En cualquier caso, la ausencia de sentimientos que la Señora Ayuso utiliza como eficacia y eficiencia de su gestión política puede estar claramente influenciada por la obstinación en apartar de su infancia pensamientos, juegos, sentimientos infantiles para dejar hueco a lo que considera su máximo interés, es decir, alejar o impedir que la izquierda, cual el lobo feroz de caperucita, le inquietase en el pasado, presente y futuro. Cualquier psicoanalista seguro que vería en dicho comportamiento perfiles alejados cuanto menos de una adecuada y equilibrada salud mental tratándose de pensamientos en una etapa vital tan importante para el desarrollo como la niñez. No sé si se podría hablar de traumas infantiles. Pero que ella asuma y presuma como mérito personal el tener en mente dicha aversión a la izquierda cuando por otra parte acusa a esa misma izquierda de que la homofobia no existe y tan solo está en su mente, no deja de ser preocupante. Dejémoslo ahí.

Por su parte el Señor José María Sánchez García, en su incontinencia verbal, producto de una vehemencia incontrolada o calculada, que todo puede ser, se alineaba con las manifestaciones de la Señora Ayuso, al desterrar los sentimientos como parte indisoluble de la condición humana y entender que tan solo aquello que coincida con sus creencias y convicciones es justo, deseable e imponible para el conjunto de la ciudadanía al margen, claro está, de los sentimientos que en una decisión individual y libre como la de abortar tanta importancia tienen. Sin tener en cuenta la lucha que supone para la mujer dicha decisión, con pensamientos encontrados, sufrimientos derivados y miedos no calculados, en una sociedad en la que algunas/os rechazan, critican y desprecian dichos sentimientos, asimilándolos con el asesinato y el pecado y criminalizando, increpando y acusando desde sus creencias y convicciones.

Un representante público que en el ejercicio de su cometido político utiliza como único argumento de la propuesta presentada por una adversaria política, el insulto y la descalificación, tildándola de bruja, tal como se acusaba durante la santa inquisición a las mujeres que leían, pensaban u opinaban y que acababan en la hoguera como único y santificador remedio para la amenaza que supuestamente representaban.

La inquisición desapareció y con ella el sacrificio del fuego purificador, pero parece que permanece viva en la memoria de determinadas personas que, si bien no prenden hogueras de leña, siguen estigmatizando y sacrificando a las mujeres en nuevas y terribles hogueras ideológicas, que se alimentan del machismo que niegan quienes lo ejercen pero que mata a quienes lo padecen.

De nuevo, en este caso, resulta imprescindible que las enfermeras, más allá de creencias, ideologías, dogmas o religiones, valoremos la importancia de identificar, priorizar y atender los problemas de salud que muchas mujeres padecen y que suponen un clarísimo desequilibrio de sus sentimientos. No se trata de una opción, si no de una obligación que debe ser asumida con la responsabilidad profesional que tenemos y a la que nos debemos. Ayudar, apoyar, facilitar a una mujer en momentos tan duros como puede ser el de tomar la decisión de abortar es cuidarla de manera integral, integrada e integradora teniendo en cuenta y respetando sus sentimientos, aunque puedan estar en contra de los nuestros. No se trata de aceptar su decisión si no de respetarla para que la misma no suponga un riesgo añadido a su salud ni como persona, ni como mujer.

En este mismo sentido, la utilización que se está haciendo por parte de muchos profesionales médicos de la objeción de conciencia en los servicios públicos para negarse a practicar abortos es una forma más de estigmatización, criminalización y vulneración de derechos amparándose en una más que sospechosa y dudosa objeción de conciencia, que en muchos casos realmente es una pseudoobjeción en la que ocultarse. Resulta muy llamativo que la inmensa mayoría de médicos/as la utilicen, ya que ello presupone la existencia del pensamiento único. Todo ello sin entrar en un análisis tan necesario como es el de la posible vulneración de los principios éticos de justicia y no maleficencia. En cualquier caso, no puede ni debe permitirse que a un derecho amparado por la ley se tenga que acceder mayoritariamente fuera de los servicios públicos por una cuestión que evidentemente es utilizada de manera totalmente arbitraria por quienes son servidores públicos.

Abanderar la defensa de la vida como estandarte de su pensamiento, mientras se ataca la vida de una mujer es, no tan solo una enorme contradicción, si no una gravísima vulneración de la libertad y la dignidad humanas. Nada puede justificar un comportamiento en el que son despreciados, ridiculizados y repudiados los sentimientos de las mujeres, que alimentan el odio y el machismo que tanto dolor, sufrimiento y muerte ocasionan y que sitúan a la sociedad que lo tolera, lo ignora o lo asume en una sociedad enferma que requiere de una intervención en la que las enfermeras tenemos mucho que aportar.

Ahora han sido la Señora Ayuso y el Señor Sánchez, mañana serán otras/os y con ellas/os, y sus discursos al margen de sentimientos individuales y colectivos, se vulneran las libertades y los derechos de quienes no piensan y actúan como ellas/os, aunque desde la demagogia y el populismo se traslade que son quienes más luchan por una libertad y democracia que confeccionan a la medida de sus pensamientos aunque no de sus sentimientos, que claramente dejan al margen en su gestión política.

La competencia política, trasciende a la vida política y partidista y se sitúa en el necesario e imprescindible compromiso de las enfermeras con las personas, las familias y la comunidad, para incorporar la salud en todas las políticas desde cualquier ámbito en el que desarrolle su actividad profesional, tal como plantea Rosamaría Alberdi[3]. Cuidar va mucho más allá de la asistencia sanitaria que, al igual que la política ejercida por estos personajes, se aleja de los sentimientos y de su correspondiente humanización al situarla en la teleopatía entendida esta como la obtención acrítica de resultados, al margen de los sentimientos, derivando en una clara instrumentalización de los cuidados. Tal como dice Victoria Camps[4] “la libertad no es contraria a la seguridad si es una libertad responsable”.

No se trata, por tanto, de que las enfermeras hagamos política, que también, si no de que las enfermeras actuemos desde la competencia política que tenemos y debemos ejercer y que está al margen o mejor dicho es compatible con las ideas y planteamientos que cada cual tenga, con el fin de dar la mejor respuesta a las necesidades y demandas que se nos trasladen y a los sentimientos que las mismas provoquen, aunque otros rechazan.

No permanezcamos impasibles a los discursos ausentes de sentimientos, vengan estos de donde vengan y de quien vengan. Es muy peligroso para la salud.

[1] Niña alemana con ascendencia judía mundialmente conocida gracias al Diario de Ana Frank, la edición de su diario íntimo en donde dejó constancia de los casi dos años y medio que pasó ocultándose con su familia y cuatro personas más de los nazis en Ámsterdam durante la Segunda Guerra Mundial.

[2] Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán del siglo XIX

[3] http://www.tolito.es/2021/09/16/pictonurse-la-competencia-politica-enfermera/

[4] Filósofa española. Desde octubre de 2018 es Consejera Permanente del Consejo de Estado, y Presidenta de su Sección Séptima.​ En la actualidad es catedrática emérita de Universidad de Barcelona

APOFENIA Y PAREIDOLIA ENFERMERAS

Llámale al vino, vino y al pan, pan, y todos te entenderán.

La apofenia es un fenómeno por el cual se tiene una visión sin motivos de conexiones acompañada de experiencias concretas de dar sentido anormalmente a lo que no lo tiene, tendiendo a ver patrones donde no los hay. Básicamente, nos fijamos más en ciertos sucesos si estamos predispuestos a ellos. Por ejemplo, si estamos pensando en una persona y da la casualidad de que nos llama por teléfono, pensaremos que ambas cuestiones pueden estar relacionadas. Nos fijaremos de un modo que no lo habríamos hecho si esa misma persona nos hubiese llamado en cualquier otro momento.

Querer ver en la falta de especialidades enfermeras una conexión de agravio comparativo con la disciplina médica por cuanto esta última tiene reguladas más de 50 especialidades y enfermería 7 es sin duda un claro ejemplo de apofenia o un desconocimiento supino de lo que es la disciplina enfermera y en base a qué paradigma se sustenta.

La medicina como disciplina parte de la fragmentación en órganos, aparatos y sistemas y su consecuente trastorno en síntomas, signos y síndromes, lo que conlleva a necesitar un conocimiento muy específico de cada una de estas partes en las que divide al cuerpo humano que no a las personas. Se trata de un planteamiento absolutamente biologicista y patogénico, en los que la salud no es objeto de análisis, estudio y ni tan siquiera de atención, por cuanto lo que importa es cómo se comporta un determinado órgano y cómo influye una alteración del mismo o la actuación de algún agente patógeno o fuerza externa. El interés, por tanto, es la enfermedad y ello conlleva a que se focalice el estudio especializado de cada una de las enfermedades o de los órganos alterados, con independencia de cuál sea la situación de la persona o de su entorno y cómo influyen, o pueden hacerlo, con relación, no tan solo a la enfermedad en cuestión, sino a dimensiones sociales psicológicas o espirituales, desde una perspectiva integral, integrada e integradora que no forma parte del paradigma médico y mucho menos de la especialización tal como está organizada.

Este planteamiento, por tanto, puede servir de argumento, aunque difícilmente como justificación, al hecho de que, en algunas universidades, medicina se excluya de las facultades de ciencias de la salud, constituyéndose como centro independiente -facultad de medicina- de dichas ciencias de la salud, al entender, posiblemente, que su estatus, ciencia y paradigma es el de la enfermedad y no el de la salud, desde una perspectiva que trata de ser generosa en el análisis.

Ahondando en el mismo argumento de la hiperespecialización médica nos encontramos con que no han logrado, a pesar de los intentos de algunos sectores o corporaciones médicas, que se cree la especialidad de Salud Pública. Por una parte, porque se aleja del paradigma de enfermedad desde el que se desarrollan disciplinar y profesionalmente y por otra, porque no es posible dar respuesta a la salud desde una perspectiva exclusivamente médica. De ahí que exista el debate sobre si debe desarrollarse una especialidad de Salud Pública a la que puedan acceder muy diferentes disciplinas de las ciencias de la salud, o si como existe en algunos países, que sea una disciplina propia de Salud Pública con una perspectiva no tan solo multidisciplinar sino también intersectorial, en la que lo importante es el qué y no tanto el quién la conforma.

Tanto es así que el modelo fragmentado y especializado médico se traslada a la organización de los hospitales, fundamental pero no exclusivamente, dentro de los sistemas de salud, que se compartimentan con idéntica fragmentación y especialización, constituyendo los servicios tales como nefrología, respiratorio, cardiología, traumatología… en una clara concordancia con la dominación y colonización que de los citados hospitales hicieron en su momento los médicos como centros fundamentales de su desarrollo científico-profesional y que supuso la eliminación de la organización en base a la complejidad de cuidados que existía y gestionaban las enfermeras hasta entonces, lo que provocó igualmente la pérdida de identidad de dichos cuidados y la subsidiariedad de las enfermeras a la clase médica hasta entonces inexistente. Razón por la cual la Salud Pública, como parte de la estructura de las organizaciones sanitarias, ha tenido y sigue teniendo una importancia marginal con una perspectiva totalmente administrativa de manejo de datos desde la epidemiología de la enfermedad.

La disciplina enfermera, logró desprenderse del dominio médico ejercido por imposición, con su entrada en la universidad y el consiguiente dominio de su desarrollo desde un paradigma que trataba de alejarse de aquel en el que había estado instalado y retenido durante tanto tiempo, siendo considerada la enfermería, inclusive, como una rama de la medicina desde la que ejercía un papel absolutamente subsidiario, ausente de autonomía y pensamiento propio.

Conforme enfermería fue construyendo su paradigma, quedó configurada la identidad propia y autónoma enfermera, alejándose, por tanto, de la influencia y sumisión médica. Para ello fue necesario fundamentar cuáles eran los principios, bases, teorías, evidencias… sobre las que sustentar y fortalecer el paradigma enfermero e ir desprendiéndose, al mismo tiempo, de la influencia del paradigma médico en el que durante tanto tiempo estuvimos instalados.

Este es un claro ejemplo de la apofenia que se generaba al tener una visión cada vez más alejada de conexiones inexistente pero que, sin embargo, se trataba de justificar desde experiencias concretas, interesadas y subjetivas que perseguían dar sentido a una subsidiariedad y dependencia como patrones de un comportamiento del que tratábamos de huir.

El paso del tiempo, acompañado del trabajo, estudio, investigación… de muchas enfermeras logró configurar un paradigma en el que la persona es el centro de la atención desde una perspectiva integral, integrada e integradora y en el que la salud es el objetivo fundamental de actuación para que desde la máxima autonomía la persona sea capaz de tomar sus propias decisiones de manera responsable en equilibrio con su entorno tanto familiar como comunitario.

Esta perspectiva, por tanto, configura la identidad propia enfermera que algunos se resisten, no tan solo a identificar sino incluso a aceptar, por lo que continúan forzando situaciones que tratan de recuperar patrones que ni existen ni se corresponden con lo que la enfermería es, ni el sistema de salud ni la sociedad necesitan, forzando una apofenia desde la que justificar su anormal visión.

Apofenia desde la que se planteó y se concretó una especialización enfermera que nos situaba de nuevo en el paradigma médico de la fragmentación y la enfermedad, al mimetizar el modelo formativo de MIR que incluso replicó la denominación médica de las especialidades alejándolas de una nomenclatura y taxonomías propias. Pediatría, Geriatría, Trabajo, Ginecología… en lugar de salud del niño, salud de las personas adultas mayores, salud laboral o salud de la mujer, aunque en este último caso al menos, logró mantener su denominación propia como matronas. Salud Mental si logró coherencia y Enfermería Familiar y Comunitaria adquirió la denominación de la especialidad médica en lugar de Salud Comunitaria.

Apofenia que se intentó utilizar en su momento por parte de algunas organizaciones de las que dicen representar y/o defender a las enfermeras, creando falsas sociedades científicas, en un intento por acaparar las plazas que conformaban las comisiones nacionales del Ministerio de Sanidad de las respectivas especialidades reguladas por el Real Decreto de especialidades[1] y que tuvo que ser desmontado por las auténticas sociedades científicas a las que se pretendía suplantar desde el engaño y la creación de dicha apofenia.

Apofenia que se utilizó para diluir a las especialidades enfermeras en unidades multiprofesionales en las que nuevamente quedamos a merced de la imagen real que no es otra que la especialidad médica, mientras la de las enfermeras pasa a ser identificada como una copia que ni tan si quiera es aceptada y utilizada por quienes, paradójicamente, pagan por ella, las administraciones sanitarias de las respectivas comunidades autónomas con el respaldo y beneplácito del Ministerio de Sanidad a través de una Dirección General de auténtico desorden profesional, por mucho que se empeñen en denominarle de ordenación profesional.

Apofenia que, tras más de diez años de recorrido desde la aprobación de los correspondientes programas formativos y sin que en algunos casos hayan concluido los procesos reguladores (caso de la prueba extraordinaria de acceso a la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria) ha dado paso a una pareidoia.

Pareidolia entendida como un fenómeno psicológico donde un estímulo vago y aleatorio (habitualmente una imagen) es percibido erróneamente como una forma reconocible.

