SIN ROL Y SIN METAS Pérdidas sin duelo

                                                                         A quienes construyeron espacios donde albergar el conocimiento del cuidado y ahora son desahuciados.

 

«Cuando no se teme a la muerte, se la hace penetrar en las filas enemigas»

Napoleón[1]

 

Dicen que una estudiante le preguntó una vez a la antropóloga y poetisa Margaret Mead (1901 – 1978), cuál consideraba ella que era la primera señal de civilización en una cultura.

La estudiante esperaba que la antropóloga le hablara de anzuelos, cuencos de arcilla o piedras para afilar, pero su respuesta fue “El cuidado recibido a una niña con un fémur fracturado”.

Al ver la cara de sorpresa de la alumna ante su respuesta, Mead le explicó que, en la naturaleza salvaje, cuando un animal sufre un accidente y se enferma, al romperse una pata, por ejemplo, muere sin remedio al no poder sobrevivir por sí solo ya que, en tales circunstancias, no puede huir del peligro ni ir al río a beber agua ni cazar para alimentarse. De esta manera, se convierte en una presa fácil para sus depredadores.

Ningún animal sobrevive con una pata rota el tiempo suficiente para que el hueso sane.

Por eso, los restos arqueológicos hallados de un fémur roto procedente de un homínido con signos de haberse recuperado por el cuidado prestado por otro homínido es el primer signo claro de civilización.

Es la prueba de que alguien se tomó el tiempo para cuidar a otro ser herido y se quedó con él hasta que estuvo curado

“Ayudar a alguien a atravesar la dificultad es el punto de partida de la civilización”, explicó Mead.

La colaboración y el cuidado mutuo están en el ADN de la civilización.

Con este ejemplo, queda claro que antes de que nadie tuviese ni los conocimientos ni la capacidad para curar a otra persona de sus dolencias, el cuidado ya era una actividad que tenía efectos muy positivos en las personas que los recibían, hasta el punto que les permitía curarse o restablecerse gracias a dichos cuidados y no a otro tipo de acciones.

A lo largo de los siglos, el cuidado ha estado presente en todas las épocas y etapas de la humanidad, sin excepción. La curación, se incorporó con posterioridad contribuyendo sin duda a la mejora de vida de las personas gracias a las intervenciones realizadas para su logro. Pero nunca, la curación, ha sido posible sin la acción cuidadora. Han sido siempre acciones complementarias y necesarias.

Otra cosa es que los cuidados, por razones de atención y de intención que escapan al planteamiento de mi reflexión, no se sustentasen en el conocimiento científico al mismo tiempo que lo hizo la curación. Esta es la razón, entre otras muchas, de que los cuidados hayan estado durante mucho más tiempo del deseado fagocitados y supeditados a la supremacía de la curación y, sobre todo, de quienes asumieron como propia la propiedad exclusiva y excluyente de la misma.

La Enfermería, asumió la identidad de los cuidados y desde la misma fue capaza de construir una ciencia propia en la que adquiriesen la consistencia científica y el valor humano que lograron alcanzar más allá del cuidado que, como patrimonio de la humanidad, sigue siendo parte indiscutible de nuestra relación y convivencia individual, familiar y comunitaria.

Precisamente ese compartir los cuidados, como valor universal, tanto con otros profesionales como con la población en general permite lograr un compromiso colectivo, una corresponsabilidad y una participación activa que resultan fundamentales como respuestas de salud, sin que suponga una renuncia competencial, un intrusismo encubierto o una invasión disciplinar, tal como otras/os profesionales lo identifican con la acción curativa que, además, se encargaron de usurpar de la tradición popular de las comunidades para erigirse como exclusivos protagonistas de la misma, aniquilando cualquier forma de participación en la toma de decisiones sobre sus procesos de salud-enfermedad. En su narcisismo y egocentrismo profesional entendieron que los cuidados no formaban parte de su propiedad y dejaron y propiciaron que siguiesen siendo identificados como una actividad doméstica propia de las mujeres.

Sin embargo, las enfermeras logramos asumir el cuidado profesional como referente de nuestro quehacer y de nuestro valor intangible más allá de los tópicos y estereotipos con los que se nos ha etiquetado como forma de desvalorización de nuestra acción cuidadora diferenciada del cuidado que como personas nos es inherente.

Muchas han sido las enfermeras que han contribuido a que la Enfermería sea una Disciplina Científica que alimenta a los cuidados profesionales de conocimiento y de evidencias que demuestran su aportación singular tanto a la curación como a la promoción, protección y mantenimiento de la salud, como derecho fundamental que permite situar nuestros cuidados al nivel de la dignidad humana.

Así pues, la evolución de la ciencia enfermera y de su acción cuidadora es incuestionable y la incorporación de los estudios de Enfermería en la Universidad fue un punto de inflexión fundamental. A este gran hito, le siguieron otros no menos importantes como la aparición de las primeras Sociedades Científicas Enfermeras como La Asociación de Enfermería Docente (AED), la Asociación Española de Enfermería de Salud Mental (AEESME), la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), o de Revistas Científicas de Enfermería, como ROL de Enfermería en 1977, de Enfermería Clínica en 1991, de Cultura de los Cuidados en 1997, de METAS Enfermería en 1998, de Enfermería Global en 2002, entre otras. Un camino complicado pero lleno de proyectos, ilusiones, metas, compromisos… que se fueron plasmando en todos estos logros y en muchos otros que permitieron visibilizar a las enfermeras y sus cuidados.

Pero la sociedad en la que evoluciona la Enfermería es dinámica, cambiante, diversa… y está muy influida y se deja influenciar por determinados factores que impactan de manera muy significativa, al tiempo que desigual, no tanto en su desarrollo, como en la capacidad de reacción, acción, resiliencia, posición, conciencia, confianza, estímulo, autoestima de las enfermeras… para afrontar los cambios y poder adaptarse a ellos sin perder la esencia de ser y sentirse enfermeras. Como si lo alcanzado ya no admitiese mayor recorrido y ahora tocase vivir de las rentas de lo logrado Como si el movimiento generado para lograr una velocidad que nunca antes se había alcanzado y que permitió llegar a lugares que siempre parecieron inalcanzables, provocase una inercia suficiente para seguir avanzando. Como si ya tuviésemos bastante para situarnos plácidamente en zonas de confort en las que “hibernar”. Como si el esfuerzo nos hubiese generado anemia, astenia e hipotonía científico profesional que afecta a nuestra salud mental disciplinar con estados de bipolaridad inicial que derivan en una profunda depresión de la que parece que ni supiéramos ni quisiéramos salir. Y mientras tanto, todo a nuestro alrededor se va desmoronando sin que parezca impresionarnos lo más mínimo. Dando por natural lo que no lo es. Dando por inevitable lo que es producto de nuestra propia pasividad. Creyendo que nada de lo que pasa nos va a afectar. Asumiendo como propio lo que nos es ajeno y abandonando lo propio al considerarlo ajeno, en un ejercicio de irresponsabilidad disfrazada de falsa competencia desde la que reclamar un reconocimiento que no somos capaces de ejercer ni con nosotras/os mismas/os.

Pero, lo cierto es que todo lo que pasa es una concatenación de factores, consecuencias, respuestas, indicadores de nuestro progresivo derrumbe, disolución, descomposición, que ni tan siquiera nos lleva a una deconstrucción o desmontaje del concepto enfermero o de su construcción intelectual, por medio del análisis, para reconstruir una nueva realidad. Simplemente nos comportamos como espectadores pasivos de un espectáculo dantesco del que parece no queramos darnos cuenta que formamos parte y nos lleva irremediablemente a la desaparición o lo que aún es peor a la indiferencia, inconsistencia, insensatez, insipidez de nuestra presencia y esencia.

La disolución de Sociedades Científicas que debilitan el tejido científico que otorga madurez a una disciplina. La falta de interés por un desarrollo científico profesional de los cuidados y la fascinación por la técnica, la tecnología y la enfermedad, que desembocan en una deshumanización de la atención y en una cosificación de las personas al priorizar el “cuidado” de sus enfermedades en lugar de cuidar de sus necesidades. La ausencia de interés, curiosidad o innovación científicos, con un abandono progresivo del análisis y la lectura crítica y científica, junto a la desmedida producción científica con interés exclusivamente curricular, que la convierte en improductiva, contribuyendo a alimentar los fondos buitre que acechan y devoran todo lo que no les interesa o molesta para fortalecer su negocio, abocando, a nuestras publicaciones científicas a su desaparición[2], [3]. La fascinación por un ámbito anglosajón que domina y doma en relación inversa a la desconsideración e indiferencia hacia el contexto ibero-latinoamericano que, sin embrago, está siendo capaz de fortalecer e impulsar revistas científicas cada vez más potentes y apoyadas por sus universidades, al contrario de lo que aquí sucede al dedicarse éstas a apoyar y financiar a las grandes multinacionales del negocio del conocimiento. La indiferencia a los desmanes de quienes teóricamente nos representan, naturalizando sus actitudes o, lo que es peor, dándoles validez[4]. La pérdida progresiva de asistencia a actividades científicas como si ya se tuviese un depósito de conocimiento lleno a perpetuidad o no se tuviese nada importante que compartir o debatir. El continúo y paulatino deterioro de los planes de estudio de grado y posgrado y de los programas de formación especializada producto del abandono del paradigma enfermero para situarse en el más cómodo y subsidiario paradigma médico[5],[6]. La falta de interés por las respuestas humanas que nos aboca a una sistematización, protocolización, estandarización… de unos cuidados que no son capaces de cuidar profesionalmente. La dejación institucional permanente hacia el cuidado que deshumaniza el sistema y la atención prestada, tal como demuestra la parálisis a la que se somete la necesaria estrategia de cuidados[7] (Figura 1). 

 

Un cuidado cada vez más deteriorado, denostado, comercializado, desnaturalizado, producto de la falta de identidad enfermera, de la ausencia de orgullo de pertenencia, de la renuncia a lo que se es sin saber lo que es ni significa. Un cuidado que nunca va dejar de ser necesario, pero que puede y lamentablemente ya está siendo objeto de renuncia, olvido, intrascendencia… por parte de quienes precisamente deberían defenderlos como símbolo de lo que es y significa ser enfermera.

Por lo tanto, sino somos capaces de cuidar de los cuidados profesionales y por derivación de la Enfermería que le tiene que dotar de conocimiento científico, ¿cómo pretendemos cuidar profesionalmente? y lo que aún es más grave, ¿cómo creemos que puede reconocerse nuestra aportación específica enfermera?

A este ritmo no transcurrirán muchos años para que deje de identificarse como referencia de los cuidados a las enfermeras. Porque sino somos capaces de remediarlo, nos veremos abocadas a un oficio de ayuda técnico sanitaria, que con tanto trabajo, esfuerzo y dedicación se logró revocar y abandonar para recuperar una identidad que parecemos empeñadas en que se diluya por lisis de interés.

¿Cuántas referencias más vamos a dejar que desaparezcan sin tan siquiera pestañear? ¿Cuántos agravios vamos a seguir permitiendo con absoluta naturalidad? ¿A cuántos mediocres vamos a dejar que continúen representándonos? ¿Cuántas pérdidas estamos dispuestas/os a soportar como sino fuesen con nosotras/os? Y todo con una insensibilización absoluta de la que está ausente el duelo, como signo de dolor por lo perdido.

