La influencia de los modelos medicalizados, trasciende los ámbitos locales y nacionales para convertirse, como sucede con la pandemia, en un problema global.
En su insaciable y absurda fagocitosis, los planteamientos que impregnan prácticamente todos los modelos sanitarios mundiales, han logrado convencer a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a que incorpore a la vejez como enfermedad en el Código Internacional de Enfermedades (CIE) 11 en su capítulo 21.
Habrá que empezar a pensar si la OMS no debiera cambiar su denominación por la de OME – WDO (Organización Mundial de la Enfermedad-World Disease Organization).
En cualquier caso, no es ni la primera ni posible y desgraciadamente la última vez en que la OMS sucumbe a las presiones de la clase médica más retrógrada y antisalubrista.
Procesos fisiológicos como el climaterio o el embarazo o ciclos vitales como la infancia y la adolescencia, ya han sido medicalizados anteriormente con diagnósticos médicos e intervenciones farmacológicas convirtiendo en patología lo que son procesos naturales y vitales de las personas.
Tratar de imponer el criterio médico – farmacológico y tecnológico es tan solo un ejemplo más de la supremacía patriarcal asistencialista con la que actúa una parte muy importante de la medicina, que no tan solo ignora la salutogénesis, como modelo de salud, sino que lo desprecia sistemáticamente mediante la presión permanente para imponer su criterio y su modelo, que va ligado, además, a planteamientos neoliberales y mercantilistas con los que hacer negocio junto, claro está, la farmaindustria con la que tan buen maridaje hacen. No deja de ser curioso que en una sociedad cada vez más envejecida como consecuencia del aumento de esperanza de vida se trate, ahora, de considerar enfermedad lo que se ha logrado, es decir, la vejez. Posiblemente el aumento de potenciales “clientes” sea la razón de tal decisión.
Hacer creer que la diabetes, la hipertensión, la artrosis, la EPOC… tienen la misma consideración patológica que la vejez es como intentar hacernos creer que el despertar de la sexualidad en las/os adolescentes o los sofocos en el climaterio son síntomas patológicos que deben ser considerados enfermedades que requieran, por tanto, tratamiento farmacológico. Pasaremos igualmente a denominar a las personas adultas mayores como viejas/os, al igual que sucede con las personas que padecen las patologías descritas, que pierden su identidad como personas para pasar a ser diabéticas, hipertensas, artrósicas… claro indicativo de la cosificación que de ellas se hace, anteponiendo la enfermedad a su dignidad e identidad como personas.
Es como si se quisiera ocupar el hueco dejado por la homosexualidad para que no decrezca el volumen de la lista del CIE. En definitiva, un despropósito tan inaudito, irracional, inexplicable y caprichoso como innecesario.
Tendremos, de concretarse finalmente su incorporación como enfermedad, que empezar a pensar en cómo prevenir la vejez. Porque no se tratará ya de que hagamos que la vejez sea saludable como hasta ahora se planteaba, aunque, todo hay que decirlo, con muy poco éxito, dadas las ansias farmacológicas con las que se trataba de combatir el aumento de la esperanza de vida y las patologías crónicas que le acompañan inexorablemente, en contra de los planteamientos saludables de afrontamiento a las mismas para hacer de la vejez un ciclo vital del que disfrutar desde otra perspectiva diferente a la del consumismo exacerbado, que se asocia inexorablemente a la sacralización de la juventud eterna.
Me asalta la duda de si esta inclusión no será consecuencia de lo acontecido con la pandemia y su azote a las personas adultas mayores a las que ahora se les quiere asignar el diagnóstico médico de vejez. Tratando de medicalizar las instituciones en las que, muchas de estas personas, viven y conviven, como si así se pudiese controlar lo que, básicamente, ha sido una pésima gestión, una ineficaz organización, una desastrosa coordinación… que no se remedia desde la medicalización y mucho menos desde la patologización de la vejez, de igual forma que queda de manifiesto el fracaso del afrontamiento a la cronicidad con idénticos métodos, que lo único que han logrado ha sido cronificar la cronicidad y saturar el SNS.
Combatir la vejez, considerándola una enfermedad, es tan antinatural y falto de ética como tratar de eliminar la muerte o retrasarla innecesariamente.
La vejez puede y debe ser un proceso natural del que disfrutar plenamente conociendo las limitaciones, pero también, reconociendo y potenciando las fortalezas de la experiencia, el conocimiento, la madurez… que pueden actuar, manejadas adecuadamente gracias a una Educación para la Salud capacitadora en lugar de limitante y participativa en lugar de discapacitante, como las mejores respuestas terapéuticas posibles.
En esta deriva patológica lo siguiente puede que sea considerar como enfermedad la soledad, la vulnerabilidad, la pobreza… en lugar de combatir las causas que las provocan.
La consideración de la vejez como enfermedad, así mismo, contribuirá a estigmatizarla como sucede con otras muchas enfermedades existentes o como sucedió con otras, ya no catalogadas como tales, como la homosexualidad, pero que aún no han sido capaces de desprenderse del estigma que la normalidad social impone.
Por otra parte, y dadas las tendencias del aumento de la edad activa para trabajar que se proponen o imponen, habrá que valorar si la vejez no pueda ser considerada en algunos casos como enfermedad laboral. Además, el hecho de ser viejo/a y trabajar debería suponer la posibilidad de solicitar una Incapacidad Laboral Transitoria o incluso una permanente.
La humanidad siempre ha tenido una especial dedicación hacia sus mayores a través del cuidado familiar. Cuidado que tuvo su prolongación en el ámbito sanitario mediante la prestación de cuidados profesionales por parte de las enfermeras principalmente, desde una perspectiva salutogénica tratando de potenciar los activos de salud como respuestas positivas para vivir de la manera más autónoma, solidaria y feliz posibles, su ciclo vital.
Querer sustituir los cuidados, tanto familiares como profesionales, con tratamientos farmacológicos o intervenciones invasivas, es tanto como querer jugar a ser dios.
Como si poder escribir como causa de muerte, en el parte defunción, vejez, eximiera del fracaso que muchas/os siguen considerando esa parte del ciclo vital al que toda persona llega. O como si al considerarla como enfermedad se estuviese automáticamente en disposición de obtener el remedio, la vacuna o el elixir de la eterna juventud.
Precisamente este es un claro ejemplo de la permanente lucha que algunos se empeñan en mantener, como si fuese posible establecer ganadores y perdedores entre curar y cuidar.
¿Nos hemos planteado el hecho de que dejaremos al cuidado de nietas/os o personas con pérdida de autonomía, a personas enfermas, por el simple hecho de que su edad les haga superar el umbral que les separa de la vejez? ¿Nos planteará alguna duda moral este hecho?
Por último, tan solo decir que a partir de ese momento una importantísima proporción de la humanidad pasará automáticamente a estar enferma por el simple y natural hecho de evolucionar hacia la vejez. Es decir, se está contribuyendo a enfermar a la población en lugar de lo contrario. Paradójico, cuanto menos, viniendo de quien está considerada la Organización Mundial de la Salud. Algunos de cuyos mandatarios, por cierto, pasarán a serlo estando enfermos de vejez.
Las razones por las que se podrían seguir esgrimiendo argumentos y razones en contra de tan inaudita decisión sería tan larga que requeriría de un espacio excesivo.
La OMS debería pensar que sus decisiones, aunque no son vinculantes, dado que no deja de ser un órgano consultivo, pueden provocar confusión, alarma e incertidumbre.
Por otra parte, la OMS que tanto aboga y propone a los estados miembro que incorporen enfermeras en puestos de alta responsabilidad con capacidad de toma de decisiones, debería actuar en consecuencia e incorporar a más enfermeras en sus órganos de decisión en el seno de la propia OMS. No tan solo vale con decir lo que otros tienen que hacer sino hacerlo para que todos identifiquen la importancia que tiene. Seguro que, de ser así, no se hubiese llegado a este planteamiento.
Como dijese Charles Augustin Sainte-Beuve[2] “Envejecer es todavía el único medio que se ha encontrado para vivir mucho tiempo” y yo añado, y no necesariamente sintiéndose o estando enfermo.
La falta de respeto, el desprecio, la desconsideración, la arbitrariedad, el menosprecio… vengan de donde vengan son rechazables. Pero si vienen de una institución como la Universidad o por parte de quienes la representan de una u otra forma, además de rechazables son totalmente inapropiadas, incomprensibles y prescindibles. Hacerlo es zafio y mezquino, alejándose del comportamiento académico que debe regir en todo momento como elemento de cohesión, debate y coherencia con que se identifica a la Universidad.
Lamentablemente estos valores, principios, comportamientos, parece que se consideren trasnochados por parte de algunos representantes de la Universidad o de quienes legislan, formando parte más de la leyenda que de la realidad en la que vivimos. Sea como fuese, lo cierto es que se están dando con inusitada frecuencia y con aparente naturalidad. Lo que, evidentemente, no significa que pueda ni deba ser considerado como normal, siendo como es de todo punto de vista censurable, lo haga quien lo haga. O precisamente mucho más por hacerlo quien lo hace.
Si a esto añadimos que los referidos despropósitos académicos son liderados por parte del ministro de universidades, de representantes del Congreso de los Diputados y del rector de la Universidad de La Rioja, la situación aún resulta, cuanto menos, mucho más preocupante.
Por partes. El ministro de Universidades Manuel Castells, que se caracteriza por sus apariciones extemporáneas y sus desconcertantes declaraciones, nos sorprendió con una propuesta de “Real Decreto por el que se establece la organización de las enseñanzas universitarias y del procedimiento de aseguramiento de su calidad”
En el mismo se cambia la adscripción de los títulos de Grado y Máster de las cinco ramas del conocimiento existentes actualmente a los denominados ámbitos del conocimiento.
Por otra parte, y aunque los nuevos ámbitos propuestos se basan en los Códigos del International Standard Classification of Education (ISCED, 2013) de UNESCO, el RD propone muchos menos de los recogidos en dicha Clasificación Internacional. Como consecuencia de ello aparece la primera y fragrante falta de respeto hacia Enfermería al no aparecer como ámbito de conocimiento a pesar de tener el código UNESCO 0913, con regulación específica por Directiva Europea, con ORDEN CIN1 también específica en el Estado Español, y con 11.000 egresados al año en esta titulación.
En su defecto, el RD nos sitúa en el ámbito de “Especialidades de la Salud”, área que no ni nos identifica ni nos visibiliza, todo lo contrario. Además de que se trata de un ámbito tan ambiguo como impreciso dado que considerar como especialidad a los estudios de grado no deja de ser una incoherencia científica y académica, que paradójicamente es lo que pretende articular el mencionado RD. Ni tan siquiera consideran la posibilidad de denominar Ciencias de la Salud, lo que en sí mismo es plantear que no se consideran Ciencias a las disciplinas que se incorporen en el citado ámbito.
Aceptando el citado ámbito como quien acepta al pulpo como animal de compañía, sería razonable y coherente que en el mismo estuviese incluida Medicina. Pues no. Parece ser que la coherencia no ha estado presente en la redacción de la norma.
Pero tampoco en el ámbito de las ciencias biomédicas, se incluye Medicina, que aparece acompañándole, pero como ámbito propio, lo que nuevamente les excluye tácitamente de su pertenencia a las citadas ciencias biomédicas. Nueva incongruencia.
Ante este planteamiento y dado que serán las Universidades quienes en aras a su autonomía determinarán en cada caso en dónde situar los diferentes títulos ofertados, nos podemos encontrar con que nos sitúen en el de Especialidades de la Salud o en el de Ciencias biomédicas y Medicina. Cualquiera de las dos opciones es un despropósito.
Volvemos a los tiempos de los ATS.
Además, los citados ámbitos del conocimiento se han propuesto teniendo en cuenta en buena medida la estructura de comisiones de la CNEAI, aunque adaptados al hecho de que se trata de actividad docente. Una vuelta más de tuerca en la desigualdad y arbitrariedad a la que se somete a la enfermería a la hora de acreditar sus investigaciones añadiendo ahora la docencia con idéntico despropósito o con el propósito claro de perjudicar a la Enfermería como profesión ciencia y disciplina.
Desde el Congreso de los Diputados, aprovechando la situación de la pandemia y en un posible y vergonzoso intento por redimir la culpabilidad generada por la pésima gestión llevada a cabo con relación a las residencias de personas adultas mayores durante la misma, un grupo de diputadas/os tuvieron la brillante idea de plantear una proposición no de ley para la creación de una nueva titulación de grado superior llamada “Técnico Superior en Gestión de servicios en centros gerontológicos”, en un claro y manifiesto ejemplo de desconocimiento de la realidad de atención residencial y de los recursos con los que actualmente cuenta el sistema, tanto sanitario como sociosanitario. Desde dicho desconocimiento, o lo que es peor, desde la falta de respeto hacia las/os enfermeras generalistas y las especialistas en Geriatría y Gerontología que forma el propio Sistema Nacional de Salud (SNS), plantear una nueva titulación es, no tan solo una pérdida de tiempo por parte de quienes debieran gestionarlo de manera eficaz y eficiente, sino una torpeza y una clara irresponsabilidad.
La ausencia de un análisis riguroso de la situación y la consiguiente planificación, que debiera pasar por dar respuesta a las necesidades de profesionales con los ya existentes y no contratados, da paso a una propuesta de interés político oportunista y demagógico que no tiene fundamento alguno y contraviene los principales principios de gestión, suponiendo un evidente caso de utilización inadecuada de dinero público, lo que podría incluso considerarse como fraude de ley.
El siguiente que, lamentablemente, no último caso de falta de respeto es, si cabe, más sangrante al tiempo que desconcertante. Se trata de la integración de la Escuela adscrita de Enfermería de La Rioja, dependiente del Servicio Riojano de la Salud, a la Universidad de La Rioja, largamente negociada durante más de 9 años.
El problema, evidentemente, no es la integración que es lógica y entendible. El problema viene determinado por una parte por el desprecio de la Consejería de Salud de la Rioja, de quien depende hasta ahora la Escuela, al permitir que sus trabajadores, algunos de los cuales llevan más de 30 años de servicio en la citada Escuela, no negocien la integración de los mismos en la universidad con la dignidad que merecen y solvente el tema anunciándoles su cese e incorporación al sistema de salud de manera muy similar al motorista que utilizaba el franquismo para informar de los ceses.
A esto hay que añadir la actitud totalmente indigna, deplorable, denigrante e incomprensible de la Universidad de La Rioja que, por una parte, tiene la intención de convocar las plazas que actualmente ocupan las enfermeras del Sistema de Salud adscritas a la Escuela, como contrato de sustitución (con sueldos mileuristas), al tiempo que desde ya les anula como responsables de las asignaturas que imparten sin ni tan siquiera haber acabado el curso y estando en pleno periodo de exámenes.
Pero es que además, la integración en la Universidad no lo será como Facultad de Enfermería ni tan siquiera como Facultad de Ciencias de la Salud como se negoció, sino que el actual equipo rectoral ha decidido, con el beneplácito silencio del Gobierno de La Rioja, que se integre en una Facultad de Ciencias y Tecnología con departamentos muy consolidados (ingenierías agrícola e informática, matemáticas, químicas, enología) como Unidad Predepartamental de Enfermería, lo que no tan solo invisibiliza el Grado de Enfermería como Ciencia propia y diferenciada, sino que, adelantándose incluso al RD al que aludía anteriormente adscribe Enfermería en un ámbito totalmente ajeno y en el que resultará muy difícil por no decir imposible el crecimiento de la titulación y la consecuente desvalorización de los estudios y de la propia disciplina enfermera.
La Universidad de La Rioja, con su rector al frente, con esta estrategia, porque es lo que es una estrategia, lo único que persigue es rentabilidad económica. Rentabilidad que le aporta la gran demanda para estudiar enfermería y los beneficios que las matrículas aportarán a las arcas universitarias. Lo de menos es cómo se implante la titulación y qué nivel se pueda aportar, el fin, no es otro que el beneficio económico, en un clarísimo y despreciable ejemplo de mercantilización y en una deleznable gestión en la que ha actuado como socio necesario el Gobierno riojano.
Las decisiones políticas, ya se sabe, están sujetas a intereses oportunistas. De hecho, los sucesivos equipos de gobierno riojano, han estado haciendo uso de la Escuela de Enfermería como referencia nacional de excelencia mientras les ha interesado y han podido sacar tajada de la misma. Llegado el momento de mantener esa excelencia, no tan solo no lo han hecho, sino que han dejado caer a sus trabajadores en un acto de absoluto desprecio.
Pero que una Universidad Pública, contribuya con su gestión, a la invisibilidad de una Titulación que ha sido referente de la Rioja durante tanto tiempo, es, a parte de una falta de respeto académica, una falta de respeto a la sociedad riojana que debería conocer al detalle los entresijos de semejante contubernio. Situarse al mismo nivel de la mediocridad política existente en La Rioja es un mal síntoma y un riesgo manifiesto para la credibilidad de una institución que debiera ser ejemplo de transparencia, equidad, justicia y, sobre todo, respeto hacia una ciencia como la Enfermería en el centro del saber y el conocimiento. Mal vamos si esta es la forma de gobernanza universitaria.