Y eso es exactamente lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo con las especialidades de Enfermería, que la imagen que se proyecta desde las citadas especialidades enfermeras es realmente un conjunto de estímulos vagos, impreciso e incluso en muchas ocasiones aleatorio, en base a los cuales se cree percibir una forma reconocible de las mismas, cuando realmente se trata de aspectos muy difusos, heterogéneos, cambiantes, reduccionistas que, además, suelen llevar aparejadas sensaciones de frustración, desánimo, rabia, impotencia… al comprobar que lo que parecía una forma concreta y real no deja de ser una apariencia, un espejismo, una ilusión óptica que se desvanece en cuanto se trata de darle consistencia tanto en el espacio, que conforman las organizaciones de salud en el que no se definen plazas específicas, como en el tiempo en el que permanecen reconocibles tales imágenes al no concretarse la incorporación de especialistas. Como si de la forma que creemos reconocer en una nube se tratase, que es cambiante en función de quien la observe y que su perdurabilidad es tan efímera como la realidad que proyecta.

Aprovechando estas apofenia y pareidolia, hay quienes tratan de generar nuevas y confusas realidades e imágenes con las que convencer de la necesidad de crear nuevas especialidades a imagen y semejanza, claro está, de las médicas, o con propuestas artificiales y artificiosas que además cuestionan la aportación específica de una especialidad vigente, por mucho que se anuncien en los medios de comunicación como una solución a problemas ficticios, que nos conduce irremediablemente a crear una nueva apofenia y con ella una pérdida de identidad manifiesta y una dependencia cada vez mayor de las especialidades en las que se empecinan vernos reflejadas a las enfermeras y que son tan solo percepciones ilusorias como las que se identifican en la superficie del agua, que tan solo son reales las que proyectan pero no así las que se reflejan, que al mínimo movimiento o contacto se deforman en ondas haciéndolas inmediatamente irreconocibles.

Tratemos pues de no caer en la trampa de sensaciones falsas, ni de imágenes irreales que nos separan de nuestra verdadera y auténtica realidad profesional, disciplinar y científica.

Construyamos realidades centradas en nuestro paradigma y nuestra aportación específica enfermera concretada en los cuidados profesionales y alejada de ópticas engañosas que persiguen únicamente obtener unos beneficios oportunistas alejados de los que verdaderamente corresponden a las enfermeras y merecen las personas las familias y la comunidad, en el marco de un contexto concreto que más que nunca lo que precisa es una adecuada planificación que permita prestar cuidados profesionales de calidad, enmarcados en una especialidad o no, pues todos ellos son necesarios y requieren de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis.

 

[1] https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-2005-7354

Conformismo u oportunidad pospandemia.

“Cuanto más defensiva es una sociedad, tanto más conformista.”

Ursula K. Le Guin [1]

 A principios de marzo del pasado año saltaron todas las alarmas. Nos obligaron a confinarnos, aislarnos, separarnos, taparnos… y con ello a modificar costumbres, inercias, métodos, conductas, con la consiguiente resistencia, equilibrada por una obligada y asumida resignación, que tratábamos de contrarrestar con una firme esperanza en lograr eso que vino a acuñarse como nueva normalidad. Como si la normalidad siguiese los mismos patrones de comportamiento que la moda, según la cual en función de la temporada pudiésemos mudar de normalidad como quien cambia de chaqueta, falda o pantalón.

El tiempo fue transcurriendo y como si de expertos surfistas se tratase tuvimos que ir salvando las cretas de las olas que se fueron sucediendo con inusitada intensidad, aunque lamentablemente no todos pudieron superarlas siendo engullidos por la fuerza de las mismas. En ocasiones por la propia fuerza de la ola y en otras por la imprudencia de quienes se aventuraban a surfear en aguas que ni conocían ni mucho menos eran capaces de dominar a pesar de la aparente y soberbia seguridad que trataban de demostrar con su irresponsable comportamiento.

Transcurrido más de año y medio de pandemia, nos encontramos ante una nueva y aparente recuperación de la normalidad que se percibe más real por efecto de las tasas de vacunación alcanzadas, lo que puede provocar una falsa seguridad, que valga la expresión, estamos todavía lejos de asegurar, pero que conlleva la retirada de determinadas medidas restrictivas en un intento por retomar la dinámica prepandémica.

Llegados a este punto de aparente satisfacción, sin embargo, nos encontramos ante resistencias importantes, similares o mayores a las que se produjeron cuando se retiraron las que ahora se pretenden recuperar, como la actividad laboral, de estudio, ocio… que complican aún más si cabe ese denominado retorno a la normalidad.

Durante todo este tiempo hemos venido escuchando que si tal o cual cosa, actividad, acción… habían venido para quedarse. Parece que no tan solo se percibe, e incluso se asegura, que han venido para ello, sino que hay quienes, y no son pocos, los que están convencidos que han venido para desplazar o eliminar las que realizábamos antes de que nos engullese la pandemia. Es decir, que no las consideran complementarias si no excluyentes.

Son muchos los ámbitos en los que esta actitud está generando posicionamientos que chocan frontalmente con la recuperación de la normalidad. Entendida esta como la cualidad de aquello que se ajusta a cierta norma o a características habituales o corrientes, sin exceder ni adolecer. ¿Quiere decir esto que ya no se quieren recuperar las características habituales de hace año y medio? o ¿quiere decir que se entiende dicha recuperación como una carencia o defecto que hay que corregir? o ¿puede ser que se haya identificado que lo excepcional no es tan malo y se prefiere a lo considerado como normal? Interrogantes que cada cual, según el color del cristal con que se mire, aceptará o rechazará.

Pero con independencia de este análisis, que no es menor, me gustaría centrarme en algunos aspectos de esa perdida normalidad y de esta supuesta y, ya no sé, si deseada recuperación de la normalidad.

En el ámbito de la universidad, por ejemplo, la pandemia obligó a hacer un esfuerzo para adaptarse al escenario que tan sorpresiva como drásticamente impuso la pandemia. La virtualidad tuvo que incorporarse a pasos acelerados en contextos de presencialidad absoluta que ni estaban preparados ni adaptados para ello y en los que tanto docentes como discentes lo contemplaron como una amenaza y como una barrera para la docencia que estaban acostumbrados a impartir y recibir respectivamente. A ello hay que añadir el hecho de que en ningún caso se pasó de una docencia presencial a una docencia virtual, sino que se adaptó la presencialidad para ofrecerla online, lo que claramente provocó un resultado deficiente que generaba mucha insatisfacción en todos los agentes implicados, pero que poco a poco fue aletargando a los mismos acostumbrándose a una situación aparente e inicialmente rechazada.

Es como lo que le sucedió a una rana que metieron en una olla de agua hirviendo. Inmediatamente, saltó para salir y escapar de ella. Su instinto fue salvarse y no aguantó ni un segundo en la olla. A esa misma rana la metieron en otra ocasión en una olla llena de agua fría. Se dio cuenta, a pesar de la inicial resistencia, que estaba a gusto y permaneció en la olla. Lo que la rana no sabía, es que el agua se iba calentando poco a poco. Así que, al poco tiempo, el agua fría se transformó en agua templada, acostumbrándose a ella. Sin embargo, poco a poco, el agua subió de temperatura. Tanto, que llegó a estar tan caliente, que la rana murió cocida en el agua.

De alguna manera es lo que sucedió con los cambios incorporados en la docencia. Inicialmente abandonamos “el agua hirviendo” que suponía la situación de pandemia para tratar de no morir en ella, pero sin darnos cuenta que nos metíamos en un escenario de “agua fría” a la que fuimos acostumbrándonos, adaptándonos, sin percibir que con ello estábamos perdiendo identidad, calidad, participación, seguridad, comunicación…

No fuimos capaces de salir de dicho escenario para dotar a esa virtualidad de sentido y oportunidad, aceptando la solución inmediata de la “retransmisión” que, además, se hacía sin ver ni oír a nuestros interlocutores, que permanecían voluntariamente ocultos y silenciados tras las pantallas.

A punto de iniciarse el nuevo curso académico se plantea la recuperación de la presencialidad en las universidades que la perdieron o limitaron, en un intento por volver a la normalidad aparentemente deseada. Y en este punto nos encontramos con una parte nada despreciable de profesorado y estudiantado que prefieren permanecer en esa agua que ya está muy próxima al punto de ebullición. Se resisten a volver a las aulas con argumentos peregrinos, infantiles y ausentes de la más mínima evidencia científica, es decir, excusas. El mantra de “ha venido para quedarse” es esgrimido de manera tan reiterada como torpe al hablar de la docencia virtual, que ni han aplicado ni entendido, pero a la que se han acomodado, como si de tanto repetirlo pudiese convertirse en una realidad.

Finalmente usar como pretexto una crisis para no hacer algo es tanto como poner los cimientos de una nueva desde el conformismo que se adopta. Tal como dijo Albert Einstein[2] “Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo.”

En la docencia, en general, pero muy particularmente en la docencia de enfermería tratar de convencer o convencerse de que la docencia presencial tiene que ser desplazada por la impuesta docencia online que tanto hemos tenido que sufrir, es un signo evidente de que la docencia, para ellas/os, o bien es algo que tienen que hacer porque no les queda más remedio o bien no saben o no quieren saber lo que es y significa la docencia enfermera o lo que es aún más grave lo que es y supone la misma para que se puedan formar excelentes enfermeras. Este riesgo se ve incrementado cuando, quienes se resisten no son enfermeras, aunque no exclusivamente. Por tanto, utilizan la docencia como un modo, como otro cualquiera, para que todos los meses se les ingrese la nómina. Pero desde luego no como una actividad que suponga la motivación, implicación, ilusión, iniciativa, innovación… necesarias para formar enfermeras, con todo lo que ello significa, y no tan solo como una transmisión mecánica de conceptos e ideas, no siempre acertados ni actualizados ni tan siquiera científicos, desde una ética de mínimos que consiste exclusivamente, en dictar clases y hacer exámenes para producir, que no formar, enfermeras.

En el ámbito asistencial, por su parte, también encontramos incomprensibles resistencias a retornar a la normalidad.

En muchas ocasiones, antes de la pandemia, se había identificado a la Consulta Enfermera como el nicho ecológico, la atalaya, el reducto de muchas enfermeras, desde la que se resistían a salir a la comunidad para llevar a cabo atención familiar domiciliaria o intervenciones comunitarias. Por su parte la utilización de las tecnologías de información y comunicación (TIC), para el registro de la actividad, ya antes de la pandemia, supuso una excusa excelente para limitar, cuando no anular, la comunicación con las personas al centrar la atención casi exclusivamente en la pantalla de un ordenador o una tablet, ignorando a la persona con la que, al menos en apariencia, estaban atendiendo.

La pandemia supuso una “reclusión” forzada de las enfermeras en los centros salud y estos se convirtieron en fortalezas inexpugnables a los que no podía acceder la población. La comunicación telemática fue el sucedáneo elegido para mantener un supuesto y fallido contacto entre las personas que lo requerían y las enfermeras que permanecían encerradas en sus consultas a la espera de alguna llamada desesperada. La utilización, sobre todo durante las primeras fases de la pandemia, de la Atención Primaria como recurso subsidiario de los hospitales o absolutamente infrautilizado por parte de los decisores con lo que ello suponía de ruptura de la atención y relación con la comunidad, supuso, como se ha podido demostrar, un grave perjuicio para la población que se vio relegada y recluida en sus domicilios sin contacto alguno con sus referentes profesionales.

Esta situación que se intentó revertir al comprobar el error cometido, no logró recuperar la actividad comunitaria y la misma fue nuevamente excluida por la actividad rastreadora que se incorporó casi como la única a desarrollar por parte de las enfermeras hasta el punto que incluso perdieron su identidad para pasar a ser identificadas como rastreadoras.

Esta pérdida progresiva de la comunicación y el contacto directo, ha sido ampliamente rechazada por la mayoría de las enfermeras comunitarias, pero hay quienes han utilizado esta situación para atrincherarse aún más en sus cubículos y evitar así el contacto con la comunidad, que si ya era deficiente antes de la pandemia, ahora tratan que sea tan solo un referente histórico o un recuerdo lejano y borroso. Se amparan en que la telesalud y otras estrategias virtuales han venido no tan solo para quedarse sino para desplazar y eliminar cualquier otra actividad, como si de acciones excluyentes se tratase en lugar de identificarlas como adicionales.

La incertidumbre, la ansiedad, la alarma, la vulnerabilidad, la soledad, la pobreza, la violencia… requieren de gestos, miradas, contactos, palabras… que conformen unos cuidados profesionales que las TIC pueden facilitar, pero en ningún caso sustituir y mucho menos excluir. La proximidad, la cercanía, la presencia, son la esencia de los cuidados profesionales, que aúnan conocimiento científico, técnica y humanismo y que precisan de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, como realidad compleja, en evolución, no lineal y mucho menos binaria, que son. Tal como dice Montserrat Busquets Surribas[3] “Presencia cuidadora a través de la cual las personas saben y sienten que están en buenas manos”.

Las enfermeras, en cualquier ámbito de actuación en que intervengamos, debemos ser conscientes de la importancia que tiene ser, sentirse y actuar como enfermeras. Dejarse arrastrar por la teleopatía que persigue la obtención acrítica de resultados, es contribuir a la devaluación de la aportación específica enfermera prestada a través de los cuidados profesionales.

Ante estos ejemplos, que tan solo son eso, ejemplos, lo que significa que hay muchas otras acciones u omisiones que deberían revertirse para alcanzar la normalidad, se corre el riesgo de reclamar y reivindicar como válido aquello a lo que nos hemos acostumbrado y que, en algunos casos, incluso, se defiende vehementemente como derechos adquiridos cuando tan solo han sido respuestas precipitadas, excepcionales y temporales ante una situación tan sorpresiva, excepcional y temporal como la pandemia. Por mucho que dicha temporalidad se antoje, para algunas/os, como algo permanente y capaz de modular con excesos la normalidad que anhelamos recuperar. Eso sí, para mejorarla, que no sustituirla.

No nos comportemos como ranas y renunciemos al acomodo, el conformismo y la muerte a la que nos conducen, contradiciendo así a Dostoyevski[4], cuando decía: “un ser que se acostumbra a todo; tal parece la mejor definición que puedo hacer del hombre.” Seamos y actuemos como enfermeras, aprovechando y generando oportunidades.

[1] Autora estadounidense conocida sobre todo por sus obras de ficción especulativa y, en especial, por las obras de literatura fantástica

[2] Físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense. Se le considera el científico más importante, conocido y popular del siglo XX

[3] Enfermera, licenciada en Antropología Social y Cultural y máster en Bioética y Derecho

[4] Uno de los principales escritores de la Rusia zarista, cuya literatura explora la psicología humana en el complejo contexto político, social y espiritual de la sociedad rusa del siglo XIX.

Fútbol, electricidad y salud.

Dale valor a las cosas, no por lo que valen,

sino por lo que significan.

