LA PANDEMIA A TRAVÉS DE MAFALDA

A mi mayor y única Heroína: Mafalda

           En esta pandemia que, entre otras muchas cosas, se ha empeñado en generar héroes y heroínas que ni lo son, ni lo quieren ser, creo que falta un poco de buen humor. No es que la cosa sea de broma, ni mucho menos, pero siempre he pensado que el rigor no tiene porque estar reñido con el humor. Así pues y de la mano de la que, si que considero una heroína, al menos para mí lo es, voy a tratar de hacer un rápido repaso, lo más riguroso posible, por esta situación de crisis sanitaria, pero también social, económica, educativa, política… apoyándome en las siempre sabias y profundas reflexiones de una niña como Mafalda y de sus leales amigas/os, Susanita, Libertad, Miguelito, Felipe, Manolito, sus padres y su hermano Guille.

Todos identificamos que la pandemia empezó en China. Un país milenario que hasta hace no tanto lo conocíamos por su muralla, su medicina tradicional y por pensadores que nos dejaban proverbios que aparecían en pastelitos o en sobres de azúcar.

Sin embargo, este inmenso país en todos sus aspectos, extensión, población, economía… se convirtió en una potencia mundial en competencia con el siempre omnipresente EEUU. Y en su inmensidad no iba a quedarse atrás tampoco a la hora de tener una epidemia que, finalmente, “exportó” convirtiéndola en pandemia y que algunos quisieron ver en ella una conspiración.

Sin embargo, este inmenso país en todos sus aspectos, extensión, población, economía… se convirtió en una potencia mundial en competencia con el siempre omnipresente EEUU. Y en su inmensidad no iba a quedarse atrás tampoco a la hora de tener una epidemia que, finalmente, “exportó” convirtiéndola en pandemia y que algunos quisieron ver en ella una conspiración.

Pero China queda muy lejos y a pesar de la gravedad de la situación y de su expansión y letalidad, pocos, por no decir nadie, creyeron que su avance traspasara fronteras y llegara hasta nuestros países.

Pero lo que parecía imposible, como suele suceder, se hizo realidad y el virus, al que se bautizó como COVID-19, llegó hasta Europa para “invadir” primero Italia y después España y desde ahí ya indiscriminadamente a otros múltiples países.

En España, a pesar de tener el ejemplo de Italia tan próximo, se reaccionó tarde y las medidas de confinamiento llegaron cuando ya había un gran número de infectados que complicó la situación general y la del sistema sanitario en particular, generando cierta alarma entre la población.

El caso es que el número de infectados fue creciendo de manera creciente y lo que empezaba como una sintomatología similar a una gripe, derivaba en la mayoría de los casos en la infección por coronavirus lo que obligaba al aislamiento domiciliario o los ingresos hospitalarios.

Ante este aumento de contagios se empezaron a imponer medidas de protección, como mascarillas y guantes, así como la higiene personal.

Lo que no impidió que la infección aumentase de manera muy preocupante, sobre todo en aquellas personas que habían entrado en contacto con personas previamente infectadas.

Ante este avance de la pandemia, finalmente se adoptaron medidas de aislamiento que empezaron con el cierre de los centros de enseñanza de todo el país.

Pero casi de manera inmediata y ante el cariz que estaba tomando la situación el gobierno barajó la posibilidad de decretar el Estado de Alarma, lo que suponía el confinamiento de la población en sus casas, pero no sin que previamente existiese un intenso debate en el que diferentes sectores sociales y económicos planteaban sus reservas por las repercusiones que tal decisión tendría en la economía española. El problema estaba en la ausencia casi total de información científica sobre el comportamiento del virus lo que complicaba la toma de decisiones.

Finalmente, el Gobierno tomó la decisión y el 14 de marzo hizo uso de la potestad recogida en la Constitución de decretar el Estado de Alarma por un período de 2 semanas, durante las que tan solo trabajarían los servicios esenciales. Los supermercados y tiendas de alimentación fueron centros de peregrinación de la población para abastecerse de víveres con criterios no siempre muy lógicos.

El Gobierno, mientras tanto, centró toda su atención en hacer frente a la pandemia no siempre con el acierto deseado, aunque había que entender la dificultad de tener que decidir en base a ensayo-error dada la falta de información sobre su evolución.

El confinamiento inicial no detuvo, como era de esperar, la curva ascendente de contagios, ingresos y muertes, lo que generó una gran alarma social que no siempre estuvo adecuadamente modulada por los medios de comunicación.

La pandemia acabó por “intoxicarlo” absolutamente todo y cualquier sector, aspecto, situación… era tamizada por el filtro del coronavirus y sus efectos, invadiendo los medios de comunicación de manera absolutamente exclusiva.

El confinamiento de la población supuso tener que modificar de manera radical las normas y comportamientos de las personas y las familias que tuvieron que aislarse en sus domicilios con claras diferencias en cuanto a los efectos de dicho confinamiento en relación a las condiciones de los hogares.

El tamaño de las casas, sus condiciones de iluminación, ventilación, higiene y el hacinamiento provocaba graves problemas de salud en las familias.

Además de propiciar crisis de relaciones, derivadas de tales condiciones y de un cambio en las mismas al tener que convivir de manera permanente durante tantos días.

Los desplazamientos en cualquier medio de transporte fueron inicialmente restringidos y finalmente anulados para evitar al máximo la propagación del virus.

La situación tuvo inmediatas consecuencias económicas con impacto en las bolsas y en el tejido productivo del país.