Nos hemos quedado sin ROL y sin METAS algo muy significativo que va mucho más allá de la cabecera de las revistas desaparecidas y que parece un aviso claro de hacia dónde nos dirigimos. Con lo mucho, habitual e innecesariamente que lloramos y ahora que llorar haría menos profundo el duelo nos quedamos sin lágrimas.

De nosotras/os y solo de nosotras/os depende que podamos revertir la curva descendente que nos lleva irremediablemente a la más absoluta indiferencia profesional, científica, social…

Nosotras/os y solamente nosotras/os seremos responsables de que el cuidado profesional enfermero siga siendo o no parte de nuestro ADN. Y si lo perdemos ya no podremos ser identificadas, ni reconocidas, acabaremos en la fosa del olvido.

 

[1]Militar y político francés de origen italiano nacido en Córcega que saltó a la fama durante la Revolución francesa (1769 – 1821).

[2] http://efyc.jrmartinezriera.com/2023/12/06/revista-rol-de-enfermeria-principio-y-fin/

[3] https://www.enfermeria21.com/diario-dicen/cierre-revista-metas-de-enfermeria/

[4] https://www.elnortedecastilla.es/valladolid/juzgado-ordena-investigar-finanzas-presidente-nacional-enfermeria-20240215193235-nt.html

[5] https://www.diariomedico.com/enfermeria/enfermero-joven/eir/ccoo-propone-dividir-especialidad-enfermeria-medico-quirurgica-favorecer-desarrollo.html

[6] https://es.linkedin.com/jobs/view/enfermera-tenerife-at-hospitales-parque-3788135325

[7] https://www.instagram.com/reel/C3VFeGmo7QQ/?igsh=MWk0enQ0eGN3b3RpYg==

EL VALOR DE LOS CUIDADOS ¿Vocación o convicción?

                                                                                   A quienes tienen la capacidad y la voluntad de generar y transmitir lo que es y significa ser enfermera.

 

                                                                                             «No puedo hacer todo, pero puedo hacer algo. No debo dejar de hacer el algo que puedo hacer»

Helen Keller[1]

 

Siempre se ha relacionado a Enfermería y al ser enfermera con la vocación. Vocación que según la RAE en su tercera acepción hace referencia a la “inclinación a un estado, una profesión o una carrera”, pero cuya primera entrada es definida como la “inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión”.

La vocación, es cierto, no tan solo se relaciona con el hecho de estudiar enfermería y ser enfermera. A otras profesiones también se las asocia con la vocación como principal justificación o inclinación a la elección de las mismas. Incluso ahora hay quienes pretenden normativizar la vocación, como si se tratase de una habilidad más, con la pretensión de generar la adherencia de los médicos a la Atención Primaria y a la gestión sanitaria[2]. Pero el problema no es de vocación, es de identificación. No se identifican, mayoritariamente, con la Atención Primaria, ni con la salud, ni con la atención comunitaria… aunque no lo quieran reconocer con tal de no perder “territorio”.

Enfermería ha estado ligada durante gran parte de su historia a una vocación íntimamente relacionada con la religión. En una relación de advocación y de servicio a la llamada divina. Entre otras cosas porque la formación de Enfermería estuvo durante muchas épocas en el seno de órdenes religiosas, tanto masculinas como femeninas, aunque no siempre coincidiendo temporalmente. Esta circunstancia, sin duda, incorporó una impronta de servicio y docilidad no tanto a Dios, que también, como a quienes decidieron suplantar su figura y con ella establecer la obligación de las enfermeras a serles fieles, dóciles y obedientes servidoras. Y digo servidoras porque la vinculación de la Enfermería al género femenino determinó o aumentó la condición de vocación de servicio y obediencia a través de unos cuidados que, quienes asumieron el protagonismo único de la salud, se encargaron de presentar como una bendición divina desprovista de cualquier contenido o relación científica. Cuidados que debían responder tan solo a la simpatía, la resignación y la compasión, como valores propios de la mujer al servicio de la nueva divinidad. Todo ello como respuesta a la vocación y advocación entendida esta última como la “tutela, protección o patrocinio de la divinidad”. Y para asentar esa visión próxima a la divinidad es por lo que se denomina a las enfermeras como ángeles que, en diversas religiones monoteístas, son espíritus celestes creados por Dios para su ministerio, en un nuevo y nada benéfico ni inocente intento por determinar la imagen estereotipada de las enfermeras y su forzada vocación ligada a esa nueva divinidad sanitaria.

Si bien es cierto que la evolución de Enfermería ligada, no lo olvidemos, a la del rol asignado socialmente a las mujeres, fue desprendiéndose de su relación con la religión y, como consecuencia de ello, de una visión de la vocación menos idílica y divina, no es menos cierto que su mención como respuesta a la elección de ser enfermera sigue siendo el recurso más habitual para salir del paso o como la mejor forma de quedar bien ante la ausencia de otras respuestas menos convencionales y más sinceras.

La verdad es que nunca identifiqué mi elección profesional con una relación vocacional. No tenía referentes en mi entorno próximo que hubiesen podido despertar en mí la citada vocación. No existía tampoco un especial interés por el ambiente sanitario ni por esa inclinación de ayuda a los demás que también suele ser respuesta habitual en quienes son preguntados. Ni conocía realmente, como una gran mayoría de la sociedad de aquellos años, lo que era y hacía una enfermera más allá de ser acompañante fiel del médico. Entre otras cosas porque ya se encargaron de que no se supiese al enmascararlo con el acrónimo de ATS que determinaba de manera mucho más explícita lo que era y se esperaba de dichas/os profesionales, es decir, ayudar y obedecer en tareas técnicas de la sanidad. De tal manera que durante mucho tiempo tuve la sensación de que mi elección había sido producto, bien de la casualidad o de la indecisión o bien la mejor manera para lograr un trabajo fácil en un tiempo relativamente corto o servir como puente para “miras” más elevadas como estudiar Medicina, que esta sí, era una referencia de deseo familiar.

Era una sensación que me hacía sentir raro por cuanto parecía que si no se tenía vocación no se entendía la elección.

Por otra parte, el momento en que estudié ATS no favorecía precisamente ningún tipo de reflexión que me hiciese pensar en una elección por convicción. Estudiaba en un ambiente exclusivamente masculino, como había hecho a lo largo de todos mis estudios previos, y la identificación de Enfermería no existió hasta bastante tiempo después. Teniendo, por otra parte, una percepción del trabajo de ATS muy determinada por cuestión de género. Según la cual, no era lo mismo un ATS masculino que una femenina. Más aun teniendo en cuenta que a estas últimas, se les denominaba enfermeras como si fuesen otra profesión diferente a la que yo elegí y con la que no me sentía identificado.

¿Qué pudo determinar pues mi decisión? Eso me lo pregunté justamente cuando descubrí que la verdadera identidad, aunque grotescamente maquillada, de aquello que había estudiado, ATS, era realmente Enfermería. Una identidad que rechacé inicialmente por mi condición masculina al considerar que aceptarla ponía en cuestión mi masculinidad.

La ausencia de referentes comentada anteriormente, tuvo su fin cuando conocí a la que sería mi primer referente. Una enfermera, Esperanza Delgado Calvo, que me descubrió lo que era y significaba la Enfermería y ser y sentirse enfermera. He de reconocer que al principio me costó entenderlo y más aún asumirlo. Pero su descubrimiento supuso una transformación que se mantuvo durante varios años posteriores hasta que asimilé totalmente mi nueva identidad y sentimiento de pertenencia.

Logrado esto reflexioné sobre la posibilidad de que hubiesen existido otros factores los que determinaran mi elección, al resistirme a creer que tan solo fuese producto de la casualidad o de la oportunidad.

En esa búsqueda retrospectiva descubrí la que entendí y sigo entendiendo como causa de mi elección y convicción, aunque no fuese consciente de ella hasta bastante tiempo después.

Crecí en un ambiente familiar en el que se reproducían claramente los roles de género que marcaba la sociedad por imperativo de una dictadura política que se transmitían en todas y cada una de las conductas, normas, valores, comportamientos… que imprimían una educación condicionada por mi género y lo que el misma significaba en cuanto a lo que debía asumir y debía rechazar para formarme como hombre.

Pero en este ambiente de réplica social normalizada, había una figura que, si bien no identifiqué como concluyente en mi infancia, más allá de la relación de cariño hacia ella, fue determinante en el futuro a pesar de su prematura muerte. Mi yaya, como llamamos a las abuelas en mi tierra, resultó ser la persona que, estoy convencido, determinó, no sé bien de qué manera, mi elección profesional muchos años después.

¿Y por qué llegué a esa conclusión? Voy a tratar de verbalizar lo que durante tanto tiempo no logré identificar y que sin embargo estoy convencido supuso tan importante cambio en mi desarrollo profesional, pero también personal.

Mi yaya, para empezar, era en aquel entonces una mujer que no encajaba en su tiempo. Y no lo hacía porque, entre otras muchas cosas era dueña de su vida y sus decisiones y no se dejaba intimidar por las circunstancias ni por nadie. Tomaba sus propias decisiones de manera absolutamente autónoma asumiendo las consecuencias de las mismas con absoluta determinación, lo que le dotaba de algo que posteriormente cobró mucho significado para mí, responsabilidad, entendida esta como la capacidad de tomar decisiones y asumir los riesgos derivados de ello.

Entre esas decisiones estuvo la de no aguantar a un hombre que le engañaba y que no le aportaba nada y por tanto lo tiró de casa, literal, a pesar de tener dos hijos de corta edad a los que cuidar. Esa decisión le supuso replantear su vida para poder ganarse la vida. Abandonó su condición de ama de casa para montar negocios o hacer lo que en aquel entonces se conocía como estraperlo. Iba a Andorra a comprar productos que después revendía. Esa condición de “contrabandista” me salvó la vida cuando yo tenía tres años y enfermé de tifus. El antibiótico necesario para mi tratamiento no se vendía en España y ella lo trajo de contrabando, salvándome la vida.

Era una mujer decidida, valiente, innovadora, creadora… que no encajaba en su tiempo ni en su entorno. Mi madre, de hecho, era muchísimo más conservadora y convencional que ella, hasta el punto de no entender a su madre, mi yaya.

Mi relación con ella era muy intensa. Teníamos una complicidad absoluta a pesar de mi corta edad. Y digo que era muy intensa porque aún hoy la recuerdo de manera muy vívida y con mucha emoción. Teníamos un vínculo que nos unía de manera muy estrecha y especial.

Fueron 9 años maravillosos en los que disfrutamos el uno de la otra y viceversa. Pero el cáncer decidió poner fin a nuestra relación de manera absolutamente prematura, violenta y abrupta. Mis recuerdos de ella consumiéndose en la cama no me hacen olvidar su fuerza, energía, coraje, ni su determinación a seguir aferrada a la vida.

No tuve ocasión de despedirme de ella. Mi madre, mis padres, decidieron que me protegían más si estaba ausente durante sus últimos días de vida y me dejaron en casa de una vecina. Cuando regresé a casa, entré corriendo sin saludar a nadie, para ir a la habitación donde estaba mi yaya. La visión de un colchón desnudo y enrollado sobre el somier me golpeó con tanta fuerza como dolor. Supe en ese mismo instante que ella se había ido sin que yo no me pudiese despedir de quien más quería. Nunca entendí que me apartasen de su lado y no me dejasen decirle adiós, por mucho que lo hiciesen con la mejor de las intenciones cumpliendo una nueva convención de la época como era la de ocultar la muerte en una, tan hipotética como evidente, falsa protección.

