CARTA DE UNA ENFERMERA A LA CIUDADANÍA Día Internacional de las Enfermeras

José Ramón Martínez-Riera

Enfermera

 

Querida ciudadanía:

Hoy me dirijo a vosotros aprovechando que es el Día Internacional de las Enfermeras.

Para nosotras es un día importante en tanto en cuanto la citada celebración nos permite reflexionar sobre lo qué somos, hacemos y aportamos.

Pero también es importante conocer como nos veis, valoráis y reconocéis como ciudadanía y receptores que sois de nuestros cuidados profesionales. Más allá de la simpatía o cercanía que soléis valorar de nosotras, nos gustaría saber si tenéis confianza en nuestra aportación o si la misma la identificáis como algo específico y singular que nosotras y solo nosotras os podemos aportar tanto en la salud como en la enfermedad.

No nos vale tan solo con sentirnos satisfechas desde una autopercepción profesional, individual o colectiva. Ni tan siquiera nos es suficiente que en las encuestas nos valoréis muy satisfactoriamente. Incluso puede ser contraproducente al poder generar una sensación de conformismo o autocomplacencia que nos limite avanzar y mejorar.

Por eso hoy, como enfermera, me dirijo a vosotros para solicitar que hagáis un ejercicio de análisis y reflexión aún mayor sobre lo que esperáis de nosotras. Porque en demasiadas ocasiones damos por sentado que aquello que ofrecemos es lo que necesitáis y esto no siempre, me atrevería a decir que en la mayoría de las ocasiones o siempre, es así.

Vivimos momentos en los que el Sistema Nacional de Salud (SNS) en el que habitualmente, pero no exclusivamente, trabajamos está en cuestionamiento y en el que muchas veces se os trasladan mensajes contradictorios sobre qué es lo que hacemos, podemos hacer, nos dejan hacer o nos obligan a hacer, provocando confusión sobre nuestra actuación autónoma, nuestra competencia y nuestra responsabilidad enfermeras, que os hacen dudar sobre si nuestra aportación es realmente eficaz o es un intento de descargar a otros profesionales o de suplirlos.

Por todo ello, en estos momentos quiero trasladaros un mensaje de tranquilidad. Podéis confiar en la atención integral que os ofrecemos y prestamos. No estamos tratando de ser algo que no somos. Asumimos y ejercemos competencias para las que, no tan solo estamos perfectamente preparadas, sino que, además, nos corresponden como profesionales que actuamos desde la ética de los cuidados humanizados, tratando de situarlos al nivel de la dignidad que, como ciudadanía, os corresponde. Podéis estar tranquilos porque nunca haremos nada que pueda suponer un peligro a vuestra salud o que nos aleje del marco competencial propio. No somos subsidiarias de nadie. Somos autónomas y tenemos capacidad de decisión y de actuación para prestaros cuidados de calidad y calidez. Tampoco queremos ni pretendemos ser, ni tan siquiera parecer, lo que no somos, es más, queremos ser, parecer y aparecer como lo que realmente somos y de lo que nos sentimos orgullosas, enfermeras que trabajamos en equipo con otras/os profesionales sin que ello signifique que tan solo cumplimos órdenes o indicaciones.

En este día de conmemoración, pero también de necesaria reflexión, queremos pediros perdón si en alguna ocasión no hemos sabido trasladaros con la suficiente fuerza y convencimiento la aportación que nos permita contar con vuestra confianza y respeto, pero también pudiendo exigir lo que de nosotras esperáis. No somos un mal menor, un bien devaluado o un recurso más económico, somos, como enfermeras, eficaces, resolutivas y eficientes

En una sociedad de cuidados como la nuestra en la que el 80% de los que se necesitan y prestan en el ámbito familiar lo aportáis vosotras/os, queremos trasladaros que podéis contar con nuestra atención, nuestro apoyo, nuestra compañía y nuestros cuidados profesionales, en ese cuidado que asumís, para que no solo lo prestéis con la calidad que lo hacéis sino para que, como cuidadoras/es, no tengáis que renunciar a dar respuesta a vuestras necesidades.

Pero nos gustaría también que supieseis que nuestra aportación va mucho más allá de momentos en los que tenéis enfermedad, limitaciones, o cuidáis a quienes las tienen. Más allá del hospital o el centro de salud donde nos ubicáis. Allá donde vivís, convivís, trabajáis, estudiáis, disfrutáis… siempre podéis contar o exigir que haya una enfermera que os acompañe, comparta y participe con vosotros en la construcción de vuestra salud. Porque sois nuestro máximo objetivo de interés allá donde estéis o nos necesitéis.

Las técnicas nos acompañan, pero no nos definen ni determinan. Son los cuidados los que dan sentido a nuestra competencia profesional y a la necesidad de que contéis con nosotras para que logréis ser personas autónomas y capaces de tomar vuestras propias decisiones. Para ello estudiamos, trabajamos, gestionamos e investigamos.

Por eso quisiera pediros que no nos miréis con recelo o desconfianza cuando os atendamos. Confiar y valorar nuestra aportación más allá de los tópicos y estereotipos que durante tanto tiempo han marcado nuestra actuación y nuestra imagen. Identificarnos como vuestras referentes de salud y demandar nuestra atención y cuidados.

Os queremos sanos, autónomos y empoderados y para ello queremos y necesitamos vuestra confianza, vuestro reconocimiento y vuestra participación activa.

El SNS, la sociedad, las familias, las personas pueden prescindir de muchas cosas, pero, de verdad, no pueden hacerlo de las enfermeras. Por eso hoy queremos celebrar con vosotras/os que contáis con las mejores enfermeras. Felicitaros y felicitarnos por ello.

Gracias

EL PERRO DEL HORTELANO Ni hace ni deja hacer

                                                                            “Ni me dejo forzar ni me defiendo, darme quiero a entender sin decir nada. Entiéndame quien pueda; yo me entiendo”.

 Lope de Vega[1]. El Perro del Hortelano (1618)

 

Puede parecer que a las enfermeras no nos preocupa nuestro bienestar laboral, ni las condiciones de los contextos en los que tenemos que desarrollar nuestra actividad, ni una adecuada retribución, ni el exceso de demanda, ni la inseguridad jurídica a la que nos sometemos asumiendo competencias, ni la legislación que nos encorseta y limita… porque seguimos ocupando las plazas vacantes aunque estén ubicadas en zonas incomunicadas, alejadas o rurales… Seguimos eligiendo la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria como opción preferente en las ofertas EIR sin dejar plazas vacantes y todo ello a pesar de que una vez concluida la especialidad no se convoquen plazas específicas en los sistemas de salud de nuestro país.

Puede parecer, por tanto, que los problemas de la Atención Primaria (AP) lo son exclusivamente para otros colectivos que identifican dicho ámbito de actuación como menor, poco atractivo laboral y profesionalmente, estresante, poco valorado, poco retribuido… mientras las enfermeras seguimos trabajando y asumiendo competencias que, en muchas ocasiones, nos suponen problemas legales por no estar amparadas por una normativa ordenada y regulada.

Es decir, estamos asistiendo a un escenario en el que como ya plasmase Lope de Vega en su obra “El perro del Hortelano”: “ni come ni comer deja, ni está fuera ni está dentro”, o en este caso mejor, ni hacen ni dejan hacer, ni está fuera ni quiere estar dentro. Porque no se quieren asumir determinadas competencias por considerar que cargan sus agendas, protestan por la demanda a pesar de que en muchas ocasiones es inducida por la propia dinámica de asistencia paternalista que se sigue prestando, no se quiere incorporar otra metodología que no sea la puramente asistencialista y medicalizada porque no considerarla propia de su particular paradigma… pero, sin embargo, las necesidades son las que son y ante ello cuando se plantean respuestas de optimización y racionalización en las que se asuman competencias por parte de las enfermeras o de otras/os profesionales en las que son competentes, la respuesta es la oposición, el rechazo, la judicialización, el enfrentar a la población con mensajes alarmistas y alejados de la realidad… negándose o solicitando no hacer, pero negándose a que otros, en este caso las enfermeras, hagan. Incoherencia y corporativismo llevados a su máxima expresión de irracionalidad.

Al mismo tiempo, se reclama una petición expresa para que las enfermeras asuman unas competencias que sirvan de “descarga” a su actividad, de “ayuda” a su asistencia, de “derivación” de su demanda… limitando la capacidad autónoma de las enfermeras para desarrollar su actividad familiar y comunitaria a través del desarrollo de competencias específicas que permanentemente se subordinan, subestiman y subyugan a las necesidades de los médicos con lo que supone de relegar las necesidades de las personas, las familias y la comunidad a la que se debe atender y no tan solo asistir por razón de enfermedad

Pero es que además se están trasladando mensajes en los que por una parte se dice estar protestando por una sanidad pública de calidad como justificación de sus demandas ante la población, a pesar de que la realidad se traduce en reivindicaciones retributivas y laborales, legítimas pero que no son la causa del deterioro de la AP, mientras por otra parte se solicita arbitrar medidas de conciertos con la sanidad privada cuando la demanda impida responder a la misma por parte de los profesionales públicos, todo menos que esa demanda pueda ser ordenada y asumida en la medida que se considere con garantías jurídicas, científicas y profesionales por las enfermeras como sucede en muchos países de manera absolutamente normalizada. Parece ser, por tanto, que la carencia de médicos es diferente si se trata del sector público o del privado.

Considerar que el principal problema de la AP es la situación de los Médicos de Familia es un gravísimo error que desvirtúa totalmente la misma AP y desvía el foco de la atención de lo que realmente es y debe ser el núcleo de interés y respuesta, que no es otro que la población a atender y sus necesidades, para situarlo en las necesidades de un colectivo profesional que, por importante que sea y que nadie cuestiona, ni es exclusivo, ni tan siquiera, en muchas ocasiones, el principal agente que pueda/deba responder a las necesidades reales de salud y no tan solo de enfermedad. La Atención a la Salud Comunitaria no es un problema profesional, es una cuestión social, sanitaria y de salud pública que precisa de respuestas colectivas, intersectoriales, transdisciplinares, de consenso y alejadas de egos y protagonismos corporativistas desde las que resulta imposible satisfacer las necesidades de la comunidad.

Pero es que, además, la solución no pasa por respuestas precipitadas basadas en ocurrencias que acaban siendo parches accidentales que tan solo persiguen acallar voces o maquillar situaciones, sin que las mismas logren resolver el problema real que no es otro que el modelo caduco en el que se sustenta. La organización arcaica que se mantiene, la jerarquía obsoleta que se pretende perpetuar, la inmovilidad derivada de la inacción que se sigue admitiendo con normalidad absolutamente incomprensible, el desorden en el que se articula la clara artrosis administrativa, normativa y ejecutiva, los planteamientos interesados, oportunistas y efectistas que no se concretan en acciones reales de cambio, la ausencia absoluta de evaluaciones reales que vayan más allá de del contaje inútil de actividad de procesos, la ausencia de incentivos que eliminen el hastío profesional, el reconocimiento real de las capacidades, competencias, acciones, aptitudes y actitudes, tanto individuales como colectivas más allá de discursos prefabricados con intereses de satisfacción inmediata pero de nula continuidad, la eliminación de barreras que impiden la regulación de las profesiones y su máxima respuesta competencial, la identificación de necesidades reales y la adecuación de personal en base a los mismos que eliminen la manida ratio lineal que mantiene equipos sobredimensionados o infradimensionados, la adecuada financiación de la AP que permita responder con calidad y no tan solo desde el voluntarismo de algunas/os, la priorización de la salud y su promoción a través de la acción comunitaria, la revisión de los actuales programas de formación especializada para adecuarse a la realidad comunitaria y no tan solo a la profesional, la revisión de los planes de estudio de grado que incorporen la atención comunitaria como un eje fundamental de los mismos y no como un aspecto residual subsidiario de las técnicas y la tecnología…  son tan solo algunos de los factores que deben ser abordados con determinación si realmente tenemos intención de que la AP funcione o tan solo pretendemos que sea un nicho ecológico profesional y una zona de confort.

Pero al margen de lo dicho, es preciso analizar con objetividad y capacidad de autocrítica lo que está sucediendo con relación a la falta de identidad de los médicos con la Atención Familiar y Comunitaria que conduce a que, por ejemplo, queden desiertas más de 200 plazas ofertadas y que la solución a dicha reiterada situación pase por una oferta extraordinaria que lejos de solucionar nada va a ser enarbolada como elemento de reivindicaciones nuevamente alejadas de la realidad en ese permanente ejercicio de no hacer ni dejar hacer en el que una parte del colectivo médico se ha instalado y quiere trasladar como elemento de victimismo profesional que confunda a la población y le haga situarse como parte activa de sus reclamaciones en lugar de contribuir a través del diálogo, el análisis, la reflexión, la autocrítica y el debate a revertir una situación que no es el problema de los médicos sino de la comunidad y en la que la propia comunidad debe participar y no ser utilizada como recurso para lograr los fines profesionales que se plantean permanentemente desde posicionamientos corporativistas que, por otra parte, afectan de manera directa y negativa a la gran mayoría de médicos que creen y trabajan por una atención familiar y comunitaria de calidad que no puede seguir siendo comparada permanentemente con la atención hospitalaria como modelo a replicar laboral u organizativamente, porque se trata de conceptos, perspectivas, visiones, realidades diferentes y equidistantes que, sin embargo, requieren de articulación para lograr una eficaz y eficiente continuidad de cuidados.

