LA IMPORTANCIA TRANS

“Lo mejor que el mundo tiene está en los muchos mundos que el mundo contiene”

Eduardo Galeano[1]

 

Permanentemente se habla de la importancia del trabajo en Equipo en cualquier ámbito laboral, docente o investigador. Se plantea, recomienda, insta e insiste en que para poder llevar a cabo un trabajo eficaz y eficiente es necesario hacerlo en Equipo. Incluso esta especie de karma se utiliza en todos los procesos de enseñanza aprendizaje de cualquier disciplina, oficio u ocupación en la que participe un grupo de personas en un contexto común o compartido. No es novedad y no pretendo, ni presentarlo como tal ni hacer una descripción metodológica de cómo llevarlo a cabo. Ni mucho menos es mi intención cuestionar su beneficio, oportunidad o pertinencia, que considero están fuera de duda.

Sin embargo, suele suceder que la insistencia en su realización genera automáticamente la idea preconcebida de que todos sabemos que es, significa y comporta trabajar en equipo, con lo que se dan por hecho algunas ideas o premisas al respecto de dicho trabajo en equipo que no tan solo no están claras, sino que ni tan siquiera están identificadas y mucho menos interiorizadas y sin las que, evidentemente se puede seguir pensando que se está trabajando en equipo cuando realmente se está muy lejos de dicho concepto teórico y mucho más de su práctica real. Se confunde con gran frecuencia, por tanto, el trabajo en equipo con el trabajo en grupo. De tal manera que el uso generalizado e indiscriminado que del término se hace al referirse a el conjunto de personas, profesionales o cualquier otra agrupación humana, como Equipo, acaba convirtiéndose en un eufemismo, que en sí mismo desvirtúa lo que realmente significa y no cumple.

Porque trabajar en grupo o agrupados sí que lo hacemos. Pero no porque sea una decisión voluntaria, meditada y considerada útil, sino simplemente porque es la consecuencia de compartir un espacio común, sea este real o virtual, pero sin que por ello exista una voluntad de las partes en identificar, compartir y asumir objetivos comunes sobre los que trabajar y que hayan sido previamente priorizados y consensuados.

En el sector de la salud, lo comentado hasta ahora es una constante que se repite y que en algunos casos como el de la Atención Primaria se ha querido constatar de manera implícita cuando se habla de Equipos de Atención Primaria y de manera explícita cuando se hace referencia a la metodología de trabajo en equipo que dichos equipos, se supone deben seguir en su día a día tal como se refiere de manera reiterada tratando de garantizarlo aunque es evidente que en la mayoría de las ocasiones no tan solo no se logra sino que se está muy lejos de ello. En cambio, en el hospital dicha metodología se considera como algo que no corresponde a dicho ámbito de igual manera a como sucede cuando se habla de la promoción o la educación para la salud que se consideran algo totalmente ajeno y relacionado exclusivamente con Atención Primaria, lo que corrobora la influencia del modelo medicalizado que impregna el sistema sanitario en general y el ámbito hospitalario en particular que, por otra parte, está altamente jerarquizado, todo lo cual limita e impide el trabajo en equipo, que se articula en base a posiciones de poder y subsidiariedad entre los diferentes profesionales que lo integran.

A la agrupación de personas, ya de por sí heterogénea y diversa en cuanto a expectativas, actitudes o implicación, hay que añadir que sus componentes forman parte de disciplinas diferentes con planteamientos corporativistas que acotan la solidaridad que a mi entender debe existir en el seno de los denominados equipos de trabajo. Solidaridad que tal como plantea la sociología hace referencia al sentimiento y la actitud de unidad basada en metas o intereses comunes; referidos a las aportaciones realizadas con ánimo de construir colectivamente y sin fines de lucro[2]. Desde este planteamiento podría rebatirse que dicha solidaridad, como característica del trabajo en equipo, no se puede plantear en un entorno laboral que tiene carácter retributivo y por tanto de lucro. Pero habrá que delimitar claramente que una cuestión es el beneficio económico obtenido por la aportación de las competencias disciplinares específicas de cada miembro del equipo como trabajador/a, es decir la retribución que normativamente le corresponde por el desempeño de su perfil profesional, y otra muy diferente que dichas competencias sean utilizadas como fronteras o barreras corporativas de defensa disciplinar y no como aportaciones solidarias para el logro de objetivos comunes de todo el equipo y no tan solo de la disciplina o del estamento profesional a los que se pertenece impidiendo cualquier posibilidad de trabajo en equipo.

En algunos grupos se hace algún intento de acercamiento al trabajo en equipo a través de la interdisciplinariedad. Entendiendo la misma como las interacciones o comunicación compartida entre los diferentes miembros, pero manteniendo las barreras competenciales que siguen impidiendo trabajar en el planteamiento y logrode objetivos comunes. Es decir, hay mayor intercambio de información, pero la misma se limita a compartir lo que cada colectivo o disciplina realiza, sin que haya una articulación que permita construir respuestas conjuntas. Es como una confección de patchwork[3] que se realiza con trozos de tela diferentes y que, siendo el resultado una pieza única, se observan claramente las diferentes partes que la componen.

El verdadero trabajo en equipo se logra desde la transdisciplinariedad. Para ello los objetivos comunes identificados por todo el equipo trascienden a los marcos competenciales que en lugar de utilizarse como frontera se comparten en beneficio del trabajo en equipo. Desde esta perspectiva lo importante no es si la aportación es de tal o cual disciplina o estamento sino lo que se aporta al conjunto para construir una respuesta común. Siguiendo el ejemplo anterior la confección realizada con tejidos diferentes (algodón, nylon, lino…) permiten obtener un resultado uniforme en el que no es posible diferenciar los tejidos que la componen a simple vista, pero que sin duda todos ellos son necesarios en la proporción y distribución que para cada caso son precisas.

Pero el trabajo en equipo, especialmente en salud y aún más en Atención Primaria, no tan solo se circunscribe al sector salud. Cualquier abordaje que de la salud se tenga que hacer para intentar contribuir a promocionarla, conservarla, preservarla o restablecerla, debe ser realizado desde una perspectiva integral, integrada e integradora, así como participativa. Para ello no es suficiente el abordaje que desde un centro de salud se pueda realizar por parte de un equipo, aunque trabaje transdisciplinarmente en equipo. Porque la salud es demasiado importante, y compleja como para ser responsabilidad exclusiva de los denominados profesionales de la salud por el hecho de trabajar en el sector salud. La salud es físicamente compleja, mentalmente cambiante, culturalmente diversa y espiritualmente relativa. Pero, además, está influida por múltiples factores que actúan como determinantes de su estado, evolución, mejora, mantenimiento… Sujeta a cambios derivados del entorno y del respeto a derechos fundamentales como la libertad, la justicia, la igualdad, la equidad… Vulnerable y vulnerada por efecto de decisiones y decisores sociales, económicos, políticos… Limitada por la inaccesibilidad económica o geográfica. Secuestrada por la actitud de quienes se erigen como sus exclusivos protagonistas. Manipulada por intereses económicos, corporativistas o de poder…

Males, todos ellos, que se generan y perpetúan en las denominadas organizaciones de salud, colonizadas, estructuradas, adaptadas y manejadas por unos pocos para su beneficio personal, profesional, económico o de reconocimiento social, al margen de la comunidad en la que se insertan y donde, al menos teóricamente, tienen que prestar atención a las personas, familias y la propia comunidad y no solamente a las enfermedades, olvidando o ignorando a quienes las padecen, temen y sufren. Despersonalizándolos y etiquetándolos con la enfermedad que padecen (diabéticos, hipertensos, obesos, infecciosos…). Desde un poder absoluto que decide que solo hay un camino correcto, una única ciencia y que todo lo demás son variaciones erróneas, erigiéndose en posesión exclusiva de la inteligencia, la fuerza o el poder para decidir cuál es la forma de actuar, como si de un dogma de fe se tratase, ignorando u ocultando otras ciencias a las que relega por considerarlas inferiores y subsidiarias a la suya. Creyéndose con la capacidad y autoridad de cuestionar, menospreciar y sancionar aquello que se aparta de su dictado monoteísta. Impidiendo, desde la imposición de su totalitarismo, que nadie más que ellos puedan dirigir y decidir al arrogarse la capacidad absoluta para ello, que es consentida y apoyada por decisores políticos rehenes igualmente de su totalitarismo.

Aíslan su mundo, el que usurpan y manipulan, de cualquier relación con otros sectores y quienes los configuran profesional o socialmente, como si los mismos no pudiesen aportar nada a la salud individual, familiar y comunitaria. Desde esta perspectiva de unicidad y exclusividad, la salud no se identifica como un derecho global y universal, sino como un medio para lograr el fin que determinan quienes, secuestrándola, la convierten en un instrumento de persecución con el que someter a la ciudadanía con normas, órdenes, indicaciones, consejos… impuestos y alienantes, convirtiéndola en algo deseado por esta pero al mismo tiempo rechazado, por las renuncias, miedos, incertidumbres, sensacionalismo, alarmismo… que les son trasladados por quienes dicen defenderla. Fernando Fabiani escribe al respecto en su libro “LA SALUD ENFERMA[4]. Cómo sobrevivir a una sociedad que no te permite sentirte sano”. Aunque, él culpa a la sociedad de este hecho. Como si la sociedad actuase con voluntad propia y conciencia para hacerlo, cuando la realidad es que la sociedad adopta aquellos comportamientos, hábitos y conductas, que ciertos lobbies quieren que se reproduzcan para perpetuar su modelo o negocio. Por lo tanto la sociedad es tan solo el medio para lograr el fin de dicha Salud Enferma y no su causa. De ahí la importancia de generar contextos saludables que tanta resistencia provocan en quienes ven peligrar su modus vivendi.

Ante esta situación, por otra parte, lamentablemente habitual, resulta imprescindible que, en el trabajo con, en y para la comunidad, denominada salud comunitaria, en la mayoría de las ocasiones más como una etiqueta de conveniencia que como una realidad precisa – tanto en su sentido de necesidad como del rigor de su desarrollo- se pase de la individualidad y el aislamiento a la solidaridad.

Hay que dejar de identificar y tratar a la comunidad como un sumatorio de personas y entender e interiorizar que la salud comunitaria es mayor que la suma de salud de sus miembros. Pero también debemos de entender que los sectores sociales o comunitarios no son piezas independientes del conjunto de la comunidad, sino que están interconectados y sus recursos no son exclusivamente un catálogo, sino que deben estar articulados y vertebrados con el fin de proyectar sus potencialidades de salud para beneficio de quienes configuran la comunidad. Un gimnasio, una escuela, un ayuntamiento, una asociación… son mucho más que un recurso en el que hacer actividad física, estudiar, resolver problemas administrativos, reunir personas con intereses comunes a un determinado tema o situación… Son recursos que deben trascender a su objetivo matriz o principal y actuar como soluciones terapéuticas ante las situaciones o problemas de salud que se presentan tanto individual como colectivamente.

Así pues la multisectorialidad que configura cualquier comunidad tan solo será eficaz si se trasciende al término de sumatorio de recursos y nos situamos en el trabajo transectorial, en el que las características, ofertas, funciones… de cada uno de esos sectores dejan de constituir departamentos estanco o reinos de Taifas, para pasar a ser permeables entre sí y permitir que sus aportaciones singulares, inicial y teóricamente tan alejadas de la salud, se identifiquen y reconozcan como imprescindibles para el abordaje integral de la misma. Las miradas diferentes, pero inmensamente enriquecedoras de los diferentes sectores ante una misma realidad de salud, deben constituir una forma irrenunciable del trabajo comunitario de todas/os aquellas/os que forman parte de dichos sectores, con independencia de cuál o cuáles en cada caso puedan ser identificados como referentes o líderes de los procesos, pero en ningún caso como sectores exclusivos y excluyentes entre sí. De tal manera que los diferentes actores, profesionales o no, de dichos sectores se identifiquen e incorporen como agentes o profesionales de la salud comunitaria desde la participación activa y real en la toma de decisiones, abandonando el protagonismo paternalista de los profesionales de la salud, generador de dependencia, analfabetismo en salud, consumo irracional de recursos… que provocan aumento de demanda, saturación de los servicios e insatisfacción, sin que exista, además, una percepción clara de salud y bienestar.

Seguir manteniendo una mirada focalizada en la enfermedad cuando hablamos de salud, es la principal razón del trabajo individualista, competitivo, hedonista y simplista que fragmenta la atención e impide la continuidad de cuidados.

Hay que dejar de creer y actuar desde la perspectiva exclusivamente de heterogeneidad u homogeneidad, para incorporar desde el respeto absoluto a la diversidad, la transgeneridad que nos permita abandonar planteamientos dicotómicos ante una realidad de salud que ya no es binaria como se empeñan algunos en mantener para preservar sus posiciones de poder replicándolas en las organizaciones, ni tampoco individual, sino también la familiar y colectiva como agrupaciones humanas complejas que son, con emociones, sentimientos, normas, creencias… que configuran múltiples visiones, percepciones, construcciones de la salud… que hacen imposible responder desde la estandarización normativa, reduccionista y penalizadora que impregnan los modelos de los sistemas sanitarios actuales.

Teniendo en cuenta, además, que tanto el trabajo transdisciplinar como la transectorialidad debe incorporarse en las instituciones educativas en general y en las Universitarias en particular como dinámica transversal en los procesos de enseñanza-aprendizaje que pongan en valor la diversidad y las ventajas de la perspectiva trans.

Es un compromiso colectivo que no puede ni debe circunscribirse a un determinado colectivo o disciplina, porque es obligación de todos ellos el ser partícipes de su desarrollo. Ahora bien, otra cosa bien diferente es que las enfermeras, si deciden abandonar sin bagajes y con determinación la fascinación actual por el paradigma médico y tecnológico, puedan y deban liderar esta transformación que forma parte de su esencia paradigmática a través de los cuidados profesionales. Liderazgo que debe influir, motivar, organizar y llevar a cabo desde el respeto, para lograr, en un marco de valores como su código deontológico, la influencia y motivación en todos los profesionales y en la comunidad para que identifiquen dicha transformación como una oportunidad y un potencial de salud compartidos y nunca como un intento de imposición o de poder.

En definitiva, la importancia trans que logre transformar. Depende de nosotras. Podemos, falta saber si realmente queremos.

[1]Periodista y escritor uruguayo, considerado uno de los escritores más influyentes de la izquierda latinoamericana. (1940-2015).

[2]https://es.wikipedia.org/wiki/Solidaridad_(sociolog%C3%ADa)

[3]Técnica de costura que consiste en coser piezas de tela en un diseño más grande. En una traducción literal podría decirse “trabajo de parches o retazos”

[4] https://www.adsera.com/products/423181-la-salud-enferma-como-sobrevivir-a-una-sociedad-que-no-te-permite-sentirte-sano.html

DE MAL EN PEOR

“Mientras más cedíamos y obedecíamos, peor nos trataban”.

Rosa Parks[1]

 

No era mi intención inicial realizar una nueva entrada esta misma semana tras la publicada el pasado día 2[2] con motivo de la celebración del IV SIMPOSIO DEL OBSERVATORIO DE LA SANIDAD[3]..Pero tras el más absoluto silencio ante lo que considero un ataque en toda regla contra la sanidad pública y un indignante y denigrante desprecio a muchas/os profesionales de la salud y en especial a las enfermeras, así como a la ciudadanía en general, considero que no podía sumar el mío al de quienes tan solo se limitan a contemplar y, en todo caso, lamentar tibiamente, una situación tan triste como lamentable y preocupante.