Evidentemente el tiempo transcurrió y todo volvió a esa anodina normalidad en la que añoraba la espontaneidad, alegría y empatía, de mi yaya, cuyo recuerdo nunca me abandonaría.

Y ese recuerdo precisamente fue el que afloró y me dio explicación tiempo después de por qué había elegido ser lo que inicialmente no supe que sería, enfermera.

Un recuerdo que me permitió identificar la fuerza de una mujer y como el cuidado podía ser prestado desde la determinación y la autonomía y no tan solo por convención social, condición de género o por imperativo laboral.

Un recuerdo que me enseñó cómo se podían tomar decisiones asumiendo la responsabilidad de las mismas a pesar de las normas establecidas.

Un recuerdo que me hizo recuperar la imagen de una mujer valiente y fuerte consumida por la enfermedad sin que la misma y sus consecuencias le hiciesen perder la sonrisa y las ganas de hablar conmigo mientras me acariciaba con sus huesudas manos de las que salían tubos conectados a unas botellas colgadas de un perchero atado a la cabecera de la cama que, en aquellos momentos, no supe, o no quise, identificar con un final cercano.

Un recuerdo que dejó marcado en mí el valor del cuidado, la fuerza de una mujer y la humanidad que desprendía. Al tiempo que me transmitía la necesidad de mantener la firmeza en defensa de tus convicciones y tu identidad.

Mi yaya Ana, fue para mí lo que otros llaman vocación. Ella sin decírmelo expresamente me lo transmitió. El cómo esa señal pudo determinar mi decisión es algo que no soy capaz de explicar, pero conociéndola no tengo dudas de que algo haría para que se concretase. Cuando estoy en el límite de mi vida profesional puedo decir, ahora sí, sin miedo a equivocarme que sé el por qué quise ser, sin saberlo, enfermera. Y ahora sé por qué esa decisión determinó que mi sentimiento fuese cada vez más fuerte y estuviese más firmemente consolidado. Ahora sé y entiendo porque quiero ser conocido y reconocido como ENFERMERA.

La ciencia no siempre tiene respuestas para todo, pero los vínculos del cuidado sin duda sí.

Gracias yaya por hacerme sentir tan orgulloso de ser lo que soy y de poder descubrir y compartir que fue gracias a ti. Fuiste una mujer ejemplar y luchadora, el mejor ejemplo que pude tener. Tú me enseñaste a no rendirme nunca, de igual forma que tú nunca lo hiciste, aunque la muerte que te arrebató de mi lado así lo creyese.

Y por eso, ahora más que nunca, cobra mayor sentido el poema de John Donne[3] “Muerte, no te enorgullezcas”. Porque el recuerdo de mi yaya ha logrado superar con mucho el dolor de su muerte.

Muerte, no te enorgullezcas, aunque algunos te hayan llamado

poderosa y terrible, no lo eres;

porque aquellos a quienes crees poder derribar

no mueren, pobre Muerte; y tampoco puedes matarme a mí.

El reposo y el sueño, que podrían ser casi tu imagen,

brindan placer, y mayor placer debe provenir de ti,

y nuestros mejores hombres se van pronto contigo,

¡descanso de sus huesos y liberación de sus almas!

Eres esclava del destino, del azar, de los reyes y de los desesperados,

y moras con el veneno, la guerra y la enfermedad;

y la amapola o los hechizos pueden adormecernos tan bien

como tu golpe y mejor aún. ¿Por qué te muestras tan engreída, entonces?

Después de un breve sueño, despertaremos eternamente

y la Muerte ya no existirá. ¡Muerte, tú morirás!

[1]Escritora, oradora y activista política sordociega estadounidense (1880 – 1968).

[2] https://www.redaccionmedica.com/secciones/parlamentarios/el-congreso-marcara-el-paso-de-la-prueba-de-vocacion-para-estudiar-medicina-7635

[3] Fue el más importante poeta metafísico inglés de las épocas de la reina Isabel I (1572 – 1631)

ENTROPÍA PROFESIONAL Los dioses sanitaristas

                           “El pueblo, en todas partes, rebaja a sus deidades hasta su propio nivel y las considera meramente como una especie de criaturas humanas, algo más inteligentes».

David Hume[1]

 

Últimamente están produciéndose una serie de declaraciones, aseveraciones e incluso acusaciones, por parte de representantes de determinadas organizaciones médicas o de médicos a título personal, en un claro y nada disimulado intento, por posicionar a los médicos como exclusivos protagonistas, decisores, interlocutores… de la sanidad[2],[3].

La verdad es que los mensajes que se trasladan a la opinión pública, principal destinataria de los mismos aunque se quieran disfrazar de discursos profesionales, tienen la clara intención de recuperar la, según sus autoras/es, posición de poder y representación que consideran han perdido y, lo que es peor, están convencidos les corresponde en exclusividad: El contenido de los mensajes es tan demagógico, falto de rigor, excluyente, autoritario, torpe y mezquino, que por sí mismo queda descalificado y al contrario califica a quienes lo emiten. Por lo tanto, su impacto debiera ser residual y provocar como máximo tristeza por lo que supone de degradante para una profesión como la médica que debiera ocuparse de otros menesteres o defensas más científicos y centrados en su valiosa aportación profesional que, por sí misma, no precisa del victimismo con que se acompañan o de ataques injustificados a fantasmas que tan solo ellos ven y que intentan que el resto, no solo veamos también, sino que además los identifiquemos como una amenaza que va más allá de su pueril ensoñación megalómana. Tristeza que incluso puede llegar a provocar una sonrisa por lo ridículo de su argumento y la teatralidad que le acompaña, que no pasa de ser una dramaturgia simplista.

Estas actitudes, por otra parte, creíamos que ya estaban superadas y formaban parte de un pasado que antojábamos olvidado. Por lo que podrían incorporarse en la categoría de anécdotas sin mayor evidencia que la ocurrencia de quienes las trasladan utilizando los medios de comunicación como forma de amplificación de su falacia.

Sin embrago, surgen al amparo de las nuevas tendencias de confusión, negacionismo, tradicionalismo, histrionismo, adulteración de la verdad… que de manera rancia y reaccionaria están utilizando determinadas fuerzas políticas para captar la atención y, sobre todo, el voto de una parte importante de la población que identifica estos mensajes como una forma válida de contestación a su descontento y de contención hacia quienes consideran, sin mayores argumentos que el seguidismo a tales proclamas, los culpables de cualquier mal, desde la amnistía hasta la sequía. Surgiendo mesiánicos personajes cuyo único mérito es el de ser médicos sin que se les conozca ni reconozca aportación ni méritos relevantes que avalen su verborrea doctrinal. Y aquí es donde, desde mi punto de vista, radica el peligro. No por lo que dicen, sino por el contexto de irracionalidad social en el que lo dicen, facilitando que se asuma como cierto lo que es tan solo una patraña en busca de la notoriedad que son incapaces de lograr como profesionales. Con la particularidad de que dichos mensajes, exclusivamente de conveniencia, son aplaudidos, asumidos y defendidos por quienes precisamente, desde los posicionamientos políticos referidos, han creado el caldo de cultivo propicio para que germinen. De tal manera que se retroalimentan mutuamente.

Por otra parte, y no menos preocupante es la pasividad que en forma de silencio, en el mejor de los casos, asume el colectivo médico en su conjunto. Lo que no deja de ser una forma de apoyo por omisión que contribuye a que los mensajes reaccionarios sean considerados como argumentos ciertos y plausibles.

Confundir la loable defensa de la identidad profesional y su proyección social con la utilización de estrategias más propias del ámbito de defensa territorial callejero, no es precisamente lo más acertado, necesario y conveniente, aunque en primera instancia y a corto plazo pueda parecer e incluso resultar eficaz. Eficacia que es efímera y contraproducente. No tan solo para el colectivo al que, en teoría, parece quieren armar y defender, sino para el Sistema de Salud en el que se integran y para la propia sociedad que más allá de la hipnosis o encantamiento en la que pueden caer con tales hechizos verbales, acaba por reconocer la realidad y poner a cada cual en su sitio. Pero hasta que esto sucede, el daño que se provoca a todas las partes es muy importante.

Finalmente, y tal como dijera Aristóteles[4] “Aquel que no puede vivir en sociedad y que en medio de su independencia no tiene necesidades, no puede ser nunca miembro del Estado; es un bruto o un dios.”

Llegados a este punto quisiera hacer referencia al término entropía, definido como la magnitud física que permite determinar la parte de la energía que no puede utilizarse para producir trabajo y está ligada con el grado de desorden de un sistema. Porque considero que precisamente esto es lo que está sucediendo. Es decir, estamos ante un claro ejemplo de entropía profesional.

Cuando la magnitud de energía de la aportación médica es utilizada, no para producir trabajo y como consecuencia del mismo, resultados que contribuyan a la salud de la población que, por otra parte, es lo que se espera y desea. Sino para generar confusión con el único objetivo de lograr un protagonismo exclusivo y excluyente, que conduce al desorden del sistema del que forman parte de manera conjunta con otros agentes a quienes, precisamente, tratan de anular haciéndolos subsidiarios de su impuesta autoridad y poder, estamos ante un claro y manifiesto ejemplo de entropía profesional.

Pero en la entropía, pasa algo similar a lo planteado por Khun[5] cuando argumentaba que el movimiento de la ciencia es un movimiento basado en rupturas y discontinuidades en donde el concepto de paradigma tiene un valor central[6]. En la entropía por su parte, el desorden no siempre es negativo y puede generar un nuevo equilibrio. Pero para ello hace falta que las partes que componen el sistema, en el caso que nos ocupa el Sistema Sanitario, se encuentren igualadas o equilibradas. Así pues el problema no es que exista un efecto de entropía, sino que del mismo pueda derivarse una nueva situación que realmente mejore la de partida. Pero hay quienes están empeñados en que con el desorden y el caos que provocan prevalezca una única figura profesional como hipotética referencia de culto y obediencia tanto por parte de la población a la que se debe como de quienes, muy a su pesar, son agentes de salud fundamentales de un equilibrio tan necesario como imprescindible en el Sistema Sanitario, a través del trabajo transdisciplinar y no a través de la imposición irracional y trasnochada que quieren aplicar.

El narcisismo, la autocracia, el egocentrismo, la megalomanía, la teocracia, el absolutismo, el negacionismo, el despotismo, el individualismo, el hedonismo… como elementos de caracterización y reconocimiento profesional, no es un buen camino para lograr que la salud de las personas, las familias y la comunidad pueda mejorar. Tan solo desde el respeto, la libertad, la participación, la diversidad, la complementariedad, la igualdad, la idoneidad, la capacidad, el mérito, la competencia… de y entre todas las partes se logrará tanto la identidad de cada una de ellas, como la capacidad de ser reconocidas y respetadas por lo que hacen y aportan y no por la imposición intransigente a hacerlo. Pretender disfrazar la supremacía disciplinar como ciencia es similar al intento de disfrazar las supersticiones de religión. Y tanto el respeto como la fe se logran por otros caminos diferentes a los de la anulación de otras profesiones o la aniquilación de otras creencias.

