Lo de los medios de comunicación y quienes los lideran, es decir, los periodistas, da para una seria reflexión.
Se puede entender que nadie, por informado o preparado que esté, tiene capacidad para identificar, entender y transmitir todos aquellos aspectos que tienen que ver con los múltiples sectores profesionales, sociales, económicos, educativos… que generan noticias.
Se puede disculpar que, en un momento dado, alguien equivoque la denominación, clasificación, identificación, de aquello de lo que se habla o escribe.
Se puede admitir que el lenguaje propio de una determinada profesión, ciencia, disciplina u oficio escape al entendimiento de quien tiene que informar de tantos temas como se presentan diariamente.
Todo esto se puede entender, disculpar y admitir.
Lo que ya no puede entenderse, disculparse ni admitirse, es la confusión reiterada, machacona y sistemática que diariamente y de forma generalizada transmiten con relación a diferentes temas, quienes se dicen profesionales de la información, que vienen a ser las/os periodistas, a pesar, también sea dicho de las constantes llamadas de atención que al respecto se les traslada.
Para no ir con rodeos me refiero a la contribución que estas/os periodistas, la mayoría de ellas/os, hacen cuando informan, o tratan de informar, sobre todo aquello que tiene que ver con la salud, la sanidad o sus profesionales.
Estamos hablando de un sector, de un ámbito, de un tema, de una realidad… que no es esporádica, puntual, pasajera, ni mucho menos desconocida.
Mucho antes de que apareciera la pandemia, que actualmente ocupa la mayor parte del tiempo informativo de todos los medios y de sus profesionales, las noticias relacionadas con la salud, la sanidad o sus profesionales, ocupaban un espacio importante en sus respectivos medios, al tratarse de un aspecto de gran sensibilidad social y de incuestionable trascendencia para las personas y sus entornos. Así pues, no existe la excusa de que es algo nuevo, de lo que no hay información suficiente, o de que esta sea confusa o incluso complicada de obtener. Estamos hablando de algo cotidiano, conocido, claro, concreto, conciso… por lo que los errores permanentes a los que nos tienen acostumbrados de manera reiterada las/os periodistas, no pueden considerarse como accidentales, sino que obedecen a una manifiesta indolencia, dejadez, desinterés, indiferencia… ya que me resisto a creer que se deba a ignorancia hacia lo que se habla y hacia quien se pretende informar, cuando realmente lo que se hace es justamente todo lo contrario, desinformar y confundir. En cualquier caso, la ignorancia casi sería el peor de los males, porque con aprendizaje se podría corregir la falta de aptitudes, pero la actitud, la conducta, el hábito, bien sabemos las enfermeras, lo que cuestan de cambiar.
Sin necesidad de retrotraernos a tiempos pasados y centrándonos en la acaparadora actualidad del coronavirus, estas/os profesionales de la información o de los medios que vienen en llamarse periodistas, están haciendo un daño tremendo con su pertinaz, incomprensible e inadmisible confusionismo, y tergiversación, cada vez que hablan de temas relacionados con la salud, pero muy especialmente cuando lo hacen de las enfermeras, que es en lo que me voy a centrar.
Para empezar a estos profesionales, les cuesta entender que existan otros profesionales en la sanidad que no sean los médicos. De igual manera que les cuesta entender que no es lo mismo hablar de salud que de sanidad, pero este es otro tema.
Esta pandemia, además de los muchos efectos negativos que ha generado para la sociedad en su conjunto, también nos ha aportado la posibilidad de que se empezase a visibilizar y reconocer a otros profesionales que no fuesen los médicos, que, por supuesto, merecen reconocimiento, pero que no lo tienen en exclusiva ni tan siquiera siempre es el máximo en cualquier escenario, actuación o situación, aunque les cueste de entender a estas/os informadoras/es.
En ese reconocimiento se optó por globalizar y denominar como profesionales sanitarios a todas/os las/os que actuaban directamente y en primera línea contra el coronavirus, es decir, enfermeras, médicos, auxiliares de enfermería, administrativos, celadores… Nada que objetar. Se trata de un trabajo en equipo que requiere de la participación activa y coordinada de todas/os las/os profesionales.
Pero esta denominación, que incorporaron de manera artificial y forzada, por lo visto y oído, pronto dejó de ser la habitual para pasar, o bien a hablar únicamente de médicos, o hablar de médicos y personal sanitario, en un ejercicio que supera los límites de la realidad científica y del sentido común. Porque, mientras no sean capaces de demostrar lo contrario estos profesionales mediáticos, los médicos son también profesionales sanitarios, con lo cual no hace falta que los disgreguen del colectivo, ya que no forman un ente aparte.