Pero no tan solo se trata de un celo competencial con y contra las enfermeras. Ante la propuesta, ya instaurada en Reino Unido, por la cual los farmacéuticos podrán prescribir medicamentos, ya se han apresurado a decir que eso no se puede ni tan siquiera plantear en España como posibilidad en una nueva muestra de no hacer ni dejar hacer.

No es que se defiendan las competencias propias, es que no se deja que se valoren siquiera opciones diferentes a las existentes por entender siempre que se trata de una pérdida de influencia y poder, que finalmente es como ven su vigilancia/control particular de la asistencia médica, que no de la salud comunitaria.

Finalmente falta diálogo y abandonar los posicionamientos de rigidez corporativa desde los que tan solo se identifican amenazas o vulneración de derechos adquiridos sin otra justificación que el poder ejercido desde la imposición y la arbitraria subsidiariedad a la que han sometido tanto a otras profesiones como a la población.

Mientras no se abandonen las miradas exclusivas y excluyentes, los discursos egocéntricos, las posiciones inmovilistas, las sospechas permanentes, las amenazas disuasorias, el victimismo fingido, la descalificación como argumento y se sustituyan por la inclusión, el respeto hacia respuestas diversas y complementarias, el trabajo compartido, los objetivos comunes, la visión global, la humanización de la atención, la capacidad de aprender de otros y enseñar a otros… va a resultar muy difícil que los problemas de la AP y del SNS en su conjunto, se puedan solucionar. Porque, no nos confundamos, el cambio o los cambios necesarios para humanizar la atención, prestar cuidados y atención de calidad, responder a las necesidades reales de la población, actuar como equipos y no tan solo como grupos… pasa por una determinación de quienes tenemos la capacidad de poderlo hacer, las/os profesionales. Nuestra determinación, compromiso e implicación en lograrlo son la clave para que la política y quien la gestiona propicie los cambios. Mientras sigamos enfrentados, peleados, obstinados en nuestros intereses disciplinares particulares, en lugar de los de la comunidad, seguiremos dando argumentos para que siga sin existir una verdadera voluntad política de cambio.

La inanición propia y la de los demás tan solo conduce a desequilibrios que ponen en peligro nuestra razón de ser, la de todas/os, y la del sistema en el que trabajamos. Comamos y dejemos comer. Hagamos y dejemos hacer para poder avanzar.

[1] Fue uno de los poetas y dramaturgos más importantes del Siglo de Oro español (562-1635)

PALABRAS ENCADENADAS Cuidados encadenados

“Es difícil liberar a los necios de las cadenas que veneran.”

Voltaire[1]

 

Me resisto a creer lo que tantas veces oigo sobre la imposibilidad de cambiar nada que permita mejorar la situación de las enfermeras. Me niego a bajar los brazos e instalarme en un, tan hipotética como falsa, zona de confort que realmente es la excusa que justifica el conformismo y la inacción. Me revelo ante la sola idea de anular mi capacidad de reflexión, análisis y pensamiento crítico, para dejarme arrastrar por el ideario del pensamiento único, la alienación y la anestesia social que permite la manipulación ideológica pero también científica, porque parafraseando a Mark Twin[2], la mejor forma de animarme a mí mismo es intentar animar a otros. Por eso, me posiciono, significo y defiendo aquello en lo que creo y de lo que me siento orgulloso de ser y sentirme, sin disimulos, artificios o mimetismos interesados que oculten o traten de disimular la verdadera realidad enfermera.

Enfermera soy y me siento y como tal quiero reivindicar la capacidad de pensar, actuar, investigar, analizar, debatir, crear, innovar, cuidar… desde mi propio y específico paradigma enfermero, que me permite ser conocido y reconocido como lo que soy y no desde la permanente comparación con otros modelos, poderes, pensamientos o paradigmas que, siendo muy respetables, no me son propios y desde los que no puedo crecer ni proyectarme como enfermera tanto en la comunidad científica, como en el ámbito profesional o ante la sociedad.

Sociedad que me identifica y me valora en base a lo que soy capaz de ofrecer y aportar de manera específica e insustituible para su salud.

Salud que es un derecho universal pero también un concepto multicultural que requiere ser compartido y consensuado para poder responder a las necesidades que para alcanzarla cada cual identifica en base a su contexto individual, familiar, social y comunitario, en base a demandas que nunca pueden ni deben ser interpretadas desde la sistematización o la estandarización de los cuidados.

Cuidados que, como enfermeras, tenemos la obligación de situar al nivel de la dignidad humana, pero también de la ciencia enfermera a la que tenemos que nutrir de conocimiento y evidencias científicas que permitan justificar y argumentar su necesidad.

Necesidad que supone tener confianza y constancia. Confianza en los cuidados profesionales que como enfermeras prestamos de manera exclusiva y constancia en prestarlos con calidez y calidad.

Calidad que nos permita ser demandadas como profesionales indispensables y no tan solo admitidas e identificadas como sustituibles o prescindibles.

Sustituibles o prescindibles porque pasa demasiado tiempo sin que pase nada y, mientras tanto, pasamos, desapercibidas y sin dejar huella de nuestro paso.

Paso con pasado que debe guiarnos para identificar de dónde venimos, pero con presente para adaptarnos a lo que de nosotras se espera y desea con relación a la realidad social, demográfica, epidemiológica, cultural…y con perspectiva de futuro para que no nos pille con el pie cambiado ni con la voluntad doblegada o dormida.

Voluntad doblegada o dormida por efecto de la inercia ejercida por la pasividad de acción o por la acción que se aleja de nuestra realidad científico-profesional para aproximarse a otra con la que nos compararnos permanentemente y desde la que nos mimetizarnos como consecuencia de una fascinación que nos hipnotiza, anulando nuestra capacidad de autogestión, autodeterminación, autonomía y toma de decisiones responsables que permitan construir una realidad propia desde la que ofrecer respuestas ajustadas a la necesidad de cuidados desde el necesario e imprescindible liderazgo enfermero.

Liderazgo enfermero que va mucho más allá de la capacidad y posibilidad real de ocupar puestos de responsabilidad que, lamentablemente, en muchas ocasiones obedecen más a decisiones políticas interesadas, que a la capacidad y mérito de quienes deberían ocuparlos. De tal manera que se lideren procesos, estrategias, programas, políticas… en los que se incorporen la salud y los cuidados como constantes que se distancien de intereses y oportunismos y se aproximen a la creación de entornos saludables desde una perspectiva de acción participativa, equitativa, universal, transversal, democrática y de respeto que permitan promocionar la generación de salud y la atención, recuperación, rehabilitación y reinserción de quienes tengan problemas para mantenerla, a través del trabajo transdisciplinar, la intersectorialidad y la toma de decisiones compartida entre profesionales y ciudadanía.

Ciudadanía corresponsable de su salud individual, colectiva y comunitaria, gracias a su empoderamiento y alfabetización en salud como agentes fundamentales y referentes de la comunidad en la que viven, conviven, trabajan, estudian… haciendo un uso responsable, eficaz y eficiente de los recursos personales, familiares, sociales y comunitarios y movilizando, articulando y coordinando los activos de salud que den sentido de coherencia y trasciendan a la enfermedad como única referencia asistencial.

Referencia asistencial que debe ser sustituida por una referencia de atención individualizada, integral, integrada e integradora en la que los cuidados sean visibilizados y puestos en valor como parte fundamental de la misma en el afrontamiento de los problemas de salud teniendo en cuenta los determinantes sociales y no tan solo los riesgos derivados de una perspectiva epidemiológica exclusiva de la enfermedad, obviando la epidemiología de la salud y los cuidados.

 Cuidados que deben ser abordados con la valentía de quienes, desde la competencia profesional enfermera, identificamos otra forma de responder a las necesidades de la población teniendo en cuenta sus expectativas, creencias, valores… pero también sus limitaciones, vulnerabilidad, falta de autonomía… que permitan responder desde la honestidad que representa cumplir con nuestro deber como enfermeras y de acuerdo al código deontológico que marca la ética y estética de nuestra acción cuidadora y el compromiso que aceptamos, asumimos y mantenemos con las personas, las familias y la comunidad tanto sanas como enfermas.

Tanto sanas como enfermas y no únicamente como pacientes a quienes cosificamos desde la patología o discapacidad que se incorpora de manera temporal o permanente en sus ciclos vitales, identificando además como parte de los mismos las modificaciones propias de cada uno de ellos, evitando la medicalización y favoreciendo su afrontamiento de manera natural y no como un proceso patológico que lleve aparejado ineludiblemente un tratamiento farmacológico.

Tratamiento farmacológico que debe ser utilizado en los casos en que los cuidados, las recomendaciones sociales y los recursos propios no sean capaces de regular las alteraciones identificadas y se incorporen como última opción terapéutica o como una opción menos agresiva y mantenida en el tiempo de lo que actualmente viene utilizándose.

Utilizándose la comunicación empática, la escucha activa, el método de resolución de problemas… como la mejor manera de identificar las necesidades sentidas de las personas y consensuando con ellas las respuestas a las mismas desde el respeto y alejados de protagonismos y posicionamientos de poder.

Posicionamientos de poder que determinan distancia, provocan rechazo, generan dependencia, favorecen el abandono terapéutico y sustituyen el respeto por el temor a la salud persecutoria y culpabilizante, que sitúa a la población como sujeto/objeto, responsable de sus problemas de salud en lugar de situarla como aliada para lograr superarlos, prevenirlos o evitarlos desde su empoderamiento y participación.

Participación activa de la sociedad que debe ser promovida y liderada por nosotras a través de intervenciones comunitarias que permitan sensibilizar, concienciar e implicar a la comunidad en la generación de conductas, hábitos y respuestas saludables que se alejen de la imposición y se asuman desde la convicción.

Convicción en aquello que nos identifica y define como enfermeras, los cuidados que, aunque pueden y deben compatibilizarse con la tecnología y las técnicas, debemos evitar que éstas nos conviertan en su alimento, desnaturalizando y perdiendo la esencia y el valor de lo que son y significan los cuidados y teniendo presente que su existencia y pervivencia cobran más sentido y razón de ser en los dominios de la complejidad que de la simplicidad.

Simplicidad que nunca debemos perseguir como eje de nuestra atención, pues esta nos lleva a la rutina, la falta de implicación en la mejora continua, la vigilancia permanente en la búsqueda de las mejores evidencias y con ello a la desvalorización de los cuidados profesionales a los que apartamos del ámbito científico.

Ámbito científico en el que, y desde el que adquirimos valor y proyectamos rigor con nuestra atención que, por el hecho de ser humanista, próxima y cálida, no tiene por qué, ni puede, prescindir del conocimiento científico construido desde la investigación, que avale, justifique y fundamente su imprescindible y necesaria prestación por parte de las enfermeras como únicas e indiscutibles valedoras de los mismos. Lo contrario supone que los cuidados profesionales sean oscuro objeto de deseo y de interés por parte de quienes nunca han creído en ellos, pero los han identificado exclusivamente como elemento oportunista de imagen.

Imagen distorsionada la que se produce cuando, quienes utilizan los cuidados, en lugar de cuidar de ellos trasladan una realidad que no se corresponde con el valor y la identidad que les dan como profesionales las enfermeras y que supone que se produzcan despropósitos desafortunados y lamentables de manera encadenada.

De manera encadenada como las palabras que conforman esta reflexión que me gustaría condujese a encadenar voluntades, acciones, iniciativas, compromisos… que no tan solo defendiesen nuestro patrimonio profesional y científico, sino también nuestra identidad e imagen y cómo proyectarlas a la sociedad. Si como enfermeras no somos capaces de hacer nuestro el valor de los cuidados, de cuidar de ellos y protegerlos para que sean valorados y reclamados por quienes los necesitan, si centramos nuestra atención en cuidar de otras cuestiones que se alejan de nuestra identidad enfermera, posiblemente, cuando vayamos a darnos cuenta no tendremos ni de qué, ni de quién cuidar, porque otros habrán decidido a quien debemos servir y obedecer, sabedoras de ello, aunque no conscientes y consecuentes.

No encadenemos a los cuidados que nos identifican y definen como enfermeras ni encadenemos el futuro de las enfermeras con nuestra indiferencia presente. No seamos necias y dejemos de venerar aquello que nos encadena y envenena. Asumamos la libertad de los cuidados, aún a sabiendas de los riesgos que comporta, pero buscando la satisfacción que aportan pues, al final de cuentas, es lo que importa.

