CARENCIAS, OLVIDOS Y MONOPOLIO INFORMATIVO

La pandemia COVID-19 ha provocado cambios en nuestras vidas que tan solo hace unas semanas hubiésemos pensado imposibles. Pero más allá de dichos cambios, la fuerza con la que ha irrumpido y los estragos que está causando, directa e indirectamente, hacen que la actualidad informativa se centre casi de manera exclusiva en ella. Da igual si se trata de información nacional, internacional, económica, social, deportiva… todo, absolutamente todo, gira en torno al COVID-19 y sus consecuencias.

Parece como si ya nada más sucediese a nuestro alrededor. Como si pretéritos problemas muy cercanos en el tiempo hubiesen desaparecido. Como si el confinamiento y la solidaridad con las víctimas y quienes les atienden hubiesen modificado ciertos comportamientos y olvidado a otras víctimas. Porque nada, absolutamente nada más, parece suceder.

Las pateras y la llegada de migrantes han dejado de ser motivo de preocupación e interés. Los campos de refugiados en los que el hacinamiento, hambre, suciedad, penuria y sufrimiento eran sus principales compañeros, es como si hubiesen desaparecido. Los índices de pobreza en España de los que nos alertaban y avergonzaban, hace tan solo un mes, ya son un mal sueño o una pesadilla de la que hubiésemos despertado. Los ERTES han venido a ocultar el trabajo precario. Los megahospitales construidos en pocos días junto a los ya existentes acallan y cierran los centros de salud en un nuevo gesto de supremacía y fuerza del sistema hospitalcentrista. Las medidas económicas impulsadas por el gobierno para paliar los efectos de la pandemia invisibilizan a quienes no cumplen ninguno de los requisitos para acogerse a ellas. Los efectos del confinamiento disimulan las carencias y penurias de las poblaciones vulneradas. Los cuidados prestados en hospitales a quienes se contagian hacen olvidar los cuidados que día a día prestan miles de cuidadoras en sus casas de manera silenciosa sin que nadie les aplauda diariamente, posiblemente porque eso se entienda que es lo que les toca hacer, que eso ya estaba, que no forma parte del espectáculo del COVID-19. Y tantas otras situaciones que son fagocitadas por la voracidad pandémica.

Sin embargo, también hay que reconocer que el COVID-19 ha logrado poner al descubierto determinadas carencias que al estar tan íntimamente ligadas a su voracidad sí que salen a la luz y tienen la oportunidad, antes difícil, de convertirse en noticia o, mejor, de compartir noticia, porque realmente “el protagonista” es el COVID-19. De tal manera que junto al COVID-19 y actuando como “actor/actriz secundario/a” aparece en escena el deplorable estado de muchas residencias de la 3ª edad que hasta la fecha, salvo por escándalos puntuales, nunca eran motivo de interés informativo. Las malas condiciones higiénicas, el hacinamiento, la falta de recursos, el trabajo precario de muchas/os de las/os profesionales que en las mismas trabajan, la ausencia o mínima presencia de personal sanitario cualificado y las condiciones precarias en las que trabajan… son tan solo algunas de las carencias que, estando presentes desde hace mucho tiempo, tan solo las muertes y contagios provocados por el COVID-19 han sido capaces de sacar a la luz una situación tan lamentable, triste, como vergonzosa de como se cuida a nuestros mayores en muchas residencias tanto públicas como privadas. Esperemos que al menos esta tragedia sirva para llevar a cabo investigaciones e intervenciones en profundidad que vayan más allá de depurar responsabilidades y sirvan realmente para poner orden en dichas instituciones.

Nuestro Sistema de Salud, también ha quedado retratado en esta pandemia. Nadie duda de la excelencia del mismo, basado fundamentalmente en los principios que lo sustentan, es decir, universal, accesible y gratuito, pero que se basa en un paradigma asistencialista y medicalizado que no responde ni soporta la realidad actual de nuestra sociedad y que se ha visto desbordado, básicamente, por problemas de personal derivados de las pírricas ratios existentes en algunos colectivos profesionales como las enfermeras. Todo ello a pesar de las reiteradas recomendaciones y advertencias de las principales organizaciones internacionales. Pero, ante todo, se ha demostrado claramente cuáles son las consecuencias de las políticas privatizadoras en contra de un Sistema Público, que han conducido a un claro debilitamiento de este último y de su capacidad de respuesta. Finalmente se ha demostrado que no es tanto el Sistema, como tal sistema, el que es excelente sino quienes, a pesar de los políticos y gestores, es decir las/os profesionales, logran que funcione. Superada la crisis será necesario también hacer un profundo replanteamiento de este Sistema que, ante todo, requiere de inversión, reorganización y de políticas públicas potentes.

