Un nuevo año y un nuevo 8 de marzo en el que se celebra el día internacional de la mujer. En esta ocasión la ONU Mujeres ha elegido como lema Soy de la Generación Igualdad: Por los derechos de las mujeres.
Que en el siglo XXI aún tengamos que estar reivindicando los derechos de las mujeres de manera diferenciada a los derechos humanos, nos sitúa claramente en una posición preocupante, muy preocupante. Porque no se trata de que no sea importante que se reivindiquen, que lo es, sino de que se tenga que hacer porque siguen siendo diferentes, menores, peores, irrelevantes, invisibles… a los de los hombres, lo que las sitúa en inferioridad y desigualdad ante estos.
Que esto se produzca en todo el mundo, desde los considerados países más desarrollados y ricos a los que lo son menos y pobres, es también un claro indicador de que algo no se está haciendo bien, más allá de niveles culturales, sociales, económicos… que en ocasiones tan solo sirven como excusa para enmascarar o disimular los fracasos de tan patética situación.
Que las diferencias salariales, la dificultad para acceder a puestos de responsabilidad, los estereotipos sexistas, la penalización por maternidad, la discriminación en la ciencia, la desigual atención sanitaria, el mayor peligro de pobreza y cómo les afecta, la asignación social de tareas, la estigmatización sexual, el acoso en todas sus formas causante de muerte y mucho sufrimiento… sigan siendo asignaturas pendientes en sociedades que, como la nuestra, se dicen avanzadas, progresistas, democráticas, libres y defensoras de los derechos y la igualdad, no deja de parecer una cierta incongruencia, cuando no una clara hipocresía y lamentable cinismo.
Que tengamos que seguir celebrando un día internacional de la mujer es otra muestra de las carencias que en derechos tenemos y mantenemos. No porque la mujer no merezca un reconocimiento anual, sino porque el día sigue siendo necesario, no para celebrar, sino para condenar. Y cuando se tiene que seguir haciendo patente la condena es porque no hemos sido capaces de avanzar para lograr aquello que, al menos en teoría, se pretende por considerarlo justo y necesario.
Que lejos de disminuir el número de muertes por violencia de género, estas sigan aumentando. Que los comportamientos machistas en lugar de disminuir aumenten y lo hagan cada vez más en población muy joven. Que los comportamientos sociales sigan perpetuando patrones de discriminación y acoso. Que la imagen de la mujer siga utilizándose como un objeto con el que mercantilizar. Que la libertad de las mujeres sea diferente a la de los hombres por el solo hecho de ser mujeres. Que las mujeres tengan que demostrar su valía en mucha mayor proporción que la de cualquier hombre para hacer exactamente lo mismo… demuestra claramente la nula o mediocre capacidad de cambio que socialmente tenemos para atajar un problema como el de la falta de derechos de la mujer.
Y en esta batalla por lograr la igualdad de derechos, tenemos todas/os responsabilidad. No se trata de una cuestión exclusivamente política, administrativa, gubernamental… es una cuestión comunitaria. De todas y todos las/os que conformamos las comunidades en las que vivimos y nos relacionamos. Comunidades que siguen siendo claramente machistas aunque se trate de disimular con actos puntuales, pancartas, lazos, minutos de silencio, manifiestos… porque tan solo enmascaran y maquillan la verdadera desigualdad social que día a día se sigue manifestando con miles de pequeños gestos, actitudes, acciones, omisiones… que acaban por mantener la firmeza y fortaleza de desigualdad. Aceptar como normales la recepción o envío de fotos, chistes, dibujos… vejatorios para las mujeres; naturalizar expresiones que discriminan, cuando no insultan, a las mujeres; asumir como lógicos la asignación de juegos, juguetes, colores, personajes, profesiones… en función del sexo… son tan solo algunos ejemplos que permiten seguir conformando el escenario machista de nuestra sociedad, al que contribuyen determinadas organizaciones religiosas, políticas, culturales, deportivas… con sus posicionamientos, dogmatismos, normas, comportamientos o vetos… aunque, paradójicamente, todas/os ellas/os se manifiesten claramente defensoras/es de los derechos de las mujeres e incluso participen en algunas de las esporádicas representaciones de repulsa que sistemáticamente se organizan para protestar, y a las que acuden, aunque previamente hayan contribuido, por acción u omisión, a que el suceso por el que se protesta se haya consumado, lo que les hace cómplices del mismo.
Y, es que está muy mal visto no manifestarse defensor de las mujeres, pero se contribuye poco a que esa defensa sea algo más que un eslogan, una pose o un disfraz.
Y en este desolador panorama, porque lo es, ¿qué hacemos las enfermeras? ¿Nos posicionamos claramente? ¿Miramos hacia otro lado? ¿Pensamos que no va con nosotras? ¿Podemos/debemos liderar la defensa de estos derechos?
Teniendo en cuenta nuestra historia y nuestra evolución como profesión, disciplina y ciencia, deberíamos tener claro cuál debe ser nuestro posicionamiento.
La Enfermería ha sufrido a lo largo de su historia similares comportamientos a los que ha sufrido la mujer, en una sociedad patriarcal y machista en la que el modelo medicalizado y biologicista, como modelo masculino, subyugó, acosó y maltrató a la enfermería, como profesión femenina, no permitiendo su desarrollo científico-profesional. Tuvieron que pasar muchos años para que las enfermeras lograran liberarse de la subsidiariedad y consiguieran un desarrollo acorde a su ciencia, aunque permanezcan vivos determinados comportamientos corporativistas que pretenden seguir perpetuando la inferioridad y la falta de igualdad con otras profesiones en muchos aspectos científico-profesionales.