Mirar hacia otro lado, bien por considerar que no va con ellos o para disimular una conformidad incómoda pero cierta, no puede ser en ningún caso admisible por parte de quienes son miembros del colectivo que pretende la imposición irracional. No basta con no verbalizar lo que otros hacen. Hay que rechazarlo expresamente, con el fin de salvaguardar un equilibrio disciplinar que redunde en beneficio de la comunidad. Lo contrario les sitúa en idéntica posición a la de los charlatanes. Como aliados oportunistas para perpetuar la acción reaccionaria. Seguir en la creencia de la inmortalidad disciplinar por el simple hecho de ser miembro de dicha disciplina es tan simplista como patético. Porque finalmente la mortalidad les alcanza como lo hace con cualquiera por mucho que se empeñen en hacer creer o creerse que cuentan con la piedra filosofal que les protege de la misma. Cuanto antes se den cuenta quienes actúan desde la pasividad de que las posturas de deidad trasladadas por unos pocos no benefician al conjunto del colectivo médico y lo hagan patente descalificando sus discursos propagandísticos, antes se logrará el equilibrio producto de una entropía que deje de utilizar la energía en batallas sin sentido y procure el cambio necesario desde el entendimiento a través de la reflexión y el debate científico, razonado y civilizado.

El tiempo de los dioses del Olimpo que asumieron el poder e impusieron su orden es parte de una mitología que en ningún caso es reproducible por tentador que para algunos resulte, en base, posiblemente, a lo que planteaba Nietzsche[7] cuando hablaba del pueblo griego y decía que “El griego conoció y sintió los horrores y espantos de la existencia: Para poder vivir tuvo que colocar delante de ellos la resplandeciente criatura onírica de los olímpicos.”

La salud es demasiado importante y la ciudadanía que tiene derecho a la misma merece el máximo respeto. Por ello, cuantos de una u otra forma tenemos la capacidad y la competencia para actuar de manera profesional y responsable con el fin de que disfruten de ella en las mejores condiciones posibles, debemos rechazar la tentación de jugar con la salud como arma arrojadiza o como escudo protector para alcanzar un poder que tan solo puede residir en quienes son depositarios de la misma, las personas, las familias y la comunidad.

Desde hipotéticos y falsos altares tan solo se arenga, proclama, amenaza, infunde temor o castiga, al creerse en posesión de una autoridad auto otorgada y proclamada, pero no identificada ni respetada, que no contribuye a la confianza que se precisa para construir contextos de salud desde la participación de todas/os.

Es cierto que no merece la pena perder el tiempo en contestar discursos que no tienen fundamento ninguno, porque es tanto como darle una categoría de importancia que no tienen. Pero tampoco podemos caer en el error de pensar que se trata tan solo de exaltados aislados sin capacidad de proyección e influencia en un momento en el que la sociedad o una parte importante de ella sigue los mensajes mesiánicos de dichos predicadores con resultados muy inciertos o, terriblemente ciertos.

Todas/os tenemos la responsabilidad de contrarrestar estas tendencias desde la racionalidad de la comunicación, el diálogo y el consenso. Profesionales, políticos y ciudadanía debemos generar un frente común de racionalidad que contenga las arengas triunfalistas y/o derrotistas, según los casos, que tan solo buscan la desestabilización que alimenta su supuesta y falsa autoridad para mantener modelos sanitarios como nichos ecológicos de su actividad y proyección.

No deja de ser paradójico que en un país en el que su constitución lo proclama como estado aconfesional surjan personajes tratando de instaurar un nuevo orden de fe que sea asumido por toda la ciudadanía desde su particular Iglesia Sanitarista. Dios nos pille confesados…

[1]  Filósofo, historiador, economista y ensayista escocés (1711 – 1776).

[2] https://www.simpa.es/carta-abierta-a-la-ministra-sobre-el-a1-no-podemos-ni-queremos-ser-arquitectos/ 

[3]  https://www.medicosypacientes.com/articulo/dr-ignacio-guerrero-no-podemos-seguir-sin-un-estatuto-del-medico-que-nos-reconozca-como-unica-autoridad-en-el-sistema-nacional-de-salud/

[4] Filósofo, polímata y científico griego nacido en la ciudad de Estagira, al norte de la Antigua Grecia.

[5]  Físico, filósofo de la ciencia e historiador estadounidense (384 aC – 332 aC)

[6] https://filco.es/paradigma-kuhn-nueva-forma-entender-ciencia/

[7] Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán, cuya obra ha ejercido una profunda influencia en el pensamiento mundial contemporáneo y en la cultura occidental (1844 – 1900)

A PROPÓSITO DEL HONORIS CAUSA Morir de exito

«La vida debe ser comprendida hacia detrás, pero debe ser vivida hacia delante».

Søren Kierkegaard[1]

 

El pasado día 25 de enero tuvo lugar la investidura como Doctora Honoris Causa por la Universidad de Alicante de Mª Paz Mompart García.

Sin duda un hito importante y trascendente por cuanto es la tercera enfermera española que es investida como tal en toda la historia de la Enfermería, tras las de Rosa Mª Alberdi y Mª Teresa Moreno por las Universidades de Murcia y Huelva respectivamente. Previamente, es cierto, habían sido investidas diferentes enfermeras anglosajonas.

La investidura de la ya Doctora Mompart, suscitó un gran interés y logró reunir en el acto de su reconocimiento a un gran número de enfermeras de todo el país. Este hecho, sin duda, puede ser entendido no tan solo como una muestra del cariño que hacia la Dra. Mompart se tiene por parte de quienes acudieron al acto, sino también por la admiración reconocida a su figura y, sobre todo, a su aportación al desarrollo de la Enfermería española e iberoamericana. No cabe duda de que así fue en vista del gran número de enfermeras que asistieron presencialmente y de las que lo hicieron desde la distancia con idéntico cariño e igual admiración. Así pues, podemos determinar sin ningún lugar a dudas que estamos ante una líder y referente indiscutible de la Enfermería Iberoamericana.

Sin embargo y a pesar de estas evidentes muestras existen elementos sobre los que quiero reflexionar por considerar que son importantes y sin que ello reste el más mínimo mérito, brillantez y trascendencia a su investidura.

Como decía, fueron muchas las enfermeras que se unieron a la celebración de su investidura por lo que significa, tanto para Mª Paz Mompart como merecido reconocimiento a su trayectoria profesional, como por lo que la misma representa para la profesión/disciplinba/ciencia enfermera en cuanto a visibilización y valoración en la universidad específicamente. Y también para la sociedad dado que su impacto se traduce en un evidente beneficio en la salud de las personas, las familias y la comunidad como consecuencia directa de lo logrado con su liderazgo. Pero más allá de la importancia de quienes asistieron, sobre lo que quiero centrar mi reflexión es sobre quienes no lo hicieron. No es mi intención distinguir como buenas enfermeras a quienes asistieron o mostraron su apoyo y como malas enfermeras a quienes no lo hicieron. Sería no tan solo muy pueril sino absolutamente absurdo pretenderlo.

Pero hay ausencias, olvidos, indiferencias, que no tan solo son incomprensibles, sino que son totalmente injustificables en unos casos y preocupantes en otros.

La Doctora Mompart en su discurso de investidura agradecía “a quienes, desde la amistad y el entendimiento, me han ayudado a avanzar en los diferentes ámbitos en los que me he movido y trabajado. También aquellos que no me han distinguido con su amistad, sino todo lo contrario, han sido acicates para mi progreso personal y profesional”. Constatando que nadie puede pretender la unanimidad en cuanto a admiración e incluso reconocimiento. Pero coincidiendo en este hecho y más allá de los motivos que cada cual pueda tener para generar filias o fobias, hay personas que, por la condición de máximos representantes, en este caso de la profesión enfermera, no deberían anteponer sus fobias a su responsabilidad como tales. Porque quien asume dicha responsabilidad lo hace para representar a todas las enfermeras y no tan solo a las que identifica como “amigas” generando respuestas diferentes con aquellas a las que cataloga como “enemigas”. Dicha actitud significa una irresponsabilidad y posiciona a quienes la adoptan como hooligans que responden a pasiones viscerales en lugar de hacerlo a hechos racionales y a coherencia institucional.

Las diferencias de pensamiento, criterio o posicionamiento no deberían ser nunca escusa para el rechazo, la censura o la discriminación de quienes tienen la obligación de representar a todas las enfermeras.

Y esto precisamente es lo que hicieron los máximos representantes de las enfermeras, del Consejo General de Enfermería, con su actitud cobarde, incomprensible e inadmisible. No tan solo no se dignaron a asistir al acto al que se les invitó formalmente por parte de la universidad, sino que ni tan siquiera excusaron su ausencia, ni tuvieron la dignidad de remitir una formal y protocolaria, carta de felicitación con la que cumplir con su obligación institucional.

Ante esta actitud, todas las enfermeras, deberíamos plantearnos si son estos representantes los que se merece la profesión. Más allá de la simpatía o animadversión que puedan generar las personas que asumen el cargo tras la elección de las mismas, por lo que deberían ser valoradas es por su acción de representación y reconocimiento hacia todas las enfermeras, con independencia de preferencias que provoquen discriminación.

¿Alguien podría entender que tras la concesión de un Premio Nobel el/la Presidente/a del Gobierno, como representante máximo de todo un país, no se dignase tan siquiera a felicitar a quien lo recibe por el simple hecho de no contar con su simpatía o por ser contrario a su pensamiento político? Porque esto es lo que se ha hecho por parte del Presidente del Consejo General de Enfermería y de todo su equipo. Esta es la persona, la enfermera que, en teoría, representa a todas las enfermeras españolas. Quien se permite el lujo de ignorar un hecho tan relevante como significativo para la Enfermería y todas las enfermeras como es el de que una universidad española incorpore a una enfermera como Doctora Honoris Causa, que es el mayor reconocimiento académico que se realiza en cualquier universidad, tanto a nivel nacional como internacional. Una ignorancia que representa una absoluta falta de respeto hacia quien recibe el reconocimiento y hacia la institución que lo otorga. Una ignorancia que supone una falta de respeto a lo que significa dicho reconocimiento para la Enfermería y las enfermeras. Una ignorancia que ejemplifica el dicho de que “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”, pero que también se traduce en lo recogido en el evangelio según San Mateo 7:15-20 “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis”. Y eso precisamente es lo que las enfermeras deberíamos hacer, guardarnos de quienes no tan solo no nos representan, sino que tampoco nos defienden. Debemos dejar de asumir como natural lo que es antinatural, como normal lo que es inconcebible, como irrelevante lo que es trascendente, como inevitable lo que es reversible, como asumible lo que es rechazable. Las enfermeras no podemos quedarnos impasibles ante este tipo de actitudes. De nosotras, y nuestra implicación, depende que quienes nos representan en las organizaciones enfermeras sean dignos representantes a los que respetar, más allá de asumir su presencia por el exclusivo hecho de ostentar un cargo.

Pero, hay otro hecho que me llamó poderosamente la atención y que también merece mi reflexión. Si bien es cierto que la respuesta de asistencia y adhesión fue muy importante valorada de manera general, no es menos cierto que si la analizamos teniendo en cuenta la edad de quienes asistieron identificamos que la media de la misma, aunque tan solo hecha de manera aproximada, no baja seguro de los 50 años siendo muy generoso. No es que tenga absolutamente nada que reprochar a quienes asistieron o se adhirieron por razón de su edad. Sería absurdo. Pero sí que tengo algo que reprochar a quienes siendo más jóvenes no lo hicieron y a quienes no fuimos capaces de movilizarlos o sensibilizarlos para que lo hiciesen.