No se trata de un hecho aislado, ni de la idea peregrina de un iluminado, ni de una propuesta sin sentido ni recorrido, ni de una reunión de enaltecidos negacionistas, ni tan siquiera de una anécdota con la que poder realizar comentarios jocosos o chascarrillos. Se trata de una pieza más en el inmenso puzle que se está construyendo desde hace algún tiempo, cuya imagen final es la reconstrucción mercantilista, no tan solo del sistema de salud de todas y todos, sino del estado de bienestar que el mismo es capaz de proporcionar. Una reconstrucción basada en el negocio en la que no tan solo participan los mercaderes de la salud, que siendo grave es previsible, sino a la que contribuyen, por acción u omisión o por ambas a la vez, destacados responsables políticos, denominados progresistas, responsables de colectivos profesionales que lo que persiguen es perpetuar un sistema asistencialista y medicalizado hecho a su imagen y semejanza y una industria que se lucra de manera vergonzosa con su negocio farmacológico, pero, no lo olvidemos, admitido e incluso apoyado, en el que son partícipes voluntarios y solícitos muchos de quienes usando el bolígrafo o la tecla contribuyen a su mantenimiento y crecimiento progresivo, aunque sea a costa de las arcas públicas y de la salud comunitaria esclava de esta práctica supuestamente curativa. Nos escandalizamos cuando la industria tabaquera ejerce presiones y lleva a cabo estrategias perversas para incrementar el número de fumadoras/es y con ello mantener sus negocios contribuyendo a los efectos causados por el tabaco contra la salud individual y colectiva y, sin embrago, somos permisivos ante los abusos de la farmaindustria, posiblemente porque la relacionamos con la fabricación de una falsa, falaz y nociva salud encapsulada o inyectada. Todo ello sin olvidar el apoyo mediático de algunos medios que contribuyen de manera muy significativa a todo ello, que forma parte de un ataque a la ya de por si maltrecha Salud Pública.

Pero, no nos equivoquemos, incluso aquellas/os que no han participado de manera directa en el circo mediático del simposio mencionado. Aquellas/os que han sido ninguneadas/os, excluidas/os o ignoradas/os en la construcción de esa nueva y lucrativa realidad sanitaria. Quienes han permanecido en silencio a pesar de conocerlo. Las/os que han mirado hacia otro lado como si no fuese con ellas/os. Todas/os ellas/os contribuyen a alimentar el negocio que se está fraguando y que cimenta sus pilares en la inequidad y la desigualdad.

Seguir pensando que nada de esto va a erosionar nuestro sistema de salud. Que el mismo seguirá siendo un sistema público, universal y gratuito a pesar de los intentos de quienes creen justamente todo lo contrario, es situarse en el ámbito de la utopía o la ilusión. Nada, absolutamente nada, es casual. Todo tiene su causalidad que es construida con absoluta y pertinaz intencionalidad por quienes tan solo piensan en sus intereses económicos y de poder.

Soy consciente, no quisiera trasladar una imagen de iluso o soñador trasnochado, de que no resulta fácil, más bien todo lo contrario, luchar contra estos gigantes de la manipulación, los negocios y el poder impuesto. Pero no por ello debemos bajar los brazos y pensar que nada es posible contra ellos o sus estrategias. Son gigantes reales y no molinos de viento como los identificados como tales por Don Quijote. Gigantes que no tan solo no tienen pies de barro, sino que están firmemente arraigados en nuestra sociedad que, además, los identifica como benefactores, ilustres, referentes, ejemplares… contribuyendo de esta manera a que sus actos sean igualmente identificados como logros colectivos con los que todas/os nos beneficiamos gracias a la visión interesada que proyectan distorsionando la realidad y transformándola en una ilusión lista para ser consumida como hipotética solución a los problemas que, pudiendo ser reales, se encargan de deformar para presentarlos como insalvables por parte del sistema público y sin embargo pueden ser solucionados de manera “sencilla” con su oferta, que evidentemente esconde trampas, mentiras, medias verdades, engaños… que permanecen ocultos hasta que se tiene que recurrir a sus servicios. .Pero en esos casos siempre estará la sanidad pública para recoger lo que no quieren, por ser poco rentable, la sanidad “salvadora” privada.

En este escenario que están construyendo los papeles de las/os diferentes agentes, profesionales, usuarias/os o clientas/es como les gusta llamar a quienes captan para su causa, están marcados claramente por los lobbies del sector. Por tanto, quienes no forman parte de sus exclusivos y excluyentes “clubs de poder” deben someterse a sus reglas y normas, como obedientes ejecutores de sus órdenes. Unas/os asumiendo, en una clara relación clientelar de agencia imperfecta, aquello que determinan, sin mayor consulta, participación y mucho menos consenso, asumiendo su diagnóstico médico y consiguiente tratamiento, que se convierte en orden médica de obligado cumplimiento con derecho a reprimenda si esta no se cumple. Otras/os, renunciando a su capacidad profesional autónoma, obedeciendo las indicaciones, que igualmente son órdenes médicas, para dar cumplida respuesta a sus exigencias, deseos o intereses, lo que obliga o es voluntariamente admitido como renuncia expresa a su capacidad de cuidados profesionales que finalmente queda relegada a una anécdota sin valor.

Mientras tanto quienes, al menos teóricamente, tienen la responsabilidad de gestionar la organización del sistema de salud asumen como buena la que dictan los lobbies que la sostienen, mantienen y defienden a toda costa para preservar su estatus profesional y social de poder, aunque la misma sea claramente ineficaz e ineficiente, lo que, por otra parte, es aprovechado por los mercaderes de la salud para apuntalar y agrandar su negocio, como se demuestra con los datos de crecimiento continuo y sostenido de los últimos años, en una proporción inversa a las inversiones y cambios que precisa el sistema público[4].

El análisis, sin duda, es complejo y está influenciado por múltiples factores que nos llevarían a una extensión que superaría con mucho la razonablemente esperada de esta reflexión.

Es por ello que me voy a centrar en algunos determinantes que, a mi modo de ver, han influido e influyen en la actitud que en la actualidad tienen las enfermeras con relación a su desarrollo, referencia, liderazgo, visibilidad… aún a sabiendas de que las generalizaciones no son buenas y siempre es posible encontrar y distinguir loables excepciones, aunque lamentablemente cada vez cueste más hacerlo.

Desde que la Enfermería, como ciencia y disciplina, entrara en la Universidad, hace más de 45 años, su desarrollo no ha tenido parangón con la de cualquier otra disciplina, situándonos, al menos académicamente, al mismo nivel de cualquier otra disciplina. Sin embargo, este avance singular no ha tenido reflejo, en idéntica proporción, en el ámbito de la atención y más concretamente en el de las organizaciones sanitarias claramente colonizadas por los médicos e impregnadas de su modelo medicalizado que ha impedido que se produjeran cambios significativos, necesarios, deseados y esperados, en el sistema sanitario y de manera muy especial en los hospitales. Es cierto que el denominado nuevo modelo de Atención Primaria, supuso un punto de inflexión cuyo recorrido innovador y transgresor con lo establecido por el, hasta entonces inamovible, modelo médico, acabó fagocitado por el poder médico-hospitalario y todo lo que el mismo supone a nivel organizativo, jerárquico, autocrático y totalitario, diluyendo cualquier atisbo de reforma o cambio que supusiese el más mínimo riesgo a su modelo.

Así pues, las cosas y al ritmo que imponía la tecnología médica, los cuidados nunca lograron abandonar su reducto doméstico que permitiese poder ser identificados, valorados e institucionalizados profesionalmente en el sistema sanitario. De tal manera que más allá de las aulas, los cuidados tan solo se identifican, por una gran número de enfermeras, como un lenguaje teórico etéreo cayendo rendidas y fascinadas por la técnica que, formando parte de nuestra existencia, no hemos sabido qué hacer con ella ni donde situarla sin renunciar a los cuidados, al entender que era la mejor o única solución a los problemas de las personas, lo que finalmente acaba desplazando a los cuidados. Fundamentalmente los cuidados básicos (higiene, alimentación, eliminación…) que consideramos, desde nuestro nuevo estatus universitario, irrelevantes y no merecedores de nuestra atención y competencia profesional, aunque evidentemente no desaparecen, siendo por tanto asumidos y reclamados como propios por otros colectivos, sin que ello produjera una respuesta con la contundencia y determinación requerida, pasando a ser actualmente un recuerdo, en el mejor de los casos, para muchas enfermeras.

Esa dinámica no acabó tan solo con el abandono de los cuidados básicos, sino que mantuvo su inercia dejando en el camino otras competencias importantes de gestión, planificación, desarrollo y ejecución de cuidados que resultaba difícil mantener, conservar y defender al mismo tiempo que abrazábamos con determinación la tecnología médica.

Recientemente tuve la oportunidad de participar en una mesa redonda de expertos enfermeros a nivel internacional para analizar las tendencias y desafíos en la formación de las futuras enfermeras. En el transcurso de la misma una de las expertas que participaban, enfermera docente e investigadora, habló de la necesidad ineludible de que las futuras enfermeras “incorporasen todos aquellos aspectos de la tecnología médica (genética, biomedicina, telemedicina…) que como profesionales de la medicina que somos nos corresponde asumir (sic). Y esto, tristemente, no es una excepción y cada vez con más frecuencia nos encontramos con discursos que, no tan solo ocultan e ignoran la identidad propia y específica enfermera para ser fagocitada por la de medicina, sino que, además, incorporan la tecnología, el lenguaje o la dinámica médica a la formación y posteriormente a la actividad profesional.

Pero siguiendo con este hilo me parece que la utilización mimética de terminología, básicamente anglosajona, en un contexto como el nuestro (entendiendo el mismo desde la globalidad del contexto iberoamericano) tan diferente en cuanto a cultura, tradiciones, identificación y valoración de la salud y la enfermedad, espiritualidad, sistemas sanitarios… está ejerciendo una influencia muy negativa en el desarrollo e identidad de las enfermeras. En base a ello, utilizamos denominaciones traducidas literalmente del término anglosajón para diferentes figuras profesionales como la enfermera de práctica avanzada o la enfermera gestora de casos, entre otras, sin tener en consideración en su implementación aspectos relevantes que chocan frontalmente con nuestra realidad profesional y organizacional.

En este sentido me planteo por qué debemos asumir el término de práctica avanzada para denominar determinadas competencias enfermeras. Una enfermera de cuidados intensivos ¿no realiza una práctica avanzada?, una enfermera gestora ¿no asume y desarrolla una práctica avanzada? Una enfermera investigadora ¿no hace una práctica avanzada?, una enfermera comunitaria que planifica intervenciones comunitarias de alfabetización ¿no realiza una práctica avanzada? ¿existen médicos, o psicólogos de práctica avanzada? ¿Por qué debemos las enfermeras asumir sistemáticamente denominaciones que nos alejan tanto de nuestra realidad? ¿Existe evidencia contrastada que justifique la incorporación de este tipo de enfermeras? ¿Qué pueden aportar a la salud de la población y qué ventajas tiene en nuestro desarrollo?

Yo desde luego no estoy en disposición, ni es mi intención, negar la mayor con relación al desarrollo de este u otros supuestos profesionales. Pero creo que antes hay que poder dar respuesta a todas estas interrogantes. En una organización sanitaria como la nuestra en la que conviven 17 sistemas diferentes de salud que no son capaces de ponerse de acuerdo en aspectos básicos y fundamentales y en la que la ordenación profesional es una etiqueta que no responde a ningún criterio razonable, coherente, consensuado, racional… incapaz de establecer a estas alturas criterios que permitan regular la profesión enfermera generalista y mucho menos, la generalista con la de especialistas, lo que ya de por sí genera conflictos de competencias cuando deben convivir en un mismo espacio de trabajo. Plantear nuevas figuras, en este escenario, es introducir elementos de conflicto profesional sin que, además, contribuyan a mejorar la calidad de la atención.

Por tanto, si con figuras ya existentes y reguladas oficialmente existen problemas de coordinación y trabajo compartido, qué no pasará con otras figuras que ni tan siquiera están reguladas a nivel académico y mucho menos laboral, generando su sola mención posicionamientos encontrados de difícil resolución y menor explicación, por mucho que la literatura internacional y las experiencias en otros contextos nos hablen de unos resultados satisfactorios. Por otra parte, y no por ello menos importante que tiene que ver con lo expuesto al inicio de mi reflexión, este tipo de figuras genera un rechazo frontal por parte del poder médico al identificarlas como una amenaza a su estatus de exclusividad.

Con la figura de la enfermera gestora de casos (con diferentes denominaciones y competencias según territorios) pasa algo similar a lo ya expuesto con la de práctica avanzada. Si bien su implantación supuso una novedad, inicialmente bien aceptada, su evolución ha sido muy dispar y ha ido perdiendo presencia en los equipos ante las reacciones en contra de las propias enfermeras y de los médicos que siempre recelaron de su cometido e identificaron en muchos casos como un “cuerpo extraño” en el seno de los equipos generando, por tanto, reacciones defensivas contra ellas que lograron expulsarlas de los mismos.

Todo este abanico de “experimentos” y ocurrencias sin una planificación adecuada, con un intento de implantación mimética sin previo estudio del contexto ni de las oportunidades y amenazas de la misma o de la ordenación y articulación con otras figuras… unido a la progresiva pérdida de identidad profesional y el sistemático ataque, tanto por parte del lobby médico como de quienes identificaban como una oportunidad de crecimiento el reclamo de las competencias abandonadas, así como la ya comentada pérdida de identidad enfermera, han supuesto un deterioro manifiesto que se traduce en una apatía derivada de la falta de compromiso e implicación en cuantas situaciones se han ido presentando. Este escenario, además, se ve reforzado por la actitud de absoluta indiferencia mostrada por los supuestos máximos representantes profesionales que se dedican a mirar hacia otro lado o a entretener a las enfermeras con actos y actividades que no se corresponden con la realidad de lo que sucede y que, por supuesto, no producen efecto alguno que permita una adecuada y eficaz defensa ante los ataques que cada vez con mayor frecuencia y virulencia se presentan.

Parafraseando al inefable expresidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, “Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio profesional». Y si esto no se entendió, imaginen ustedes lo que acabo de exponer. Yo, al menos, cada vez lo entiendo menos. Pero, sobre todo, cada vez me resisto más a aceptarlo a pesar de que las evidencias son muy tozudas y están situando a las enfermeras en una posición de la que va a resultar muy difícil salir. Un círculo vicioso del que no tan solo no sabemos salir sino que nos tiene atrapadas y paralizadas.

[1] Activista afroamericana, figura importante del movimiento por los derechos civiles en los EEUU (1913 – 2005)

[2] http://efyc.jrmartinezriera.com/2023/10/02/iv-simposio-del-observatorio-de-la-sanidad-lo-que-la-verdad-esconde/

[3] https://www.elespanol.com/eventos/observatorio-de-la-sanidad-2023/

[4] https://www.redaccionmedica.com/secciones/privada/el-seguro-de-salud-crece-sin-frenos-en-2023-ante-un-sns-tensionado-5576

IV SIMPOSIO DEL OBSERVATORIO DE LA SANIDAD. LO QUE LA VERDAD ESCONDE

“La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”.

