¿HASTA CUANDO SEREMOS HEROÍNAS? Menos heroínas y más enfermeras

Para José Manuel Viturro Iglesias

Héroe antes, durante y después

 

Durante todo el tiempo que está durando la pandemia y con ella el estado de alerta, las/os profesionales sanitarias/os, han pasado de simples mortales a héroes/heroínas.

El cambio de percepción y adoración ha sido un efecto más de los que está produciendo el maldito virus coronado y en este caso viene determinado por la intervención decidida, inmediata y sin limitaciones de las/os profesionales para hacer frente al demoledor avance del COVID-19.

Las/os profesionales, evidentemente, no actuaron en ningún momento con el ánimo de ser reconocidas/os ni aplaudidas/os. Lo hicieron porque forma parte de su ADN profesional. Por lo tanto, no fue casual sino causal. Y la causa no fue otra que la de intentar proteger, cuidar y en la medida de lo posible curar a tanta gente como se estaba viendo afectada. Daba igual si eran profesionales de atención primaria, de hospital o de centros sociosanitarios. La respuesta fue unánime. Todo ello a pesar del gran desconcierto e incertidumbre que generaba el desconocimiento de a qué se estaban enfrentando. Conocían a quién, porque ya se le había dado nombre, COVID-19, pero faltaba saber el qué, cómo, cuándo, dónde… demasiadas interrogantes sin resolver que exponían a todas/os ellas/os a riesgos también inciertos, aunque sospechados.

El avance de la pandemia no hizo más que aumentar el mito que alguien propuso al identificarlos como héroes/heroínas y establecer un rito sistemático de agradecimiento diario en forma de aplausos desde los balcones del confinamiento decretado por el Estado de Alarma.

Aplausos que ya hay quienes entienden, se merecen, si se quedan en los centros sanitarios, porque rechazan que vuelvan a sus hogares a descansar por si son contagiados por sus héroes/heroínas.

Aplausos a los que se han sumado los reconocimientos diarios de políticos y responsables ministeriales en sus comparecencias públicas.

Aplausos que han intentado los medios de comunicación con desigual fortuna al trasladar en sus comunicados los permanentes tópicos y estereotipos que impregnan el sector sanitario y a sus profesionales y muy especialmente a las enfermeras.

No me cabe duda del mérito y el merecimiento de tal muestra, pero como todo acto repetido en el tiempo, acaba perdiendo su valor real para convertirse en una rutina que no se sabe bien a qué obedece, a quién se dirige y por qué se realiza. Salvando todas las distancias y teniendo en cuenta que todas las comparaciones son odiosas, pasa lo mismo con los minutos de silencio que se llevan a cabo tras cada nueva víctima por violencia de género, sin que dichas muestras, realmente, aporten nada más que simbolismo a una lacra social que requiere de intervenciones mucho más pragmáticas, integrales, intersectoriales y decididas, que ataquen el problema desde la raíz y no tan solo con retoques diplomáticos y decorativos que facilitan que se perpetúe o incluso empeore el problema que radica en la educación, cultura y concienciación de la sociedad y se aleja de ser un “simple” acto delictivo, por grave que este sea.

Volviendo a los/as héroes/heroínas, no es tanto lo que ahora se está haciendo como lo que sucederá tras la pérdida de heroicidad como consecuencia de una cierta normalidad en el funcionamiento de los centros y servicios sanitarios, por la remisión de la pandemia, que todas/os esperamos se produzca cuanto antes. Porque como sucede con todos/as los héroes/heroínas, realmente son humanas/os. Pueden tener poderes, pero tan solo los utilizan en situaciones concretas, tras las que recuperan su normalidad como mortales.

Así pues, y centrándome en las enfermeras, sin que con ello desprecie ni reste el más mínimo mérito a cualquier otra/o profesional, este súbito reconocimiento es muy de agradecer por lo que supone de visibilidad y de puesta en valor a aquello que las enfermeras hacían, hacen y seguirán haciendo, que es cuidar. Y destacando lo que para mí ha supuesto una lección aprendida y aprehendida de todas/os las/os profesionales, como es el valorar la importancia que tiene el trabajo en equipo por encima de cualquier ego o protagonismo personal o corporativo.

Pero ni antes se reconocía dicho cuidado, más allá de las consabidas referencias a la simpatía, ni en estos momentos se identifica realmente ese cuidado sino la actitud de entrega ante una situación tan crítica como la que estamos viviendo, ni, mucho me temo, se hará una vez la vida se desarrolle con una intensidad más rutinaria. No se trata de desmerecer lo que se está haciendo, todo lo contrario, pero considero que se debe situar en su justa medida.

Me conformaría con que la recuperación como enfermeras y no como heroínas conservase la identificación que durante tanto tiempo se nos ha negado o, al menos, se ha obviado. Que las agresiones que sufríamos por hacer nuestro trabajo desaparezcan. Que el cuidado sea valorado más allá de la simpatía. Que no se nos asimile como subsidiarias de ningún/a otro/a profesional. Que se reconozca nuestra aportación singular a la salud de la población en los centros y servicios donde trabajamos. Que se haga visible la contribución que realizamos como enfermeras gestoras. Que se nos permita acceder a puestos de responsabilidad y toma de decisiones en idénticas condiciones de capacidad y mérito como cualquier otra/o profesional con idéntica titulación académica. Que las plantillas se adecuen a criterios poblacionales y de necesidades de salud. Que nuestras competencias sean reconocidas y asimiladas a puestos de trabajo específicos que eliminen la rotación sin sentido. Que podamos desarrollar una carrera profesional en base a méritos perfectamente identificables y evaluables y no tan solo por antigüedad. Que se reconozca nuestra formación académica y continuada. Que se regularice la incorporación de las especialistas en puestos específicos… estos y muchos otros, serían, sin duda, los mejores aplausos que podríamos recibir tras la pandemia, tanto por parte de la población como de la administración y de los medios de comunicación. Cada cual en la medida que les corresponda en función de la acción enfermera que perciban y deban poner en valor.