Gabriel García Márquez[1]

 

La atención informativa de este país ha estado centrada en el último mes en la batalla psicológica mantenida entre dos clubs de fútbol por la propiedad de un jugador de 22 años. Dos clubs de fútbol que realmente son dos personas con gran poder económico jugando a mantener su ego y su prestigio personal y empresarial tras un falso e interesado amor a los colores que dicen representar, pero que esconden intereses mucho más lucrativos. Una lucha mediática, con una indecente puja multimillonaria, para lograr un “trofeo” con el que obtener mayores beneficios económicos en sus respectivos negocios, aunque se quiera disfrazar de interés deportivo. Una subasta que, salvando todas las distancias, tiene aspectos comunes con las que los terratenientes yanquis compraban esclavos. Todo ello en medio de la denominada 5ª ola de la pandemia que se resiste, o nos resistimos, a que nos abandone. Como si el lugar dónde finalmente juegue o el sueldo que gane dicho jugador fuesen la solución definitiva a la COVID.

Dicho desmán ha ido en paralelo a otro no menos escandaloso, como es el coste de la electricidad que nos está ofreciendo a diario nuevos récords de precio, en una aparente competición con la subasta de jugadores. Mientras tanto, quienes deberían regular estos precios, o bien miran hacia otro lado, o bien esgrimen excusas que nadie logra entender, y quienes deberían contribuir con su apoyo a arreglar semejante atraco se dedican a utilizarlo de manera oportunista y torticera para su interés partidista y alejado del interés de quienes tienen que soportar los sucesivos récords de precios. En un momento, además como el de la pandemia, en el que los recortes, las restricciones, los ERTES… están incidiendo de manera despiadada en la economía de muchos sectores sociales y como consecuencia de ello en la salud de las personas como efecto colateral a las consecuencias del virus.

Por su parte, quienes se esfuerzan en mantener la salud de la población lo hacen igualmente con récords de precios, pero en este caso a la baja, con malas retribuciones, ausencia de incentivos, temporalidad, precariedad laboral… pero con la dudosa honra de ser héroes y heroínas, una vez más, como cortina de humo y elemento de distracción, de lo que verdaderamente importa y se esfuerzan en ocultar.

Dentro de poco más de tres meses volveremos a utilizar esa manida frase de “lo importante es tener salud”, cuando no nos toque la lotería de navidad. Salud que conseguimos mantener o recuperar gracias a profesionales que son ignorados sistemáticamente por parte de la administración que los contrata como “recursos humanos” sin una adecuada planificación en una organización burocratizada, deshumanizada y politizada. Por parte de la población que en muchas ocasiones los identifican como servidores públicos obligados a dar respuesta puntual e inmediata a unas demandas que, en muchos casos, contribuyen al colapso del sistema. Por parte de los políticos que los utilizan como piezas de su particular tablero de juego para desarrollar sus estrategias y sacar con ellos el mayor rédito posible.

Profesionales que acaban siendo un número de puesto que deben responder a una gestión de conveniencia de tantos tontos por cien, para mantener las apariencias sin tener en cuenta sus expectativas, motivaciones, iniciativas… porque lo único que realmente les importa es que estén y hagan lo que mejor convenga a sus intereses y los de quienes les han “fichado”, a imagen de lo que hacen los dueños o presidentes de los equipos de fútbol. Lástima que en lugar de “fichar” estómagos agradecidos, mediocres de conveniencia, obedientes irreflexivos, servidores fieles, tontos útiles… preocupados por indicadores que aporten datos positivos para sus padrinos, aunque ello suponga tener que maquillarlos, no se dediquen a gestionar eficaz y eficientemente la organización ofreciendo entornos de trabajo saludables que potencien la satisfacción de las/os trabajadoras/es y con ello se aumente la calidad de la atención a las personas, familias y comunidad.

Una situación que, como con las empresas eléctricas, sirve de lanzadera de los intereses comerciales de las multinacionales de la salud que obtienen grandes beneficios a costa de la desidia y el abandono que se hace de la Sanidad Pública y de sus trabajadoras/es. Convirtiéndose en nuevas puertas giratorias como lo han venido siendo desde siempre las empresas eléctricas para quienes han ostentado cargos políticos de máximo nivel y que cuando nos descuidemos provocará el mismo efecto especulativo que con los precios de la electricidad, lo que acabará repercutiendo en la salud de la población, al menos en la de quienes no tienen recursos para pagar los precios que ponen a la salud desde un discurso totalmente falso, falaz y demagógico, utilizando para ello, argumentos descalificadores contra la Sanidad Pública, como estrategia de negocio.

La pandemia ha contribuido en gran medida a configurar, un escenario de precariedad del Sistema Nacional de Salud (SNS) y a visibilizar, agravar o incrementar sus debilidades, dejando claro que la supuesta fortaleza del SNS no era tal, sino que se beneficiaba de la aportación de sus profesionales que han sido quienes han hecho y siguen haciendo posible el afrontamiento eficaz de una situación tan compleja e incierta como la pandemia.

Sin embargo y más allá de esa artificial y oportunista heroicidad con la que quisieron revestir a las/os profesionales, ocultando las deficiencias de su gestión, no han existido, ni se han presentado si quiera, estrategias reales que permitan mejorar sus condiciones de trabajo que, como consecuencia de la nefasta gestión desarrollada, lo que provocó fue justamente el efecto contrario.

Ya se ha dicho por activa y por pasiva que los/as profesionales no son ni se sienten héroes o heroínas, que tan solo, o mejor dicho, sobre todo, hacen aquello que saben hacer, cuidar y curar, cada cual, desde sus competencias propias, pero desde un trabajo que requiere trasnsdisciplinariedad y respeto.

Cuando se está a punto de alcanzar una tasa de vacunación del 80% de la población española en poco más de 6 meses, es decir más de 74 millones de dosis administradas, lo que realmente acapara la atención mediática y social es si tal o cual jugador va a ser fichado por tal o cual equipo. No existe la más mínima preocupación, interés o reconocimiento sobre si una enfermera lleva meses sin descanso alguno trabajando para lograr esa tasa de vacunación. Porque finalmente se tiene el sentimiento, la percepción e incluso el convencimiento de que al fin y al cabo dicha enfermera está cumpliendo con su obligación y es lo que le toca hacer. Porque lo único que se identifica es el acto de pinchar una vacuna que se entiende, además, podría ser administrada por cualquier otro profesional sin competencias específicas, al no tener en cuenta que ese “pinchazo” es tan solo una mínima parte de un proceso complejo que requiere de planificación, conocimiento, técnica y humanidad que quedan ocultos sin que se valoren ni se reconozcan. Creer que lograr una tasa de vacunación como la alcanzada tan solo obedece a generar una cadena de vacunadoras que administran vacunas como quien aprieta tornillos en una cadena de montaje es además de una falta de respeto una absoluta falta de conocimiento de lo que es y supone llevar a cabo dicho proceso.

No sé qué podrá aportar un futbolista, por bueno que sea en su trabajo, en el logro de un título, pero sé lo que se le reconoce, aplaude, tolera, admira… además de considerar absolutamente normal que cobre cantidades astronómicas por aquello que se espera de él, que es jugar bien al fútbol y que, por lograrlo, además, se le prima. Que, por otra parte, si no lo hace no va a dejar de cobrar y va a seguir siendo admirado, perdonado y consentido en espera de que recupere “su duende” y vuelva a jugar bien.

Sé, sin embargo, lo que puede aportar una enfermera excelentemente cualificada, preparada, motivada, implicada, con años de estudio y experiencia, con formación permanente… en la planificación de un programa, una acción o una intervención de salud que, además, va repercutir en la salud individual y colectiva, pero que como cometa, como humana que es, el más mínimo error va a ser señalada, recriminada, culpabilizada e incluso agredida por su error, pudiendo ser suspendida de empleo y sueldo y juzgada.

Mientras no se respete el trabajo de una enfermera, al menos, en igual medida al que realiza un futbolista. Mientras se siga creyendo que el trabajo que realiza una enfermera es intrascendente, subsidiario o prescindible. Mientras quienes no pueden hacer frente al pago de la factura de la electricidad admitan como normal lo que se pague por tener a un futbolista o lo que se le pague por hacer aquello que sabe hacer. Mientras se exija a una enfermera una atención de calidad, rigurosa, puntual, integral, individualizada, humanitaria, ética, estética, empática y simpática, sin tener en cuenta que está trabajando con turnos imposibles, sin posibilidad de conciliar su vida personal, con bajos sueldos y condiciones precarias de trabajo. Mientras no se valore la excelencia profesional, la dedicación, la innovación, la motivación, como elementos de incentivación que permitan premiar a las mejores enfermeras y que sea un elemento a tener en cuenta para que los gestores, los buenos gestores, quieran fidelizar su permanencia en su organización en lugar de lo que sucede actualmente que se genera la fuga de talento por la falta de respeto, atención y reconocimiento. Mientras se exija tener en su equipo a tal o cual jugador, pero le sea totalmente indiferente que le atienda una u otra enfermera o que ni tan siquiera le atienda una enfermera como correspondería. Mientras se tiren las manos a la cabeza cuando un futbolista se va a un equipo de otro país y no suscite ninguna preocupación que las enfermeras que se forman con sus impuestos emigren a otros países para tener unas condiciones de trabajo más dignas. Mientras no se valore la especialidad de una enfermera como valor añadido a la atención específica. Mientras se siga creyendo que ser Doctora supone ser médica, sin valorar que una enfermera puede ostentar dicha denominación académica. Mientras el fútbol esté siempre presente y la salud tan solo cuando no nos toca la lotería. Mientras existan periodistas deportivos altamente preparados que se saben de memoria las alineaciones, los nombres, talla, peso, edad, aficiones… de cada jugador y no se considere necesario contar con periodistas de la salud que sepan valorar el trabajo de las enfermeras o no confundan salud con sanidad o sanidad con medicina. Mientras una noticia de fútbol acapare más atención que una intervención en salud. Mientras todo esto suceda seguiremos teniendo un SNS cada vez más tecnificado y menos humanista, cada vez más paternalista y dependiente, cada vez más burocrático y menos equitativo. Un SNS con excelentes profesionales pero que son sistemáticamente ignorados e incluso maltratados. Un SNS infrafinanciado. Un SNS centrado en la enfermedad en lugar de la salud. Un SNS gestionado por burócratas mediocres sujetos al capricho político del partido de turno en el poder. Un SNS cada vez más politizado y menos profesional.

Me gustaría que de igual manera que se piden grandes jugadores en las plantillas de los equipos, se exigiesen grandes profesionales en los equipos de salud. Me gustaría que se respetase, reconociese y apoyase a esos grandes profesionales en el trabajo que desarrollan. Me gustaría que se exigiese a los gestores sanitarios, igual que se hace con los presidentes de los clubs, que existiese una adecuada inversión de los impuestos para mejorar las plantillas de los equipos de trabajo y que no tuviesen la tentación de irse por estar mal pagados o tener malas condiciones de trabajo. Me gustaría que igual que conocen a sus jugadores conociesen a sus profesionales de referencia. Me gustaría que la salud fuese tan importante como lo es para muchos el fútbol. Me gustaría que entendiesen que de igual manera que no pueden afrontar una factura de la electricidad por los precios abusivos de las empresas eléctricas puede suceder que pase lo mismo con la atención sanitaria cada vez más privatizada. Me gustaría que se entendiese que cuando una enfermera reclama mejores condiciones laborales no sea percibida como una pedigüeña en contraposición a cómo es percibido un jugador de fútbol cuando exige tener mejor ficha y además sin impuestos.

Un corte en el suministro eléctrico nos puede dejar sin luz, sin calefacción e incluso sin poder ver el deseado partido de fútbol. Pero un “corte” en la atención sanitaria nos puede dejar sin salud. Finalmente, sin salud, ni el fútbol ni el precio de la electricidad tienen valor, aunque sean muy caros. Elijamos y valoremos en consecuencia.

[1]  Escritor y periodista colombiano (1927-2014).

DEL NIHILISMO Y LA ANOREXIA PROFESIONAL A LA RESISTENCIA. De la política y el engaño al decálogo enfermero.

 

Un político divide a las personas en dos grupos: en primer lugar, instrumentos; en segundo, enemigos.

Fiedrich Nietzsche [1]

 Han sido muchas las reflexiones que he ido compartiendo desde que el 09 de enero empezase este nuevo periodo en el Blog. Todas ellas realizadas desde el máximo respeto y tratando, en todo momento, de mantener la coherencia, la sinceridad y el compromiso con lo que soy y con lo que me siento identificado, es decir, siendo y sintiéndome, enfermera.

Sin duda lo trasladado es subjetivo desde el mismo momento en que lo he verbalizado-escrito, desde mis particulares perspectiva y mirada que, por mucho que trate de imprimirles objetividad, siempre quedan impregnadas de las mismas. Decir lo contrario sería engañar y para eso ya están los políticos. No he tratado, por tanto, de ser políticamente correcto porque, entre otras cosas, he aprendido que, si algo tiene la política, o mejor dicho quienes la manipulan desde su condición de políticas/os, es una absoluta falta de corrección, desde el mismo momento en que ésta se adapta a sus intereses concretos y no a los de quienes supuestamente representan o incluso, eufemísticamente, dicen defender. En palabras de una destacada política con altas responsabilidades en sanidad nacional, la política no es defender lo que resulta obvio, necesario o incluso compartido, sino de mantener los equilibrios que permitan mantener el poder, aunque para ello deban perder la coherencia y la dignidad. Blanco y en botella.

Por lo tanto, posiblemente, haya sido en muchas ocasiones incorrecto, pues ni tengo ni deseo mantener ninguna posición de poder que no sea el de la coherencia y el que, por méritos propios, les corresponde a las enfermeras. Este y no otro ha sido mi principal objetivo en todas y cada una de mis reflexiones, con independencia de lo acertado o no que haya podido estar.

Así pues, no he tratado de satisfacer a todas/os o a una mayoría, sino de compartir una visión, posición o planteamiento determinados en todos y cada uno de los temas abordados. Por tanto, siempre han estado sujetos al enriquecedor y necesario debate de quienes leen, analizan y reflexionan sobre ellos. Lamentablemente, en la actualidad, el pensamiento crítico está devaluado y el debate que del mismo debiera derivarse muy debilitado y filtrado por la inmediatez mediática de las redes sociales y su formato encriptado y comprimido en el que además se tiende, como el propio discurso político, a la descalificación, el descrédito y el insulto, por encima de cualquier otro intercambio dialéctico basado en el respeto. Pero, evidentemente, son percepciones de quien, como yo, así piensa, lo que no me impide hacer uso de tales redes, aunque manteniendo unas formas que posiblemente sean consideradas como impropias, por débiles y alejadas, de los zascas al gusto de los consumidores.

Es por ello que en algunas ocasiones tengo la sensación de que mis análisis son tan solo elucubraciones personales alejadas de la realidad o cuanto menos del sentir general enfermero. Y dicha sensación me provoca sentimientos contrapuestos, pero igualmente preocupantes. En ocasiones pienso si la situación realmente no será tan mala como a veces la reflejo, lo que da lugar a que se me tilde de negativo o cenizo. En otras me inquieta el inmovilismo y el conformismo generalizado ante todo lo que está pasando y la débil o nula respuesta que las enfermeras somos capaces de dar, más allá, de puntuales y aisladas manifestaciones que obtienen, como digo, poco eco entre el colectivo. No sé, realmente, cual me preocupa más. Y no sé cuál es más inquietante.

