“La Realidad es aquello que, incluso aunque dejes de creer en ello, sigue existiendo y no desaparece.”
Philip K. Dick[1]
Tenemos por costumbre creer que la realidad es invariable, única, estática, normativa… en función de lo que política, cultural o socialmente está establecido y, por tanto, catalogado como normal. En base a dicha normalidad y sus patrones de comportamiento, todo aquello que se aleje o entre en conflicto con ellos, es considerado como anormal, dañino o peligroso. Por eso lo anormal se trata de ocultar, en el mejor de los casos, o castigar. Todo con el “bienintencionado” objetivo de recuperar la normalidad que se entiende perdida o, lo que es peor, abandonada.
Sería interminable tratar de enumerar todos aquellos comportamientos, actitudes, ideas, planteamientos… que en determinados momentos de nuestra historia han sido catalogados de anormales. Actuando sobre ellos como desviaciones patológicas o criminales que requieren de intervenciones terapéuticas o de correcciones punitivas, privativas de libertad o incluso de pena de muerte.
Pero a nadie se le escapan “anormalidades” que aún hoy son consideradas como tales, aunque se crean normalizadas legislativamente, pero que siguen siendo reprobadas cultural o socialmente por una parte importante de la población.
Son miradas diversas de una misma realidad. Pero, en función de quienes establezcan la normalidad, las miradas se consideran desviadas y maliciosas.
Aunque lo que voy a plantear no se enmarca exactamente en este tipo de normalidad vs anormalidad, considero que era un buen punto de partida para tratar de plantear mi reflexión.
Me voy a ceñir exclusivamente a la percepción que sobre la realidad enfermera se tiene. Tanto por parte de la propia Enfermería, como de otras ciencias, profesiones o disciplinas, como por parte de la sociedad en su conjunto. De tal manera que, en base, no ya a patrones de normalidad, sino de tópicos y estereotipos construidos, difundidos y admitidos se modifica la realidad para construir otra que la suplante. Realidad que, algunas/os, consideramos tiene la Enfermería, pero que contrasta y se aleja, en gran medida, con la que se proyecta y es considerada como normal.
Arrancaré con la realidad que la clase médica construyó en torno a la Enfermería y a las enfermeras. Para empezar, hay que destacar que la realidad que se construyó vino determinada por una relación claramente dominante, patriarcal y, sobre todo, machista, desde la que los médicos establecieron la relación profesional con las enfermeras que les interesaba y, desde la que controlaban cualquier intento de alejamiento de la normalidad por ellos impuesta. De tal manera que generaron una realidad en la que la Enfermería debía ser vista, entendida y valorada exclusivamente desde la perspectiva de subsidiariedad hacia la medicina y derivado de ello de las enfermeras hacia los médicos como dóciles, incautas, obedientes y serviciales (DIOS) ayudantes. Por eso anularon cualquier vestigio de Enfermería transformándola en un acrónimo, ATS, que venía a clarificar cuál era su intención, es decir, que fuésemos Ayudantes, de su actividad, pensamiento y conocimiento para evitar cualquier tentación de pensar por nosotras mismas y tener ideas propias; Técnicos, para alejarnos de cualquier planteamiento teórico o científico que pudiese suponer una refutación a sus dogmas cuasi teológicos; Sanitarios, para dejar claro cuál era el ámbito de nuestra actuación con el sistema que diseñaron, dominaban y controlaban, alejado de la Salud que ellos consideraban tan solo como un resultado o producto de su autoridad exclusiva sobre la enfermedad. Al mismo tiempo limitaron al ámbito doméstico a los cuidados, al desproveerlos de valor teórico y científico. Todo ello en un ambiente de dictadura política y de sometimiento de la mujer, que adoptaron como natural y propia, en una sociedad concebida, desde esos planteamientos, como la realidad que se consideraba y consideraban normal.
