DE PIRATAS Y BOTINES

Los políticos, dedicados temporalmente a gestionar la sanidad y la salud de la comunidad, sin tener en la mayoría de los casos la más mínima preparación para ello, toman decisiones que realmente cuesta mucho entender y mucho menos justificar y que, sin embargo, tienen consecuencias de las que, a pesar de sus nefastas consecuencias, en muy escasas ocasiones serán responsables de las mismas. Lo atribuyen todo a factores contextuales o defectos de sus colaboradores, mayoritariamente funcionarios que tan solo siguieron los dictados de sus superiores. Es una triste cantinela que se repite de manera reincidente y a la que nadie parece saber poner remedio. Lo más triste de todo es que acaba por naturalizarse la mediocridad como algo inevitable.

Si realmente existiese una verdadera reflexión, un acertado análisis, una planificación tan necesaria como repetidamente ausente… no se producirían hechos a los que habitualmente nos tienen acostumbrados. Planteamientos tan irreales, incomprensibles y ausentes de justificación que cuesta entender que finalmente acaben convirtiéndose en realidades que, lejos de producir efectos favorables para la población a las que aparentemente van destinadas, se convierten en respuestas particulares a demandas de colectivos muy específicos.

Se trata fundamentalmente de disfrazar las demandas de dichos colectivos en supuestos beneficios, engañosos servicios, falso altruismo, capciosa generosidad, fingida disponibilidad y, sobre todo, artificiales y artificiosas denominaciones con el único y malicioso interés de lograr mayores beneficios. Todo ello disfrazado del siempre deslumbrante título de servicio público.

Estos servidores del pueblo, como les gusta denominarse a ellos mismos intentando camuflar el significado negativo de políticos que ellos mismos han creado, toman sus decisiones, en la mayoría de las ocasiones, desde el poder que consideran tienen, dejándose influenciar por otra clase de poder que proviene de los lobys o de poderes fácticos que, en muchas ocasiones, son también “servidores públicos”. Qué paradoja!!!

Y ya tenemos configurado el escenario ideal para que en el mismo se empiecen a gestar intrigas, oscuros pactos, negociaciones interesadas, planes ventajosos…

Resulta curioso que en una sociedad de libre mercado y competencia existan empresas a las que el Estado consiente, ampara y protege ciertas actividades de monopolio convirtiéndolas en servicios públicos con las que posteriormente realiza negocio.

Y son estas empresas privadas las que posteriormente presionan a los poderes públicos para lograr mejores y mayores cuotas de negocio aunque para ello tengan que disfrazarse de lo que no son pero quieren aparentar a toda costa.

Empresas ligadas a lobys industriales de primer orden que presionan y ayudan a lograr los objetivos que plantean, amparándose en falsos beneficios para la población que, como suele suceder, es utilizada como medio para lograr el fin propuesto.

Empresas que se escandalizan cuando se les plantea la posibilidad de que se liberalice el mercado perdiendo la protección que les permite asegurar sus beneficios. Empresas que alzan su voz cuando otros sectores tratan de comercializar productos que entienden tan solo pueden comercializar ellos. Empresas que incorporan sin sonrojo servicios para los que ni están preparados ni en los que creen pero que utilizan como señuelo para aumentar sus ventas. Empresas que chantajean a las administraciones que les protegen para lograr mantener sus privilegios. Empresas privadas que conciertan servicios con la administración pública manteniendo privilegios que ninguna otra empresa privada concertada tiene. Empresas que anteponen los intereses particulares al beneficio del colectivo que representan, al que utilizan de manera mezquina como mano de obra para sus intereses empresariales e impiden con sus rígidas normas que puedan acceder al mundo privado por ellos generado.

Y son estas empresas las que ahora pretenden aumentar su cuota de mercado a través de una supuesta y espontánea reconversión en fieles servidores públicos que persiguen tan solo el beneficio de la población a la que atienden, que no lo olvidemos en su caso son clientes, lo mismo que lo es la administración pública que les ampara. La verdad es que tienen bien montado el negocio ya que han logrado que todos piensen que son imprescindibles y logran con sus cantos de sirena dirigir las naves hacia donde ellos quieren para logran el botín aunque ello suponga su naufragio.

                La piratería permanece viva en nuestros días y los piratas son una realidad, aunque no lleven garfios o patas de palo, en los mares de nuestras administraciones, que tienen miedo a la bandera que enarbolan aunque en las mismas ya no figuren las tibias cruzadas aunque sí que aparezcan otro tipo de cruces.

                Pero en este caso no es tanto el engaño de los filibusteros como la indulgencia, torpeza, connivencia, mediocridad, incapacidad, permisividad… que de todo hay, de quienes consienten y amparan, desde sus despachos, a que este desembarco invasivo se produzca tratando de convencer a quienes van a sufrirlo que se trata de salvadores que van a traer la gloria y conversión de los infieles clientes y de otros muchos que se resisten a dicho desembarco.

                No se trata de piratas de película ni de cómic. Posiblemente no lleven sombreros de corsarios, ni espadas, ni garfios, ni veleros que surquen los mares… se trata de piratas mucho más peligrosos. Camuflados en despachos, con apariencia inocente, pero con armas mucho más poderosas y destructivas que los cañones o los arcabuces. Dispuestos a lo que sea en sus abordajes invasivos con tal de arrebatar el tesoro perseguido.

                Aún estamos a tiempo de impedir un enfrentamiento tan injusto como innecesario. Durante mucho tiempo se han mantenido las relaciones pacíficas entre quienes surcaban los mares de la sanidad pública. Tratar de conquistar territorios con malas artes, cañonazos y en una batalla tan incierta como desigual no puede ni debe ser consentido por quienes tienen la capacidad, cuanto menos institucional, y la obligación de mantener no tan solo la paz sino las condiciones que permitan a las poblaciones de dichos territorios seguir disfrutando de los mejores servicios por parte de quienes mejor pueden ofrecérselos y no de quienes logren arrebatarlos a la fuerza y sin garantías de calidad.

                El problema viene determinado cuando, finalmente, no se sabe quien actúa como pirata y quien como asaltado, o si realmente son todos piratas y lo que persiguen es el mejor botín sin importar las consecuencias.

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