El empleo se resintió de manera muy significativa tanto en quienes lo tenían y lo perdieron, como en quienes no lo tenían y veían eliminadas todas las posibilidades de encontrarlo, lo que obligó al gobierno a tomar medidas tendentes a corregir todas estas desigualdades.

Por otra parte, muchas personas sin hogar tuvieron que ser reubicadas en espacios habilitados para ello con el fin de protegerlas a ellas y proteger al reto de la población de posibles contagios.

La pandemia obligó a redoblar los esfuerzos de las/os profesionales sanitarias/os que veían como el sistema sanitario se resentía y se situaba al borde del colapso. Tal actitud hizo que la población empezase a identificarlas/os como héroes/heroínas y a reconocérselo con aplausos diarios desde los balcones del confinamiento.

Como quiera que la situación empeoraba, el gobierno se vio en la necesidad de solicitar, ahora ante el Congreso, prórrogas del Estado de Alarma que fueron aún más restrictivas que la inicial al paralizar todo el sistema productivo en un intento desesperado por cortar el contagio. Pero en esta ocasión, el consenso alcanzado en la primera decisión de aislamiento, empezó a resentirse y los intereses partidistas se impusieron al beneficio general.

La situación que vivía el país y la las consecuencias que la misma esta produciendo en amplios sectores de la sociedad, unido a las discrepancias políticas hacían que la inicial solidaridad empezase a resquebrajarse con cuestionamientos e incluso con argumentos extraídos de los bulos que corrieron como la pólvora en las redes sociales.

A todo este panorama no contribuían determinadas formaciones políticas que radicalizaban su discurso e incluso lanzaban acusaciones muy graves en torno a la culpabilidad por las muertes que se estaban produciendo.

Discursos, por otra parte, que acababan calando en la opinión pública provocando las primeras reacciones en contra del gobierno y sus decisiones, aunque los mismos tuviesen poco o nulo fundamento ni político, ni científico, haciendo uso de los bulos para alimentarlos.

La gravedad en algunos sectores de la población como en las residencias de personas mayores hizo que saltasen las alarmas ante el elevado número de contagios y muertes entre dicha población.

Ante la falta de equipos de protección tanto para profesionales como para la población general y los intentos de algunas personas de hacer negocio de esta situación el gobierno tuvo que fijar precios máximos para tratar de cortar dichas prácticas ilegales.

Las sucesivas prórrogas del Estado de Alarma fueron incorporando nuevas alertas sociales y económicas que repercutían de manera significativa en la población.

La pandemia continuó avanzando y se extendió cada vez por más países, a pesar de que algunos de sus dirigentes hubiesen anunciado que nunca les llegaría.

Una sociedad excesivamente individualista, consumista y de gran competitividad, tuvo que enfrentarse a una situación sobrevenida que sacó lo mejor y lo peor de ella.

La ausencia de tratamientos específicos contra la enfermedad, pero, sobre todo, la falta de una vacuna, se convirtieron en los principales retos a lograr en el menor tiempo posible.

El desánimo entre la población y los profesionales sanitarios era otro de los problemas que debían evitarse, con el fin de mantener una situación lo más equilibrada posible.

Y mientras tanto, los políticos, hacen una utilización descarada de la pandemia en contra del Gobierno y con claros intereses personalistas de sus dirigentes y partidistas de sus formaciones.

Por su parte los medios de comunicación siguen monopolizando la información de la pandemia, no siempre con criterio y mucho menos con el respeto que merece la población a la que va dirigida.

En el resto del mundo las decisiones de los principales dirigentes de países con afectación de la pandemia no siempre siguen criterios de salud pública sino de economía y de intereses comerciales.

En la Comunidad Europea, mientras tanto, los países miembros discuten, entre los del norte y los del sur, para lograr llegar a acuerdos de recuperación económica en un escenario más parecido al de un patio de colegio o el de una bancada de cocina durante la preparación de un pastel.

En este contexto los especialistas, expertos, técnicos… continúan en una constante deriva de planteamientos, propuestas y planes, en contra del COVID-19, sin que lleguen a alcanzar los consensos necesarios.

Y, a pesar, de lo sucedido, o precisamente por lo sucedido seguimos pensando que nada va a poder con nosotros como humanidad y que seremos capaces de afrontar cualquier situación como la pandemia con éxito, sin darnos cuenta que existen otras amenazas que nos acechan y a las que, como al virus, menospreciamos o ignoramos.

En el contaje diario de contagios y muertes se hace permanente referencia a la edad, como si ello fuese una excusa o un motivo de alivio para el resto de ciudadanía que no entra, en principio, en lo que se consideran poblaciones de riesgo.

La evolución de la pandemia no es capaz de transmitir ilusión a la sociedad, que ve como la famosa curva no les permite retomar una normalidad que cada vez añoran y desean más.

El futuro, por lo tanto, es contemplado con cierto pesimismo, tanto por la enfermedad como por los efectos que la misma vaya a tener en la vida de las personas una vez superada la fase de contagio.

Y aunque es de esperar que la situación finalmente se normalice, se tiene la sensación que su duración se prolonga en el tiempo sin que existan indicios claros de un final concreto.

Además de otras muchas consecuencias, esta pandemia nos puede abocar a una mayor despersonalización y cosificación de las personas, si no somos capaces de anteponer las necesidades e identidad de estas a las de otros intereses.

Esperemos que al menos esta crisis sirva para darnos cuenta de nuestra fragilidad y de la necesidad de tener en cuenta el futuro que podemos dejar a generaciones venideras.

Que el sufrimiento y el dolor pasados durante esta pandemia permita que nos demos cuenta que desde el individualismo no seremos capaces nunca de afrontar con éxito situaciones que precisan de la solidaridad de todas/os.