La sociedad, por su parte, bastante tenía, en su gran mayoría, con tratar de subsistir en esa sociedad de represión en la que todo venía dictado y obligado al acatamiento de la norma de la realidad impuesta. Por tanto, la imagen que se configuró, asumió y naturalizó de las enfermeras, que perdieron su identidad al identificarse como ATS, fue la de un oficio al servicio del médico y su obra de salvación próxima a la divinidad en una cultura católica aliada con la represión política y social y que, además, se erigió en formadora de las “nuevas” enfermeras para los médicos, que no para la sociedad. Por su parte los ATS masculinos eran formados y controlados por los médicos. Todo un plan con el que, la clase médica, lograra
mayor gloria y poder y con ello el miedo que no el respeto a su figura. De ahí que la sociedad identificase claramente cuál era el mayor deseo para sus hijos varones. Que fuesen médicos. Asumiendo que sus hijas fuesen enfermeras como respuesta al patrón de normalidad y al rol social de cuidadoras y servidoras asignado a las mujeres y disfrazado de falsa vocación en la mayoría de los casos.
La juventud de la época, por su parte, en una sociedad clasista y con una clara división de género, asumía mayoritariamente con resignación cristiana, la vocación impuesta de servicio a los demás a través del dedicado a los médicos, en el caso de las mujeres. Por su parte los hombres, en una proporción mucho menor, elegían ser ATS, como forma de acceder posteriormente a los estudios de medicina, que era lo que socialmente estaba reconocido y lo que las familias deseaban. En caso de resignarse a ser ATS, la gran mayoría, lo asumían como la mejor manera para alcanzar cierta autonomía que, por su condición de hombres, no se concedía a las ATS femeninas. Siempre y cuando, eso sí, se mantuviese la distancia adecuada que no pudiese confundir a nadie sobre quiénes eran los que tenían autoridad moral, científica y profesional.
Este plan duró hasta que, en 1977, gracias a la “rebelión” pacífica y científica de unas cuantas enfermeras, los estudios de Enfermería se incorporaron en la Universidad. Aunque fuese con restricciones impuestas por los de siempre para evitar cualquier posible aproximación a una “prohibida” igualdad académica y profesional. Pero sin que se lograse recuperar la verdadera identidad enfermera, al quedar nuevamente relegada a un nuevo y confuso acrónimo, como el de DUE (Diplomado Universitario de Enfermería), que ocultaba nuestra denominación como enfermeras.
Llegados a este punto, se tuvo que iniciar un proceso de transformación de identidad que implicaba tanto a otras profesiones, a la sociedad y a las propias enfermeras que debían recuperar su identidad y lo más difícil, sentirse orgullosas de la misma.
No fue fácil, ni se nos puso fácil. No interesaba a la clase médica, que continuaba siendo dominante, aunque participase como lo hacía la sociedad de un proceso de transición de la dictadura a la democracia, con una aparente y engañosa normalidad que seguía reteniendo la libertad que se aclamaba.
Se convivía en una clara división profesional entre antiguas enfermeras, matronas y practicantes, con las/os reconvertidas/os ATS gracias al artificioso plan de unificación profesional y las recientes DUE, sin que existiese una realidad enfermera reconocida y aceptada. Porque dicha realidad, para empezar, aun existiendo estaba claramente intoxicada y devaluada y había sido sustituida por una hipotética realidad que no lo era y que lo único que pretendía era alimentar el ego de quienes generaron realmente la división.
Así pues, se debía, en primer lugar, configurar la citada realidad enfermera. Posteriormente había que hacer posible que dicha realidad fuese identificada como propia por parte de todas las enfermeras. Y finalmente debíamos ser capaces de proyectar esa imagen de identidad y realidad enfermera a toda la sociedad.