Cicerón[1]

 

El “nada sospechoso” diario digital El Español[2], dirigido por quien tampoco levanta dudas sobre su imparcialidad y tendencia política, Pedro J. Ramírez, se ha lanzado a organizar el IV SIMPOSIO DEL OBSERVATORIO DE LA SANIDAD[3]. Desconocía, para ser sincero, la existencia de los tres anteriores. El rutilante título elegido ha sido el de ‘Los cambios que necesita la sanidad actual’ a celebrar del 2 al 5 de octubre de 2023, motivo por el cual he adelantado mi reflexión de esta semana por considerar que el tema es tan grave que no aconsejaba demorarla.

No cuestiono que organizar un simposio en torno a la sanidad y los cambios que, sin duda precisa, sea necesario y, es más, aconsejable. Lo que no tan solo cuestiono, sino que creo firmemente, es que organizarlo en las fechas en que se hace, viniendo de quien viene, con los participantes que intervienen y con el cariz que, tan solo identificando la procedencia de los ponentes, se le va a dar, me parece es, una trampa mortal tendida con absoluta intencionalidad y alevosía.

Si nos detenemos a ver cómo se anuncia el citado Simposio lo primero que llama la atención en el anuncio de cabecera que del mismo se hace. Destaca la presencia de los responsables de los ministerios de sanidad, industria y del de ciencia e innovación, todos ellos remarcados en negrita. No porque no sean destacables, que lo son, sino porque del resto de los 167 ponentes que participan, tan solo se menciona con nombres, apellidos y filiación a estos. Llámenme quisquilloso si quieren, pero no creo, para nada, que sea una mera casualidad, entre otras muchas cosas porque no creo en ellas y considero que todo tienen causalidad. Y el Sr. Pedro J. Ramírez sin duda también.

En pleno proceso de investidura para elegir nuevo gobierno y tras el fallido intento del Sr. Feijóo por lograrlo a sabiendas de sus nulas posibilidades por lograrlo, se abre un nuevo periodo en el que todo parece indicar que el Sr. Sánchez, actual presidente del Gobierno en funciones, intentará lograr con los necesarios apoyos de los denominados grupos independentistas. Un intento en el que se proclama la necesidad de conformar un gobierno progresista que sea capaz de atender las necesidades sociales de la ciudadanía y restablecer un equilibrio entre los diferentes territorios autonómicos, para lo cual se plantea el dilema de conceder una amnistía no por controvertida, posiblemente, menos importante e incluso me atrevo a decir que necesaria, a pesar de las sospechas y acusaciones que desde la derecha y de los medios de comunicación afines, se vienen realizando y a las que no escapa el diario organizador del citado Simposio y su satélite económico Invertia[4].

Así pues, las cosas todo parece indicar que ni es el mejor momento ni el mejor tema para que en el Simposio participen José Manuel Miñones, ministro de Sanidad; Héctor Gómez, ministro de Industria; Silvia Calzón, secretaria de Estado de Sanidad y Raquel Yotti, secretaria general de Investigación del Ministerio de Ciencia e Innovación. Podría justificarse su presencia como una voz de contrapunto a lo que a todas luces se sospecha va a ser abordado por quienes tienen intereses más que claros, diáfanos, en una privatización de la sanidad, pero mucho me temo que ni es así y que de intentarlo sus mensajes quedarán silenciados por el inmenso ruido de los numerosísimos participantes.

Pero, más allá de susceptibilidades de índole político o ideológico, voy a tratar de justificar lo más objetivamente posible lo que considero una verdadera afrenta a la sanidad pública de este país y a una gran e importante parte de sus profesionales.

Para empezar, destacar que los dos máximos responsables de la sanidad autonómica que intervienen son, el consejero de sanidad de la Comunitat Valenciana, Marciano Gómez, y la consejera de sanidad madrileña Fátima Matute Teresa. El primero, fue el responsable en su anterior etapa en la consejería de sanidad de la privatización de diferentes hospitales públicos a parte de tener que abandonar la consejería por sospechas nunca aclaradas que está claro no han sido obstáculo para retornar al máximo puesto de la sanidad valenciana. La segunda, más allá de su trayectoria, que desconozco, forma parte de un gobierno que no tiene empacho alguno en dejar claras sus intenciones de privatización de la sanidad madrileña que ya ejecuta de manera absolutamente descarada y sin sonrojo alguno.

Pero estos son tan solo el aperitivo de lo que supone un programa en el que van a intervenir otros 161 ponentes en una especie de circo mediático en el que, dada la procedencia y tendencia de los mismos, tan solo se va a plantear ese hipotético y eufemístico título del simposio de “los cambios que necesita el sistema sanitario” desde la perspectiva de una necesaria e imprescindible privatización que, eso sí, se disfrazará de la ya manida, vociferada y falsa premisa de la necesaria colaboración público-privada para mejorar la sanidad.

De tan nutrido número de ponentes podemos establecer una clasificación que va desde la farmaindustria más potente e influyente, pasando por representantes de Colegios Profesionales de Médicos, Psicólogos y Farmacéuticos, responsables de las principales empresas de la sanidad privada, sociedades científicas médicas, directivos de hospitales y la asociación de estudiantes de medicina. Es decir, queda claro en vista de los intervinientes cuál es la idea de quienes han organizado tan “magno” simposio y en manos de quiénes, según ellos, está y debe estar la sanidad española. Quienes tienen el dinero, la influencia y el poder son los únicos, que en base a dicha organización, tienen la capacidad, las ideas, las estrategias, la innovación, la calidad… pero sobre todo la complicidad y el apoyo incondicional para plantear los supuestos cambios que requiere la sanidad para lograr que la misma sea, claro está, un negocio rentable para las empresas, una fuente inagotable de dinero para la farmaindustria, una nicho de confort bienestar e influencia para quienes se sienten únicos protagonistas de la sanidad y una tranquilidad política para quienes son incapaces de tomar decisiones que garanticen la sanidad pública en España, sean de gobiernos conservadores o supuestamente progresistas como el que se quiere conformar.

Huelga decir que en esta pantomima mediática no participan entidades de tanta importancia como la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública (FADSP), ni sociedades científicas de tanto peso como la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS), por citar tan solo alguna, ni mucho menos representante alguno que no pertenezca al selecto y exclusivo club privado de la sanidad, que por supuesto tienen vetada su presencia y aún más su opinión en foros en los que tan solo ellos pueden decidir. De ahí que no haya representante, por ejemplo, de Colegios profesionales de Enfermeras, ni de sociedades científicas enfermeras, como podría ser la Asociación Nacional de Directivos de Enfermería (ANDE) o la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), por citar a algunas que no las únicas, ni de ninguna otra disciplina como Fisioterapia, Trabajo Social… Todo lo cual indica claramente, la consideración de comparsa destinada a acompañar discretamente y tocar dócilmente la música que determinen los que se autoproclamen “dueños y señores” de la sanidad y lo que es más grave, de la salud de toda la ciudadanía, es decir, tanto de quienes pueden asumir el coste que ellos determinen como de quienes no puedan hacerlo, para lo que de manera tan graciable como permisiva consentirán se constituya una asistencia benéfica paralela que no moleste a sus intereses y que salvaguarde, aunque sea indignamente, a los políticos de turno.

Todo esto se produce, además, tras una pandemia en la que no tan solo quedó demostrada la debilidad y la carencia de nuestro cacareado excelente sistema nacional de salud, sino que puso en evidencia que el asistencialismo, la medicalización, la fragmentación, la falta de continuidad de la atención, el paternalismo, la dependencia… que impregnan al mismo lo convierten en un modelo caduco que arrincona a la salud en favor exclusivamente de la enfermedad, ignora y desvaloriza los cuidados en favor de la farmacología y la supuesta curación, limita la participación real y activa de la comunidad, favorece la inequidad… por parte de los lobbies que siguen ejerciendo poder e influencia para que todo siga igual o peor con el fin de crear el mejor caldo de cultivo en el que poder desarrollar el modelo que sirve a sus intereses económicos, políticos y disciplinares, al tiempo que controla, manipula, ata y amordaza a cuantos consideran pueden representar un peligro a sus intereses, aunque, eso sí, luego utilicen discursos falaces de agradecimiento o de falso halago hacia quienes consideran y quieren seguir considerando sus fieles, dóciles, obedientes y sumisos sirvientes y que, lamentablemente, algunos de estos se autoconsideran afortunados por ello, lo que acaba por blanquear este sistema jerarquizado de esclavitud organizativa de la sanidad.

En un momento en el que, tras la citada pandemia, quedó de manifiesto tanto la importancia de los cuidados como su falta de protagonismo ante la invisibilidad a la que se somete a los mismos y a quienes son sus principales prestadoras, las enfermeras, plantear este simposio en el que todo induce a pensar que se trata de una rifa en la que poder obtener el máximo beneficio por parte de quienes participan, sin contar con ellas y otros agentes sociales, profesionales o políticos es una demostración palpable e incontestable de las verdaderas intenciones de cuantos intervienen por acción u omisión.

Ante todo esto, que va más allá de una colérica respuesta individual a tamaña afrenta como la que se presenta y a la que han contribuido todos y cada uno de los que van a participar con su beneplácito y sin que haya opuesto resistencia alguna a tan desquiciante composición, los ministros y responsables ministeriales, dan su apoyo manifiesto con su presencia y participación, por lo que automáticamente, se convierten en cómplices de tamaño despropósito. Pero es que, además, van a ser utilizados como ariete por quienes les han trasladado la invitación con tanta intencionalidad como torpeza por su parte al aceptar la misma.

Cualquier miembro de un gobierno que dice defender la sanidad pública debería tener la capacidad, el acierto, la intención, la voluntad, la coherencia y la firmeza de saber excusarse ante tamaña y peligrosa trampa.

Dicho esto, cabe destacar que los ministros participantes no son precisamente un ejemplo de liderazgo, personalidad y visibilidad social. Su presencia se ha mostrado en todo momento gris e intrascendente y posiblemente hayan pensado, inocente, frívola o torpemente, que este era un buen momento para abandonar ese anonimato político y mediático y emerger de la oscuridad en la que estaban instalados. Sus acompañantes ministeriales, posiblemente, se hayan visto obligados a aceptar por obediencia debida o por oportunismo. En cualquier caso, lo que supone su presencia rodeados de depredadores de la sanidad y saboteadores de la salud, es un despropósito que no se corresponde con el discurso progresista que propone y pregona quien les ha nombrado.

Sería por tanto deseable que representantes, tanto profesionales como de la ciudadanía, que han sido ignorados y ninguneados expresaran su absoluto rechazo e indignación a tamaña patraña y estrategia de deplorable negocio, en lugar de mantenerse en silencio que puede ser argumentado como complacencia o indiferencia.

Pero, además, quien pretende ser investido como presidente del gobierno, debería tomar cartas en el asunto y determinar con firmeza, como ha hecho en otras ocasiones, que la presencia de miembros de su gobierno en un acto de ensalzamiento y defensa de la sanidad privada como solución a los problemas de la sanidad pública no tan solo no corresponde, sino que debe ser anulada de manera inmediata. No hacerlo será tanto como asumir lo que, en el citado simposio, dirigido por el inefable e indomable (como el mismo denomina a su medio de comunicación) Pedro J. Ramírez, quien no precisa de presentaciones, aclaraciones ni mucho menos de intenciones, se va a presentar como solución.

La salud es demasiado importante como para jugar con ella y demasiado valiosa como para prescindir de quienes aportan algo tan necesario para promocionarla y preservarla como los cuidados. La salud no puede ni debe ser moneda de cambio con la que generar un mercantilismo que tan solo genera inequidad, desigualdad, pobreza y enfermedad entre aquellos que no tienen los recursos para acceder a su lucrativo negocio.

Que nadie se lleve a engaño con títulos tan impactantes como falsos sobre la necesidad de cambio de la sanidad como los propuestos en este simposio. Lo que la verdad esconde es únicamente una oportunidad de negocio un oportunismo político con el que atacar las posibilidades de conformar un gobierno progresista. Pero lo que la verdad puede esconder y espero y deseo que no lo haga es una laxitud hacia estas trampas que requieren de decisiones firmes y contundentes que no dejen lugar a las dudas o las especulaciones de los mercenarios de la sanidad.

[1] Escritor, orador y político romano (106 AC-43 AC)

[2] https://www.elespanol.com/

[3] https://www.elespanol.com/eventos/observatorio-de-la-sanidad-2023/

 

 

[4] https://www.elespanol.com/invertia/

#HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO, #SE ACABÓ O como salir del letargo

A mi querido y admirado amigo Rafael Del Pino Casado

Por su inteligencia y por usarla en beneficio de la Enfermería

 

“Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad.»

Jean-Paul Sartre[1]

 

En estos últimos años tengo sensaciones encontradas en torno a la situación, evolución, reconocimiento, valoración … de la enfermería y las enfermeras, que me generan una gran inquietud a la vez que una extraña incertidumbre.

Gran inquietud por lo que observo, siento, percibo, escucho… tanto por parte de la sociedad, del ámbito político, de los medios de comunicación, como de las propias enfermeras. Preocupándome, como lo hace, la imagen y valoración que de nosotras tienen ciudadanía, políticos o divulgadores de la información, me preocupa mucho más la imagen que proyectamos las enfermeras de nosotras mismas y de nuestra aportación singular y específica y la autovaloración que sobre nuestra identidad profesional tenemos y que se traduce, sin duda, en una proyección distorsionada que provoca confusión entre quienes, o bien son receptores de nuestros cuidados, o bien lo son de nuestra imagen y nuestra capacidad y competencia profesional, además de la científica y de gestión, que lamentablemente continua siendo de subsidiariedad con relación a otras disciplinas, o directamente de invisibilidad.

Por otra parte, como decía, me provoca una extraña incertidumbre al percibir que tanto el presente como el futuro, al menos el más inmediato, no dibujan un panorama alentador para la Enfermería y las enfermeras, por lo que se sigue opinando sobre nosotras, más allá de aplausos pandémicos y de falsas heroicidades o de valoraciones estadísticas de encuestas que encierran trampas valorativas no siempre acordes a nuestros cuidados profesionales, lo que acaba traduciéndose en una imagen devaluada y con poca relevancia en los ámbitos de toma de decisiones. Pero también por lo que nosotras parece que nos empeñemos en trasladar con una absoluta apatía ante lo que sucede; con un conformismo que nos encapsula en la indiferencia; con una inacción que nos paraliza; con una falta de compromiso que genera división; con una anestesia colectiva que provoca falta de análisis y reflexión; con una ausencia de autocrítica que nos conduce al inmovilismo; con una pérdida de identidad que nos desdibuja e invisibiliza; con una incapacidad manifiesta de reacción para generar cambios; con una anulación del sentimiento y orgullo de pertenencia; con un olvido, rechazo o desprecio hacia aquello que nos identifica como enfermeras autónomas para abrazar con entusiasmo aquello que nos fascina de otras disciplinas en las que nos acomodamos como si fuésemos plantas epífitas[2] sin las que parece no sabemos vivir, crecer y dar nuestros propios frutos. Una incertidumbre derivada de la falta de seguridad, de confianza o de certeza sobre lo que somos y aportamos, que me crea inquietud, preocupación y desasosiego. Y digo que me crea, en primera persona, porque no tengo la sensación que sea un sentimiento compartido, al menos de manera generalizada, al circunscribirse a un ámbito reducido de profesionales.