Está claro que el tiempo de los aplausos, las heroínas, las alabanzas, las palmaditas en la espalda, como consecuencia de la aportación específica, valiosa e imprescindible de las enfermeras durante esta pandemia obedecían, tan solo a un claro interés de marketing para lograr el máximo rendimiento de quienes ahora desprecian con sus decisiones, sus humillaciones, acciones y omisiones a la Enfermería y las enfermeras. Y es que como dijera Jean Jaques Rousseau “Siempre es más valioso tener el respeto que la admiración de las personas”.
En cualquier caso, nada es casual, todo es causal, aunque pueda parecer muy positivista. Decisiones como las comentadas, que ni son únicas ni anecdóticas, finalmente, conducen a una situación en la que Enfermería queda aislada, descolocada, desplazada y le resulta muy difícil encontrar el poco espacio que le dejan en condiciones absolutamente alejadas de la realidad enfermera con criterios ajenos a la misma, lo que supone un esfuerzo que otras disciplinas no tienen que hacer. Todo acaba siendo un siniestro plan para convertir a los estudios de enfermería en cadenas de producción que abastezcan las demandas de un sistema sanitario en el que tampoco encajamos las enfermeras al estar colonizado y manipulado por el modelo biomédico. La Universidad no forma enfermeras para atender a la sociedad sino para atender al SNS y quien lo domina de manera desde el patriarcado asistencialismo. Blanco y en botella.
Señoras y señores diputadas/os y Señores ministro y rector, no les quepa duda que sus decisiones recibirán la acertada, respetuosa, razonable, fundamentada y contundente respuesta de las enfermeras y sus representantes, como ya lo han hecho la Conferencia Nacional de Decanas/os de Enfermería, el Grupo 40+ Iniciativa Enfermera o la Sociedad Científica, Asociación Enfermería Comunitaria (AEC) y resto de Sociedades Científicas. Está por ver que sus respuestas se ajusten al respeto que inicialmente no han tenido. El tiempo de la espera se está agotando. Nos espera un tiempo diferente en el que posicionarnos como enfermeras tal como ya hicimos hace más de 40 años para entrar en una Universidad en la que ahora nos quieren arrinconar o expulsar. En sus manos y su voluntad está.
El cuidado tiene razón de ser por la existencia de fragilidad. Si no fuésemos débiles y no tuviésemos posibilidad de “rompernos”, el cuidado no tendría sentido.
Es por ello que el cuidado es universal. Todas/os tenemos la posibilidad de cuidar y al mismo tiempo de ser cuidadas/os.
Sin embargo, el cuidado se ha asociado social y culturalmente a la mujer y al hacerlo se ha limitado al círculo de lo afectivo, doméstico y privado… haciéndolo subsidiario, intrascendente e invisible.
En nuestra cultura, a la mujer, por el hecho de serlo, se le asigna desde el mismo momento de su nacimiento la etiqueta de cuidadora. Cuántas veces no se les ha dicho a los padres de una recién nacida, “qué suerte, ya tenéis quien os cuide”. Deseo, que, sin embargo, no se realiza si el recién nacido es varón dado que socialmente la “etiqueta” que para él se tiene reservada es otra.
Pero además de implantarles metafóricamente a las niñas ese imaginario chip de cuidadora, por influencia de la educación judeo-cristiana que recibimos, se les incorporan dos chips más. Por una parte, el chip de la culpabilidad, de tal manera que si, por la razón que sea, fallase el de cuidadora, se active el de la culpabilidad y así reactive de nuevo el de cuidadora. Por otra parte, se implanta el chip de la resignación que logra que la mujer asuma con total aceptación, paciencia y conformidad su rol de cuidadora, aunque el mismo signifique la renuncia a dar respuesta a sus propias necesidades, resultando perjudicial para ella, su crecimiento personal o de cualquier otro tipo.
Por lo tanto, el cuidado, se asigna a las mujeres como parte de la desigualdad normativa de género que socialmente se ha naturalizado. Usurpando al cuidado la capacidad de ser prestado desde la voluntad, el cariño, la entrega, la solidaridad, para convertirse en una obligación impuesta socialmente que no tan solo lo desvirtúa, sino que lo convierte en un claro problema de salud para quien lo presta desde esa imposición culturalmente establecida.
Pero el cuidado, más allá de la prestación doméstico-familiar, tiene un componente profesional que, siguiendo el mismo patrón de comportamiento social descrito, es asimilado a la Enfermería y a quien mayoritariamente la ejerce, las mujeres.
Esta simbiosis entre el cuidado profesional y la mujer tiene consecuencias muy negativas, dada la percepción que se ha tenido tanto del cuidado como de la mujer. De tal manera que el paso del cuidado natural, el que denominaba como universal al inicio, al profesional, cuando este se nutre del conocimiento de una ciencia como Enfermería, ha estado mediatizado por el desarrollo científico racional-positivista, que propició una fundamentación de la división sexual del trabajo, extrapolada del núcleo familiar.
Esto justifica el retraso en la profesionalización de la Enfermería y con ella la identificación de los cuidados profesionales científicamente fundamentados. Dado que se continuaba pensando que los cuidados enfermeros, tal como he comentado, tenían poco valor más allá de los aspectos afectivos. Lo que, sin dejar de ser satisfacciones muy dignas, no pueden y no deben quedar relacionadas tan sólo a ellos. De tal manera que si exclusivamente se identifica como éxito o aportación las satisfacciones subjetivas, limitando al círculo de lo afectivo, doméstico y privado, el espectro de posibilidades de realización con que cuenta todo ser humano y, por tanto, reduciéndose las posibilidades de realización con que cuenta la Enfermería y las enfermeras.
La cultura profesional finalmente se manifiesta en los significados que la gente atribuye a diversos aspectos de la profesión; su manera de concebir la profesión y su rol en ella, sus valores, sus creencias e incluso su imagen, lo que contribuye a perpetuar los estereotipos y tópicos que arrastra la Enfermería, las enfermeras y los cuidados enfermeros.
Es por ello que definir lo que entendemos por Enfermería, debería permitir delimitar con precisión el marco en el que las acciones enfermeras van a tener lugar, así como las relaciones teóricas entre los elementos implicados que pueden establecerse no sólo para explicarla, sino para entenderla, comprenderla y practicarla.
Y esto es lo que, al menos en parte, se logró con la incorporación de los estudios de Enfermería a la Universidad y con ello la posibilidad de definir claramente el paradigma enfermero en el que se sustenta como ciencia y disciplina autónoma, alejándose de la subsidiariedad al paradigma médico al que, hasta ese momento, había estado ligada, tanto en la teoría como en la práctica.
La incorporación de los cuidados profesionales como elemento definitorio, específico y diferenciador, al tiempo que científico, de manera transversal en todo el plan de estudios, significó un punto de inflexión fundamental para rescatar a los cuidados del ámbito doméstico al que aludía.
Los cuidados profesionales enfermeros, por tanto, empiezan a adquirir la trascendencia que hasta entonces se les había negado. Aunque la visibilización y reconocimiento de los mismo aún tuvo que esperar algún tiempo para lograrlo, como consecuencia de la gran influencia que el biologicismo del modelo médico ejerce sobre ellos, haciendo que sean infravalorados e identificados como acciones secundarias del citado modelo patriarcal asistencialista.
Así pues, hay que destacar dos elementos fundamentales en lo dicho hasta ahora, que servirán de base para desenmascarar el oportunismo demagógico con el que se está actuando últimamente desde diferentes organizaciones.
En primer lugar, hay que recordar que hasta que los estudios de Enfermería lo fueron como tales y no como Ayudantes Tecnológicos del Sanitarismo imperante, en las escuelas de ATS, colonizadas y dirigidas por médicos que formaban a quienes estaban llamadas/os a ser sus fieles ayudantes, no existía absolutamente ninguna referencia a los cuidados ni profesionales ni familiares. Los cuidados, simplemente, no existían. Lo mismo que no existía referencia alguna a la Enfermería como ciencia y, por tanto, con conocimientos propios derivados entre otras fuentes de las teorías enfermeras existentes. Lo que, por otra parte, tiene su lógica pues nadie puede enseñar y mucho menos formar sobre aquello que ni le es propio, ni conoce, ni domina, ni mucho menos reconoce y respeta. Sus enseñanzas se basaban en lo que les identifica y les reconoce como profesionales de la medicina, la biología, la patología, la enfermedad, la curación… que eran “adaptadas” para que las/os ATS les sirviesen en su cometido asistencial.
En segundo lugar, los cuidados no han estado institucionalizados en las organizaciones sanitarias dominadas por los médicos. Se han prestado cuidados, claro está, porque las enfermeras es lo que hacen, pero en ningún momento se han identificado, reconocido y valorado como parte fundamental del proceso de atención. Han sido considerados como secundarios, como parte residual de la acción curativa, como prestación necesaria, pero en ningún caso valorada. De tal manera que los cuidados profesionales se han ignorado sistemáticamente.
Pero el conocimiento, la ciencia enfermera, la investigación y las evidencias que de la misma se derivan … fortalecieron, fundamentaron, valorizaron los cuidados y progresivamente, a pesar de las grandes dificultades y barreras existentes y de quienes las propiciaban y continúan propiciando, los cuidados adquirieron la significación científica que requerían para que nadie pudiese cuestionarlos y seguir justificando su exclusiva existencia en el ámbito doméstico-familiar.
Quedaba, tan solo o, mejor dicho, sobre todo, que los cuidados profesionales enfermeros fuesen identificados, reconocibles y reconocidos por parte de la población a la que se les prestaban. Pues tal como expresara Argyle[2]“El principal origen de la autoimagen y la autoestima probablemente sean las reacciones de los demás, llegando a vernos a nosotros mismos como los otros nos categorizan”.
Y esto, progresivamente se fue logrando. Hasta que la pandemia dejó al descubierto las graves carencias que el sistema sanitario medicalizado tenía a la hora de dar respuesta a problemas de salud que trascienden a lo puramente biológico. Los cuidados adquirieron categoría de fundamentales, pero lo que es más importante, adquirieron la importancia de ser identificados como el bien intrínseco de las enfermeras, es decir, como aquello que las enfermeras prestan de forma única a la comunidad y que constituye un servicio indispensable para su mantenimiento.
Así pues, las invisibles, ocultadas e ignoradas aportaciones enfermeras, empezaron a hacerse visibles de una manera que nadie ha sido capaz de contener y con ellas los cuidados han aflorado como parte necesaria y demandada de la atención a la salud y la enfermedad. Las enfermeras, por tanto, adquieren valor a través de lo que mejor saben hacer. Porque tal como dice Rawsi Williams[3]“ser enfermera es hacer lo que nadie más quiere hacer, de una manera que nadie más lo puede hacer y en cualquier circunstancia”, es decir CUIDAR.
Y es entonces cuando quienes habían ignorado, minusvalorado, despreciado, ridiculizado los cuidados, empiezan a ser identificados por ellos como eseoscuro objeto de deseo que despierta un mayor sentimiento de superioridad, si cabe, frente a quienes se atreven a destacar por prestarlos, generando un trato distante o de desprecio hacia ellas. Provocando una reacción de indignación y enojo ante lo que identifican como una amenaza a su supremacía egocéntrica y narcisista. Aflorando el deseo apasionado por aquello que, hasta hace bien poco, no habían ni tan siquiera percibido y que reclaman tan solo por puro egoísmo. Apareciendo la tristeza o pesar que les causa el cuidado enfermero y el deseo enfermizo por poseerlo. Surgiendo el afán o deseo desordenado de contar con el valor de los cuidados y la intención de asimilarlo a ellos mismos, mucho más allá de la necesidad real por poseerlos. Incorporando la negligencia, astenia, tedio o descuido por conocer su significado, su valor y su aportación, que les lleva a reclamarlos por pura incapacidad de controlar la conducta, como una respuesta emocional disfuncional. Así pues, la soberbia, la ira, la envidia, la avaricia, la pereza, la lujuria y la gula, se hacen patentes en un incontrolable impulso por hacer visible lo que siempre se han empeñado en ocultar y, lo que es peor, en menospreciar, los cuidados. Y en ese empeño se alían con quienes dicen representar a las enfermeras madrileñas, como si fuese posible un totum revolutum de los cuidados en el que se diluye la aportación singular enfermera, configurando unos cuida2 de marketing. Como dijera Ralph Waldo Emerson[4]“Lo que llamamos en otros pecado, consideramos en nosotros como experiencia”.
Ahora que los cuidados profesionales son identificados y valorados, incluso por encima de la tecnología, la técnica o la industria farmacéutica que siempre han capitalizado como propias y exclusivas algunas disciplinas, despiertan, en éstas, los peores instintos depredadores para reclamar como propios los cuidados, a través de campañas demagógicas, oportunistas y vacías en las que, además, caen en la trampa de la falsa unidad, algunas organizaciones enfermeras, permitiendo que obtengan el reconocimiento por aquello en lo que nunca han creído y, que además no les es propio, ni son competentes para prestarlos, lo que supone un claro y evidente comportamiento deontológico alejado de la ética y estética exigibles.
Es deseable que se deje prestar los cuidados profesionales a quienes saben y son competentes para hacerlo de manera clara y diferenciada, las enfermeras. Tal como dijo Florence Nightingale “La medicina asiste a la naturaleza al ayudarla a remover la obstrucción a la cura, pero no hace nada más”[5].
No nos engañemos, ni nos dejemos engañar. No son los cuidados lo que les importa a los oportunistas, sino lo que los mismos representan y aportan. Pero en cualquier caso en esta misma línea podríamos plantear campañas como Receta2, Diagnostica2, Trata2… sobre ámbitos en los que no tan solo nos han vetado sistemáticamente sino sobre los que se han querellado judicialmente.
Pero, lo más triste es que este disparate publicitario lo capitalicen quienes, al menos en principio, desde las organizaciones que lideran, debieran velar por el mejor desarrollo de sus profesionales y no dedicarse a derivas imperialistas y conspiranoicas, que lo único que consiguen es poner en evidencia sus vicios, sus pecados y sus carencias, utilizando para ello a los profesionales que les pagan, a quienes dicen representar y que mayoritariamente no participan de la estrategia.
Los cuidados son demasiado importantes como para asimilarlos a un código como si de un producto de supermercado se tratase. Cuiden de lo que les corresponden y a quienes y como les corresponde y no se metan en camisa de once varas.
[1] Enfermera estadounidense que se convirtió en una destacada teórica contemporánea en el ámbito de su profesión. Autora de la Teoría del Cuidado Humano.
[2] Argyle M. Psicología del comportamiento interpersonal. Madrid: Alianza Editorial; 1987.
[3] RN ex enfermera y actual abogada de Estados Unidos
[4] Escritor, filósofo y poeta estadounidense. Líder del movimiento del trascendentalismo a principios del siglo XIX
[5] Enfermera, escritora y estadística británica, considerada precursora de la enfermería profesional moderna y creadora del primer modelo conceptual de enfermería
Artículo en PROMOCIÓN DE LA SALUD en la Región de las Américas “Aportes a la Promoción de la Salud en la Región de las Américas. Elementos teórico-prácticos con una perspectiva integral e intersectorial”. https://www.promocionsaludregionamericas.com/ Enfermeras comunitarias, promoción de la salud y pandemia: Más allá de la realidad, más allá de las fronteras. https://2978e0d9-8633-4057-86ef-bd8420c56a55.filesusr.com/ugd/9386fc_1ade3aa62c7947e695fd83d1e8933562.pdf
“La felicidad del cuerpo se funda en la salud; la del entendimiento, en el saber.”
La pandemia que todo lo eclipsa, que todo lo absorbe, que todo lo impregna, ha puesto de manifiesto, entre otras muchas cosas, las enormes carencias en cuanto al desarrollo de estrategias de promoción de la salud, aunque la situación pueda parecer que no resulta propicia para ello.
Y es ese precisamente uno de los principales factores que impiden, no tan solo desarrollar estrategias en este sentido, sino ni tan siquiera identificarlas como posibles por considerar que en una situación de enfermedad tan grave como la pandemia no tiene cabida la promoción de la salud.
Lo que no deja de ser una incongruencia. Porque plantear la promoción para la salud tan solo en escenarios saludables es tanto como pretender regar donde hay instalado un sistema de riego por goteo, dejando de hacerlo allá donde no existe ningún mecanismo de riego.
A pesar de todo o precisamente por todo lo que supuso la irrupción de la pandemia, la incertidumbre, el miedo, la ansiedad, la alarma… se apoderaron de todos los ámbitos de la sociedad y generaron colapso, dudas, incongruencias, recelos, improvisaciones… que trataban de contener el avance demoledor de la COVID 19 y de sus efectos demoledores en forma de dolor, sufrimiento y muerte.
Así pues, se identificó la pandemia exclusivamente desde la perspectiva biológica que condujo a dar respuestas únicamente medicalizadas y generadas como efecto del ensayo error, ante las enormes lagunas de conocimiento en torno al comportamiento del virus y su difusión.
Este hecho, por tanto, provocó un efecto de contradicciones y desconfianza entre la población y el propio sistema de salud. Por una parte, las/os profesionales de la salud dudaban sobre el cumplimiento de las medidas de protección por parte de la población. Por otra, la población desconfiaba del sistema sanitario al identificar que no tenía capacidad de respuesta ante los efectos de la pandemia. La consecuencia de ambas posturas era un evidente conflicto que incidía de manera clara y significativa en dos principios éticos fundamentales. El principio de autonomía, por cuanto se veían afectadas libertades individuales como efecto de las medidas de confinamiento y aislamiento y el principio de beneficencia que debe procurar las condiciones de vida y de relación de las personas para mejorar su bienestar, estando íntimamente ligado con el principio de no maleficencia que es no causar daño, debiendo para ello evitar que nadie esté sometido a, procedimientos que puedan entrañar riesgos, pero que las medidas de protección ante la pandemia no permitía garantizar[2].