Y llegados a este punto del análisis que, evidentemente, tan solo ha servido para valorar superficialmente aspectos de esta crisis que merecen un profundo debate e intervención, quería detenerme en un aspecto que me preocupa especialmente y que como los anteriormente mencionados al principio quedan ocultos por efecto del mediático y popular COVID-19.

Desde que se implantara el Estado de Alerta pareciera como si la violencia de género hubiese desaparecido. Como si de un plumazo las víctimas hubieran dejado de sumarse a la vergonzosa lista que se inicia cada año, como consecuencia de una parálisis en seco de las agresiones.

No dejaba de sorprender, al menos para mí, el hecho de que el aislamiento en los hogares no se pudiera convertir en un importantísimo factor de riesgo para esta lacra de la violencia de género que supusiese un aumento de las agresiones y las muertes. Pero el silencio informativo al respecto, tanto de las autoridades como de los medios de comunicación, contribuyeron a que se adormeciese la memoria colectiva y dejase de ser un tema prioritario de interés y preocupación. Bastante tenemos con el maldito COVID-19, parece que pensemos todos en uno u otro sentido, como para preocuparnos de otras cosas.

Es algo a lo que venía dándole vueltas desde que se inició la locura de la pandemia, pero no quise decir nada al respecto hasta la fecha por la falta de datos que sobre el tema existían. Hasta que ayer en la comparecencia pública diaria que sobre, como no, el COVID-19, se lleva a cabo, se informó de lo que parecía una consecuencia macabramente lógica, que no es otra que, la violencia de género, al menos en cuanto a agresiones se refiere, habían aumentado. Y se hacía un llamamiento a que se denunciasen todas aquellas situaciones que pudieran hacer sospechar que se estaba produciendo una agresión.

Pero más allá de esta información y recomendación puntual no se dieron más datos, ni la noticia tuvo más eco mediático, porque inmediatamente, como si de una ola se tratase, la alarma sobre la violencia de género quedó borrada de la arena informativa.

Posiblemente las denuncias hayan descendido, que no las agresiones, por la situación de confinamiento y el miedo a ir a los hospitales o a los centros de salud que aún queden abiertos. Una consecuencia más de la terrible equivocación de cerrar los centros de salud o convertirlos exclusivamente en pequeños hospitales de campaña. Se pierden las referencias a donde acudir.

No voy a restar importancia a lo que está sucediendo a causa de la pandemia, es un hecho y una situación sin precedentes próximos y de consecuencias insospechadas, pero no me resisto a llamar la atención sobre este tema, porque los árboles de primera línea de la pandemia, no nos están dejando ver el bosque repleto de situaciones que no pueden quedar ocultas y olvidadas. Porque el olvido es el primer paso para la relajación y con ella para el retroceso en el camino, hasta ahora recorrido, para luchar contra la violencia de género, así como contra otros problemas que no han desaparecido de nuestra sociedad por mucho que estén callados informativamente.

El aislamiento, el aburrimiento, las plataformas de cine on line, las redes sociales, la lectura, la música, los momentos programados de aplausos… no pueden ni deben desplazar de nuestra memoria aquellos problemas que siguen existiendo y que aflorarán con fuerza cuando salgamos de nuestras zonas de confort.

La violencia de género supone una terrible amenaza para las mujeres, pero es también una lacra social porque retrata el sustrato de nuestra cultura y educación. Es por ello que nada, absolutamente nada, ni tan siquiera esta pandemia, debiera ocultar, disimular, maquillar… las heridas, hematomas, dolor, sufrimiento, rabia contenida, humillación, miedo… que las agresiones continúan generando en las mujeres y también en la sociedad en su conjunto. Porque los maltratadores no han cesado en su actividad esencial y continúan practicándola.

Es por ello que yo solicitaría que separáramos la mirada, detuviéramos la escucha y desviásemos la atención un momento sobre el monopolio informativo del COVID-19 y pensásemos en que hay problemas previos que no tan solo no han desaparecido, sino que están aprovechando, la actual distracción colectiva, para seguir con su imparable y violento proceso. Estaría bien que lo recordásemos.

A lo mejor esto es algo sobre lo que también habrá que reflexionar una vez superada la crisis y el hartazgo informativo del COVID-19.

Se ve que las audiencias son más importantes que las incidencias.