Ante esta situación podría pensarse que se trata de un sentimiento de nostalgia ante la resistencia para asumir la realidad actual al pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor y que lo que se hace actualmente no tiene valor. Algo similar a lo que está sucediendo últimamente con determinadas figuras políticas que se dedican a dinamitar los planteamientos de los nuevos líderes contrastándolos con lo que ellos realizaron como si tan solo ellos estuviesen en posesión de la verdad y sin tener en cuenta las diferentes realidades y contextos. Pero nuestra realidad enfermera no es la de los rancios políticos que se autodenominan jarrones chinos -valiosos por su antigüedad pero destinados exclusivamente a decorar y ser admirados-, sin ninguna otra utilidad. Porque nuestras líderes no se dedican a dinamitar, sino más bien intentan animar, motivar, impulsar… a las nuevas generaciones para que asuman un liderazgo tan necesario como lamentablemente ausente. Porque las referentes enfermeras analizan, reflexionan, debaten, trasladan… sus inquietudes no con ánimo de perpetuar situaciones o retomar actitudes pretéritas, sino de generar contextos en los que desarrollar el liderazgo enfermero de los cuidados profesionales con el fin de ser identificada y valorada dicha aportación por parte de las personas, las familias y la comunidad, además, de los políticos y los medios de comunicación. No estamos ante una situación de conflicto generacional, no nos equivoquemos. Estamos ante una situación de astenia y anorexia profesional que nos lleva al agotamiento y al deterioro progresivo de nuestra imagen. No porque la misma sea real, sino porque es la que lamentablemente nos empeñamos en ver y creer, negándonos a aceptar que otra realidad es posible y, lo más importante, necesaria, conduciéndonos a la inanición de conocimiento, sentimiento, valor, referencia… que lógicamente nos debilita y nos arrastra a un grave riesgo de muerte profesional.

No se trata de retomar viejos tiempos, sino de conocer nuestra historia y evolución, para evitar reproducir errores pasados.

Pero más allá de lo que planteo, me preocupa mucho más el hecho de que este escenario actual sobre el que reflexiono no sea rebatido mediante un debate en el que los posicionamientos puedan ser analizados, contrastados y generen alternativas al mismo. Simplemente es negado o, aún peor, ignorado directamente, lo que supone una ausencia absoluta de interés por mejorar o cambiar, al entender que, o nada se puede hacer, en un claro posicionamiento de indolencia, o que la situación es la que es y se sienten cómodas en ella en un claro posicionamiento de insolencia científica-profesional. O una combinación de ambas que aún resulta más tóxica y nociva para la profesión y quienes la configuran.

Ante esto, podemos preguntarnos si la “culpa” es de las enfermeras por su condición de tales y lo que la misma condiciona, o si existen factores externos coadyuvantes.

Desde mi punto de vista, como enfermera que soy, me niego a aceptar y asumir que la “culpa” sea tan solo de las enfermeras, por el hecho de ser enfermeras. Estoy convencido de que la actitud que refiero es consecuencia o, al menos, está mediatizada por una serie de características que se han incorporado en nuestra sociedad influyendo de manera tan potente como negativa en el comportamiento tanto individual como colectivo de las relaciones sociales, pero también de las profesionales, modificando de manera muy significativa tanto la visión que de la realidad se tiene como las respuestas que se configuran para afrontar los problemas.

Se ha generado, como consecuencia de la propia cultura social globalizada, una exigencia de inmediatez que lleva a que todo tenga que ser logrado para “ya”, a imagen del comportamiento infantil de la pataleta, el berrinche y la exigencia para lograr aquello que se quiere o de lo que se encapricha. Pero, claro está, teniendo en cuenta que quien o quienes así actúan ya no son niños y, por tanto, tienen o deberían tener el conocimiento suficiente para discernir que el logro de objetivos o de deseos, más de lo segundo que de lo primero, conlleva necesariamente un proceso y un tiempo que están claramente en contra de la inmediatez que se exige con una determinación tan caprichosa como imposible. Como consecuencia de dicha actitud se interpreta que aquello que no se puede lograr de manera inmediata es algo por lo que no merece la pena luchar o trabajar. Simplemente se ignora o incluso se minusvalora, lo que provoca una importante modificación en la escala de valores y del orden de prioridades, que acaban influyendo de manera muy significativa en los comportamientos y las relaciones de convivencia personal, familiar, social, profesional, laboral…

Decía que no son tanto los objetivos como los deseos al referirme a la inmediatez. Y son precisamente esos deseos ligados al placer, lo que provoca otro de los, a mi entender, males que nos acompañan. No porque el placer en sí mismo sea algo que no pueda desearse. El placer está descrito en el conjunto de doctrinas del hedonismo psicológico-motivacional, ético-normativo, el axiológico o el aplicado al bienestar, pero al que me refiero es al hedonismo popular que se vincula a la búsqueda egoísta de la gratificación a corto plazo, sin tener en cuenta sus repercusiones[3]. Es precisamente ese hedonismo el que lleva a la sistemática pregunta ¿y de lo mío qué? sin que previamente se constate lo que se aporta. Se hace referencia a los deseos individuales ligados casi inexcusablemente a condiciones laborales, de bienestar… pero en las que nunca se plantean deseos centrados en las personas a las que se atiende o de mejora de las instituciones en las que se trabaja, centrando el objetivo fundamental en lograr mejores condiciones en el menor espacio de tiempo posible con mínimos costes de implicación y compromiso. Un hedonismo social que, por otra parte va ligado al utilitarismo asociado al bien individual por encima del bien social y que se aleja del hedonismo filosófico propuesto por los principales filósofos tanto clásicos como contemporáneos.

Es, precisamente desde ese hedonismo social y vulgar o popular desde donde surge la superfialidad del procesamiento social centrado en las primeras impresiones y los juicios de valor que generan estereotipos e impide un análisis más profundo, provocando, finalmente, sacar conclusiones fallidas basadas en falacias y eufemismos dialécticos con muy poco contenido científico, pero que modulan una realidad deformada y simplista, aunque muy aparente e impactante, y por tanto proclive a provocar y lograr la manipulación individual y colectiva basada en procesos de victimismo o negacionismo.

Esta combinación de actitudes conduce, por otra parte, a una malentendida competitividad que no se basa en el aprendizaje, sino usada como fin para comparar y presionar, lo que provoca debilitar la autoestima, al creer que, para ser felices, debemos ser mejores que los demás, debemos tener más y mejores cosas que nos conduce a una dinámica individualista, no de ser mejores, sino de competir por los mejores puestos, por estar en los ranking de excelencia, anular al otro para situarme yo, considerando válido cualquier medio con tal de lograr el fin esperado o deseado.

Todo ello en proporciones no siempre determinadas, pero si determinantes, y combinado con una dinámica mayor o menor, dependiendo del contexto, acaba generando una serie de comportamientos que nos alejan del bien común sin que, además, ello signifique inexcusablemente, el bien individual, lo que provoca estrés, frustración, conformismo, inacción, renuncia, resignación, desconfianza y descontento con todo y hacia todos, inmovilismo, negacionismo, radicalismo… como principales, aunque no únicas, manifestaciones de las respuestas, cada vez más frecuentes y generalizadas, entre las nuevas generaciones de enfermeras, que producen un estado de confusión del que resulta muy difícil desprenderse y con el que, lamentablemente, acaba por asumirse como estado natural o inevitable, ante el que se crean respuestas defensivas de rechazo al cambio y de conversión a una dudosa pero, parece ser que placentera zona de confort, que se resisten a abandonar y desde la que construyen una realidad paralela en busca del placer, desde una falaz denominación de pragmatismo profesional que atenta contra los principios de lo que es, significa y representa la Enfermería, convirtiendo el hecho de ser enfermera en una forma, como otra cualquiera, de rentabilidad.

Pero esta situación que, me adelanto a decir, tanto me duele como entristece referir, no es exclusiva de las enfermeras, sin que ello me convierta en un tonto, tal como dicta el refranero, cuando dice que “mal de muchos consuelo de tontos”. Ciertamente es la consecuencia de un mimetismo social, de un contagio generalizado para el que no se ha logrado alcanzar una inmunidad efectiva, de una actitud masiva que provoca respuestas reactivas poco reflexivas con resultados que lejos de solucionar nada, lo único que consiguen es radicalizar las posiciones y reducir las posibilidades de cambios que supongan un beneficio social, igualitario y equitativo.

Lo bien cierto es que se está llegando a un punto en el que cada vez existen menos posibilidades reales de dignificar, visibilizar, valorar o reconocer a las enfermeras.

Hoy en un programa nacional de radio escuchaba como dos escritoras de libros infantiles se quejaban de como se cuestionaba su aportación y de como se les instaba a que diesen el salto a la “verdadera literatura”, la de los adultos, porque su aportación es considerada como menor, por el hecho de estar dirigida a la población infantil, lo que en sí mismo supone un claro reduccionismo sin fundamento. Cuando lo escuché establecí un paralelismo con lo que supone ser enfermeras y prestar cuidados a la población. ¿Cuántas veces no nos han preguntado por qué no damos el salto a medicina? Considerando de partida que cuidar es algo menor y sin valor. Yante esto me pregunto, ¿por qué los sesudos escritores de adultos no dan el salto a la literatura infantil? y como derivada, ¿por qué los médicos no dan el salto a la enfermería? Si tan fácil es la literaria infantil, o la prestación de cuidados profesionales enfermeros, por qué no se da el comentado salto. ¿No será que en ambos casos da vértigo el salto inverso? Precisamente por eso, en nuestro caso posiblemente, en lugar de darlo prefieren usurparlo para incorporarlo de manera artificial y artificiosa a su actividad médica cuando hablan de cuidados médicos.

Con esto quiero ahondar en lo que supone la generación de un contexto absolutamente contaminado, manipulado y perverso que contribuye a la exacerbación de las actitudes referidas y a la respuesta que las mismas provocan ante una situación de colapso en un modelo de salud que no es tal, al haber alcanzado una caducidad que no permite generar salud, cronifica la enfermedad provocando dependencia y demanda insatisfecha, desvirtúa, desvaloriza e invisibiliza las aportaciones de las enfermeras y las arrastra a la desmotivación que provoca falta de autoestima y la asunción de un rol meramente mecánico como recurso necesario pero controlado.

No tengo respuestas mágicas, ni recursos sorpresa, ni poderes heroicos. Tan solo tengo la convicción de que nada ni nadie ha logrado arrebatarme, a pesar de los envites, ataques, acosos… a los que me han sometido a lo largo de mi vida profesional para doblegar mi voluntad, mi compromiso e identidad enfermera. No pido en ningún caso, actitudes temerarias, suicidas o irracionales. Pero sí que considero imprescindible decir de una manera tan firme como decidida #HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO, #SE ACABÓ, de manera unitaria, mediática y firme que permita recuperar nuestra identidad y valor profesional sin esperar a que se produzca un hecho lamentable como “el beso de Rubiales”, o a que se dé un milagro de quienes dicen representarnos sin hacer nada. Porque si esperamos, entonces puede ser demasiado tarde. Es decir, quien no quiso cuando pudo, no podrá cuando quiera.

[1]Filósofo,escritor,novelista,dramaturgo,activista político,biógrafoycrítico literariofrancés, exponente delexistencialismoy delmarxismo humanista.(1905-1980).

[2]Planta que se desarrolla sobre otro vegetal utilizándolo como soporte.

[3]https://es.wikipedia.org/wiki/Hedonismo

NECESIDADES ¿DE QUIÉN, PARA QUIÉN Y PARA QUÉ?

“Pero una necesidad que está satisfecha, deja de ser una necesidad»

«Motivación y personalidad»(1954)

Abraham Maslow [1]

           

Mi reflexión semanal la inicio en esta ocasión al hilo de la noticia que ha aparecido en diferentes medios de comunicación sobre el impulso que la Generalitat de Catalunya pretende dar a la propuesta realizada por el jefe de cardiología pediátrica del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, para que se realicen electrocardiogramas a todos los menores de la citada comunidad autónoma con el fin, según el proponente, de identificar problemas graves o no tan graves en niños entre 8 a 12 años[2].

Esta iniciativa me plantea serias dudas sobre la oportunidad y utilidad, en términos de salud real, de lo que, por otra parte, considero más una estrategia con intereses que van más allá de la identificación de problemas que afectan a una parte muy reducida de la población infantil y sospecho puedan estar más relacionados con el descenso evidente de la demanda de atención pediátrica tanto hospitalaria como extrahospitalaria que pone en riesgo determinadas inversiones y crecimiento en sus servicios, unidades o centros, alejando además el foco de interés hacia ellos, tanto de la clase médica como de la política y la propia sociedad.

Estas dudas, son tan solo una sospecha ya que no cuento ni con los datos ni las evidencias que permitan justificarlas. Por otra parte, no se ha hecho público, más allá de las hipotéticas ventajas que refiere el citado profesional en sus declaraciones, el impacto de la medida, ni en la salud, ni en la organización, ni en la sociedad en su conjunto. En cualquier caso, entiendo, que deben existir evidencias científicas potentes que hayan servido para convencer a los responsables de la Generalitat para su puesta en marcha y que no se trate tan solo de una concesión sin justificación real.

Pero más allá de lo apuntado hay otras cuestiones que considero no pueden quedar sin respuesta y que me temo no han sido valorados en su justa medida. No porque no sean relevantes, sino porque no son oportunas, convenientes o adecuadas para el desarrollo de la iniciativa y los intereses derivados de la misma.

Sin conocer los detalles de la planificación, que supongo existirá, sospecho, por razones operativas fundamentalmente, que la realización de estas pruebas se pretende sean realizadas en el ámbito de la Atención Primaria por parte de enfermeras comunitarias. Y esto, sí que me plantea serias dudas, además de un desacuerdo absoluto.

En primer lugar haría falta saber si para esta propuesta se ha contado previamente con los profesionales de Atención Primaria en general y con las enfermeras en particular o, como sospecho, ha sido realizada de manera unilateral por parte del citado Jefe de Servicio con la connivencia de determinados responsables sanitarios para ser trasladada como hechos consumados para ser realizada por las enfermeras comunitarias, como se ha hecho, en otras tantas ocasiones, en el el modelo hospitalcentrista, asistencialista y medicalizado que impregna nuestros sistemas de salud.

En una Atención Primaria, que estamos cansados de escuchar (sin ir más lejos en el último barómetro sanitario del CIS)[3], está saturada y no cumple con aquello que de ella se espera en cuanto a atención a las personas, las familias y la comunidad desde una perspectiva salutogénica y de promoción de la salud, se trata de incorporar un nuevo elemento de sobrecarga asistencial a través de una técnica que, mucho me temo, en ningún caso supondrá un aumento de enfermeras para su realización, ni de especialistas médicos que realicen una lectura de las citadas pruebas para emitir el informe correspondiente que permita descartar anomalías o detectarlas y proceder a su derivación a quien corresponda para su seguimiento correspondiente, tal como ya ha sucedido en otros planteamientos de cribado en los que se generó un colapso de los servicios y un retraso en los resultados de las pruebas que invalidaban el proyecto en su conjunto.