Porque, desde mi particular punto de vista, la ausencia en la identificación de referentes en la Enfermería española es preocupante y se traduce o se hace patente en actos como el que estoy comentando.

Es cierto que la figura de Mª Paz Mompart y su aportación al desarrollo de la Enfermería con la incorporación de sus estudios en la universidad en el año 1977, es reconocible y por lo tanto valorado en su justa medida por quienes nos situamos en esa media de edad. Pero no es menos cierto que precisamente quienes lo valoramos deberíamos reflexionar sobre qué estamos haciendo y cómo estamos actuando para que su proyección se limite a ese espacio temporal y no sea conocido y por tanto reconocido por quienes, por ejemplo, ahora mismo están estudiando el Grado de Enfermería en la Universidad. Porque no podemos seguir pensando que es normal que dichas/os estudiantes no sepan que, si hoy tienen la posibilidad de estudiar en la Universidad, de poder acceder a un máster o una especialidad o alcanzar el grado de doctorado, es precisamente gracias al liderazgo que en su día tuvo Mª Paz Mompart y el compromiso, implicación y trabajo de otras muchas enfermeras para lograr que esto sea una realidad. Que las futuras enfermeras crean que lo que hoy es una realidad, su realidad, es algo que responde tan solo a la regulación de los estudios en la Universidad sin tener en cuenta lo que aconteció para conseguirlo, es un hecho que debiera preocuparnos. Porque no dar a conocer y valorar lo que supuso lograrlo y a quiénes lo consiguieron hacer realidad es contribuir a la indiferencia y a la ignorancia de nuestras/os referentes profesionales/disciplinares, como si todo fuese resultado de un proceso mecánico o casual sin la intervención de nadie que lo hiciese posible. No hacerlo supone el que sigamos alimentando una falta permanente de sentimiento de pertenencia y una ausencia de orgullo hacia el mismo. Porque silenciarlo es convertir a la enfermería en un medio en lugar de un fin en sí mismo. Un medio para incorporarse al mercado laboral sin problemas y hacerlo con el principal objetivo de obtener una buena remuneración por ello. Algo que, sin duda, es comprensible pero no suficiente para lograr que Enfermería sea algo más que una forma de lograr trabajo, de ser un oficio en lugar de una ciencia. Y a esto está contribuyendo, mal que nos pese, la universidad actualmente y quienes en la universidad somos responsables de la docencia enfermera. Docencia que pasa o debería pasar, por algo más que la transmisión de unos conocimientos, por importantes que estos sean.

En estos años de recorrido universitario, desde 1977 hasta ahora, hemos pasado de una identificación vocacional que en muchas ocasiones rayaba la espiritualidad a un utilitarismo de la elección profesional determinada, fundamentalmente, por la facilidad laboral, sin que exista un sentimiento de identidad y en muchos casos ni tan siquiera de identificación de lo que es y significa ser y sentirse enfermera. Cuando no se utiliza como puente a otros estudios por no alcanzar la nota necesaria de acceso a los mismos, es decir un nuevo aspecto del utilitarismo comentado. Así pues las cosas, resulta complejo, cuando no doloroso, la ausencia de identificación y reconocimiento de líderes y referentes enfermeros tanto pasados como presentes, lo que contribuye a ese estado de anorexia profesional que provoca una clara astenia identitaria.

Pero este estado de ánimo y actitud de una gran parte del estudiantado actual no es de exclusiva imputación al mismo. El profesorado enfermero y el que sin serlo imparte conocimientos en Enfermería, contribuyen de manera muy significativa a que se haga patente, se mantenga y se potencia esta forma de ser y actuar tan negativa para la identidad enfermera. Lo hagan por acción u omisión. Por todo ello, resulta imprescindible hacer una seria y rigurosa reflexión sobre la actitud del profesorado de Enfermería y cómo la misma influye en la actitud del estudiantado que, por otra parte, se alimenta también de la actitud social de individualismo, inmediatez, competitividad y hedonismo.

En un acto académico en el que se reconocía la aportación de una enfermera a la evolución y desarrollo de la Enfermería, que no hubiera estudiantes de Enfermería en una Universidad como la de Alicante que, además, es reconocida como una titulación de excelencia según los famosos y no siempre comprensibles rankings que lo determinan, más allá de su actitud errática y ausente de compromiso, debe hacernos pensar sobre qué estamos haciendo mal como docentes. Al estar muchas veces más preocupados por las publicaciones de impacto que nos permitan avanzar en la carrera académica que por el impacto que nuestra aportación puede y debe tener en el estudiantado y futuras enfermeras.

Es muy importante la alegría, satisfacción, celebración, orgullo… que un reconocimiento tan importante como un doctorado honoris causa genera. Pero todo ello no puede ni debe cegarnos, pensando que con ello ya hemos alcanzado lo máximo. Porque hacerlo es tanto como morir de éxito sin darnos cuenta de que tan solo es una fase más que debemos, por otra parte, normalizar y no suponer tan solo una anécdota aislada y puntual.

Como conclusión me gustaría que a la satisfacción por lo logrado se una el compromiso y la implicación por lo que queda por lograr que es mucho y complicado. Pero, desde luego, no imposible. De nosotras, como enfermeras, cada cual desde su ámbito de responsabilidad depende. No pretendamos que sean otras/os quienes lo hagan, porque no lo van a hacer. Así pues, a Dios rogando y con el mazo dando. Como dijera Epicuro[2] «Cuanto más grande es la dificultad, más gloria hay en superarla».

[1] Filósofo y teólogo danés, considerado el padre del existencialismo. (1813 – 1855).

[2] Filósofo griego, fundador de la escuela que lleva su nombre (epicureísmo) (341 aC – 271 aC)

METONIMIA INFORMATIVA O IGNORANCIA SANITARIA De periodistas y políticos

“Saber dónde encontrar la información y cómo usarla. Ese es el secreto del éxito”

Albert Einstein[1]

 

Estoy verdaderamente molesto a la vez que decepcionado con la labor informativa de quienes dicen ser profesionales del periodismo.

Molesto porque “llueve sobre mojado”. Es sospechosamente reiterativo el ocultamiento que de las enfermeras hacen la inmensa mayoría de profesionales de la información de todos los medios de comunicación. Y digo sospechosamente porque es mucho el tiempo que vienen cometiendo este sistemático olvido de las enfermeras cuando elaboran y difunden información sobre la salud, el sistema sanitario, eso que ellos llaman con tanta frecuencia e imprecisión, los sanitarios, o cualquier otro tema en el que las enfermeras no es que estén presentes, sino que están desarrollando una labor imprescindible que o bien se obvia o bien, que aún es casi peor, se asigna a otros profesionales a quienes identifican como exclusivos protagonistas de la salud, o mejor la enfermedad, fagocitando con ello cualquier aportación realizada por otras/os profesionales.

Se que esto no es nuevo y que ya he reflexionado en otras ocasiones al respecto sobre ello. Pero no es menos cierto que se les ha trasladado tanto por parte mía[2],[3] como de organizaciones profesionales[4] y sociedades científicas[5], este hecho. Y se ha llevado a cabo siempre desde el máximo respeto, solicitando su análisis y rectificación a lo que se les trasladaba, apoyando la petición con información basada en evidencias para que no se interpretase como una pataleta sin fundamento. Y la respuesta siempre ha sido la misma. El absoluto silencio y por tanto el máximo desprecio, como única contestación a las sugerencias, comentarios, peticiones… Lo que genera una información deformada, manipulada, distorsionada, falsa… que perpetúa no tan solo los tópicos y estereotipos que, sobre la salud, la sanidad y sus profesionales existe en la sociedad como resultado de tan lamentable tratamiento de la información, sino que además sirve de manera consciente o inconsciente a los intereses de un lobby profesional como el médico en su cruzada por mantener el poder exclusivo y absoluto. Lo cual puede interpretarse bien como un intercambio de favores entre lobbies o en una manera de sucumbir ante lo que es una clara distorsión de la realidad que, al menos teóricamente, va en contra del rigor informativo al que tantas veces aluden y del que tanto presumen, precisamente, quienes lo incumplen de manera sistemática. Pero más allá del rigor, necesario e imprescindible a la hora de informar, existe la ética que es igualmente ignorada al hacer un uso de ella interesado y alejado de aquello que se espera de profesionales del periodismo. Así pues, la falta de rigor y de ética son fácilmente identificados y reconocibles en la información que nos trasladan.

Porque de no ser esta actitud periodística la que conduce a esta distorsión informativa, tendríamos que pensar que se trata de ignorancia, lo que es tanto como decir que la inmensa mayoría de periodistas tiene claras deficiencias tanto en su formación como en su desarrollo profesional. Y esto es algo que me resisto a contemplar como posibilidad. Lo que lamentablemente nos sitúa en el punto de partida al que me refería al principio con relación a la falta de rigor y de ética. Algo que sin duda es preocupante y lamentable.

Es cierto, tal como en algunas ocasiones han manifestado tratando de justificarse, que los periodistas no pueden saber de todo, como tampoco las enfermeras lo pueden hacer como me dijo en una ocasión un avezado periodista. Evidentemente no se pide que las/os periodistas sean enciclopedias andantes. Como tampoco se puede pretender que las enfermeras sean sabias eruditas capaces de responder a todas las situaciones de salud que se les presenten, a pesar de que son capaces de adaptarse de manera excepcional, eficaz y eficiente, a múltiples situaciones, escenarios y contextos como diariamente demuestran, sin que dicha capacidad sea la deseable por cuanto supone pensar, como hacen la mayoría de gestores sanitarios en reiteradas ocasiones, que las enfermeras sirven igual para un roto o un descosido. Y eso no tan solo no es acertado, sino que supone trasladar una carga de estrés muy importante a quienes se exige tal adaptación, sin que, por otra parte, se corresponda con un reconocimiento acorde a la responsabilidad y el riesgo que requiere asumirlo. De igual forma que a un cardiólogo no se le pide, ni mucho menos exige, que acuda a cubrir una plaza de traumatólogo, debería tenerse en cuenta que las enfermeras no sirven para todo como se pretende. Aunque realmente lo que se hace al actuar de esta manera es despreciar el valor del cuidado profesional y asimilar el mismo como algo intrascendente y subsidiario al hipotético, falso y exclusivo valor de la aportación médica a la salud de las personas, las familias y la comunidad. Sacralizando la curación y minusvalorando el cuidado.

De igual manera no parece razonable que un periodista deportivo sea el encargado de informar sobre un conflicto bélico, un acontecimiento político o el estado meteorológico, por poner tan solo algunos ejemplos. Así pues, lo que se espera y desea de quienes informan sobre temas de salud es que lo hagan con el rigor que merece y que cuando lo tengan que hacer se informen y acudan a lo que tantas veces aluden, fuentes fiables de confianza y valor contrastados. Lo contrario es participar en el juego nada recomendable del acierto error, o al menos deseable de las ocurrencias. Tal como decía Winston Churchill[6] “el auténtico genio consiste en la capacidad para evaluar información incierta, aleatoria y contradictoria”. Y es que parece que, como se recoge en la letra de “Eungenio Salvador Dalí” [7] de Mecano[8], “…andamos escasos de genios”.

Ante esta triste realidad, tan solo me queda pensar que existe una explicación intermedia entre la falta de rigor y ética y la ignorancia y es lo que voy a denominar como metonimia informativa.