Ante esta situación de confusión y conflicto, las/os profesionales de la salud se encontraron ante un dilema evidente como consecuencia de la respuesta que desean dar a quienes llegan a sus centros y la percepción del gran riesgo de contagio al que están sometidas/os por la carencia de equipos de protección personal tanto en número como en calidad de seguridad de los existentes. Así mismo, la incertidumbre del tratamiento era un hecho, lo que aumenta la inseguridad y el miedo. Por último y no menos importante el riesgo de muerte estaba presente y era evidente entre compañeras/os. A todo lo cual hay que añadir el miedo al contacto con familiares por el riesgo de contagio, lo que ocasiona aislamiento y una gran presión emocional.
Pero este panorama se concentra fundamentalmente en los hospitales que se colapsan y generan una mayor confusión y con ella la aparición de conflictos ante la percepción de una demanda insatisfecha por parte de enfermos y familiares y de saturación por parte de profesionales.
Mientras tanto la Atención Primaria de Salud que, en España, hay que recordar, cuenta con una extensa red de centros de salud que da cobertura universal de manera directa y accesible a toda la población, es ignorada y apartada de la atención directa a la población, en una decisión tan incomprensible como incoherente ante la grave situación que se estaba viviendo. Y mientras eso sucede se concibe a la ciudadanía como mera destinataria de normas y consejos con una llamada a la responsabilidad individual para su cumplimiento y a la culpabilización del “otro” cuando esto no ocurre, llegando a estigmatizar a grupos de población bien definidos (jóvenes, inmigrantes, barrios obreros…). Es conocido que dictar normas y dar consejos no es suficiente para cambiar las conductas de las personas. Por ello, resulta imprescindible conocer y entender los contextos de las poblaciones y territorios que determinan sus condiciones de vida y con ello sus conductas. Es necesario mejorar esas condiciones laborales y sociofamiliares que permitan comportamientos saludables para frenar los contagios. Pero eso no se podía hacer desde el Centro de Salud, aunque se utilizasen las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), que lamentablemente es lo que decidieron que debían hacer las/os profesionales, impidiendo su acción comunitaria.
En este punto me gustaría destacar el papel relevante de las enfermeras hospitalarias que ante tanto dolor, sufrimiento y muerte fueron capaces de prestar unos cuidados profesionales de calidad y calidez que lograron que los mismos fueran no tan solo percibidos sino valorados tanto por parte de las personas ingresadas como de las familias que tenían en las enfermeras el nexo de unión con sus seres queridos dado que el aislamiento impuesto les impedía tener de manera directa, sin poder ni tan siquiera acompañarles en sus últimos momentos de vida, lo que generaba situaciones de una profunda incomprensión y un desgarrador dolor que vehiculizaban, mitigaban, acompañaban y permitían afrontar las enfermeras en un claro compromiso con el bienestar que se estaba en disposición de ofrecer dadas las circunstancias y que suponía aunar conocimiento científico, humanístico y técnico. De igual manera, los cuidados prestados suponían una sanadora aportación de solidaridad como valor ético que contrapesaba el miedo, para poner su competencia profesional al servicio de todos y de todo.
Las enfermeras comunitarias, sin embargo, desde las trincheras en las que convirtieron los centros de salud, al impedir cualquier tipo de contacto con el exterior, se veían impotentes a la hora de actuar con autonomía y determinación en aquello que mejor saben hacer, como es el desarrollo de estrategias de promoción de la salud y participación comunitaria.
Ni tan siquiera la atención domiciliaria, como soporte a muchos de los problemas de salud que la COVID 19 se encargó de invisibilizar, pero no de hacer desaparecer, se pudo llevar a cabo por “imperativo legal”[3].
La soledad, la cronicidad, la vulnerabilidad, la dependencia, los cuidados familiares, la falta de autonomía, la violencia de género, la atención al final de la vida, el duelo… son tan solo algunos de los problemas que quedaron en standby por efecto de la pandemia y la ocurrencia del decisor de turno que entendió que la necesidad sentida derivada de estos problemas podía esperar en favor de la necesidad percibida de la pandemia que parecía que no tan solo contagiaba sino que era capaz de detener los efectos causados por otros problemas de salud como los descritos[4], [5], [6].
Los Centros de Salud, por tanto, se vaciaron de contenido e incluso de profesionales que eran obligados a trasladarse a los hospitales.
La población, desde sus casas, convertidas en refugios anti COVID por efecto del estado de alarma y el consiguiente confinamiento forzado, contemplaban con estupor no exento de incomprensión, alarma e incertidumbre, como se dejaban de atender sus necesidades, teniendo que tomar las decisiones que, antes de la pandemia, el propio sistema, que ahora le abocaba a ello, le impedía hacerlo desde el paternalismo que le caracteriza.
Pero el problema, con serlo, realmente no estaba en el hecho de que tuviesen que tomar las decisiones sobre sus procesos de salud enfermedad, sino que tuviesen que hacerlo sin contar con la necesaria Educación para la Salud (EpS) capacitadora y participativa que les permitiese decidir, con las garantías debidas, para la corresponsabilidad impuesta por la situación de pandemia, pero también por un sistema que les trasladaba una terrible sensación de abandono y desamparo.
Las medidas de teleasistencia y atención telefónica que se incorporaron como solución al aislamiento forzado no tan solo no paliaron la sensación de abandono, sino que agrandaron la brecha que separaba a quienes hasta antes de la pandemia habían sido profesionales cercanos y accesibles. Si además tenemos en cuenta que ni los conocimientos tecnológicos ni el acceso a las herramientas que posibilitan el acceso por este medio son accesibles a toda la población por igual, los factores de desigualdad, inequidad y dificultad de accesibilidad se ceban en aquellos sectores más vulnerados y vulnerables[7], [8].
Otro grave problema fue la identificación tecnológica y por tanto deformada y estereotipada que de las enfermeras tienen tanto los responsables del sistema sanitario como los medios de comunicación. A lo largo de la pandemia hemos podido comprobar como las competencias enfermeras en cuanto a vigilancia epidemiológica eran reducidas al rastreo como técnica de identificación de contagios y contacto, lo que automáticamente generó que se bautizase a las enfermeras como rastreadoras en un acto de simplismo intelectual y de falta de respeto profesional hacia quienes realizaban un trabajo esencial que iba mucho más allá del simple rastreo para situarse en la vigilancia epidemiológica. Con el inicio del proceso de vacunación se redujo nuevamente la identificación de la planificación del citado proceso por parte de las enfermeras a la denominación de vacunadoras, en un nuevo y patético ejemplo de torpeza institucional al que acompañó el periodístico. La reducción de una competencia al acto técnico de una pequeña parte de la misma conduce a una deformación de la realidad que provoca la invisibilización de las enfermeras bajo denominaciones que nada tienen que ver con su trabajo. A nadie se le ocurre denominar a quienes diagnostican, diagnosticadores, o a quienes analizan los datos epidemiológicos, analizadores o dateros. ¿Por qué entonces se tiene que hacer con las enfermeras?[9]
Si a todo lo dicho añadimos que en ningún momento se contempló la posibilidad de identificar a la comunidad como parte de la solución en lugar de como problema, entenderemos el por qué se impidió sistemáticamente por parte de los decisores políticos y gerenciales del sistema de sanidad el que se desarrollaran estrategias de intervención comunitaria tendentes a favorecer la participación activa de la población y la movilización, coordinación y articulación de recursos comunitarios que contribuyesen, a través de agentes de salud y líderes comunitarios, a trasladar información cercana, clara y tranquilizadora sobre la situación y cómo afrontarla, de tal manera que se redujese la ansiedad, el miedo, la alarma, la incertidumbre, que generaban una situación tan desconocida como temida[10], [11], [12].
Ni las demandas de muchas enfermeras, ni las peticiones que en este sentido trasladaron a los órganos de toma de decisiones, tanto nacionales como autonómicos, diferentes sociedades científicas enfermeras, lograron que ni tan siquiera se contemplase como una posibilidad, rechazando de plano su realización.
Pero con ser grave tal posicionamiento, aún se agravó más con la irresponsable postura de muchos medios de comunicación que vieron en la pandemia una oportunidad de negocio. Para ello no tuvieron reparo alguno en convertir los estudios de radio, los platós televisivos, los rotativos de los diarios o las redes sociales en escenarios en los que representar sus particulares vodeviles, con la presencia de pseudo expertos que lanzaban proclamas de todos los tipos y sobre cualquier tema, generando bulos y los tan conocidos, y al mismo tiempo tan apreciados, fake news, que alimentaban a una población totalmente desinformada generando mayor confusión, ansiedad, miedo y alarma[13], [14], [15].
En definitiva y como bien dice el refranero español, “entre todos la mataron y ella sola se murió”, o este otro que dice “el uno por el otro la casa sin barrer”.
Pero que no se hayan realizado estas intervenciones no quiere decir que no podamos, y entiendo que debamos, hacer un análisis de lo que se debería hacer ante posibles y no descartables nuevas pandemias o problemas de salud globales.
Para empezar, es importante destacar el potencial que en este sentido tienen las enfermeras comunitarias y que, lamentablemente, no se está desarrollando en la medida en que sería deseable y necesario. Y esto es debido a diferentes causas que sin duda dificultan esa aportación específica.
La deriva de la Atención Primaria provocada por el modelo biologicista ha arrastrado a las enfermeras a acciones y actividades muy alejadas de la promoción de la salud que finalmente acaba convirtiéndose en una anécdota o en voluntarismos alejados de las verdaderas estrategias asistencialistas impuestas por las/os decisoras/es. A esto hay que añadir el insuficiente número de enfermeras avalado por los datos de organizaciones como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) según los cuales España ocupa los lugares de cola junto a México y Chile en número de enfermeras por cada 1.000 habitantes, lo que reduce significativamente las posibilidades de desarrollo de intervenciones comunitarias y de estrategias de promoción de la salud (figura 1)
A esto hay que añadir la infrautilización de las enfermeras especialistas en Enfermería Familiar y Comunitaria que podrían aportar un importante valor en el trabajo comunitario. A pesar de que es el propio sistema quien invierte importantes cantidades de dinero en la formación de dichas especialistas durante 2 años, posteriormente no recupera dicha inversión mediante la contratación de las mismas, al no tener definidos si quiera los puestos de trabajo para tal fin, lo que podría considerarse como un claro fraude de ley al estar haciendo un uso indebido y fraudulento del dinero público.
Pero más allá del ámbito de la atención en las organizaciones de salud, el problema empieza mucho antes. Las Universidades se han convertido en verdaderas cadenas de producción de enfermeras para abastecer la demanda de los servicios de salud. Y claro está, quien demanda y paga, en este caso contrata, manda. Por lo tanto, la formación de enfermeras en las Universidades se ajusta a las demandas de enfermeras tecnológicas que respondan a los modelos medicalizados en los que deben incorporarse. De ahí que el peso de los conocimientos relativos a enfermería comunitaria, promoción de la salud, comunicación… pierden peso en favor de la médica quirúrgica, las técnicas… que son las que finalmente conforman el grueso de los planes de estudio y que trasladan y alimentan la fascinación de las/os estudiantes por la técnica en detrimento de las competencias más próximas al paradigma enfermero. Finalmente, las Universidades forman enfermeras para los servicios de salud en lugar de hacerlo, como debieran, para la comunidad con independencia de dónde vayan posteriormente a ejercer su actividad profesional, de tal manera que puedan desarrollar la práctica científico-profesional de la enfermería integrada en la salud pública y dirigida fundamentalmente a la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad desde una perspectiva integral, integrada e integradora hacia las personas, las familias y la comunidad, identificando y coordinando los recursos comunitarios y favoreciendo la intersectorialidad y la continuidad de cuidados. El mercantilismo del conocimiento[16].
Evidentemente todos estos factores suponen un clarísimo impedimento para lograr que la atención de las enfermeras comunitarias valore, en todo momento, el contexto en el que se llevan a cabo sus intervenciones, respetando la multiculturalidad y participando de forma activa y consensuada en la toma de decisiones de las personas y sus familias para alcanzar su máxima autonomía y lograr mantener sanos a los sanos a través de la educación para la salud en cualquier ámbito comunitario. Planificando, desarrollando y evaluando sus actividades de manera autónoma y transdisciplinar[17].
Y todo lo expuesto, a pesar de las recomendaciones hechas por organismos internacionales tan poco sospechosos de tener intereses, como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC) que ponen de manifiesto que la acción comunitaria es fundamental en el afrontamiento y control de la pandemia tanto en lo que se refiere a la transmisión como al efecto que sobre la sociedad tiene en cualquiera de sus aspectos (económico, laboral, familiar, convivencia…).
La acción comunitaria, adecuadamente planificada y liderada tal como pueden y saben hacer las enfermeras comunitarias, favorecería una comunicación próxima, permeable y bidireccional a través de la cual desarrollar una EpS capacitadora y participativa, identificando necesidades sentidas y articulando mecanismos de colaboración que potenciarían el efecto de las intervenciones a implementar, logrando un acceso eficaz a toda la población que permitiría activar la solidaridad y la ayuda mutua. Lamentablemente se ha confundido la distancia física con la distancia social, cuando, no tan solo son compatibles sino altamente necesarias para alcanzar la resiliencia que permitiera a la población hacer frente a situaciones graves como la pandemia para poder recuperarse de sus efectos[18], [19].
Las enfermeras comunitarias están en permanente contacto con las personas, las familias y la comunidad a las que prestan sus cuidados profesionales y por ello tienen un amplio conocimiento del contexto comunitario, de las redes sociales, de los recursos comunitarios y de los activos de salud[20], [21] existentes y, lo que es más importante, de la forma en que poder movilizarlos, coordinarlos y articularlos con el fin de obtener el mayor potencial posible de salud de su interacción. Pero para ello es imprescindible que las/os decisoras/es políticas/os y las/os gestoras/es sanitarias promocionen, apoyen, faciliten e impulsen políticas de salud en las que la salud sea el principal foco de atención y no, como está sucediendo y se está replicando durante la pandemia, que sea la enfermedad la que ocupe el foco exclusivo de atención, alejando a los servicios de salud y a sus profesionales de la comunidad lo que se traduce en una falta de equidad que es muy cuestionable. Tan solo desde esa participación comunitaria real, que huya de soluciones individuales y patogénicas de los procesos, estaremos en posición de lograr el necesario y deseado empoderamiento[22] de la comunidad que permita una corresponsabilidad en la autogestión, la autodeterminación, la autonomía y el autocuidado a través de la toma de decisiones que facilite soluciones consensuadas y compartidas ante las consecuencias de la pandemia como mejor manera de afrontar la situación y adaptarse a la misma desde el conocimiento y la información y no desde la amenaza y la coacción como se ha venido haciendo.
La pandemia por su dimensión y efectos ha provocado una gran cantidad de información que se ha traducido en infodemia que incluía como ciertos toda clase de rumores, bulos, conjeturas e hipótesis sin fundamento que lo único que lograban era aumentar la confusión, la incertidumbre y la alarma, a través de mensajes basados en el miedo, e incluso la amenaza, con el interés de identificar culpables, sobre los que desviar la atención y en quienes descargar los efectos que tan solo son imputables a la pandemia y, en todo caso, a quienes toman las decisiones que se le usurpan a la población, provocando la estigmatización y la confrontación social.
Las estrategias de promoción de la salud deben llevarse a cabo mediante una adecuada planificación que liderada por las enfermeras comunitarias permitiría la participación de agentes de salud y de líderes comunitarios a lo largo de todo el proceso, desde el diseño, la implementación y la evaluación.
Para lograrlo resulta fundamental cambiar la narrativa de comunicación que se ha estado utilizando a lo largo de la pandemia y que ha impedido sistemáticamente la responsabilidad social, confundiéndola con obediencia social. Tan solo desde dicho cambio será posible lograr la resiliencia como efecto de dicha participación, al contrario de lo que se logra con la acción paternalista utilizada que tan solo fomenta la pasividad y la dependencia.
Pero las enfermeras comunitarias también pueden y deben fomentar un cambio en el abordaje de la información por parte de los medios de comunicación, trabajando activamente con ellos con el fin de evitar los espacios espectáculo que provocan miedo, bloqueo y contradicciones. Favoreciendo la información crítica y la promoción de conductas y hábitos saludables, sin olvidar el respeto máximo a la acción de los profesionales de la información para evitar que la intervención sea entendida como una intromisión o un intento de manipulación.
El empoderamiento del que hablaba con anterioridad, basado en la información y el conocimiento, debe permitir a la población ser crítica con las informaciones falsamente novedosas y llamativas que envuelven los bulos y ser conscientes de la información que se comparte para no alimentar rumores y desinformaciones, tejiendo para ello una red de informantes clave que lo faciliten y minimicen los riesgos que en ocasiones genera la desaparición de barreras entre expertos y legos, tan reconocible en la contracción del presente y la sociedad del riesgo en la que estamos instalados y que tan bien describe Zygmunt Bauman en su obra Modernidad líquida[23].