A estas alturas aún hay que seguir recordándoles de manera constante que las enfermeras somos enfermeras y no ATS, que las enfermeras nos denominamos así, enfermeras y no nos sentimos discriminados quienes no somos mujeres, que las enfermeras somos universitarias, que las enfermeras somos científicas e investigadoras aunque no estemos en un laboratorio con probetas, que las enfermeras podemos ser doctoras sin necesidad de ser médicos, que las enfermeras tenemos competencias autónomas, que las enfermeras pertenecemos a Sociedades Científicas, que las enfermeras formamos parte de una profesión, una disciplina y una ciencia que es la enfermería y que esta no es tan solo un lugar de curas o el lugar donde llevan a los toreros corneados en las plazas de toros, que las enfermeras tenemos especialidades y somos especialistas, que las enfermeras prestamos cuidados… si esto, entre otras muchas cosas, fuesen capaces, no ya de entenderlo, pero si al menos de interiorizarlo para que transmitieran una información veraz, real y actualizada, habríamos adelantado bastante. Si no lo hacen por las enfermeras, al menos podrían intentarlo hacer por respeto hacia sus lectores, oyentes o telespectadores.
Pero resulta mucho más sencillo y cómodo, por lo que se ve y escucha, el recurrir a los tópicos y estereotipos que socialmente están presentes aún y a los que, con su actitud, contribuyen a perpetuar. Porque las enfermeras somos mucho más que simpáticas y cariñosas. Lloramos, sí, pero como cualquier ser humano que tenga sentimientos y no contenga artificialmente sus emociones. Sufrimos ante la pérdida de derechos, de libertad, de igualdad, de salud… como lo puede hacer cualquier otro ser humano. Porque todo esto, forma parte de nuestros cuidados humanitarios, pero tras ellos hay conocimiento, ciencia, evidencias, aprendizaje, pensamiento crítico, reflexión, investigación… y todo esto ni puede ni debe continuar siendo ignorado y ocultado por los medios de comunicación y quienes a través de ellos lo hacen, es decir, las/os periodistas. Porque haciéndolo, además, menosprecian y desvalorizan el cuidado que es imprescindible para que las personas puedan afrontar sus procesos de salud – enfermedad de manera integral y personalizada, para que puedan ser autónomas, responsables, partícipes de sus decisiones, para que sepan manejar sus emociones y sentimientos ante la adversidad o la pérdida, para que sepan gestionar sus recursos personales, familiares y también los comunitarios, para que, cuando ellos cuidan de alguien, sepan compaginar el cuidado prestado con el autocuidado… Porque todo eso, y mucho más, es cuidar. Porque ser enfermera, como ser periodista, es fácil únicamente es cuestión de estudiar y aprobar. Ahora bien, lo complicado, lo verdaderamente difícil es ser buena enfermera, porque para serlo hay que sentirlo y creérselo. Por eso nos duele que no sean capaces de trasladar todo esto y tan solo se queden en lo anecdótico, cuando no, en la caricatura.
Resulta paradójico que quienes hasta hace muy poco se quejaban amargamente del poco reconocimiento que tenían, de lo poco que se valoraba su trabajo, de que no se les reconociese como periodistas, de que tuviesen tanto intrusismo que les invisibilizaba… ahora no hagan un esfuerzo por reconocer, tan solo reconocer y transmitir, lo que como profesionales somos, es decir enfermeras. No pedimos ni más ni menos reconocimiento que otros, tan solo el que tenemos y por el que debemos ser conocidas y reconocidas.
Por último comentarles, por si no son conscientes de ello, que como enfermeras y por tanto profesionales sanitarios y de la salud, estamos en disposición de participar y aportar nuestro conocimiento específico en todos aquellos temas relacionados con la salud su promoción, mantenimiento o recuperación, desde una perspectiva diferenciada y diferenciadora al de otras disciplinas y que por tanto es importante e interesante que en sus informaciones incorporen la pluralidad de perspectivas de cualquier tema sobre el que hablen o debatan en sus programas. La audiencia, sin duda, se lo agradecerá y la ciencia también. Porque desde la diversidad y la diferencia se construyen mensajes, discursos y soluciones mucho más ricas.
En ningún momento he tenido el ánimo ni la intención de faltar al respeto que como periodistas merecen, pero si de llamar su atención cuando en lugar de reconocerles como tales se hace con denominaciones ambiguas, neutras o incluso descalificadoras, que entiendo puedan molestarles, como a nosotras nos molesta lo que ustedes hacen a diario. Esa y no otra ha sido la intención de esta reflexión que nos gustaría compartiesen y tratasen de entender con una perspectiva más cercana, pero, sobre todo, con el necesario interés para no volver a cometer los mismos e incomprensibles errores que deforman nuestra realidad. Y, al menos hasta donde yo sé, ese es su principal objetivo, informar y no deformar.
Desearía que fuesen conscientes de lo importante que esto es para las enfermeras y que hiciesen un pequeño esfuerzo por reconocernos y respetarnos. De lo contrario deberemos seguir insistiendo nosotras para lograrlo.