La Real Academia de la Lengua (RAE) define metonimia como “Tropo que consiste en designar algo con el nombre de otra cosa tomando el efecto por la causa o viceversa, el autor por sus obras, el signo por la cosa significada”. Es decir, designar una cosa o idea con el nombre de otra con la cual existe, o se interpreta que existe, una relación de dependencia o causalidad. Y es aquí donde radica el problema. Que se sigue considerando dependiente de la medicina, los médicos o la acción médica, cualquier cuestión que tenga que ver con la salud o la sanidad, cuando la realidad es bien diferente por mucho que se insista en ocultarla o presentarla de manera invariable desde esta perspectiva o tratamiento informativo. De tal manera que cuando hablan de personal médico lo hacen refiriéndose a todas/os las/os profesionales, sean médicos o no. O cuando hablan de sanidad estén queriendo designar a la salud. O cuando hablan de enfermería se estén refiriendo a las enfermeras. O cuando hablan de asistencia médica lo hagan con relación a la atención a la salud. O cuando hablan de rama médica incluyan a quienes no forman parte de ella. O cuando hablan de los MIR se quieran referir a todas las especialidades de ciencias de la salud, a las que por cierto muchos médicos se resisten o niegan formar parte. Y así podríamos continuar de manera extensa y variada recogiendo las múltiples y reiteradas metonimias incorrectas con las que deforman la información trasladada. A parte, claro está, del efecto amplificador que realizan de cuanto hace o dice el colectivo médico, con seguimiento en directo de sus huelgas en Madrid, por ejemplo, o el efecto silenciador con relación a lo hecho o dicho por las enfermeras, con nulo o discretísimo abordaje a las reivindicaciones de las enfermeras catalanas, por ejemplo. Como si las peticiones de unos tuviesen mayor importancia que las de otras. Sin que se expliquen las razones de tal diferencia. Posiblemente porque no se pueda.

La metonimia, como fenómeno de cambio semántico, puede entenderse e incluso aceptarse en cierto tipo de narrativa o de lenguaje coloquial, pero la misma resulta inaceptable cuando el resultado de su utilización no obedece a un recurso semántico, narrativo o literario sino a una absoluta falta de información o conocimiento de lo que se está tratando de informar a la audiencia a la que se dirige. De una falta de interés y responsabilidad de quienes lo utilizan como recurso informativo. De una manifiesta mala fe en la transmisión confusa de la información que contribuye a generar confusión y falta de información veraz.

Cualquiera de estas posibles causas o cualesquiera otras que puedan existir para actuar de manera tan anómala como indeseable, deben ser erradicadas del trabajo periodístico en cualquier medio de comunicación. Y debe ser así por dignidad de quienes tienen la competencia y la responsabilidad de informar con rigor y ética periodística. Por consideración hacia la población a la que se informa, tratando de trasladar información veraz y ajustada a la realidad y no una aproximación interesada o torpe a la misma. Por respeto a quienes son objeto, directo o indirecto, del contenido informativo evitando en todo momento su distorsión, invisibilidad o ignorancia.

Me consta la profesionalidad de la gran mayoría de periodistas de todos los medios de comunicación. Pero por eso mismo no entiendo el porqué de su reiterada, machacona, insistente, manifiesta… costumbre en ocultar, manipular o distorsionar la información relativa a la salud, la sanidad o sus profesionales. Con la particularidad de que siempre se hace en idéntico sentido de error, lo que me hace sospechar que la casualidad no puede ser identificada como causa de su mala praxis informativa.

La labor informativa y periodística es de vital importancia en nuestra sociedad y es por ello que la misma no puede estar sujeta a imprecisiones, errores, olvidos… que lejos de contribuir a difundir una información que permita, a la población a la que se dirige, tener elementos de análisis y reflexión reales y contrastados, se aporte una información incompleta, deformada o falsa que favorece la construcción de realidades paralelas a la existente sobre quiénes y qué la conforman.

Es cierto que en este caos informativo no tan solo las/os profesionales del periodismo tienen la culpa. Las fuentes a las que en muchas ocasiones acuden para construir las noticias, aportan una información que no es real. Pero esto también tendría solución si las/os periodistas abrieran el abanico de posibilidades para obtener información y de esta manera poder contrastarla y ajustarla a la realidad a la que se quieren aproximar.

No hacerlo es participar en el juego perverso de las amistades peligrosas que con tanta frecuencia se produce entre quienes informan y quienes son objeto de información. Se da categoría de infalibilidad a ciertos informantes y se desprecia a otros en un claro sesgo de selección que limita, deprecia, intoxica o anula la información que finalmente se difunde.

Diariamente se están produciendo ejemplos sangrantes de cuanto estoy relatando. Y diariamente se ignora con absoluta indecencia la petición de rectificación que se traslada. Convirtiéndose este engreimiento informativo en un claro ejemplo del desprecio hacia quienes sufren la permanente metonimia informativa o la ignorancia sanitaria que las ocasiona.

Ni la salud es posible con la participación exclusiva de ningún profesional, sean los que sean, ni la información lo es con la exclusividad de las/os periodistas por importantes y estrellas que sean o se consideren. La salud, al igual que la información, salvando todas las diferencias, requieren de la aportación valiosa y por tanto visible de todas/os cuantas/os participan en su logro. Erigirse y enrocarse en el orgullo del protagonismo hedonista, en cualquiera de los casos, es actuar con irresponsabilidad, además de hacerlo con egoísmo y desconsideración.

Sería deseable que de igual forma que las/os periodistas se afanan en denunciar las mentiras de los políticos en tantos temas, lo hiciesen en lo que respecta a la sanidad y la salud al ser dichos políticos los primeros que ocultan, transforman o deforman la información, en un uso similar de metonimia a la descrita, pero con intereses claramente diferentes, al menos en principio al de los profesionales del periodismo.

Por ejemplo y sin ir más lejos, la metonimia utilizada por la actual ministra de sanidad, Mónica García, cuando habla de recuperar la universalidad de la sanidad reuniendo a las organizaciones sociales y científicas, obviando la participación de las enfermeras[9]. Como si fuese posible tal objetivo sin las enfermeras. La información que de este hecho se traslada a la opinión pública es la de una participación global de “todos”, cuando realmente se excluye a una parte fundamental de esa deseada y deseable sanidad universal en la que las enfermeras han demostrado sobradamente su compromiso e implicación, mucho más allá de lo que han hecho algunos de los representantes de organizaciones presentes en dicha reunión.

Es decir, se demuestra una vez más que las/os políticas/os, sean del signo que sean, mienten y utilizan a las enfermeras para el logro de sus intereses personales o partidistas. No basta con decir demagógicamente lo importante que son las enfermeras cuando los hechos ponen de manifiesto que se les ignora. No vale tan solo con nombrar como asesora a una enfermera que maquille o decore el ministerio y a quien lo dirige, sin que la misma tenga capacidad de decisión ni, por lo visto hasta ahora, de influencia para cambiar lo que se produce política e informativamente como una constante. Torpe, mentirosa y falsa, pero una constante. La ignorancia y el desprecio de y hacia las enfermeras.

Déjense unos y otros, periodistas y políticos, de retóricas. Al pan, pan y al vino, vino, sin adulterarlos. No adulteren con tan indigna actitud la verdad. Si quieren ser respetados, respeten.

[1] Físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense. Se le considera el científico más importante, conocido y popular del siglo xx (1879 – 1955).

[2] https://efyc.jrmartinezriera.com/2018/10/28/enfermeras-y-medios-de-comunicacion-2/

[3] https://efyc.jrmartinezriera.com/2018/01/12/enfermeras-y-medios-de-comunicacion/

[4] http://efyc.jrmartinezriera.com/2024/01/22/grupo-40-iniciativa-enfermera-se-dirige-a-los-medios-de-comunicacion/

[5] http://efyc.jrmartinezriera.com/2024/01/22/las-sociedades-cientificas-elaboran-un-decalogo-dirigido-a-los-medios-de-comunicacion-para-que-se-dignifique-el-abordaje-que-realizan-sobre-las-enfermeras/

[6] Político, militar, escritor y estadista británico que se desempeñó como primer ministro del Reino Unido de 1940 a 1945 (1874 – 1965)

[7] https://www.letras.com/mecano/261444/

[8] Grupo español de género pop, pioneros del tecno-pop, new wave y wave en España entre 1981 y 1992.

[9] https://www.lamoncloa.gob.es/serviciosdeprensa/notasprensa/sanidad14/Paginas/2023/181223-universalidad-sanidad.aspx

LAS SOCIEDADES CIENTÍFICAS ELABORAN UN DECÁLOGO DIRIGIDO A LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN PARA QUE SE DIGNIFIQUE EL ABORDAJE QUE REALIZAN SOBRE LAS ENFERMERAS

Las principales Sociedades Científicas Enfermeras han trasladado a los medios de comunicación un decálogo con el que pretenden que se dignifique el tratamiento que sobre las enferemras se realiza en dichos medios.

 

GRUPO 40 + INICIATIVA ENFERMERA SE DIRIGE A LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Grupo 40 + Iniciativa enfermera ha tasladado a todos lo medios de comunicación un posicionamiento en el que traslada su preocupación y descontento por el tratamiento que se realiza de las enfermeras en dichos medios.

 

DEL CIS AL FIS ¿Cuestión de género o género cuestionado?

                                                                        A todas  las víctimas de la desigualdad, el acoso, el maltrato o la violencia del machismo en cualquiera de sus formas.

 

                                                                            “Oprimidos los hombres, es una tragedia.                                                                                                           Oprimidas las mujeres, es tradición”

Letty Cottin[1]

 

En la última encuesta realizada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) acerca de las percepciones sobre la igualdad entre hombres y mujeres[2], un 44,1% de los hombres asegura que “se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres que ahora se está discriminando a los hombres”.

Más allá de valoraciones sociológicas que no me corresponde hacer, el dato resulta cuanto menos llamativo. Llamativo por el alto porcentaje de hombres que lo verbalizan y, por tanto, entiendo que lo “sienten”. Pero más allá del dato cuantitativo, los aspectos cualitativos que de dicho dato se desprenden, me resultan no tan solo llamativos, sino preocupantes.

Preocupantes, en tanto en cuanto, en una sociedad como la nuestra lastrada por la violencia de género, que es el resultado más extremo de la desigualdad entre hombres y mujeres, que se tenga esa percepción por parte de los hombres, debería ponernos en alerta a todas/os sobre lo que este “mensaje” social significa y supone. Porque decir e incluso manifestarse en contra de la violencia de género o a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, no es suficiente si después subyace un sentimiento de pérdida de “poder” masculino, que se traduce en un victimismo que no tan solo no es real, según datos contrastados, fidedignos y contrastados, sino que además es el resultado de un mensaje orquestado por determinados sectores sociales y políticos que niegan no tan solo la desigualdad sino la violencia de género. Pero es que además esta respuesta se contradice, por ejemplo, con el tiempo que las mujeres siguen dedicando a los cuidados de hijos o familiares con falta de autonomía, que casi duplica a la que dedican los hombres, 6,7 horas frente a 3,7 horas respectivamente.