Pero evidentemente para que todo esto pueda llevarse a cabo es fundamental que los centros de salud pasen a ser el centro del sistema sanitario que active el empoderamiento personal, comunitario y organizativo, que son elementos fundamentales de la responsabilidad comunitaria. Resulta pues imprescindible acometer decisiones urgentes que reviertan la actual situación hospitalcentrista que hagan posible los cambios estructurales y organizativos que permitan a los centros de salud volver a poner el foco en las comunidades[24]. Cambio que requiere una asignación presupuestaria y una inversión finalista destinada a la Atención Primaria y Comunitaria adaptando la asignación de profesionales, recursos materiales y económicos en función de las necesidades y la complejidad de cada territorio, tal como se recoge en el Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria[25] cuya implementación se paralizó por efecto de la pandemia.
Por su parte la Salud Pública debe dejar de ser un mero centro procesador de datos y estadísticas para pasar a ser puente entre la sociedad y el sistema sanitario, combinando la epidemiología del virus con la epidemiología social e identificando la gran influencia de los determinantes sociales de la salud.
La coordinación con los diferentes ámbitos de atención, tanto Atención Primaria como Hospitalaria, debe favorecer las actuaciones transversales e inclusivas dentro del sistema sanitario que permitan la dinamización de los recursos y activos de la sociedad y las diferentes comunidades, desde una perspectiva intersectorial en la que deje de pensarse que el sistema sanitario es el único sector que puede responder a los problemas de salud comunitarios. La salud es demasiado importante para estar en manos exclusivamente del sector sanitario. La salud y el bienestar tienen que estar incluidos en todas las políticas (educación, servicios sociales, movilidad, urbanismo, medio ambiente…) y en los diferentes territorios.
Todo lo dicho sin olvidar que estamos ante un problema de salud global de dimensión trasnacional que, por tanto, requiere intervenciones globales desde la perspectiva de la Salud Global como bien público mundial que trasciende fronteras, que está relacionado con la justicia social y que tiene como ejes a la equidad, la ética y el respeto a los derechos humanos y que está basada en la cooperación técnica y abogacía, aportando la mirada latinoamericana a los temas más candentes de la agenda mundial sobre salud y desarrollo[26].
Desde esta perspectiva global se deben reconsiderar las relaciones de poder, teniendo en cuenta las causas estructurales, las relaciones internacionales, la determinación social en salud y los necesarios cambios institucionales que logren, desde la globalidad, una relación global local que afronte la desigualdad social, desde una nueva conciencia global en el que necesariamente debe integrarse el movimiento ciudadano a través de la participación comunitaria[27] (Figura 2).
Es cierto que desde esta perspectiva global no tiene cabida una intervención profesional exclusiva de ninguna disciplina y por tanto tampoco por parte de las enfermeras. Pero lo que desde luego no es posible, es desarrollarla sin la participación, empoderamiento y liderazgo de las enfermeras.
La salud global requiere de estrategias que tiendan puentes trasnacionales tendentes a un trabajo compartido y colaborativo que centre su atención en la preservación supranacional de los derechos de la ciudadanía con la mirada puesta en la abogacía para la salud.
Las enfermeras ibero-latinoamericanas tienen, en este sentido, una oportunidad que deben, no tan solo identificar como una opción sino como una obligación para dar respuestas globales a las necesidades globales que se presentan tanto en situaciones como la pandemia como en otras muchas en las que la visión global y compartida es fundamental[28].
[1] Filósofo, matemático, geómetra, físico y legislador griego (624 ac – 546 ac).
[2] Martínez-Riera, JR. EL COVID-19 vs EL CUIFAM-00. Confinamiento y cuidados. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/03/29/el-covid-19-vs-el-cuifam-00-confinamiento-y-cuidados/
[3] Martínez-Riera JR, Gras-Nieto E. Atención domiciliaria y COVID-19. Antes, durante y después
del estado de alarma. Enferm Clin. 2020. https://doi.org/10.1016/j.enfcli.2020.05.003
[4] Martínez-Riera, JR. Blog Enfermeras Comunitarias. Efectos colaterales del coronavirus efecto-domino. http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/03/15/efectos-colaterales-del-coronavirus-efecto-domino/
[5] Sivalli Campos CM, Buffette Silva BR, Forlin DC, Trapé
CA, de Oliveira Lopes I. Práticas emancipatórias de enfermeiros na Atenc¸ão Básica à Saúde: a visita domiciliar como instrumento de reconhecimento de necessidades de saúde. Rev Esc Enferm USP [Internet]. 2019;48(Spe):119—25 [consultado 8 junio 2021]. Disponible en: http://www. scielo.br/scielo.php?script=sci arttext&pid=S0080- 62342014000700119&lng=en&tlng=en
[6] Sociedad Espanola de Cuidados Paliativos (SECPAL). Orientaciones sobre el control sintomático de enfermos graves afectados por la enfermedad COVID 19 y que requieran atención paliativa o se encuentren próximos al final de la vida. SECPAL; 2020 [08 junio 2021]. Disponible en: http://www.secpal.com// Documentos/Blog/2020 03 23%20FIN%20DE%20VIDA%20Y%20COVID%2019%20 1.%20Documento%20para%20profesionales1.pdf
[7] Greenhalgh T. Covid-19: a remote assessment in primary care. BMJ. 2020;368, http://dx.doi.org/10.1136/bmj.m1182.
[8] Martínez-Riera, JR. Realidad virtual o realidad mortal. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/09/06/realidad-virtual-o-realidad-mortal/
[9] Martínez-Riera, JR. Vaso medio lleno o medio vacío de rastreadoras vacunadoras e informantes a enfermeras y periodistas. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2021/01/09/vaso-medio-lleno-o-medio-vacio-de-rastreadoras-vacunadoras-e-informantes-a-enfermeras-y-periodistas/
[10] Martínez-Riera, JR. Participacion comunitaria la-decisión más allá del voto. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2021/06/04/participacion-comunitaria-la-decision-mas-alla-del-voto/
[11] Martínez-Riera, JR. Pandemia covid 19 y comunidad. Participación comunitaria y entornos saludables Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/03/31/pandemia-covid-19-y-comunidad-participacion-comunitaria-y-entornos-saludables/
[12] Martínez-Riera, JR. Los mandaos. De la mediocridad a la obediencia debida. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2021/01/23/los-mandaos-de-la-mediocridad-a-la-obediencia-debida/
[13] Martínez-Riera, JR. Vodevil. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/10/09/vodevil/
[14] Martínez-Riera, JR. Carencias, olvidos y monopolio informative. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/04/02/carencias-olvidos-y-monopolio-informativo/
[15] Martínez-Riera, JR. De las tertulias del corazón a las tertulias del coronavirus. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/04/15/de-las-tertulias-del-corazon-a-las-tertulias-del-coronavirus/
[16] Martínez Riera, JR. Docencia-en-enfermeria-y-futuro-de-las-enfermeras-universidad-inmovilismo-y-mercantilismo. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2019/12/13/docencia-en-enfermeria-y-futuro-de-las-enfermeras-universidad-inmovilismo-y-mercantilismo/
[17] Martínez Riera JR. López-Gómez, J. Enfermería Comunitaria. En: Hernández Aguado, I. Manual de epidemiología y salud pública 3ª Ed. Panamericana 2017: 289-291.
[18] South, J. Stansfield, J. Amlôt, R. Weston, D. Sustaining and strengthening community resilience throughout the COVID-19 pandemic and beyond. Royal Society for Public Health 2020, SAGE Publications. 2020; 140 (6): 305-308. DOI: 10.1177/1757913920949582
[19] MPenkler, M. Müller,R. Kenney, M. Hanson, M. Back to normal? Building community resilience after COVID-19. Lancet Diabetes Endocrinol. 2020 Aug; 8(8): 664–665. Published online 2020 Jul 21. doi: 10.1016/S2213-8587(20)30237-0
[20] Hernán-García, M. Cubillo-Llanesb, J. García-Blancoc, D. Cofiño, R. Epidemias, virus y activos para la salud del barrio. Gac Sanit. 2020; 34 (6): 533-35. DOI: 10.1016/j.gaceta.2020.04.010
[21] Sáinz-Ruiz, P.A. Sanz-Valero, J. Gea-Caballero, V. Melo, P. Nguyen, TH. -Máximo, JD. Martínez-Riera, JR. Dimensions of Community Assets for Health. A Systematised Review and Meta-Synthesis. Int. J.
[22] Martínez Riera, JR. Empoderamiento y liderazgo. ¿Qué es antes el huevo o la gallina? Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2021/04/16/empoderamiento-y-liderazgo-que-es-antes-el-huevo-o-la-gallina/
[23] Bauman, Zygmunt (1 de enero de 2002). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica. ISBN 9789505575138.
[24] Pola García, M. Domínguez García, M. Escartín Lasierra, P. Peyman-Fard Shafi Tabatabei, N. Martínez Pecharromán, M. Benedé Azagra, CB. Aproximación a la respuesta comunitaria a la pandemia por COVID-19 de los equipos de Atención Primaria de Salud aragoneses. Comunidad 2020;22(2):3.
[25] Resolución de 26 de abril de 2019, de la Secretaría General de Sanidad y Consumo, por la que publica el Marco estratégico para la atención primaria y comunitaria. https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2019-6761
[26] Alianza Latinoamericana de Salud Global. Declaración de Santiago. Santiago: ALASAG; 2013. Disponible en: http://www.saludglobalinsp.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=269:dec-santiago&catid=39:noticiasrecientes&Itemid=349 Acceso el 24 de enero de 2020.
[28] Martínez-Riera, JR. Enfermería sin fronteras. Realidad Ibero-Latinoamericana. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2021/04/02/enfermeria-sin-fronteras-realidad-ibero-latinoamericana/
“Querer informarse sin esfuerzo es una ilusión que tiene que ver con el mito publicitario más que con la movilización cívica. Informarse cansa y a este precio el ciudadano adquiere el derecho de participar inteligentemente en la vida democrática.”
El actor Warren Beatty decía que “cuando la marea baja nos permite ver a quienes estaban nadando desnudos”. Pues bien, de alguna manera la pandemia es como la marea que cuando empieza a bajar, deja al descubierto muchas desnudeces que hasta entonces no veíamos.
Se ha hablado y escrito mucho en torno a la pandemia y sus consecuencias. Pero esto no ha hecho, prácticamente, nada más que empezar.
Quien crea que la remisión o incluso el aparente control de la pandemia significan el final de la misma, están muy equivocados.
Lamentablemente, además de las desnudeces que deja al descubierto la pandemia, entendidas estas por los fallos, carencias u ocurrencias, que de todo ha habido, producidos e incluso provocados durante más de 15 meses de pandemia, tenemos que hablar de las incomprensibles decisiones, por extrañas y faltas de argumentos, que se han tomado en lo que a la participación de la comunidad se refiere.
El Sistema de Salud que se nos estaba “vendiendo” como extraordinario, está basado en un modelo agotado y caduco por su patriarcal asistencialismo, su paternalismo, su fragmentación, su excesiva medicalización, su hospitalcentrismo… desde el que no se reconocen los aspectos social y espiritual de la atención; que adolece de sentido en vista a la evidencia existente sobre los determinantes sociales. Que conlleva la pérdida de autonomía al asumir, los profesionales que dominan la tecnología biomédica, el protagonismo absoluto, creando dependencia de los servicios de salud, demanda inducida y respuestas inadecuadas a las necesidades sentidas. Modelo con una cultura centrada en la enfermedad y alejada de la población. Basado en programas de salud fragmentados y de orientación individual, con enfoque patogénico. Modelo egocéntrico que ignora otros sectores sociales e impide la necesaria intersectorialidad destinada a transformar la situación de salud de la comunidad y a mejorar su bienestar y calidad de vida. Centrado en el trabajo multidisciplinar, como conjunto, tan solo, de profesionales de distintas disciplinas que trabajan en un mismo espacio, dificultando el trabajo en equipo y la creación de un marco conceptual nuevo y común para todas las disciplinas que posibilite la orientación transdisciplinaria. Con ausencia de procesos y proyectos comunitarios y nula identificación e inclusión de agentes de salud comunitarios. Todo lo cual se traduce en una absoluta falta de participación real de la población, tanto individual como colectivamente en la toma de decisiones. A pesar que los órganos de representación ciudadana, como los consejos de salud, están regulados, pero ignorándose sistemáticamente.
Un Sistema que ha logrado que la población centre su atención en la enfermedad y desprecie o cuanto menos minusvalore la salud. Un Sistema que es regido por un Ministerio de Sanidad que no de Salud, lo que significa que gestiona el modelo comentado en lugar de preocuparse por mejorar la salud comunitaria. Posiblemente por eso no se denomina Ministerio de Salud, por miedo o por incompetencia, o por ambas a la vez. Un Sistema que veta la presencia de enfermeras en los órganos de responsabilidad y toma de decisiones, posiblemente en su intento de perpetuar el modelo asistencial sanitarista tan alejado del paradigma enfermero.
Por tanto, la respuesta que se ha venido dando a la pandemia durante todo este tiempo ha sido idéntica a la que se daba antes de la misma. Es decir, se ha focalizado en la asistencia, que no en la atención, exclusivamente en el aspecto patológico, en la simple anomalía biológica que no arroja ninguna luz sobre la significación última para la persona afectada y su familia, por importante que esta pueda ser para los clínicos. Se han obviado sistemáticamente las variables de tipo psicosocial y espiritual que resultan tan importantes para determinar la susceptibilidad, la gravedad y el curso de la enfermedad, como se ha venido demostrando como consecuencia de la soledad, el aislamiento, el sufrimiento moral, la muklticulturalidad… que han hecho que el rol de enfermo no dependiera tan solo de las evidentes anomalías biológicas, sino de la interacción con factores psicosociales y espirituales, que sin duda influyen directamente en el tratamiento biológico.
Pero a pesar de todo y en medio de todo este despliegue biologicista, durante la pandemia, ha emergido la relación profesional con el enfermo y su familia, a través de los cuidados profesionales enfermeros, con una clara y evidente influencia en el resultado terapéutico. Evidenciando que los cuidados enfermeros son algo más que un proceso de atención, son un resultado en salud imprescindible que se ha hecho visible, reconocible y reconocido, pero que lamentablemente ha quedado circunscrito al ámbito hospitalario como centro casi exclusivo del Sistema Sanitario, ocultando e incluso despreciando la aportación específica de la Atención Primaria y de la Salud Comunitaria, que han sido subsidiadas al mecanismo organizativo y patológico del hospital, como meros instrumentos de su dinámica organizativa, lo que ha contribuido a ocultar, aún más si cabe, la participación comunitaria durante toda la pandemia.
Muchas enfermeras comunitarias y sociedades científicas enfermeras intentaron y propusieron estrategias para que la participación de la comunidad fuese una realidad y no tan solo un recuerdo que se perdía en la memoria de los manuales o de los nostálgicos de la Atención Primaria. Pero los decisores del Sistema que la pandemia ha mostrado desnudo de las alabanzas que lo revestían, se empeñaron una y otra vez en rechazar cualquier intento de participación de la comunidad.
Ni durante la primera fase en la que la confusión, la incertidumbre y el miedo, generaban alarma y desconcierto entre la población con el consiguiente recelo hacia el sistema al entender que no sabía cómo afrontar la situación sobrevenida, que tan solo se traducía en órdenes de aislamiento y confinamiento. Ni tras la desescalada en la que la libertad recuperada fue interpretada, por los mensajes trasladados, como el fin de la pandemia y supuso el repunte de nuevos y masivos contagios en los que se culpabilizó y estigmatizó a parte de la población con la que en ningún momento se contó y a la que tan solo se le seguían trasladando órdenes e imponiendo restricciones que no siempre eran entendidas y mucho menos respetadas. Ni en la apuesta mercantil navideña que supuso abocar a la población a una nueva escalada de las tasas de incidencia, al preferir la navidad a la sanidad y trasladando la culpa de las consecuencias a la población por hacer lo que le permitieron e incluso animaron a hacer. Ni en estos momentos del proceso de vacunación en el que no tan solo no se cuenta con la participación de la comunidad, sino que además se le pretende utilizar para que sea cómplice de la falta de coherencia en la toma de decisiones políticas al margen de las evidencias científicas y del criterio de los expertos.
En este punto me parece importante detenerme para reflexionar sobre la perversidad que supone el querer trasladar a la ciudadanía una decisión que los políticos no han sido capaces o no se han atrevido a tomar. Ampararse en un estudio que no aporta las pruebas suficientes para argumentar una decisión que, además, contraviene la ficha técnica de las vacunas que se propone combinar y todo ello sin aportar una clara información que elimine las dudas de la ciudadanía a la que previamente se le había estado insistiendo en las garantías de administrarse dicha vacuna de la que ahora se dice dudar es absolutamente perverso. Es decir, donde dije digo, digo Diego. Y nuevamente se culpa a la población por su resistencia la incoherencia política.
En un país dado tan frecuentemente a los movimientos pendulares, en base a los cuales se pretende pasar de un planteamiento a otro diametralmente opuesto sin solución de continuidad y sin un proceso de adaptación intermedio, cualquier iniciativa en este sentido se convierte automáticamente en una nueva ocurrencia producto de la falta de planificación con la que se actúa de manera generalizada, provocando resultados indeseables aunque lógicos.
Cuando hace décadas se decidió usurpar el saber popular por el que se daba respuesta a muchos problemas de salud “domésticos” apropiándose del mismo el denominado sistema formal, se determinó la absoluta negativa a que la población participase en ningún aspecto relacionado con su salud, más allá de la obediencia debida a las órdenes profesionales que, además, si no eran cumplidas reportaban severas amonestaciones por parte de los citados profesionales en la asunción de su patriarcado asistencialista y paternalista.