He recorrido semanalmente múltiples y variados temas que nos afectan, directa o indirectamente, a las enfermeras. He planteado y contrastado, dudas y certezas, opiniones y evidencias, ideas y teorías, dilemas y paradigmas, luces y sombras… siempre con la firme convicción de que a pesar de todo o precisamente por todo ello, las enfermeras somos capaces de salir de donde no debemos estar, aunque a veces de la sensación que nos conformemos a estar ahí.

Es necesario responder ante tanto silencio y no callar lo que debe decirse. Actuar con decisión y fortaleza, con las pruebas de nuestra aportación específica, en lugar de permanecer agazapadas en el refugio de nuestra zona de confort. Ser valoradas por lo que somos y no por lo que nos dejan ser. Liderar nuestro espacio propio, evitando que siga siendo colonizado. Tomar nuestras propias decisiones y no esperando a que sean adoptadas por otros. Ser valoradas por nuestras competencias y no por nuestra obediencia. Creer en lo que somos y no en lo que nos quieren hacer creer. Pensar por nosotras mismas. Gestionar los cuidados en lugar de gestionar con cuidado. Vencer el miedo a ser identificadas como lo que somos, para evitar ser ocultadas tras denominaciones vacías y confusas. Defender nuestro espacio propio y no tener que pedir que nos dejen espacio ajeno. Rechazar lo que no nos corresponde y exigir lo que es nuestro. Ser identificadas por nuestra empatía y no tan solo por nuestra simpatía. Ser enfermeras de la comunidad y no del Sistema Sanitario ni mucho menos de ningún otro profesional, en donde trabajamos y con quienes trabajamos. Ser relacionadas de manera intrínseca con los cuidados profesionales y no por el cuidado genérico que todos quieren asumir como propio. Ser profesionales, científicas, investigadoras, docentes y gestoras enfermeras que aportamos conocimiento, ciencia, aprendizaje, eficacia y eficiencia con nuestras competencias específicas.

En definitiva, tener la ciencia y la conciencia de lo que somos y debemos aportar y no de lo que nos dicten que debemos aportar, usurpándonos tanto la ciencia como la conciencia.

Porque no se trata de sobrevivir, de parecer o de aparentar, lo que no somos ni queremos ser. Se trata simplemente, a pesar de su complejidad, de ser enfermeras y estar donde nos corresponde.

Todo ello desde la mirada de quien, como yo, tan solo pretende ser un espectador de lo que sucede y acontece. Pero también, eso es cierto, de quien, como enfermera, se alegra, sufre, implica y compromete con lo que las enfermeras hacemos o nos hacen. Porque nada de lo que hagan las enfermeras o de lo que les hagan a las enfermeras es ajeno a mí. Porque parafraseando y adaptando a Miguel Hernández[2] “Para las enfermeras, sangro, lucho, pervivo. Para las enfermeras, mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a las enfermeras”. Pero en esa lucha, por la libertad que decía el poeta, y por las enfermeras que digo yo, junto a otras muchas, aunque no suficientes, no puede ni debe existir el riesgo de ser calladas, ni mucho menos eliminadas como hicieron con él. Porque hay muchas formas de callar, ocultar o eliminar. Nuestra lucha es diferente, pero no por ello menos necesaria. Porque finalmente el objetivo siempre es el mismo, someter al silencio o la invisibilidad, aunque sea de diferentes formas, aquello que se identifica como molesto o peligroso para los intereses de ciertos grupos o colectivos, que no, para el bien público.

Recientemente, la misma política que comentaba al principio, nos comentaba a un grupo de enfermeras que le trasladábamos nuestras inquietudes, que lo que hacía falta era volver a la ilusión, el compromiso, la motivación de los años 80 cuando se desarrolló la Atención Primaria y las enfermeras fuimos el motor del cambio del entonces denominado nuevo modelo de atención. Esta es la única solución que se le ocurrió trasladarnos a quien tuvo, en su momento, la máxima responsabilidad de la sanidad española, ante todas nuestras preocupaciones, tanto por la sanidad, como por la salud y las enfermeras. Toda una declaración de intenciones de quien ahora nos hablaba como portavoz y representante de uno de los principales partidos políticos. Toda una realidad de lo que podemos esperar las enfermeras de las/os políticas/os y la política con la que juegan a “Trono de Reyes” sin serlo. Toda una patética realidad de lo que para ellas/os es la política, que está a años luz de lo que es hacer buena política y generar buenas políticas. Toda una hipocresía basada en el engaño, en la estrategia del oportunismo y el sofismo por el cual “la ley es una convención y por esto puede ser cambiada según el interés de cada cual”, como apuntara hace más de dos mil años Protágoras[3] de manera clarividente. Con sus trampas dialécticas, pretendiendo enseñar la virtud, cuando nadie, desde el discurso retórico, puede arrogarse tal derecho, tratando de convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles, tal como criticó Platón[4]. Entrenándose en el arte de la persuasión, que no está al servicio de la verdad sino de los intereses del que habla y que el propio Platón dijo que era la «captura» de almas[5], [6], [7]. Trampa que tan bien manejan con las enfermeras, utilizándonos como instrumentos, haciendo alabanzas vacías, demagógicas, hipócritas y llenas de intencionalidad maliciosa, en los escenarios de conveniencia y que tan pronto olvidan y reinterpretan con decisiones totalmente antagónicas y perjudiciales para las propias enfermeras[8].

Por lo tanto, nos queda, tan solo o, sobre todo, el concienciarnos que hay que hacer algo que colectivamente nos posicione y nos identifique como fuerza de salud para la población, como las únicas capaces de dar la respuesta necesaria al contexto de cuidados en el que nos situamos tras la pandemia y del que no podemos abstraernos como enfermeras, tal como lo hacen quienes tan solo piensan en la enfermedad, la tecnología y la técnica en un asistencialismo que genera demanda insatisfecha, dependencia y frustración.

Debemos huir del nihilismo en el que todo se reduce a nada y por lo tanto nada tiene sentido en una realidad aparente, porque es tanto como negar nuestra necesidad como ciencia, disciplina o profesión.

Pero tampoco podemos caer en el absurdo o el absurdismo en el que se manifiesta el conflicto entre la búsqueda de un sentido intrínseco, el objetivo de la enfermería y la inexistencia aparente de ese sentido. Entendiéndolo como absurdo al encontrar este sentido imposible, por entender que enfermería carece de significado o este no es aparente. Debiendo realizar, por el contrario, un esfuerzo para encontrar; el significado intrínseco, absoluto y objetivo de su existencia, no nos vaya a pasar como al mito griego de Sísifo del que ya hablé en una entrada anterior.

Tenemos que superar, por otra parte, la crisis existencial en la que parece nos hemos instalado, al tener profundos cuestionamientos acerca de las razones que motivan y rigen los actos, decisiones y creencias que constituyen la existencia y la razón de ser de la enfermería y las enfermeras, o el escepticismo que nos conduce a negar o ignorar la importancia de lo que aportamos. Escepticismo que debe diferenciarse del negacionismo por exigir evidencia objetiva a tales afirmaciones, y en caso de haber tal evidencia, como es el caso, aceptarla, en tanto que el negacionismo cuestiona o rechaza las evidencias que son claras y manifiestas, como sucede con la aportación que las enfermeras hacemos a la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Pero más allá de corrientes filosóficas que expliquen nuestra falta de reacción, nuestro inmovilismo, nuestro conformismo, la negación a nuestras propias posibilidades, debemos plantearnos si realmente estamos en disposición de creer lo que somos y el valor de lo que aportamos o preferimos situarnos en la ingravidez de lo abstracto, de lo intrascendente o de lo superfluo, sin posibilidad de poner los pies en tierra para ejercer nuestra voluntad y capacidad de recorrer el camino que nos conduzca a situarnos como referentes del cuidado profesional enfermero.

De pensar por nosotras mismas desde el paradigma enfermero y no desde paradigmas ajenos que nos obligan a respirar “el aire” que otros nos suministran por miedo a hacerlo de manera autónoma y sin protección.

De tomar nuestras propias decisiones sin depender de la voluntad de otros, asumiendo la responsabilidad que ello supone, pero también disfrutando de la libertad que representa la capacidad de decidir y de equivocarnos.

De liderar sin ataduras y a expensas de lo que otros determinen como correcto o necesario en función de sus intereses y no de los que tienen las personas a las que nos debemos.

De que podamos tener líderes que sean referentes enfermeros y no burócratas de la mediocridad política que actúan como estómagos agradecidos o como parte de la maquinaria política para mantener las apariencias y sostener a quienes les designan.

De actuar sin necesidad que nos tengan que dar permiso para hacerlo y haciéndolo tan solo, o, sobre todo, porque entendamos que así debemos responder para ofrecer aquello que consideramos mejor y más acertado.

Recuperar la filosofía de la Ley General de Sanidad, de Alma Ata, de la Atención Primaria de Salud, de Ernest Lluch, es una opción, es una referencia e incluso una oportunidad. Pero no nos equivoquemos, el tiempo, el contexto, la realidad, incluso nosotras mismas somos diferentes. Ni mejores ni peores, diferentes. Y por tanto debemos identificar aquello por lo que queremos luchar, creer y crear y no por lo que fue y ya no puede, ni tan siquiera, debe ser.

Tenemos elementos más que de sobra para iniciar el camino que nos lleve a plantear esa nueva y necesaria realidad de cuidados profesionales. De fundamentar nuestra respuesta necesaria e imprescindible. De contrastar con evidencias nuestra apuesta de cambio. De rebelarnos contra la irracionalidad del continuismo que obedece a intereses concretos y que regula la voluntad y las respuestas de las/os políticas/os manteniendo un Sistema Nacional de Salud asistencialista, tecnológico y medicalizado, como se demuestra en el componente 18 de Renovación y ampliación de las capacidades del Sistema Nacional de Salud del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia[9], en el que a la Sanidad le asignan tan solo un 1,5% del total de los fondos europeos correspondiendo un 74,8% de dicho porcentaje al Plan de inversión en equipos de alta tecnología y un 5,8% a acciones para reforzar la prevención y promoción de la Salud, en un claro ejemplo de cuál es el interés por la Sanidad y la Salud y cuál la verdadera intención por un cambio por el que ni creen ni apuestan, a pesar del espejismo que supuso en su momento el Marco Estratégico de la Atención Primaria y Comunitaria[10], que la pandemia se ha encargado, en forma de excusa, de enterrar en el olvido, dando así respuesta a los lobbys corporativistas que se opusieron al mismo en su momento y que mantienen el modelo de sanidad que se ha mostrado claramente ineficaz e ineficiente en esta pandemia.

Finalmente, voy a utilizar este descanso estival para tratar de desconectar y recargarme de una energía que, aunque nunca me falta, cada vez me cuesta más autoconvencerme que la empleo para lo que verdaderamente es útil y necesario. No hay nada que me ilusione más que descubrir que toda la que llevo gastada y la que sea necesaria en el futuro puede servir para lograr un cambio que nos permita situar a la salud por encima de cualquier otro interés y a las enfermeras como referentes de la misma.

Despertemos del escepticismo colectivo que duda de su capacidad y sus capacidades, como parte de la anorexia profesional que nos afecta e impide que nos sintamos a gusto con la imagen que proyectamos, provocando una astenia crónica que se traduce en falta de energía y motivación. No incorporemos la interesada e incomprensible obsolescencia programada de enfermeras referentes por el simple y natural hecho de ser mayores, como parte de la cultura social en que lo nuevo y aparentemente perfecto, es lo único y normativamente válido, aceptado y por tanto, deseado, despreciando lo mucho que pueden aportar con su conocimiento y experiencia a impulsar, apoyar, guiar… a las nuevas generaciones que requieren de un equilibrio compartido con ellas, precisamente, para lograr ser como ellas. No esperemos que sean otros quienes nos solucionen el problema. Tenemos un problema de salud profesional que debemos afrontar con nuestros propios recursos y con los que la comunidad pone a nuestro alcance. Hagamos un esfuerzo por consensuarlos y activarlos con el fin de lograr superar esta situación que nos afecta a nosotras como enfermeras pero que afecta también a la sociedad, a su salud y a la capacidad por tener una vida saludable y un Sistema Nacional de Salud que responda a sus necesidades y no a sus enfermedades únicamente.

Las/os políticas/os van a seguir existiendo y difícilmente van a cambiar de estrategia. Pero, las enfermeras, debemos ser capaces de afrontar y asumir nuestra responsabilidad para que la salud comunitaria sea tenida en cuenta y que nuestra aportación específica, en cualquier ámbito de actuación, sea, así mismo, valorada y puesta en valor. Su resistencia al cambio debe contar con nuestra resistencia al desánimo. No es que sea posible, es que resulta imprescindible. Y para ello propongo este decálogo, no como dogma ni mandamiento de obligado cumplimiento, sino únicamente como referencia a tener en cuenta para lograr lo que esté en nuestra mano y en nuestra mente hacer y conseguir.

  1. Estar y sentirnos orgullosas/os de denominarnos enfermeras, de los cuidados profesionales que prestamos y de pertenecer a la profesión/disciplina de enfermería.
  2. Naturalizar y ser conscientes del potencial individual y colectivo que como enfermeras tenemos en cualquier ámbito de actuación y saber trasladarlo política, social, institucional o mediáticamente, para que sea conocido, reconocido y demandado.
  3. Fomentar la gestión de los cuidados en cualquier nivel de actuación (individual o colectivo) con independencia, responsabilidad y coherencia profesionales y desde el paradigma enfermero.
  4. Estimular e impulsar, con el respeto y la humildad -que no de la sumisión o la subsidiariedad- y con el rigor y la firmeza, nuestro papel específico en los equipos de trabajo desde la transdisciplinariedad.
  5. Reconocer e identificar el liderazgo de nuestras/os referentes y su aportación singular en el ámbito asistencial, gestor, docente o investigador como modelos a seguir.
  6. Mostrar el compromiso con nuestra profesión desde una perspectiva ética, estética, humanista y de competencia política con la abogacía de la salud que impulse el compromiso, la motivación y la implicación de las enfermeras con las personas, las familias y la comunidad.
  7. Estimular y asumir la responsabilidad de nuestras competencias profesionales y de compromiso con la sociedad y sus necesidades reales para lograr su máxima autonomía a través de una Educación para la Salud capacitadora y participativa que la empodere.
  8. Reivindicar la Investigación enfermera y la incorporación de sus resultados a la actividad profesional, como forma de mejora y calidad continuas.
  9. Incorporar el pensamiento crítico como elemento fundamental del desarrollo científico-profesional, huyendo de la crítica sin fundamento y promoviendo la unidad de acción, de nuestras/os representantes profesionales, laborales o científicas/os, alejada de corporativismos que traten de defender a toda costa intereses y derechos de grupo, sin tener en cuenta ni la justicia ni las implicaciones o perjuicios que puedan causarse a terceros.
  10. Alentar y exigir nuestra presencia, visibilidad y capacidad de decisión real en cuantos organismos, organizaciones o instituciones se tomen decisiones de salud, en igualdad de condiciones a cualquier otra disciplina o profesional.