[1] Escritor, historiador, filósofo y abogado francés (1694-1778).

[2] Escritor, orador y humorista estadounidense (1835-1910)

DE ORDEN Y DESORDEN

“Existen empresas en las cuales el verdadero método lo constituyen un cierto y cuidadoso desorden.”

 Herman Melville[1]

 

Recientemente he asistido a dos reuniones convocadas por el Ministerio de Sanidad de España en las que inicialmente se planteaban temas a abordar de gran interés tanto para las enfermeras, como para el Sistema Nacional de Salud (SNS) en general y la Atención Primaria y Comunitaria (APyC) en particular, como para la población a la que se atiende.

La primera de ellas era la constitución de la Comisión Científico-Asesora para la Iniciativa Marco en Cuidados del SNS (IMACU), que tiene como propósito definir, ordenar, y transformar un modelo organizativo de cuidados, que permita garantizar el derecho fundamental de la ciudadanía a recibir unos cuidados profesionales reconocidos en la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias (LOPS) como cuidados, que desarrollan y/o dirigen las enfermeras que actualmente forman parte del SNS, adecuados y de calidad.

Sin duda una muy buena noticia por cuanto por primera vez, el ministerio como máximo órgano en materia de salud a nivel nacional reconoce el valor de los cuidados profesionales enfermeros y la importancia de regularlos y visibilizarlos.

Una Comisión que está compuesta por representantes de sociedades científicas enfermeras, representantes sindicales y representantes de organizaciones ciudadanas y que complementa la comisión ya constituida de técnicas/os de los diferentes servicios de salud de las 17 Comunidades Autónomas (CCAA).

Sin embargo, el planteamiento de inicio realizado por las/os responsables del ministerio dejó más dudas que certezas sobre el fin real de la citada Comisión, por una parte, y de la Iniciativa en su conjunto por otra.

Porque plantear como punto de partida el desarrollo e implementación de la figura de la Enfermera de Práctica Avanzada (EPA) es, en sí mismo, un despropósito mayúsculo a la hora de hablar de ordenar los cuidados y su prestación.

Considero que es un despropósito no porque esté en contra de la figura de la EPA, en absoluto, sino porque considero que una Iniciativa de cuidados en la que previamente no existe una regulación/ordenación clara de las actuales figuras de las principales prestadoras de cuidados, es decir, enfermeras generalistas y enfermeras especialistas, es introducir nuevos y peligrosos elementos de confusión y confrontación, tanto entre las propias enfermeras, como con otros colectivos profesionales y con la propia población que es, no lo olvidemos, el principal objetivo sobre el que debemos centrar la atención y la acción.

Partiendo con que actualmente no existen criterios homogéneos, ni a nivel nacional ni autonómico, sobre cómo articular y coordinar a enfermeras generalistas y especialistas en espacios compartidos de atención; al no estar reguladas de manera clara e inequívoca las competencias de unas u otras; ni estar definidas las plazas en una gran parte de las CCAA lo que provoca que no se contraten especialistas a pesar de que, paradójicamente, esas mismas CCAA estén formándolas, lo que en sí mismo constituye un fraude de ley al estar invirtiendo dinero público en su formación que posteriormente a la misma no se recupera a través de su contratación para prestar cuidados específicos y especializados que complementen los que ya se vienen prestando por las enfermeras generalistas.

Por ello, plantear la incorporación de la EPA resulta desconcertante y altamente contradictorio por cuanto quien tiene la máxima responsabilidad de ordenar la profesión, es decir, el ministerio de sanidad a través de la Dirección General de Ordenación Profesional en coordinación con las CCAA a través del Consejo Interterritorial, haga suyo un planteamiento sin que haya resuelto la ordenación ya comentada y provocando de partida una situación de rechazo por parte de la gran mayoría de miembros que componen la Comisión, como así se trasladó.

Por otra parte, tratar de regular la prestación de cuidados profesionales para lograr una mayor efectividad y eficiencia en la forma de cuidar de la salud de la población, sin tener clara la importancia de dichos cuidados y cómo se deben integrar de manera clara y visible, a través de su institucionalización y la posibilidad de medir su impacto en la salud de la población mediante la generación de indicadores, es un brindis al sol que tan solo puede llevar a una nueva y triste frustración ante la inconcreción de algo tan trascendente como los cuidados no tan solo para las personas, las familias y la comunidad sino para el propio SNS. Construir la casa por el tejado nunca ha dado buenos resultados y las consecuencias han sido siempre desastrosas.

Así mismo, plantear una Iniciativa de cuidados por parte del ministerio de sanidad sin que el propio ministerio cuente con una enfermera como máxima responsable de los mismos en su organigrama es, igualmente, un error de partida que pone en manos de personas que no son ni expertas ni conocedoras de su complejidad la citada Iniciativa dado que la solución no pasa, como sucede, por la creación de asesorías que no tienen capacidad de decisión. Aspecto que, por otra parte, ya es sabido viene siendo reclamado y recomendado de manera sistemática por organizaciones tan poco sospechosas de corporativismo como la Organización Mundial de la Salud (OMS).

La inexistencia de un mapa de necesidades reales que no se circunscriba al discurso de la cronicidad que el propio SNS con su abordaje está cronificando, ni de la dependencia que el SNS paternalista hace más dependiente, ni de la desigualdad social que con las decisiones políticas neoliberales conducen a un empobrecimiento de la atención de los servicios públicos en favor de los privados con un aumento desmesurado en la contratación de seguros privados que favorecen la desigualdad a través de una atención pública para pobres que se corre el riesgo de convertir en beneficencia, una atención privada de muy baja calidad en aquellos casos de primas muy reducidas, ya que nadie da euros a cincuenta céntimos, atención privada para clases medias altas y atención para clases ricas que podrán acceder a todos los servicios mediante el pago de su altísimo coste. Es decir, una clarísima inducción a la desigualdad tanto social como de acceso a la salud de calidad como derecho fundamental. Así mismo resulta imprescindible la identificación de unos cuidados que se centren en la salud y su promoción y no exclusivamente en la enfermedad tal y como se plantean.

La ausencia de una planificación de las necesidades de profesionales en base, no de unas ratios que no responden a la demanda real, sino de las necesidades derivadas de la población a atender y del contexto en que vive, tampoco propicia una adecuada Iniciativa como la que se plantea.

Plantear una Iniciativa de cuidados en la que, por un lado, se habla de EPA, mientras se desarrollan titulaciones de formación profesional para la prestación de cuidados en residencias con una evidente merma de la calidad y despreciando a las especialistas en enfermería geriátrica, no es un buen comienzo.

Seguir manteniendo una absoluta desconsideración hacía las enfermeras especialistas en salud mental ante una situación de gravedad como la que plantea la sociedad actual con relación a la soledad, la juventud, el suicidio, el acoso… y la necesidad de cuidados que generan, mientras se siguen haciendo abordajes medicalizados, estigmatizadores, fragmentados y sin continuidad es no tan solo un despropósito sino una falta de consideración hacia la población.

No plantear la coordinación de los equipos de APyC con consultores de las especialidades enfermeras de pediatría, salud mental, trabajo, geriatría, que facilite la continuidad de cuidados y la eficacia de la atención, en lugar de plantear su incorporación en los equipos básicos es replicar el modelo médico-centrista hospitalario que es claramente ineficaz e ineficiente.

Una iniciativa de cuidados requiere de entrada una seria, firme y decidida apuesta por un modelo de cuidados frente a un modelo curativo como al que hasta el momento existe y obvia, olvida y desprecia sistemáticamente los cuidados.

Pero, al menos se ha planteado desarrollar la iniciativa, lo que ya es un avance significativo con relación a lo hecho hasta la fecha en que ni tan siquiera se planteaba como opción. Pero esto, con ser importante, no es suficiente, ya que debe existir un compromiso y voluntad política de que la iniciativa no se quede, como tantas estrategias, proyectos o programas en meras propuestas o durmiendo el sueño de los dioses en cajones ministeriales y que tan solo sirven para malgastar tiempo, esfuerzo y trabajo al mismo tiempo que generan desconfianza, desilusión y frustración.

Lo dicho se ve reforzado por lo acontecido en la segunda reunión a la que hacía referencia al inicio y que tenía por objeto la presentación de resultados del estudio “Adaptación de la Atención Primaria a las necesidades actuales de la población española”. Un estudio encargado por el ministerio de sanidad a una consultora en el que intervinieron sociedades científicas de diferentes disciplinas, organizaciones ciudadanas y técnicos de la administración, así como diferentes expertas/os.

Pues bien, ya desde el principio, en la presentación de los resultados por parte de la responsable de la consultora, quedó patente lo que acabaría siendo una triste realidad al no hacerse mención alguna a los cuidados o a las enfermeras, ni una sola vez. A pesar de estar presentando unos resultados que, según lo que reza el título del proyecto hace referencia a las necesidades de la población. Unos resultados absolutamente sesgados en los que se puso el acento exclusivamente en la enfermedad, el asistencialismo, la tecnología y en único grupo profesional, el médico. Algo que sin duda no se ajusta a las necesidades actuales de la población por mucho que aparezca como título del estudio.

Tras la presentación, transmití mi desacuerdo y profundo malestar por la presentación de dichos resultados a la consultora, quien me dio la razón y me comentó que tenía muchas presiones (sic), lo que no deja de ser muy significativo y preocupante. Presiones de quién o de quiénes… preferí no saberlo y que coincidiese con todas mis sospechas.

Pero, esto fue tan solo el preludio de un discurso monocorde que se repitió en el resto de la Conferencia con el desarrollo de unas mesas cuya composición, por si quedaban dudas, dejaba bien patente cuál era el interés del Ministerio y de quienes han desarrollado el proyecto, en destacar y poner en valor las necesidades del colectivo médico. Sus peticiones sobre el exceso de demanda, falta de médicos, falta de reconocimiento… unas mesas claramente reivindicativas de mejoras para el colectivo médico y alguna referencia errática y de compromiso hacia otras cuestiones que quedaron en anécdotas ante el apabullante discurso médico-centrista.

De igual manera quedó patente la falta de interés del ministerio por otra cosa que no fuese el criterio médico al identificar a las/os expertas/os que participaron en el proyecto y entre las/os cuales no se contó con ninguna enfermera.

Ante estos hechos que en ningún caso son subjetivos y si muy preocupantes creo se puede entender la desconfianza que genera la IMACU pues, quienes la plantean, son las/os mismas/os que en el estudio de necesidades ignoran a los propios cuidados y a quienes los prestan, las enfermeras, despejando las dudas que planteaba sobre si la propuesta es una apuesta real por los cuidados o tan solo una nueva puesta en escena que, además, coincide con una muy próxima contienda electoral. Y no creo en las casualidades, pues todo es casual.

Lo que debiera arreglarse o corregir irregularidades o deficiencias, poniendo orden, en orden a las necesidades y demandas de cuidados, de manera ordenada, de orden de quien tiene la responsabilidad y, por tanto, la obligación de hacerlo, consignando las órdenes de lo que ha de hacerse, llamando al orden a quien o quienes no se ajusten a lo que se ordena con el fin de ponerse a la orden del día de aquello que es preciso, para evitar actuar sin orden ni concierto, alocadamente y sin planificación, es justamente lo que no tan solo no se hace sino que parece que se actúe para evitarlo y generar confusión y alteración del orden en un claro exceso y abuso de poder o en una manifiesta falta de criterio y de orden mental que induce al desorden permanente.

Tras este galimatías ordenado sobre el orden y el desorden, concluyo en que los cuidados lamentablemente siguen sin ser considerados en orden a su importancia y en el orden de prioridades que les corresponde.

Posiblemente las únicas que, realmente, tengamos la capacidad de poner orden en los cuidados seamos las enfermeras y si nosotras no asumimos la responsabilidad, no ya de hacerlo, sino de exigirlo, seguirán sepultados en la ignominia administrativa de quienes quieren hacer creer lo contrario con propuestas efectistas que no efectivas.

Y es que tal como dice Rafael Barrett[2], “Las autoridades no son verdaderamente lo que deberían ser. De ellas suele partir el desorden y el peligro. A veces es necesario un motín para restablecer el orden.” Y yo ahí lo dejo

[1] Escritor, novelista, poeta y ensayista estadounidense, del período del Renacimiento estadounidense (1819-1891).

[2] Escritor, narrador, ensayista y periodista español (1876-1910)

NEURONA vs TESTOSTERONA Razón vs Pasión

 

Lo que la razón teje, la pasión lo deshace”

Alexander Pope[1]

 

A las puertas de una nueva campaña electoral, podría pensarse, aunque tan solo fuese como reclamo para la captación de votos, aún a sabiendas de la corta, por no decir nula, veracidad de los mensajes trasladados, que los mismos contendrían promesas de una mayor consideración a la profesión enfermera que no fuesen tan solo oportunismos electorales.