El transcurso de los años hizo que se generase una progresiva dependencia al sistema y a los profesionales que, a su vez, inducían una demanda artificial a la que, además, no daban la respuesta deseada, generando insatisfacción. Cuestión que, paradójica y sistemáticamente, es utilizado por los propios profesionales para quejarse de la presión asistencial que ellos mismos han provocado y a la que son incapaces o no quieren responder con eficacia y calidad, pero que resulta muy rentable para plantear “…y de lo mío ¿qué?.
Ante este panorama, evidentemente se salvan algunas/os profesionales, más por voluntarismo que por estrategia organizativa del propio modelo, lo que acaba por provocar un claro desgaste de dichos profesionales al no verse apoyados por el “aparato del sistema” y generar el rechazo de una gran mayoría de los equipos que prefieren instalarse en su zona de confort, en la ética de mínimos, en el conformismo e inmovilismo y en la queja permanente sin hacer absolutamente ninguna autocrítica.
Un modelo sanitarista y patogénico que, como decía, no tan solo ha ignorado a la ciudadanía, sino que sistemáticamente le ha impedido participar en el proceso de toma de decisiones sobre su propia salud. Modelo que, últimamente, ha querido maquillar su autoritarismo con la generación de figuras, como el paciente experto, que no tan solo son anacrónicas, sino contraproducentes y alejadas de la realidad.
Cuando no se ha llevado a cabo un proceso de alfabetización en salud de la población a través de una Educación para la Salud capacitadora y participativa, pretender “vender” una figura como la del paciente experto, es realmente preocupante. Y lo es, por una parte, porque supone un insulto a la inteligencia de la ciudadanía al considerar que con ello recupera una participación comunitaria en la que ni cree ni por la que apuesta al mantener un modelo que lo impide. Por otra parte, porque no se trata de generar figuras artificiales diseñadas para perpetuar el modelo.
No hacen falta pacientes expertos. Lo que hace falta es personas activas y participativas capaces de analizar, reflexionar, debatir y consensuar con los profesionales en torno a las decisiones que les afectan. ¿En qué tiene que ser experto el paciente? ¿en paciencia? ¿en su patología, en sus síntomas, en su medicación? Porque, lo que debe es poder autogestionar su afrontamiento ante cualquier problema de salud, logrando la máxima autodeterminación para tomar decisiones corresponsables que le permitan tener la autonomía necesaria para asumir su autocuidado. Pero claro esto supone que el paciente pase a ser persona autónoma y por tanto no requiera la dependencia permanente de los profesionales ni asumir la paciencia como signo de resignación permanente que le define como paciente. Como consecuencia de todo ello, la capacidad de “manipulación” de los profesionales se reduce, interpretándolo, torpemente, como una pérdida de poder y de reconocimiento, por lo que se resisten a que se logre y prefieren crear la figura del paciente experto a su imagen y semejanza para que piense y actúe como ellos quieren.
En este panorama las enfermeras comunitarias asumieron, desde el principio de la Atención Primaria (AP), un rol en el que la participación comunitaria era fundamental para lograr no tan solo la máxima autonomía de las personas, sino para mantener sanos a los sanos a través de programas de promoción de la salud en los que la participación activa de la población era fundamental. Pero el modelo de AP se vio contagiado irremediablemente por el potente patógeno hospitalario que lo colonizó como sucursal del Hospital para utilizarlo como recurso subsidiario de sus necesidades, sufriendo también la astenia provocada por la inanición presupuestaria recurrente. De tal manera que tanto la participación comunitaria, como la promoción de la salud pasaron a convertirse en anécdotas o actos de voluntarismo heroico que acababa sucumbiendo por lisis o por aburrimiento.
Todo esto ha generado que durante la pandemia no tan solo no se haya contemplado la participación comunitaria, sino que se ha rechazado cualquier intento por desarrollarla tal como he comentado anteriormente, con resultados claramente ineficaces e ineficientes.
En un proceso como el de la vacunación la participación de agentes de salud y líderes comunitarios de los múltiples recursos comunitarios existentes, de muy diferentes sectores sociales, hubieran podido articularse a través de intervenciones planificadas y lideradas por enfermeras para mantener informada a la ciudadanía y reducir así las dudas e incertidumbres que provocan movimientos contrarios a la vacunación o que generan demandas totalmente controlables en base a una información clara, cercana y comprensible, que hubiesen garantizado la seguridad y contribuido a la calidad de la atención. Pero en su lugar se prefiere trasladar a la ciudadanía la responsabilidad que no le corresponde y que le provoca tanta incertidumbre como rechazo al tener que tomar una decisión para la que no se le ha capacitado previamente.
El sistema y sus i-responsables decisores prefieren contar con enfermeras tecnológicas. Por eso les llama vacunadoras o rastreadoras. No quiere enfermeras competentes, responsables, autónomas, preparadas, líderes que puedan generar una ciudadanía que piense y que se sitúe en una posición de abogacía por la salud. No quieren una ciudadanía autónoma y responsable capaz de tomar sus propias decisiones. Prefiere una ciudadanía cuyo rol se limite al voto y que el mismo pueda ser convenientemente manipulado para que responda a sus intereses políticos y partidistas.
Participar no significa hacer lo que otros deciden, sino construir conjuntamente, desde el respeto, aquello que se considera da mejor respuesta a las necesidades sentidas. Pero hacerlo supone no tan solo creer en ello sino facilitar que se pueda hacer con libertad y en libertad. Y eso significa que quienes ahora lo impiden dejen de hacerlo y permitan que quienes saben, las enfermeras, otros profesionales y agentes de salud comunitarios planifiquen intervenciones complementándolas con otros decisores profesionales en igualdad de condiciones.
Pero lo que desde luego no significa es que tenga que cumplimentar un “consentimiento firmado”, que no informado, para tomar una decisión que no se atreve a tomar quien, precisamente, ha generado el problema por incapacidad y falta de voluntad, como elementos fundamentales de la mediocridad que les caracteriza y nos invade.
[1] Periodista español catedrático de teoría de la comunicación establecido en Francia
Los determinantes del estado de salud de la población, abarcan desde factores ambientales, biológicos, conductuales, sociales, económicos, laborales, culturales y, por supuesto los servicios sanitarios como respuesta organizada y especializada de la sociedad para prevenir la enfermedad y restaurar la salud[3].
Ya en 1974 el ministro canadiense de salud, Marc Lalonde, desarrolló un modelo, aún vigente, según el cual existen cuatro grupos de factores que condicionan la salud comunitaria: El Medio Ambiente, los Estilos y Hábitos de vida, el Sistema Sanitario y la Biología Humana[4].
Más recientemente se establece la influencia de los determinantes sociales de la salud, identificados como las circunstancias en que las personas nacen, crecen, viven, trabajan y envejecen, incluido el sistema de salud. Esas circunstancias son el resultado de la distribución del dinero, el poder y los recursos a nivel mundial, nacional y local, que depende a su vez de las políticas adoptadas[5].
Estos enunciados teóricos que la mayoría conocemos y que muy pocos, lamentablemente, aplicamos, explican la mayor parte de las inequidades en salud, esto es, de las diferencias injustas y evitables observadas en y entre los países en lo que respecta a la situación de salud y, a pesar de ello, no tan solo se mantienen dichas diferencias, sino que se acrecientan.
Sin embargo, ni en los determinantes de salud ni en los sociales de la salud se identifican algunos factores que, sin embargo, a mi modo de ver, tienen especial influencia en la salud de las personas, las familias y la comunidad.
Porque ni la política ni las/os políticas/os, a través de sus políticas, ni el periodismo, ni las/os periodistas a través de los medios de comunicación, se identifican de manera clara como determinantes de salud.
Trataré de explicarme. La política y el periodismo, como el medio ambiente o la biología, no determinan por si mismas nada. Este es, de inicio, un aspecto importante. Porque quienes determinan, influyen o condicionan en la salud son quienes manejan, manipulan o gestionan la política, el periodismo, el medio ambiente o la biología. Esta forma abstracta y genérica de establecer relaciones causales tan solo oculta la responsabilidad de quienes son verdaderos responsables de los efectos nocivos que sobre la salud tienen sus decisiones en relación a la política, el periodismo, el medio ambiente o la biología.
En el caso concreto de la política y el periodismo parece, sin embargo, que cualquier cosa que hagan las/os políticas/os y periodistas es aceptada por contar con el supuesto privilegio de la inmunidad política, para unos, o la libertad de prensa, para otros.
No es mi intención cuestionar ni lo uno ni lo otro. Pero, lo que nadie o casi nadie, discute es la utilización interesada y oportunista que de ambos se hace en determinados momentos por parte de algunas/os.
Este escudo protector de la inmunidad en el que se amparan las/os políticas/os, en nuestro país alcanza proporciones mucho mayores en cuanto al número de ellas/os a quienes protege, con relación a otros países de nuestro entorno. A lo que hay que añadir la ausencia de responsabilidades reales por las decisiones que toman, más allá de una poco probable dimisión o de un terapéutico cese para el partido que lo acoge, como forma de exculpación colectiva para no asumir como propio el error o delito cometido por su representante. Como consecuencia, las/os políticas/os influyen de manera muy significativa en la salud de personas, familias y comunidad con sus decisiones. De tal manera que podemos decir que realmente actúan como verdaderos determinantes sociales de la salud, aunque no aparezcan explícitamente en los esquemas, figuras, gráficos, programas o guías que al respecto se elaboran.
Su inclusión podría establecerse como un determinante propio que influye en la salud comunitaria, directamente y de manera aislada del resto de determinantes ya identificados, o bien como componente fijo de cualquiera de los determinantes sobre los que actúan a través de sus decisiones que son el principal detonante de las consecuencias que provocan. Por lo tanto, el detonante del medio ambiente, por ejemplo, no lo sería tanto este, como determinante identificado, sino las decisiones que sobre el mismo toman las/os políticas/os provocando consecuencias que repercuten en la salud comunitaria, aunque quien aparezca como determinante, no sea quien desencadena el daño, el/la político/a, sino que es el medio ambiente sobre quien actúa. Pero la inmunidad política, bien sea real o normativa o bien consentida por tradición, actúa no tan solo como eximente de la culpa sino incluso como repelente de la misma y de las consecuencias que sus decisiones ocasiona, lo que es identificado por la población como indecente, aunque lo acepta y tolera como algo consustancial a la acción política, lo que no deja de ser un síntoma más de la afección que sobre la salud comunitaria e incluso democrática ejerce.
Por su parte, las/os periodistas, no la totalidad evidentemente, en su labor informativa y amparados y protegidos por la libertad de prensa, que no de expresión, difunden a través de los medios a los que pertenecen informaciones que no siempre se ajustan a los exigibles, necesarios y deseables parámetros de transparencia, imparcialidad y objetividad, lo que acaba por contaminar su contenido y este a su vez a la población que la consume con consecuencias evidentes sobre la salud comunitaria, lo que convierte a los medios de comunicación a través de las/os periodistas que los nutren en un determinante de salud fundamental que al igual que en el caso anterior no se sabe bien si lo son por si mismos o se comportan como tales por efecto de quienes los nutren, es decir, las/o periodistas.
En cualquier caso, lo bien cierto es que tanto políticas/os como periodistas pueden ser identificados como determinante de sociales de salud, aunque no es menos cierto que también lo pueden ser como factores de riesgo desde una perspectiva más preventivista dado que generan también situaciones que aumentan las probabilidades de que personas, familias o comunidad se vean afectadas por problemas de salud.
Aunque tampoco es descartable que actúen como agentes patógenos que desencadenan directamente problemas de salud o los potencian, generando incluso resistencias a los posibles tratamientos para combatirlos.
Estamos pues ante un panorama en el que tanto políticas/os como periodistas se sitúan en una posición patogénica evidente. Los primeros porque con sus decisiones favorecen, desencadenan o potencian la enfermedad relacionada con pobreza, desigualdad, inequidad, vulnerabilidad, educación, sanidad, empleo, precariedad… a través de decisiones que lejos de promocionar, generar o mantener espacios saludables, contribuyen a que los determinantes sociales de salud refuercen su influencia negativa sobre la salud comunitaria o que se conviertan directamente en factores de riesgo o agentes patogénicos que contribuyen a mantener una sociedad enferma.
Los segundos porque con los sesgos, alarmas, sensacionalismos, subjetividad… incorporada a la información que difunden, alimentan la incertidumbre y la inseguridad de la población, con efectos claros sobre la salud comunitaria.
Ambos, porque situarse por encima de la ciencia y lo que la misma dicta en base a evidencias, priorizando intereses políticos o periodísticos, además de inmoral es muy peligroso.
La combinación de ambos, políticas/os y periodistas, articulados por ideologías e intereses partidistas y comerciales logra efectos muy nocivos para la salud comunitaria y de muy complicado tratamiento, llegando a provocar la cronicidad de muchos de los problemas de salud que contribuyen a desarrollar e incorporar en la sociedad.
Los intentos de cambiar a una posición salutogénica, es contemplada, en la mayoría de los casos, como una anécdota, voluntarista y débil a la que no se apoya o incluso se combate para que no logre su propósito saludable que es contemplado por ambas partes como algo que ensalzan en sus discursos o informaciones, pero que raramente se ve traducido en acciones reales de promoción de la salud real.
Estamos pues ante un panorama ciertamente desalentador que contagia a la sociedad provocando en la misma, pasividad, inmovilismo, conformismo, desilusión, individualismo, rechazo, confrontación, radicalismo… que es aprovechado por grupos políticos, apoyados y proyectados muchas veces por grupos mediáticos y que influye en la salud comunitaria de una manera clara.
Resulta imprescindible, por tanto, que se lleven a cabo intervenciones destinadas a la sensibilización, interiorización y convicción sobre las repercusiones que, determinadas decisiones políticas y la difusión de información, tienen sobre la salud de las personas, las familias y la comunidad y su acción promotora de salud.
No se trata de generar injerencias en la política ni en los medios. No se pretende manipular a políticos o periodistas. Lo que se plantea es un trabajo intersectorial, participativo y transdisciplinar a través de una Educación para la Salud capacitadora que logre la alfabetización en salud de la población, facilitando la toma de decisiones compartida entre todos los agentes de salud sociales y no tan solo de las/os profesionales de la salud, ni de las/os políticas/os o las/os periodistas.
Todas/os tenemos que incorporar el respeto, la humildad y la generosidad como elementos fundamentales que regulen las decisiones y la información de tal manera que actúen desde una perspectiva salutogénica para cambiar la percepción de toxicidad que se tiene tanto de políticas/os como de periodistas y que se puedan modificar para identificar como Activos de Salud que faciliten la generación de entornos saludables.
Si como determinantes sociales de salud que, desde mi punto de vista son, fuesen capaces de modular sus acciones para adaptarlas a la realidad social sin que ello quiera decir que tengan que renunciar a la crítica, el debate, la reflexión, la diversidad ideológica… pero huyendo de la confrontación innecesaria, la descalificación, el revanchismo, el alarmismo, el sensacionalismo, la demagogia, la imposición ideológica, el radicalismo, la violencia dialéctica, el odio… la influencia que podrían tener en la salud comunitaria sería de tal calibre que los resultados en salud superarían a los efectos adversos de muchos determinantes, factores de riesgo e incluso agentes patógenos.
Una visión tan global, integral, integrada e integradora, centrada en los cuidados como elemento universal de fomento y mantenimiento de la salud, es una visión enfermera que justifica la permanente demanda trasladada desde la OMS para que las enfermeras se incorporen en puestos de responsabilidad y toma de decisiones reales y contrarresten las permanentes políticas de salud sin salud para transformarlas en salud en todas las políticas.
El abordaje de la salud comunitaria desde la patogénesis tan solo puede generar sociedades patógenas. La información derivada de dicha patogenia, a su vez, tan solo puede contribuir a difundir el contagio y a provocar pandemias globales de hipocondría social en el mejor de los casos y de cronicidad social patológica en el peor de los escenarios.
Seguir identificando a las enfermeras como meros y exclusivos recursos humanos a los que utilizar para los espurios intereses de unos u otros utilizando para ello el halago fácil, engañoso y lesivo, es una inmoralidad, un fraude y una clara prevaricación social que tan solo contribuye a la enfermedad.
Tenemos la mejor vacuna posible para combatir esta terrible pandemia político-informativa. El problema estriba en saber cómo, cuándo y dónde utilizarla, de tal manera que logre la inmunización comunitaria que se requiere. Otra cosa es que haya intereses para seguir manteniendo la enfermedad como objetivo por encima de la salud y que mantener sanos a los sanos no sea la prioridad política ni informativa que interesa a quienes toman decisiones y generan información.
Las enfermeras, mientras tanto, seguirán aportando conocimiento, ciencia, competencias, cuidados y salud a las personas, familias y comunidad a través de sus principales principios activos, los cuidados profesionales.
Sin duda no están todos los que son, pero si que son todos los que están y eso hay que remediarlo si queremos tener una sociedad saludable. ¿Nos ponemos a ello?
[2] Periodista, escritor, ensayista y poeta polaco.
[3] De La Guardia Gutiérrez Mario Alberto, Ruvalcaba Ledezma Jesús Carlos. La salud y sus determinantes, promoción de la salud y educación sanitaria. JONNPR [Internet]. 2020 Ene [citado 2021 Mayo 21]; 5(1): 81-90. Disponible en: http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2529-850X2020000100081&lng=es. Epub 29-Jun-2020. https://dx.doi.org/10.19230/jonnpr.3215.