Es por ello que deberíamos estar más concienciadas a la hora de afrontar un problema de tantísima gravedad como la desigualdad de derechos de las mujeres y las consecuencias que la misma tiene en su salud.
Como enfermeras debemos mantener una posición firme en favor de las mujeres y en defensa de sus derechos. Pero esta posición va mucho más allá de la violencia de género, a la que debemos combatir con nuestra actuación directa, decidida y autónoma, para identificarla y afrontar sus consecuencias. No vale, únicamente, con seguir un protocolo. Nuestras competencias en cuidados y fundamentalmente en el autocuidado, la autonomía, la autorresponsabilidad, la promoción de la salud y la educación para la salud, deben conducirnos a desarrollar estrategias educativas que modifiquen hábitos y conductas en las personas, las familias y la comunidad a las que atendemos. Y lo debemos hacer con responsabilidad y corresponsabilidad con otros agentes de salud y otros sectores comunitarios. La participación comunitaria y la intersectorialidad deben, por tanto, impulsarse, articularse, coordinarse, para desarrollar las intervenciones que modifiquen comportamientos, actitudes y hábitos sexistas, machistas o patriarcales en el conjunto de la sociedad sin que sean identificadas como adoctrinamiento, sino como procesos educativos que permitan generar una sociedad más libre, democrática, igualitaria, tolerante, respetuosa y saludable, al margen de la ideología, religión, condición social, raza… que individual o colectivamente se tenga. Lo contrario es perpetuar las diferencias, las desigualdades y la confrontación que alimentan el machismo y propician sociedades enfermas.
Las mujeres deben poder identificar en las enfermeras a unas aliadas firmes y decididas en las que confiar para afrontar situaciones tan complejas, humillantes, peligrosas y dolorosas. Para vencer la parálisis del miedo y el silencio del acoso. Para lograr recuperar la autoestima y la libertad. Para sentirse mujer sin necesidad de tener temor a ser acosada. Para posicionarse sin miedo a perder a sus hijos, su dignidad e incluso su vida. Para hablar sin tener que controlar su denuncia. Para actuar sin tener que disimular su valor. Para negar cuando quieran y lo que quieran sin necesidad de dar más explicaciones que la que emana de su voluntad. Para hacer lo que quieran, cuando quieran, donde quieran y cuando quieran. Para decidir con libertad y sin miedo. Para, en definitiva, ser igual a cualquier ser humano libre, al margen de otro tipo de consideraciones, factores o características.
Pero si importante es el comportamiento que como enfermeras tengamos con las mujeres para lograr la igualdad de derechos, no menos importante es también el posicionamiento que, también como enfermeras, hagamos en relación a la defensa de nuestros derechos profesionales, disciplinares y científicos, con el fin de que logremos el máximo respeto e igualdad con el resto de profesiones, disciplinas y ciencias.
Lograr el acceso al doctorado es, sin duda, un gran hito, lo mismo que lo fue la incorporación de la mujer al mercado laboral, por ejemplo. Pero con ello tan solo logramos dar un paso a la igualdad científico-profesional, porque siguen perpetuándose clarísimas desigualdades que nos impiden acceder en igualdad de condiciones a como lo hacen otros profesionales con idénticos estudios, preparación o experiencia a determinados puestos de responsabilidad y toma de decisiones. La diferencia estriba tan solo en que nosotras somos enfermeras y eso supone una penalización a nuestro desarrollo, lo mismo que lo supone el cuidado de hijos, por ejemplo, para las mujeres, por el simple hecho de serlo. Las enfermeras seremos aquello que queramos ser más allá de las amenazas, las barreras, las limitaciones… que nos quieran imponer. Tan solo desde la firmeza, el rigor, la determinación, la implicación, el convencimiento, seremos capaces de avanzar y lograr lo mismo que cualquier otro profesional, sin necesidad de tenerlo que demostrar siempre en mayor medida. Necesitamos hacerlo para vencer nuestras dudas y nuestras limitaciones, venciendo el pasado pero sin renunciar a él porque forma parte de nuestra historia y nuestro recorrido vital como enfermeras. Porque lo necesitamos y merecemos las enfermeras, pero también, porque lo necesitan y lo merecen las mujeres en particular y la sociedad en su conjunto.
El día de la mujer debe ser, tan solo, una fecha en el calendario, una llamada de atención, un recordatorio, pero, nunca, debe identificarse como una celebración esporádica y puntual que finalice con el inicio del día siguiente al de la conmemoración.
Que cuanto antes seamos capaces de conseguir que el hecho de ser mujer o enfermera no represente un inconveniente o una limitación, ni tampoco una diferente, estereotipada, interesada o maliciosa mirada o actitud, ni mucho menos una discapacidad, como sucede actualmente, que pone en peligro nuestra libertad, nuestra dignidad e incluso nuestra vida.
Este año es nuestro año, Nursing Now, y en el mismo debemos ser capaces de sentar las bases para el logro de esa igualdad que nos siguen negando con argumentos peregrinos, corporativistas y patriarcales.
Que Nursing Now, al igual que el día 8 de marzo, no sean únicamente declaraciones de intenciones que tan solo logren una fugaz claridad tras la que regresen las tinieblas de la desigualdad para las mujeres y también para las enfermeras. En nuestras manos está contribuir a mantener la luz que las despeje definitivamente, no perdamos la ocasión de hacerlo, porque la sociedad lo necesita y nosotras tenemos la obligación de dar respuestas.