Tras tantos años de lucha contra la violencia de género y a favor de la igualdad, queda demostrado que los hombres, en tan alto porcentaje como el obtenido en la encuesta, no identifican la igualdad como un logro sino como una pérdida. De tal forma que los esfuerzos y recursos dedicados a lograr la igualdad se han visto superados y reducidos como resultado de actitudes, discursos, mensajes, decisiones… de una parte de la clase política, que ni tan siquiera es mayoritaria, al ser capaz de modular la identificación de la igualdad como una discriminación que en este caso y al contrario de lo que se pretende con la discriminación positiva para alcanzar la igualdad se configura como negativa en “contra” de los hombres.

Estos datos, por tanto, deberían hacernos pensar y reflexionar. Porque los mismos no son solo datos estadísticos fríos, sino que trasladan una imagen social que deriva de los comportamientos reaccionarios de determinados sectores que se jactan de defenderlos y de aquellos otros que, aunque dicen estar en contra los consienten, asumen y en consecuencia apoyan, como resultado de los intereses para lograr o mantenerse en el poder, convirtiéndoles no tan solo en cómplices de la desigualdad sino en protagonistas directos, por acción u omisión, de la misma, por mucho que pretendan disfrazar o disimular su actitud ante ella. Por otra parte, no menos importante, determinados medios de comunicación contribuyen de manera muy potente a reforzar estos mensajes con su posición tibia o ambigua, cuando no de claro apoyo a los postulados reaccionarios.

Pero no tan solo la clase política es responsable de esta creencia victimista de los hombres. Quienes en mayor o menor medida tenemos responsabilidades en la atención a las personas, ya sea en salud, educación, justicia, o en cualquier otro ámbito social, no podemos mirar hacia otro lado. Porque hacerlo es situarse en idéntica posición a la de quienes, con sus posicionamientos y decisiones o el apoyo a los mismos, contribuyen a provocar esta triste, preocupante y dolorosa realidad. En el caso concreto que me ocupa y preocupa, las enfermeras, deberíamos adoptar una posición firme, decidida y contundente ante lo que está sucediendo. Porque tiene un efecto demoledor en la salud, no tan solo de las mujeres, sino de la sociedad en su conjunto con consecuencias inciertas, aunque con una previsible sospecha.

Estos resultados no vienen más que a constatar lo que está sucediendo y que provocan un efecto contagio en diferentes ámbitos sociales o profesionales.

Sobre lo que a continuación voy a reflexionar no pretende establecer comparaciones por no ser en la mayoría de las ocasiones aconsejables ni acertadas. Pero sí quiero tratar de analizar los efectos que determinadas actitudes como las que estamos abordando tienen en la vida y convivencia de personas/profesionales, así como en la igualdad de oportunidades y de desarrollo.

Ciñéndome a los efectos colaterales que sobre la profesión enfermera están teniendo y que en ningún caso pueden ni deben interpretarse o traducirse como actitudes victimistas por parte de las enfermeras, es importante identificar las cada vez más frecuentes y agresivas declaraciones de destacados responsables de determinados organismos o instituciones médicas en contra de las enfermeras y de su competencia, capacidad y mérito en el desarrollo de su profesión[3], [4], [5].

No se trata, en ningún caso, de litigios puntuales derivados de un conflicto competencial. Es un sistemático hostigamiento hacia las enfermeras como respuesta a un sentimiento de discriminación de los médicos, idéntico al que se obtiene en la encuesta del CIS. Es decir, los médicos en este caso en base a las presiones tanto verbales como judiciales que llevan a cabo, están trasladando una imagen de indefensión y menosprecio como consecuencia de la hipotética e imaginaria promoción de igualdad con la que, según ellos, se beneficia a las enfermeras y se les perjudica a ellos.

Beneficios, como digo absolutamente infundados. Porque se trata de la reivindicación de un reconocimiento que les corresponde, al tiempo que se les niega a las enfermeras, tanto en el ámbito laboral, competencial como económico, que hay que recordar tienen idéntico nivel académico al que ostentan quienes se sienten agraviados y discriminados. Lo que realmente sucede es que se niegan a que exista una igualdad de trato, respeto y consideración que no de competencias profesionales. Por mucho que traten de desviar la atención hacia esa supuesta invasión a la que aluden con tanta fuerza y virulencia, como ausente de sentido, argumento y razón.

Este comportamiento, me atrevo a decir, forma parte de un machismo profesional/institucional que se ejerce con independencia de que sean hombres o mujeres quienes lo hagan. Porque tal machismo lo es en función de la masculinidad de la profesión médica contra la feminidad de la profesión enfermera, concretándose en un acoso permanente que trata en todo momento de establecer los códigos de poder establecidos que se resisten a abandonar por entenderlos de exclusiva propiedad. Actitud que, además, ataca directamente a los cuidados al desvalorizarlos, provocando un déficit de cuidado en la población atendida. No por culpa, dejación o falta de competencia de quienes lo prestan, sino por interés y decisión de quienes lo ocultan y minusvaloran como forma de abuso y maltrato hacia las enfermeras.

Por otra parte, pretender, como se hace, asimilar machismo con feminismo como estrategia de defensa de los/as primeros/as contra las/os segundas/os es tan simplista como mezquino y tan solo obedece a una absoluta falta de argumentos rigurosos que sustenten sus ataques indiscriminados. Además de dejar manifiestamente claro el nivel moral e intelectual de quienes así piensan y actúan.

Estamos pues ante un panorama desalentador y muy peligroso, no tan solo por lo que supone de acoso cobarde y abusivo, sino por las consecuencias que el mismo tiene sobre las víctimas que se ejerce y que son premeditada y conscientemente elegidas tratando, además, de infringirles el mayor daño posible, sea a nivel físico o psicológico en el acoso tanto contra las mujeres como el realizado contra profesionales. En unos casos por el hecho de ser mujeres y en otros por tratarse de enfermeras. Sin duda no son comparables los efectos ni la magnitud de la violencia de género con la del acoso profesional, pero si que obedecen ambas a una manera de ejercer un tipo poder y autoridad, desde la condición masculina de los hombres o de los/as profesionales, contra quienes consideran débiles, inferiores y peligrosas/os para los intereses de unos y otros/as. En definitiva, estamos ante raquíticos de inteligencia, raquíticos de formas, raquíticos de sentimientos. Pero los raquíticos con poder, aunque este sea infundado y auto otorgado en base al temor que trasladan, son muy peligrosos.

Además, en el caso del acoso o machismo profesional/institucional, el mismo se mantiene y perpetúa por efecto de la ambigüedad, cuando no del posicionamiento en su favor, que practican las/os responsables políticos/as y sanitarias/os, al permitir con su falta de voluntad política y ausencia de decisiones correctoras que la situación cambie o se elimine. No deja de ser paradójico que se denuncie la violencia de género ejercida contra las mujeres, al mismo tiempo que se consiente o contribuye al acoso profesional ejercido contra las enfermeras. Aunque hay quienes ejercen, amparan o niegan ambas formas con discursos que, además, son asumidos por parte de una población cada vez mayor y más joven.

Que nadie se tire las manos a la cabeza por lo dicho, porque los hechos son muy tozudos y la realidad muy reconocible.

Por otra parte, es preciso reconocer que ante esta violencia o acoso tanto las mujeres en un caso como las enfermeras en otro han contribuido durante mucho tiempo, con su actitud y silencio, a que sea muy complicado revertir las actitudes que lo provocan y que por lo tanto lo alimentan en una espiral de miedo o temor de la que resulta muy complicado escapar.

En el caso del acoso profesional, las enfermeras han llegado a naturalizar la situación convenciéndose de que es necesario aprender a convivir con ella como manera de protegerse de la misma. O bien aliarse con quienes ejercen el acoso tratando de escapar a sus efectos, en una relación de conformismo o sumisión que no les identifique como rebeldes o reaccionarias haciéndose invisibles y poco molestas. Esta puede ser una de las razones, aunque no la única, de la falta de reacción, respuesta o implicación ante los ataques de los que son objeto de manera colectiva fundamentalmente.

Recientemente, y desde hace ya un mes, las enfermeras catalanas han dicho basta a los abusos de poder profesional y político en contra de ellas, ejerciendo su legítimo derecho a la huelga como último recurso a la falta de decencia política y la miserable actitud de quienes generan un discurso mentiroso y distorsionado como arma de acoso contra las que consideran enemigas de su causa y sus privilegios tratando de deslegitimizar, además, su derecho a la igualdad, desde la diferencia disciplinar que reconocen y defienden. En ningún caso pretenden, por lo tanto, ser como los médicos como tratan de trasladar a la opinión pública quienes utilizan tan falaz como torpe argumento. Cuando tan solo reivindican, reclaman y exigen, tener idénticos derechos a ellos en función de sus conocimientos, capacidades y méritos como enfermeras que son y se sienten.

Del CIS, con datos tan concluyentes como los obtenidos en su encuesta, al Fondo de Investigaciones Sanitarias (FIS) con resultados y evidencias científicas tan contundentes como las aportadas en múltiples investigaciones, podemos decir que la violencia ejercida desde el machismo, sea del tipo que sea, no tan solo es una cuestión de género sino también de que el género sea sistemáticamente cuestionado para justificar la ficticia discriminación que tan solo sirve de cortina de humo para ejercer una violencia o un acoso que les permita mantener su rol dominante.

No hay peor ciego que quien no quiere ver, ni peor sordo que quien no quiere oír. Pero tampoco hay peor hipócrita que quien no quiere actuar o alienta a quien lo hace para que el machismo adquiera rango de normalidad cuando no de calidad.

Todas/os debemos ser conscientes de lo que sucede. Todas/os tenemos la obligación de actuar para contribuir a eliminar esta lacra. Todas/os podemos hacer más de lo que hasta ahora hacemos. De lo contrario, todas/os nos convertimos en cómplices de los maltratadores. De nuestra decisión depende. Que nadie se ampare en delegar su responsabilidad.

[1] Autora, periodista, conferencista y activista social estadounidense (1939).

[2] https://www.cis.es/-/las-mujeres-dedican-el-doble-de-tiempo-al-cuidado-de-los-hijos-que-los-hombres

[3] https://www.diariodecadiz.es/noticias-provincia-cadiz/Durisimo-comunicado-Sindicato-Medico-Andaluz_0_1864614019.html

[4] https://x.com/sergiovalles77/status/1744711387652268236?s=48&t=n17GnRX5slJrExwhY8av8w

[5] https://x.com/victorpedrera/status/1746620558924542332?s=46&t=UxOkF6NIlwAnr5MX1_crxw

ENTREVISTA Mª PAZ MOMPART

El próximo día 25 de enero de 2024, la profesora Mª Paz Mompart García será investida en solemne acto académico como Doctora Honoris Causa en la Universidad de Alicante (España), actuando como padrino el Dr. José Ramón Martínez Riera, profesor titular de dicha universidad quien realizó la propuesta de investidura.

COMO DIOS MANDA Fanáticos y peligrosos

                                                              Las artimañas se disfrazan muy hábilmente de nobleza, y el fanatismo se viste con las ropas de la defensa de principios».

Adam Michnik [1]

 

El problema de los regímenes totalitarios y de quienes los lideran y secundan es que consideran que, no tan solo, están en posesión de la verdad absoluta, sino que además están convencidos de que todas/os deben seguir su doctrina de pensamiento único. Es más, desde su planteamiento de poder absolutista y excluyente, entienden que quien opine de manera diferente debe ser castigado por ello y si por añadidura tienen el atrevimiento de expresarlo, aunque o sobre todo lo hagan de manera argumentada y razonada, debe llevarse a cabo una estrategia de descrédito y descalificación que les identifique públicamente como un peligro público, aunque para ello tengan que utilizar la mentira, la manipulación y el alarmismo, como medio para mantener una posición de privilegio desde la que ejercer su poder absoluto y absolutista.