[4] Organización Mundial de la Salud. Salud en las Américas. Capítulo 2 Determinantes e Inequidades en Salud. Ginebra: OMS; 2012. Disponible en: https://www.paho.org/salud-en-las-americas- 2012/index.php?option=com_docman&view=download&category_slug=sa-2012-volumen-regional-18&alias=163-capitulo-2-determinantes-e-inequidades-salud-163&Itemid=231&lang=en [Links]
A quien cuidando profesionalmente a los demás cuida la enfermería.
En un reciente estudio publicado en The Lancet[2] se concluía que contar con una proporción mayor de enfermeras por paciente reduce la mortalidad hasta en un 11% y lo hace con un menor coste.
Puede que alguien considere que un 11% de reducción de la mortalidad tampoco sea para tanto. Pero eso, en todo caso, se lo tendrían que preguntar a quienes han logrado sobrevivir gracias a los cuidados profesionales enfermeros. Hacerlo tan solo desde un análisis centrado en la perspectiva cuantitativa de unos datos numéricos, que ignora la visión cualitativa de las emociones, las vivencias, los sentimientos… que van más allá del frío manejo de cifras para situarse en el resultado en salud, que es básicamente el resultado vital de los citados cuidados prestados, incorpora sesgos evidentes que anulan o desprecian la importancia de los mismos y de quien los presta.
Sin duda estudios como este o como los de otras importantes investigadoras enfermeras como la Dra. Aiken[3], ponen de manifiesto, a través de evidencias científicas, la importancia de dotar de un número adecuado de enfermeras a los servicios de salud y de que estas, además, tengan una excelente formación, generando un gran impacto en la salud de la población. Impacto que no tan solo se circunscribe al ámbito hospitalario y a los pacientes críticos, sino a cualquier contexto de atención, tanto en personas sanas como enfermas, entre los que cabe destacar la Atención Primaria, tal como concluye el Dr. Del Pino[4].
Desde Florence Nightingale[5], son muchas las enfermeras que realizan importantes investigaciones que avalan la validez y la aportación específica enfermera a la salud. Y ello a pesar de que hay quienes hacen del descrédito hacia ella su principal discurso “enfermero”, en una muestra más de cainismo disciplinar absurdo y, sobre todo, negativo para la Enfermería, que esperemos no se convierta en un modelo a seguir.
Son muchas las veces y las voces que las enfermeras hemos trasladado a las instituciones sobre la necesidad de adaptar las famosas y tan poco consideradas ratios que relacionan el número de ciudadanas/os con el número de enfermeras contratadas y por tanto prestadoras potenciales de cuidados profesionales. Finalmente, como sucede con las investigaciones cuantitativas los datos tan solo aportan números que suelen ser interpretados de manera muy parcial por parte de quienes deben tomar decisiones, al no considerar en esta relación, por ejemplo, las necesidades de cuidados, la marginalidad, la vulnerabilidad, la edad… entre otras muchas variables que deberían ser las que determinasen la asignación de enfermeras como tales y no desde la consideración que, desde la fría relación numérica, les convierte tan solo en recursos humanos. Contando con que ya no se establezcan en base al número de médicos como se ha venido haciendo en un claro e incomprensible despropósito que sitúa la subsidiariedad como criterio de asignación.
Las evidencias, las pruebas, son permanentemente reclamadas como argumento fundamental para cambiar las cosas. Siempre se dice, lógicamente, que tan solo con datos científicos contrastados puede darse respuesta a lo que se dice desde una perspectiva más emocional que racional.
Sin embargo, cuando son tantas, tan importantes, tan potentes, tan trascendentes, tan fundamentadas, tan rigurosas… las evidencias que ponen en evidencia el insuficiente número de enfermeras para lograr resultados en salud satisfactorios y tantas las voces de organismos internacionales que trasladan este mismo mensaje a las autoridades de todos los países, cabe preguntar a las/os decisoras/es que siguen sin apostar por los cuidados profesionales enfermeros, por razones que tan solo ellas/os saben, aunque muchas/os sospechemos, ¿por qué siguen sin hacer caso a dichas pruebas y peticiones? ¿por qué tan solo se limitan a lanzar discursos tan falsos como edulcorados? ¿por qué no tan solo obvian las evidencias, sino que incluso las manipulan con argumentos peregrinos y disuasorios? ¿por qué ni tan siquiera la realidad que se vive día a día y que refuerza las evidencias es tenida en consideración? ¿por qué siguen fascinados con la tecnología como única respuesta a las necesidades de salud? ¿por qué se empeñan en ignorar la aportación de los cuidados profesionales? ¿por qué no identifican la aportación singular de las enfermeras?
La verdad es que resulta complicado responder a estas cuestiones cuando todo indica que lo más razonable, lo que realmente sería de sentido común, lo que conllevaría una mejor eficiencia en un contexto mercantilista y competitivo como el que vivimos… sería adaptar los modelos organizativos de las instituciones a las evidencias científicas aportadas, en las que se demuestra la necesidad de incorporar más enfermeras y mejor formadas. Además de tener en cuenta que los cuidados profesionales, como realidad compleja, no lineal y en evolución, requieren de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, que parece no se está en disposición ni existe voluntad política de conceder.
La realidad es muy tozuda y nos sitúa siempre en idéntico escenario de precariedad y de carencia. Ello hace que, cuanto menos, se generen dudas en torno a si también existen diferentes clases de evidencias en función de quién las genere y publique, a pesar de que el rigor de las mismas sea idéntico o mayor y sean publicadas en revistas de igual o mayor impacto que las de otras disciplinas, que es lo que parece ser determinante. Es decir, que las evidencias que generan y hacen referencia a las enfermeras también tengan un nivel A2 como lo tiene la consideración laboral, a pesar de compartir idéntico nivel académico que el resto de disciplinas. Parece que se haya instalado la máxima de que “siempre ha habido clases” y no se está por la labor de que desaparezcan.
Imagino que, si se preguntase a las/os decisoras/es en este sentido, sucedería lo mismo que cuando alguien pregunta a la población en general, si se considera machista, racista u homófoba, la respuesta será de negación absoluta. Pero lo bien cierto es que sigue habiendo machismo, racismo y homofobia, como sigue habiendo una clara discriminación negativa con relación a las enfermeras, lo que además de afectar a las propias enfermeras, afecta de manera directa y fundamentada a la salud de las personas, las familias y la comunidad.
Ante este panorama tan desalentador como real, lo que tenemos que hacer las enfermeras es seguir demostrando que nuestros cuidados profesionales son imprescindibles para promocionar la vida, mantenerla y recuperarla. Es cierto que, como suele suceder siempre, las enfermeras debemos demostrar más que ninguna otra disciplina la validez, eficacia y eficiencia de nuestra aportación. A otras disciplinas se les da por supuestas por el simple hecho de realizarlas desde las mismas. Recuerdo que, cuando existía el servicio militar obligatorio, en el apartado VALOR de la cartilla militar, se ponía de manera estándar la respuesta de “Se le supone”. Pues con el VALOR de las aportaciones en salud, menos para las enfermeras a quienes se exige demostrarlo sistemáticamente, al resto de disciplinas se les supone de manera automática y estándar.
A las evidencias ya descritas y fundamentadas, hay que añadir las que la pandemia está dejando al descubierto. No se trata de percepciones, de experiencias, de sentimientos y emociones tan solo, que también. Se trata de las evidencias, no tanto estadísticas como vivenciales, que las personas, las familias y la propia sociedad en su conjunto, están aportando con sus relatos. Relatos de cercanía, acompañamiento, solidaridad, escucha, cuidado, empatía, relación de ayuda… que les han aportado vida o que han contribuido a afrontar el sufrimiento, el dolor e incluso la muerte y que no dejan de ser evidencias o pruebas, aunque no vayan acompañadas de un chi cuadrado.
Se trata de evidencias en forma de innovación. Innovación que no aporta nuevas y sofisticadas tecnologías, complejas intervenciones, algoritmos imposibles… pero que reportan seguridad, tranquilidad, serenidad, calor, humanidad… a través de la imaginación, la complicidad, la eficaz y eficiente utilización de recursos… que logran transmitir a las personas afectadas y sus familias algo tan vital como lo es el oxígeno o un fármaco. La voz de un familiar, la imagen de un ser querido, la simulación de un contacto permanente… que a través de innovadoras propuestas han logrado efectos terapéuticos que han permitido afrontar y superar la enfermedad, minimizando la soledad, el aislamiento, la tristeza, la ansiedad, la alarma…
Evidencias que no por el hecho de ser producto de vivencias y no de la correlación de variables estadísticas tienen menos valor. Evidencias que se basan en resultados de salud, vida y esperanza, que no pueden cuantificarse nunca, pero que pueden sentirse siempre.
Ignorar pues estas evidencias, es tanto como despreciar los sentimientos por entender que no son producto del racionalismo causal que impregna e invade el actual modelo del sistema sanitario patriarcal asistencialista, paternalista, tecnológico y medicalizado, impidiendo cualquier perspectiva que no encaje en dichos parámetros caducos y claramente insuficientes para dar respuesta a las necesidades de la población, aunque luego quieran disfrazar la realidad con falsas y demagógicas campañas, porque ni tan siquiera son estrategias, de humanización, que es tanto como reconocer tácitamente que estamos en un modelo claramente deshumanizado.
Ante esta perspectiva, y siempre desde la necesidad de ver el vaso medio lleno, en lugar de medio vacío, se impone la necesidad, el pragmatismo, la coherencia, del liderazgo indiscutible de los cuidados profesionales. No queda otra.
No asumir, interiorizar, creer y poner en práctica dicho liderazgo nos aboca a una irremediable pérdida de identidad y especificidad enfermera de los cuidados profesionales. Al acecho van a estar, están ya de hecho, grupos interesados por lograr, no el cuidado, no nos equivoquemos y nos dejemos equivocar, sino el prestigio, la referencia y el reconocimiento que otorga el mismo. Lo que debemos tener claro es que el cuidado profesional es muy difícil, por no decir imposible, de colonizar y que quien, supuestamente lo haga, no podrá nunca dotarlos de la especificidad y calidad de los cuidados profesionales enfermeros. Esto no es un consuelo, ni yo trato de trasladarlo como tal. Se trata, básicamente, de constatar que, si no los lideramos las enfermeras, los cuidados podrán seguir denominándose como tales, pero sin duda no serán nunca cuidados enfermeros y, por tanto, no tendrán los efectos terapéuticos que las evidencias, tanto científicas como sociales, tienen. En demasiadas ocasiones sobrevaloramos lo que no somos y subvaloramos lo que somos[6].
Falta saber si las instituciones sanitarias, la sociedad y las propias enfermeras están dispuestas a que esto suceda.
Las instituciones deben tener claro que a pesar de los cantos de sirenas que puedan llegarles desde grupos muy concretos con intereses disfrazados de profesionalidad y ganas de crecimiento, el resultado de no apostar, defender y reforzar el cuidado profesional enfermero de las enfermeras siempre irá en contra del propio sistema de salud que dicen querer defender con su gestión.
La sociedad por su parte, una vez ha identificado el VALOR de los cuidados profesionales de las enfermeras debe exigirlos y negarse a que desaparezcan o caigan en manos de quienes no tienen ni la competencia ni la capacidad para prestarlos.
Por último, las enfermeras tenemos que defender, justificar y avalar los cuidados profesionales que prestamos con más pruebas científicas y con una apuesta clara, seria, sincera y decidida por trasladar con rigor, pero también con convicción la indiscutible asociación de cuidados profesionales y enfermeras que es la única capaz de garantizar su calidad y calidez. La simpatía puede ser importante, pero no imprescindible. No caigamos en el error de pensar que, siendo simpáticas, como algunos quieren hacer creer, es suficiente.
Pero, sobre todo, tenemos que creer que seremos tan valiosas para los demás como lo somos para nosotras mismas[7], nunca nos conformemos con menos de lo que merecemos, para lograr alcanzarlo.
[1] Yogui y maestro espiritual, y empresario indio, fundador de la organización no gubernamental 3HO y maestro del estilo de yoga kundalini yoga.
[2] McHugh MD, Aiken LH, Sloane DM, Windsor C, Douglas C, Yates P. Effects of nurse-to-patient ratio legislation on nurse staffing and patient mortality, readmissions, and length of stay: a prospective study in a panel of hospitals. The Lancet 2021; published online 11 May
[3] Aiken LH, Sloane DM, Bruyneel L, Van den Heede K, Griffiths P, Busse R, Diomidous M, Kinnunen J, Kózka M, Lesaffre E, McHugh MD, Moreno-Casbas MT, Rafferty AM, Schwendimann R, Scott PA, Tishelman C, van Achterberg T, Sermeus W; RN4CAST consortium. Nurse staffing and education and hospital mortality in nine European countries: a retrospective observational study. Lancet. 2014 May 24;383(9931):1824-30. doi: 10.1016/S0140-6736(13)62631-8. Epub 2014 Feb 26. PMID: 24581683; PMCID: PMC4035380.
[4] Pino Casado R. La enfermera como primer contacto para la atención a pacientes con enfermedades leves de atención primaria [Venning P, Durie A, Roland M, Roberts C, Leese B. Randomised controlled trial comparing cost effectiveness of general practitioners and nurse practitioners in primary care. British Medical Journal 2000; 320:1048-1053]. Index de Enfermería, 2002; XI (38):66-68.
[5] En este sentido recomiendo la conferencia “Regreso al futuro: mensajes de Florence para las enfermeras de hoy”, impartida por Mª Paz Mompar en el Colegio de Enfermería de Albacete el pasado día 14 de mayo http://youtu.be/7fvVuyIbq2w
[6] “Demasiadas personas sobrevaloran lo que no son y subvaloran lo que son”. Malcolm S. Forbes.
[7] “Serás tan valioso para los demás como lo has sido para ti mismo”. Marco Tulio Cicerón.
A todas las enfermeras que se sienten orgullosas de serlo, identificarse y denominarse como tales
– Buenos días, por favor quisiera hablar con arquitectura para que me hagan un proyecto para construir mi casa.
– Perdón, ¿cómo que quiere hablar con arquitectura? En todo caso será con algún arquitecto.
– Bueno, pues eso, es lo mismo ¿no?
– Me temo que no.
Esta ficticia conversación que parece un despropósito y que podemos trasladar a cualquier ámbito disciplinar como farmacia, medicina, biología, filosofía, podología, historia… se reproduce de manera sistemática con las enfermeras. Es decir, nos ocultan y nos ocultamos muchas veces tras la disciplina, Enfermería, como si nombrarnos como enfermeras tuviese efectos nocivos para la salud.
Aunque son múltiples las razones que inciden e inducen a esta denominación extraprofesional tan singular como anómala, me voy a circunscribir a reflexionar tan solo sobre algunas de ellas por entender que es importante que tratemos de identificar que, más allá del error semántico que se comete, las consecuencias del mismo provocan efectos colaterales relevantes que trascienden a la mera denominación.
En primer lugar, quisiera destacar el hecho de la utilización del genérico femenino, enfermeras para nombrarnos e incluso la denominación individual que como enfermera se utiliza con independencia del sexo de quien lo haga.
En este sentido cabe destacar un reciente artículo titulado “Identidad femenina, la emergencia de nuestro tiempo”, en el que María Calvo Charro, profesora de Derecho Administrativo en la Universidad Carlos III de Madrid y defensora de la educación segregada acusa al feminismo de implantar el concepto de que «para ser una mujer moderna, es preciso liberarse del yugo de la feminidad, en especial de la maternidad» y que «La mujer equilibrada es aquella que, sin renunciar a su ineludible huella psico-materna (materializada o no) desarrolla su vertiente erótico-femenina, que valora la masculinidad y se deja complementar por ella, sabiendo que la alteridad es fundamento esencial para el equilibrio propio y de la descendencia». Es cierto que más allá de la adhesión o rechazo individual que dichos argumentos provoquen, lo que realmente me preocupa es que sea así como define el Colegio de Médicos de Madrid a la mujer ‘equilibrada’ actual, una mujer «más libre y feliz», en un texto publicado en el último número de su revista[1].
Tales posicionamientos y los apoyos realizados por parte de un Colegio profesional como el de médicos de Madrid con una proporción del 70% de mujeres entre sus colegiados, pero con una junta directiva en el que tan solo hay tres mujeres, son los que inducen a pensar y a reforzar el hecho de que estamos insertos en una cultura en la que el prototipo y el modelo a seguir en la gran mayoría de los casos es el impuesto por el modelo biomédico (varón) y por lo tanto y con independencia del sexo de quienes componen la disciplina médica, su comportamiento es masculino. El problema, sin embargo, no es la masculinidad sino la deriva machista a la que puede conducir la misma y que se sustenta en planteamientos como los expuestos y por el apoyo explícito de la propia clase médica como patrón de normalidad y de réplica para sus miembros.
Lo expuesto, por tanto, genera efectos que no tan solo se circunscriben al escenario médico, sino que trascienden al mismo provocando que las diferencias con dicho modelo tiendan a interpretarse como fallos o carencias de las enfermeras (mujeres). Ante esta realidad, automáticamente tratamos de ocultar nuestra identidad refugiándonos en la supuesta y aparente neutralidad de la disciplina, Enfermería. A ello hay que añadir los efectos en nuestro proceso de socialización que provocan que se nos prohíban, sutil y sistemáticamente, experiencias que implican autorreconocimiento, experimentación y enfrentar dificultades, lo que repercute de manera directa y demoledora en nuestra autoestima profesional, ya que nos cuesta mucho valorarnos.