[1] Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán del siglo XIX

[2] Poeta y dramaturgo de especial relevancia en la literatura española del siglo xx

[3] Sofista griego (485-411 a. C)

[4] Filósofo griego (427-347 a. C.)

[5] http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/05/23/politica-de-gestos-o-gestos-sin-hechos/

[6] http://efyc.jrmartinezriera.com/2019/09/23/cuidado-con-la-politica-vs-politica-de-cuidados/

[7] http://efyc.jrmartinezriera.com/2019/05/23/politicos-y-mediocridad/

[8] http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/05/09/mutacion-politica-donde-dije-digo-digo-diego/

[9] https://www.lamoncloa.gob.es/temas/fondos-recuperacion/Documents/30042021-Plan_Recuperacion_%20Transformacion_%20Resiliencia.pdf

[10]https://www.mscbs.gob.es/profesionales/proyectosActividades/docs/Marco_Estrategico_APS_25Abril_2019.pdf

INVESTIGACIÓN ENFERMERA Entre todas la mataron y ella sola se murió

“Si supiese qué es lo que estoy haciendo, no lo llamaría investigación, ¿verdad?”

Alfred Einstein[1]

 A las enfermeras que investigan y comparten el conocimiento generado y a las que utilizan las pruebas aportadas para la mejora continua de sus cuidados.

Nadie cuestiona, al menos públicamente, la importancia de la investigación enfermera y la producción científica que de la misma se deriva, aportando evidencias que argumenten y justifiquen las intervenciones enfermeras a través de los cuidados profesionales prestados.

En este sentido es cada vez menos frecuente la justificación de una intervención basándose en la repetición temporal de la misma, “porque siempre se ha hecho así”, lo que no quiere decir que se haya erradicado.

Las enfermeras han logrado desprenderse del oficio en el que fundamentaban sus actividades y tareas delegadas y subsidiarias, para adoptar la responsabilidad de sus competencias científico disciplinares autónomas, que obligan a fundamentarlas en pruebas derivadas de la investigación.

Para que esto haya sucedido ha sido necesario un salto cualitativo muy importante en el desarrollo de la enfermería tanto a nivel disciplinar como profesional. Pero, siempre hay algún pero, el valor del salto generado ha sido y sigue siendo desigual entre el ámbito docente/investigador y el ámbito asistencial, lo que contribuye a mantener, cuando no a agrandar, la brecha entre ambos y la consiguiente dificultad para que la aportación enfermera sea valorada en las instituciones, sean universitarias o sanitarias, y fomentada, apoyada y respetada, por considerarla fundamental para la atención de calidad que se presta a las personas, las familias y la comunidad.

Son muchos y variados los factores que influyen es este sentido y sería complicado hacer una acertada valoración, en base a mis reflexiones, para determinar con precisión las causas que impiden, dificultan o retrasan la continuidad de conocimiento y de evidencias desde el ámbito universitario al ámbito de la atención, de manera bidireccional, de tal manera que se evitasen o minimizasen las diferencias existentes.

Estamos pues ante una perspectiva que comparte variables, aspectos, elementos, características… similares a la dificultad que persiste para lograr la continuidad de cuidados, a pesar de ser una de los aspectos sobre los que más se incide y se insiste en cualquier desarrollo legislativo o normativo sanitario desde la Ley General de Sanidad de 1986[2]. De tal manera que podemos decir que los cuidados, tanto su prestación como su continuidad, continúan siendo una asignatura pendiente que, ni las enfermeras hemos sido capaces de aprobar, ni las instituciones lo han logrado tampoco, al no identificar la importancia de tal asignatura y su adecuada planificación en el Sistema Nacional de Salud (SNS). SNS, en el que, sin embargo, sí se han logrado satisfacer las expectativas de otros profesionales y de la propia institución. Servicios ofertados por dichos profesionales a los que se les ha dado importancia, apoyándolos y valorándolos como resultados de salud y, por tanto, como aportaciones conocidas y reconocidas para quienes las asumen como propias, aunque no les correspondan en su totalidad al ser compartidas, en su desarrollo y prestación, por otras/os profesionales. Pero también, por quienes las reciben, relacionándolas y valorándolas como si dichos profesionales fuesen los únicos responsables de las mismas. Por último, por quienes las gestionan y las reconocen como exclusiva aportación de dichos/as profesionales. Como consecuencia, la aportación específica de otros profesionales queda fagocitada en el producto médico final, invisibilizada y por tanto no valorada ni reconocida. Por su parte la prestación autónoma de cuidados profesionales enfermeros, al no estar institucionalizada como parte imprescindible de la atención prestada desde una perspectiva integral, integrada e integradora queda desdibujada en el modelo medicalizado, fragmentado y tecnológico en el que se enmarca el SNS y evaluado desde el positivismo racionalista de la ciencia médica que oculta e incluso niega la importancia de la investigación cualitativa y aún más, de aquella que hace partícipe a la comunidad.

La Universidad, por su parte, lleva otro ritmo, otra secuencia e incluso tiene otros intereses. Las enfermeras, desde la incorporación de sus estudios en la universidad, hace más de 40 años, han logrado un avance significativo que les ha llevado a alcanzar los máximos logros académicos, situándose al mismo nivel de cualquier otra disciplina. Otra cuestión es lo que han tenido que sacrificar o han dejado por el camino para alcanzar dichos objetivos.

Para empezar, es importante recordar que cuando se iniciaron los estudios en la universidad no existía ninguna revista científica enfermera, hasta que en 1978, apareció ROL de Enfermería que supuso el punto de inflexión que se necesitaba para iniciar la producción científica propia. Fueron momentos importantes, aunque todavía muy inmaduros y faltos del rigor científico exigibles para una disciplina universitaria. Pero a ROL, se incorporaron pronto nuevas e importantes publicaciones científicas que fueron configurando un nuevo mapa de publicaciones científicas enfermeras desconocido hasta entonces en España.

La incipiente producción científica enfermera aún adolecía de la fuerza que otorgan los equipos de investigación multidisciplinares en los que raramente participaban las enfermeras, centradas casi exclusivamente en la docencia universitaria recién estrenada. La fundación, en 1979, de la primera Sociedad Científica Enfermera, la Asociación Española de Enfermería Docente (AEED)[3], tuvo un destacadísimo papel en el desarrollo y consolidación de los estudios de Enfermería, hasta entonces colonizados por los médicos y por la medicina en la recién extinta titulación de Ayudante Técnico Sanitario (ATS).

Pero esta atención casi exclusiva y comprensible a la docencia, provocaba que la actividad investigadora fuese residual cuando no inexistente. Las enfermeras docentes, no formaban parte de proyectos de investigación y mucho menos se presentaban proyectos propios. Destacar, igualmente, el hecho de ser estudios de primer ciclo que impedían el acceso a estudios de 2º ciclo como sí ocurría con otras disciplinas, lo que anulaba de facto el máximo desarrollo académico. Esta serie de inconvenientes, sin embargo, no impidieron seguir creciendo a las enfermeras en la universidad con propuestas valientes e innovadoras que trataban de salvar las barreras existentes para el deseado y necesario desarrollo académico, aunque existiesen resistencias muy importantes por parte de otras disciplinas que incidían en la voluntad política y la consecuente toma de decisiones, necesarias para lograrlo.

En este camino fueron constituyéndose nuevas sociedades científicas que supusieron una importante aportación al desarrollo científico profesional enfermero como es el caso de la Asociación Española de Enfermería en Salud Mental (AEESME) en 1983 o la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) en 1994, a las que se sumarían otras posteriormente.

La creación, en 1996, de La Unidad de Investigación en Cuidados y Servicios de Salud (Investén-isciii) con el objetivo de fomentar la investigación en cuidados de enfermería, se configuró como una nueva e importante posibilidad para la investigación propia de enfermería.

Por su parte, el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), supuso en 2008, el paso definitivo para que las enfermeras pudiesen romper el techo de cristal impuesto y acceder en igualdad de condiciones al del resto de disciplinas, al máximo desarrollo académico a través del nuevo Grado de Enfermería.

Pero este fulgurante desarrollo en un espacio tan reducido de tiempo no fue suficiente para lograr una equiparación investigadora que se vio claramente dificultada por los criterios impuestos por la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) creada en 2002, que desde el principio, no tuvo en cuenta las diferencias derivadas del desigual desarrollo universitario de algunas disciplinas como Enfermería, argumentando para ello que, a igualdad de nivel igualdad de exigencia, lo que no dejaba de ser una clara inequidad, dado que las circunstancias de unas y otras disciplinas eran y siguen siendo, en muchos casos, claramente desiguales en cuanto a oportunidad. Si a ello añadimos que los criterios por los que se evaluaba y se evalúa la investigación enfermera son los mismos por los que se evalúan al resto de ciencias de la salud pero sin tener en cuenta la especificidad de las disciplinas que la componen y por tanto bajo el paraguas de biomedicina y su paradigma, podemos hacernos una idea del importante obstáculo al que se enfrentaban y siguen enfrentándose las enfermeras en la universidad para lograr una acreditación que, por otra parte, se les exige para poder mantenerse y hacer carrera académica en la universidad.

Sin embargo, esa supuesta, necesaria e imprescindible igualdad entre disciplinas esgrimida, no se tiene en cuenta a la hora de acceder al nivel A1 en el que incorporan a unos y excluyen a otros, las enfermeras, con criterios tan arbitrarios como injustos. La igualdad finalmente es tan solo un comodín para mantener la desigualdad.

Esta situación hace que el foco de atención que al inicio se centraba en la docencia se desplace hacia la investigación, lo que supone una clara distorsión en la compatibilidad entre docencia e investigación dados los pesos que se otorga a uno u otro ámbito en este nuevo escenario. Por otra parte, el hecho de tener que competir en base a criterios de evaluación investigadora marcados por las empresas editoriales con un factor de impacto que se supone marca la calidad de la investigación, se traduce en una mercantilización extrema del conocimiento, al tener que publicar en revistas denominadas de impacto que son las que darán acceso al reconocimiento investigador a unos precios abusivos que son tolerados por todas las partes sin que exista el más mínimo intento de control en lo que se ha convertido en un lucrativo negocio editorial para las multinacionales que lo controlan y en una pesadilla para quienes tienen que publicar, si o si, en estas revistas.

A pesar de todo ello, Enfermería es la segunda área con mayor incremento del impacto normalizado de citas, la segunda en crecimiento particularmente elevado en colaboración internacional y la primera en aumento del impacto normalizado de descargas[4], sin que ello redunde en el ámbito de la atención directa a personas, familias y comunidad.

Este panorama, entre otras muchas cosas, provoca la agonía de múltiples revistas enfermeras españolas de extraordinaria calidad y rigor científico que al no pertenecer al selecto club del Journal Citation Reports (JCR), son prácticamente descartadas por parte de las enfermeras de las universidades para publicar sus trabajos, ya que no son tenidas en cuenta para valorar la actividad científica, abocando a las mismas a una difícil situación para mantener no tan solo la calidad sino la viabilidad de las mismas.

Llegados a este punto nos encontramos con que la investigación que se genera en la universidad es una investigación hecha a medida para poder ser publicada en las revistas de mayor impacto y, por tanto, las que más cobran por publicar, con precios que resultan obscenos en este escenario de pornografía del conocimiento con trata de blancas incluido. Además, se trata de investigaciones que no se llevan a cabo, en la mayoría de los casos, en base a temas de interés para el ámbito de la práctica enfermera, situándose fundamentalmente en un plano teórico o alejado de la realidad y del interés de la mayoría de enfermeras españolas que, además, no consultan, al no tener acceso a las citadas revistas.

Esta situación, por tanto, supone ahondar en la brecha entre docencia e investigación universitaria, y asistencia, al no producirse la continuidad necesaria de conocimiento compartido entre ambas partes que permita incorporar las evidencias generadas a la prestación de cuidados profesionales en base a las necesidades reales que se plantean. De tal manera que el foso que separa a enfermeras de una y otra parte es cada vez más ancho y profundo y el puente que une ambas orillas cada vez más frágil y peligroso, lo que provoca situaciones muy negativas para el necesario desarrollo disciplinar, científico y profesional de la enfermería, que se ve agravado por la desafección existente entre las enfermeras y las sociedades científicas, lo que se traduce en una clara inmadurez de la profesión enfermera.

No hay que olvidar tampoco, la fascinación por el contexto anglosajón que está determinada en gran medida por el simple hecho de utilizar el inglés como lengua vehicular y elemento de excelencia, más allá de lo que aporte el contenido de lo publicado, que es otro de los factores que incide en la publicación del conocimiento científico en general y de enfermería en particular. Cuando tenemos la posibilidad de explorar y explotar el contexto iberolatinoamericano en castellano y portugués, un escenario tan importante y descuidado cultural y científicamente para modificar los desequilibrios existentes.

A todo esto hay que añadir, la desidia de las autoridades políticas y sanitarias en apoyar decididamente la investigación enfermera y las dificultades para que las enfermeras asistenciales lleven a cabo investigación como hacen profesionales de otras disciplinas en las mismas organizaciones y que se concretan entre otras razones en: la falta de apoyo tanto financiero como de tiempo de dedicación; las ratios de enfermeras por cada 1000 habitantes situadas a la cola de los países de la OCDE a pesar que se quiera maquillar con el falso y demagógico discurso de la contabilización de auxiliares de enfermería en la confección de las citadas ratios; las barreras de acceso o la simple inexistencia de recursos enfermeros (revistas, libros, documentos…) para la investigación; los obstáculos o impedimentos administrativos y laborales en el acceso a bases de datos propias; la negativa a crear plazas vinculadas de enfermería, como sucede en otras disciplinas, que facilitarían la continuidad de conocimiento entre ambas partes y que supone un nuevo y fragrante agravio comparativo; las trabas institucionales en la tutorización de estudiantes por parte de profesionales o para ser profesoras/es asociadas/os; la inclusión de investigadoras enfermeras en equipos en los que no se plantean objetivos de atención y resultados enfermeros; el pertinaz e irracional mimetismo hacia la profesión médica con el que se siguen planificando y desarrollando acciones o actividades enfermeras como las especialidades EIR que separan aún más la formación/investigación entre universidad y asistencia en un estúpido y absurdo intento por generar un espacio aislado a modo de reino de Taifas; la ausencia de contenidos específicos de investigación en muchos de los planes de estudio de enfermería que es sin duda un inicio nefasto para poner en valor la investigación enfermera; la fobia que se genera en muchas/os estudiantes de enfermería a la investigación con el desarrollo de los Trabajos Fin de Grado que en lugar de ser un elemento de motivación por la investigación se convierten en el principal elemento de rechazo hacia ella; la ausencia de programas de captación de investigadores noveles entre estudiantes a través de semilleros de investigación primando por contra las competencias técnicas que revierten en la formación de enfermeras tecnológicas que es lo que demanda el SNS… son tan solo algunos de los ejemplos de lo que es y supone la investigación enfermera en las organizaciones de la salud, pero también en la universidad, en las que, además, no existen generalmente figuras específicas enfermeras con capacidad de decisión que canalicen, promocionen, apoyen y faciliten la investigación enfermera, reduciéndose a puestos como responsables de docencia que habitualmente canalizan, que no gestionan, otro de los grandes negocios del sistema y de quienes lo manejan, la formación. Podemos, por tanto, hacernos una idea de lo complicado que resulta que las evidencias científicas nutran a la práctica enfermera en base a una investigación tan necesaria y sin embargo tan olvidada, ignorada y maltratada.