Sin embargo la realidad es muy tozuda y acaba por dejar al descubierto las verdaderas intenciones de unos u otros cuando se realizan propuestas que suponen supuestas pérdidas de privilegios para quienes siempre han controlado, manejado y manipulado el sistema a su antojo, imagen y semejanza profesional y a los miedos de las/os políticas/os que siguen considerando a dicho lobby de poder como el gran peligro para sus intereses, por lo que son incapaces de mantener, apoyar o defender ni una sola de las acciones, cambios o estrategias que puedan ser contestadas y rechazadas por el mismo, aunque los argumentos, evidencias o justificaciones sean tan débiles como muchas veces inexistentes.

De tal manera que constantemente nos encontramos inmersos en el juego del ratón y el gato. Porque las/os políticas/os en su habitual ambigüedad, permanente hipocresía, constante cinismo y tradicional mediocridad aliadas con la lentitud administrativa, legislativa y jurídica de nuestro sistema político-administrativo que se alía como un eficaz contendiente contra la eficacia y la eficiencia en la toma de decisiones que, además, es utilizada de manera perversa, utilitarista, interesada y oportunista por quienes lanzan mensajes de supuestos y esperanzadores cambios organizativos de un modelo tan caduco como ineficaz e ineficiente, pero sabiendo que los mismos no se llevarán a cabo ante la reacción furibunda de quienes ven amenazados los privilegios narcisistas del protagonismo y autoritarismo corporativo autoasignado por el lobby de poder y mantenido y consentido por las/os decisoras/es de turno con independencia de la tendencia política de las/os mismas/os, que acaban sucumbiendo a su impositivo y excluyente criterio amparados en las leyes que permiten la subsidiariedad e impiden cualquier cambio por necesario o importante que este sea, siempre que el mismo sea interpretado, que es casi siempre, como un agravio a la supremacía de la bata blanca y fonendo al cuello como iconos de adoración.

Son muchos, casi diarios, los casos en los que las declaraciones, manifestaciones, posicionamientos, ataques, amenazas, descalificaciones… realizadas por representantes de diferentes organizaciones del colectivo médico ante cualquier propuesta de cambio, de liderazgo o de planteamiento de atención que se aparte de lo que, desde dicho colectivo, entienden vulnera los principios básicos de su estatus, parcela de poder o protagonismo exclusivo, desde el argumento de una supuesta competencia profesional que realmente es un celo desmesurado por controlar lo que interpretan como propiedad desde el pensamiento excluyente del mi, me, conmigo, como forma de ser, pensar y actuar.

Tratar de enumerar, analizar y rebatir cada uno de ellos supondría un ejercicio de dedicación exclusiva al desagravio que no merece la pena, porque supone entrar en el juego de contraponer la neurona de la razón a la testosterona de la pasión visceral y sin mayor argumento que el intento de posesión absoluta de todo y todos.

Pero, como decía al inicio, los comicios electorales suelen ser propicios a desmanes de proporciones tan desmesuradas y ofensivas como inoportunos e innecesarios.

Para muestra valgan las declaraciones realizadas por el máximo representante de los médicos en Tenerife, el Presidente del Colegio de Médicos, ante la estrategia de gestión de la demanda impulsada desde el Gobierno Canario y que es interpretada por dicho representante con argumentos tan pasionales, como poco fundamentados al identificarlos como una injerencia y una “sustracción” de competencias para entregársela a las enfermeras saltándose las leyes para ello (sic). Pero tales declaraciones tan solo son el principio de un argumentario, tan simple, populista como efectista, de cara a sus fieles seguidores, al que incorpora afirmaciones como que “lo que se pretende es castigar un poco a los pacientes que acuden sin cita haciendo que sean vistos por una enfermera, vulnerando las leyes” o cuando remata con que “ellos (los médicos) son los interlocutores principales con el paciente” en una clara muestra de su obsesión posesiva para con todo y todos, sus pacientes, sus enfermeras…, pero es que además declara, en una clara muestra de absolutismo, que “la mayoría de los enfermeros no quieren” haciendo suya la posesión de la verdad absoluta y poniendo voz a quienes ataca como intrusistas. No contento con lo ya expuesto, considera que es bueno incorporar elementos de confrontación entre pacientes y enfermeras cuando asevera que “los pacientes se pueden negar a ser vistos por una enfermera”, en su intento por recuperar, a través del arte de la manipulación, lo que consideran de su propiedad exclusiva, aunque para ello tengan que retorcer la realidad y dotarla de un dramatismo que les sitúe a ellos como salvadores y exclusivos sanadores al tiempo que víctimas de la conjura por arrebatarles competencias y a las enfermeras como usurpadoras que se prestan a los malévolos intentos del gobierno de Canarias por quitárselas, con lo que logran un nuevo y perverso objetivo como es el de enfrentar a médicos y enfermeras que en la inmensa mayoría de ocasiones no tienen problema alguno en compatibilizar el trabajo trasndisciplinar desde el que los marcos competenciales se desdibujan para reforzar y poner en valor los objetivos centrados en las personas, las familias y la comunidad.

Todo este cúmulo de desafortunadas y lamentables declaraciones esconden una evidente falta de autocrítica a una gestión de la demanda que ellos mismos han sido incapaces de controlar eficazmente, al generar el efecto contrario, es decir, una demanda inducida, insatisfecha y dependiente que satura sus agendas y que, paradójicamente, utilizan de excusa para justificar listas de espera, demoras y demandas laborales… que cuando se intenta solucionar, ante su falta de respuesta para hacerlo, se revuelven contra quienes no tan solo no cometen ninguna ilegalidad sino que tan solo dan respuesta a su capacidad competencial para atender a las personas tanto en la salud como en la enfermedad desde la prestación de cuidados profesionales de manera integral, integrada e integradora, eficaz y eficiente. Respuesta que, hay que recordar, ni es nueva, ni supone sustracción alguna de competencias, ni representa un enfrentamiento contra nada ni contra nadie, ni pretende suplantar ni sustituir a ningún profesional. La salud es demasiado importante como para que esté en manos exclusivamente de los profesionales de la salud y mucho menos en manos de una exclusiva profesión. La atención compartida forma parte del trabajo transdisciplinar que debiera ser la metodología de actuación de los equipos de salud, en lugar de la asistencia paternalista y protagonista que se pretende perpetuar. Por último cabe recordar también que lo que se propone desde el gobierno de Canarias es algo que en muchos países está incorporado con absoluta normalidad sin que suponga rechazo alguno ni por parte de la población ni del colectivo médico y que está avalado por las principales organizaciones internacionales de salud con resultados óptimos de satisfacción y resultados en salud.

Por su parte, los medios de comunicación una vez más, contribuyen a la confusión, el alarmismo y la distorsión de la realidad con su peculiar manera de abordar la información desde una perspectiva en la que centran la atención en una sola dirección, contrastar datos y sin contar con otras voces que no sean las de quienes identifican como únicos protagonistas de la sanidad, que no de la salud. La Televisión Canaria que se hace eco de la noticia, realmente lo que hace es de portavoz amplificando la voz del Colegio de Médicos de Tenerife al difundir una información sesgada que contribuye a que la población se posicione en contra de una atención que trasladan como negativa con nula neutralidad informativa y claro sesgo sensacionalista y alarmista, al dar voz tan solo a una de las partes intervinientes en un conflicto que contribuyen a generar artificial, oportunista e interesadamente.

Este hecho que repito ni es aislado ni esporádico, se ve reforzado con aportaciones que mezclan la opinión generada como consecuencia de la acción victimista trasladada por parte de determinados sectores del colectivo médico, como el referido anteriormente, con la información sesgada por parte de algunos medios de comunicación. Este es el caso, por ejemplo, de la reciente noticia publicada en un medio al respecto del último barómetro sanitario publicado por el Ministerio de Sanidad y el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que, al menos en teoría no ofrecen sospechas de imparcialidad y rigor sobre los temas abordados[2]. En el citado barómetro los ciudadanos valoran mejor la atención prestada por enfermeras con relación a la ofrecida por los médicos. Hasta aquí todo parece correcto ya que se aportan los datos estadísticos que justifican esta afirmación. Pero el medio en cuestión que entrevista al Presidente del Foro Español de Pacientes, concluye en el relato que dicha elección es achacable “al trato cercano con la enfermera en comparación con el médico”. Utilizar el verbo achacar al referirse a los datos significa tal como se define por parte de la RAE “atribuir algo, especialmente una falta o culpa a una persona o cosa”. Es decir, es en sí mismo, un claro sesgo de la información pues está estableciendo que la mejor atención por parte de las enfermeras es una falta o culpa. No se trata de una interpretación por mi parte, es tan solo el hecho de analizar la utilización de las palabras que nunca es inocente y que no atribuyo a una casualidad.

Por su parte el Presidente del Foro Español de Pacientes, más allá de poner en valor la aportación de las enfermeras justifica que los médicos no tengan mejor valoración por su mayor presión asistencial, haciendo suyos los argumentos que machaconamente trasladan desde el colectivo médico y rebajando así la importancia de esa mejor valoración hecha por la ciudadanía, lo que no deja de ser una absoluta interpretación subjetiva que no puede nunca avalar el resultado del estudio. Finalmente el presidente, en su particular argumentario de descarga hacia los médicos, incide en el hecho de que las enfermeras tienen ese mejor trato porque “tienen un tiempo que a veces el médico no dispone de él”, como si el tiempo tuviese dimensiones diferentes para médicos y enfermeras, cuando la realidad es que el tiempo es el mismo para todos y que lo que puede suceder es que se gestione de diferente manera y por tanto con resultados diferentes. Para apostillar con el argumento de que “si el médico tiene más tiempo puede surgir una conexión mucho más fácil” rizando el rizo en su intento por disculpar el que los médicos sean peor valorados por la población. Aunque Termina su intervención con una afirmación que justifica los resultados cuando dice “Las enfermeras en Atención Primaria son muy necesarias porque aumentan la calidad de vida de los pacientes y aportan fortaleza al Sistema Nacional de Salud (SNS)”. No entiendo pues por qué tiene que estar justificando la diferencia de valoración en lugar de centrarse en lo que finalmente concluye que, por otra parte, es lo que aporta el estudio del CIS. Aunque a lo mejor sale algún representante médico que trata de convencer de que dichos datos han sido “cocinados” para ir en su contra, como hacen algunas/os representantes políticos con las encuestas que no les son favorables.

Finalmente queda claro que la ciudadanía está muy por encima de las manifestaciones fuera de lugar y de las informaciones sesgadas a la hora de valorar la atención prestada más allá de las guerras competenciales que interesadamente se quieran generar.

En cualquier caso y por concluir con esta reflexión, cabe señalar que estas situaciones no se modificarán, ni será posible revertirlas sino se realizan cambios legislativos que eliminen las barreras que aún hoy siguen vigentes y hacen inviables cualquier estrategia de cambio en la que se plateen asunción de competencias por parte de las enfermeras. No porque no tenga dichas competencias y la capacidad de desarrollarlas, sino porque la legislación actual sigue dando argumentos judiciales, que no científicos, para seguir manteniendo a las enfermeras bajo el autoritarismo, que no autoridad, médica y con ello perpetuar su narcisismo y protagonismo exclusivos.

De nada van a servir anuncios de iniciativas, proyectos o programas en las que las enfermeras tengan visibilidad, voz y valor sin la voluntad y valentía políticas para vencer las resistencias del poder médico y favorecer su desarrollo efectivo y que no tan solo se queden en brindis al sol y declaraciones de intenciones.

Lo contrario supone una infrautilización del talento y el valor de las aportaciones específicas y autónomas de las enfermeras y con ello un claro compromiso de la calidad de la atención a la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Es deseable que para responder a situaciones o propuestas organizativas se evite hacerlo desde la secreción de testosterona que impide la generación de ideas, limita el análisis de situaciones, anula la reflexión y el pensamiento crítico, favoreciendo la imposición acrítica e irreflexiva desde la pasión irracional y por el contrario se utilicen las neuronas que favorece anular los efectos anteriores y facilitan el diálogo, el debate, el consenso y la razón.

[1]Poeta inglés (1688-1744).

[2] https://www.redaccionmedica.com/secciones/enfermeria/-por-que-los-pacientes-prefieren-enfermeros-a-medicos-3-claves-lo-explican-6048

 

 

DOCENCIA, CUIDADOS Y DESHUMANIZACIÓN Alma, corazón y vida

 

El alma es aquello por lo que vivimos, sentimos y pensamos”

Aristóteles [1]

 

El pasado 7 de abril leía en el diario EL PAÍS[2] la profunda y demoledora reflexión de la extraordinaria Profesora de la Universidad de València la Dra. Adela Cortina, titulada “La Universidad, al margen de la ley”.