Y aquí, por tanto, radicaba y, lamentablemente, sigue radicando el gran problema de las enfermeras. Es decir, que sigamos siendo incapaces de sentirnos orgullosas de ser lo que somos, enfermeras. Ni Enfermería, que es ciencia, disciplina o profesión. Ni profesionales de Enfermería, porque como tales se identifican otros profesionales que, al menos en nuestro país, no son enfermeras, como las actuales Técnicos Auxiliares de Cuidados de Enfermería (TCAE). Ni Sanitarios que nos retrotrae a épocas superadas o en trámite de superar. Ni Profesionales de la Salud porque, aun siéndolo, nos invisibiliza si se utiliza como genérico exclusivo para denominarnos. Todo lo cual nos impide identificarnos, valorarnos y creer que sea posible ser y actuar como lo que somos, enfermeras.
Tristemente, aún hay quienes huyen, se esconden, renuncian o reniegan de su condición de enfermeras y prefieren utilizar denominaciones neutras y confusas, que oculten su verdadera identidad.
Y este, en sí mismo, ya es un serio problema que impide asumir la realidad enfermera. Al que acompañan otros que se heredan y arrastran como consecuencia de la identidad que se nos usurpó. Problemas que se traducen en una persistente subsidiariedad, falta de autonomía, ausencia de criterio, desvalorización del cuidado profesional que prestamos…
Algo que parece condenado a ser perpetuado y que se replica generación tras generación de enfermeras sin que seamos capaces de desprendernos totalmente de las ligaduras de contención impuestas. Porque no se entiende que, tras más de 47 años, no hayamos sido capaces de desprendernos de ellas y sigamos asumiendo con naturalidad las mismas. Incluso, en muchos casos, se sigan replicando como algo absolutamente normal que forma parte de nuestra realidad. Todo ello, a pesar de haber roto el techo de cristal al menos académico, que nos sitúa al mismo nivel de cualquier otra disciplina. Pero que no tiene fiel reflejo en la atención directa o en la gestión, por ejemplo y que está muy diluida en la investigación que se aleja del positivismo imperante y fascinador.
Con diferencias, según los factores que encada contexto influyen en el desarrollo de la Enfermería en Iberoamérica, pero la realidad normativa, viene a ser muy similar y queda desdibujada, diluida, cuando no invisibilizada.
Esta situación, por tanto, nos sitúa en un estado de sinestesia[2] enfermera. Es decir, en una variación o variaciones no patológicas de la percepción enfermera por parte de algunas enfermeras.
En base a ello, las enfermeras sinestésicas tienen una vía sensorial o cognitiva en respuesta a actitudes, reacciones, planteamientos, ideas… concretos sobre la percepción de la realidad enfermera. Por ejemplo, pueden identificar una respuesta enfermera ante determinadas situaciones sociales, políticas, culturales… Estas respuestas son idiosincrásicas, es decir, cada enfermera percibe unas reacciones y sensaciones concretas y diferentes, que no tienen nada que ver con una mezcla de sentidos, ya que se trata de una clara especificidad profesional, es decir, lo que se identifica es real y sin negar lo que se percibe, que puede ser un síntoma, signo o síndrome, la sinestesia profesional percibe una sensación adicional que permite articular lo percibido realmente con lo sentido. Ven lo que todas las enfermeras ven y la mayoría naturaliza como realidad, pero, además, perciben una respuesta adicional que configura de manera más amplia la realidad enfermera, porque detrás de toda la cortina medicalizada que proponen los actuales sistemas sanitarios internacionales de diagnóstico y tratamiento existe un interés de unificación y control comportamental. Por ejemplo, las respuestas humanas ante determinados problemas de salud no se traducen, como habitualmente se hace, tan solo o sobre todo como un síntoma, signo o síndrome ligado a una enfermedad, sino que les permite identificar sentimientos, emociones, expectativas… ligados a dudas, incertidumbres, temores… de las personas que requieren de una respuesta enfermera diferente a la que habitualmente se da desde el paradigma patogénico, asistencialista y paternalista médico en el que se sigue configurando la realidad enfermera. No relacionan, por ejemplo, la muerte con el fracaso. Porque la asumen como parte del ciclo vital que requiere de cuidados profesionales enfermeros hacia la persona y su familia y no como la frustración que genera no haber salvado la vida, que se percibe e identifica como principal objetivo por parte de los médicos.