La investigación enfermera no puede ni debe convertirse en un medio exclusivo de desarrollo académico identificado como un esnobismo por una gran parte de las/os profesionales.

Resulta imprescindible que exista una apuesta clara, concisa, potente, y decidida tanto de políticos como de decisores sanitarios a la hora de identificar la trascendencia de una continuidad del conocimiento entre la universidad y las organizaciones de la salud y la propia comunidad a través de políticas que fomenten la investigación enfermera compartida, que permita una mayor calidad de los cuidados profesionales fundamentada en evidencias científicas accesibles, que se incorpore como un valor añadido de las propias instituciones y de sus enfermeras, favoreciendo el prestigio de las revistas nacionales con criterios de rigor científico contrastados que no supongan una competencia tan desigual como desleal como la que existe actualmente.

Si no se actúa en este sentido en breve diremos aquello de entre todos la mataron y ella sola se murió. Y los milagros no existen o requieren de una fe con la que no contamos.

Como dijera Tácito “La verdad se robustece con la investigación y la dilación; la falsedad, con el apresuramiento y la incertidumbre.”[5] ¿Seguimos dudando o actuamos?

[1] Físico alemán, premio Nobel de Física 1921

[2] «BOE» núm. 102, de 29 de abril de 1986, páginas 15207 a 15224 (18 págs.)

[3] Cachón Rodríguez, E. La Asociación Española de Enfermería Docente (AEED). Trabajando por el futuro. Enf Global. 2003; 3: 1-9. https://digitum.um.es/digitum/bitstream/10201/23951/1/633-2927-2-PB%5B1%5D.pdf.

[4] Según el último informe de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) del Ministerio de Ciencia e Innovación.

[5] Jurista, político (senador) y orador romano.

JUVENTUD, ENFERMERAS Y COVID. Tropezando siempre en la misma piedra

Un error no se convierte en verdad por el hecho de que todo el mundo crea en él.

 

Mahatma Gandhi[1]

 

A las enfermeras que empoderan a la población para hacerla participe de su salud.

 

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

El ser humano no siempre sabe discernir conforme a la razón, que por otra parte es lo que, paradójicamente, le distingue del resto de seres vivos, y por esa causa no aprende de la experiencia y vuelve a equivocarse en una situación semejante.

Sería interminable relatar los hechos, acontecimientos, decisiones… en los que las equivocaciones se han repetido a pesar de los errores iniciales. Por eso me voy a detener en un ejemplo paradigmático y actual como es el de la culpabilización hacia la juventud por su falta de responsabilidad en la situación de pandemia, lo que está provocando en las últimas fechas repuntes importantes de contagios en la población española.

Pero antes de nada es importante que nos situemos en los inicios de la pandemia. El estado de alarma y su consiguiente confinamiento por decreto, supuso un duro golpe para toda la comunidad. Pero no es difícil identificar, aunque lamentablemente no se ha hecho, o se ha hecho de manera muy sesgada y tendenciosa, lo que supuso para la juventud, alejada, no precisamente de manera voluntaria, del ámbito económico o de empleo que es la otra variable que determina muchas de las decisiones y de los tropiezos repetidos.

Se ha tendido de manera generalizada a considerar que la pandemia ha actuado de forma igualitaria en toda la población, con independencia de su clase social, género, marginalidad, educación, edad… como si el virus fuese equitativo en su contagio y supiese discernir las consecuencias que ocasiona en función de dichas variables. Nada más alejado de la realidad.

Posiblemente el caso que a todos nos viene a la cabeza sea el de las personas adultas mayores, con especial mención a las institucionalizadas. Ha sido el grupo etario más castigado por el contagio y la muerte, por razones que se han querido transmitir como naturales o lógicas relacionadas con su edad y las dolencias que padecen y les hacen vulnerables. Sin embargo, fueron las condiciones en que vivían y convivían en las instituciones, las principales y devastadoras razones de su sufrimiento. Este es otro claro ejemplo de la reiteración en los errores cometidos, por políticos y gestores, traducidos en las respuestas que este grupo de población recibe a sus necesidades de salud y sociales, mercantilizando y medicalizando su cuidado.

Pero no es este el caso en el que me quiero centrar. Como decía, la juventud también ha padecido de manera muy singular los efectos de la pandemia. La diferencia está en que ellas/os no reúnen las características que se han instaurado como patrón de referencia y de resultado de la pandemia y que socialmente, ayudados por algunos medios de comunicación, han sido identificados e interiorizados como los únicos que realmente se corresponden con la COVID 19. Es decir, los problemas respiratorios, la anosmia, la ageusia, la hospitalización, los respiradores, la muerte…se relacionan de inmediato con la pandemia y se identifican casi como los únicos efectos que provoca en las personas, como consecuencia de la atención medicalizada que se limita al ámbito exclusivo de la enfermedad, sin identificar nada más allá de la misma. De tal manera que socialmente acaba por considerarse que quien no cumple este patrón se ha librado de los efectos del virus y no le puede ocasionar problema alguno de salud, lo que es claramente inexacto al tiempo que peligroso.

No es necesario relatar ahora lo que caracteriza a la adolescencia y la juventud. Lo que les hace singulares, pero también lo que les hace frágiles ante determinados factores sociales y culturales que no siempre identifican y mucho menos controlan. El difícil equilibrio que supone estar en permanente búsqueda de su personalidad y, lo que es más importante, sentirse identificado con la misma; la autorrealización; la aceptación de sus iguales; el rechazo a lo normativo o lo identificado como impuesto; el miedo a sentirse diferentes; la necesidad de agradar a unos y al mismo tiempo desagradar a otros como forma de reivindicar su ego; la tentación por el riesgo y lo prohibido; la constante búsqueda de la libertad, su libertad, que no siempre coincide con el concepto social y solidario de libertad, son tan solo algunos de los comportamientos y rasgos que acompañan a la juventud.

La considerada normalidad ya era y es un contexto considerado como hostil y rechazable por parte de la juventud, que la identifica como impuesta y que trata permanentemente de salvar, legal o ilegalmente.

Así pues, la irrupción de la pandemia, supone un cambio radical de esa considerada normalidad para pasar a una normalidad impuesta, vigilada y sancionadora que limita la libertad de acción y lo que es más doloroso la libertad de socialización tribal con su círculo de amistades o relaciones sociales.

Cambios, que afectan también a su actividad académica y suponen perder prácticamente cualquier contacto con la realidad exterior, la que se ubica fuera de su ámbito familiar, que en muchos casos es identificado como un contexto opresor del que quieren huir o aislarse. De repente se ven recluidos, en el mejor de los casos, en el reducido espacio de su habitación teniendo que compartir todo el tiempo, su tiempo, con quienes en muchos casos considera sus opresores, sus enemigos e incluso sus competidores, padres/madres y hermanos/as. Por otra parte, la actividad académica, válvula de escape para muchas/os, a pesar de que puedan odiarla, queda limitada a una pantalla en la que ni se dejan ver ni escuchar, ahondando en el aislamiento impuesto. Los incentivos, motivaciones, ilusiones… se reducen a los videojuegos, los chats, las redes sociales, la adicción a las series que consumen compulsivamente…

A todo ello hay que añadir la permanente sensación de estar al margen de todo cuanto sucede con relación a la pandemia. Aparentemente, ni les afecta ni la entienden, porque lamentablemente nadie se ha preocupado en explicarles, por qué tienen que sufrir idénticas restricciones al resto de la población, si ellos como parece, están al margen de los contagios. No son ni tan siquiera tenidos en cuenta para la vacunación, salvo ahora que se dan circunstancias previsibles pero que, al no haber sido previstas ni prevenidas, han desembocado en una nueva y peligrosa situación epidemiológica.

Pero a pesar de todo, la juventud ha tenido, como la gran mayoría de la población, un comportamiento ejemplar en el cumplimiento estricto del confinamiento que resultó fundamental en el control de la pandemia.

El problema a partir de aquí viene determinado por la actitud de la población en la denominada corresponsabilidad que permita mantener a raya al virus en una hipotética recuperación de la libertad que, sin embargo, es identificada por muchas/os como vigilada e incluso injustificada y por lo tanto susceptible de utilizarla como mejor entienden y que supuso la relajación de las medidas de protección individual y colectiva en diferentes fases de la pandemia.

Y es en este momento en el que la ansiada y esperada libertad es interpretada por la juventud de manera diferente al resto de la población. Pero no porque tuviese una intención manifiesta de provocar daño, sino simplemente como una forma diferente de ver la realidad pandémica que nadie ha tenido, ni el tiempo ni la necesidad, de explicarles para que ellos mismos, en base a una educación para la salud capacitadora y participativa, hubiesen tenido la oportunidad de canalizar de otra forma a como lo han hecho en un desesperado intento por recuperar su libertad. No la de la sociedad, no la de su familia, no la de su entorno, sino la suya y la de su grupo.

Es a partir de este comportamiento, considerado por la sociedad en general y por algunos medios de comunicación en particular, como errático e irresponsable, sin más análisis al respecto, cuando se traslada, de manera absolutamente irresponsable, mezquina y propagandística, la carga de culpabilización por lo que sucede con la incidencia de contagios, el aumento de hospitalizaciones y muertes y las nuevas medidas restrictivas, estigmatizando a la juventud y convirtiéndola en el foco de todas las miradas y las culpas. Cuando, realmente, no hay jóvenes malos, sino jóvenes mal orientados[2].

Disociar aquello que caracteriza a la juventud para arremeter contra ella, es un ataque a su dignidad y una falta de respeto a su capacidad, propia de la incompetencia, la hipocresía y la ignorancia de quien así actúa. Es como tratar de comprender o identificar a Peter sin Pan, a Ramón sin Cajal, a Robin sin Hood o a Ortega sin Gasset, pierden sentido al perder parte de su identidad.

La juventud ha demostrado en repetidas ocasiones su capacidad de participación, su solidaridad, su responsabilidad… pero lo ha hecho cuando se le ha dado la oportunidad de aportar ideas, de innovar, de crear, de movilizar… sin mandamientos impuestos, sin normas sancionadoras, sin restricciones incomprensibles, sin órdenes impuestas, no quedando excluidos en la toma de decisiones al ser identificados como meros ejecutores de aquello que se les ordene por parte de quienes se consideran en posesión de la verdad no tan solo absoluta sino incluso exclusiva.

Las enfermeras comunitarias, por su parte, han sido obligadas a recluirse en los centros de salud o ser trasladadas a hospitales sin dejarles la capacidad ni la libertad de llevar a cabo intervenciones comunitarias a través de las cuales lograsen, no tan solo hacer comprensible la pandemia y su comportamiento sino también en cómo, dónde, cuándo, con quién… poder intervenir la juventud de tal manera que se sintieran útiles, capaces y promotores de ideas y acciones que contribuyeran a controlar la pandemia pero también a ayudar a quienes más la padecían. Intervenciones que permitiesen a la juventud la posibilidad de canalizar su ansiada y comprensible libertad sin caer en el único reducto que la sociedad les deja, como las reuniones clandestinas, los botellones, los bailes… que posteriormente son utilizados como armas arrojadizas para culpabilizarlos y mostrarlos como responsables del descontrol, cuando lo que hacen es utilizar las únicas válvulas de escape que les dejan para sentirse libres y que tristemente acaban siendo cepos en los que quedan atrapados y heridos.

Las enfermeras comunitarias, de alguna manera, han sido igualmente retenidas, vigiladas y reducidas para acatar lo que se dicta, sin permitirles lo que tantas veces y a tantos estamentos han trasladado como una necesidad a desarrollar con el fin de contribuir a controlar la pandemia más allá de los hospitales, la tecnología y la medicación, pero también para facilitar que la comunidad en su conjunto y la juventud de manera muy especial se convirtiese en parte activa de la acción promotora que empodera a la población contra la pandemia.

Cuando se creía controlada la pandemia, los mensajes precipitados, confusos e incluso con un claro interés centrado en la economía más que en la salud, como ya sucediera cuando se quiso salvar la navidad en lugar de la sanidad, el comportamiento de la juventud, contagiada de dicha información que quedaba sujeta a la interpretación, vuelve a situarse en el centro de todas las críticas, las iras y las culpas, incrementando el estigma que sobre ella se establece y que permite desviar la atención de lo que realmente provoca estas situaciones de descontrol y de quienes son sus verdaderos responsables, las/os decisoras/es reales.

Una vez más se demuestra que la incomprensible tozudez en impedir que las enfermeras, que son las más competentes en la materia, ocupen puestos de responsabilidad desde los que tomar las mejores decisiones para lograr alcanzar la autogestión, la autodeterminación, la autonomía y el autocuidado de la población y no tan solo para ser consideradas rastreadoras, vacunadoras o técnicas, impide actuar de manera diferente a la oficialmente impuesta.

Mientras se sigan manteniendo comportamientos derivados del patriarcado asistencialista, medicalizado y hospitalcentrista que impregna el modelo de nuestro SNS y persista la invisibilización de las enfermeras y los cuidados profesionales que prestan. Mientras se siga considerando a la población como pacientes obedientes de lo ordenado por el sistema, anulando su capacidad decisora, seguirán persistiendo sectores de población, como el de la juventud, que sean utilizados para exculpar al SNS de sus carencias, su ineficacia e ineficiencia, o mejor dicho a quienes mantienen y alimentan el modelo caduco en el que se sustenta, con sus decisiones sujetas a intereses alejados de la salud comunitaria y centradas en lobbys profesionales y económicos.

No deja de ser curioso que en esta situación de repunte se exponga como razonamiento de menor gravedad la contención de hospitalizaciones y de ocupación de las UCI, aunque la Atención Primaria esté saturada como efecto, no de la pandemia, sino de la gestión hospitalcentrista que sigue identificándola como un ámbito de atención menor, subsidiario y residual, al igual que a sus profesionales en general y a las enfermeras comunitarias en particular.

Los botellones tan solo son la consecuencia de la incapacidad y la mediocridad de decisores políticos y gestores que muchas veces los consintieron e incluso promovieron, siendo ahora la principal excusa para disfrazarlos y hacer de los mismos el principal argumento contra una juventud olvidada y relegada. Los botellones se combaten con policía y represión, cuando lo que se requiere es afrontarlos con empatía y educación.

La Atención Primaria, que representa la juventud del SNS, se dignifica con más inversiones y menos aplausos. Con más acciones y menos omisiones. Con más iniciativa y menos pasividad. Con más autonomía y menos dependencia.

Uno de los mayores errores humanos es el de creer que hay sólo un camino para llegar a dónde se quiere. Lo importante es saber a dónde se quiere ir y a partir de ahí elegir el mejor camino, tal como le dijera el gato Cheshire a Alicia en el cuento de Lewis Carroll[3]. Pero para eso hay que saber y querer planificar y eso ya resulta muy difícil para quienes nunca lo consideran ni tan siquiera como una opción.