En ella la Profesora Cortina disecciona con precisión y crudeza la actual situación de la Universidad, no tan solo española sino iberoamericana e internacional. Una situación en la que, según sus palabras, la Universidad está perdiendo el alma. El alma de la educación que ha decidido vender al diablo encarnado en la supuesta excelencia investigadora de sus miembros, abocados, posesos, abducidos por la métrica del sexenio y de los rankings por los que actualmente se rigen las Universidades. Una mezquina manera de abandonar el compromiso con la enseñanza/aprendizaje, con la búsqueda del conocimiento compartido entre estudiantes y profesorado. Una corriente que anula el pensamiento crítico para sustituirlo por el pensamiento único de la publicación a cualquier precio, incluso el de acabar con la educación que, no lo olvidemos, desde que se crearan las primeras universidades, siempre fue el de la búsqueda y construcción del conocimiento, la ciencia, el saber… a través de la enseñanza-aprendizaje.

No voy a replicar la exposición de hechos, ideas, evidencias y motivos plasmados por la Dra. Cortina y sobre los que yo mismo reflexioné en las entradas de mi Blog[3], “SEXENIO DOCENTE Docencia y decencia, pese a quien pese”[4], “DOCENCIA EN ENFERMERÍA Y FUTURO DE LAS ENFERMERAS Universidad, inmovilismo y mercantilismo”[5] y en “¿DOCENCIA ENFERMERA EN PELIGRO DE EXTINCIÓN?”[6]. Pero considero que es necesario detenerse a valorar qué es lo que está pasando para que las/os docentes hayamos caído en la trampa sin oponer más resistencia que la del pataleo o la discusión de corrillo o pasillo. Que hayamos sucumbido a la dictadura de una acreditación investigadora perversa, maniquea, manipuladora y destructora, sin la que, también es cierto, la Universidad no permite avanzar en la carrera académica. Que hayamos creído finalmente que es el único camino posible para la excelencia académica al aceptar como propios los postulados de quienes se han erigido en defensores acérrimos de una cruzada que, como cualquier cruzada, es absolutamente innecesaria y reprobable y que se sustenta en admitir como dogma de fe exclusiva y excluyente la publicación en revistas que la maquinaria mercantilista editorial sitúa como de alto impacto.

Un proceso que la propia Universidad ha adoptado, aceptado y comprado porque con él va asociada su posición en los no menos perversos y dudosos rankings de excelencia universitaria tanto nacionales como internacionales con los que entra en esta absurda, pero tan bien articulada competición.

Una tormenta perfecta ideada, montada, implementada y desarrollada de manera homogénea y estandarizada en todas las Universidades que acaba alienando a todo el profesorado, si quiere subsistir en ese contexto de competencia creada artificialmente, o que somete al ostracismo a quienes se niegan a asumir esas reglas de juego para permanecer en su “particular” excelencia docente que la Universidad y las agencias creadas a su alrededor para alimentar este sistema, han decido que no tiene valor o, al menos, uno infinitamente menor al que han otorgado a los idolatrados sexenios de investigación.

Pero como digo el sistema es tan perverso que se vuelve en contra de aquellos que, en teoría lo sostienen y alimentan. Y lo hacen creando verdaderos depredadores de las publicaciones que se convierten en una obsesión para quienes ven en ellas su manera particular de reflejar su supuesto prestigio y excelencia investigadora que, a la vez, contribuye a nutrir la voracidad de las instituciones universitarias por contar con los investigadores más prolíficos y, sobre todo citados, sin que les importe demasiado los medios que se utilicen para ello si los resultados les sirven para escalar puestos en las competiciones en que participan y que configuran los rankings de una supuesta calidad que se mide en base a dichos parámetros perversos.

Hasta tal punto se genera una paranoia que lo que parece un modélico sistema de acreditación puede desembocar en casos como los del “prestigioso” profesor de la Universidad de Córdoba (UCO) Rafael Luque que publica un estudio cada 37 horas, y que recientemente ha sido suspendido de empleo y sueldo por trece años, por firmar sus trabajos como investigador de la Universidad Rey Saúd, de Riad (Arabia Saudí), y de la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos, en Moscú[7]. Es decir, no se cuestiona que haya firmado en lo que va de año más de 54 artículos en las principales revistas científicas o más de 700 en los últimos años, sino su vinculación con otras universidades con las que firmaba parte de dichos trabajos, aunque no exista la constatación de una remuneración periódica, sino de viajes y alojamientos de lujo en sus visitas académicas a dichas universidades. Paradójicamente esta sanción le supondrá a la UCO descender en el ranking de Shanghai por la sanción impuesta al investigador que le desvincula de la misma, lo que provocará que deje de generar el anhelado impacto para mantener la actual posición en el ranking. Mientras tanto, las dos Universidades a las que se le vincula seguirán manteniendo dicho impacto que, por otra parte, es la razón por la que se le fichó. El propio profesor expedientado ha manifestado que todo es una vendeta producto de la envidia. Lo único cierto, más allá de las conjeturas, interpretaciones o planteamientos que al respecto se puedan o quieran hacer es que el mercado de las publicaciones no se detiene. El conocimiento cuyo principal sentido es que circule y sea compartido queda seriamente comprometido o, cuanto menos, cuestionado, al hacerlo al mejor postor, que en este negocio es quien más alto precio fija para que se publiquen los trabajos, estableciendo una nueva y perversa relación de coste – beneficio que se rige por las leyes del mercado y no del conocimiento científico que bajo estas premisas no es posible establecer de manera rigurosa la garantía de que la calidad de lo publicado sea proporcional al precio pagado, por alto que este sea.

Este caso es posiblemente el más llamativo y mediático, pero no es, seguro, el único que reúne idénticos componentes perversos generados y alimentados por el propio sistema, a la vez que tolera y admite como natural, siempre que se mantenga en un orden de apariencia que no distorsione en exceso el escenario de aparente rigor científico, para así poder seguir manteniendo el negocio, aunque ello suponga tener que vender el alma de la docencia.

Pronto oiremos, como ya sucede con el Sistema Sanitario, que hay que rehumanizar la Universidad. En ambos casos dicho planteamiento supone en sí mismo un reconocimiento expreso de que no se actúa desde la humanización que debe ser exigible y deseable en ambos contextos.

Y es que en el Sistema Sanitario se ha producido un fenómeno similar al descrito en la Universidad, pero que en su caso lleva muchos lustros manteniéndolo y por tanto perdiendo también el alma de la atención a la salud que, básicamente, y no por ello quiero decir que sea menor, se fundamenta en la prestación de los cuidados que han ido perdiendo, no tan solo visibilidad, sino valor, al situarlos muy por debajo de la tecnología y el asistencialismo a la enfermedad, que han desplazado a las personas como referentes de la atención, pasando a ser meros sujetos o “material” para los métodos que sobre ellos se aplican en el estudio de sus enfermedades.

Lo peor de todo es que ha sido el propio Sistema y los que lo controlan, quienes han establecido las reglas de juego en las que lo trascendente y lo que da prestigio tanto profesional como institucional no es la calidad de la atención prestada o la humanización alcanzada en la misma, sino la técnica más avanzada, el tratamiento más innovador, la tecnología de última generación o el trasplante más arriesgado. Aspectos todos ellos que, siendo importantes y trascendentes, no pueden ni deben minimizar, ocultar o eliminar la acción cuidadora que resulta fundamental para la salud de las personas, que queda eclipsada, desvalorizada y olvidada, hasta el punto que se pierde la humanización que, de manera más publicitaria que real, ahora se dice querer recuperar. Y digo que más publicitaria que real, porque no se toman decisiones, ni medidas, ni acciones que permitan recuperar el valor de los cuidados y con ellos la humanización que requiere situarlos al nivel de la dignidad humana, quedando todo en una declaración de intenciones o en brindis al sol realizados en discursos oportunistas.

No es que hayan desaparecido los cuidados, porque mientras haya enfermeras se prestarán cuidados, lo que sucede es que no se visibiliza ni reconoce la aportación específica de las enfermeras y de sus cuidados profesionales y el impacto que los mismos tienen en la promoción de la salud, la prevención de la enfermedad, la recuperación, la rehabilitación y la reinserción de las personas, las familias y la comunidad. Los cuidados no están institucionalizados en la misión y visión del Sistema Sanitario.

Como pasa en la Universidad, en Sanidad lo importante es hacer cuantas más consultas, intervenciones, pruebas… mejor, como indicador de excelencia y calidad, cuando realmente se trata de números que tan solo obedecen a un sistema que genera una gran demanda inducida e insatisfecha y provoca una alta dependencia, siendo incapaz de establecer criterios de calidad y satisfacción relacionados con los cuidados recibidos. Pero es en base a dichos indicadores por los que se establecen los particulares rankings de hospitales y otras instituciones sanitarias altamente jerarquizadas y con una organización centrada en la enfermedad, lo que provoca respuestas muy ineficaces e ineficientes que se mantienen muy por encima de lo mínimamente razonable, porque es el sustento que retroalimenta de manera permanente al sistema y a quienes lo controlan desde el narcisismo y los egos corporativistas, con el beneplácito de quienes lo gestionan desde las instituciones políticas, en una espiral de la que resulta muy difícil salir y que, realmente, no se quiere o se teme romper, para establecer un modelo que elimine las normas impuestas, los estándares obsoletos, la organización caduca y los dañinos estereotipos asumidos. Un sistema en el que se valore tanto a quienes actúan ante la enfermedad, como con quienes lo hacen cuidando la salud y que, en ambos casos, sea capaz de hacerlo y exigirlo desde la humanización que nunca se debió perder o se quiso eliminar.

Tanto la Universidad como el Sistema Sanitario precisan recuperar su alma para dar respuesta a las necesidades, demandas y exigencias que tanto la educación como el cuidado de la salud de las personas precisan recibir con la calidad y la calidez que la dignidad humana requiere. Todo lo cual acaba por beneficiar a los “Señores de la Salud” que trafican con ella, con el beneplácito de quienes actúan como espectadores o incluso actores de dicho negocio, con sus decisiones políticas.

La investigación, la técnica, las publicaciones científicas, deben seguir siendo elementos fundamentales de la Universidad y el Sistema Sanitario, pero sin que ello signifique anular o menospreciar la educación y los cuidados, como acciones indispensables para generar, construir o desarrollar el conocimiento y la salud, como alma que son de ambos contextos. La valoración de todo ello debe regirse, además, por modelos capaces de medir las aportaciones singulares de docentes, investigadores y profesionales de la salud sin que se excluya ninguna aportación esencial o se de mayor peso a unas sobre otras y sin que faciliten, promocionen o generen nichos de negocio con apariencia de excelencia que benefician a unos pocos, someten a una gran mayoría y excluyen o menosprecian a otros.

Lo que hoy no se valora, la docencia y los cuidados, en un futuro se lamentará si no somos capaces de poner freno a la especulación y al negocio que con ellos se está realizando.

Tal como dijera Platón[8], “El conocimiento es el alimento del alma”, por lo que dependerá de la calidad de dicho conocimiento el que el alma de la Universidad se mantenga viva y fuerte. Por su parte sería bueno que el Sistema Sanitario, como dijera Wayne Dyer[9] “Comenzara a verse como un alma con un cuerpo en lugar de un cuerpo con un alma”

Posiblemente, por ser el alma algo abstracto, invisible, espiritual, en una sociedad altamente utilitarista, individualista y competitiva, no se perciba como necesaria, ni tan siquiera como identificable, ni para la docencia ni para la sanidad que buscan la inmediatez de los resultados y la solidez palpable que aporta una publicación o un órgano con los que seguir manteniendo los actuales modelos de mercado universitario y sanitario. El alma es etérea y abstracta, y como tal sujeta a sentimientos y emociones que tan mal se llevan con las leyes de mercado.

Las enfermeras, tanto en la Universidad como en el Sistema Sanitario, tenemos mucho que decir y que aportar. Esperar a que otras/os lo hagan por nosotras/os es contribuir a la deshumanización y a nuestra opacidad tanto docente como científico/profesional.

Como inmortalizaran Los Panchos[10] necesitamos alma para conquistar el conocimiento y los cuidados, corazón para quererlos y vida para seguir aprendiendo, enseñando y cuidando[11].

[1]Filósofo, polímata y científico griego nacido en la ciudad de Estagira, al norte de la Antigua Grecia (384 ac-322 ac).

[2] https://elpais.com/opinion/2023-04-07/universidad-al-margen-de-la-ley.html

[3] http://efyc.jrmartinezriera.com/

[4] SEXENIO DOCENTE Docencia y decencia, pese a quien pese

[5] http://efyc.jrmartinezriera.com/2019/12/13/docencia-en-enfermeria-y-futuro-de-las-enfermeras-universidad-inmovilismo-y-mercantilismo/

[6] http://efyc.jrmartinezriera.com/2019/03/03/docencia-enfermera-en-peligro-de-extincion/

[7] https://elpais.com/ciencia/2023-03-31/suspendido-de-empleo-y-sueldo-por-13-anos-uno-de-los-cientificos-mas-citados-del-mundo-el-espanol-rafael-luque.html

[8] Filósofo griego seguidor de Sócrates y maestro de Aristóteles (427 ac – 347 ac).