Como consecuencia de todo lo expuesto hasta ahora y dada la gran influencia del colectivo médico y su modelo, tanto en el sistema sanitario como en la sociedad, sus aportaciones son, no tan solo reconocidas y valoradas, sino identificadas como actos casi divinos o mágicos atribuidos y personalizados en los médicos (sean hombres o mujeres) y no en la medicina, al relacionar los mismos con la capacidad de alejar o vencer a la enfermedad y la muerte.
Dicha consideración, en muchos casos casi reverencial, anula o eclipsa cualquier otra aportación que no sea ejecutada, manejada u ordenada por ellos, lo que hace que, a la vista de la mayoría, gran parte de nuestros cuidados profesionales sean vistos como naturales y no como un trabajo o aporte especial, específico, singular y mucho menos autónomo, al tiempo que se nos exige que demostremos constantemente que valemos. Si a ello añadimos que las enfermeras continuamos pensando, en más ocasiones de las deseadas, que nuestros cuidados no van más allá de los aspectos afectivos que, sin dejar de ser satisfacciones muy dignas, no pueden ni deben quedar relacionados con ellos, ya que supone limitar al terreno de lo afectivo, doméstico y privado el espectro de posibilidades de realización con que cuenta todo ser humano, lo que limita las posibilidades de realización con que cuentan las enfermeras. Así pues, en función de la dedicación que tenemos en el cuidado y atención a otros, el autoconocimiento nos resulta dificultoso. Puede ser por eso que se entienda, interiorice y verbalice que Enfermería cubre mejor la dificultad que tenemos a autoconocernos y la consecuente falta de autoestima que genera, considerando, en consecuencia, que refugiándonos en o con ella nos protege de la exposición a tales consideraciones y por tanto nos lleva a no nombrarnos como lo que somos, enfermeras.
Y es que, tal como dice Argyle[2]“el principal origen de la autoimagen y la autoestima probablemente sean las reacciones de los demás, llegando a vernos a nosotros mismos como los otros nos categorizan”
Pero es que además esta utilización maximalista o reduccionista, según se mire, nos lleva a que seamos nombradas más por lo que ejecutamos que por lo que somos capaces de hacer. De ahí que se nos denomine rastreadoras, vacunadoras, pinchaculos… haciendo referencia a las técnicas que realizamos y que en muchas ocasiones se relacionan con saberes que se desarrollaron para servir a los intereses prácticos de los médicos aunque fueron prestados a las enfermeras para fundamentar empíricamente su trabajo, pero que al mismo tiempo producen una alienación de la actividad enfermera con el trabajo de la medicina, con la consiguiente subordinación de la enfermera al médico tanto en el ámbito teórico como en el práctico. A los médicos no se les denomina como auscultadores, palpadores, operadores, exploradores… a pesar de que son técnicas que realizan habitualmente, ya que estas, forman parte de su saber propio, perfectamente identificado con los médicos. Y como consecuencia de ello, también es habitual intentar reducir el efecto de esta asignación mediante la asunción de las técnicas por parte de la Enfermería y no de las enfermeras: Enfermería vacuna, rastrea, pincha…
Pero claro, por otra parte, se mimetizan las denominaciones que tanto nosotros mismos como quienes nos representan utilizan. Es el caso de denominarse como Director/a de Enfermería en lugar de Director/a Enfermero/a, Consulta de Enfermería en lugar de Consulta Enfermera, Colegio de Enfermería en lugar de Colegio de Enfermeras… en una clara muestra colectiva de ocultación de la identidad propia enfermera, que sin duda contribuye a interiorizar individualmente idéntica denominación y la consiguiente ocultación de la condición de enfermeras. No existen las Direcciones de Medicina, ni los Colegios de Medicina, ni de Arquitectura, ni de ninguna disciplina, porque lo son de sus profesionales que son a quienes, al menos en teoría, deberían representar. Puede parecer que, al nombrarse, no por lo que se es, enfermera, sino por lo que representa, Enfermería, se estuviese eludiendo o cuanto menos no haciendo tan visible la responsabilidad que conlleva el hecho de ser enfermera al diluirlo en Enfermería, lo que hace más difícil identificar el posible error personal, sin tener en cuenta que reconocer la equivocación y aprovecharla es un alarde que ronda la genialidad. O es que nos cuesta valorarnos y nombrarnos por miedo al error.
Se debería plantear que, si realmente es la Enfermería la que hace, debería ser a la Enfermería a quien se le pagase por ello y no a las enfermeras que son las que cobran. A lo mejor desde esta perspectiva lograríamos modular nuestro lenguaje y definir nuestra identidad. Ya se sabe que la pela es la pela.
Otro aspecto interesante de esta tendencia es tratar de justificarla desde el argumento de la inclusión que hacen las auxiliares de enfermería y las actuales TCAE, al menos a través de sus representantes sindicales, que es como han decidido denominarse en su nueva acepción. Esto podría tener cierta coherencia si no fuese porque han renunciado a su denominación de auxiliar por considerarla subsidiaria hacia las enfermeras, cuando realmente lo eran de la enfermería, y su significado, según el diccionario, es el de ayudar a satisfacer necesidades. Tal renuncia la sustituyen denominando a los cuidados como auxiliares (Técnicos de Cuidados Auxiliares de Enfermería) en vez de serlo de Enfermería y ocultándolo todo, incluso a la Enfermería que reclaman por conveniencia, tras unas siglas que nadie identifica, pero que les refugia de la aludida y supuesta subsidiariedad. Por lo tanto, renunciar a la denominación de enfermeras no contribuye a integración alguna, hacia quienes identifican la Enfermería como un medio y no realmente como un fin en sí mismo.
El colmo es cambiar el día en que se nos reconoce internacionalmente como enfermeras por Enfermería, en un intento de institucionalizar una denominación atípica, incorrecta y confusa que tan solo contribuye a invisibilizarnos y que va en contra de lo que dice el Consejo Internacional de Enfermeras.
No puedo entender como alguien puede decir que quiere a la Enfermería, renunciando al mismo tiempo a denominarse como enfermera. Cuesta comprender como se puede querer aquello que dándote la oportunidad de tener una identidad lo rechazas para usurpar, o cuanto menos utilizar indebidamente, la suya
Tal como afirma Lluís Duch[3] la palabra supone para el ser humano la construcción de su realidad, parece evidente pues, que ejercer como enfermeras equivaldría, de hecho, a dar consistencia verbal a nuestra realidad como tales y no a la profesión, la disciplina o la profesión a las que pertenecemos por el hecho de serlo.
Finalmente, como dice J.A. Marina, “la credulidad es un rechazo mecánico a toda crítica, una bobalicona aceptación pasiva de lo que llega por canales cualificados, es un dramático fracaso de la inteligencia”, por lo que me resisto a ser nombrado, identificado o valorado como Enfermería. Asumo el riesgo, pero también la satisfacción de ser y actuar como enfermera.
“Ignora que todos los cuentos son mentiras, aunque no todas las mentiras son cuentos.”
Carlos Ruiz Zafón
A todas las enfermeras que hacen posible y real la Enfermería
Como tantas otras profesiones, hechos, derechos o vulneraciones, las enfermeras también tenemos asignado un día en el calendario oficial para tales fines.
En este sentido, tal como he comentado en ocasiones anteriores, este tipo de celebraciones o recordatorios -no todo puede ni debe celebrarse-, tengo dudas razonables de si son procedentes, necesarios y si realmente aportan algo más que una referencia temporal que, por otra parte, generan cierto debate sobre la oportunidad de la fecha elegida en contraposición a otras alternativas.
En cualquier caso y dado que la dinámica social e incluso institucional y profesional nos ha incorporado en este recuerdo anual, creo que debemos aprovechar el mismo para ir un poco más allá de la simple celebración o de la tentadora atracción al halago gratuito e incluso exagerado.
No es mi intención, ni quiero, renunciar a la posibilidad que la citada fecha nos ofrece para poner en valor la aportación singular, profesional, eficaz, eficiente, necesaria… de las enfermeras, a las personas, las familias y la comunidad. Pero dicho esto, también es cierto que muchas veces todo queda en una serie de actividades, más o menos llamativas, más o menos acertadas, más o menos eficaces, cuyo efecto empieza y termina con la celebración del día asignado en el que, tras soplar la imaginaria vela de la no menos imaginaria tarta, vuelve la oscuridad, las dudas y las incoherencias al igual que las promesas, los deseos, las felicitaciones, de quienes se ven obligados a hacerlo más como compromiso social o institucional que como una verdadera convicción de hacerlas realidad. Con la llegada de la hora que pone fin al día de celebración, la magia se acaba y como en el versionado cuento de la cenicienta, desde Giambattiste Basile a los Hermanos Grimm pasando por Charles Perrault, se desvanecen los aparentes logros celebrados en forma de ilusiones, propósitos y promesas, para volver a la situación previa, en la que se vuelve a convivir con la rutina diaria de subsidiariedad, invisibilidad, barreras, rechazos, olvidos, inseguridades… en la que tan solo nos queda la esperanza de que alguien tenga la voluntad política, la coherencia y el sentido común de localizar a quien en su huida de la fiesta de celebración, al comprobar que el sueño era tan solo eso, un sueño, deja una señal de su esencia, como el zapato de cristal de cenicienta. Al no saber o no querer saber realmente a quien pertenece, siempre hay alguien que trata de localizar a la dueña de dicha pérdida para poder reconocerle lo que es y no lo que queda oculto. Teniendo en cuenta, además, que van a ser muchos quienes reclamen la titularidad de la pérdida, que es tan bella y frágil, como el zapato de cristal de cenicienta, estando expuesta a que se rompa, como sucede de manera sistemática en la fiesta de celebración de las enfermeras.
Pero nos encontramos también con la difícilmente comprensible disputa interna en la que, las enfermeras, ni tan siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo sobre en qué o en quienes se centra la celebración. Mientras hay quienes siguen empeñadas/os en ocultarse tras la ciencia, la disciplina o la profesión, Enfermería, otras/os reivindican la autoría de la celebración focalizada en las enfermeras y no en la Enfermería. Es como pelearse por celebrar la vida de la persona en lugar de celebrar que la persona cumple un nuevo año de esa vida en la que se desarrolla. No parece que la vida, lo mismo que la Enfermería, necesiten celebración dado que no la precisan por tener suficiente entidad por sí mismas. Todo el mundo sabe que existe Enfermería, que se puede estudiar, otra cosa es que se sepa lo que son las enfermeras, lo que pueden hacer y aportar por sí mismas. Las personas o las enfermeras, sí que requieren que se valore su aportación a la vida o a la enfermería y que se celebre la misma como reconocimiento, pero también como reivindicación de lo que queda por lograr y a lo que no se resignan a renunciar a pesar de que se les intente encerrar, como a cenicienta, para que no se sepa que lo perdido en la huida, que realmente no es tal huida sino parte del trabajo por consolidar su posición, les pertenece y les permite ser reconocidas y conocidas.
No estamos, sin embargo, en un escenario de cuento ni de fantasía, ni tan siquiera en una realidad virtual en los cuales pueden configurarse logros oníricos y felices, con imposible traslado a la realidad. Es por ello que resulta fundamental que las enfermeras nos situemos, en un posicionamiento alejado de las hadas madrinas, la magia, los hechizos o los enamoramientos edulcorados con una realeza tan ficticia como engañosa.
Es cierto que el escenario real en el que nos situamos, es incierto e incluso peligroso y, no podemos ni debemos obviarlo. Pero ello no debe ser excusa para no actuar, para no pensar, para no plantear… por miedo a ser devoradas por el lobo como le sucede a la caperucita roja de Charles Perrault. No se trata tan solo de observar e identificar las diferencias que presenta el malvado lobo con la dulce abuelita, para no ser presa de la voracidad del hipotético o hipotéticos lobos con los que convivimos diariamente las enfermeras. Debemos ser capaces de estar alerta y de tener las armas, no de fuego sino de argumentos, para vencerlos, porque si esperamos a ser salvadas por los cazadores, entonces, sí que estamos perdidas. Nuevamente la realidad supera a la ficción del cuento.
La pandemia, la maldita pandemia, lo ha fagocitado todo. Todo ha sido eclipsado por ella y por sus terribles consecuencias. Hasta con las mejores intenciones, se ha ocultado, en ocasiones, la identidad real de quienes, con su aportación profesional, su ética, su entrega, incluso su sacrificio, fueron invisibilizadas con hipotéticas capas e irreales poderes sobrenaturales, al identificarlas como heroínas antes que como enfermeras.
La celebración de este año, por tanto, debiera ser diferente. No porque sea especial, o si, sino porque el escenario, el entorno en el que nos movemos y, sobre todo, en el que nos vamos a tener que mover a partir de ahora, tras la pandemia, requiere de una clara apuesta por identificar, valorar, consolidar y sobre todo liderar nuestra aportación específica enfermera a través de los cuidados profesionales en cualquier ámbito de dicho entorno. Entorno que forma parte de la normalidad, no de ninguna nueva normalidad. Porque la normalidad es tan solo eso, situarse en un estado habitual, natural u ordinario, y por tanto no puede existir novedad en la normalidad. Los factores, los determinantes, los riesgos, las circunstancias, los acontecimientos… son los que modifican la normalidad y los que exigen adaptaciones que faciliten configurar y generar entornos saludables en los que vivir saludablemente, en soledad o en compañía, en la niñez o en la vejez, en el sufrimiento o en la alegría, en estado de enfermedad, discapacidad o cronicidad, con cuidados profesionales accesibles de calidad y calidez, de rigor y de calor, de ciencia y esencia, de técnica y escucha, de humanidad y sinceridad, de igualdad y equidad, de compañía y autonomía, de valor y valores, de reconocimiento y reconocibles, de referencia y referentes. Cuidados enfermeros planificados, prestados, evaluados, investigados por enfermeras con y para las personas, las familias y la comunidad.
En torno a los cuidados van a plantearse, identificarse y reclamarse, demandas que den respuesta a sus necesidades. Demandas de cuidados que van a requerir de un liderazgo firme, profesional, sereno, pero decidido, de las enfermeras. Liderazgo que no debe dejar dudas de quienes son las verdaderas especialistas, las auténticas expertas, las indiscutibles conocedoras, las insustituibles profesionales de los cuidados enfermeros.
Porque el cuidado es universal, sin duda. Nadie tiene el patrimonio exclusivo del cuidado, de igual manera que nadie lo tiene de la fragilidad que le da sentido al cuidado. Pero el cuidado profesional enfermero, aquel que parte de su ciencia, su lenguaje, su técnica, su humanización, su paradigma, propios, ese cuidado, es tan solo posible si lo prestan las enfermeras. Y ese exclusivo cuidado profesional enfermero, debe estar disponible para cualquier persona y en cualquier lugar donde haya enfermeras. Y donde no las haya, se debe exigir que se incorporen. Porque no son sustituibles.
Tenemos que celebrar que somos enfermeras, sin duda. Porque es y supone un orgullo el serlo y el reconocerlo. Porque ser enfermera, sentirse enfermera, va más allá de un título, de unas competencias, de unas habilidades, para situarse como una responsabilidad social y una manera de vivir. Ser enfermera supone un compromiso con la libertad, la equidad, la igualdad, la solidaridad, el desarrollo humano, el progreso, la democracia, la multiculturalidad… sin los que no es posible entender los cuidados enfermeros ni dar sentido a las enfermeras. Sin los que no es posible ser, sentirse y responder como enfermeras. Sin los que no es posible liderar los cuidados profesionales. Sin los que es imposible responder a la singularidad de la atención, a su integralidad, a su coordinación, a su continuidad, a su comprensión, a su adaptación, a su proceso, pero, sobre todo, a su resultado en salud.
No es un día más. Es el día de las enfermeras y debemos saberlo, disfrutarlo, celebrarlo nosotras y entre nosotras. Pero debemos ser capaces de hacerlo con la ciudadanía para que identifique y valore lo que somos capaces de ofrecerle de manera indiscutible y exclusiva, cuidar profesionalmente de ella y con ella.
Liderar el cuidado enfermero no es, por tanto, una estrategia de marketing, una imagen impactante, una frase bonita, un mensaje de aliento. O no es, cuanto menos, tan solo eso. Liderar el cuidado enfermero es situarse al frente de las necesidades sentidas para identificarlas, escucharlas, entenderlas, compartirlas, sentirlas, analizarlas, priorizarlas y tener la capacidad de buscar y consensuar respuestas, movilizar recursos, construir afrontamientos, reforzar voluntades, educar conductas, respetar renuncias, promocionar hábitos, acompañar cuando sea necesario y lograr la autonomía cuando sea posible.