Y como dijese John Wooden[4] “la juventud necesita modelos, no críticos” que les inspiren y en quienes puedan confiar para desarrollar su creatividad e iniciativa.

El hombre, queda claro, es el único animal capaz de tropezar dos veces, o más, en la misma piedra. Y, después de todo… culpar a la piedra.

[1] Político y pensador indio (1869-1948).

[2] San Juan Bosco

[3] Diácono anglicano, lógico, matemático, fotógrafo y escritor británico. Sus obras más conocidas son Alicia en el país de las maravillas y su continuación, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí.

[4] Entrenador de baloncesto estadounidense considerado el mejor entrenador de la historia de la NCAA

GENERACIONES DE ENFERMERAS COVID. Eslabón perdido u oportunidad de cambio.

“Cada variable era una posibilidad, cada posibilidad una incertidumbre, cada incertidumbre una oportunidad.”

Santiago Postiguillo[1]

 A todas las enfermeras que han tenido que formarse y han tenido que formar durante la pandemia, por presentarnos una oportunidad de cambio.

Cuando en marzo de 2020 se decretó el estado de alarma como consecuencia de la pandemia, nadie preveía el alcance de lo que estaba por venir.

A tres meses vista de acabar el curso académico, las/os estudiantes de enfermería que estaban a punto de finalizar sus estudios para incorporarse, como sucede en este país, de manera inmediata a trabajar como enfermeras en hospitales y centros de salud, se encontraron de golpe con una situación que no tan solo no esperaban ni deseaban, sino que les generaba tanta o más incertidumbre e incluso miedo que al resto de la sociedad en general y de los profesionales de la salud en particular.

La finalización de sus prácticums, ya con la pandemia desbordando el sistema sanitario, la presentación de sus trabajos fin de grado, las gestiones para conseguir su acreditación oficial como enfermeras… pasaron a un segundo plano. La pandemia y la urgencia que imprimía, desplazó cualquier posibilidad de vivir las experiencias de momentos importantes para la vida de un/a estudiante. Ni tan siquiera la magna despedida de los actos de graduación que definitivamente quedarán como algo esperado y no realizado.

Se trataba de la 1ª generación COVID la que sufrió el primer impacto, la que se topó de bruces con la pandemia contagiándoles de sensaciones, emociones, sentimientos… que se agolpaban acompañando a las oleadas de noticias, acontecimientos, decisiones, contradicciones… que se iban generando conforme la pandemia se hacia cada vez más incontrolada e incontrolable.

En unos escenarios como los de los hospitales, centros de salud, residencias de personas mayores…que ya de por sí son inciertos y provocan temor a la hora de “estrenarse” como enfermera profesional, había que añadir ahora una situación que parecía nadie era capaz de controlar y que provocaba cada vez más dolor, sufrimiento y muerte, incluso entre quienes estaban destinados a evitarlo.

A esta primera generación COVID no les dio tiempo a entrenarse, a realizar una gradual incorporación en sus recién ocupados puestos de trabajo, a pausar el tiempo para adaptarse al medio, a ir con cautela tratando de evitar errores, a habituarse a la tensión del momento, a conocer a sus compañeras/os que ya no lo son de pupitre o silla de aula, a disfrutar del momento de su bautizo profesional. Se trató de una inmersión en toda regla que les impidió llevar a cabo todo ese ritual iniciático para convertirse en enfermeras que nadie identificaba como principiantes, porque no había tiempo para principios. Se debía pasar a la fase de experiencia, de acción, de decisión… y todo eso nadie se lo había explicado a esta generación en las aulas, ni tan siquiera en los destinos donde realizaron sus prácticums. Lo que debía ser un progresivo avance en la madurez profesional se convirtió en un sunami que les arrancó de cuajo esa parte experiencial.

La respuesta no pudo ser más positiva por parte de estas enfermeras que, aunque siempre son esperadas como agua de mayo en época de vacaciones, en esta ocasión lo eran como agua imprescindible en una terrible y devastadora sequía. No tuvieron, ni les dieron, tiempo a pensar, tan solo lo tuvieron para actuar, para responder, para prestar los cuidados que se necesitaban más que nunca.

Recibieron, junto al resto de las/os profesionales de la salud, los aplausos balconeros que, aunque no paliaban los efectos del cansancio, la preocupación, el miedo, el dolor… al menos conseguían trasladar el apoyo de una sociedad confinada por decreto. Apoyo que no sabemos qué proporción de sentimiento y cuánta de evasión tenía, pero a la que se agarraron unas/os políticas/os que necesitaban también elementos que desviaran la atención de unas decisiones que se sustentaban en el ensayo-error cuando no en las ocurrencias ante el gran desconocimiento de lo que estaba sucediendo.

Se demostraba, por otra parte, la gran formación que reciben las/os estudiantes de enfermería en la universidad española. Al menos en lo que a dar respuesta al modelo medicalizado y asistencialista de nuestro SNS, se refiere.

Transcurrido el tiempo y aún inmersos en la lucha contra la pandemia, se puede afirmar que su respuesta no pudo ser mejor, ni su actitud más plausible.

Mientras todo esto sucedía, en las aulas vacías de muchas facultades y escuelas de enfermería de toda España se impartía docencia online. No virtual, online. Este ha sido el gran problema. La Universidad española, como el SNS, no estaba preparada para esta pandemia y tuvo que adaptarse de manera precipitada y urgente para no detener la dinámica docente. Pero esto se tradujo fundamentalmente en el traslado de la modalidad presencial, tal cual, a la online, lo que sin duda supuso un terrible fracaso. La Universidad española es fundamentalmente presencial y esta presencialidad, la pandemia, la cercenó.

No hay que olvidar de igual forma que las/os estudiantes tampoco estaban preparadas/os para este cambio repentino y su respuesta fue muy “defensiva”. La presencia tras las pantallas se redujo e invisibilizó e incluso silenció una participación ya de por si resistente en la presencialidad a extremos que generaban la desesperación de docentes y discentes.

Mientras esto sucedía se solicitaba que las/os estudiantes de enfermería se incorporasen en los servicios de salud para reforzar a los mermados y cansados equipos de salud. Sin embargo, no deja de ser paradójico que los mismos que solicitaban dicha incorporación en algunas comunidades, fuesen los que impidiesen su acceso a los servicios para realizar sus periodos prácticos, imprescindibles para poder obtener la titulación que les habilitase como enfermeras según trasladó en varias ocasiones la propia Comunidad Europea.

Esto obligó a algunas universidades a tener que modificar por vía de urgencia los planes de estudio de algunos cursos, con el fin de concentrar toda la docencia teórica que debían recibir en lo que les quedaba de grado durante este periodo de pandemia en que no se les dejaba acudir a realizar sus prácticum, quedando pendiente la realización de los prácticums de manera concentrada durante el curso siguiente. Ajuste que, si bien trata de no retrasar la titulación de dichas/os estudiantes, provoca un claro desajuste en cuanto a la necesaria complementariedad y acompañamiento de los conocimientos teóricos con los prácticos.

Estas y otras circunstancias fueron configurando un contexto cambiante e incierto, para estudiantes y docentes, con consecuencias que se trasladan tanto en los resultados de las evaluaciones, por lo general claramente inferiores a lo habitual, como en la sensación de unos y otros en cuanto a la satisfacción, tanto del proceso de enseñanza-aprendizaje, como de las expectativas que las/os estudiantes y futuras enfermeras tienen con relación a su autoestima y seguridad a la hora de incorporarse a trabajar, teniendo la percepción de que no están suficientemente preparadas/os.

Así pues, estas, segunda (estudiantes actuales de 4º) y tercera (estudiantes actuales de 3º) generaciones COVID de enfermería, tienen ante si un panorama que, aunque es cierto, puede provocar dudas en las futuras enfermeras, ello no debe ser nunca un obstáculo para que las mismas se incorporen con confianza, no exenta de prudencia, a prestar sus cuidados profesionales. Tal como la profesora Patricia Benner tan magníficamente refleja en su libro “From Novice to Expert : Excellence and Power in Clinical Nursing Practice (1984)” que sustenta toda su teoría al respecto, la experiencia, entendida como los conocimientos que no se encuentran en los libros, permitirá a estas generaciones de enfermeras COVID afrontar un contexto de cuidados como el que va a dejar la pandemia y para el que va a resultar imprescindible que, tanto enfermeras expertas como principiantes, identifiquen como foco de atención y liderazgo fundamental. Por tanto, es necesaria más que nunca la unidad de acción enfermera que cohesione y fortalezca la atención cuidadora profesional de manera visible, singular y específica[2], [3], [4].

Pero no es menos importante el que en el seno de la Universidad, las enfermeras docentes hagamos un serio y riguroso análisis, no tan solo de lo sucedido durante la pandemia, sino sobre lo que es y representa la docencia enfermera y en qué punto se encuentra.

No podemos seguir en la inercia del movimiento generado como resultado del Espacio Europeo de Educación Superior. El mismo, tuvo su importancia y resultó fundamental para lograr los objetivos académicos que teníamos planteados las enfermeras. Pero ni el momento, ni el contexto, ni las necesidades, ni la realidad, ni las demandas, ni la propia enfermería son las de entonces, ni las expectativas, ni el contexto en el que se generan o debieran generarse son tampoco comparables.

Es por ello que es urgente, desde mi punto de vista, aprovechar, si se me permite la expresión, la pandemia como punto de inflexión para que la enfermería y las enfermeras dejemos de ser meros productos de la cadena de producción universitaria que abastece al mayor, e incluso casi exclusivo receptor, como es el SNS que lo que demanda no son enfermeras para la comunidad si no enfermeras tecnológicas que den respuesta al modelo en el que sustenta y que la pandemia ha demostrado claramente ineficaz e ineficiente.

Revisemos el paradigma en el que sustentamos nuestro proceso de enseñanza-aprendizaje y desde el que posteriormente se fundamenta el desarrollo profesional de las enfermeras. Tan solo si tenemos claro dicho paradigma y lo reforzamos con evidencias científicas y con una decidida apuesta por su fortalecimiento y comprensión, seremos capaces de adaptar nuestra formación y posterior experiencia a la realidad enfermera que necesita y espera la sociedad como ha quedado patente igualmente en esta pandemia.

Si, por el contrario, lo que hacemos son planteamientos enfermeros desde el paradigma médico imperante, que impregna el SNS, las respuestas que demos podrán ser buenas, pero no enfermeras. No nos equivoquemos ni engañemos a nadie.

Resulta imprescindible el trabajo colaborativo desde la transdisciplinariedad, pero realizándolo cada disciplina, cada profesión, desde su paradigma propio, respetando los principios y objetivos de cada uno de ellos y tratando de complementar y no de excluir.

No creamos, no caigamos de nuevo en el error, de pensar que les corresponde a otros darnos la solución. Es responsabilidad y exigencia de las enfermeras hacerlo, y en su caso reclamarlo donde corresponda. Recientemente hemos podido comprobar como se hacen intentos claros de invisibilización como la propuesta de RD que establece la Organización de las Enseñanzas Universitarias en el que, inicialmente, se excluía a Enfermería como ámbito de conocimiento. La respuesta de organizaciones como la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), Grupo 40+ Iniciativa Enfermera o la Conferencia de Decanas de Enfermería (CNDE), mediante sus alegaciones ha permitido que se modifique en el nuevo borrador, apareciendo Enfermería[5].

Tan solo desde una vigilancia activa, pero también desde el planteamiento claro e inequívocamente enfermero seremos capaces que las enfermeras formadas en la universidad no sean modeladas por el SNS, sino por las necesidades de cuidados de la comunidad donde deben integrarse, sea en hospitales, centros de salud o cualquier otro entorno en el que sea imprescindible la presencia cuidadora enfermera.

Las generaciones de enfermeras COVID no pueden ni deben ser identificadas como un fallo en el sistema de producción universitario, ni como un eslabón perdido, sino como una oportunidad de cambio tan necesario como inaplazable, tendente a lograr que la universidad deje de ser un ámbito cada vez menos atractivo y atrayente para las enfermeras, lo que genera nichos de colonización de otras disciplinas para formar enfermeras, con todo lo que esto supone para la enfermería, las enfermeras y la sociedad a la que deben dar respuestas. Como dijo Duque Ellington[6] “los problemas son oportunidades para demostrar lo que se sabe”, demostrémoslo de manera activa y decidida.

No contribuyamos con nuestra inacción a que la pandemia sea la excusa que nos arrebate, también, nuestra principal base de desarrollo, la docencia enfermera por y para enfermeras.

Seamos valientes, ya que, tal como expresara Víctor Hugo[7], “El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.” Y las enfermeras llevamos mucho tiempo demostrando nuestra valentía.

[1] Escritor, profesor y filólogo español

[2] Benner P. The Wisdom of Our Practice. American Journal of Nursing 2000; 100(10):99-105. 

[3] Benner P, Spichiger E, Wallhagen M. Nursing as a coring practice from a phenomenological perspective. Stand J Caring Sci 2005; 19:303-309.

[4] Benner P, Sutphen M, Kahn V, Day L. Formation And Everyday Ethical Comportment. American Association of Critical-Care Nurses 2008;17: 473-476.

[5]https://enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/2679/Proyecto%20de%20Real%20Decreto%20Organizacio%CC%81n%20Ensen%CC%83anzas%20Universitarias%20y%20Procedimiento%20de%20aseguramiento%20de%20su%20calidad%20v.29%20junio.pdf

[6] Figura importante en la historia del jazz.

[7] Poeta, novelista y dramaturgo francés.

MANIPULACIÓN E INCAPACIDAD. Inacción y sordera ante el contexto de cuidados.

“Jugar con algo es manipularlo”.

Susan Stewart[1]

 

El diccionario de la RAE define manipulación como la acción de hacer cambios o alteraciones en una cosa interesadamente para conseguir un fin determinado. Aunque se hable de la intervención tan solo sobre cosas, dicha acción y por tanto la manipulación se lleva a cabo, en muchas ocasiones, sobre personas con idéntica intención de alterar su voluntad, su actitud o su respuesta interesadamente para lograr un fin perfectamente planificado.

A finales del mes de enero coincidiendo con el relevo en el ministerio de sanidad reflexionaba sobe el mismo en la entrada “De Illa a Darias. Juego de Tronos”[2]. En la misma decía: “Estaría bien que la Sra. Darias se rodease de profesionales y asesores que le hiciesen ver que más allá de la respuesta política que le toca dar, existen necesidades urgentes que no pueden seguir postergándose sine die. Que es preciso que identifique las carencias que existen y que eche mano de las fortalezas que representan los profesionales para, entre todas/os, buscar soluciones en lugar de continuar poniendo parches.

Que las respuestas no pueden ni deben continuar quedando en palabras de agradecimiento y de impostura diplomática. Que las enfermeras deben de dejar de ser vistas como mano de obra, como recursos humanos sin más, para pasar a ser identificadas, valoradas y reconocidas como profesionales fundamentales, tal como lo hacen los países en donde masivamente las contratan, con las consecuencias que ahora mismo estamos padeciendo”.