[9] Psicólogo y escritor de libros de autoayuda estadounidense (1940 – 2015)

[10] Trío musical romántico internacional formado por los mexicanos Chucho Navarro, Alfredo Gil y el puertorriqueño Hernando Avilés en la década de los 40 en la Ciudad de México.

[11] https://acordes.lacuerda.net/panchos/alma_corazon_y_vida

 

 

 

.

 

 

 

 

.

 

 

 

 

 

LOS FANTASMAS Y LAS AMENAZAS DE LOS CUIDADOS La historia interminable

Es mucho más fácil matar a un fantasma que a una realidad “

Virginia Wolf[1]

 

Los cuidados profesionales a lo largo de las últimas décadas y fundamentalmente desde que la Enfermería entró en la universidad en 1977 ha tenido diferentes etapas que han provocado que su identificación, visibilización, valoración y referencia haya sido tan diversa como cambiante y en ocasiones contradictoria y extraña.

Antes de la incorporación de los estudios de Enfermería en la Universidad, los cuidados fueron invisibilizados y desvalorizados como consecuencia de la paralización de las reformas emprendidas durante el gobierno de la 2ª República en la profesionalización de la enfermería y llevaron a que, con la instauración de la dictadura tras la guerra civil, no tan solo se acabase con los proyectos iniciados sino que se sometiera a la enfermería, como se hizo con las mujeres, a un ostracismo absoluto y a una dependencia total de los médicos que identificaban a las enfermeras como sus servidoras dóciles, insignificantes, obedientes y solícitas a sus órdenes. Los cuidados en esta fase pasaron a ser una labor femenina como prolongación de la que se realizaba, esperaba y exigía en el ámbito doméstico, pero sin mayor valor ni reconocimiento que el de la amabilidad, la entrega y la compasión.

La supuesta y tramposa unidad de matronas, enfermeras y practicantes en una misma titulación cuya denominación, Ayudante Técnico Sanitario (ATS), no dejaba lugar a dudas sobre lo que de ellas se esperaba, se exigía y de lo que de ellas no debía consentirse, condujo a una separación de la docencia por sexos (ATS femeninas y ATS masculinos) que, además, era impartida por médicos casi exclusivamente en instituciones religiosas, en el caso de las mujeres, y en las facultades de Medicina, en el caso de los hombres, y en la que los cuidados no dejaban de ser una anécdota sin importancia pues el verdadero objetivo era el de obtener fieles y obedientes ayudantes para la realización de las técnicas que los médicos no querían hacer por considerarlas menores o simples en el ámbito sanitario que ellos planificaban y organizaban para dar cumplida respuesta a sus necesidades de desarrollo profesional, que no de las personas a las que se asistía en las mismas. Son los años del desarrollo de los grandes hospitales que requieren de mano de obra barata y obediente, para lo que, en muchos de ellos, se crean escuelas para responder a necesidades alejadas de los cuidados. Escuelas, algunas de las cuales, aún existen como adscritas a universidades, lo que, sin entrar en valoraciones sobre la calidad de su docencia, no deja de ser un claro anacronismo que no tiene parangón con ninguna otra disciplina, situando nuevamente a Enfermería como excepcionalidad, en el ámbito de la Academia como ha sucedido en otros casos con las venias docentes etc.

El ATeSeismo[2] hizo muchísimo daño a la Enfermería, logrando posiblemente lo que se pretendía con su creación, ya que nada es casual. La separación por sexos condujo a que se estableciesen dos tipos de profesionales. Las ATS femeninas que seguían siendo identificadas como enfermeras, aunque desprovistas de toda ciencia e identidad profesional y los ATS masculinos que seguían teniendo como referencia a los extintos practicantes, pero con idéntica anulación de ciencia e identidad enfermera, aunque en su caso se nutrían de la parte de ciencia médica que interesaba a quienes la cedían. Esta división se traducía en una animadversión de unos/as hacia otros/as y en una servidumbre a la clase médica tanto de unas como de otros, aunque los otros querían hacer ver que su estatus y valoración era superior al de las dóciles enfermeras a las que, en muchas ocasiones, asumiendo la imagen médica que anhelaban, exigían idéntico servilismo como una forma más de marcar distancias con lo que rechazaban, los cuidados y la enfermería que en el caso de las ATS femeninas nunca dejaron de identificar como propio aunque fuese empíricamente.

Fue una etapa oscura en la que tan solo la voluntad de algunas enfermeras referentes logró que la llama de la simbólica lámpara de Florence Nightingale no se extinguiese definitivamente y que la misma, aunque de manera tenue iluminase el que sería el inicio de una recuperación de identidad y, sobre todo, de dignidad profesional para volver a ser y sentirse enfermeras, lo que sin embargo ni fue ni sigue siendo sencillo.

El daño infligido fue tanto y la cicatriz que dejó tan evidente y permanente que el enfrentamiento inicial entre ATS masculinos y femeninos se trasladó a un nuevo enfrentamiento. Esta vez de ATS, masculinos y femeninos, contra los nuevos DUEs (Diplomadas/os Universitarias/os de Enfermería), en otro capricho lingüístico a través de un acrónimo, en sustitución del de ATS, que disfrazaba nuevamente nuestra identidad enfermera, viéndolos como enemigos, mientras los “nuevos“, desde su estatus universitario, miraban por encima del hombro a quienes consideraban inferiores. Entretanto, los médicos, recelaban de esta nueva figura profesional y continuaban ejerciendo su presión para someterlos a su autoridad.

Los cuidados fueron tomado cuerpo, a ser visibles y, lo más importante, a tener fundamento científico, lo que permitió alejarse del ámbito doméstico y dotarlos de la evidencia que requerían sin que con ello tuviesen que abandonar la empatía, la escucha activa, la cercanía… que no tan solo son necesarias sino imprescindibles.

Dejaron también de ser un suplemento, una relación de simpatía, una expresión angelical, para pasar a requerir de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis que los convertían en una realidad compleja, no lineal y en evolución, íntimamente ligados a valores humanísticos.

Este punto de inflexión en la evolución de los cuidados no supuso una identificación homogénea, ni por parte de todas las enfermeras, hay que recordar que el ATeSeismo continuaba vivo, ni por parte de las personas que eran destinatarias de ellos que seguían confundiendo amabilidad con profesionalidad, ni por parte de los médicos y otros profesionales que seguían sin entender ni valorar la aportación cuidadora profesional de las enfermeras. Pero la ciencia dota de valor a las acciones y logró que los cuidados fueran adquiriendo notoriedad y visibilidad y la sociedad empezó a identificar que la amabilidad no era ni el único ni el principal valor de las enfermeras. Los cuidados profesionales enfermeros empezaron a ser valorados, pero también envidiados.

El acceso de las enfermeras, ahora sí recuperada en plenitud nuestra única y verdadera identidad profesional enfermera, y el acceso al máximo nivel académico de doctorado supuso un paso trascendental para dotar de fortaleza y de evidencias científicas a los cuidados y con ello el nivel de envidia aumentó también progresivamente entre quienes hasta hacía relativamente poco tiempo los habían denostado e incluso despreciado.

Algunas voces mediáticas como la del desaparecido Pau Donés puso en valor a las enfermeras y sus cuidados, cuando dijo pública y espontáneamente entre otras muchas cosas: “Mis enfermeras me han devuelto la fe en la humanidad”, “…aprendí que se puede cuidar sin hablar”, “¡Las enfermeras te quieren antes de conocerte! Y luego empiezan a cuidarte” … La pandemia, por su parte, dejó al descubierto las carencias del Sistema de Salud, pero también logró que los cuidados profesionales enfermeros supliesen muchas de esas carencias o paliasen muchas de las consecuencias de la pandemia como la soledad, el aislamiento, la vulnerabilidad, el sufrimiento, el dolor, la muerte…

Tanto es así que los cuidados se empezaron a demandar como algo propio de los médicos, pero también de psicólogos, trabajadores sociales, fisioterapeutas, farmacéuticos… e incluso el valor de los cuidados trascendió el ámbito sanitario y de la salud para ser reclamados por parte de casi todo y casi todos en un alarde de oportunismo y de marketing corporativo y comercial. Los champús, los detergentes, los yogures, las cremas, el deporte… todo cuidaba y sus cuidados eran responsables de bienestar, mejora de imagen, confort, felicidad…

Las enfermeras, por su parte, seguimos identificando en los cuidados, nuestros más íntimos fantasmas, ligados al miedo atávico del que no nos hemos desprendido totalmente, impidiendo o limitando la conciencia sobre tan importante visibilización y valoración de los cuidados. La fascinación en la tecnología y las técnicas desplaza el punto de gravedad de las enfermeras al paradigma médico que nuevamente logra captar su atención para beneficio de la causa médica, en base a la cual diseñaron, organizaron y definieron los hospitales como centro de su desarrollo científico técnico y de su paradigma centrado en la enfermedad, la curación, la fragmentación por aparatos, órganos y sistemas y un egocentrismo paternalista desde el que alimentan su posición científica, profesional, social y política como lobby de poder. De tal manera que el contexto de cuidados que dejó la pandemia, a pesar de su identificación en las famosas e inútiles comisiones de reconstrucción postpandemia, quedó reducido a un escenario vacío en el que ningún/a actor/a interviene para liderarlo, provocando una reacción de colonización médico asistencialista de un ámbito como el de la Atención Primaria que mantenía cierta distancia con el modelo hospitalcentrista.

Pero el deseo de quienes quisieron asumir los cuidados, identificados como amenaza a su posición, no resultó ser tan sencillo como inicialmente pensaron. Su falta de conocimiento, competencia y actitud condujo a un progresivo abandono por la demanda cuidadora. Pero ello no significó, en ningún caso, que ya no identificasen a los cuidados enfermeros como una amenaza, por lo que la última estrategia que están utilizando es la de intentar desacreditar, minusvalorar e invisibilizar de nuevo a los cuidados. Sin darse cuenta que, como dijera Marie Curie[3] “Dejamos de temer aquello que se ha aprendido a entender”. Lo que pasa es que para ello hay que querer entenderlo. Y ni quieren, ni lo intentan.

De tal manera que empiezan a alzarse algunas voces como las que cuestionan la denominación de Unidades de Cuidados Intensivos tal como se recoge en la carta al editor titulada “¿UCI o UVI?»: ni lo uno, ni lo otro[4] en la que los autores se refieren a estas denominaciones como facilidades fonéticas que llevan a engaño (sic), cuando realmente lo que pretenden es trasladar la capacidad limitadora que, según ellos, tiene la utilización de CUIDADOS en “su” especialidad. Es decir, el fundamento de su planteamiento o los argumentos utilizados, que no pasan de ser meras conjeturas, no es si los CUIDADOS y quienes los prestan aportan o no beneficios a las personas a las que los reciben en condiciones muy desfavorables, sino de qué manera dicha denominación puede limitar su prestigio tecnológico, asistencialista y curativo y el de su especialidad. Situación que sin embargo no se plantean como facilidades fonéticas, como ellos mismos denominan, cuando por ejemplo se utiliza el acrónimo del SAMU (Servicio de Asistencia Médica Urgente). Siempre ha habido clases.

Así pues, estamos en una fase en la que los CUIDADOS, van a pasar a ser objetivo contra los que lanzar toda clase de dudas y de reproches para desacreditarlos hasta que consideren que dejan de ser una amenaza a su voracidad egocéntrica y narcisista.

Las enfermeras ante esta situación y cualquier otra que pueda presentarse debemos, tenemos la obligación, de aumentar las evidencias científicas que pongan en valor a los cuidados y sitúen a quienes los tratan de ocultar como charlatanes que tan solo pretenden engañar con el fin de seguir haciendo creer que son los únicos valedores de la salud, a la que por cierto renuncian sistemáticamente huyendo de su pertenencia a las ciencias de la salud en una enloquecida e irracional huida para posicionarse en su exclusiva, excluyente e independiente ciencia, la Medicina.

Finalmente, en esta historia interminable, se trata de excluir a todos y a todo aquello que identifique a los cuidados como una amenaza, porque hacerlo es ir contra la propia evolución de la condición humana de la que forman parte inseparable. ¿Cuándo dejarán de ver y ser fantasmas? Y es que ya decía Ludwig Börne[5] que “El hombre más peligroso es aquel que tiene miedo.”

[1] Escritora inglesa (1882 – 1941).

 [2] Corriente ligada a la titulación de ATS que se interiorizó como una profesión/oficio al margen de la Enfermería por una parte importante de estas/os profesionales

[3] Física y química polaca nacionalizada francesa. Pionera en el campo de la radiactividad (1867-1934)

[4] https://medintensiva.org/es-uci-o-uvi-ni-lo-avance-S0210569123000293

[5] Escritor alemán (1786-1836)

CUIDAR Y HUMANIZAR Salutogénesis profesional.