Esta manera de actuar que parece responder a situaciones pretéritas ya superadas, lamentablemente cada vez están siendo más frecuentes. Y lo que es peor, están contando con un apoyo popular creciente que obedece, no tanto a posicionamientos ideológicos concretos, como al miedo o el rechazo a las propuestas vigentes, sin que exista una mínima reflexión crítica para ello y sin tener en cuenta las consecuencias que suponen este tipo de soporte. Por su parte, quien lo recibe no lo asume como un compromiso social, sino como una forma egoísta y peligrosa de alimentar el ego de su poder.

Estas preocupantes situaciones, por otra parte, no se limitan a un ámbito concreto de la sociedad y como si de una mancha de aceite se tratase se extiende e impregna la forma de pensar y actuar de determinados grupos reaccionarios y fanáticos que lo aprovechan como una oportunidad para defender sus posiciones de fuerza y de rechazo hacia cualquier forma de pensar, expresarse o actuar que sea identificada como una amenaza a la que consideran y asumen como su zona de exclusiva propiedad. Grupos que, al contrario de lo que podría pensarse, no se circunscriben a sectores poblacionales con bajos niveles socio educativos, siendo precisamente aquellos que mayor nivel tienen los que colonizan dichos espacios desde los que desplegar su estrategia de soberanismo, bien sea social, político, económico o profesional.

Entiendo que este espacio de reflexión enfermera no debe entrar en valoraciones que no tengan que ver con el desarrollo, profesional o científico de la enfermería y las enfermeras, o el impacto directo o indirecto, aunque importante en la salud de las personas, las familias y la comunidad. Es por ello que, si bien no entraré a valorar posiciones ideológicas y/o políticas, si que quiero compartir mi punto de vista y mi posicionamiento ante lo que considero una clara y exclusiva estrategia de acoso y derribo hacia cualquiera que sea visto como un peligro profesional, aunque sea infundado, hacia su colonialismo profesional.

Parto de la base de que es lícita y respetable todo planteamiento que trate de defender desde el respeto, la evidencia y el razonamiento científico, cualquier posición profesional o disciplinar en la que, eso sí, prevalezca la defensa de la salud como derecho fundamental de las personas.

Pero para ello no vale toto. No son admisibles imposiciones dogmáticas, ni comprensibles las descalificaciones gratuitas, ni asumibles los planeamientos excluyentes, ni razonables las negativas impuestas, ni tolerables las prohibiciones de desarrollo profesional, ni aceptable la generación de un falso alarmismo, ni admisibles los discursos manipuladores, ni mucho menos válidos los negacionismos irracionales, oportunistas e interesados.

Como decía, parto de la premisa del respeto a cualquier posicionamiento. Pero dejando claro que dicho respeto es hacia la libertad de poder hacerlo, pero sin que ello signifique que deba respetar lo que se dice o cómo se dice, porque eso no puedo ni debo, ni quiero respetarlo siempre, en tanto en cuanto significaría asumir implícitamente, parcial o totalmente, el falso, fanático y peligroso discurso, al poder confundir el receptor de dicho respeto una asunción que no es ni real ni posible.

Ampararse, por otra parte, en instituciones u organizaciones como falso parapeto de defensa disciplinar es hacer una utilización maniquea y tramposa de las mismas para lograr el fin sin importar los medios utilizados y teniendo en cuenta que el fin es, en sí mismo, perverso y alejado de cualquier defensa del interés general centrado, en el caso que nos ocupa, en la salud comunitaria.

Es cierto que los discursos indefinidos, inconsistentes, ocurrentes, manifiestamente inoportunos y con un más que dudoso interés público, realizados por las/os responsables políticas/os, son como echar leña al fuego o intentar apagarlo con gasolina. Lo único que consiguen es alimentar este tipo de posicionamientos incendiarios de quienes actúan como pirómanos corporativistas. Así mismo, la permanente falta de voluntad política a la hora de derogar o modificar normativas obsoletas y claramente obstruccionistas al lógico y deseado dinamismo en el desarrollo de determinadas disciplinas como enfermería, o legislar en consonancia a la lógica evolución social, política, científica… que permita responder con eficacia y eficiencia a las necesidades de salud de la población, son ayudas inestimables para quienes utilizan dicha inacción y pasividad políticas en favor de su primacía y en contra de la lógica y evidente evolución, lo que supone un claro impedimento a la necesaria y deseable mejora de atención a la salud.

Se genera pues un contexto propicio para que emerjan y se multipliquen los mensajes y las actitudes a los que hacía alusión al inicio de mi reflexión.

En un paralelismo que espero no se interprete en ningún caso como una burla o menosprecio a las creencias religiosas, y remitiéndome al libro más vendido, aunque no por ello más leído, del mundo, la Biblia, leemos en el Génesis 1:27 “Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya…” Y hay quienes, autoasignándose una divinidad disciplinar, determinaron que también ellos podían crear un sistema sanitario a su imagen y semejanza.

En la misma Biblia, en este caso en el evangelio según San Mateo 16:13:20, leemos: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará». Nuevamente fue emulado por los impostores divinos para “edificar” la que a partir de ese momento consideraron su particular iglesia, el hospital, como templo de su doctrina y para su adoración, identificando como infierno y sus correspondientes demonios a cuantas/os osaran contradecir o simplemente no seguir la doctrina por ellos impuesta. De tal forma que en su particular templo quienes quieran acompañarlos solo lo pueden hacer, o bien como acólitas/os beatas/os dispuestas a la devoción, la obediencia y la sumisión de su dictado y orden divino o bien como fieles seguidores de su dogmática y autoritaria doctrina y de quienes imparten la curación que se atribuyen. Construyendo un imperio de fe disciplinar que se basa en el respeto y reconocimiento impuestos, bajo amenaza de pecado mortal si no se cumplen sus mandamientos sanitaristas.

Esta comparación que, como toda comparación, es odiosa, tan solo pretende poner en evidencia determinadas actitudes que, si bien pueden parecer ya superadas, lo bien cierto es que hay un grupo de fanáticos y sentimentales fundamentalistas, involucionistas y negacionistas que pretenden transformar una disciplina imprescindible y respetable como la medicina en una secta reaccionaria desde la que amedrentar a cuantas/os tengan la osadía de cuestionar su poder, jerarquía y doctrina.

Todo cuanto hasta el momento he dicho puede parecer exagerado y fuera de contexto, pero ante los acontecimientos que últimamente se están produciendo y replicando a lo largo de toda España con declaraciones como las realizadas en la Comunidad Valenciana, Madrid, Canarias, o últimamente en Andalucía[2]… por parte de representantes de sindicatos médicos o de ciertos colegios profesionales, convertidos en los tribunales de la fe y la moral médica desde los que pretenden imponer y exigir cumplimiento fiel y obediente. Con mensajes que no tan solo suponen un ataque frontal hacia las enfermeras a quienes visibilizan como los demonios, sus demonios, sino también de transmisores del miedo y la amenaza a la población al trasladar una imagen de las mismas como peligro público para su salud, a través de informaciones claramente distorsionadas e intencionalmente descalificadoras, sin mayor argumento que el odio y rechazo frontal a planteamientos, ideas, posicionamientos, formas de actuar… diferentes, que no siempre contrapuestas, a su exclusivo dogma médico que ni tan siquiera paradigma profesional.

Para construir su discurso, además, utilizan un rancio e infantil victimismo desde el que construyen realidades paralelas que trasladan como ciertas en contra de lo que ellos identifican, desde su negacionismo, como conspiraciones permanentes a su hegemonía profesional, a pesar de que lo rechazado y considerado anatema esté avalado por organismos nacionales e internacionales de prestigio, alejados de cualquier sospecha.

Así, nos encontramos con la utilización de su mantra favorito como es la falta de médicos, en contra de lo que determinan los principales indicadores internacionales en este sentido. Cabe destacar que la falta de médicos en Atención Primaria, por ejemplo, es consecuencia del abandono de los propios médicos a ocupar plazas de la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria. Por tanto, el problema no es realmente una falta de profesionales sino una inadecuada planificación y ordenación profesional por parte de los principales organismos competentes y de quienes la obstaculizan con un claro y mezquino interés a sus rancias posiciones.

Por otra parte, esa supuesta y artificial amenaza hacía su doctrina que focalizan en las enfermeras tratando de convencer de la misma a la población en general y a las instituciones en particular, es una estrategia de distracción ante lo que supone un claro enrocamiento de sus posiciones trasnochadas, acientíficas y reaccionarias que tan solo persiguen blindar ancestrales privilegios de poder.

Es preciso destacar que tales actitudes no son seguidas ni compartidas por la gran mayoría de los excelentes profesionales de la medicina, pero no es menos cierto que en muchas ocasiones su silencio ante las mismas es una forma de contribuir a que se mantengan e incluso incrementen. El rechazo a tales estrategias no debe interpretarse como una traición a su identidad profesional, sino justamente todo lo contrario. Es fundamental que se visibilicen claramente las posiciones y se abandone la ambigüedad como respuesta. Tal como dijera Arthur E. Morgan[3] “Si la tolerancia tolera la intolerancia corre el peligro de ser destruida por ésta. Si no la tolera, se destruye a sí misma”.

La salud es demasiado importante como para convertirla en motivo de disputa o en un tótem de culto interesado y particular por parte de cualquier disciplina. Es, de igual forma, tan diversa y dinámica como la población que tiene el derecho fundamental a su acceso. Por tanto, requiere de aportaciones multidisciplinares que sean identificadas como complementarias y centradas en las personas, las familias y la comunidad y no como injerencia o intrusismo como se quiere hacer ver. Para contrarrestarlo, el trabajo transdisciplinar y transectorial debe constituir la guía de actuación profesional de todas las disciplinas desde las diversas aportaciones a la salud conjuntamente con la propia población a través de su participación real en la toma de decisiones. De tal manera que se identifique la salud como un patrimonio universal y no como patrimonio profesional de nadie con la intención de satisfacer, de manera oportunista, sus egos y necesidades corporativistas.

Tan solo desde el diálogo compartido, el respeto mutuo, el debate razonado, el pensamiento crítico, la ciencia como planteamiento genérico, la reflexión, el rigor y la ética, podremos ofrecer respuestas eficaces a las necesidades y demandas de salud comunitaria.

Los modelos caducos sobre los que se sustentan los sistemas sanitarios como parcelas de poder, compartimentos estanco o reinos de Taifas tan solo conducen a alimentar la aparición mesiánica de personajes con discursos de salvaciones condicionadas y condicionales y de amenazas y condenas hacia hipotéticos e interesados enemigos de su fe sectaria.

Por último y como expresa André Maurois[4] “Al demostrar a los fanáticos que se equivocan no hay que olvidar que se equivocan aposta”.

[1] Historiador, ensayista y publicista político. Redactor jefe del importante periódico polaco Gazeta Wyborcza (1946).

[2] https://www.diariodecadiz.es/noticias-provincia-cadiz/Durisimo-comunicado-Sindicato-Medico-Andaluz_0_1864614019.html

[3] Ingeniero civil, administrador y educador estadounidense (1878 – 1975)

[4] Novelista y ensayista francés (1855 – 1967).