Algunos investigadores, sostienen la idea de que la sinestesia se debe a una activación cruzada de áreas adyacentes del cerebro que procesan diferentes informaciones sensoriales. Cruce que explican por un error en la conexión de los nervios en las distintas áreas cuando el cerebro se desarrolla en el interior del útero.
Tomando como base esta explicación científica para conocer las causas de la sinestesia, me permito la libertad no científica, sino narrativa, de extrapolar la misma a mi idea de sinestesia profesional.
De tal manera que dicha sinestesia profesional se trataría de un error de comunicación entre las diferentes enfermeras que se desarrolla en sus procesos de enseñanza – aprendizaje y de formación profesional inmediatamente posterior, que determina identificaciones diferentes de la realidad enfermera que se traducen en una clara disociación, confrontación y construcción de diferentes realidades, mezclando patrones de comportamiento de una supuesta y falsa normalidad con lo que son respuestas científicas de la verdadera realidad enfermera. Posteriormente, sino se es capaz de identificar esa realidad enfermera se asume la determinada como “normo típica” y se perpetúa a lo largo de su vida profesional. Lo que acaba por configurar una división profesional que limita o anula el desarrollo y la autonomía de la Enfermería y de las enfermeras.
El problema, por tanto, no está en que la sinestesia identifique una realidad enfermera diferente a la normativizada o asumida como normal, sino en que, la misma, se valore como patológica, cuando no maliciosa, al entenderse que pretende imponer una realidad que no le corresponde a la Enfermería de la falsa normalidad. En lugar de intentar entender, articular y construir esa realidad. Cuestión que se ve agravada por la falsa creencia de que, asumir dicha realidad o lo que la misma significa, supondría abandonar la zona de confort en la que muchas enfermeras se han instalado a la sombra de la realidad impuesta. Desde esta clara y evidente ceguera científica, la asumen como propia, negando, anulando o criminalizando la verdadera y sinestésica realidad enfermera. Porque, la mirada sinestésica enfermera no está imaginando una realidad enfermera inexistente, sino que identifica y visibiliza la verdadera realidad enfermera que tanto molesta e incomoda.
Aunque cada vez hay más enfermeras sinestésicas, que no radicales, raras, dogmáticas, talibanes…como de manera mezquina se les cataloga, no es menos cierto, que las resistencias a su realidad siguen presentes y en ocasiones incluso atacadas irracionalmente por quienes se erigen en máximas/os representantes de las enfermeras en diferentes instituciones u organizaciones. Posiblemente, ante el temor a perder los privilegios y prebendas, adquiridos desde su falsa defensa enfermera.
No hay que tener miedo a identificar y asumir la verdadera realidad e identidad enfermera. De lo que hay que huir, lo que hay que impedir, lo que se necesita rechazar, es una realidad impuesta, artificial, mimética… que nos lleve a la indiferencia y la invisibilidad de la que hemos sido objetos a lo largo de nuestra historia y que sigue siendo una amenaza tan real como peligrosa que, fundamentalmente, depende de nosotras que no se repita. Porque como dijera Aristóteles[3], “la única verdad es la realidad».
Y acabo con una frase de Simone de Beauvoir[4] que recientemente compartió conmigo una enfermera sinestésica como Mª Paz Mompart[5], que decía: “que nada nos limite, que nada nos defina, que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia”. La sustancia enfermera.
[1] Escritor y novelista estadounidense (1928-1982).
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Sinestesia
[3] Filósofo griego (384 AC-322 AC).
[4] Filósofa, profesora, escritora y activista feminista francesa (1908-1986)
[5] Enfermera. Impulsora de la entrada de los estudios de Enfermería en la Universidad. Fundadora y presidenta de la Asociación de Docencia en Enfermería (ADE). Fundadora y coordinadora del Grupo 40. Doctora Honoris Causa por la Universidad de Alicante.