A Albert Cortés por su liderazgo enfermero en la humanización.

 

Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano.”

 George Orwell[1]

 

Vengo analizando y reflexionando desde hace tiempo sobre el modelo en que se basa el Sistema Nacional de Salud (SNS) en general y la Atención Primaria de Salud (APS) en particular. Sobre su focalización casi exclusiva en la enfermedad y su marcada tendencia a la medicalización, paternalismo, tecnología, biologicismo, fragmentación e incluso deshumanización y de cómo estas características influyen de manera clara y determinante en la atención, que se torna asistencialismo, que las/os profesionales de la salud, prestan a las personas, las familias y la comunidad.

He planteado en muchas ocasiones que el paradigma biomédico del que emanan estas características e impregna el modelo sanitario ha sido adoptado y aceptado con demasiada complacencia e incluso poca resistencia por parte de las enfermeras como propio o, cuanto menos, desde el que prestan sus cuidados profesionales, con el consiguiente fracaso, al hacerlo desde un paradigma claramente contradictorio y antagonista al que se decide abandonar o relegar, es decir, el paradigma enfermero, centrado en la salud, la atención integral, integrada e integradora, la educación y promoción para la salud, la atención individualizada, familiar y comunitaria, la participación comunitaria… provocando respuestas alineadas y alienadas con el planteamiento biomédico, que son claramente ineficaces, ineficientes, centradas en las técnicas, alejadas de la necesaria continuidad de cuidados, generadoras de dependencia al no promocionar la autogestión, la autodeterminación, la autonomía y el autocuidado, limitadoras de la participación ciudadana en la toma de decisiones y de la adecuada racionalización de los recursos personales, familiares, sociales y comunitarios que conduce a una hiperfrecuentación de los recursos sanitarios, saturándolos y generando insatisfacción ante las respuestas recibidas a las necesidades sentidas de las personas, las familias y la comunidad que los profesionales no son capaces de identificar al hacerlo tan solo desde su protagonismo profesional que resulta exclusivo y excluyente.

Pero más allá de este análisis que, repito, ya he abordado, considero que la influencia de este modelo trasciende al SNS y a la APS y se incorpora como modelo de comportamiento de las enfermeras, lo que puede justificar, al menos en parte, las respuestas que se están dando en muchas ocasiones a la demanda creciente de cuidados o los escandalosos silencios ante situaciones que claramente van en contra de la disciplina y profesión enfermeras, pero que contribuyen a sedimentar, consolidar y perpetuar las actuaciones que en base a la subsidiariedad que ha dicho modelo se asume e interioriza, genera respuestas tan desalentadoras como facilitadoras de invisibilidad, desvalorización y falta de reconocimiento de las enfermeras siendo percibidas cada vez más como un instrumento del modelo descrito y de quienes son identificados como referentes del mismo, los médicos, que como profesionales autónomas con competencias específicas por las que ser valoradas.

Las enfermeras han reducido el contexto de sus actuaciones al ámbito de los hospitales y de los centros de salud, lo que limita claramente su campo de actuación y las sitúa como recursos del sistema y de los médicos para dar respuesta al modelo que hay establecido y que centra todo su interés en la obtención acrítica de resultados, desplazando con ello a las personas, que son identificadas como sujetos u objetos ligados a la enfermedad -diabéticos, hipertensos, crónicos, discapacitados…- organizando y fraccionando, en base a ello, la asistencia, que no la atención, por órganos, aparatos o sistemas -cardiología, nefrología, endocrinología…- en lugar de configurarse como profesionales de y para la comunidad, entendiendo esta como algo que va mucho más allá del sumatorio de individuos de este modelo reduccionista que aleja la humanización de la atención al alejarla de la imprescindible dignidad humana de los cuidados, lo que implica generar un discurso oportunista y contradictorio de rehumanización que, en sí mismo, implica el reconocimiento de su pérdida.

Esta falta de contextualización de dónde, cómo, cuándo y de qué manera pueden y deben actuar las enfermeras reduce drásticamente su ámbito competencial que se adapta a las demandas médicas y organizacionales y no a las de cuidados de la comunidad.

En este entorno medicalizado, la capacidad para identificar su propia autogestión, autodeterminación y su capacidad autónoma de pensar y prestar cuidados se reduce o elimina al hacerla dependiente de las indicaciones/órdenes médicas y de la rigidez y encorsetamiento organizacional impuesto por las instituciones sanitarias que limitan la prestación de cuidados a la priorización de las demandas médicas y del modelo gestionado, impuesto y mantenido más allá del más elemental sentido común, en el que lo importante es el número de intervenciones, consultas, técnicas realizadas, visitas hechas… en una carrera de indicadores numéricos que tratan de demostrar la capacidad de respuesta aunque ello se traduzca justamente en la lectura contraria al quedar patente la escasa capacidad de resolución que se traduce en una dependencia e insatisfacción cada vez mayores que acaban por colapsar al propio sistema que se ahoga en su incapacidad, mientras los profesionales acusan a la población de la saturación que ellas/os mismas/os inducen con su asistencialismo.

Ante esta actitud, las enfermeras perciben su escasa influencia, como profesionales autónomas que dicen ser, aunque su actitud vaya en contra de ello, lo que les genera insatisfacción, decepción e incluso frustración como síntomas de la patología organizacional y disciplinar de la que se han contagiado. Contagio al que, por otra parte, se han visto expuestas ante la falta de actuaciones de promoción de su propia salud profesional en base a las cuales adquirir conductas y hábitos que les permitiese asumir responsabilidad y competencia profesional para saber afrontar los riesgos que el modelo médico provoca, preservando así su salud profesional, desde la que poder construir un contexto salutogénico en contraposición al patogénico que emana del modelo hegemónico en que se hayan instaladas.

Pero no tan solo no son capaces de promocionar dichos hábitos, sino que incluso rechazan una inmunización activa, mediante la incorporación de las evidencias científicas generadoras de defensas para responder con efectividad y eficacia al contagio de los gérmenes nocivos y tóxicos que emanan del modelo e influyen tan negativamente en su salud profesional. Ni tan siquiera admiten la inmunización pasiva obtenida directamente de sus referentes profesionales, a quienes ignoran o rechazan, o los anticuerpos específicos aportados por la ciencia enfermera, a través de las sociedades científicas que les podría proporcionar inmunidad ante la peligrosa exposición a un modelo que les debilita profesionalmente. Por el contrario, se limitan a mantener una actitud de conformismo ante el contagio inevitable que finalmente lleva a una cronicidad derivada de su patológica subsidiariedad.

La ausencia de recursos personales y colectivos con los que contrarrestar los efectos del inevitable contagio provocan una exacerbación de los síntomas, con una progresiva dependencia que anula la capacidad de respuesta y con ello les somete a una posición de intrascendencia y postración derivada de su pérdida de autonomía profesional incapacitándoles individual y colectivamente y sometiéndoles a riesgos evidentes de deterioro tanto de su imagen como de su capacidad de respuesta que lamentablemente les puede conducir a situaciones de irreversibilidad o de incapacidad funcional manifiesta.

Estamos pues ante un círculo vicioso en el que no se sabe bien qué fue antes si la actitud de las enfermeras o el modelo médico en el que nos hemos instalado, lo que nos ha llevado a una situación de gravedad extrema que, si queremos que su única solución posible no sean los cuidados paliativos, deberemos actuar con determinación para salir del coma inducido en el que nos encontramos. Recuperar la respiración espontánea y autónoma que nos permita escapar de la anoxia y anorexia profesionales en las que estamos sumidas y favorecer la movilización que acabe con la atonía producto de nuestra inacción, son requisitos imprescindibles a tener en cuenta para afrontar el reto de aportar respuestas y soluciones que vayan más allá del actual modelo sanitario. Debemos ser capaces de identificar, potenciar y articular los activos de salud que como enfermeras tenemos para impulsar y reforzar acciones de desarrollo profesional que faciliten la valoración individual y colectiva, pero también social y organizacional, de tal manera que nos convirtamos en activos de salud para las personas, las familias y la comunidad.

Los cuidados profesionales requeridos, que tan solo pueden provenir del necesario e imprescindible reconocimiento del paradigma enfermero, para la recuperación de nuestra autonomía profesional deben ser admitidos, interiorizados y asumidos si queremos afrontar con éxito la situación actual y actuar en consecuencia para modificar el actual contexto patogénico en el que nos encontramos.

Por otra parte, debemos admitir que nuestra recuperación pasa por trabajar de manera coordinada y consensuada con la población a la que prestamos cuidados como la única forma posible de ser reconocidas como profesionales necesarias y demandadas. Nuestro ámbito de influencia y respeto, que no de poder, se encuentra en la comunidad, con la ciudadanía y no en el poder central ocupado desde hace tanto tiempo por la clase médica. Continuar creyendo que nos podemos hacer un hueco en ese poder central no tan solo es un gravísimo error, sino que está abocado al fracaso y a la fagocitación disciplinar. Tan solo en y con la comunidad seremos capaces de dejar de ser percibidas como dependientes, secundarias e incluso prescindibles.

Necesitamos asumir que la promoción de nuestra salud profesional requiere de una alfabetización enfermera que nos empodere para poder liderar los contextos comunitarios de cuidados y no tan solo de las organizaciones sanitarias. Es desde esa posición y con ese posicionamiento, desde los que tenemos la obligación de dar respuestas de salud que vayan mucho más allá del actual, caduco, nocivo, tóxico y peligroso modelo sanitario.

La humanización debe dejar de ser una etiqueta, una pose, una promesa, una moda, para pasar a ser el eje sobre el que pivote la atención ética y estética de los cuidados profesionales. Cualquier otro intento tan solo servirá para maquillar las profundas arrugas del vetusto modelo biomédico.

[1] Novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India (1903-1950).

INVESTIGAR, CREAR, INNOVAR

 

 

A Lola Gil Estevan por su creatividad, innovación y liderazgo

Genios tontos que saben absolutamente todo acerca de la química de las enzimas, pero que, debido a esa formación, hace mucho tiempo han dejado de funcionar adecuadamente como personas”

 

Ortega y Gasset[1]

 

Vivimos y bebemos, informativamente hablando, en un mundo de tópicos y estereotipos. Incluso en el ámbito de la ciencia que, al menos teóricamente, entendemos debería quedar al margen de esta distorsión tan dañina como engañosa, se dan y se perpetúan.

Hoy me voy a referir al tópico, convertido en estereotipo, de la investigación, lo científico y la innovación.

En principio pudiera parecer que no hay nada que aclarar en torno a estos conceptos que todas/os identificamos y, al menos en teoría, todas/os comprendemos y por ello no son generadores de controversia o interpretación. Pero nada más alejado de la realidad.

Cuando en los medios de comunicación, en los discursos políticos, en las tertulias de café o en los debates científicos, se habla de investigación, ciencia o innovación, de manera automática se visualiza a un hombre, con bata blanca y con una probeta o un matraz en la mano y un microscopio a su lado. Ese tópico nos acompaña de manera constante y forma parte del imaginario común.

Pareciera como si tan solo aquello que puede verse en un microscopio, cultivarse en una placa de Petri o transformarse en un valor estadístico pueda ser considerado como investigación y, por tanto, como una actividad realizada por científicas/os y, por el contrario, cualquier actividad que no se corresponda con esos parámetros no tenga la consideración de científica y por derivación quien la realiza no  la tenga como científico/a ni forme parte de una investigación digna de ser considerada como tal.

El racionalismo y positivismo imperante y excluyente hacen que tan solo se considere aquello que puede aportar soluciones técnicas a los problemas que aquejan a la humanidad como valioso científicamente hablando y por tanto susceptible de ser financiado y apoyado para desarrollar las investigaciones que permiten obtener dichos resultados.

Este estereotipo/tópico no tan solo se ha instalado como inalterable en el ámbito de lo que se considera como ciencia y científico, sino que ha impregnado el pensamiento de los medios de comunicación que tan solo o mayoritariamente prestan atención y difunden este tipo de investigaciones y a quienes las realizan, lo que contribuye a que la opinión pública perpetúe dichos tópicos/estereotipos como una verdad que no ofrece discusión alguna.

Por su parte las instituciones, públicas y privadas, destinan la mayor parte de sus inversiones a dicha investigación, siendo residual, en el mejor de los casos, o inexistente para otro tipo de investigaciones que se consideran menores por entender que sus aportaciones no contribuyen a mejorar la vida de las personas. De ahí que no tan solo no se destinen fondos, sino que ni tan siquiera se dignan a identificar a otras ciencias como áreas de conocimiento y, por tanto, de investigación propias lo que supone que se tengan que integrar en los existentes e imperantes y, por tanto, tengan que ajustarse a sus planteamientos científico-técnicos que, lamentablemente, provocan su fagocitación y la invisibilidad de sus hipótesis, planteamientos, objetivos o diseños que, por ser diferentes, que no excluyentes, de los planteados por la “ciencia oficialmente etiquetada”, son desestimados o minusvalorados.