Pero más allá de esto el hecho de que, desde el Hospital, se siga utilizando la Atención Primaria como un recurso propio para sus iniciativas, propuestas o caprichos, resulta absolutamente inaceptable, aunque está claro que no piensan lo mismo ni los proponentes ni quienes lo autorizan con tanta alegría como falta de coherencia.

Este uso subsidiario realizado y admitido supone una clara suboptimización de la Atención Primaria como recurso tanto del sistema de salud como de la comunidad haciendo que su capacidad de trabajo comunitario se vea permanentemente acotado o reducido a la mera anécdota para poder dar respuesta a las demandas asistencialistas provenientes del Hospital o de quienes lo gestionan desde sus respectivos espacios de poder clínico. Además, la presión de la técnica desplaza sistemáticamente a los cuidados que quedan desdibujados cuando no invisibilizados por imposición médica.

Sería razonable, además de coherente, eficaz e incluso posiblemente eficiente, que quien realizara propuestas como la aludida asumiese en su totalidad la ejecución de las mismas, es decir, que fuesen profesionales del hospital quienes realizasen las actividades derivadas de las mismas o, cuanto menos, que se llegase a consensos tanto en las fases de planificación como de implementación, ejecución y desarrollo.

Por otra parte, hace falta aclarar si esta y otras propuestas similares realmente son costo – efectivas, no desde la perspectiva económica sino de resultados en salud, así como si el coste de oportunidades, también en salud, sustentan este tipo de iniciativas. Porque dedicar recursos económicos, de personal, de tiempo, de materiales o infraestructuras, supone tener que renunciar a invertirlos en otras necesidades o demandas que, si no se han tenido en cuenta y no se han priorizado, se corre el riesgo de dar respuestas fallidas y dejar descubiertas necesidades sentidas muy importantes de la población. Teniendo en cuenta que los recursos son finitos, aunque se trate de salud, resulta imprescindible tener en cuenta cuales deben ser las elecciones y las decisiones que determinen la puesta en marcha de intervenciones, programas, protocolos, proyectos… por muy novedosos y aparentemente importantes que puedan resultar, o plantear por parte de sus proponentes. Lo contrario supone una ocurrencia que no tan solo no obedece, en muchas ocasiones, a evidencias, sino que además altera gravemente la gestión de los recursos de todo tipo para que puedan responder eficaz y eficientemente a las necesidades de salud de las personas, las familias y la comunidad y al uso racional y razonado de los recursos disponibles.

Seguir manteniendo un modelo centrado en el enfoque tradicional, obsesionado por la evaluación de las necesidades y los déficits dentro de las comunidades, en contra de una nueva focalización y movilización de fortalezas o activos locales y mapeos de activos para la salud, valorando el talento, los recursos o bienes de las personas, las familias y la comunidad para responder a sus necesidades sentidas en lugar de a las percibidas por los profesionales, por muy importante que sea su cargo o posición, nos lleva a planteamientos tan efectistas como poco realistas como los que se realizan desde un orden de prioridades tan alejado de la comunidad a la que hipotéticamente se pretende beneficiar como cercano a las personales o profesionales a las que tantas veces obedecen las mismas.

Es necesario que la comunidad identifique y entienda el centro de salud de referencia, desde la perspectiva de ser un recurso importante para la salud comunitaria, y no como el único existente y útil de dicha comunidad. El modelo salutogénico en el que la promoción de la salud se orienta a aquello que es favorable y positivo para la salud de las personas, las familias y las comunidades y que ellas pueden realizar por sí mismas, supera la obsesión por la prevención conducente a la medicalización y al consumismo como objetivo en la vida; conocida como prevención consumista. Partiendo del pensamiento tradicional de enfermedad, que no de la salud o de la salud como ausencia de enfermedad, que caracteriza al modelo patogénico en el que se basan y desarrollan los sistemas de salud, debería hacernos reflexionar sobre cuáles son las necesidades sentidas para lograr vivir mejor. Así, cualquier alternativa a este tipo de pensamiento tradicional nos obliga a pensar si logramos configurar la forma de vivir autónoma, solidaria y feliz que planteaba Jordi Gol[4] como premisa de partida para comprender las capacidades de las personas, las familias y la comunidad en su logro y no a través de permanentes tutelas preventivistas de dudosa eficacia final para alcanzarlo.

Pero más allá de lo hasta ahora planteado, resulta imprescindible también reflexionar y analizar el por qué ante propuestas como estas las gestoras enfermeras, y en espacial las de Atención Primaria, no llevan a cabo una respuesta razonada y contundente contra lo que sin duda supone un grave problema para desarrollar las competencias de cuidados que, como enfermeras comunitarias, deberían ser prioritarias y que, entre otras, pasan por llevar a cabo intervenciones de promoción de la salud, educación para la salud, alfabetización en salud y empoderamiento de la población… que permanentemente son minimizadas o directamente anuladas para dar respuesta a las demandas de otros profesionales que ni tan siquiera forman parte de los equipos en las que están integradas. Asumir, sin más, iniciativas como la expuesta que supone claramente una injerencia en la toma de decisiones de quienes, al menos teóricamente, son las máximas responsables de la gestión de cuidados, supone asumir la subsidiariedad de sus decisiones en beneficio de quien propone alternativas que van en contra de lo que representa, no tan solo la acción enfermera sino la de un modelo que queda supeditado a lo que se decida y determine desde el hospital.

Resulta igualmente contraproducente que las enfermeras comunitarias, por su parte, asuman sin rechistar la realización de actividades y tareas, volviendo a tiempos pretéritos, derivadas de decisiones que suponen una clara barrera al desempeño de sus competencias específicas, y autónomas. Hacerlo tan solo se puede entender, o bien, como una evidente muestra de conformismo y de falta de compromiso e implicación con la población a la que se atiende, con lo que supone de dejación de responsabilidad y cumplimiento del código ético enfermero al no responder con lo que de ellas se espera, o bien una manifiesta voluntad de renunciar a la identidad enfermera al acatar cualquier planteamiento que se traslade, aunque el mismo suponga ir en contra de lo que representa ser enfermera comunitaria posicionándose en una zona de confort en la que no tienen que confrontar ni replicar nada ni a nadie con tal de “no tener problemas”. Mejor obedecer y mantener silencio que responder y tener que razonar para convencer sobre aquello que debiera ser su seña de identidad y de compromiso profesional y de respuesta a la población a la que se debe.

Por último, pero no por ello menos importante, hay que destacar las expectativas, cuando no las alarmas que este tipo de propuestas pueden generar en la población a la que, en principio, van dirigidas las mismas, pero que lamentablemente es la última en ser adecuadamente informada y formada sobre ellas, esperando tan solo que sea solícita y acuda cuando se le requiera para cumplir con los criterios que unos han planteado como prioritarios y otros han asumido como ciertos. Los resultados que del programa se obtengan pasarán, como tantos otros, a ser un misterio para la población a la que se destina y se utiliza como receptora pasiva del mismo, no llegando a saber nunca por qué y para qué es importante aquello que se les realiza y qué beneficio, en salud, obtienen con su participación cautiva. Todo ello conduce a situaciones definidas por algunos autores como salud persecutoria en relación a  las actuales precariedades en los excesos de la prevención en salud, o sea la hiperprevención generada por la dimensión cada vez más persecutoria de las estrategias vigentes de promoción y prevención en las actuales prácticas de salud centradas en la idea y obsesión de conocer el futuro para prevenirse de las muchas amenazas que parecen acecharnos, cuando es sabido que no son previsibles[5].

Las enfermeras comunitarias que atienden a personas, familias y comunidades y trabajan junto a ellas tienen el reto y las competencias para comprender y determinar dónde están los elementos positivos en las personas y en los contextos en los que desarrollan su actividad. Es necesario, por tanto, incorporar métodos que permitan identificar dónde están los factores positivos de la familia y la comunidad en la que viven estas personas, y colocar como alternativa a la sempiterna pregunta ¿de qué enferman y mueren?, otras preguntas como: ¿de qué y cómo viven las personas de mi comunidad? o ¿qué beneficia a nuestra comunidad? ¿qué activos para la salud o recursos identifican? ¿qué posibilidades/habilidades de autogestión, autodeterminación, autonomía y autocuidado tienen o pueden adquirir? No hacerlo deja lugar a que los espacios se rellenen de alternativas clínicas, tecnologicas, medicalizadas, paternalistas, asistencialistas…

Al hablar de acción comunitaria esta debe concebirse de manera amplia y abierta a las diferentes realidades existentes en los contextos en que se producen. Teniendo en cuenta que en los mismos también es preciso identificar aquellas dinámicas de segmentación y aislamiento social, que en muchas ocasiones se potencian por efecto de las intervenciones profesionales en las que basan sus actuaciones (niños, tercera edad, jóvenes, migrantes, mujeres, etc.). Sin duda una atención adaptada a las diferencias existentes resulta importante, pero teniendo en cuenta que en muchas ocasiones provoca fragmentación y debilitamiento de los vínculos y con ello de las capacidades de la población para afrontar problemas de salud no identificados de inicio y que pueden poner en peligro la salud individual y colectiva además de convertirse en motivo de una demanda insatisfecha y una utilización inadecuada de recursos[6].

Si deseamos que algo cambie y que nuestra aportación enfermera contribuya a la salud comunitaria, se requiere un compromiso firme y decidido, además de una formación permanente que nos permita ser rigurosas en los planteamientos de respuesta. De no hacerlo estaremos permanentemente supeditadas a lo que otros decidan, siendo meras y solícitas ejecutoras de sus propuestas contribuyendo a su honor y gloria, que por supuesto no comparten.

[1] Psicólogo estadounidense conocido como uno de los fundadores y principales exponentes de la psicología humanista (1908-1970)

[2] https://elpais.com/espana/catalunya/2023-09-17/la-generalitat-impulsa-un-plan-para-realizar-electrocardiogramas-a-todos-los-ninos-catalanes.html

[3] https://www.sanidad.gob.es/estadEstudios/estadisticas/BarometroSanitario/home_BS.htm

[4] Borrell-Carrió F.Médico de personas. J. Gol i Gurina, 1924-1985, in memoriam. Aten Primaria. 2005;35(7):339-41

 

[5] Castiel, LD. Alvarez-Drdet, C.Rev. Saúde Pública 41 (3)•Jun 2007•https://doi.org/10.1590/S0034-89102006005000029

 

MODUS OPERANDI: ABUSUS NON TOLLIT USUM

MODUS OPERANDI: ABUSUS NON TOLLIT USUM

 

“Los abusos son todos compadres unos de otros y viven de la protección que mutuamente se prestan.”

Ruy Barbosa[1]

 

            Es curioso, al tiempo que indignante, que muchos corruptos, mafiosos, criminales… a lo largo de la historia hayan quedado impunes de los actos delictivos cometidos. Sin embargo, los más graves, aunque conocidos por todos, mayoritariamente, no pudieron ser probados. Finalmente fueron encausados, enjuiciados, condenados o encarcelados por infracciones menores o descuidos derivados de su propio engreimiento, pensando que eran inmunes a cualquier proceso contra ellos, como consecuencia del poder alcanzado y del autoritarismo impuesto en todo su entorno, a través, fundamentalmente, del miedo, las amenazas y la extorsión, siendo protegidos, disculpados y aplaudidos, por el mismo.

            En los últimos años en nuestro país, aunque también como consecuencia de la globalidad en prácticamente todo el mundo, se han venido sucediendo comportamientos de dirigentes, políticos, representantes profesionales… claramente rechazables aunque a la vista está que no siempre, o casi nunca, imputables y condenatorios. Lo triste, preocupante, injusto e irritante, es que además logran que una parte muy importante de la sociedad interiorice sus comportamientos como naturales, inherentes a sus puestos e incluso como un signo de habilidad y listeza que les rodea de un aura de heroicidad, que hace que resulte muy difícil, no ya su castigo sino, ni tan siquiera el rechazo social por lo realizado, paradójicamente a su costa.

            A estas actitudes hay que añadir la incorporación, en una parte de políticos y dirigentes, de un comportamiento negacionista ante el género, el medio ambiente, la salud, la cultura, la educación… que son utilizados de manera tan reiterada como absolutamente irracional por quienes confunden o utilizan la libertad como aquella facultad y derecho según la cual creen que tanta validez tienen sus posturas negacionistas como las de quienes utilizan la ciencia y las evidencias para fundamentar sus ideas o planteamientos. Usando, además, las mismas como arma arrojadiza y como escudo de una supuesta, maniquea, falsa y excluyente defensa de una identidad nacionalista que hacen suya con la consiguiente usurpación de la misma, excluyendo al resto de población que no piensa o se alinea con ellos, a quienes consideran traidores a la patria. Su patria, claro está.

            Todo esto, como ya comentaba, se ha acelerado e incrementado en los últimos años, coincidiendo con la irrupción en escena de opciones políticas e ideológicas que hacen uso de la democracia y sus instrumentos para, sirviéndose de ellos, atacarla y debilitarla, en un claro y manifiesto comportamiento, similar al de quienes, utilizando la ley, van en contra de ella.

            Así pues, estamos ante un panorama ciertamente desalentador, al tiempo que preocupante, al menos para quienes no caemos en la trampa de aquellos que se comportan y creen ser salvadores, sin serlo.

            Pero, dicho lo dicho, resulta ciertamente confuso que estemos fijándonos en lo que pasa a nuestro alrededor y sin embargo llevemos décadas consintiendo, asumiendo, resignándonos, pasando… de lo que sucede en nuestra o nuestras “casas”. Porque lo que se ha venido haciendo, omitiendo, repitiendo… por parte de quienes, teóricamente, como máximos representantes tenían que velar por la integridad, la defensa, el impulso, el desarrollo, la identidad… de todas las enfermeras, se han dedicado sistemática y descaradamente a su lucro particular disfrazándolo de servicio público a través de actividades aparentemente legales e incluso loables, a unos costes económicos, profesionales, de imagen y de prestigio que han deteriorado no tan solo el respeto hacia las enfermeras sino hacia su competencia y capacidad, al minar la credibilidad de nuestra oferta de cuidados profesionales con actitudes absolutamente lamentables que tan solo buscan el poder y el dominio, provocando con ello un rechazo no solo hacia quienes ejercen el despotismo enfermero sino a lo que supuestamente representan, las enfermeras y la Enfermería.

            Tal como sucede con los que utilizan el negacionismo como principal argumentario político, quienes nos representan o representado, han logrado convencer o, cuanto menos, desactivar la capacidad de contrarrestar sus actitudes mediante el cambio democrático, que ya se encargaron de amordazar a través de la manipulación de estatutos, normas y procesos para garantizar su presencia perpetua.

            Pero con ser grave lo que han hecho estos personajes que no pasarán nunca a la historia como referentes de nada más que del saqueo y la ignominia hacia las enfermeras, lo que a mi entender resulta más doloroso y triste es la pérdida de credibilidad que han logrado imprimir a unas instituciones como los colegios profesionales, de las que se han aprovechado tan indignamente,.