Han pasado 5 meses desde su nombramiento y nada de lo que planteaba como un deseo, se ha cumplido o, mejor dicho, nada de lo que de ella se esperaba se ha cumplido.

Para empezar, se ha rodeado de personas incapaces no tan solo de dar respuestas eficaces relacionadas con sus cometidos o competencias, que sería lo deseable, sino que ni tan solo han sido capaces de hacerlo con la dignidad, la empatía, la escucha activa, la proximidad, la voluntad, la generosidad, la humildad, el respeto, que todo cargo público con responsabilidad en la toma de decisiones debiera tener. Bien al contrario, la altivez, la distancia, la prepotencia, el desprecio, el autoritarismo, la irresponsabilidad… han configurado su actitud y su disposición.

Ha sido incapaz de retener talento y en su lugar lo ha sustituido por mediocridad. Sustitución que ha arrastrado, hasta hacer desaparecer, cualquier vestigio de las acciones que antes de su llegada se habían realizado con esfuerzo, coherencia y sentido común, como si se tuviese miedo a que pudiesen desviar la atención hacia quienes habían sido sus artífices y con ello desdibujar a las/os nuevas/os inquilinas/os. El tiempo, el poco tiempo transcurrido, sin embargo, ha sido suficiente para identificar su incapacidad manifiesta, provocando el efecto contrario al deseado, echar en falta a quienes fueron desalojados. Dando respuesta y despejando las dudas que en mi reflexión trasladaba hace tan solo unos meses: “Daría lo que fuese por creerme que usted, Sra. Darias, es la persona que realmente necesita este ministerio. Pero permítame que tenga serias dudas. Tan solo usted podrá ser capaz de despejar, en el tiempo en que pueda o le dejen ocupar un cargo que parece más un comodín de los movimientos políticos de quienes conforman los gobiernos que un puesto de la importancia que tiene la salud de las/os ciudadanas/os. Por mucho que la mayoría de las competencias estén transferidas a las CCAA, que normalmente mimetizan la incoherencia que muestra el ministerio, para, finalmente, escenificarla en el consejo interterritorial donde nadie los quiere como pareja de baile”.

Se ha confundido la ordenación profesional, entendida como la acción de poner orden en el desarrollo de las profesiones, con ordenar/mandar a las profesiones con absoluto desorden, caos y despotismo que además trata de aparentar como ilustrado.

Se ha desdibujado la acción de la Secretaría de Estado en un absoluto vacío y una inacción tan incomprensible como absurda.

Se ha desaprovechado la ocasión de que Salud Pública tuviese un papel relevante, más allá de la acción administrativa de datos.

Se ha desperdiciado la ocasión de dar contenido y sentido a la importante Secretaría General de Salud Digital, Información e Innovación del Sistema Nacional de Salud (SNS), creada antes de la llegada de la Sra. Darias, como una importante apuesta de innovación y de regulación y ordenación de la información, teniendo un impacto absolutamente irrisorio cuando no inexistente.

Se ha conseguido convertir el Consejo Interterritorial en una jaula de grillos o en una cerca de pelea de gallos, eliminando el importante logro alcanzado de ser espacio de reflexión y análisis tendente al consenso en el que, entre otras cosas, se consiguió sacar adelante el Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria. Situación que propicia el enfrentamiento y la identificación de debilidades para la bronca política.

Se ha logrado que el ministerio y sus representantes, con la ministra al frente, sea un caos que genera dudas donde debieran existir certezas, incertidumbre donde debiera generarse tranquilidad, incredulidad en lugar de confianza, confrontación frente al consenso, debilidad ante la fortaleza necesaria.

Pero es que, además, la ministra, más allá de una reunión de urgencia y de circunstancias, con representantes de las sociedades científicas, no ha vuelto a propiciar el diálogo. Una vez más las buenas palabras e intenciones se quedaron tan solo en eso. La identificación de necesidades se limitó a un registro aparentemente interesado de notas sin traslado posterior a la toma de decisiones como respuesta a la necesaria, pero inexistente, voluntad política. La formulación de promesas tan bien formuladas como inconsistentes y efímeras. Una continuidad de acción compartida que finalizó en el mismo momento en que se produjo la desconexión de la videoconferencia. Ha respondido con el silencio y el hermetismo a cuantas peticiones de respuesta se le han trasladado. Silencios que tan solo pueden obedecer a la incapacidad o al desprecio pero que lamentablemente pueden ser la suma de ambos.

Con relación a las enfermeras, a pesar de que, en la citada reunión, se le trasladó que estábamos siendo ignoradas, ninguneadas y maltratadas, comprometiéndose a dar respuesta que revertiese tal situación, la respuesta se ha concretado en una absoluta indiferencia que se ha traducido en la más que rechazable inacción política y en la indolencia por dar solución a las carencias que, no tan solo afectan a las enfermeras y al sistema de salud, sino a la población a la que atienden, lo que finalmente se traduce en un claro desprecio hacia quien se dice representar, en una nueva impostura político-diplomática cargada de falsas verdades y absolutas mentiras como ingredientes necesarios y calculados para la manipulación verbal y no verbal. Nuevamente se han cumplido los peores presagios al no verse cumplida la esperanza que le trasladaba: “Sra. Darias, estaría bien que nos escuchase y evitase seguir con los mensajes vacíos, aunque elegantes y aparentes, con los que habitualmente tratan de engañarnos en un lamentable ejercicio de falta de respeto a nuestra inteligencia y a nuestra dignidad”.

Su actitud ha venido a ratificar lo que algunos ya sospechábamos como una clara puesta en escena destinada a entretener y maquillar lo que realmente se pensaba. Los aplausos de balcón no fueron, para ustedes, al contrario de quienes los daban de manera sincera, más que una forma de manipulación tanto de la población como de las/os profesionales. Una forma de entretener a falta de toros y fútbol. Una forma de trasladar una falsa admiración hacia quienes se estaban dejando la salud e incluso la vida, pero que no tenían mayor calado ni intención alguna de modificar la visión y valoración que de muchas/os de ellas/os tenían y siguen teniendo. Logrado el objetivo de distraer y engañar ahora nos encontramos con la realidad del desprecio y la utilización interesada de las/os mismos para su beneficio interesado y oportunista.

Seguir parapetada en la excusa de la pandemia para justificar su incapacidad, manifestada diariamente con sus permanentes vaivenes, indecisiones, inconcreciones, incoherencias… es, además, de un ejercicio de cobardía, una clara muestra de que su objetivo no pasa por mejorar el sistema sanitario. Su única preocupación es la de conseguir el 70% de población vacunada en el periodo anunciado. Lo que, sin ser, en sí mismo, un objetivo que permita objeción alguna, el mismo no tiene otro interés, para usted, que el de atribuirse la medalla que el logro permitiría reclamar. Lo de menos es lo que se consiga con la vacunación, porque para usted y quien le acompaña lo verdaderamente importante es el número, el dato, la apariencia. Cómo se consiga es lo de menos, para eso ya están las que usted considera a buen seguro como vacunadoras, es decir, como elementos necesarios, aunque prescindibles para el logro esperado.

Pero las enfermeras, Sra. Darias, ya estamos muy cansadas de la mediocridad que impregna cualquier acción ministerial. Mediocridad que lleva implícita de manera inseparable a la misma la permanente afrenta a las enfermeras, producto tanto de sus acciones como de sus omisiones. En las acciones porque suponen una clara y calculada premeditación de hacer algo que perjudica, obstaculiza o paraliza tanto la imagen como el valor de lo aportado. En las omisiones porque no son objeto de Alzheimer institucional que no siendo justificable podría ser objeto de eximente, sino porque las mismas vienen determinadas por el manifiesto desinterés, la clara desidia, el absoluto desconocimiento… por lo que somos, representamos y aportamos las enfermeras al sistema sanitario, pero, no lo olvide, sobre todo a las personas, las familias y la comunidad a las que prestamos nuestros cuidados profesionales. Cuidados profesionales que, no lo dude, porque todas/os en nuestra fragilidad innata los necesitamos, precisará, de enfermeras competentes, expertas, especialistas y comprometidas como las que usted ahora ignora sistemáticamente. No tenga la más mínima duda que a pesar de su actitud y de sus acciones, le serán prestados con la profesionalidad y el rigor que usted niega reconocer.

Esta pandemia, por si no se lo ha explicado nadie o no ha sido capaz de identificar por sí misma, ha dejado al descubierto muchas carencias del sistema sanitario. Pero también es cierto que ha permitido identificar la excelencia de sus profesionales de la salud en general y muy particularmente de las enfermeras. La población ha tenido la oportunidad de identificar y valorar la excelencia, oportunidad y necesidad de los cuidados profesionales enfermeros que suplían en muchos casos las carencias tecnológicas, farmacológicas o clínicas que la pandemia produjo. Cuidados profesionales que van más allá de la sonrisa o la caricia y que precisan de la ciencia enfermera que les otorga el carácter científico que logra responder a las necesidades humanas ante situaciones tan graves como las que se han vivido. Cuidados que han tenido que suplir respiradores, equipos de protección individual, fármacos, o incluso camas donde atender a las personas. Cuidados que han suplido el aislamiento, el desarraigo familiar, la soledad y han dotado de humanidad la atención sabiendo situar a la tecnología donde correspondía para dar cabida al cuidado profesional mucho más necesario y sanador.

Esta pandemia, a pesar de las resistencias que desde su ministerio se han generado permanentemente, ha permitido poner de manifiesto la importancia de la participación comunitaria y de la educación para la salud capacitadora y participativa en contra de la exclusiva estrategia de órdenes de obligado cumplimiento o de su consecuente sanción, haciendo de la comunidad un problema en lugar de identificarlo como parte, muy importante, por cierto, de la solución. Solución que no pasa, desde luego por prohibir y castigar sin más generando estigmatización de sectores muy específicos de la sociedad. Solución que se les trasladó por activa y por pasiva por parte de las enfermeras a las que una vez más ignoraron sin ni tan siquiera valorar lo que se les trasladaba, en su soberbia institucional, en su incapacidad gestora y en su permanente visibilización del sistema sanitario desde el modelo biomédico que han utilizado, apoyado e identificado como la forma de afrontar una situación que requería de respuestas mucho más allá de la enfermedad, la tecnología, el asistencialismo, el hospital… arrinconando, desacreditando, desaprovechando el potencial de la Atención Primaria de Salud y de sus profesionales.

Tan solo cuando vieron en la vacunación su tabla de salvación, su medalla al mérito, su referencia, rescataron la Atención Primaria para adaptarla a sus necesidades. No se equivoque ni trate de engañar nuevamente a la población en sus intentonas manipuladoras de discursos vacíos de contenido, aunque repletos de demagogia y de declaraciones de intenciones que antes incluso de ser pronunciadas ya son claramente falsas. El rescate de la Atención Primaria tan solo lo han propiciado para dar respuesta a parte del problema, el que les interesa, el que les da rédito y ruedas de prensa en las que ofrecer datos que engorden su ego político. Todo lo que han estado “barriendo” con sus decisiones bajo las metafóricas alfombras en forma de falta de respuesta a problemas de salud como la cronicidad, la soledad, los cuidados paliativos, los cuidados familiares… como si de basura se tratase, continua oculto, aparentando una limpieza que no se corresponde con la realidad y que no va a haber alfombra que permita ocultar por más tiempo tanta inmundicia producto de la mediocridad, prepotencia y manipulación política que ejercen.

El contexto de cuidados que se avecina y que ninguna alfombra será capaz de ocultar les va a ensuciar mucho más de lo que ya están al negar la evidencia de facilitar su prestación y con ella la necesidad de valorar a quienes son y están en disposición de hacerlo y liderarlo de la manera más eficaz, eficiente y rigurosa, las enfermeras. Su tozudez insensata y alejada de cualquier argumento razonable para seguir negando la presencia de enfermeras en el organigrama ministerial en puestos de responsabilidad y toma de decisiones le seguirá reportando consejos manifiestamente erróneos pero también interesados en mantener un modelo que se ha demostrado caduco para dar las respuestas que requiere la sociedad aunque parece que sigue siendo válido para satisfacer a algunos sectores políticos y profesionales muy concretos que tienen secuestrada la voluntad política de cambio razonable y coherente.

A todo esto, por si fuera poco, hay que añadir que en el Componente 18 de Renovación y ampliación de las capacidades del SNS, del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia del Gobierno de España, de los más de 69.000 millones de euros que se deben recibir de los fondos europeos destina poco más del 1’5% a Sanidad y Salud y de ese marginal porcentaje el 74.10% corresponde a alta tecnología frente al 5,8% para promoción de la salud y prevención de la enfermedad. En un documento en el que se insiste en el modelo hospitalcentrista, asistencialista, paternalista, biologicista, medicalizado y tecnológico actual, que se ha demostrado claramente caduco, ineficaz e ineficiente. En el que, además, la Atención Primaria, sigue tan querida y aplaudida en los discursos como olvidada y despreciada en los recursos. Alejada de estrategias salutogénicas y participativas. Y, por supuesto, con un olvido lacerante de los cuidados que son nuevamente invisibilizados en la pegajosa realidad médico-tecnológica que todo lo impregna y de la que todos se impregnan.

Todo ello requiere, por tanto, manipulación constante para mantenerlo y hacer lo posible para que aparezca como una gestión brillante y un cambio que, sin embargo, esconden una clara incompetencia y un manifiesto inmovilismo.

Sra. Darias, su credibilidad se ha agotado y el tiempo para revertirla lamentablemente también. Me consta que mis palabras no le provocarán el más mínimo efecto, salvo el rechazo irreflexivo y ausente de autocrítica, quedando inmediatamente en el olvido como ha venido haciendo con todo lo que le hemos trasladado las enfermeras sin tan siquiera ser merecedoras, no ya de respuesta, sino tan siquiera de una confirmación de recepción. Pero no le quepa duda que mi voz no es solista. Mi voz es coral y colectiva y haremos que la misma llegue a donde tenga que llegar para ser oída, entendida y atendida, ya que su sordera y su parálisis no han querido hacerlo.

Ojalá tenga en otros ámbitos mayor acierto que en sanidad. No se trata de que no sepa sobre el tema o no conozca el contexto, que también. Se trata de que no ha querido escuchar a quienes debería y se ha rodeado de quienes no debía. Y eso en un/a político/a que se precie es un error muy lamentable y grave, aunque posiblemente no lo quiera admitir, como tantas otras cosas.

Por su parte quien le respalda y le mantiene debe asumir, igualmente, parte del fracaso.

Quien aboga por el diálogo, con el que no puedo estar más de acuerdo, para afrontar los problemas, debe exigirlo en todos aquellos ámbitos políticos que son de su responsabilidad. El diálogo no puede ni debe ser una opción, un comodín, una oportunidad. El diálogo debe ser siempre una obligación en la búsqueda de soluciones compartidas y consensuadas. En salud, sanidad y con las enfermeras, también.

[1] Poeta y crítica literaria estadounidense

[2] http://efyc.jrmartinezriera.com/2021/01/29/de-illa-a-darias-juego-de-tronos/