Pero si importante es ese liderazgo comunitario, social, compartido, no lo es menos el liderazgo entre y con las enfermeras. Sabiendo identificar y valorar a nuestras/os referentes. Enseñando enfermería desde enfermería y con enfermeras. Formando enfermeras para la sociedad y no tan solo para las organizaciones sanitarias. Compartiendo las diferencias para hacer de ellas oportunidades de crecimiento y aprendizaje y no de inmovilidad y conformismo. Aportando ideas, innovando, investigando para dotar de valor y rigor a nuestros cuidados. Contrastando propuestas que permitan mejorar nuestras respuestas. Analizando y reflexionando con pensamiento crítico para huir de la crítica reduccionista, simplista, autodestructora e inútil. Identificando oportunidades y fortalezas en lugar de caer en la trampa de las debilidades y las amenazas. Reivindicando mejoras que nos permitan actuar con eficacia y eficiencia sin caer en el victimismo y el sentimiento de persecución. Respetando, aunque no se comparta. Compartiendo conocimiento, esfuerzo y experiencia, para contribuir al desarrollo común. Huyendo de la individualidad para situarse en el trabajo colectivo. Trabajando de manera autónoma para contribuir a la fortaleza del trabajo en equipo. Alegrándonos por los éxitos de los demás en lugar de por sus fracasos. Dignificando nuestras instituciones en vez de aprovechándonos de ellas. Fortaleciendo las sociedades científicas para lograr la excelencia profesional. Abandonando la adolescencia profesional para asumir la responsabilidad de nuestra madurez. Priorizando el liderazgo en la gestión de los cuidados y no tan solo la de los turnos, los materiales o los días de descanso. Prestando cuidados desde nuestro paradigma propio y no desde el de otras disciplinas. Sabiendo qué hacer con la técnica y no tan solo fascinándonos con ella. Asumiendo la responsabilidad de nuestras competencias, aunque compartamos la toma de decisiones. Acompañando la ética de los cuidados con su necesaria estética. Renunciando a la zona de confort, pero exigiendo entornos que garanticen la calidad y seguridad de nuestro trabajo. Pensando más en las necesidades de las personas, familias y comunidad que en las corporativistas. Reclamando la especificidad de nuestras especialidades sin renunciar a la atención integral, integrada e integradora de los cuidados y las necesidades básicas. Aportando pruebas que argumenten nuestras aportaciones, nuestros resultados y nuestras peticiones. Exigiendo respeto y reconocimiento a nuestra aportación singular, asumiendo la responsabilidad que nos corresponde. Identificando la técnica como una adición y no como una sustitución de la atención enfermera. Reclamando tener voz y capacidad de decisión en cualquier contexto y no tan solo la posibilidad de ser oídas. Manteniendo siempre una mirada enfermera capaz de cambiar situaciones y aportar soluciones. Asumiendo competencia política transformadora.
Porque todo ello es y significa ser enfermera, sentirse enfermera y comportarse como enfermera. Porque para celebrar algo hay que tener motivos reales para hacerlo. Porque para que otros reconozcan la celebración, se unan a ella, la hagan propia, deben identificar, reconocer y valorar lo que somos capaces de ofrecerles, demandarlo y no admitir renunciar a ello.
Hagamos del día internacional de las enfermeras 2021 una oportunidad de cambio, de renovación, de compromiso, de implicación, de responsabilidad, de orgullo, con la Enfermería, con la sociedad y con la salud.
Hagamos del día 12 de mayo algo más que un recuerdo esporádico de lo que somos, una anécdota en el calendario, o un cuento en el que Florence Nightingale nos recuerda su aportación en la guerra de Crimea por importante que fuese. Debemos trascender a la historia sin desconocerla. Tenemos que construir el presente sin olvidar el pasado. Nos corresponde planificar el futuro sin abandonar el presente ni renunciar al pasado. Hemos de aprender a aprehender.
Los cuentos suelen empezar todos con la frase de “Érase una vez…” Las enfermeras no éramos, somos porque no formamos parte de un cuento, ni somos personajes de un cuento, ni una casualidad histórica. Somos una realidad, una necesidad, una evidencia profesional y científica que nos corresponde construir a nosotras para compartirla con la sociedad.
No hay príncipes, ni princesas, ni lobos, ni dragones, ni enanitos, ni brujas, ni hechiceras, ni hadas madrinas, ni heroínas. Hay enfermeras que trascienden a las diferencias entre hombres y mujeres, al aceptar la feminidad de la Enfermería a la que pertenecen desde la diversidad sexual, sin renunciar a su identidad individual. Hay enfermeras con emociones, sentimientos y necesidades que no les obliga a ser insensibles al dolor, el sufrimiento y la muerte. Hay enfermeras con inquietudes, objetivos y metas que cumplir para mejorar individual y colectivamente. Hay enfermeras con ilusiones que no por ello son ilusas. Hay enfermeras con dudas, con incertidumbres y con temores y no por ello dejan de ser valientes, inteligentes e íntegras. Hay enfermeras con ideas, con conocimientos, con argumentos que les permiten defender sus posicionamientos y su liderazgo. Hay enfermeras vehementes, firmes, constantes, capaces… que son referentes. Hay enfermeras especialistas y no especialistas, pero todas ellas comprometidas con los cuidados.
Todas ellas aportan diversidad, todas ellas son singulares y todas ellas son necesarias. Quienes no se sienten enfermeras no son enfermeras, tan solo actúan como tales y no sienten la necesidad de celebrar nada porque nada aportan.
Por todo esto y por mucho más hay que sentirse satisfechos y celebrar el día internacional de las enfermeras. Hacerlo por otras razones más festivas, más prosaicas, menos sinceras, no merece la pena y tan solo nos llevaría a acabar como en los cuentos con el alegato tan superficial como fallido de “…y fueron felices y comieron perdices. Colorín colorado este cuento se ha acabado”. Y es que, no es lo mismo un cuento que la vida real. Entre otras cosas porque nuestra historia, que no nuestro cuento, no ha acabado. Podemos ser felices aunque no comamos perdices y ello no nos aparta de la necesidad de seguir trabajando para mejorar.
Prefiero acabar con la esperanza, la ilusión y la firme convicción de que las enfermeras sabremos liderar los cuidados profesionales y ofrecer lo mejor de nosotras mismas, al tiempo que lograremos crecer como profesión, como ciencia y como disciplina.
Por todo ello FELICIDADES a todas las enfermeras, por serlo y sentirlo y a toda la sociedad por tener la oportunidad de contar con ellas y sus cuidados.
Ahora sí, podemos soplar las velas, pedir los deseos que queramos y disfrutar de la tarta. El año que viene más y mejor.
“El sentido común es la virtud más complicada de todas las profesiones.”
LEANDRO KABAKIAN
A quienes cultivan el sentido común y la coherencia.
La falta de diálogo de reflexión, de debate, de coherencia, de respeto… conduce a discursos, mensajes o planteamientos basados en la descalificación, el reproche permanente o la demagogia. Es, lamentablemente, a lo que nos tienen acostumbrados los políticos que dicen representarnos cuando realmente a los únicos que representan es así mismos y a sus intereses.
La pérdida de la oratoria política, parlamentaria e incluso científica que caracterizaba los debates en los que las ideas, las propuestas o las pruebas se imponían a cualquier otra alternativa y en la que el respeto hacia el otro primaba por encima de todo, nos ha llevado irremediablemente a escenarios propios de las disputas ilegales tales como las peleas de gallos o de perros en las que lo único importante, más allá de los daños colaterales que causan, es ganar, aunque sea con malas artes y con engaños.
Con ser lamentable esta puesta en escena y estos comportamientos que se trasladan a platós de televisión, emisoras de radio o redes sociales, lo verdaderamente triste es el contagio que provocan en la sociedad, que asume como propios los mismos, los naturaliza e incluso los hace suyos.
La demagogia, el populismo, la mentira, la descalificación, el engaño, la manipulación, el cinismo, la hipocresía, el egoísmo, el individualismo –incluso cuando este es colectivo- sustituyen al argumento, la reflexión, el análisis, la coherencia, el pensamiento crítico, el respeto, el diálogo e, incluso, el sentido común. Todo parece valer con tal de lograr lo que se quiere, aunque lo que se quiere tenga poco fundamento y tan solo obedezca al interés particular que, por otra parte, se disfraza de necesidad y de proyección con utilidad pública.
La situación, que cada vez afecta a más esferas sociales, llega incluso al ámbito del saber e incluso de la ciencia, que lejos de permanecer inmune acaba contagiándose y adoptando idénticas actitudes, comportamientos y discursos alejados de todo rigor, para situarse en el terreno especulativo, desde el que se negocian concesiones imposibles, por irracionales, pero posibles, por conveniencia política o ignorancia en torno a la realidad que se altera.
Hace poco reflexionaba, en este mismo blog, sobre la realidad disociada que se genera con relación a la formación de la enfermería y los problemas que la misma genera. La falta de planificación, la ausencia de una definición clara de puestos de trabajo, la absoluta falta de voluntad política y de gestión sanitaria por articular adecuadamente el trabajo de la enfermería en las organizaciones sanitarias, el oportunismo mercantilista de las titulaciones alejado de cualquier análisis serio de necesidades, la negociación al margen de agentes clave en el desarrollo de la enfermería, de sus competencias y de su ámbito de actuación… conducen a situaciones en las que se propicia el enfrentamiento en lugar del entendimiento, lo que finalmente, acaba provocando un claro perjuicio para la profesión enfermera en su conjunto, para la atención de cuidados, para las organizaciones sanitarias y para la propia sociedad. Pero, parece ser, que esto es lo que menos importa.
Es, como si el sentido común hubiese desaparecido en las administraciones o que estuviese penalizada su presencia y rechazada su utilización. El más común de los sentidos, ha acabado por ser una anécdota que, habitualmente, se paga con los ceses o las dimisiones por aburrimiento y hastío ante la mediocridad de quienes osan utilizarlo en su gestión.
Las palabras, por otra parte, tan importantes y justas se contaminan, manosean y utilizan para mantener unas apariencias de normalidad e incluso de eficacia y eficiencia, cuando realmente lo que esconden es una realidad bien diferente que hace que pierdan todo su sentido literal y de contenido. Un claro ejemplo es la Dirección General de Ordenación Profesional del Ministerio de Sanidad, que no tan solo no ordena, sino que parece empeñado en generar el efecto contrario al que predica su nombre.
Una Dirección General en la que los diferentes inquilinos que la han ocupado se han dedicado sistemáticamente, con una honrosa excepción, a demostrar su absoluta falta de voluntad política, o su manifiesta incapacidad gestora o ambas a la vez, por ordenar la profesión enfermera. Entiendo que el resto de profesiones de la salud habrán sufrido idénticas consecuencias, pero evidentemente a mí me preocupa la que me preocupa, la enfermería.
En más de dos décadas, por no remontarme más atrás, han logrado reunir una importante colección de despropósitos que, curiosamente o no, han tenido graves repercusiones tanto para la Enfermería como profesión como para las enfermeras y para las Técnicos en Cuidados Auxiliares de Enfermería (TCAE) como profesionales
Tras una aprobación precipitada, sin consenso y con claras y manifiestas deficiencias se aprobó el Real Decreto que regulaba, o intentaba hacerlo al menos, las Especialidades de Enfermería, mimetizando el modelo médico de las Especialidades MIR, de las que adopta hasta la nomenclatura, en un claro aviso de lo que posteriormente sucedería con las Unidades Docentes.
Planteó una especialidad que nació muerta por imposible e incoherente como la especialidad de Enfermería Médico-Quirúrgica, a fecha de hoy en vía muerta, aunque aún sin enterrar.
No se preocupó de ordenar, nueva muestra de la paradoja de su denominación, las Comisiones Nacionales de las Especialidades que a pesar de sus intentos porque así se hiciera topaban permanentemente con el inmovilismo, cuando no obstruccionismo militante de los sucesivos equipos, que tan solo veían en las citadas comisiones órganos de ejecución de actividades de supuesta regulación pero que no pasaban de ser meramente administrativas. Para muestra y tras más de 10 años desde que se aprobaron los programas de las Especialidades se sigue sin libro del Residente como herramienta fundamental en la gestión formativa de las/os residentes y sin regular el funcionamiento de las Unidades Docentes que actúan con absoluta anarquía que no autonomía.
“Ordenó” en el sentido de mando y autoridad que no en el de orden, la estructura y funcionamiento de las Unidades Multiprofesionales que supusieron abocar a las enfermeras a la subsidiariedad en el seno de las citadas unidades docentes y a supeditar la formación de las/os residentes enfermeras a la de los médicos dada la clarísima falta de autonomía que tan solo el voluntarismo de algunos equipos salva parcialmente.
La troncalidad de las especialidades de ciencias de la salud, fue un nuevo intento de “ordenar” que generó tal desorden que finalmente se diluyó en medio de la confusión, la incertidumbre y la desconfianza, quedando aparcado en el olvido.
En un nuevo ejercicio de contorsionismo político, recientemente, se ha presentado un borrador que “tala” la troncalidad anterior para plantear una supuesta ordenación de las áreas de capacitación especial de las especialidades de ciencias de la salud con un planteamiento estándar en el que, nuevamente, las especialidades de enfermería quedan fuera del marco en el que se quiere incorporar con calzador a todas las especialidades de ciencias de la salud, con criterios hechos a imagen y semejanza de las especialidades médicas, lo que provoca que no tengan encaje posible con las especialidades enfermeras, por ejemplo. Esperemos que este nuevo intento de desorden profesional quede tan solo en eso, en un intento.
En este recorrido de despropósitos por la Dirección General de Ordenación Profesional, sus nuevos inquilinos, quienes desplazaron al único equipo que tuvo, mantuvo y retuvo sentido común y coherencia, han decidido ceder a las presiones de un sindicato que, aunque dice defender a las TCAE sigue denominándose como de Auxiliares, se había topado de bruces con el equipo desalojado en el logro de sus pretensiones por incoherentes y falta de coherencia.
Una vez restaurado el desorden y eliminadas las amenazas de coherencia y sentido común que atesoraba el equipo desplazado, el sindicato en cuestión identificó la oportunidad de lograr sus pretensiones y en una nueva muestra de absoluto desconocimiento de lo que es la enfermería, el equipo ministerial toma la decisión de dar rienda suelta a unas peticiones, al margen de cualquier tipo de planificación y ordenación de la profesión enfermera en la que, por ejemplo, siguen sin definirse los puestos de trabajo específico de las especialistas de Enfermería y su articulación con las denominadas enfermeras generalistas, que adolecen igualmente de una ordenación. Todo lo cual lleva a un enfrentamiento tan doloroso, inútil como prevenible entre quienes deben conformar los equipos de enfermería.
Nadie discute, ni tiene intención de limitar las posibilidades de una mejor formación por parte de las TCAE. Pero una cosa es que se quiera mejorar en el ámbito de actuación regulado correspondiente a su nivel y otra bien diferente es que se quiera desregular dicho ámbito para obtener una titulación que tan solo persigue mayores retribuciones justificándolo con pretensiones de todo tipo incoherentes y faltas de sentido común, lo que justifica que hayan sido entendidas por parte del ministerio.
No es una cuestión de crecimiento, o de tener más funciones, que no competencias que se alcanzan en las titulaciones universitarias. Se trata de un intento por alcanzar un nivel formativo que justifique aumentos retributivos. Sería más lógico que se reclamasen estos al margen de unas reivindicaciones que chocan frontalmente con las posibilidades que actualmente permiten las normas y la realidad profesional.
Las TCAE, que utilizan de manera totalmente interesada su pertenencia a Enfermería, cuando están dinamitando las bases de la misma, tan solo persiguen confundir y atraer la máxima atención y afiliación a su sindicato, que siendo lícitas propuestas no pueden apoyarse en la demagogia, el populismo y el discurso amenazador, descalificador y manipulador del que hablaba al inicio. Pero, lamentablemente, es el que han identificado que funciona y el que, además, ha logrado ser escuchado por los máximos responsables ministeriales.
Plantear una reivindicación yendo en contra de la profesión a la que dicen querer pertenecer, Enfermería, tan solo pone de manifiesto sus verdaderas intenciones.
Nadie impide a las TCAE alcanzar competencias y posibilidades de investigación en Enfermería, dado que, al pertenecer a Enfermería, tienen cauces legales que les permiten acceder a estudios superiores de Grado de Enfermería como hacen permanentemente muchas TCAE. Querer hacerlo con trampas y mentiras no tan solo es reprobable, sino que además supone un ataque frontal a la convivencia profesional y a la calidad de la atención al alterar el orden profesional y la razón.
Además, para lograr sus objetivos sindicales que no profesionales, recurren al engaño y el victimismo haciendo creer que no se permite a las TCAE celebrar el día de la Enfermería. Nada más lejos de la realidad. La mala fe de tal afirmación tan solo persigue la confrontación y la descalificación. El día 12 de mayo no es el día de la Enfermería, sino el día de las Enfermeras. De igual modo que existe el día de las Auxiliares que ellas mismas instauraron. Incitar a las movilizaciones y al enfrentamiento contra las enfermeras con este tipo de artimañas no es la mejor manera para lograr un consenso tan necesario como deseable.
Si realmente todos sentimos que somos Enfermería deberíamos hacer los máximos esfuerzos por lograr su fortalecimiento y no su división. Respetarla y no utilizarla de manera interesada.
Por su parte quienes tienen la responsabilidad de ordenar la profesión, aunque no tengan la voluntad política para hacerlo, deberían, al menos, tener la decencia de no contribuir al enfrentamiento y el desorden con decisiones tan poco razonadas como racionales.
Recuperen todas/os la coherencia y el sentido común. No tan solo no duele, ni provoca efectos secundarios indeseables, sino que, además, contribuye a mejorar las cosas y a hacerlas con educación y respeto. Como dijera Alberto Moravia sería deseable que el sentido común fuese algo así como salud contagiosa.