            Porque, salvo honrosas excepciones que afortunadamente van creciendo últimamente, con sus prácticas moralmente reprobables y éticamente incalificables han logrado que el prestigio de los colegios profesionales se haya reducido a la consideración de anécdota. Nadie, salvo quienes se lucran junto a ellos, cree ya en la capacidad de representación y de utilidad de unas instituciones que, paradójicamente, se financian con el dinero que las enfermeras tienen que pagar obligatoriamente para mantenerlos y hacer que sigan siendo fuente de negocio lucrativo para unos pocos. Han logrado, además, que se dé por bueno este dinero que a fondo perdido se tiene que pagar como si de un impuesto revolucionario o más bien extorsionador, se tratase, para no obtener nada a cambio, más allá de migajas en forma de cursos de dudosa calidad y de más dudosa utilidad, salvo la de los famosos y detestables puntos que las administraciones públicas se prestan a considerar para el acceso a oposiciones y plazas, con lo que finalmente acaba siendo todo un monumental y compartido fraude que nadie parece tener interés en desmontar.

            Seguir creyendo que no hay nada qué hacer y que nada se puede cambiar, es precisamente lo que han logrado que se interiorice como estrategia para mantenerse en sus privilegiados puestos. La inacción y la pasividad ante la asumida y, no nos equivoquemos, permitida permisividad a sus prácticas son el principal punto sobre el que siguen ejerciendo la palanca de sus acciones que son asumidas como inevitables sin que nadie, o muy pocos, hagan nada por evitarlo o revertirlo.

            Las Asambleas de colegiadas/os desiertas. Las convocatorias de elecciones bordeando la ilegalidad. La ausencia de una alternativa que haga frente a la ocupación. La desidia a la hora de ir a votar desaprovechando las pocas oportunidades que se presentan de cambio cuando un puñado de valientes decide dar el paso y oponerse con una evidente desigualdad de fuerzas y de oportunidades. Una nula respuesta crítica a la gestión realizada que les anima, no tan solo a persistir en sus acciones sino a que cada vez sean más dañinas para las enfermeras. Asumir con resignación “cristiana” que sigan usurpando nuestra denominación escondiéndola tras la profesión/disciplina, Colegios de Enfermería en lugar de enfermeras/os. Consentir sin rechistar que sigan tomando decisiones que van en contra de las enfermeras o no actuar cuando debieran hacerlo para defenderlas. Tolerar que la paridad sea tan solo una etiqueta, que ni respetan, ni facilitan, ni creen en ella y que tiene sus consecuencias en muchas de las decisiones que se toman desde una posición dominante y dominadora, son tan solo algunas de las consecuencias de su acción.

            Pero, si es preciso dejar, de una vez por todas, clara la impunidad con la que algunos actúan, no es menos necesario, destacar el esfuerzo personal y profesional de quienes sí han creído que otra forma de gestionar, liderar, cuidar, de las enfermeras desde los colegios profesionales es posible, dignificándolos y dándoles sentido, para que recuperen no tan solo el respeto, sino también la valoración de su importancia tanto para las enfermeras como para la propia sociedad. Gracias a ese empeño, compromiso, dedicación, transparencia, ética e implicación, se está logrando, allá donde tienen oportunidad de actuar, que se restituya lo que otros se dedicaron a esquilmar tanto material como moralmente hablando.

            Cuando leemos, vemos o escuchamos lo que muchos colegios profesionales en otros países son y suponen, identificando su capacidad de influencia social, profesional y política, reconociendo la estrategia de trabajo en defensa del desarrollo profesional… nos planteamos, al menos algunos, que por qué nosotros no podemos tener colegios profesionales como esos. Por qué mantenemos más allá de lo razonable unas estructuras tan arcaicas, anacrónicas, opacas, ineficaces e inútiles como las todavía existentes en nuestro país, como si fueran cotos privados en los que los señoritos pueden hacer y deshacer a su antojo y arrogándose una representación colectiva desde el secuestro administrativo al que estamos sometidos y que provoca, en muchas ocasiones, un síndrome de Estocolmo por el que empatizamos con ellos a pesar de que nos estén robando la libertad profesional.

            Ahora que ha saltado a la opinión pública un caso fragante de dominación como el del, hasta hace muy poco, presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), que ha caído, como comentaba al principio, por una actitud machista que no fue capaz de reprimir, más que por los escándalos que han salpicado todo su mandato. Rodeándose de un “ejército” de escuderos agradecidos por las generosas prebendas ofrecidas, que le protegían ante la opinión pública en su reducto inexpugnable de conspiración. Las alarmas se dispararon por lo que suponía de desprestigio un personaje como el aludido, no tan solo para el fútbol español sino para todo el país y se sucedieron las denuncias, rechazos, descalificaciones… hacia quien hasta entonces había sido aplaudido, aclamado y “respetado” a pesar de las sospechas permanentes hacia su gestión y su forma de llevarla a cabo.

            Pero el fútbol no es la enfermería. Las enfermeras no somos futbolistas. Las competencias enfermeras no son las habilidades futbolísticas. Los cuidados no son los goles. Los resultados de unos y otras no reportan la misma alegría ni, sobre todo, generan tanto negocio. A pesar de que puedan lograr salud y bienestar. Posiblemente por eso cuando saltan los escándalos de corrupción, desfalco, extorsión, ocultismo… no se produce idéntica respuesta por parte, ni de las propias enfermeras, ni de las administraciones públicas, ni de la sociedad. Como si lo que han hecho, hacen y posiblemente tengan intención de seguir haciendo, no tuviese mayor importancia para el prestigio de las instituciones de las que se sirven, de las profesionales a las que supuestamente “representan”, de la sociedad de la que forman parte y también del país al que pertenecen. Seguir amparándose en que hasta que los tribunales no dicten sentencia y en el debido respeto a la presunción de inocencia, para continuar consintiendo la permanencia de quienes, a la luz de los acontecimientos, son, cuanto menos sospechosos, me parece que está muy lejos de ser lo más razonable, admisible y asumible.

La presión mediática, social y del propio entorno del presidente de la RFEF, una vez se vio amenazado por el alcance de los acontecimientos, pasando sus escuderos y defensores, a convertirse, cuanto menos, en neutros y pasivos peones cuando no en denunciantes activos, para evitar ser salpicados, hicieron posible su derrocamiento y posiblemente el inicio de una nueva etapa de renovación, democratización y respeto.

¿Qué más tienen que hacer, o no hacer, para que se genere en nuestro colectivo una respuesta de rechazo, denuncia, exigencia, repulsa… hacia quienes ostentan un poder alcanzado con malas artes, sobornos, presiones y manipulaciones revestidas de legalidad desde el que se lucran? ¿Qué esperamos las enfermeras para movilizarnos, denunciar, reclamar… que se acabe con la impunidad que permite tener unas instituciones de representación tan devaluadas, desprestigiadas y sospechosas? Las administraciones públicas, por su parte, miran hacia otra parte porque les interesa contar con unas instituciones que no tengan capacidad de influencia y con las que incluso participan en sus intrigas palaciegas a través de prebendas formativas o de otra índole con las que tenerles entretenidos y calmados de cara a sus propios y particulares intereses. En definitiva, el silencio de unos y otros, la permisividad y la tolerancia contribuyen a que se mantengan unas formas, actitudes y hechos que esquilman la dignidad de las enfermeras y de la Enfermería.

Nadie debería sentirse señalado si realmente estuviese actuando desde la más estricta moral y ética. Quien lo haga, deberá reflexionar sobre cuál es la causa que le genera tanta incomodidad. Aunque, lamentablemente, estoy convencido de que esto último hace tiempo que dejaron de hacerlo, si es que alguna vez lo llegaron a hacer.

Por su parte, las enfermeras deberíamos sentirnos interpeladas para darnos cuenta de la importancia que tiene rescatar a unas instituciones como los Colegios Profesionales, que son tan necesarios como útiles para nuestros intereses profesionales desalojando, desde la legalidad que ellos desprecian, a quienes las utilizan para su beneficio personal disfrazado de defensores que permita un recambio tan necesario como saludable.

Rescatando un viejo eslogan publicitario… busquemos, comparemos y si encontramos a alguien mejor, que lo hay, cambiémoslo. Que tanta gloria lleven, si logran eludir los tribunales y sus sentencias inculpatorias, como paz dejen.

Por último,no debemos caer en la trampa de pensar y asumir que el modo de operar con abuso anula el uso necesario de los Colegios profesionales: MODUS OPERANDI: ABUSUS NON TOLLIT USUM. Porque como dice el dicho popular “de usar y abusar, hay el canto de un real”.

[1]Escritor, jurista y político brasileño, diputado, senador, ministro de finanzas e impuestos y diplomático (1849-1923)

HONORIS CAUSA vs CAUSA HONORIS Por razón de honor VS En honor a la razón

A Rosamaría Alberdi, Mayte Moreno y Mª Paz Mompart. Primeras enfermeras Honoris Causa en la Universidad española. Gracias por vuestra referencia y liderazgo.

 

“El honor consiste en hacer hermoso aquello que uno está obligado a realizar”

Alfred de Vigny [1]

 

El doctorado honoris causa es un título honorífico que da una universidad, asociación profesional, academia o colegio a personas eminentes. Esta designación se otorga principalmente a personajes que han destacado en ciertos ámbitos profesionales y que no son necesariamente graduados en una determinada disciplina[2].

Hay que destacar que el número de mujeres que han sido distinguidas con el doctorado honoris causa en la universidad española apenas supera el 15 % en términos globales, siendo un poco más elevada la cifra en la universidad privada (20 %) que en la pública (14 %), según datos del Instituto de la Mujer, lo que demuestra claramente cual ha sido el comportamiento de la universidad española en términos de igualdad.

Este reconocimiento está instaurado en España desde 1920 y en estos 103 años de recorrido no fue hasta el año 2016 cuando la Universidad de Murcia invistió por primera vez a una enfermera española, Rosa María Alberdi Castell, como doctora honoris causa. Si bien es cierto, con anterioridad, otras universidades españolas, ya habían iniciado dichas concesiones a enfermeras foráneas del ámbito anglosajón. En concreto, la Universidad de Alicante fue la primera en concederlo a una enfermera, Afaf I. Meleis el 28 de enero de 2014. Posteriormente varias universidades repitieron el reconocimiento de dicho título honorífico a las mismas y otras enfermeras anglosajonas antes que hacerlo a enfermeras españolas. Han transcurrido 7 años sin que se haya vuelto a otorgar un Honoris Causa a otra enfermera española, hecho que tendrá lugar el próximo día 15 de septiembre en la Universidad de Huelva que reconoce a Mª Teresa Moreno Casbas. Cuatro meses después, el 25 de enero de 2024, la Universidad de Alicante investirá a Mª Paz Mompart García como la tercera enfermera española en recibir tal distinción. Es decir, tres enfermeras en 103 años de existencia de tal reconocimiento en la universidad española, lo que puede dar a entender que las enfermeras españolas no han aportado méritos suficientes o al menos suficientemente trascendentes para que se consideren dignos de ser reconocidos con una distinción que, por otra parte, no siempre se concede con criterios, digamos académicamente aceptables, si tenemos en cuenta algunas concesiones polémicas que obedecen más a cuestiones de oportunismo o intereses poco claros que a méritos realmente contrastados que supongan un aporte sustancial a la ciencia o la sociedad.

Ante esta realidad que no ofrece dudas porque los datos así lo corroboran, cabe plantearse varias interrogantes con relación a las enfermeras y la universidad tomando como referencia la concesión de dicha distinción de tanto prestigio.

La primera cuestión que comparto es si tras más de 46 años de presencia de la enfermería y las enfermeras en la universidad, sin menospreciar todo lo aportado con anterioridad a dicha incorporación, resulta lógico que tan solo tres enfermeras españolas hayan sido merecedoras de tal reconocimiento en las 83 universidades existentes en España (50 públicas y 33 privadas) entre las que 53 de ellas imparten estudios de Enfermería siendo, en los tres casos referidos, universidades públicas las que han concedido el reconocimiento. Ello más allá de otras valoraciones, que en esta reflexión no vienen al caso, me hace pensar seriamente en cuál es el comportamiento de las enfermeras docentes de esas 53 facultades o escuelas de Enfermería a la hora de trasladar propuestas serias, rigurosas y razonadas de enfermeras para que sean, cuanto menos, valoradas por los diferentes órganos universitarios para ser aprobada la concesión de un Honoris Causa. ¿No existen enfermeras merecedoras de tal reconocimiento? Y si existen, ¿por qué no se identifican enfermeros/as que puedan ser merecedoras/es de un reconocimiento por sus aportaciones en el ámbito de la atención, gestión, docencia o investigación que hayan tenido repercusión en el desarrollo de la propia disciplina, de la universidad, del sistema de salud, de la salud de las personas, las familias o la comunidad o cualquier otra dimensión social, política, económica…? ¿Realmente los cuidados profesionales, en cualquier ámbito, entorno o dimensión, no son una aportación suficientemente importante para la vida y el bienestar de las personas o para la salud pública y/o comunitaria? ¿Tan difícil resulta identificar a enfermeras con méritos suficientes para ser propuestas? Son tan solo algunas de las preguntas que me interpelan y a las que me cuesta mucho dar respuesta porque entiendo que requieren de un análisis colectivo que, a mi modesto entender, no tan solo no se ha producido, sino que considero existen claras resistencias o meridiana pasividad en llevarlo a cabo. En cualquiera de los dos casos resulta preocupante. Porque la resistencia supone una oposición frontal a nuestro propio reconocimiento y valoración derivada de la falta de autoestima o del excesivo narcisismo que impide o anula la posibilidad de identificar virtudes ajenas, mientras que la pasividad conlleva una inacción derivada de la ausencia del imprescindible sentimiento de pertenencia y de orgullo para la identificación y reconocimiento de nuestras/os referentes y, por tanto, nos conduce a la mediocridad y la insignificancia. Si esto sucede en la universidad que, al menos inicialmente, todos coincidimos en identificar como crisol del conocimiento y de la ciencia y como proyección social de las disciplinas y sus profesionales, en el caso que nos ocupa de la Enfermería y de las enfermeras, ¿qué no va a suceder posteriormente en la sociedad? Si quienes están llamadas/os a ser formadoras/es y forjadoras/es de la ciencia enfermera no son capaces de reconocer a sus pares y los méritos que les identifican, ¿cómo podemos esperar a que lo hagan otras/os o la propia la sociedad?

Por tanto, me resisto a pensar y mucho menos a afirmar que es la universidad quien dificulta el reconocimiento de las enfermeras a través de la concesión del título de doctor/a honoris causa, tal y como en muchas ocasiones he oído y sigo oyendo. Más allá de los comportamientos arcaicos que en muchas ocasiones siguen impregnando a la universidad, pretender culpabilizar a la misma de la falta de reconocimiento de las enfermeras es no tan solo pueril sino mezquino por cuanto supone pretender negar una realidad que nos limita como ciencia, disciplina y profesión y que tiene sus raíces profundamente arraigadas en nuestra propia realidad enfermera por mucho que pueda doler reconocerlo. No hacerlo es contribuir a perpetuar nuestro mal y lo que el mismo representa y causa.