Este monopolio científico-investigativo que provoca los tópicos/estereotipos comentados se comporta en sí mismo como una parte más del lobby corporativista que lo lidera y que actúa con idéntico autoritarismo tendente a mantener el protagonismo exclusivo de la investigación que se han encargado en acotar a la biomedicina o las ciencias médicas impidiendo que con ellas pueda convivir cualquier otra área de conocimiento que identifiquen como “peligrosa” o “intrusiva”, de tal manera que si se desarrollan investigaciones de Enfermería por parte de enfermeras o se etiquetan con dicha denominación de origen o no tienen posibilidad de llevarse a cabo ni mucho menos de difundirse, con lo que pasan a engrosar el apetito voraz de dicho lobby.

Los premios a la investigación que se conceden en la mayoría de los certámenes nacionales e internacionales ignoran cualquier investigación que no se ajuste a esos tópicos/estereotipos y quedan invisibilizadas aportaciones valiosísimas de las investigaciones que realizan otras disciplinas que aún siendo parte de ciencias reconocidas son sistemáticamente olvidadas como tales.

Pero además de la investigación y las/os científicas/os, la innovación sufre idénticos síntomas de exclusividad y de exclusión por influencia o contagio de lo ya comentado, lo que conduce a que se interprete casi de manera automática el que la innovación y la creatividad son igualmente características inherentes a la investigación oficial u oficialista.

La innovación es un proceso por el cual se crea algo nuevo y por tanto, innovar consiste en el acto de aplicar nuevas ideas para potenciar el valor de lo que se produce como evidencia o conocimiento nuevos o mejorados.

Pero para que haya innovación tiene que haber creatividad, definida como el proceso que realizamos al usar la imaginación para crear. Es una habilidad mental que sirve para imaginar y crear nuevas ideas, es decir, provocar el nacimiento de algo novedoso.

En base a ello, ¿dónde está el problema para identificar, valorar, reconocer y apoyar que las enfermeras tenemos capacidad creativa, de innovación y por tanto de investigación como científicas? ¿cómo se puede seguir justificando la exclusión de nuestra ciencia como ámbito propio de investigación por parte tanto de organismos nacionales como internacionales? ¿qué intereses espurios existen para mantener una situación incoherente y acientífica? ¿por qué las enfermeras no somos capaces de liderar, visibilizar y poner en valor nuestras aportaciones científicas, creativas e innovadoras?

Porque nadie debe confundir que la creatividad o la innovación en investigación son lo mismo que tener gracia o ser ocurrente. La creatividad y la innovación son la capacidad de crear una realidad mejor basándose en el conocimiento, la inteligencia y las evidencias, desde la certeza, es decir, exponiendo lo que se tiene certeza de hacer o decir y no jugando con los elementos para ver si se tiene suerte y suena la flauta. No es posible tener una idea que pueda cambiar la realidad sin que exista creatividad. Cualquier idea innovadora precisan de imaginación y pensamiento creativo como elemento fundamental para que se plantee una idea original. Por lo que sin creatividad no puede existir innovación. Pero sin ciencia las propuestas de creatividad se convierten en ocurrencias que distan mucho de ser innovación y mucho menos evidencias.

Las enfermeras, desde siempre, hemos trabajado por prestar cuidados de excelencia. Es cierto que durante mucho tiempo se hizo empíricamente, pero no es menos cierto que desde hace ya bastante tiempo y cada vez más dicha excelencia está guiada por la calidad, eficacia y resultados en salud, derivados de la investigación científica, la creatividad y la innovación.

El problema viene determinado cuando, o bien nosotras mismas planteamos nuestras investigaciones desde un paradigma que no nos es propio, con lo que anulamos la capacidad creativa y la innovación al incorporar nuestros resultados al producto final de la investigación de otra ciencia o campo de conocimiento o bien vemos limitada la capacidad creativa e innovadora por las barreras que el propio sistema mantiene más allá de la lógica.

Pero a pesar de ello, las enfermeras, nuevamente desde la capacidad creativa e innovadora y desde la ciencia enfermera estamos en disposición de generar evidencias que transformen la realidad existente haciendo que algo cambie o sea distinto, sin que ello signifique necesariamente que se tengan que alterar totalmente todas sus características esenciales.

Para transformar desde la investigación, la creatividad y la innovación hace falta que exista un liderazgo capaz de influir, motivar, organizar y llevar a cabo acciones para lograr los fines y objetivos que involucren a personas y grupos en un marco de valores en el ámbito de los cuidados profesionales enfermeros que propicien el cambio y la transformación personal y colectiva, influyendo y motivando en los demás para transformar a personas y a grupos. Se trata de asumir responsabilidad, de ser ser creativas, innovadoras, proactivas, asertivas, arriesgadas, optimistas y luchadoras por una sociedad mejor. Es una oportunidad y es un potencial que debemos desarrollar para que los tópicos y estereotipos existentes se eliminen y permitan identificar a las enfermeras como científicas investigadoras, creativas e innovadoras.

Y finalmente opino que más allá de ser una oportunidad y un potencial, es una obligación que tenemos no tan solo con nuestra ciencia/disciplina/profesión, sino con las personas, las familias y la comunidad a las que prestamos cuidados.

Hay que desterrar por siempre el chascarrillo de que las cosas se hacen de una determinada manera porque siempre se han hecho así. Tan solo desde la aportación de evidencias científicas creativas e innovadoras seremos capaces de cambiar nuestra realidad y la de la sociedad a la que nos debemos.

[1] Filósofo y ensayista español, exponente principal de la teoría del perspectivismo y de la razón vital e histórica, situado en el movimiento del novecentismo (1883-1955).

LA MEMORIA DE LOS CUIDADOS

“Cada uno tiene el máximo de memoria para lo que le interesa y el mínimo para lo que no le interesa”.

Arthur Schopenhauer[1]

A Cristian Benítez Rodríguez y a cuantas/os como él sufrieron el azote de la COVID

El pasado día 14 se cumplieron tres años del confinamiento derivado del estado de alarma provocado por la pandemia de la COVID.

Tres años que parece son muchos más o bien se nos antoja algo muy reciente. Ya sabemos que esto del tiempo es muy relativo y depende de tantos factores y condicionantes que hacen que cada cual lo vivamos de manera totalmente diferente, pues todo depende del cristal con qué se mire.

Pero, con independencia del cristal con el que miremos, lo bien cierto es que podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que hay un antes, un durante y un después de la pandemia. El antes y el durante no va a ser objeto de mi reflexión, pero considero importante detenerme a analizar y compartir lo que considero aspectos relevantes derivados del efecto de la pandemia y de cómo los mismos han afectado o nos pueden afectar.

No sé si realmente por efecto de la adaptabilidad humana, del intento de resiliencia o de la frágil memoria o facilidad para olvidar determinados hechos o acontecimientos, lo bien cierto es que ahora mismo el recuerdo de la COVID es más bien algo difuso e incluso, me atrevo a decir, confuso.

Es cierto que todas/os recordamos que la COVID provocó dolor, sufrimiento y muerte. Pero, ¿recuerda alguien el número casos y de muertes que se produjeron? Evidentemente son cifras, datos, estadísticas, pero sin duda su magnitud trasciende el simple carácter numérico para situarse en la dimensión real de lo que supuso esta pandemia para quienes la sufrieron directa o indirectamente. Casi catorce millones de contagiados (13,778.467) y cerca de ciento veinte mil muertes (119.618)[2]. Escalofriante recuerdo que, posiblemente por eso trata de esconderse en lo más recóndito de la memoria para transformarlo en un, muchas o muchísimas, menos concreto y doloroso.

Sin embargo, no son las únicas consecuencias de la pandemia. Posiblemente sean las más alarmantes, las más impactantes, pero ello no nos puede apartar de la realidad más próxima y cotidiana, como son los casos de COVID persistente que se calcula afecta entre el 10 al 15% de los contagiados por COVID, situando por tanto la cifra en algo más del millón trescientas mil personas[3], con síntomas muy diversos pero, sobre todo, con necesidades que actualmente no están siendo debidamente atendidas o lo son de manera absolutamente sintomática y desde una perspectiva asistencialista que no tiene en cuenta ni las situaciones personales ni, mucho menos, las consecuencias que las mismas tienen en sus familias y en la propia comunidad.

Los efectos, por otra parte, no tan solo afectan a las personas, sino que el impacto que la pandemia tuvo y sigue teniendo, aunque de manera mucho menos aparente pero no por ello menos grave, sobre el Sistema Nacional de Salud (SNS) es, no tan solo una evidencia sino un problema que también podría considerarse como parte de la COVID persistente.

La pandemia, unánimemente es asumido que puso en evidencia las debilidades de un SNS que se consideraba excelente y que se demostró cuanto menos vulnerable con relación a su gestión, organización y modelo claramente caduco, ineficaz e ineficiente, del que tan solo se salvaron sus profesionales, que sufrieron en primera persona las terribles consecuencias de la COVID.

En cuanto a las debilidades del SNS y a pesar que se precipitaron y replicaron a lo largo de todo el país las denominadas Comisiones de Reconstrucción, estas tan solo sirvieron para maquillar su lamentable imagen y la evidente muestra de astenia organizativa, de disnea política, de anorexia inversora y de depresión profesional, en la que había acabado sumido. Nada de lo que en las citadas comisiones quedó recogido como consideraciones, demandas, necesidades, urgencias… condujeron más que a la redacción de informes que, como las muertes, quedaron ocultas en la memoria, en este caso, de políticos y decisores que no de profesionales y sociedad en general que están sufriendo las consecuencias de tan nefasta situación. No es que el SNS esté en la UCI, es que está en cuidados paliativos a la espera de una muerte que ni tan siquiera se aventura como digna y de la que muchos quieren sacar beneficios, tras la certificación de su muerte o de su desahucio vital, como si de una herencia se tratase.

El empleo, la salud mental, la vulnerabilidad, la accesibilidad, la pobreza… son efectos colaterales de esa guerra en la que algunos quisieron convertir la pandemia y que requeriría de un análisis mucho más extenso que no estoy en disposición ni posición de realizar, aunque si de plantear como recordatorio de esa frágil y selectiva memoria que tenemos.

Pero no quiero cerrar este triste aniversario sin poner a debate algo que es común a todo cuanto he dicho y, posiblemente, a cuanto, sin decir, también lo es. Y ese punto común, de encuentro, hasta de consenso me atrevería a decir, aunque haya quienes quieran desvirtuarlo, no es otro que los CUIDADOS. Los cuidados en mayúsculas, de manera general y los cuidados, también en mayúsculas y negrita, profesionales enfermeros.

Porque si durante la pandemia los cuidados se mostraron y demostraron como esenciales en la atención a las personas que padecían y sufrían la COVID, tras la pandemia todas y cada una de las consecuencias que ha dejado como secuelas en la sociedad y en la salud de las personas, las familias y la propia comunidad requieren de una prestación de cuidados profesionales y no profesionales que debe estar coordinado, articulado y liderado por las enfermeras como las profesionales que mejor conocimiento, competencia y experiencia tienen en cuidados. Su ausencia, invisibilidad, desvalorización o ignorancia tan solo lleva a que los efectos de la pandemia se conviertan en un problema de salud de primera magnitud que el asistencialismo y la medicalización imperantes no solo no van a ser capaces de dar respuestas eficaces, sino que contribuirán a un progresivo deterioro de la salud comunitaria y con ello a un colapso aún mayor del actual modelo del SNS.

Los cuidados profesionales y las enfermeras deben ser identificados y valorados como respuesta imprescindible en el afrontamiento de una situación que se aleja mucho, aunque se quieran empeñar algunos en plantear lo contrario, de la normalidad y que a corto y medio plazo puede tener consecuencias imprevisibles.

Que nadie quiera hacer una lectura reduccionista, interesada y corporativista a lo que es una realidad que trasciende cualquier reivindicación disciplinar y se sitúa en la coherencia y el planteamiento ampliamente solicitado y razonado de los principales organismos internacionales de salud.

Seguir en una posición de negacionismo permanente del valor de los cuidados supone una clara irresponsabilidad que afecta a la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Políticos, gestores, enfermeras, profesionales de la salud y la propia ciudadanía tenemos la responsabilidad y la obligación de trabajar por un contexto de cuidados de calidad y calidez que permita hacer frente de manera participativa, profesional y política a las demandas y necesidades que plantea la sociedad.

Caer en una amnesia institucional o política de esta necesidad es conducir al SNS a un progresivo y lamentable deterioro que acabará por olvidar a quienes son y deben ser legítimos depositarios de la memoria de los cuidados.

[1]Filósofo alemán (1788-1860)

[2] https://es.statista.com/estadisticas/1107506/covid-19-casos-confirmados-muertes-y-recuperados-por-dia-espana/

[3] https://isanidad.com/228717/al-menos-1340000-personas-pueden-sufrir-covid-persistente-espana/