Porque, desde mi punto de vista, las enfermeras, junto al resto de profesionales, no han sido tanto héroes/heroínas durante esta pandemia, como lo venían siendo antes de la misma.

Tener que trabajar viendo como se recortan de manera sistemática los recursos y los sueldos. Reduciendo las plantillas. Exigiendo cada vez más por menos. Debiendo responder a nuevas demandas sin un apoyo decidido de gestores y políticos. Viendo como se mercantiliza la sanidad y con ello se pierde calidad en lo Público. Teniendo que utilizar el voluntarismo como única manera de llevar a cabo proyectos en beneficio de las personas, las familias y la comunidad. Asumiendo responsabilidades que no corresponden. Impidiendo competencias que si corresponden y para las que están capacitadas. Accediendo a puestos de trabajo que no se corresponden con su capacitación profesional. No pudiendo acceder a puestos de trabajo para los que la propia administración las ha formado. Investigando en su tiempo libre, sin recursos, apoyo ni valoración por lo que se investiga. Limitando las posibilidades de formación y de asistencia a actividades científicas. Excluyéndolas de comisiones, grupos de trabajo o acciones formativas. Reduciendo al mínimo las posibilidades de conciliación familiar… son tan solo algunos de los factores, riesgos, barreras, dificultades, con los que día a día las enfermeras de este país han tenido que convivir y que sí que, yo sí, les conferiría el calificativo y reconocimiento como heroínas que, sin embargo, antes de la pandemia, paradójicamente, nadie les daba y por el que, lamentablemente, nadie les aplaudía. Y, a pesar de ello en ningún momento se cuestionaron responder como respondieron cuando se presentó el coronavirus como un elefante en una cacharrería. Sin pedir nada previamente, ni a posteriori, que no fuese medidas de protección que les salvase de un contagio que les está esquilmando. Sin preguntar cómo y de qué manera se les iba a retribuir el sobreesfuerzo. Trabajando en condiciones de presión permanente y con ausencia de recursos adecuados. Sin reparar en el estrés, dolor, sufrimiento, preocupación por quienes atendían, pero también por a quienes dejaron de atender, sus familias. Abandonando su autocuidado para llegar a situaciones límite que soportan con voluntad de hierro. Porque, como enfermeras tienen la convicción de que ese es su compromiso y lo que de ellas se espera, sin necesidad de que nadie las considere heroínas. Lo cual no quiere decir que no lo agradezcan.

Si lo vivido y reconocido durante la pandemia, sirviese, al menos, para sentar las bases de una serio análisis y rigurosa reflexión sobre el estado en que se encuentra, el denominado y difundido excelente sistema sanitario, que realmente sostienen, a duras penas, las/os profesionales, para tratar de minimizar las carencias y rescatar las fortalezas, las enfermeras podrían abandonar su heroicidad y situarse como profesionales reconocidas, valoradas y dispuestas a ofrecer lo que la población realmente necesita de ellas, sus cuidados profesionales.

De no hacerlo así las enfermeras se encontrarán con el problema de asumir unos poderes que no tienen ni se les pueden exigir, para tratar de responder a las necesidades que la pandemia va a dejar como secuelas de su paso por la sociedad en un escenario aún peor del que ocupaban antes de la crisis.

Resulta imprescindible, por lo tanto, que se deje de considerar heroínas a quienes tenemos que reconocer como enfermeras. Es lo que necesitan, desean y demandan.

Y esto lo tiene que hacer la propia sociedad, los decisores políticos y los medios de comunicación. Es una labor conjunta de reconstrucción de una imagen y un valor que históricamente se ha negado a las enfermeras y que es preciso llevar a cabo si realmente se quiere mejorar la salud de la comunidad.

Las enfermeras, por su parte, deben asumir el liderazgo del cuidado que de ellas se puede y debe exigir más allá de las unidades, servicios o centros sanitarios, como nichos ecológicos y exclusivos de su actividad, para participar activamente con la comunidad en su empoderamiento y en el logro de objetivos saludables.

La salud es demasiado importante como para estar en manos tan solo de profesionales sanitarios y, aún menos, en las de un solo colectivo. El trabajo transdisciplinar, la participación comunitaria, la intersectorialidad, la planificación, la toma de decisiones compartidas deben marcar el camino de un sistema sanitario de todos/as y para todos/as. Lo contrario, nos sumirá de nuevo en un contexto de incertidumbre y debilidad que requerirá en momentos puntuales de héroes y heroínas que no existen por mucho que nos empeñemos, entre todas/os, en identificarles como tales.

Es muy importante que empecemos a valorar la importancia que tiene contar con un sistema sanitario público potente que permita que nuestras/os profesionales actúen como tales dando lo mejor de sí y no como heroínas/héroes, expuestas/os a ataques de enemigos que no están preparadas/os para repeler como les sucede también a Superman, Spiderman, Batman y sus dobles women.

Aplaudamos por esta reivindicación que, seguro, será más reconocida y agradecida además de más efectiva en el corto, medio y largo plazo.

Si no lo hacemos, pronto los aplausos se tornarán en abucheos.

Menos heroínas y más enfermeras.