De las tres enfermeras mencionadas que han sido distinguidas como doctoras honoris causa, planteo la interrogante, como parte de las causas del mal ya referido, de si realmente las enfermeras en su conjunto identifican, conocen y reconocen las aportaciones por las que han sido distinguidas y si en las facultades/escuelas de Enfermería en particular se da a conocer y se valora dicho reconocimiento a las futuras enfermeras como valor añadido a la aportación de la Enfermería y las enfermeras. No tengo datos que puedan corroborar lo que sospecho, pero me aventuro y atrevo a afirmar que ni una ni otra de las opciones son identificadas mayoritariamente. Lo que viene a reforzar negativamente lo anteriormente planeado.

Es indudable la importancia del reconocimiento social hacia las enfermeras, siendo además algo repetida y cansinamente verbalizado, no tan solo por las enfermeras tituladas sino también por el estudiantado desde los primeros cursos de sus estudios como si de un mantra se tratase, aunque se desconozca el sentido y la razón del mismo, pero que se incorpora de manera automática permaneciendo activo de manera permanente. ¿Realmente seguimos creyendo que dicha ausencia de reconocimiento obedece a una maliciosa postura de la ciudadanía hacia las enfermeras? ¿No somos capaces de identificar que las/os primeras/os culpables de dicha falta de valoración positiva somos las propias enfermeras al no identificar, ni poner en valor nuestra aportación cuidadora y cómo proyectarla para que podamos ser reconocidas de manera inequívoca y positiva por ello? ¿Cómo pretendemos que se nos reconozca sino somos capaces de reconocernos nosotras/os mismas/os, individual y colectivamente, por lo que somos, sentimos y hacemos? Así pues parece lógico pensar que la falta de reconocimiento de referentes parte en gran medida de esas carencias que al negarnos en primera persona, en singular y plural (Yo, Nosotras/os), nos lleva a negarnos en segunda y tercera persona, igualmente en singular y plural (Tú-ella/él, vosotras/os-ellas/os), lo que nos conduce a la ocultación de nuestra aportación y con ella a la invisibilidad que de la misma trasladamos a la sociedad que cuidamos que, finalmente, nos identifica como cumplidoras/es subsidiarias/os, obedientes, solícitas/os y dóciles de lo ordenado, dictado o determinado por otras/os profesionales que sí saben reconocerse, valorarse y defenderse entre ellas/os mismas/os y ante las/os demás.

Y lo expuesto, no afecta tan solo a las enfermeras españolas, es un mal extendido con especial similitud en el ámbito iberoamericano en el que, incluso, es más grave, si cabe, al no plantearse ni un solo reconocimiento de Honoris Causa de enfermeras iberoamericanas en todos los países que componen dicho contexto, lo que sin duda es un déficit importantísimo para la Enfermería en su conjunto más allá de nacionalidades. Algo diferente de lo que sucede en el ámbito anglosajón que no tan solo son capaces de reconocerse entre ellas sino que proyectan su reconocimiento al resto del mundo y en especial al contexto iberoamericano provocando una fascinación que lleva a que se les reconozca casi como exclusivas referentes de la Enfermería global, lo que no tan solo es injusto sino que es claramente erróneo, llevando a la falsa creencia de que todo lo que viene de dicho ámbito, por el mero hecho de su procedencia geográfica y el uso de una lengua que se considera científicamente universal, es mejor y merece un reconocimiento preferente al de las aportaciones enfermeras realizadas en los diferentes contextos de Iberoamérica.

Teniendo en cuenta que Honoris Causa significa literalmente “por Razón de Honor”, cabe pensar que el honor está en disposición de corresponderle por igual a todas las disciplinas, de la misma forma que debe corresponder por igual a hombres y mujeres, aunque la realidad, en uno u otro caso, sea tozuda y nos lleve a que dicha realidad esté claramente deformada y sea tendenciosa y ausente de equidad e igualdad.

Si, en una aberración lingüística, diésemos la vuelta al término y hablásemos de Causa Honoris traduciéndolo en anárquica interpretación como “En honor a la Razón”, podríamos plantear que la razón científica, humana, política, ética… obligaría por puro sentido común y por justicia social, académica, profesional… a que las enfermeras españolas tuviesen un mayor reconocimiento en la universidad como punto de partida al que la sociedad finalmente debería tenernos, si fuésemos capaces, claro está, de tenérnoslo nosotras/os mismas/os.

No estoy abogando, en ningún caso, por un reparto paritario de nombramientos. Pero si planteo la necesidad y la obligación de que, cuantas/os tenemos la capacidad de hacerlo posible identifiquemos a quienes desde su aportación individual y colectiva contribuyen a mejorar la vida y la salud de las personas y las comunidades en las que viven, trabajan, estudian, conviven… así cmo las que hacen posible el crecimiento y fortaleza de la ciencia enfermera y su proyección científica. No hacerlo es contribuir de manera consciente y alevosa a nuestra invisibilidad.

Las universidades, por su parte, deben utilizar criterios de equidad e igualdad a la hora de ratificar las propuestas que se trasladen para su valoración y aprobación con independencia de género y disciplina, aunque valorando la proporcionalidad necesaria que evite desigualdades palmarias como las que aún persisten.

Por todo lo expuesto planteo, en principio, ser capaces de asumir, valorar, apoyar, aplaudir y sentirnos partícipes de las concesiones ya realizadas de Doctoras Honoris Causa en lugar de silenciarlas, acallarlas u ocultarlas. Así mismo resulta fundamental que sepamos reconocer a quienes desde su aportación singular consideremos sean acreedores/as de ser valoradas con una distinción tan importante como significativa y que, por tanto, las recojamos, fundamentemos y defendamos ante los órganos universitarios pertinentes para que puedan tener viabilidad. Que en el contexto iberoamericano generemos una corriente permanente de identificación y reconocimiento de enfermeras/os para que sean presentadas propuestas en todas las universidades que tengan capacidad de prosperar aumentando de esta manera el número de referentes Honoris Causa en dicho ámbito geográfico como forma de fortalecer y visibilizar nuestra aportación tanto a nivel académico como científico y social.

Tan solo desde la voluntad colectiva y la unidad de acción seremos capaces de revertir una situación tan injusta en las universidades de toda Iberoamérica lo que aportará una mayor visibilidad a nuestra contribución específica de cuidados profesionales.

Hagamos uso de la razón para facilitar que se otorgue el honor a quien lo merece y que todas las enfermeras nos alegremos y hagamos nuestro dicho honor desde el respeto y reconocimiento hacia nuestras/os referentes.

[1] Poeta, dramaturgo, y novelista francés. (1797-1863)

[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Doctorado_honoris_causa

SI NO SOMOS CAPACES…

 

 

“La capacidad otorga responsabilidades.”

«El asesinato de Sócrates» (2016), Marcos Chicot[1]

 

Acabado el mes de agosto, periodo de vacaciones por excelencia en España aunque no todos puedan disfrutarlo como correspondería, se inicia un nuevo periodo de actividad o cuanto menos de cambio de ritmo. Las sucesivas olas de calor, los incendios devastadores, la sequía…nos han acompañado como un recordatorio permanente de la acción que sobre el medio ambiente estamos ejerciendo y que está acabando con el necesario equilibrio para mantener unas condiciones de vida saludables en las que ni el aire acondicionado, ni las piscinas con un agua cada vez más escasa, ni los ríos y mares cada vez más contaminados… son la solución al terrible problema del cambio climático que, al contrario de lo que sucede con las vacaciones, no se trata de una secuencia temporal, sino de una terrible amenaza que nos acecha y pone en riesgo la salud de miles de millones de personas y otros seres vivos.

Un mes, el de las teóricas vacaciones, en el que se han sucedido acontecimientos políticos, sociales, deportivos… que a pesar de su trascendencia e impacto en la vida y convivencia de la ciudadanía, tengo la terrible sospecha de que no han sido capaces de atraer la atención que su impacto y consecuencias tienen y pueden tener en nuestras vidas. Han sido captadas más como lo que se denominan noticias de alcance sin darnos cuenta de lo que nos pueden alcanzar, sin que las mismas hayan logrado una mínima reflexión colectiva de qué es lo que está pasando, como si al cambio climático al que hacía referencia, hubiese que añadir un cambio de pensamiento, que no de ideología aunque también, de actitud, de sentimiento, de valores… que estuviese poniendo en peligro también el equilibrio colectivo de convivencia.

La actual situación política en todo el mundo, con el resurgimiento de las ideologías de extrema derecha y lo que las mismas significan, son un claro indicativo de un cambio que afecta a la libertad y los derechos de todas/os y que cuesta creer que sea tan solo la respuesta al descontento o la forma en que manifestamos nuestro rechazo a la política y las políticas que se llevan a cabo. No deja de ser paradójico que quienes asumen el negacionismo como principal argumento a sus postulados políticos se alimenten de aquello que precisamente niegan o cuanto menos cuestionan como la libertad, los derechos humanos, la democracia… para ir en contra de ellos maquillándolos de normas, valores y estilos de vida que tan solo obedecen a intereses muy particulares con los que establecer un control estricto sobre las vidas y la libertad de pensamiento de la ciudadanía.

Durante este mes de agosto, han aumentado sin razones aparentemente lógicas, los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, aunque haya quienes nieguen sistemáticamente la violencia de género. Pero se han dado acontecimientos como los del presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) y quienes, por acción u omisión, apoyan sus acciones, que atentan contra la dignidad de las mujeres, aunque haya quienes niegan sistemáticamente el machismo. Se están produciendo decisiones políticas que nos sitúan en un plano de absoluto esperpento como respuesta a intereses que se alejan tanto de las necesidades de la sociedad como se aproximan a los caprichos individuales y partidistas de quienes las adoptan en un claro ejemplo de desprecio hacia quienes son o debieran ser receptores de las mismas, aunque haya quienes sigan utilizando la mentira como principal argumento político. La guerra de Ucrania ha pasado a ser una anécdota que ya no interesa ni preocupa en un nuevo y claro ejemplo de desensibilización social. Los atentados a líderes políticos con planteamientos, ideas, proyectos… de libertad se repiten con aterradora frecuencia. La aparición de líderes que abogan por la abolición de la justicia social y la equidad en nombre de la libertad. El mercantilismo de todas las facetas de la vida de las personas con especial incidencia en las de la salud y la educación, disfrazándolas de medidas de gestión más eficaces y eficientes. El cuestionamiento de la equidad y la igualdad desde un nacionalismo exclusivo y excluyente, que alimenta el odio y el enfrentamiento. El aumento progresivo de los problemas de salud mental, de los suicidios, de la pobreza, de la exclusión social en todo el mundo, mientras se siguen alimentando los espacios de alienación y destrucción del pensamiento crítico y reflexivo.  Todo ello y mucho más se incorpora como parte de un cambio que va más allá del climático para situarse en un cambio social que no tan solo obedece a la evolución natural en la que intervienen múltiples factores demográficos, epidemiológicos, económicos… sino que es consecuencia de una clara, manifiesta e interesada intervención de quienes quieren controlar la vida y las decisiones de la población para beneficio propio y de quienes se constituyen en lobbies de poder económico, mediático, político…

Pero todo lo referido y mucho más acaba siendo un cúmulo de noticias caducas, embaladas, procesadas y digeridas por los intestinos de las hemerotecas. Finalmente queda tan solo el hecho, lo aparentemente trascendente, en lugar de serlo las consecuencias. Nos encanta que se desmenucen los más mínimos detalles, cuanto más morbosos mejor, que se relate la física de lo acontecido y se identifique un nombre y una etiqueta con la que catalogarle… violador, maltratador, negacionista, facha, rojo, felón, sanchista… sin entrar, claro está, en la lúgubre aritmética de las consecuencias, del vacío que se genera, de la pobreza que ocasiona, de la soledad provocada, de la desolación producida, de los espacios de destrucción que se generan a nivel individual, familiar y colectivo, tras lo que banalmente denominamos noticias … Nada. Como si dichas consecuencias no generasen una demanda inmediata y futura de cuidados que requieren de respuestas profesionales que van mucho más allá de los medicamentos, una intervención quirúrgica o un entierro, como respuestas al hecho, la enfermedad, el desequilibrio puntual o la muerte. Sin valorar las consecuencias que provocan los hechos y la capacidad de afrontar los problemas sobre la salud.

Me aterra que sigamos inertes, insensibles, ausentes y silentes ante lo que son responsabilidades que como enfermeras nos corresponde afrontar y que no podemos ni debemos esperar a ser meras ejecutoras de lo que otros digan desde su paradigma disciplinar como si fuésemos sus dóciles y obedientes colaboradores en ese intento fallido, torpe, insensato, acrítico, acientífico… por seguir siendo parte de un todo en el que no encajamos por ser ajena a nuestra disciplina, pero en el que nos encanta anidar por sentirnos falsamente protegidas, defendidas, respaldadas y respetadas, siempre y cuando, claro está, hagamos lo que de nosotras se espera y desea y no aquello que nos corresponde hacer como profesionales autónomas, capaces y competentes. Idolatrando a líderes que nos fascinan pero que no aportan nada a nuestra disciplina por no identificarla, entenderla ni respetarla. Generando un vacío de liderazgo propio que provoca una desertización disciplinar, profesional, académica y de gestión que impide cualquier tipo de crecimiento propio, específico y diferenciado de aquellas especies por las que somos y nos dejamos fagocitar.

Todo lo cual se traduce en una invisibilizarían clara, meridiana y manifiesta de nuestra aportación enfermera a través de los cuidados profesionales que es identificada claramente por parte de quienes siguen teniendo la capacidad de decisión y con ella la de permitir que las enfermeras asuman las competencias que les corresponden en puestos de máxima responsabilidad. Ello impide la normalización del acceso de las enfermeras a dichos puestos y con ello que sean nombrados para los mismos otras/os profesionales por muy alejadas/os que aparentemente puedan estar de las competencias asignadas, pero que, sin embargo, gozan del respeto, la visibilidad y el reconocimiento de la disciplina que ejercen lo que, finalmente, determina la decisión. Todo lo cual conduce a una ausencia absoluta de liderazgo reconocido, reconocible e incluso deseable y deseado por parte de las propias enfermeras, que acaba generando un estado de absoluta inacción tan solo interrumpido por lamentaciones que nos llevan a un victimismo que ni tan siquiera es capaz ya de producir lástima, lamiendo nuestras propias heridas en un intento por sobrevivir.

Si verdaderamente no somos capaces de identificar las verdaderas necesidades de la población a la que atendemos y nos limitaos a ser esclavas de nuestra propia inoperancia ante lo que pasa en nuestra sociedad. Si no somos activas y proactivas, creativas e innovadoras para dar respuestas eficaces y eficientes por las que ser no tan solo reconocidas sino también reclamadas. Si no somos capaces de defender nuestros ámbitos competenciales, preocupadas como estamos, por satisfacer las necesidades de un sistema sanitario caduco y de profesionales que tan solo piensan en sus intereses. Si no somos capaces de decir ¡basta ya! ante tanta mediocridad y mercantilismo. Sino somos capaces de hablar con las personas y trasladarles el valor de nuestros cuidados y la importancia de que los prestemos las enfermeras. Si no somos capaces de romper la inercia negativa en la que nos hemos instalado y que nos aboca a una insignificancia que nos lleva a la desaparición. Si no somos capaces de reconstruir nuestro paradigma para desde el mismo dar respuestas enfermeras y no como hasta ahora que como enfermeras damos respuestas a otros intereses. Si no somos capaces de asumir nuestras competencias para evitar la hemorragia constante que nos desangra disciplinalmente. Si no somos capaces de identificar, defender y respetar a nuestras/os líderes y junto a ellas/os liderar nuestro desarrollo. Si no somos capaces de abandonar la sumisión y subsidiariedad para afrontar con responsabilidad nuestro rol como enfermeras. Si no somos capaces de renunciar a las limosnas que se nos ofrecen para emprender el camino de la riqueza enfermera. Si no somos capaces de sentirnos orgullosas de lo que somos, enfermeras, ocultándonos tras nuestra disciplina o cualquier otra denominación que nos enmascare. Si no somos capaces de defender con voz propia los derechos de la salud de la población a la que atendemos. Si no somos capaces de perder el miedo a manifestar lo que creemos que corresponde hacer con argumentos y evidencias científicas. Si no nos revelamos ante las injusticias que impiden el acceso a la salud de la ciudadanía. Si no nos convencemos de nuestra capacidad para prestar cuidados más allá de los hospitales y los centros de salud que acaban convirtiéndose en nuestros nichos ecológicos, pero también en nuestras cárceles profesionales. Si no somos capaces de defender un modelo de salud que se aparte del normativamente aceptado y médicamente impuesto. Si no somos capaces de incorporarnos en ámbitos de competencia política para participar en la toma de decisiones aportando salud en todas las políticas. Si no somos capaces de renunciar a nuestras zonas de confort donde languidecemos, aunque sea apaciblemente que no digna. Si no somos capaces de exigir a nuestros representantes que sean, no tan somo honrados sino también capaces y resolutivos y permitimos que continúen aprovechándose de la enfermería y las enfermeras. Si no somos capaces de fortalecer nuestras sociedades científicas como núcleos de desarrollo científico profesional. Si no somos capaces de regenerar nuestra imagen… va a resultar muy difícil que podamos sobrevivir. No es una cuestión de ser el más fuerte. En la vida no es tan importante ser fuerte como sentirse fuerte. Medir tu capacidad.

No me cabe duda de que tenemos capacidad. Tan solo me falta la certeza de saber si realmente queremos utilizarla para ser y sentirnos ENFERMERAS. Ojalá y pronto se despeje esa incertidumbre.

Tal como dijese Thomas Alba Edison[2] “Si hiciésemos todo lo que somos capaces de hacer, nos quedaríamos completamente sorprendidos de nosotros mismos.”

[1]escritor, economista y psicólogo clínico español (1971).

[2] Inventor, científico y empresario estadounidense (1847-1931).

Libro: «Educación para la saluden las instituciones de educación superior»

Editado el Libro: «Educación para la saluden las instituciones de educación superior», de la Universidad de Tolima (Colombia) en el que participo con el Prólogo del mismo. Muchas gracias a la Profesora Elizabeth Fajardo Ramos, autora del libro junto a los profesores Marta Lucía Núñez Rodríguez y Helmer  Enrique Sánchez Acosta, por la oportunidad brindada. Enhorabuena por esta nueva e importante obra para el enriquecimiento y crecimiento del conocimiento enfermero.

 

CUANDO LA POLÍTICA LIMITA LAS POLÍTICAS Enfermeras y acción política

“He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”.

Charles de Gaulle [1]

 

El político propone y la ciudadanía dispone. Esta podría ser la conclusión ante los resultados electorales del pasado día 23 de julio. Más allá de cualquier valoración partidista, lo que ha quedado claro es que en democracia las pretensiones de poder deben ser avaladas por quienes tienen la última palabra a la hora de hacerlas realidad y que, por tanto, las previsiones triunfalistas acaban, la mayoría de las veces, como las encuestas, por sucumbir a las decisiones soberanas, por mucho que posteriormente se intenten hacer cábalas y juegos malabares tratando de justificar lo que no han sido capaces de lograr con propuestas razonables y razonadas o lo que han presentado como propuestas rechazables y rechazadas, cuando no con mentiras que, curiosamente, son más aceptadas que el rechazo y la ofensa que genera la verdad.

En cualquier caso, lo que ha quedado claro es que minusvalorar la capacidad de análisis, reflexión y decisión de la ciudadanía conlleva expectativas frustradas, sueños imposibles o fracasos sonados, como consecuencia de apuestas fallidas que no son admitidas por considerarlas un claro retroceso para la democracia y la libertad por mucho que se intenten disfrazar con demagogias imposibles.

No es mi intención hacer una lectura política de los resultados obtenidos ni de las posiciones de las candidaturas que han podido influir en los mismos. Pero si que considero importante reflexionar sobre lo que puede suponer para la ciudadanía la constitución de un nuevo gobierno de España que nos afectará a todas/os en muchos sentidos, pero muy especialmente en lo que se refiere a la sanidad y a la educación.

Dos sectores de enorme trascendencia y sensibilidad que tienen una clara influencia en el bienestar y la salud de toda la ciudadanía con independencia de su ciclo vital, de que esté sana o enferma o de la tendencia política, ideológica o de partido que cada cual tenga, porque lo que trasciende finalmente, más allá del cómo es el qué. Porque, sino hay un planteamiento serio y riguroso, decidido y planificado, reflexivo y equitativo, objetivo y realista, que permita sentar las bases sobre las que plantear una sanidad y educación que responda a las necesidades sentidas de la población y no a los intereses partidistas de unos u otros, no importará el cómo llevarlo a cabo, porque el qué, es decir la sanidad y la educación, partirán de un planteamiento falaz, fallido, interesado, secuestrado o limitado a cuestiones que escapan no tan solo al interés de la ciudadanía, sino a la esencia misma de lo que representan, o sea, la salud y el saber de todas/os con independencia de sus ideas, gustos, tendencias o elecciones.

La sanidad y la educación, no tienen tendencia política, pero necesitan de decisión política y de políticas que las impulsen y fortalezcan para lograr los objetivos de bienestar y mejora de vida de la ciudadanía.

Seguir haciendo un uso interesado, por interesante que resulte, de cualquiera de las dos tan solo obedece a planteamientos de egoísmo partidista que demuestran una absoluta falta de intención real por alcanzar un consenso que no tan solo es posible, sino que resulta imprescindible para poder avanzar y consolidar acciones eficaces, efectivas y eficientes, que en ningún caso se logrará mediante figuras marcianas rescatadas del pasado con historiales privatizadores o personajes que pasen el capote para después apuntillar, por poner solo algunos ejemplos recientes .

No es cierto que las ideas impidan el acuerdo y el consenso. Quien lo impide, en cualquier caso, son quienes hacen un uso partidista de las ideas para transformarlas en postulados efectistas que atraigan el voto y con él la posibilidad de alcanzar el poder, pero sin que los mismos tengan un contenido realista y un planteamiento riguroso. De hecho, si analizamos las grandes propuestas que en materia de sanidad y educación plantean los diferentes partidos políticos en sus programas, sin conocer previamente quién las realiza, podríamos comprobar que, en lo esencial, no difieren mucho unas de otras, lo que es un claro indicador de la posibilidad real para un consenso que permita desarrollar un ordenamiento legal generador de estabilidad y resultados positivos en salud y educación.

Continuar utilizando la sanidad y la educación como armas arrojadizas con las que lograr poder, tan solo nos lleva a perpetuar la precariedad de los sistemas sanitario y educativo y utilizar sus fracasos como argumento con los que atacar en uno u otro sentido sin que exista una voluntad política real por alcanzar el consenso y con él la solución a muchos de los problemas que actualmente persisten como nicho de oportunidad electoralista permanente.

La salud, como la educación, no son de derechas o izquierdas, no son rojas o azules. Las sitúan, encasillan tiñen o dirigen en uno u otro sentido quienes quieren hacer de ellas un uso que se aleja de los verdaderos objetivos de ambas.

Identificar, etiquetar, encasillar… a la promoción de la salud, la participación comunitaria, la Atención Primaria, la humanización o la alfabetización en salud como de izquierdas y la cirugía, el diagnóstico médico, la alta tecnología, la Asistencia Hospitalaria o la farmacología como de derechas es, no tan solo un disparate, tanto desde el punto de vista científico, como de coherencia y de sentido común, sino que supone un claro ejemplo de la utilización que de determinados conceptos se hace para apropiarlos y relacionarlos con determinadas posiciones ideológicas de partido que nada tienen que ver con lo que son o significan etimológicamente, en la teoría o en la práctica de las ciencias de la salud. De igual forma asociar la educación en valores democráticos o la educación afectiva-sexual con un adoctrinamiento de izquierdas o la educación en ética o cívica como un adoctrinamiento de derechas, es igualmente una burda manera de parcelar la educación en compartimentos estanco en función de la ideología partidista que en cada momento tenga la capacidad de decisión política y con ella la de utilizar a la educación como instrumento electoral. Establecer, por otra parte, limitadores de la libertad desde una retórica interesada y perversa como la de los pins parentales o la objeción de conciencia como instrumentos contra determinados derechos de educación (educación afectiva-sexual) o salud (aborto o eutanasia), tan solo obedece al interés partidista de utilizar la educación o la sanidad con intereses que se alejan de una educación en libertad o de una sanidad como derecho fundamental en la que la población tenga capacidad de decisión a través de su participación activa y real.

Así pues, la educación y la sanidad deben ser excluidas como elemento de confrontación política, que no de la política. Porque esta es otra de las grandes falacias con las que se construyen los mensajes demagógicos de confusión, alarmismo y sensacionalismo. La política forma parte indiscutible e inseparable del comportamiento humano y, por tanto, de sus decisiones para plantear y desarrollar cualquier tipo de acción. Pero una cosa es la política y otra bien diferente el uso que de la misma se haga por parte de quienes la utilizan para alcanzar los objetivos partidistas de sus formaciones. De igual forma la ideología impregna la política y esto en sí mismo no es negativo pues forma parte de la esencia política. El problema viene determinado cuando no la impregna, sino que la contamina lo que acaba provocando efectos tóxicos y nocivos en la vida y la convivencia públicas de la ciudadanía.

Quienes se autodenominan como servidores/as públicos/as deberían modificar su actitud a fin de que dicho servicio sea o tenga repercusión en el bien público de la sociedad en su conjunto al margen de sus tendencias y, sobre todo, de sus cuitas partidistas, y no que lo conviertan en un público servicio hacia sus intereses con los que jugar a una permanente batalla política en la que, además, se incorporan las mentiras, las ocurrencias, las imprecisiones, las descalificaciones y los reproches en sustitución de los argumentos, las evidencias, el diálogo, la negociación y el respeto.

Además, la educación y la sanidad deberían formar parte de esos referentes patrióticos o de identidad que algunas/os se apropian en exclusiva generando una utilización maliciosa de los mismos, provocando el enfrentamiento visceral en contraposición al debate racional y los consensos derivados del mismo. Finalmente, no se trata de que no se puedan alcanzar consensos como reiterada y engañosamente se traslada, sino de la resistencia que se establece para evitarlos, identificándolos como una debilidad política en lugar de una fortaleza institucional, intelectual y racional que facilite el desarrollo de políticas que permitan dar respuesta a las necesidades y demandas de la sociedad y no a la ideologización de la política pública.

Se presenta un panorama políticamente incierto que debería ser aprovechado para reflexionar sobre la necesidad de establecer puntos de interés común en lugar de generar bloqueos que impiden la imprescindible reforma de los sistemas sanitario y educativo que siguen adoleciendo tanto de la adecuada y justa inversión económica, como de la indispensable consideración y puesta en valor de las/os profesionales que en ambos sistemas sostienen y posibilitan la atención educativa y sanitaria, aunque lo tengan que hacer en condiciones de precariedad laboral y de recursos, así como de la falta de incentivos adecuados, no exclusivamente económicos, que permitan un desarrollo ordenado y regulado de las carreras profesionales en base a capacidad y mérito y no por condicionantes relacionados con intereses de poder corporativo que actúan como limitadores de los cambios necesarios, y que son incorporados como parte de los intereses políticos que los interiorizan como propios.

Las enfermeras, ante esta situación, debemos dejar de actuar como invitadas de piedra o simples espectadoras de un panorama político viciado y vicioso en el que es necesario que intervengamos de manera directa a través de la incorporación en la política parlamentaria, autonómica o municipal, o a través del posicionamiento decidido y decisivo para diseñar las mejores políticas de salud e impedir que la política de partido y partidista se adueñe de las mismas para amoldarlas a los intereses ideológicos y no a la ideología de interés público y social.

Seguir pensando y, lo que es peor, actuando como si nada de esto fuese con nosotras es participar en la perpetuación de los males con el consiguiente y progresivo deterioro del sistema sanitario y también del educativo, en tanto y cuanto formamos parte del mismo en el ámbito universitario.

Debemos abandonar la idea equivocada de que somos tan solo un recurso humano que desarrolla competencias y presta cuidados, por importantes que sean, para interiorizar y poner en valor el hecho de que somos y tenemos capacidad de influencia y decisión más allá de la oportunidad que nos den o faciliten para tenerla. Creer que tan solo cuando alguien lo decida podremos actuar en tal sentido es tanto como contribuir a que la situación, no tan solo no cambie sino que se mantenga en el tiempo con todo lo que ello supone de cara a contribuir decidida y decisivamente a que la sanidad y la educación dejen de ser utilizadas como moneda de cambio político-electoral.

Ni la sanidad puede reducirse a un mero acto asistencialista, puntual y fragmentado de la enfermedad, lo que acota, y devalúa la salud, ni la universidad lo puede hacer como si de una factoría de títulos se tratase, para abastecer las demandas asistencialistas de los sistemas sanitarios en contraposición a la formación de enfermeras que puedan y sepan responder a las demandas reales de la comunidad.

Nuestra acción puede y debe ser determinante en las políticas sanitarias y educativas y puede y debe ser referente en la acción política de quienes tienen la capacidad de tomar decisiones como mandato de la voluntad popular, no lo olvidemos.

Seamos capaces de identificar y valorar muchas más diferencias de lo expresado por Bukowsky[2] cuando decía que “la diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes”.

Si realmente no queremos acabar siendo dóciles cumplidoras de las órdenes que nos trasladen, deberemos abandonar la inacción y el inmovilismo para trabajar por aquello que es nuestro, es decir, aquello que es de todas/os la salud y la educación. Cuando caigamos en la tentación de plantear esa manida interrogante de “¿y de lo nuestro qué? Recordemos que nada hay tan nuestro que prestar cuidados profesionales de calidad y calidez a quienes lo necesitan o demandan. El “otro” nuestro vendrá por añadidura o deberá reclamarse cuando hayamos cumplido con lo que es compartido.

Hoy acabo con esta reflexión y me despido hasta septiembre con el deseo de que mi primera nueva reflexión sea para celebrar un panorama de optimismo en el que trabajar por la sanidad y la educación, por la salud y el saber.

Felices y saludables vacaciones a todas/os.

[1] General y estadista francés que dirigió la resistencia francesa contra la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial y presidió el Gobierno Provisional de la República Francesa de 1944 a 1946 (1890-1970).

[2] Escritor de relatos, novelista y poeta estadounidense nacido en Alemania. (1920-1994)